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VIDA TRONCHADA (cuento) Lo vi por primera vez cuando, andando por el barrio X de la Ciudad de Buenos Aire s, apar eció ante mí una humilde plaza y deci dí int ernarme en ella para recorrerla. Fue así como me acerqué a los bancos donde estaban conversando las jubiladas y jubilados de los alrededores. El sujeto de marras estaba acostado en un banco durmiendo y de él se despedía una mezcla de olor a alcohol y orines. A pesar de ser pleno verano, uno de los más calurosos y persistentes que le tocó suf rir a los habitantes de la ciudad y sus alrededores, yacía cubierto por un raído y mugriento sobretodo. Me quedé contemplando el degradante cuadro y tratando de imaginar qué era lo que había llevado a este ser a tal situación de beodez y abandono. Al mirar a su alrededor pude comprobar que la gente sentada en los bancos aledaños charlaba entre si, indif erente a la presencia de una escena repugnante y triste a la vez. Pensé para mis adentros: "estas personas ya deben estar acostumbradas a la presencia de tal personaje y lo ignoran como si fuera una cosa, algo sin vida: como un banco más o una piedra en el camino" No pude aguantar mucho tiempo y me retiré invadido por cierta congoja. Más allá había un nutrido grupo de jubilados que jugaban a las cartas, al dominó y al aj edrez, mi entr as en la canc ha constr ui da po r el lo s mismos, otro grupo jugaba a las bochas. Me quedé un largo rato contemplando las actividades de esta gente que distraía sus ocios de diversa manera y, cuando me alejé, me sentí más reconfortado ante este cuadro tan distinto al que recientemente había observado y me había dejado una pesadumbre que, en realidad, no pude despejar de l todo. Sin embargo, no era sólo eso, sino que tal pesadumbre iba acompañada de una enorme curiosidad por ese ser prácticamente al margen de la vida. Por ello, aunque me alejé de la plaza tratando de retener la última visión, la de los jubilados charlando y  jugando animadamente, no pude alejar de mi mente a ese ser desconocido. A tal punto esto fue así que no pude

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VIDA TRONCHADA

(cuento)

Lo vi por primera vez cuando, andando por el

barrio X de la Ciudad de Buenos Aires, apareció ante mí 

una humilde plaza y decidí internarme en ella pararecorrerla. Fue así como me acerqué a los bancos donde

estaban conversando las jubiladas y jubilados de los

alrededores. El sujeto de marras estaba acostado en un

banco durmiendo y de él se despedía una mezcla de olor a

alcohol y orines. A pesar de ser pleno verano, uno de los

más calurosos y persistentes que le tocó sufrir a los

habitantes de la ciudad y sus alrededores, yacía cubierto

por un raído y mugriento sobretodo.

Me quedé contemplando el degradante cuadro

y tratando de imaginar qué era lo que había llevado a este

ser a tal situación de beodez y abandono. Al mirar a su

alrededor pude comprobar que la gente sentada en los

bancos aledaños charlaba entre si, indiferente a la

presencia de una escena repugnante y triste a la vez.

Pensé para mis adentros: "estas personas ya

deben estar acostumbradas a la presencia de tal personaje

y lo ignoran como si fuera una cosa, algo sin vida: como un

banco más o una piedra en el camino"

No pude aguantar mucho tiempo y me retiré

invadido por cierta congoja. Más allá había un nutrido

grupo de jubilados que jugaban a las cartas, al dominó y al

ajedrez, mientras en la cancha construida por ellos

mismos, otro grupo jugaba a las bochas.

Me quedé un largo rato contemplando las

actividades de esta gente que distraía sus ocios de diversa

manera y, cuando me alejé, me sentí más reconfortado

ante este cuadro tan distinto al que recientemente había

observado y me había dejado una pesadumbre que, enrealidad, no pude despejar del todo. Sin embargo, no era

sólo eso, sino que tal pesadumbre iba acompañada de una

enorme curiosidad por ese ser prácticamente al margen de

la vida. Por ello, aunque me alejé de la plaza tratando de

retener la última visión, la de los jubilados charlando y

 jugando animadamente, no pude alejar de mi mente a ese

ser desconocido. A tal punto esto fue así que no pude

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apartarlo de mi mente durante una semana. Realizaba mis

actividades casi mecánicamente y, en medio de ellas, mi

mente era atacada por esa penosa visión que no lograba

apartar de mí; por eso, en la primera oportunidad que tuve

un tiempo libre, me dirigí al mismo barrio y a la misma

plaza...Y.., allí estaba el sujeto de marras; pero esta vez,sentado, despierto, aunque no del todo sobrio. Debía ser

un hombre de alrededor de cuarenta años, aunque en su

estado sucio y desaliñado, con una barba crecida y roñosa,

aparentaba más de sesenta. Miré a mi alrededor y vi,

como la vez pasada, gente conversando, aunque la

mayoría estaba un tanto alejada del sujeto, que tenía

entre sus manos una botella con un líquido incoloro, la

cual, cada tanto, llevaba a su boca y bebía ansiosamente.

Pensé que sería algún tipo de bebida blanca como la

ginebra, pero el olor, que mezclado con un tufo hediondo,

llegaba a mi pituitaria, era de alcohol medicinal. Mi

curiosidad era tal que, venciendo todos los escrúpulos

imbuidos por una educación normal y no exenta de ciertoi

grado de cultura, me acerqué a él y, tomando asiento a su

lado, lo saludé cordialmente. Me contestó con una especie

de quejido , al tiempo que vislumbraba en sus ojos una

expresión de inesperado asombro; pero pronto comprendí 

que ello se debía a que él no lograba concebir cómo yo,

un ser normal, le dirigía la palabra y lo hacía amigable y

decorosamente. Enseguida, para variar, comencé a charlar

del tiempo deplorando el fatigante calor que nos envolvíaa pesar de estar sentados a la sombra de coposos árboles.

Así logré que me contestara y hasta intentara hilar una

conversación conmigo, aunque bastante incoherente al

comienzo, pero que, al rato, se fue tornando más normal.

 Yo lo observaba y contemplaba emocionado esos ojos

húmedos y llenos de una amarga tristeza, de una tristeza

muy profunda que expresaba más que las palabras la

enorme tragedia en que, seguramente, se debatía su

alma.

Ya llevábamos un rato bastante largo de

charla cuando, de repente, se puso bruscamente en pie y

casi gritó con una voz desgarradora"¡Todos dicen que no

tuve la culpa, que fue un accidente; pero la verdad es que

yo la maté y no me lo puedo sacar de la cabeza. Vivo (si

esto se puede llamar vivir) con la imagen desgarradora de

su muerte. Es un crimen clavado en mi cerebro y mi

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Eramos una familia feliz! Yo trabajaba casi sin

descanso, pero con gran alegría. La vida parecía

sonreírme. No aspiraba a mucho más. Estaba contento con

lo que tenía y le agradecía a Dios por la gracia que había

derramado sobre mí y mi familia...sin embargo...-y allí el

hombre vaciló un rato. Parecía como si tartamudeara porel movimiento tembloroso de sus labios, pero no emitía

ningún sonido. Sus ojos volvieron a brillar intensa y

lúgubremente. Pasó así un largo rato y yo esperé

pacientemente respetando su dramático, casi diría trágico

estado y comprendiendo que había en él una lucha interna

entre sentimientos y pensamientos tal vez encontrados y

aun antagónicos y hasta confusos. Sin embargo volvió a

serenarse lo suficiente como para continuar...: "pero tuve

una desgracia...Cierto día transitaba con mi camión por la

avenida Belgrano. El vehículo se deslizaba rápidamente y

muy sereno guiado por mis firmes y expertas manos y mis

hábiles pies. Yo no disminuía la velocidad porque había

"pescado" una racha de semáforos en verde; pero en el

instante menos pensado, en una esquina, se lanzó a la

calle una niña pequeña. Qudé momentáneamente helado,

aunque fue sólo una centésima de segundo, pues mis

rápidos reflejos, con peligro de volcar, llevaron

instantáneamente mi pie al freno correspondiente y mi

diestra al freno de mano, pero fue inútil, no pude clavar el

vehículo y la niña fue arrollada como si hubiera sido una

pluma. La aplasté con las ruedas y recién, diez metros másallá, pude frenar totalmente. Bajé azorado y horrorizado

dirigiéndome hacia el cuerpecito de la niña. Aunque se

había arremolinado mucha gente logré abrirme paso y

pude comprobar con terror a la nena totalmente

destrozada, hecha un guiñapo sanguinolento. Esa imagen

no la pude borrar nunca de mi memoria. Ahora mismo aún

la veo ante mis ojos, aterrado como en aquel momento.

Vino la policía, luego una ambulancia que se la llevó. Nada

se podía hacer ya por esa pequeña vida tronchada. Los

policías preguntaron a la gente que había sido testigo dehecho tan aciago y todos fueron contestes en afirmar que

la niña había intentado cruzar la calle con el semáforo en

rojo frente a ella, por lo cual yo no era responsable ni

mucho menos culpable de su muerte. Al rato apareció la

madre enloquecida, desgarrada por la noticia y se lanzó

sobre mí para arañarme, matarme si hubiera sido posible.

La gente, comprensiva, la sujetó y trató de calmarla, pero

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yo gritaba que la dejaran, que me matara, porque yo había

hecho lo mismo con su pequeña."¡Yo merezco la muerte

-grité- yo me siento asesino!"

"Sin embargo, entre curiosos y policías,

lograron dominar a la mujer y a mí me llevaron en un

coche a la comisaría para que hiciera una declaración y lo

mismo hicieron con varios testigos. Todos, una vez en la

oficina policial, ratificaron que la niña había cruzado la

avenida con el semáforo en rojo. Yo, en cambio, insistía en

mi carácter de asesino; pero no me hicieron caso. Decían

que era víctima de "shock emocional". Así fue que me

dejaron en libertad y me pidiern mis datos personales

(domicilio, etc.) para citarme ante los tribunales en su

momento oportuno. Lo propio hicieron con los testigos. No

tuve más remedio que irme; entonces fui a recoger el

camión y, manejando muy lentamente, lo llevé al garajede la firma para la cual trabajaba. De allí, cabizbajo y

cariacontecido, me fui a mi casa. Allí, sollozando, conté a

mi familia la triste noticia y luego me bebí casi una botella

entera de cognac y, beodo, me tiré en la cama y quedé

profundamente dormido.

"Mi familia estaba desesperada, pero, al propio

tiempo, confiaba en que ese estado de profunda depresión

y alarmante excitación combinadas se pasaría. Llamaron

al médico, pero éste fue poco y nada lo que pudo hacer y

recomendó que fuera atendido por un psiquiatra. Yo no

quise saber nada. No quería ver a nadie: ni a médicos, ni a

psicólogos, ni aun a mi familia. A los pocos días llegó la

citación del juzgado. Mi familia me llevó hasta allí en taxi y

declaré ante el juez que atendía la causa que yo era

culpable de la muerte de la criatura, pero las palabras de

los testigos más las opiniones de médicos especialistas en

traumas psíquicos convencieron al magistrado que había

sido un fatal accidente y que yo quedaba libre de culpa y

cargo.

Retorné a mi casa más angustiado que nunca y

mientras estuve con mi familia prácticamente no comía.

Sólo bebía y dormía. Mi mujer insistía en la necesidad de la

atención psiquiátrica y yo respondía violentamente

armando así reyertas que, junto al abandono de mi trabajo

al cual juré no volver más y jamás conducir ningún

vehículo, fueron enfureciendo a mi familia. No pude

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aguantar esa situación y, un día, sólo con lo puesto,

abandoné mi casa para nunca más volver. Me alejé lo más

posible de mi barrio para que no me pudieran encontrar y

así recalé en esta plaza donde los jubilados no me

molestan a pesar de mi deplorable estado y, hasta suelen

ayudarme. Gracias a eso puedo adquirir alcohol y,mezclándolo con agua, lo bebo para ver si algún día me

quedo dormido para siempre y acabo con este calvario,

con la imagen aterradora de esa niña destrozada por el

camión manejado por mí; pero no logro dormirme

definitivamente. Duermo y sueño con ella, estoy despierto

y la veo a ella. Nada puede cambiar esta candente

situación, esta amargura profunda que me ha quitado las

ganas de vivir. Mi familia, por suerte, no me ha

encontrado, o quizás no me ha buscado siquiera; pero yo

lo prefiero así, pues ellos no se merecen la desgracia de

aguantarme."

Quedé tan desolado después de escuchar este

relato que ni me animé, aunque lo pensé, a expresarle

palabras de aliento y, sobre todo, ni se me ocurrió

mencionarle el hecho de que él no era culpable de la

muerte de la niña porque, por lo que surgía de lo que

había narrado, eso lo ponía furibundo, así que me limité a

saludarlo despidiéndome cordialmente de él hasta otro

día.

A partir de entonces no pude resistir la

tentación de visitarlo con cierta frecuencia. Charlando un

rato con él sobre temas diversos pretendía alejarlo de la

fijación sobre su horrible drama que permanecía en él;

pero nunca podía lograrlo. Cuando yo esbozaba algunas

ideas sobre diversos problemas de la vida como la política,

la desocupación creciente, los atentados y amenazas

contra políticos y periodistas y aun sobre cuestiones como

el amor, la amistad, etc. él ignoraba completamente mis

palabras y volvía al tema personal que lo acongojaba.

Cuando insistía en ello yo trataba de desviarlo por otros senderos y aun

aconsejarle buenamente un tratamiento psicológico. Entonces se ponía fuera

de si y, en tales circunstancias, ante la imposibilidad de calmarlo, me

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levantaba, lo saludaba con suma cordialidad y me retiraba. Sin embargo, cada

tanto volvía a visitarlo, pues le había tomado cierto cariño, no lástima, sino

verdadero afecto. Así fue pasando el tiempo y repitiéndose mis visitas casi

semanalmente. Sin embargo, unas complicaciones de mis asuntos personales

me alejaron de él y estuve largo tiempo sin visitarlo. Pasados varios meses,

cuando mis problemas tomaron su derrotero habitual, volví a pensar en él ydecidí visitarlo. Me dirigí a la ya consabida plaza y me llevé la gran sorpresa:

mi amigo no estaba. Pensé que andaría por otros lugares o que había vuelto

con la familia. Mordido por la curiosidad pregunté a varios de los jubilados

sentados allí cerca. Un señor me respondió: "Murió en un accidente de tránsito

hace una semana, cuando iba a cruzar la calle sin ver el semáforo rojo. Lo

atropelló un camión. Falleció instantáneamente -y agregó enseguida- ¡Qué

curioso, no!, de la misma manera que la nena de su eterno relato. Otro señor

terció en la conversación y dijo: "Yo no creo que haya sido un accidente sino un

suicidio. "¿usted lo cree?" interrogué. Enseguida contestó:"¡ Estoy

absolutamente seguro!"

Autor: Jorge

Prieto Barrós

e mail: [email protected]

pág. web: www.jorge-prieto-barros.com.ar