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7/29/2019 Vida Tronchada
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VIDA TRONCHADA
(cuento)
Lo vi por primera vez cuando, andando por el
barrio X de la Ciudad de Buenos Aires, apareció ante mí
una humilde plaza y decidí internarme en ella pararecorrerla. Fue así como me acerqué a los bancos donde
estaban conversando las jubiladas y jubilados de los
alrededores. El sujeto de marras estaba acostado en un
banco durmiendo y de él se despedía una mezcla de olor a
alcohol y orines. A pesar de ser pleno verano, uno de los
más calurosos y persistentes que le tocó sufrir a los
habitantes de la ciudad y sus alrededores, yacía cubierto
por un raído y mugriento sobretodo.
Me quedé contemplando el degradante cuadro
y tratando de imaginar qué era lo que había llevado a este
ser a tal situación de beodez y abandono. Al mirar a su
alrededor pude comprobar que la gente sentada en los
bancos aledaños charlaba entre si, indiferente a la
presencia de una escena repugnante y triste a la vez.
Pensé para mis adentros: "estas personas ya
deben estar acostumbradas a la presencia de tal personaje
y lo ignoran como si fuera una cosa, algo sin vida: como un
banco más o una piedra en el camino"
No pude aguantar mucho tiempo y me retiré
invadido por cierta congoja. Más allá había un nutrido
grupo de jubilados que jugaban a las cartas, al dominó y al
ajedrez, mientras en la cancha construida por ellos
mismos, otro grupo jugaba a las bochas.
Me quedé un largo rato contemplando las
actividades de esta gente que distraía sus ocios de diversa
manera y, cuando me alejé, me sentí más reconfortado
ante este cuadro tan distinto al que recientemente había
observado y me había dejado una pesadumbre que, enrealidad, no pude despejar del todo. Sin embargo, no era
sólo eso, sino que tal pesadumbre iba acompañada de una
enorme curiosidad por ese ser prácticamente al margen de
la vida. Por ello, aunque me alejé de la plaza tratando de
retener la última visión, la de los jubilados charlando y
jugando animadamente, no pude alejar de mi mente a ese
ser desconocido. A tal punto esto fue así que no pude
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apartarlo de mi mente durante una semana. Realizaba mis
actividades casi mecánicamente y, en medio de ellas, mi
mente era atacada por esa penosa visión que no lograba
apartar de mí; por eso, en la primera oportunidad que tuve
un tiempo libre, me dirigí al mismo barrio y a la misma
plaza...Y.., allí estaba el sujeto de marras; pero esta vez,sentado, despierto, aunque no del todo sobrio. Debía ser
un hombre de alrededor de cuarenta años, aunque en su
estado sucio y desaliñado, con una barba crecida y roñosa,
aparentaba más de sesenta. Miré a mi alrededor y vi,
como la vez pasada, gente conversando, aunque la
mayoría estaba un tanto alejada del sujeto, que tenía
entre sus manos una botella con un líquido incoloro, la
cual, cada tanto, llevaba a su boca y bebía ansiosamente.
Pensé que sería algún tipo de bebida blanca como la
ginebra, pero el olor, que mezclado con un tufo hediondo,
llegaba a mi pituitaria, era de alcohol medicinal. Mi
curiosidad era tal que, venciendo todos los escrúpulos
imbuidos por una educación normal y no exenta de ciertoi
grado de cultura, me acerqué a él y, tomando asiento a su
lado, lo saludé cordialmente. Me contestó con una especie
de quejido , al tiempo que vislumbraba en sus ojos una
expresión de inesperado asombro; pero pronto comprendí
que ello se debía a que él no lograba concebir cómo yo,
un ser normal, le dirigía la palabra y lo hacía amigable y
decorosamente. Enseguida, para variar, comencé a charlar
del tiempo deplorando el fatigante calor que nos envolvíaa pesar de estar sentados a la sombra de coposos árboles.
Así logré que me contestara y hasta intentara hilar una
conversación conmigo, aunque bastante incoherente al
comienzo, pero que, al rato, se fue tornando más normal.
Yo lo observaba y contemplaba emocionado esos ojos
húmedos y llenos de una amarga tristeza, de una tristeza
muy profunda que expresaba más que las palabras la
enorme tragedia en que, seguramente, se debatía su
alma.
Ya llevábamos un rato bastante largo de
charla cuando, de repente, se puso bruscamente en pie y
casi gritó con una voz desgarradora"¡Todos dicen que no
tuve la culpa, que fue un accidente; pero la verdad es que
yo la maté y no me lo puedo sacar de la cabeza. Vivo (si
esto se puede llamar vivir) con la imagen desgarradora de
su muerte. Es un crimen clavado en mi cerebro y mi
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Eramos una familia feliz! Yo trabajaba casi sin
descanso, pero con gran alegría. La vida parecía
sonreírme. No aspiraba a mucho más. Estaba contento con
lo que tenía y le agradecía a Dios por la gracia que había
derramado sobre mí y mi familia...sin embargo...-y allí el
hombre vaciló un rato. Parecía como si tartamudeara porel movimiento tembloroso de sus labios, pero no emitía
ningún sonido. Sus ojos volvieron a brillar intensa y
lúgubremente. Pasó así un largo rato y yo esperé
pacientemente respetando su dramático, casi diría trágico
estado y comprendiendo que había en él una lucha interna
entre sentimientos y pensamientos tal vez encontrados y
aun antagónicos y hasta confusos. Sin embargo volvió a
serenarse lo suficiente como para continuar...: "pero tuve
una desgracia...Cierto día transitaba con mi camión por la
avenida Belgrano. El vehículo se deslizaba rápidamente y
muy sereno guiado por mis firmes y expertas manos y mis
hábiles pies. Yo no disminuía la velocidad porque había
"pescado" una racha de semáforos en verde; pero en el
instante menos pensado, en una esquina, se lanzó a la
calle una niña pequeña. Qudé momentáneamente helado,
aunque fue sólo una centésima de segundo, pues mis
rápidos reflejos, con peligro de volcar, llevaron
instantáneamente mi pie al freno correspondiente y mi
diestra al freno de mano, pero fue inútil, no pude clavar el
vehículo y la niña fue arrollada como si hubiera sido una
pluma. La aplasté con las ruedas y recién, diez metros másallá, pude frenar totalmente. Bajé azorado y horrorizado
dirigiéndome hacia el cuerpecito de la niña. Aunque se
había arremolinado mucha gente logré abrirme paso y
pude comprobar con terror a la nena totalmente
destrozada, hecha un guiñapo sanguinolento. Esa imagen
no la pude borrar nunca de mi memoria. Ahora mismo aún
la veo ante mis ojos, aterrado como en aquel momento.
Vino la policía, luego una ambulancia que se la llevó. Nada
se podía hacer ya por esa pequeña vida tronchada. Los
policías preguntaron a la gente que había sido testigo dehecho tan aciago y todos fueron contestes en afirmar que
la niña había intentado cruzar la calle con el semáforo en
rojo frente a ella, por lo cual yo no era responsable ni
mucho menos culpable de su muerte. Al rato apareció la
madre enloquecida, desgarrada por la noticia y se lanzó
sobre mí para arañarme, matarme si hubiera sido posible.
La gente, comprensiva, la sujetó y trató de calmarla, pero
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yo gritaba que la dejaran, que me matara, porque yo había
hecho lo mismo con su pequeña."¡Yo merezco la muerte
-grité- yo me siento asesino!"
"Sin embargo, entre curiosos y policías,
lograron dominar a la mujer y a mí me llevaron en un
coche a la comisaría para que hiciera una declaración y lo
mismo hicieron con varios testigos. Todos, una vez en la
oficina policial, ratificaron que la niña había cruzado la
avenida con el semáforo en rojo. Yo, en cambio, insistía en
mi carácter de asesino; pero no me hicieron caso. Decían
que era víctima de "shock emocional". Así fue que me
dejaron en libertad y me pidiern mis datos personales
(domicilio, etc.) para citarme ante los tribunales en su
momento oportuno. Lo propio hicieron con los testigos. No
tuve más remedio que irme; entonces fui a recoger el
camión y, manejando muy lentamente, lo llevé al garajede la firma para la cual trabajaba. De allí, cabizbajo y
cariacontecido, me fui a mi casa. Allí, sollozando, conté a
mi familia la triste noticia y luego me bebí casi una botella
entera de cognac y, beodo, me tiré en la cama y quedé
profundamente dormido.
"Mi familia estaba desesperada, pero, al propio
tiempo, confiaba en que ese estado de profunda depresión
y alarmante excitación combinadas se pasaría. Llamaron
al médico, pero éste fue poco y nada lo que pudo hacer y
recomendó que fuera atendido por un psiquiatra. Yo no
quise saber nada. No quería ver a nadie: ni a médicos, ni a
psicólogos, ni aun a mi familia. A los pocos días llegó la
citación del juzgado. Mi familia me llevó hasta allí en taxi y
declaré ante el juez que atendía la causa que yo era
culpable de la muerte de la criatura, pero las palabras de
los testigos más las opiniones de médicos especialistas en
traumas psíquicos convencieron al magistrado que había
sido un fatal accidente y que yo quedaba libre de culpa y
cargo.
Retorné a mi casa más angustiado que nunca y
mientras estuve con mi familia prácticamente no comía.
Sólo bebía y dormía. Mi mujer insistía en la necesidad de la
atención psiquiátrica y yo respondía violentamente
armando así reyertas que, junto al abandono de mi trabajo
al cual juré no volver más y jamás conducir ningún
vehículo, fueron enfureciendo a mi familia. No pude
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aguantar esa situación y, un día, sólo con lo puesto,
abandoné mi casa para nunca más volver. Me alejé lo más
posible de mi barrio para que no me pudieran encontrar y
así recalé en esta plaza donde los jubilados no me
molestan a pesar de mi deplorable estado y, hasta suelen
ayudarme. Gracias a eso puedo adquirir alcohol y,mezclándolo con agua, lo bebo para ver si algún día me
quedo dormido para siempre y acabo con este calvario,
con la imagen aterradora de esa niña destrozada por el
camión manejado por mí; pero no logro dormirme
definitivamente. Duermo y sueño con ella, estoy despierto
y la veo a ella. Nada puede cambiar esta candente
situación, esta amargura profunda que me ha quitado las
ganas de vivir. Mi familia, por suerte, no me ha
encontrado, o quizás no me ha buscado siquiera; pero yo
lo prefiero así, pues ellos no se merecen la desgracia de
aguantarme."
Quedé tan desolado después de escuchar este
relato que ni me animé, aunque lo pensé, a expresarle
palabras de aliento y, sobre todo, ni se me ocurrió
mencionarle el hecho de que él no era culpable de la
muerte de la niña porque, por lo que surgía de lo que
había narrado, eso lo ponía furibundo, así que me limité a
saludarlo despidiéndome cordialmente de él hasta otro
día.
A partir de entonces no pude resistir la
tentación de visitarlo con cierta frecuencia. Charlando un
rato con él sobre temas diversos pretendía alejarlo de la
fijación sobre su horrible drama que permanecía en él;
pero nunca podía lograrlo. Cuando yo esbozaba algunas
ideas sobre diversos problemas de la vida como la política,
la desocupación creciente, los atentados y amenazas
contra políticos y periodistas y aun sobre cuestiones como
el amor, la amistad, etc. él ignoraba completamente mis
palabras y volvía al tema personal que lo acongojaba.
Cuando insistía en ello yo trataba de desviarlo por otros senderos y aun
aconsejarle buenamente un tratamiento psicológico. Entonces se ponía fuera
de si y, en tales circunstancias, ante la imposibilidad de calmarlo, me
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levantaba, lo saludaba con suma cordialidad y me retiraba. Sin embargo, cada
tanto volvía a visitarlo, pues le había tomado cierto cariño, no lástima, sino
verdadero afecto. Así fue pasando el tiempo y repitiéndose mis visitas casi
semanalmente. Sin embargo, unas complicaciones de mis asuntos personales
me alejaron de él y estuve largo tiempo sin visitarlo. Pasados varios meses,
cuando mis problemas tomaron su derrotero habitual, volví a pensar en él ydecidí visitarlo. Me dirigí a la ya consabida plaza y me llevé la gran sorpresa:
mi amigo no estaba. Pensé que andaría por otros lugares o que había vuelto
con la familia. Mordido por la curiosidad pregunté a varios de los jubilados
sentados allí cerca. Un señor me respondió: "Murió en un accidente de tránsito
hace una semana, cuando iba a cruzar la calle sin ver el semáforo rojo. Lo
atropelló un camión. Falleció instantáneamente -y agregó enseguida- ¡Qué
curioso, no!, de la misma manera que la nena de su eterno relato. Otro señor
terció en la conversación y dijo: "Yo no creo que haya sido un accidente sino un
suicidio. "¿usted lo cree?" interrogué. Enseguida contestó:"¡ Estoy
absolutamente seguro!"
Autor: Jorge
Prieto Barrós
e mail: [email protected]
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