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Clientes imaginarios.
La movilización electoral de los pobres
en el sistema electoral mexicano (1994-2003)
BORRADOR DE PROYECTO DE TESIS DOCTORAL
Programa: Procesos políticos contemporáneos
Departamento de Derecho Constitucional
Universidad de Salamanca
David Hernández Corrochano
10 de marzo de 2005
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Clientes imaginarios.
La movilización electoral de los pobres en el sistema electoral mexicano (1994-2003)
David H. Corrochano
Advertencia inicial
Este escrito, al igual que los anteriores en los que he ido delimitando el trabajo de tesis,
adolece de la ausencia de documentos, datos y bibliografía ya recopilada en tanto que
continuo esperando la llegada de materiales desde México. Por esto, el lector podrá
observar que mencionó algunos autores de memoria, sin contar con la referencia exacta de
cada uno de ellos, y anexo una bibliografía donde aparecen algunas de las fuentes que, de
nuevo de memoria en la mayor parte de ocasiones, nutren los argumentos. Ninguna de
ambas tareas está completa, es decir, faltan autores por mencionar y bibliografía que citar.
Por otro lado, el documento tiene un carácter de borrador por el que muchos de los aspectos
que contiene están sujetos a variaciones y necesitan una mayor dedicación, de este modo, el
lector podrá observar que determinados conceptos aparecen en negrita y acompañados de
una cita donde se da cuenta de este hecho y los problemas que conlleva para la
argumentación actual.
En cuanto al orden del documento: primero, ofrezco al lector un esquema de investigación
donde se presentan de manera resumida las intenciones del trabajo, para pasar después al
desarrollo del proyecto a partir de: primero, una introducción donde se especifica el tema
de estudio; segundo, el punto de vista desde el cual abordaré el trabajo, en términos tanto
conceptuales como analíticos; tercero, una descripción del contexto a través del cual
delimito el problema, las premisas y las preguntas de investigación; para terminar, en
cuarto lugar, con el planteamiento de la hipótesis.
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Esquema de investigación
TEMA:
A partir de la noción laxa de clientelismo electoral, entendido como compra y coacción del
voto, el proyecto trata de describir: por un lado, el modo en que el sistema electoral
mexicano ha incorporado la lucha contra el fraude vía clientelar a través de reglas y
prácticas que mantienen vivo el tema, y con ello la desconfianza hacia el electorado pobre;
y por otro, la manera en que los electores pobres conocen, aceptan y se comportan dentro
de este sistema, aspectos que muestra un proceso de muerte del clientelismo y, con ello, la
confianza que el electorado pobre tiene hacia el sistema electoral. El objetivo del proyecto
es dar respuesta, en términos de confianza, a la tensión existente entre la visión del sistema
electoral hacia el electorado pobre y de éste hacia el sistema.
PREMISAS:
(1) El sistema electoral mexicano ha sido diseñado como un mecanismo de generación
de confianza dentro de un contexto marcado por el fraude, ofreciendo buenos
resultados desde 1994 por los que existe un nuevo marco de confianza en la
operación y resultados de los comicios federales.
(2) A nivel micro existen tendencias por las que los actores, las estrategias, las reglas y
los intercambios clientelares son cada vez más disfuncionales en la movilización del
voto, por lo que éste está dejando de ser un objeto privilegiado de intercambio
incluso entre los sectores pobres.
(3) Existen indicios sobre la resistencia que puede presentar el sistema electoral al
momento de descentrarse de la dinámica general del sistema político, lo que incluye
seguir presentando/ pensando a las elecciones como coyunturas de riesgo.
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PREGUNTAS
(1) ¿Cómo interpreta el sistema electoral mexicano el problema de la compra y
coacción del voto, esto es, qué discursos, reglas y acciones emprende alrededor del
intercambio de votos por favores?
(2) ¿Hasta qué punto está interpretación se ajusta a los efectos que este fenómeno tiene
sobre el sistema electoral, esto es, al grado en que el clientelismo condiciona,
sustituye y determina el comportamiento de los electores, específicamente de los
electores pobres?
HIPÓTESIS:
Tras una década de cambio político-electoral, existe una tensión en la relación de confianza
entre electores pobres y sistema electoral por la cual: el primero piensa a los electores
pobres como clientes, incorporando a su discurso reglas y acciones que dan cuenta de ello,
recreando un clima de desconfianza; mientras los segundos conocen, aceptan y se
comportan como votantes libres y autónomos, lo que se basa en la confianza que han
depositado en el sistema electoral.
METODOLOGÍA:
Se trata de un estudio de caso que adopta una perspectiva macro por la cual: primero, el
concepto de clientelismo es tomado de una manera laxa; segundo, se circunscribe a un
espacio alejado de los clientes (el sistema electoral federal) y un tiempo determinado (las
coyunturas electorales); y tercero, privilegia el uso de datos indirectos y/ o no cercanos
como son: encuestas, noticias de prensa, grupos de discusión, documentos oficiales y de
asociaciones civiles, y entrevistas semi-estructuradas.
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Introducción
Los sistemas políticos latinoamericanos, se enfrentan al sempiterno círculo vicioso por el
que grandes masas de la población están mal integradas en los sistemas económico, social y
político dominantes, dada una pobreza en la posesión y manejo de los recursos y las
titularidades reforzada/ producida por la propia subordinación ante estos sistemas por más
que, en lo político, sean democráticos.1 En términos electorales esto lleva a pensar
intuitivamente al pobre como cliente, esto es, como un individuo que suma sus carencias a
la posesión de un valor escaso para los partidos políticos, el sufragio, y por tanto está
abocado a intercambiar el derecho al voto por bienes y favores, cuando no es que está
directamente coaccionado.2 En esta tesis quiero demostrar que esto no es cierto, por lo
menos entre la mayoría del electorado pobre mexicano. Detrás de esta afirmación, como
veremos a lo largo del trabajo, está la idea de que el verdadero problema del clientelismo en
México, léase de la integración político-electoral, es que mientras los pobres sí confían en
el sistema éste se empeña en imaginarlos como clientes.
Para el discurso posmoderno, existen instituciones inadecuadas a la creciente complejidad
social cuya supervivencia sólo se explica por la resistencia para admitir la muerte
institucional como un hecho (Beck). En principio, este fenómeno es difícilmente aplicable
al clientelismo porque suele ser considerado como un universal antropológico (Alcantud
1993; 41). Tal y como lo entendió Ibn Jaldún, el clientelismo es una relación espontánea
que entra dentro de la solidaridad colectiva (´asabiyya) fomentada por la mera cercanía
entre los individuos3:
1 A lo largo del documento haré una distinción, que me parece básica, entre recursos y titularidades. Esta es original de Amartya Sen, y la han desarrollado otros autores como Darhendorf, refiere a la diferencia entre los bienes que posee un sujeto (recursos) y los derechos para poder acceder a esos bienes (titularidades). 2 No entraré a especificar las razones por las que asocio directamente el fenómeno del clientelism con la pobreza, las cuales pasan por la capacidad que tiene el clientelismo como mecanismo de integración y generador de dependencia. Sin embargo, quiero advertir que en términos estrictos este tipo de relación aparece en cualquier grupo socioeconómico, aunque en su versión electoral sea más típico de los pobres. 3 Como veremos más adelante la figura del cliente tiene un carácter similar en la Roma antigua que en las sociedades beduinas primitivas a las que refiere exactamente el concepto de ´asabiyya, traducido como “sentimiento de grupo” (véase Brown 1986; 301-302).
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“El patrón y el cliente están siempre prestos a protegerse el uno al
otro, consecuencia de la simple convivencia que produce en el alma
un sentimiento de afinidad y simpatía hacia el vecino, el familiar, el
amigo y el allegado” (Jaldún 1997; 277).
Más allá de que los cambios históricos hayan variado el entorno y las formas de esta
amistad interesada4, podemos observar “la presencia reiterada de fenómenos clientelares
desde la Grecia clásica hasta nuestro tiempo presente... En la actualidad nadie duda de la
gran extensión temporal y geográfica de la relación patrón-cliente” (Robles Ejea 1996; 2).
Esta afirmación también es válida para el subtipo del clientelismo electoral, de manera que
el intercambio de votos por favores parece estar presente en todo proceso electivo. Así, dijo
Voltaire que si en algo se parecían el senado romano y las cámaras inglesas es que “sus
miembros son a veces acusados, seguramente con injusticia, de vender sus votos” (Voltaire
1981; 43).5 De manera similar, pero a un nivel que afecta a la generalidad o partes
sustanciales del electorado, se expresan algunos autores al referirse a las actuales
“democracias de consumo” (véase, por ejemplo, Hermet), y es fácil comprobar a través de
internet que las noticias y comentarios sobre clientelismo electoral son frecuentes en países
tan distintos como Francia y Taiwán, pasando por los Estados Unidos, Chile o España.6
Pese a esto, en esta tesis pretendo hablar de la muerte7 del clientelismo electoral, algo aún
más complicado de admitir cuando voy a tratar el tema para el caso de México.
4 El clientelismo es identificada por varios autores como una “amistad interesada”. Pese a que esta noción puede ilustrar bien un fenómeno donde, efectivamente, se combinan la aceptación que produce el conocimiento personal que hay entre patrón y cliente, con la búsqueda de un beneficio entre ambas partes, considero que puede conducir a errores porque: por un lado, la amistad no implica irrelevancia del interés; y por otro, el clientelismo es todo menos amistad, en cuanto prescinde de la horizontalidad que define a ésta siendo, por definición, una relación vertical. 5 He seleccionado esta cita de Voltaire por tenerla más a la mano, sin embargo, son muchos los autores clásicos que han dado cuenta del problema de la venta de votos al referirse a los sistemas de elección. 6 Parte de los materiales recopilados para la realización de esta tesis son noticias y artículos de diversa naturaleza buscados a través de internet. Entre estos, no sólo y no principalmente, hay trabajos de carácter académico, las más de las veces, se trata de noticias de diverso cuño pero siempre referidas a casos concretos de clientelismo, presente y pasado, en países muy distintos. 7 Como podrá apreciar el lector, a lo largo del trabajo iré sustituyendo la noción de “muerte” del clientelismo por expresiones como reducción o tendencia a la disminución del fenómeno, por lo que el uso de esta expresión resulta más un recurso argumentativo que subraya el carácter altamente marginal que el clientelismo tiene en el desenvolvimiento del sistema electoral mexicano, que un término descriptivo que da cuenta de la total desaparición del fenómeno.
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Tradicionalmente, las sociedades latinoamericanas y mediterráneas han estado vinculadas a
diversas formas de gobierno en red donde las relaciones y decisiones personales valen más
que cualquier norma escrita (Gellner). En México, la dualidad corporativismo-clientelismo
no sólo está presente en las descripciones sobre la colonia, sino que ésta se agudiza a lo
largo del siglo XIX en paralelo, paradójicamente, a la institucionalización del mercado, el
Estado nacional y las formas republicanas de gobierno.8 En el siglo XX, las características
del régimen posrevolucionario también han sido explicadas a partir de nociones como la de
sistema clientelar-corporativo que dan cuenta de dos hechos: primero, el carácter clientelar
de las relaciones cotidianas entre los ciudadanos y las autoridades de gobierno9; y segundo,
la existencia de un pacto de dominación entre las distintas estructuras de poder (caciques,
corporaciones, partido, burocracia), que incluyó las relaciones clientelares como
mecanismo habitual de reclutamiento e intercambio.10
La presencia del clientelismo en el régimen político mexicano se extendió a la comprensión
de su sistema electoral. Desde la aprobación del primer código electoral posrevolucionario
en 1918, asistimos a la progresiva institucionalización de un sistema electoral no
competitivo a partir del cual se estabiliza lo que Giovanni Sartori denomina un sistema de
partido hegemónico pragmático, es decir, un sistema de partidos donde sólo la agrupación
oficial tenía posibilidades reales de acceder al poder, lo que incluyó el uso de recursos
8 Las relaciones de patronazgo que conforman el fenómeno de cacicazgo, típico de la sociedad española del XIX pero trasladable, en cierto modo, a los países iberoamericanos, está íntimamente ligada a los procesos de modernización decimonónicos y sus límites. Por lo demás, no entraré aquí a matizar la afirmación anterior en lo que respecta a la noción de clientelismo aplicada a la sociedad colonial, y la de cacicazgo al momento de tratar el caso concreto de México donde este fenómeno no puede confundirse con el de caudillismo, aunque éste último derivara frecuentemente en el primero. 9 Aunque a este respecto se puede encontrar una abultada literatura, creo que hasta la década de 1980 los trabajos sistemáticos son pocos. Por un lado, tendríamos los de Loaeza y Tarrés para las clases medias, y por otro, los de Cornelius y Lomnitz sobre la supervivencia de los pobres urbanos. Sin duda, que una búsqueda más sistemática hará matizar esta afirmación. Por otro lado, cuando menos González Casanova ofrece una descripción de las relaciones de los pobres y el poder, con la noción de “colonialismo interno”, que remite a lo dicho con la particularidad que se da en una descripción general del funcionamiento del sistema político. En este sentido, el punto es destacar la existencia de: por un lado, un discurso compartido sobre la naturaleza clientelar del sistema político posrevolucionario que era trasladable a la vida cotidiana de los mexicanos; y segundo, que este hecho refiere, en todas las descripciones, a la presencia continua de intermediarios entre la sociedad y el gobierno. 10 La noción de “pacto de dominación” pertenece a Vivian Brachet-Márquez, quien ha revisado las tesis sobre el sistema posrevolucionario como un sistema clientelar. En cuanto a una descripción más concreta de los mecanismos y efectos de la selección de élites en el sistema político no cuento con mucha información por el momento, más allá de la obra clásica de Roderic Ai Camp al respecto.
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estatales y la distribución de prebendas con fines electorales. De este modo, para poder
aclarar la naturaleza de este trabajo lo primero que quiero determinar es qué voy a entender
por clientelismo o, más bien, desde que perspectiva voy a tratarlo para poder proclamar su
muerte dentro de un contexto de profundo cambio político democratizador.
El punto de vista
Como es regla en las ciencias sociales, la noción de clientelismo tiene una gran ambigüedad
por la que “se ha convertido en un concepto que sirve para todo, que se aplica casi
universalmente a una multitud de relaciones en formaciones sociales y económicas muy
distintas” (Gilseman 1986; 154), hasta el punto que “ha sido tan maleable y flexible que se
ha utilizado para describir diferentes prácticas que no siempre han respondido a la esencia
de la relación de clientela” (Corzo 2002; 3). Pese a esto, podemos llegar a cierto consenso a
través de una definición amplia donde el clientelismo trata de la “relación patrono-cliente,
[que] son expresiones para denominar a conjuntos de individuos que establecen alianzas
diádicas verticales, es decir, relaciones personalizadas o institucionalizadas entre
desiguales, con intercambio recíproco de bienes y servicios, que se consideran beneficiosos
por ambas partes” (Robles Egea 1996; 2). A partir de aquí, todo se vuelve más confuso,
seguramente porque la amplitud de esta definición hace que en ella quepan muchas cosas.
Una buena manera de comenzar a delimitar el concepto es fijarnos en Roma clásica, en
cuanto la sociedad romana institucionalizó formalmente la figura de los clientes.11 Tanto
Foustel de Coulange, como actualmente Grimal, destacan que en Roma los clientes eran
figuras intermedias entre los esclavos y los ciudadanos: por un lado, contaban con dos
derechos fundamentales, el derecho a la vida y a la propiedad individual; por otro, no
podían entablar por sí solos demandas jurídicas ni participar en política, aunque sí cambiar
11 Hay que señalar que la figura de los clientes fue variando según lo hizo la sociedad romana, de forma que no es lo mismo tratar el tema en referencia a la época primitiva, la república y el imperio. La descripción que aquí trabajo es la que corresponde a la época primitiva de Roma cuando, podemos decir, nace la figura de los clientes. El hecho de que existiera este reconocimiento normativo puede chocar con que el clientelismo suele tener una connotación de informalidad para la literatura. Sin embargo, considero que éste no es incompatible con que el Estado sancione legalmente la existencia de dicho espacio, sobre el cual establece límites pero donde no interviene. Es más, el reconocimiento legal del cliente viene dado desde su exclusión de este mismo sistema formal, cuando menos de su integración plena al mismo.
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de patrón; y por último, entre ellos y los patronos existía una relación de ayuda mutua por
la que los primeros apoyaban a su patrón, y estos protegían a los clientes como si fueran sus
familiares directos. El clientelismo era una forma de integración tangencial a la sociedad
romana a través de la asimilación de las clientelas a las familias primigenias y la potestad
del pater familia correspondiente, pero también un mecanismo de cohesión-reciprocidad
por el que patronos y clientes tenían lazos solidarios.12 De este modo, creo que una buena
manera de definir al concepto es señalando que el clientelismo es una relación social mixta
en cuanto que combina dos lógicas que se justifican al mismo tiempo:13
1. Una lógica de dominación no-estatal14, en cuanto el patrón ejerce cierta autoridad
privada sobre la clientela a la que representa en el espacio público.
2. Una lógica de economía moral, porque los bienes que intercambian patronos y
clientes no son evaluados a partir de una medida objetiva, sino de un conjunto de
valores subjetivos conocidos y aceptados por ambas partes.15
La síntesis conceptual que propongo, corresponde bastante bien a las descripciones
realizadas por lo que algunos autores entienden como la perspectiva antropológica del
clientelismo. Esta parte de reconocer que “el intercambio patrono-cliente se sitúa en algún
lugar del continuum que va de los lazos personales que unen a los iguales hasta los vínculos
12 De la misma manera que hablar de Roma antigua es útil por el alto grado de institucionalización que alcanzó el clientelismo, otros autores se han fijado en las sociedades beduinas donde las relaciones de clientela se caracterizan por: 1. posesión de los patronos de un recurso esencial; 2. esta propiedad se liga al estatus; 3. el cliente está privado de personalidad jurídica plena; 4. la relación patrón-cliente es estable en el tiempo; 5. el patronazgo es una parte importante del poder; 6. los clientes no pueden elegir entre ser clientes y patronos pero si entre patronos; 7. los clientes están dispersos en pequeños núcleos; 8. la fides entre patrón y cliente es producto de la vecindad y no de la relación clientelar; 9. se trata de una distinción de estatus; y 10. hay muchas relaciones sociales que quedan fuera de la relación patrón-cliente (Lloyd Peters 1986; 261-265). 13 Subrayo al mismo tiempo porque creo que la posición asimétrica que distingue al clientelismo de, por ejemplo, la amistad, reside en que el patrón ejerce un monopolio conjunto sobre determinado recurso escaso, y sobre los derechos que implica la posesión de dicho recurso. 14 Sobre el desarrollo del clientelismo como un sistema de dominación no estatal, estoy pensando en que el clientelismo, si bien puede no implicar una violación a las libertades negativa y positiva, siempre conlleva una relación asimétrica, regida por normas y pactos que van más allá del Estado, por la que se puede violentar la libertad como no dominación tal y como la entiende Pettit. 15 Tengo que señalar que hablar de un sistema de economía moral no implica que ambas partes no puedan realizar un balance de la relación en términos de interés y correspondencia, aspectos sobre los que trabaja Scott, para quien el equilibrio de reciprocidad patrón-cliente no es lineal, sino que depende del efecto de la tradición sobre la legitimidad, el impacto de los cambios repentinos del equilibrio y umbrales de supervivencia límites que hagan del equilibrio algo insostenible (Scott 1986; 46).
10
puramente coercitivos... [dentro de una relación] cara a cara, personal, por oposición a la
condición explícita de los contratos impersonales o de las relaciones formales de autoridad”
(Scott 1986; 37). A partir de aquí, el estudio del clientelismo se asimila a la comprensión de
las relaciones directas que patronos y clientes mantienen en un nivel micro. Sin embargo, el
carácter personal de la relación no implica que la antropología no reconozca la presencia de
formas de clientelismo moderno, en que los intercambios y el comportamiento de patronos
y clientes se adaptan a las variaciones del entorno demostrando la capacidad de resistencia
de las relaciones tradicionales (micro) a las instituciones modernas (macro) (Zuckerman
1986; 96; Gunes-Ayata).
Para la perspectiva antropológica, el clientelismo es un conjunto de relaciones que forman
una especie de institución voraz16, en cuanto ocupa “las relaciones entre patronos y clientes
en ámbitos de la vida económica, doméstica y simbólica, que incluyen ante todo
prestaciones fuera del mercado, protección, parentesco espiritual e identidad comunitaria”
(Alcantud 1996; 32; cursivas del autor), esto es, un amplio campo de acciones
reglamentadas, cuyo cumplimiento exige cierta intensidad y extensión de los compromisos
entre patronos y clientes, aunque no plena exclusividad.17 Dado este último matiz, a partir
de esta definición de corte antropológico se han hecho varias distinciones de tipos de
relación clientelar restringidos a determinados intercambios y esferas de acción social. Por
ejemplo, los intercambios de puestos por apoyo que caracterizan al clientelismo promotor
en la burocracia, de seguridad por fidelidad en el clientelismo paternalista llevado a cabo en
16 El concepto de institución voraz no se puede asimilar directamente al de una red clientelar aunque en lo particular ya la he utilizado en un artículo para referirme al tema. La definición de institución voraz es de Lewis Coser, y refiere a aquellos grupos y organizaciones que, a diferencia de las instituciones totales de Goffman, no impiden que los implicados se relacionen con el entorno, pero crean mecanismos capaces de asegurar una fuerte fidelidad entre los agremiados quienes se diferencian radicalmente del mundo en que se insertan. Este concepto ha sido usado para describir organizaciones tales como las sectas, los grupos revolucionarios, etc. Uso el concepto para hablar de clientelismo porque creo que subraya dos cosas: primero, que el aislamiento que favorece el surgimiento de las relaciones de clientela es acorde con el modelo de institución voraz; y segundo, que las redes clientelares en ocasiones cabalgan sobre modelos organizativos que exigen una fuerte distancia entre sus miembros y el resto de la sociedad, por ejemplo, comunidades indígenas y grupos religiosos. 17 En una revisión del concepto de institución voraz, la comprensión de éstas se basa en dos variables: la intensidad y la expansión de los compromisos. Así, las instituciones voraces se caracterizan por exigir un elevado compromiso de sus miembros, medido en términos de tiempo u otros recursos, y/ o un bajo grado de extensión, esto es, impide o dificulta que los agremiados tiendan relaciones alternativas a las de la institución. Creo que ambas variables pueden ser útiles al momento de analizar el fenómeno, siempre y cuando reconozcamos que las relaciones clientelares no son exclusivas.
11
las empresas, o de favores por votos en el clientelismo electoral que mantienen electores y
partidos, y del cual me ocupo en este trabajo.
El clientelismo electoral ha sido recurrentemente estudiado por la literatura, y no sólo desde
la perspectiva antropológica sino también desde un punto de vista histórico-politológico-
sociológico18 cuya característica diferencial es considerar al clientelismo electoral como un
epifenómeno del clientelismo como relación institucionalizada (Alcantud). Así, las
perspectivas no antropológicas se centran los efectos del intercambio de votos por favores
sobre el sistema electoral (macro)19, más allá de que entre patronos y clientes existan
relaciones cotidianas (micro) que vayan más allá de la coyuntura electoral. Desde esta
perspectiva, elementos definitorios del clientelismo, como la personalización de las
relaciones, su estabilidad o el componente emotivo-valorativo que liga a patronos y
clientes, llegan a ser obviados en el desarrollo de otra idea de clientelismo moderno
ajustado al modo de relación entre los partidos de masas y sus clientelas (Caciagli,
Rouquieu). Esto hace que frente a la definición estricta de clientelismo, la sociología
política privilegie una definición más flexible y altamente influida por las nociones
(estereotipos) que la opinión pública tiene sobre el tema, es decir, dentro del clientelismo
cabrían cosas, a veces tan distantes, como los votos comprometidos voluntariamente con un
patrón, como los acarreos de electores efectuados por un partido la misma jornada electoral.
Para las perspectivas no antropológicas, el clientelismo de patronazgo es sustituido por un
clientelismo particularista cuya expresión más moderna se da dentro del clientelismo de
partido, que “instrumentaliza o sirve de vehículo y soporte a la relación establecida entre
patronos y clientes. Característica claramente moderna en su versión institucional,
18 Hago este listado en cuanto que a través de diferentes autores, se puede llegar a la conclusión que la antropología se enfrenta al resto de disciplinas sociales, las cuales, a partir de ahora, reduciré a la categoría de sociología política por razones que tendré que especificar a lo largo de la tesis. 19 Como observará el lector, a lo largo del documento no he llegado a construir una definición precisa de sistema electoral, aunque más adelante dedicaré unas líneas a esto. Si comienzo aquí a usar el concepto, es porque la literatura sobre clientelismo así lo hace cuando trata a la perspectiva de la sociología política, sin que por ello, llegue a una definición precisa al respecto. En este sentido, se podría pensar que el primer y principal efecto del clientelismo electoral está en los resultados electorales, sin embargo, creo que el uso de la noción de sistema electoral subraya que va más allá de esto. Por supuesto, que no podemos entender aquí al sistema electoral como las simples reglas de traducción de votos en escaños, sino que necesariamente, el sistema electoral es un conjunto de reglas y actores más amplio, que giran y actúan en torno a la competencia electoral.
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relativamente impersonal, de masas (lo que no implica que se estimule siempre la
participación de éstas), y por tanto hoy mucho más frecuente y distinta de la personalizada
en su forma tradicional” (Cazorla 1996; 303). A partir de aquí, frente a la comprensión de
las relaciones cotidianas entre patronos y clientes que privilegia métodos etnográficos de
recolección de datos, la sociología política plantea el estudio del clientelismo a través de
fuentes secundarias, tales como noticias de prensa, correlación de datos estadísticos o
baterías de entrevistas, donde lo que interesa no es dar cuenta de la relación clientelar al
modo antropológico, sino de la existencia del mero intercambio de sufragios por favores
durante las elecciones y sus efectos sobre el sistema electoral.
Planteado así el debate, ya en 1977 Alex Weingod señalaba que “...en manos de
antropólogos sociales y de cientistas/ políticos estos términos oscilan entre la especificidad
definicional, por un lado, y una especie de metáfora poética, por otro” (Weingod 1986; 63).
La metáfora poética de sociólogos y politólogos fue objeto de crítica para la antropología
en cuanto “el sociólogo, operando en parte con su modelo funcionalista y en parte con el
modelo consciente de secciones de la sociedad que estudia, ensalza el poder integrador del
clientelaje. Pero al hacerlo imposibilita el estudio objetivo de su propia ideología y de la
ideología de los demás...” (Giselman 1986; 175), de manera que se impide “que las
relaciones sean estudiadas [...] en sí mismas, prescindiendo de los sentidos que se les
atribuyen” (Silverman 1986; 32). Como intentaré subrayar a lo largo de este trabajo, esta
advertencia no invalida el punto de vista de la sociología política para la investigación, pero
advierte sobre la necesidad de reflexionar sobre el significado de la definición laxa de
clientelismo cuando es aprehendida y utilizada por los actores político-sociales20
20 Uno de los problemas irresueltos hasta el momento, es el de definición de sistema electoral lo que afecta a dos hechos: primero, a la comprensión de las instituciones desde dos puntos de vista, como conjunto de reglas y como organizaciones; y segundo, entender que dentro de la laxa categoría de actores político sociales estoy entendiendo cosas tan disímiles como la opinión pública, expresada en encuestas y medios periodísticos, las instituciones electorales, a través de sus informes, leyes, etc., y las organizaciones no gubernamentales, específicamente aquellas que se dedican a la promoción del voto libre y secreto, otras instituciones ejecutivas y legislativas, y los partidos políticos. Por supuesto, ambas cosas se tendrán que corregir a lo largo del trabajo, primero, privilegiando una concepción de las instituciones como reglas, y segundo, ordenando y definiendo lo que por ahora llamo actores político-sociales.
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generando un tema que, en México, se sintetiza en la fórmula de compra y coacción del
voto, lo que incluye cualquier tipo de intercambio de votos por bienes y favores.21
Dentro de la crítica antropológica, siguiendo a Javier Auyero podría sostenerse que la
sociología política es parte de una visión lejana del clientelismo incapaz de comprender el
topos por el que el apoyo de los clientes pobres a determinados partidos no está motivado
por la recepción de beneficios (el mero intercambio que implica la compra y coacción),
sino por el hecho de que dicho trueque se sustenta en redes que operaban con anterioridad
(Auyero 2002; 22-39). De este modo, cuando el clientelismo no es analizado como una
relación institucionalizada que funciona a nivel micro, cualquier indicio de intercambio
irregular entre electores y partidos lleva a la conclusión de que estamos frente a un sistema
clientelar cuando, en realidad, nos podemos encontrar ante otro tipo de fenómenos como
los círculos de amigos e intermediarios que no entran en una definición estricta de
clientelismo por su horizontalidad o lo esporádico e impersonal de la relación (Farrag 1986;
216). Así, frente a la idea de votantes cautivos que ofrece la visión lejana del clientelismo,
los estudios antropológicos dan cuenta de que las clientelas políticas, en sentido estricto, no
movilizan un número de votantes que vaya más allá del restringido círculo cercano al
patrón (Brown 1986; 320; Auyero 2002; 195). Podríamos decir que para la antropología, la
sociología política, más que observar clientes-electores, los imagina.
Sin embargo, aún dando por totalmente válida esta afirmación, la visión lejana podría
constituir un objeto de investigación en sí mismo, sin el cual no podríamos conocer el topos
a través del cual el sistema electoral está apoyado por un discurso de la compra y coacción
del voto, que justifica un entramado institucional que gira alrededor de la prevención del
fraude vía clientelar. Parafraseando a Julio Caro Baroja, en su estudio clásico sobre la
brujería, en primer lugar considero útil investigar no el discurso de los supuestos clientes,
sino el de aquellos que hablan de los clientes porque sus argumentos constituyen una
21 Cuando señalo “cualquier tipo” lo hago en tres sentidos: primero, en cuanto la relación que mantienen los sujetos que intercambian, que puede ser esporádica o continua, impersonal o personal, etc.; segundo, en lo que respecta a la calidad de los objetos que intercambian, que pueden ir desde “cachuchas” (gorras), hasta sacos de cemento o puestos de trabajo, tal y como lo muestra la variedad de respuestas que arrojan las encuestas; y tercero, porque dada esta ambigüedad a veces no son distinguibles los repartos de propaganda de los intercambios clientelares, la promoción del voto con la coacción.
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realidad en sí misma, dentro de la cual los clientes verdaderamente existen.22 Pero además,
una vez establecido que en México hay un discurso dominante y alejado sobre el
clientelismo electoral, en que éste es visto como un hecho característico de la relación entre
partidos y pobres que está incorporado a la naturaleza y desempeño del sistema electoral,
me pregunto en qué medida la noción de compra y coacción es útil, ya no como objeto en sí
misma, sino para la propia investigación del comportamiento electoral de los pobres, es
decir, para la observación lejana de los supuestos clientes.23
En primer lugar, las perspectivas no antropológicas sobre el clientelismo han incorporado a
su análisis conceptos prestados de la teoría de redes que dan cuenta de las relaciones
cotidianas patrón-cliente y su vinculación con el entorno (Revista Historia Social). Pero
más allá de esto, en segundo lugar, y como señala Ramón Máiz, “un error generalizado que
suele cometerse en el estudio del clientelismo consiste, precisamente, en la confusión de
una perspectiva micro, con una lógica necesariamente referida a los actores y sus
estrategias, y una perspectiva macro, centrada únicamente en el sistema y las estructuras
políticas... el carácter micro o macro de una práctica (acción) o una institución (sistema) ha
de referirse estrictamente a su extensión espacio temporal relativa. De este modo, se salva
la decisiva posibilidad de considerar sustantivamente tanto el clientelismo en cuanto acción
colectiva a nivel macro (la movilización clientelar), cuanto su dimensión sistémica,
asimismo macro (el componente clientelar de un partido)” (Máiz 1996; 45).
22 Aunque no me interesa indagar demasiado al respecto, considero que este primer ejercicio de revisión conceptual no sólo está justificado a través de la mención a un antropólogo, Caro Baroja, sino que me sitúa en una suerte de ejercicio de segundo orden por el que se podría indagar hasta qué punto trato de incorporar dos puntos de vista en la investigación: uno antropológico sobre el punto de vista lejano, para después analizar el comportamiento electoral de los pobres a través de este último. Como digo, por el momento no me interesa demasiado explotar esta línea. 23 Tampoco entro por el momento en la discusión teórica sobre como poder traspasar una noción del saber común a una categoría de análisis, pero me basaré en tres principios para hacerlo: primero, en que este hecho de interconexión entre las categorías de las ciencias sociales y el lenguaje común constituye una regla; segundo, en que ambas visiones se basan en un mismo principio sobre lo razonable; y tercero, que la diferencia entre ambos reside en el método de observación y posibilidades en la recolección de datos, por lo que, pese a usar el mismo concepto, éste puede llevar a conclusiones distintas.
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A partir de la observación de Máiz, he construido un cuadro en el que existirían cuatro
posibilidades de investigación, o perspectivas, en torno al clientelismo electoral.24 De éstas,
mi intención es centrarme en las dos calificadas como macro, en cuanto que si la
delimitación de lo micro-macro25 pasa por ser un problema de ubicación espacio-temporal,
esta tesis se desarrolla en un espacio lejano al cliente –el sistema electoral federal
mexicano- y un tiempo coyuntural –las jornadas electorales. Del sistema, en cuanto interesa
el grado en que éste se considera afectado por el clientelismo electoral (la definición laxa
como objeto de investigación). Pero también de la acción, porque importa la movilización
electoral26 asumida, por el momento, como un equivalente a la participación electoral que
incluye el conocimiento, la aceptación y el comportamiento de los electores en el sistema
electoral (la definición laxa como instrumento).
Acción Sistema
Macro Movilización electoral Sistema electoral
Micro Actores y estrategias Reglas e intercambios
Antes de continuar, hay que advertir que en la observación de la movilización electoral que
planteo, el centro de atención es el comportamiento de los electores pobres. En este
momento no entraré a definir de un modo preciso quiénes entiendo como electores
pobres,27 sin embargo, es necesario tener en cuenta que se trata de un amplio sector del
24 Como verá el lector, las dimensiones integradas al cuadro no corresponden exactamente a la cita de Máiz en cuanto que, por un lado, en el cuadrante marco-sistema incluye lo que denomina “componentes clientelares de los partidos” que nosotros hemos trasladado al cuadrante micro-sistema bajo la denominación de “reglas e intercambios”, situando en el cuadrante marco-sistema al conjunto del sistema electoral en los términos imprecisos con que lo estoy tratando por el momento. No entraré a explicar las razones que llevaron a esta decisión, pero tengo que subrayar falta de revisar otras referencias del propio autor u otros y considero esta clasificación como muy preliminar especialmente por un factor que no logro resolver, y es la identificación perversa que se da en el esquema entre perspectiva macro (situada en el sistema electoral) e inclusión de una dimensión al interior del cuadro que es, en cierto modo, igual a la perspectiva marco (el sistema electoral en sí mismo). 25 Por el momento, he resuelto la adopción del punto de vista como macro a partir de una única referencia a Máiz, que ha sido útil en cuanto a que dota de sencillez y coherencia al conjunto de la argumentación, pero que considero insuficiente por lo que a lo largo de la investigación habrá que revisar otras posturas al respecto. 26 Los comentarios realizados anteriormente sobre el concepto de sistema electoral son trasladables al uso que le estoy otorgando a la “movilización electoral”, concepto aún por construir sobre el que más adelante trataré de manera somera. 27 La definición de la pobreza es un tema de discusión, especialmente en lo que refiere a la medición del fenómeno. A lo largo de la tesis, no entraré en este debate sino que optaré por dos cosas: primero, construir
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electorado caracterizado por una baja posesión de recursos (económicos, educativos,
sociales, etc.) y un manejo inadecuado de titularidades. Estas características hacen que el
ejercicio ciudadano de los pobres esté ciertamente limitado, formando lo que Guillermo
O´Donnell llama “zonas marrones” en las nuevas democracias latinoamericanas. Pese a
esto, lo que quiero ilustrar en esta tesis es que la condición de pobre no implica un mal
manejo del voto cuando el sistema electoral es capaz de ofrecer confianza al conjunto del
electorado. En cierto modo, y siguiendo a Roniger, proponemos que la universalización
efectiva de los derechos ciudadanos es el principio del fin de las prácticas clientelares, lo
que aquí ejemplificaré a través del sufragio. Además, quiero destacar que este aspecto está
en tensión con la naturaleza y funcionamiento de un sistema electoral que continua
diseñado para contrarrestar fuertes dosis de desconfianza que él mismo llega a generar.
Con el fin de desarrollar el argumento sostengo que en las democracias modernas entre los
electores y el sistema electoral hay una relación de mutua confianza28 por la que: primero:
(1) los electores conocen la naturaleza del sistema electoral, en términos de su fiabilidad al
momento de tener en cuenta sus preferencias entre alternativas en competencia; (2) aceptan
como justos los modos de operación y resultados del sistema; y (3) se comportan dentro de
las reglas que éste determina; y segundo: (1) el sistema electoral considera que los electores
están capacitados para elegir, (2) construye reglas a través de las cuales traducir la suma de
elecciones individuales y libres en un resultado determinado, y (3) estas reglas son operadas
de forma tal que durante toda la coyuntura electoral la voluntad de los electores sea
respetada. Este proceso lo esquematizo en el siguiente cuadro:
una definición de pobreza suficiente para dar cuenta de las condiciones de vida que supone; y segundo, analizar los datos (encuestas, entrevistas) a partir de variables vinculadas a la posición socioeconómica de los individuos como escolaridad e ingresos. 28 De nueva cuenta otro concepto central en la argumentación que no queda definido, sobre el que más adelante seguiré hablando pero cuyo desarrollo no podré ofrecer en este documento.
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No todas las democracias presentan esta dinámica de mutua confianza, por ejemplo, las
democracias decimonónicas se caracterizaron por altos grados de desconfianza entre los
electores y el sistema por la que, los primeros presentaban notables índices de
abstencionismo y participación clientelar, mientras el segundo incluyó argumentos, reglas y
prácticas que venían a restringir y limitar la participación electoral. En el caso de las
democracias contemporáneas, basadas en el reconocimiento del sufragio universal,
tendentes a adoptar reglas pluralistas y sustentadas en el control de la incertidumbre
electoral, la desconfianza del sistema no se manifiesta a través de la segregación-
restricción-fraude, sino de diferenciación-protección-supervisión sobre un sector del
electorado, los pobres, que en una situación de normalización electoral siguen siendo
pensados como distintos en términos de inferioridad. Para seguir desarrollando los
argumentos abro dos apartados: por un lado, uno sobre el contexto, donde estableceré la
pregunta y la premisa de investigación; y por otro lado, uno en que plantearé la hipótesis a
partir del esquema de análisis desarrollado hasta ahora.
La evolución electoral en México
La historia electoral mexicana está marcada por una “leyenda negra” para la cual es
aceptado que los procesos electorales de los siglos XIX y XX han sido, por lo general,
fraudulentos y no competidos (sobre el tema, Medina Peña). Sin embargo, cuando menos
para las primeras elecciones del XIX, Daniel Cossio Villegas sostuvo, en base a la
legislación electoral y la comparación de los resultados con el sentir de la opinión pública,
Electores Sistema electoral
Conocimiento – aceptación – comportamiento
Mentalidad –reglas - desempeño
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que reflejaron realmente la voluntad de los electores. Esta línea de interpretación ha tenido
continuidad, pero aún así, los pocos estudios de caso encontrados reflejan la importancia
que tenía la movilización de las clientelas políticas durante las jornadas electorales del
periodo. Este hecho se consolida a partir de 1884, con la instauración de la dictadura
constitucional de Porfirio Díaz en que las clientelas se estructuran a partir de una
maquinaria electoral de carácter centralizado y patrocinada por el Estado.29
Tras la proclamación de la Constitución de 1917, aún vigente30, las elecciones no se
normalizaron hasta finalizar la década de 1940. Durante las décadas de 1920-1930, los
comicios reflejaban la falta de unidad entre los caudillos de la Revolución, tanto como la
radicalización y fragmentación de las organizaciones de masas. De este modo, el clima
electoral era de una extrema violencia, ejercida en ocasiones por un Estado cuya prioridad
era la estabilización del régimen político.31 En la década de 1940, los comicios estarían
marcados por las divisiones en el partido de Estado creado, precisamente, para agrupar a los
poderes locales y organizaciones de masas posrevolucionarias.32 La violencia seguiría
29 No entraré en el debate sobre la interpretación de los procesos electorales en los países latinoamericanos del XIX, y concretamente en México. Según creo, existen dos posturas, la primera, tendería a matizar la hipótesis del fracaso total del republicanismo, donde creo podemos encontrar a autores como Medina Peña, Annino e inclusive Escalante, y por otro lado, autores como Guerra, donde destacan los elementos autoritarios. Sin embargo, en este momento solo puedo mantener esta afirmación con muchas reservas. 30 El hecho de que la Constitución nacida del proceso Revolucionario de 1910 siga vigente, marca una distancia entre el cambio político mexicano y otros casos típicos de tránsito político democratizador. Sin embargo, es justo señalar que entre el texto original de 1917 y la norma actual existen diferencias, especialmente referentes a las áreas de intervención económica estatal. Por otro lado, en lo que atañe a la legislación electoral, ésta ha estado regida por diversos códigos que han variado constantemente a partir de la ley original de 1918. 31 Sobre esto, podemos referirnos al tiroteo que mantuvieron los “camisas rojas” contra los “camisas doradas” en el centro de Coyoacán, al asesinato en la carretera de Cuernavaca de votantes y seguidores lombardistas, o al diario del cacique González N. Santos, quien no tuvo reparos en narrar sus delitos, incluidos los electorales. Todas estas anécdotas, que describen el clima de una época, creo que pueden consultarse en varios textos sobre el periodo, donde, en lo que atañe a lo electoral, también se destaca el progresivo control legal que el gobierno tuvo sobre las elecciones, desde la promulgación del código electoral de 1918 hasta la reforma de 1963 en que, con la introducción de los diputados de partido, el PRI “reforzaba a su propia oposición”. 32 La institucionalización del régimen político mexicano partió del principio de no reelección, sobre cuya importancia simbólica y práctica para el régimen posrevolucionario no me extenderé. La cosa, es que éste postulado fue violentado por el general Álvaro Obregón quien impulso la reelección no consecutiva siendo reelegido presidente. Existe la hipótesis que el general hubiera ejercido como un segundo Porfirio Díaz sino es por el atentado que, como candidato electo, le costó la vida. El presidente saliente, el general Elías Calles, gobernaría –más menos, está por discutir- a la sombra de tres presidentes bianuales. Con la llegada a la presidencia del general Lázaro Cárdenas, y el exilio de Callés, se estabilizarían definitivamente las reglas de sucesión presidencial. Sin embargo, los dos siguientes ungidos presidentes, el general Ávila Camacho y el licenciado Miguel Alemán, enfrentaron las escisiones de Múgica y Padilla (¿), respectivamente, por lo que no podemos hablar de una definitiva consolidación de las elecciones presidenciales hasta 1952. Dentro de este
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presente, aunque serían la alquimia electoral33 y la movilización de clientelas los medios
privilegiados para amarrar los resultados electorales.
En el periodo de estabilidad autoritaria la celebración regular de elecciones no implicó la
existencia de competencia dentro de un régimen caracterizado por: 1. el control de los
organismos electorales por parte del ejecutivo; 2. la utilización de recursos públicos en las
campañas del partido oficial; y 3. el uso del fraude y la alquimia para ajustar los resultados
(Molinar Horcasitas). Pese a que el sistema electoral estaba diseñado para favorecer al
oficialismo lo cierto es que, hasta finales de la década de 1960, la oposición al régimen era
débil y éste contaba con el apoyo y la aquiescencia de buena parte de los mexicanos, por lo
que el PRI tenía un caudal importante de votos duros, identificados con los principios que
representaba el discurso hegemónico del nacionalismo-revolucionario.34 En aquellos años,
a esto se unió lo que podemos llamar una alta legitimidad por desempeño.35
Entre la década de 1950-1960, México vive un periodo de elevado desarrollo socio-
económico coordinado a través del Estado. Pese a que el mayor abultamiento del aparato
público mexicano se produce en la década de 1970, lo cierto es que a finales de 1940 contexto, la creación de un partido de estado capaz de aglutinar y dar orden a los conflictos posrevolucionarios fue clave en la institucionalización del régimen político. La evolución como Partido de la Revolución Mexicana, Partido Nacional Revolucionario, para finalmente quedarse con el nombre de Partido Revolucionario Institucional, da cuenta de las diversas etapas de integración en el partido de Estado, primero, de los caciques territoriales, después, de las corporaciones sociales, para finalmente transformarse en una agrupación civil que no integraba explícitamente a una corporación militar. 33 La “alquimia electoral” se diferencia del fraude en que la manipulación de resultados no tiene como fin que el perdedor gane, sino que el ganador determine el grado en que conviene que sus oponentes tengan más o menos votos. A este respecto, Cossio Villegas comenta, sobre la elección de Alemán contra Padilla, que si al segundo se le hubieran respetado sus votos no habría ganado, pero probablemente hubiera formado una nueva agrupación política por lo que el sistema no hizo fraude en sentido estricto, sino que maquilló los resultados para asegurar la retirada de la política del escindo candidato. 34 ¿Qué significa el priísmo como ideología? Pese a que podemos tener ciertos contornos claros sobre esto, lo cierto es que es una pregunta demasiado complicada para un partido que, por siempre, tuvo una vocación integradora de ideas cuya manifestación más simple se dio, por décadas, en la división cardenistas (izquierda) y alemanistas (derecha), y que en los últimos veinte años ha variado sustancialmente su relación con los llamados principios “nacionalistas revolucionarios”. Pese a todo, existen trabajos al respecto entre los que recuerdo un breve ensayo de Fernando Escalante cuyo título, dicho de memoria, es suficientemente evocador: “el dinosaurio que todos llevamos dentro”. Por último, y sin haber entrado en la discusión, actualmente a través de los trabajos, especialmente de Alejandro Moreno, podemos analizar el perfil del electorado mexicano, incluido el voto duro del PRI que continua siendo el más elevado de todos los partidos del país. 35 La noción de “legitimidad por desempeño” es habitualmente aceptada y de ella podemos encontrar definiciones como la de Clauss Offe. Aunque puede ser objeto de discusión si la comparamos con la definición clásica de legitimidad desarrollada por Max Weber, por el momento no entraré en este aspecto con el fin de simplificar los argumentos.
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comenzó un proceso de crecimiento e integración de las clases medias y obreras
emergentes a nuevas instituciones estatal-corporativas de seguridad y asistencia social. Esto
permitió el desarrollo de mecanismos de distribución de recursos y servicios vinculados a
las camarillas burocrático-sindicales, esto es, a la estructura del partido oficial.36 Pero
también la instalación de departamentos, prácticas y políticas públicas de carácter más
universal e impersonal.37 Por otro lado, pese al crecimiento económico, la zona rural se
caracterizó por una persistente pobreza que se extendió gradualmente a los perímetros
urbanos, campesinos e inmigrantes internos cuya supervivencia estaba ligada a diversas
formas de cacicazgo también relacionadas a los organismos públicos-oficiales.38 Pese a
esto, dentro del imaginario político los campesinos fueron considerados “los hijos
predilectos de la Revolución”, lo que se acompañó de políticas que variaron profundamente
la estructura agraria y las relaciones políticas de los pobres.39 En este sentido, el régimen no
sólo articuló una red de control político, sino un sistema de reciprocidad en que la “lealtad”
36 No existen demasiados trabajos sobre las formas de reclutamiento y servicio de los políticos y burócratas mexicanos, sin embargo, a través de diversas fuentes sería aceptable transpolar el siguiente comentario sobre la administración pública de la España franquista al caso mexicano: “la fuerte presencia del clientelismo subalterno de tipo burocrático, en un régimen de partido único” (Jerez Mir 1996; 271). Por supuesto, la gran diferencia es que en México no se trató de un régimen de partido único, sino hegemónico si seguimos la clasificación de Sartori, lo que propició: primero, la presencia continua de mecanismos de cooptación y control de élites opositoras al interior de los sindicatos o las universidades, lo que generó prácticas como las del “sindicalismo charro” o “el porrismo” capaces de limitar la pluralidad efectiva; y segundo, la aparición y consentimiento de espacios de acción política marginales, pero alternativos, promovidos por la iglesia o los empresarios. Más allá de este importante matiz, en líneas generales la importancia del clientelismo burocrático es evidente si atendemos a uno de los problemas aún irresueltos de la administración pública mexicana, como es la ausencia de un servicio profesional de carrera. 37 Pese a que en líneas generales, como lo señalamos en la cita anterior, México presente rasgos de lo que Peter Evans llama un modelo de Estado predador, hemos de destacar que: primero, existieron áreas del Estado donde se profundizó en la profesionalización de la administración pública, como hacienda y asuntos exteriores; segundo, que existieron políticas, como las de alfabetización, que más allá de su éxito o fracaso adquirieron un carácter universal; y tercero, que la creciente urbanización y crecimiento poblacional forzaron la adopción de relaciones y políticas tendentes a criterios de impersonalidad y la eficiencia que limitaron la funcionalidad del clientelismo. 38 La relación de los pobres con el sistema político ha estado vinculada a la presencia de intermediarios. En el campo se dieron dos procesos: primero, la sustitución de las antiguas redes caciquiles por los nuevos líderes surgidos del proceso armado; y segundo, la recreación de los “usos y costumbres” de las comunidades indígenas a la lógica electoral del PRI. En las ciudades, según los trabajos de Cornelius y Lomnitz, las formas tradicionales de relación socio-política sobrevivieron con la emergencia de nuevos líderes urbanos que actuaban como brokers. 39 Pese a que el régimen priísta reprodujo-reconstruyó el tejido caciquil, la relación del poder con los pobres varió sustancialmente, aunque para ello sólo consideremos el nivel discursivo donde estos adquirieron el estatus de protagonistas. Pero esto fue más allá: por un lado, las redes caciquiles se integraron a partir, en muchas ocasiones, de organizaciones de masas; por otro, la creación de instituciones como el ejido reforzaron las relaciones horizontales en el agro; y por último, las políticas de nacionalización agraria, si bien sus alcances fueron limitados y no acabaron con la pobreza, supusieron transformaciones básicas en la estructura económica del campo.
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y la “disciplina” a la autoridad establecida y las reglas informales fueron elevados a valores
máximos, aunque tuvieran que convivir, de un modo u otro, con los derechos de ciudadanía
incorporados al discurso oficial.40 El sistema político, y dentro de él el sistema clientelar,
no sólo era un espacio de obediencia, sino también de rebeldía y resistencia por el que el
régimen mexicano tuvo que incorporar prácticas capaces de asegurar el reconocimiento de
ciertos derechos y límites a la discrecionalidad autoritaria.41
En este contexto, las elecciones no tenían la función de regular la competencia sino de
legitimar al régimen, socializar a los electores, asegurar la movilidad de las élites oficiales y
renovar el estilo de gobierno (sobre el tema, véanse Hermet y Linz). Pero siempre las
votaciones se celebraron regularmente, había partidos opositores y, en ocasiones,
40 En muchas ocasiones, los trabajos de clientelismo –especialmente sobre España y sur de Italia- aluden a la presencia de una cultura de la sumisión como aspecto integrado a la “hegemonía clientelar”. Para el caso de México, este hecho fue documentado desde el estudio clásico de Almond y Verba bajo el concepto de cultura parroquial, pero creo que es importante tener en cuenta que, frente a casos como el español, en México esta matriz cultural convivió con un discurso oficial de carácter liberal-socializante donde el individuo era elevado a la categoría de ciudadano. Esto creo cierta esquizofrenia discursiva en lo que algún autor ha llamado una “cultura política ambigua” que acepta que las prácticas y el deber ser disten de ajustarse el uno al otro. Sin embargo, creo que más que subrayar esta efectiva distancia, lo interesante es pensar como ambas facetas se retroalimentaron e influyeron mutuamente, es decir, no todas las prácticas políticas eran informales, ni la ley era simplemente papel mojado. Por otra parte, es digno subrayar que la disciplina y la lealtad no son incompatibles con la república, sino más bien todo lo contrario como lo ejemplificaría Jenofonte, al que Edith Hamilton llamó el “caballero griego por excelencia”, el caso es que para México –seguramente, podríamos decir algo similar para España- se dio un proceso de apropiación simbólica y discursiva de la representación nacional por una parte de la nación, por más que fuese mayoritaria. En términos electorales, esto propició que durante años el PRI no sólo fuera calificado como partido oficial y de Estado, sino que para algunos electores representara el partido nacional o el partido de México con lo que ello significa en una cultura política altamente nacionalista. Así, estas virtudes de lealtad y disciplina no se refirieron a las normas formales, sino a multitud de reglas no escritas de ejercer y entender la política. 41 Al respecto, los trabajos más conocidos son los de James Scott, quien desarrolla los conceptos de “balance” y “rebeldía” al momento de explicar la capacidad de los pobres para relacionarse con el poder desde el reconocimiento de su situación de marginalidad y la necesidad de marcar límites. Esta idea, cuestiona el concepto de hegemonía que, como habrá observado el lector, utilizo con cierta reiteración. Para el caso de México, esta posición ha sido desarrollada en un libro compilado por Nugget donde se da cuenta de la capacidad de los sectores populares para manejar ventajosamente el propio discurso dominante, el cual surge no sólo como una imposición vertical sino a partir de complejas negociaciones. En este sentido, quiero advertir que: primero, que el uso de la noción de hegemonía, especialmente al referirme al ámbito electoral y el carácter del PRI, es “suave” en cuanto sigue simplemente la definición que Giovanni Sartori hace del sistema de partidos mexicano. Quiero subrayar que el autor habla de hegemónico-pragmático, lo que da cuenta de la amplia flexibilidad de la ideología de la Revolución (el trabajo clásico al respecto es el de Arnaldo Córdoba), en lo que en términos de Juan José Linz sería, más que una ideología, una “mentalidad distintiva”; segundo, pese a este uso laxo del concepto de hegemonía, y a salvedad de todas las matizaciones que se puedan realizar sobre el grado en que ésta se expresa, a veces también uso el concepto de un modo estricto para resaltar como alrededor del PRI se constituyó un bloque hegemónico donde las principales fuerzas sociales, incluidos la Iglesia y los empresarios, coadyuvaron a la reproducción del discurso dominante.
22
candidatos presidenciales alternativos.42 Las victorias de los candidatos oficiales eran
producto de la Paz-Prosperidad logradas por “la familia revolucionaria” y sus herederos, el
hecho de acudir regularmente a las urnas un ritual por el que se demostraba a los mexicanos
que eran ciudadanos, el reparto de cuotas el modo en que las corporaciones y los grupos
reflejaban su poder, y los discursos de los candidatos oficiales, luego autoridades, las pistas
sobre las que seguir las nuevas prioridades de gobierno.43 Para un régimen sustentado en un
pasado revolucionario, era importante que los mítines y las votaciones efectivamente
movilizaran a la población para lo cual se recurría a las redes clientelares y grupos
corporativizados. Sin embargo, también fue en el espacio electoral donde comenzó a
cuantificarse la disfuncionalidad de estas organizaciones al momento de asegurar la
legitimidad y el control político de una sociedad que estaba experimentando profundos
cambios económicos, sociales y culturales.
Aunque la primera rebelión contra el régimen se remonta a 1958, no es la década de 1960
que empiezan a darse crecientes manifestaciones de descontento político.44 El Estado perdía
la capacidad de concertación-cooptación por la que logró conciliar a sindicatos, clases y
grupos sociales diversos (Pérez), lo que también se reflejó en las elecciones con el
crecimiento del voto opositor y el abstencionismo entre las clases medias y estratos
42 El sistema de partidos se dividió en dos tipos de agrupaciones más allá del PRI. Por un lado, los denominados partidos satélites, que admitían el discurso nacionalista revolucionario como válido y solían postular al mismo candidato que el partido oficial, como en ocasiones hicieron el Partido Popular Socialista y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana. Por otro, los partidos realmente opositores, a la izquierda las agrupaciones comunistas que serían ilegalizadas en torno a la década de 1950, y a la derecha el partido de los sinarquistas, PDM (¿), y especialmente el Partido de Acción Nacional, en cuyo interior se vivió la tensión entre las tesis doctrinarias y las pragmáticas, y donde la postulación de un candidato que nunca iba a ganar se vivía como un trauma entre justificar el régimen y tener presencia electoral efectiva. 43 Sobre cada uno de estos aspectos quiero señalar. Primero, que a través de una revisión de la prensa inmediatamente previa y posterior a las sucesiones presidenciales desde Lázaro Cárdenas hasta Vicente Fox, he podido observar como en el periodo de estabilidad autoritaria las victorias oficiales eran justificadas de manera reiterada a partir de las ideas de paz y progreso. Segundo, pese a que no creo que la asistencia a los colegios electorales y mítines fuera involuntaria, lo cierto es que la práctica del “acarreo” fue asumida como un repertorio típico de movilización vertical del electorado. Tercero, en cuanto al papel de las corporaciones en el reparto de cuotas de poder vía electoral, el trabajo que conozco es el de Méndez Lago (¿) “Caleidoscopio electoral” FCE. Por último, el carácter de las elecciones como momentos de renovación de discurso fue originalmente tratado por Cossio Villegas bajo la denominación del “estilo personal de gobernar”. 44 El primer conflicto de calibre que surge en el periodo de estabilidad autoritaria es la huelga de ferrocarrileros de 1958, pero es de 1963 a 1973 que podemos hablar de una creciente intensidad en los conflictos socio-políticos, así, tenemos la huelga de médicos, de la Universidad Nicotalia de Morelia, los de la Universidad Nacional Autónoma de México, o la aparición de las guerrillas rural y urbanas.
23
urbanos.45 En la década de 1970 hay una suerte de liberalización política vía electoral, por
la cual encauzar a la creciente oposición a través de las instituciones formales.46 Desde
entonces, el cambio electoral ha impulsado las transformaciones políticas mexicanas hasta
el punto que el sistema electoral centraliza la dinámica política nacional desde las dos
últimas décadas.
Pese a que existe mucha discusión sobre la naturaleza del cambio político mexicano, hay
cierto consenso de que se ha tratado de una “transición” centrada en lo electoral.47 Dentro
de ésta, una de las notas características fue la necesidad de generar confianza,48 lo que se
acrecentó a partir del presunto fraude de las elecciones presidenciales de 1988.49 La
naturaleza electoralista del régimen autoritario, junto a las sucesivas y cada vez más
profundas reformas electorales, hicieron que la élite política combinara dos lógicas de
operación: por un lado, aquella que obliga a la negociación y la firma de acuerdos; y por
otro, la que impulsaba la competencia emergente. Así, durante las décadas de 1980 y de
45 Desde 1970, con el primer estudio sobre comportamiento electoral en México que realizó Barry Ames, se desarrolló la tesis de la modernización política que sostuvo que el electorado mexicano se dividía en dos: por un lado, un elector moderno cada vez más alejado de la mecánica electoral autoritaria; y por otro, un elector tradicional vinculado al PRI a través, entre otras, de las clientelas. Pese a que esta tesis tuvo críticas en la década de 1980, sigue influyendo en los estudios electorales mexicanos, especialmente en la perspectiva sociológica donde se observa de modo diferencial el voto de las clases medias y estratos urbanos al de los pobres y habitantes rurales. 46 Me refiero a las reformas de 1973 y, básicamente, la de 1977 que Lawerence Whitehead considera un paso en la liberalización del régimen en cuanto que, no se trato de crear un marco de competencia real que variase la sustancia hegemónica, sino de una serie de aperturas que dieran posibilidades de expresión a las nuevas, pero minoritarias, tendencias políticas. Sobre la naturaleza concreta de las reformas, la primera, trató especialmente de la financiación pública de los partidos y la regularización de la propaganda, mientras la segunda, abrió más el reparto proporcional y contempló la legalización del partido comunista. 47 Para el caso de México es difícil utilizar el concepto de transición en cuanto el país no ha experimentado un cambio de régimen vía creación de una nueva constitución, pese a que la Constitución de 1917 ha experimentado fuertes transformaciones, y que se manifiesta como excesivamente lento cuando las transiciones suelen ser rápidas. A esto se une otros problemas, como la ausencia de consenso acerca de los puntos de ruptura que marcan el inicio y el final de un tránsito que, para muchos autores, aún sigue en marcha. 48 Existen varios trabajos sobre el problema de la generación de confianza en México, entre ellos, destacaría la línea de investigación seguida por Andreas Schedller, también los resultados del trabajo de Noemí Luján. 49 Estas elecciones marcaron un punto de no retorno en el modelo de gobernabilidad autoritaria en México. Primero, rompieron la disciplina de partido y entre las corporaciones con la creación del Frente Democrático Nacional, luego PRD. Segundo, con la “caída del sistema electoral” se rompió con la legitimidad de origen del presidente electo, mientras los planteamientos frentistas venían a cuestionar la paternidad del discurso nacional-revolucionario. Tercero, comenzaba a existir una sensación de descontrol político dados acontecimientos como los conflictos electorales al norte del país, o la emergencia de los movimientos urbanos populares a partir del terremoto de 1985. Cuarto, todo ello se daba en un contexto de crisis económicas reiteradas, en lo que hasta 1994 constituyó la “maldición” de las “crisis de fin de sexenio”.
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1990, junto a la descomposición del sistema clientelar-corporativo, y la creciente
imparcialidad y eficiencia de las instituciones nacidas del cambio, asistimos a un renacer
del clientelismo como forma de resistencia del PRI y mecanismo de captación de apoyos
por parte de los partidos de oposición, tanto como a la inclusión del llamado tema de la
compra y coacción del voto como un medio de denuncia y estigmatización del rival con
una elevada notoriedad pública.
Como reflejan diversas encuestas, en la década del 2000 el clientelismo electoral sigue
presentándose ante la opinión pública como uno de los talones de Aquiles de la nueva
democracia, apoyado en la creencia de que la pobreza –y el comportamiento de los
partidos- son las claves explicativas del fenómeno.50 Al igual que está documentado en
otros casos latinoamericanos, en México el clientelismo se adapta a los cambios políticos e
incluso adquiere mayor fuerza que en el pasado dados los efectos sociales de las políticas
de ajuste estructural (Auyero). De este modo, no podemos negar que, en muchos aspectos,
el clientelismo sigue siendo parte de las relaciones políticas de los pobres, y que incluso
tiene una especial relevancia electoral en las internas de los partidos y ciertas elecciones
locales. Sin embargo, existen indicios que marcan una tendencia a la muerte del fenómeno
en el sentido de que su afectación sobre el sistema electoral es mínima, lo que se extiende
desde los modos en que los partidos realizan sus campañas, hasta el carácter totalmente
legítimo de los resultados electorales. Esto puede comenzar a observarse desde una
perspectiva micro, donde los actores y estrategias, tanto como las reglas de intercambio del
clientelismo, han variado notablemente de forma que existen indicios de que la conexión
entre el sistema clientelar y el sistema electoral es cada vez menos evidente.
50 A través de varias encuestas de opinión podré ilustrar que la mayoría de encuestados considera que el clientelismo electoral sigue siendo una práctica habitual de los partidos políticos, que este fenómeno afecta a los pobres y sigue siendo un dilema para la democratización. En esta tónica se expresan muchos agentes del sistema electoral, entre ellos destaca la FEPADE, fiscalía que considera la compra y coacción del voto como una prioridad en su gestión, y las organizaciones civiles, entre las que destaca Alianza Cívica al momento de mantener el dilema en la agenda. Por último, los medios de comunicación también contribuyen al mantenimiento del tema, de forma que el número de notas periodísticas sobre el tema ascienden según se acercan las jornadas electorales.
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Actores y estrategias
La transición mexicana ha sido resultado de diversas negociaciones entre la clase política,
pero la sociedad siempre ha estado presente como instrumento político y/ o expresión
autónoma de diversas demandas. Entre éstas, ha destacado la de democracia que, aunque
haya estado sometida a muy diversas interpretaciones, encontró en lo electoral una especie
de punto de encuentro básico. Sin embargo, la noción de sociedad civil aplicada a México,
con los requerimientos de autoorganización, deliberación, independencia y legalidad que
exige (Schmitter; Whitehead), ha sido complicada dados tres factores interrelacionados:
primero, un reparto desigual de capital social por el que los pobres tienen restringidos
ciertos espacios de sociabilidad y socialización; segundo, la presencia de ciertos grados de
conflictividad social ligados a la posesión del territorio, que tienen manifestaciones diversas
según se trate del campo y la ciudad; y tercero, la presencia de redes clientelares y/ o
mafiosas en la distribución y prestación de servicios públicos, como en el acceso al trabajo,
especialmente notable entre los sectores populares.
En las décadas de 1980 y de 1990, la noción de sociedad civil estuvo ligada a las
asociaciones y movimientos de clases medias, dada su capacidad de autonomía y las
reivindicaciones de democratización que llegaron a situar a ciertas organizaciones no
gubernamentales como actores directamente partícipes del sistema electoral, como veremos
más adelante. Sin embargo, actualmente la noción de sociedad civil es extensible a estratos
más amplios de la población, incluidos los sectores marginales que a través de diferentes
experiencias colectivas han ganado en capacidad de autonomía/ integración frente al
sistema político y electoral. En este sentido, los partidos y la administración pública
también atraviesan fuertes procesos de descentralización-profesionalización organizativa
por las que se construyen límites a la centralización-colonización del sistema clientelar
sobre los sistemas político y electoral. Podemos decir que los actores sociales y políticos
tienden a diferenciar sus ámbitos de acción y, por tanto, las estrategias que despliega cada
uno de ellos en la relación con los otros han cambiado sustancialmente en términos de
privilegiar la independencia frente la dependencia, y la autonomía frente la cooptación.
26
Esto puede verse en tres dinámicas que afectan a la sociedad, los partidos y la
administración, y que redundan en limitaciones a los actores y estrategias tradicionales de
corte clientelar:
1. Nuevos modelos de organización de los sectores marginales
2. Limitaciones a la estructuración de maquinarias electorales clientelares
3. Limitaciones a la estructuración de prácticas de asistencia clientelares
Reglas de intercambio
En México, existen diversas explicaciones sobre un hecho que parece caracterizar su
historia moderna: la contradicción entre las reglas informales y las reglas formales, esto es,
entre lo que hay que hacer y lo que se debería hacer. Este desajuste normativo crea un
complejo entramado de reglas y códigos no escritos que rigen la relación entre actores
sociales y políticos a nivel cotidiano. El sistema electoral es pionero en la creación de
condiciones eficaces para llegar a un ajuste normativo por el que limitar la presencia de un
sistema de corrupción, que en lo electoral se traduciría en la promoción del fraude realizada
a través del sistema clientelar. En este proceso, las interferencias que la sociedad civil
puede generar en el sistema electoral son mínimas, porque el voto es un recurso/ titularidad
cuya movilización por vía clientelar es cada vez menos rentable para los actores sociales,
políticos y administrativo.
Los movimientos populares han generado estrategias de rentabilización del voto que van en
detrimento de la lógica clientelar, de este modo, frente a las reglas de fidelidad que
operaban en las relaciones patrón cliente tradicionales, en este momento nos encontramos
con procesos de negociación que implican grados de incertidumbre tales por los que el
clientelismo deja de ser una forma eficiente de economizar el riesgo. Esto ha sido posible,
al tiempo que ha contribuido, a un cambio en los actores políticos: por un lado, los partidos
políticos están en un lento y conflictivo proceso de adaptación al entorno en el que, la
movilización de militancia como recurso comienza perder peso; y por otro, los organismos
públicos de asistencia social y prestación de servicios están sometidos a continuos cambios
27
políticos y administrativos, que incluyen una tendencia a la institucionalización de sistemas
de control y desempeño cada vez más eficaces. Esto puede observarse con tres tendencias:
1. Lógicas de clientelismo moderno
2. Transformación en las formas de campaña
3. Nuevas reglas de operación en políticas públicas
Las relaciones y reglas que operan a nivel micro marcan una tendencia a la disminución de
las lógicas clientelares, y especialmente a la diferenciación/ separación entre un sistema
clientelar, sustentado en este nivel micro, con el sistema electoral. Así en lo que respecta al
sistema electoral federal, en estos momentos nos encontramos con tres características que
hablan de una normalización democrática donde supuestas masas de votantes cautivos no
parecen tener mayor relevancia:
1. Buen desempeño de las instituciones electorales en la operación de los comicios, y
alto reconocimiento social de, especialmente, el Instituto Federal Electoral.
2. Alternancia en todos los niveles de gobierno, y pluripartidismo hasta en los distritos
electorales más pobres del país.
3. Reconocimiento de los resultados a nivel federal por parte de los partidos políticos
contendientes.
Pese a todo, durante la última década el sistema electoral, no sólo ha mantenido, sino que
incluso ha reforzado, su papel de control del fraude. Esto supone dos tipos de tensión
relacionadas, que afectan a la operación del sistema: por un lado, la que refiere a la
resistencia institucional a reconocer el efecto que producen los propios resultados
institucionales, en lo que sería una especie de trauma ante la “misión cumplida”; y por otro,
la que supone generar un marco de confianza, cuando el diseño institucional estaba creado
para combatir altos grados de desconfianza. Pero también, implica que los electores
sostengan discursos contradictorios por los que: primero, combinan la satisfacción con el
sistema electoral, con la apreciación de que en él todavía rigen prácticas clientelares; y
segundo, legitiman a las instituciones electorales en base a la confianza que generan al
28
momento de combatir posibilidades de fraude, reales o ficticias, que hacen que la
desconfianza sea parte sustantiva de la aceptación al propio sistema. Como intentaré ilustrar
a lo largo del trabajo, este proceso es visible en el tema de la compra y coacción del voto.
Partiendo de las premisas que:
1. El sistema electoral mexicano ha sido diseñado como un mecanismo de
generación de confianza dentro de un contexto marcado por el fraude,
ofreciendo buenos resultados desde 1994 por los que existe un nuevo marco
de confianza en la operación y resultados de los comicios federales.
2. A nivel micro existen tendencias por las que los actores, las estrategias, las
reglas y los intercambios clientelares son cada vez más disfuncionales en la
movilización del voto, por lo que éste está dejando de ser un objeto
privilegiado de intercambio incluso entre los sectores pobres.
3. Existen indicios sobre la resistencia que puede presentar el sistema electoral
al momento de descentrarse de la dinámica general del sistema político, lo
que incluye seguir presentando/ pensando a las elecciones como coyunturas
de riesgo.
Me pregunto:
1. ¿Cómo interpreta el sistema electoral mexicano el problema de la compra y
coacción del voto, esto es, qué discursos, reglas y acciones emprende
alrededor del intercambio de votos por favores?
2. ¿Hasta qué punto está interpretación se ajusta a los efectos que este
fenómeno tiene sobre el sistema electoral, esto es, al grado en que el
clientelismo condiciona, sustituye y determina el comportamiento de los
electores, específicamente de los electores pobres?
29
Hipótesis de investigación
El voto aparece recurrentemente como un elemento central para la democracia. Esto es así
en varios sentidos: histórico, en cuanto la expansión del derecho al sufragio es considerado
el motor de las revoluciones democráticas (Parsons); conceptual, dado que la definición
mínima de democracia está ligada a la regulación, a través del voto, de una efectiva
competencia partidaria (Bobbio); institucional, en el sentido de que las reglas de operación
democráticas se basan en la traducción de la voluntad de los votantes en órganos de
representación (Manin); y, al fin y al cabo, filosófico, porque el voto es un mecanismo que
transforma a los individuos en sujetos iguales y capaces de elegir libremente, es decir,
condensa los dos principios fundamentales de la ciudadanía democrática (igualdad y
libertad) en un ejercicio de elección, que se produce regularmente con la celebración de
comicios para seleccionar autoridades de gobierno y representación.
La posibilidad que tiene un votante de optar entre diferentes alternativas nominales, no
implica que éste tenga capacidad de elección efectiva. El régimen autoritario mexicano
aseguró, a través de un pluripartidismo controlado, que los ciudadanos tuvieran varias
opciones en sus papeletas electorales, sin embargo, esto no quería decir que los electores
mexicanos eligieran realmente, ni siquiera que las alternativas que se presentaban fueran
tales. Una elección, para ser considerada como tal, no solo implica la existencia de
alternativas reales, sino un ejercicio de doble confianza: primero, la confianza que tiene
quien elige acerca de que sus preferencias serán tomadas en cuenta y respetadas por el
sistema electoral; y segundo, la confianza que tiene el sistema electoral en que este elector
es capaz de elegir como un individuo libre, esto es, no coaccionado y autónomo. En el
régimen posrevolucionario ninguna de estas lógicas estaba presente.
Para los electores mexicanos, durante 70 años fue evidente que el sistema electoral estaba
dominado por la élite de gobierno, y que ésta no era capaz de reconocer que la voluntad de
los votantes decidiera retirar su apoyo al partido oficial. Esto se manifestó con toda crudeza
en las elecciones presidenciales de 1988, coyuntura marcada por la escisión más importante
sufrida por el PRI en los últimos años, la descomposición del discurso nacional-
30
revolucionario dada la preponderancia alcanzada por el proyecto tecnócrata dentro del
Estado, y la recurrencia de las crisis económicas de fin de sexenio que han acompañado a
todos los presidentes mexicanos desde la década de 1970 hasta la elección de 1994.51 La
rebelión electoral, que llevaba gestándose lentamente durante la última década,52 fue
truncada a través de un presunto fraude que dio la victoria, de nueva cuenta, al candidato
oficial. A partir de aquí, el reclamo por la democracia se identificó como la exigencia de
contar con un sistema electoral confiable, esto es, capaz de tomar en cuenta y respetar la
decisión de los electores.
Por otro lado, el sistema electoral posrevolucionario nunca confió en que los electores
pudieran tomar decisiones de forma enteramente libre y autónoma, aunque paradójicamente
fuese el mismo régimen quien impidió que esto pudiera producirse. Desde el siglo XIX,
México reconoció el derecho universal al sufragio masculino, lo que contrasta con una raíz
cultural fuertemente segregacionista.53 Así, la naturaleza plebiscitaria pero no democrática
del régimen posrevolucionario, fue justificada bajo el argumento que el autoritarismo-
movilizador era una etapa de socialización democrática en un país cuya sociedad estaba aún
poco desarrollada como para asumir la responsabilidad plena de elegir a sus autoridades.54
El crecimiento de las clases medias y obreras durante el proceso modernizador, puso en
51 Las denominadas crisis de fin de sexenio fueron marcando la agenda de la reforma del Estado, pero también influyeron en las expectativas creadas en torno al sistema y el comportamiento de los electores. Estas se producen como colapsos inflacionarios desde el final del mandato de Luis Echeverría hasta el inicio del mandato de Ernesto Zedillo, presidente que ha sido el primero desde la década de 1970 en heredar a su sustituto una situación económica saneada, cuando menos en lo que refiere al control de inflación. 52 La noción de rebelión electoral refiere de forma específica a los movimientos ciudadanos, canalizados por Acción Nacional, que durante la década de 1980 exigieron el respeto a los resultados electorales especialmente en procesos locales y estatales al norte del país. Entre estos, destacó el que se desata con el presunto fraude en las elecciones a gobernador de Chihuahua 1986, que llegó al punto de que intervinieran los EE. UU. y el Vaticano pidiendo al gobierno federal una profundización de la democracia electoral en el país. 53 Los historiadores del siglo XIX mexicano destacan “el terror a la mezcla de sangre” como una mentalidad que influyó en la ordenación social y del espacio, que puede trasladarse hasta nuestros días (Viqueira). Esto contrasta con las leyes electorales, teniendo en cuenta que México es uno de los países que más pronto reconoció la universalidad del sufragio, pero también con la formación del régimen posrevolucionario en cuanto su carácter popular convivió por décadas con una cultura basada en la fuerte diferenciación entre pobres-ricos, blancos/ mestizos-indios. 54 Esta visión gradualista del régimen político mexicano fue desarrollada por varios autores, y un buen ejemplo de la misma lo manifestó el expresidente López Portillo en una entrevista contenida en el texto de Castañeda sobre sucesión presidencial, en ella, el mandatario declaraba que México era una democracia en continuo perfeccionamiento desde el siglo XIX. Este continuo perfeccionamiento tenía como fin defender a los mexicanos de sí mismos, curiosa premisa que se expresó en medidas tales como el reconocimiento del voto femenino, que se produce en el momento en que la élite considera que no está controlado, o por lo menos, plenamente controlado, por la iglesia.
31
cuestión esta mentalidad. Estos sectores de la sociedad no sólo manifestaban un creciente
descontento con el autoritarismo, sino que planteaban nuevos discursos y formas de
organización que mostraban su capacidad crítica. Poco a poco, el sistema electoral se
enfrentó a demandas innovadoras y organizaciones que ponían a prueba su capacidad para
confiar en el cuerpo electoral como un ente formado por votantes capaces. La movilización
clientelar-corporativa del voto comenzó a ser disfuncional, cuando menos entre los
electores más modernos que exigían la presencia de medios autónomos de acceso al sistema
político.
A lo largo del documento, he calificado al régimen posrevolucionario como autoritario,
definición que ha sido utilizada por varias escuelas para describir el régimen político
mexicano (Molinar Horcasitas), aunque con un necesario matiz, el carácter movilizador que
le imprimió de una particularidad dentro de lo que habitualmente se conoce como
autoritarismos (Labastida). Efectivamente, a través de acontecimientos tan lejanos en el
tiempo como la nacionalización del petróleo y la banca, o la reforma agraria, el régimen
político organizó a la población, generó repertorios de acción y asumió a las masas como
un actor político a tener en cuenta. Las campañas y jornadas electorales hay que entenderlas
en este contexto. Si la movilización electoral es el proceso por el cual, por un lado, los
electores tomados como individuos acuden a votar, y por otro, los partidos canalizan esos
votos, podemos pensar a las elecciones del periodo posrevolucionario como jornadas en las
cuales gran cantidad de mexicanos acudían por sí solos a las urnas, pero también como
dinámicas en las que el Estado, las corporaciones sindicales y el partido oficial tenían una
presencia cotidiana tal, que apoyada en operativos de campaña, aseguraba, más que el
sentido de los resultados, que hubiera una participación acorde con lo que se presentaba
como un régimen de corte popular.
Frente a lo anterior, en la década de 1990 la movilización electoral surge como una lucha
regulada por el poder entre alternativas reales en competencia. A partir de 1988, al
tradicional papel opositor que adoptó el PAN,55 se unió la creación de un frente electoral
55 El PAN comienza a variar de estrategia y fisonomía a partir de 1976, cuando en su congreso interno intervienen directamente los empresarios a través del Grupo Monterrey. Sin embargo, no es hasta la década de
32
nacido de la unión de los partidos de izquierdas preexistentes y la élite priísta secesionista,
el que a la postre es el PRD. De 1988 a 1996, el país atraviesa un proceso gradual de
reformas político electorales por el que estas alternativas exigen la institucionalización de
un nuevo marco regulador de la competencia. Hasta 1991, el ejecutivo controló la
operación de los comicios lo cual acrecentaba la desconfianza existente en cuanto a la
limpieza de las reglas del juego.56 Esto comienza a variar con la creación del IFE, y
especialmente con las reformas de 1994 y 1996 cuando el instituto se concibe y actúa
plenamente como un organismo autónomo.57 Junto a este hecho, la creación de confianza
vendría avalada por la tecnología electoral (que va desde la confección del padrón, hasta el
diseño de boletas), las campañas propagandísticas y la creación de otras dos instituciones
electorales (el TEPJF y la FEPADE), que han hecho que el sistema electoral mexicano se
estabilicé a partir de un costoso, permanente, complejo y legítimo sistema institucional58
capaz de asegurar la limpieza de los comicios.
Los sistemas electorales surgen a partir de procesos de institucionalización promovidos por
el interés de actores políticos, donde “...muchas decisiones y reformas del sistema electoral
[entendido de forma estricta] están insertas en conjuntos más amplios de decisiones
institucionales, especialmente con respecto a la ampliación de los derechos de voto... el
establecimiento de autoridades y tribunales electorales orientados a reducir el fraude
1980 que desembarcan en la agrupación los llamados neopanistas, líderes de origen empresarial cuya prioridad fue convertir al partido en una maquinaria electoral eficiente. 56 Después de las reformas liberalizadoras de la década de 1970, tenemos las reformas de 1986 y 1991 las cuales estuvieron rodeadas de cierta ambigüedad dada la inclusión de la llamada cláusula de gobernabilidad que, para algunos autores, venía a favorecer a la principal mayoría, es decir, al PRI. 57 La reforma de 1991 fue ampliada en 1993, sin embargo, la reforma de 1994 marcará un punto de ruptura en cuanto que nace de la presión de los partidos opositores en una coyuntura crítica marcada por el asesinato del candidato del PRI Luis Donaldo Colosio, y la emergencia de la guerrilla zapatista. Esto permitió que la reforma incluyera puntos novedosos que subrayaron la necesidad de no intervención del ejecutivo en la regulación de las contiendas. Esto se ratifica en la reforma de 1996, marcada por la denominada “sana distancia” que el presidente Zedillo mantuvo con respecto a los intereses de su partido. El día 23 del presente mes, pasó la votación en el congreso de diputados, por un amplio margen, una nueva reforma electoral que aún tiene que ser tramitada por el Senado, siendo su punto más conocido la aprobación del voto de los mexicanos en el extranjero, con lo que la presencia de las instituciones electorales se va a extender a algunos estados de los EE. UU. donde residen aproximadamente dos millones de electores mexicanos. 58 Dada la ambigüedad con que estoy manejando por el momento ciertos conceptos, especialmente el de sistema electoral, la argumentación tiene el problema de que: por un lado, sostiene que los electores confían en el sistema electoral en sentido amplio, pero por otro, muchos de los actores que incluiría este sistema así entendido, como los partidos, son sujetos de una fuerte desconfianza que explica, entre otras cosas, la pervivencia del discurso de la compra y coacción. De este modo, una de las tareas pendientes es comenzar a resolver el problema de definiciones en cuanto puede generar ruido en la argumentación.
33
electoral...” (Colomer 2004; 40). Estas reformas del sistema electoral entendido de manera
amplia, reduce los costos globales que supone introducir una orientación innovadora en las
reglas del juego político (Colomer 2004; 176). Sin embargo, la capacidad del sistema para
encauzar reformas amplias y dotadas de un mismo sentido solo es explicable en cuanto
existe una mentalidad capaz de dotar de coherencia a las reformas. Para los estudiosos de
las democracias decimonónicas es normal admitir que las precauciones que los sistemas
electorales de la época estaban relacionadas con la aversión y suspicacia que la
participación popular tenía entre las élites (Badie y Hermet). Del mismo modo, parece
lógico pensar que los sistemas electorales contemporáneos están animados por un
pensamiento pluralista, el cual ha sido progresivamente incorporado a las reformas
electorales en México. Sin embargo, qué mentalidad hay detrás de las reglas y funciones
que llevan a cabo las instituciones electorales en torno a la compra y coacción.
Desde 1994 se acentuaron y afianzaron procesos por los que los resultados del cambio
político electoral son evidentes: la mayoría de municipios, especialmente los urbanos, han
experimentado procesos de alternancia, en casi todos los estados han gobernado al menos
dos partidos, y en lo que me interesa, a nivel federal se ha dado la alternancia de
presidencial (2000), situaciones de gobierno de no mayoría (1997-2000) y de gobierno
dividido (2000-2006), y un número importante de distritos de mayoría y senadores han
alternado.59 Sin embargo, estos logros han estado marcados por un clima de alta
desconfianza que parece imponerse a las reglas y el propio desempeño institucional.
La muerte del clientelismo electoral es un hecho sobre el cual pueden rastrearse indicios en
los informes de las propias instituciones electorales. Por un lado, el IFE, y posteriormente
INDESOL, un instituto que forma parte de la Secretaría de Desarrollo Social, muestran, a
partir de evaluación de sus programas de formación, como los sectores populares son
capaces de aprehender el discurso oficial sobre la democracia, el funcionamiento de las
elecciones y lo que podemos llamar deber ser sobre la compra y coacción del voto. Esta
59 Hay que señalar que el sistema electoral mexicano para el senado es mayoritario y para el congreso de diputados mixto, dividiéndose los diputados en los electos por mayoría dentro de sus distritos, y los llamados diputados de partido que acceden por la vía proporcional dentro de cinco grandes distritos en que se divide al país.
34
está definida en el Código Electoral a través de varias prácticas que son causales de delito
penal, como el intercambio de objetos o favores por votos que puedan llevar a cabo
distintos agentes como miembros de partidos, funcionarios públicos y otros. Sin embargo,
la FEPADE apenas cuenta con denuncias de estos delitos electorales que aún constituyen,
para esta institución fiscal, una de las prioridades de su desempeño.
La irrelevancia que tienen los casos de compra y coacción en el conjunto de delitos
electorales procesados por la FEPADE, contrasta con la cantidad de agentes dedicados,
durante las jornadas electorales, a la vigilancia de los recursos públicos y la propia
realización de la contienda. Desde comisiones especiales del Congreso de Diputados, hasta
multitud de organizaciones no gubernamentales nacionales y extranjeras, se ocupan de
recolectar diversos casos en que supuestos clientes son coaccionados o chantajeados para
dar su voto a un determinado partido político. Esto ha generado una colección de relatorías
de casos de intercambio clientelar que, sin embargo, rara vez tienen algún impacto en el
sistema de justicia electoral.60 En todas ellas, parece seguirse la premisa de que el voto
pobre priísta es objeto de sospecha y desconfianza, lo que llega al extremo en algunos
informes de organizaciones sociales donde el voto rural del PRI, el cual bajó
sustancialmente con la campaña de Fox a la presidencia, se trata directamente como un
voto clientelar.
Esta imagen es cultivada por los medios de comunicación a través de diversos escándalos.
Los esfuerzos en la generación de confianza por parte del sistema electoral, y el
reconocimiento público en los avances en la competencia política, están limitados por la
continuidad de los escándalos electorales. En algunas ocasiones se trata de casos que, por el
impacto de los hechos, tienen una continuidad en el tiempo, como ocurrió con un
enfrentamiento armado entre dos redes clientelares en la localidad de Chimalguacan, estado
de México. La mayoría de veces, al igual que ocurre con los agentes de vigilancia electoral,
lo que presentan los medios de comunicación es una colección de diversas anécdotas sobre
supuestos intercambios cuyo peso entre la opinión pública podemos decir que es
60 Sobre esta serie de medidas cuento con un artículo ya publicado donde se demuestra la ineficacia de las instituciones al momento de perseguir una serie de hechos que, parece ser, no existieran más allá de las anécdotas.
35
acumulativo.61 ¿Cómo no van a existir los clientes si estos son cotidianamente observables
en los periódicos y la televisión?
El sistema electoral mexicano parece incapaz de reconocer que su grado de avance actual
hace que el clientelismo electoral sea un fenómeno muerto en un contexto donde,
efectivamente, existen condiciones propicias para que se den relaciones de tipo clientelar
pero estas parecen alejarse del sistema electoral, el más acabado dentro del proceso general
de cambio. Mantener esta postura no sólo contradice lo que las propias instituciones saben
sobre su desempeño y el de las elecciones, sino que desvía el foco de atención del problema
clientelar hacia el ámbito electoral cuando, quizás, el verdadero problema esté en otras
áreas de la acción social. Este proceso, además muestra como el problema de la confianza
por el cual mientras los pobres confían cada vez más en el sistema electoral, integrándose al
mismo, dentro de sus posibilidades, como unos electores más, es este sistema el que parece
desconfiar de la capacidad de este sector social. Este clima de la desconfianza no parece
justificado en lo que atañe a las elecciones federales especialmente a partir de 1994.
Específicamente, lo que quiero demostrar es que estos hechos no pasan de la categoría de
anécdotas, especialmente cuando lo que se trata es de explicar el comportamiento electoral
de los pobres, esto es, del sector del electorado que, para la opinión pública,
recurrentemente ha sido protagonista, aunque a veces se le considere pasivo, de la llamada
compra y coacción. Esto puede comprobarse a partir del análisis del conocimiento,
aceptación y comportamiento que tienen los pobres respecto al sistema electoral.
En primer lugar, considero que las motivaciones individuales del votante están
determinadas por el grado en que tiene conocimiento sobre las elecciones como para poder
considerarse un elector autónomo, esto es, capaz de discernir y jerarquizar sus preferencias
de un modo consciente. Los trabajos de cultura política en México se desarrollaron por
años bajo las claves de parroquialismo, ambigüedad e incluso asimilación del priísmo
(alienación), que alcanzó un estatus, más que de ideología, de modo de entender y moverse
en la cosa pública cotidianamente. El estudio del clientelismo destaca la importancia que
61 A este respecto tengo una búsqueda de prensa no completa pero que puede dar cuenta del grado de estigmatización con que se maneja el tema en los medios públicos.
36
para éste tiene ciertas formas de hegemonía cultural fundadas en la asimilación de la
subordinación personal y el incumplimiento de la norma legal frente a reglas informales
más eficaces.62 En México, estos hechos aparecen constantemente. Si unimos esto a la
presencia de una cantidad enorme de pobres, caracterizados por ser analfabetos,
desinformados e incluso desinteresados por la política, y la existencia de un partido
hegemónico con rasgos clientelares,63 tenemos la ecuación perfecta para deducir que en
México podía haber entre un 25-30% de “votantes cautivos” (Durand Ponte), casi tantos
como pobres votaban al PRI.
La cultura política de los mexicanos ha evolucionado en las últimas dos décadas de manera
que, frente al tradicional parroquialismo, encontramos nuevos discursos tendentes a la
búsqueda de autonomía y acordes con los principios de la democracia, tanto como la
emergencia de nuevos valores vinculados al individuo y el mercado.64 En esta suerte de
transformación cultural, podemos ver que la brecha entre clases medias y pobres no se ha
roto, de forma tal que la escolaridad es el discriminador más importante al momento de
analizar las encuestas y observar que las nuevas tendencias culturales son más evidentes
entre los sectores más escolarizados. Sin embargo, esto no quiere decir que los pobres no
muestren una capacidad suficiente para entender y desenvolverse en el nuevo contexto
democrático-competitivo, un ámbito excepcional por el grado de centralidad que ha
adquirido en los últimos años, y por el cual, han abundado las políticas públicas y acciones
sociales encaminadas a “enseñar” la democracia entre amplias capas de la población
pobre.65
62 Hay que tener en cuenta que el Estado dominó gran parte de los medios de socialización política por lo cual, la asimilación del modelo cultural priísta se daba desde la escuela (Segovia). En citas al pie, hechas con anterioridad, ya insistí sobre el peso de esta noción de hegemonía cultural. 63 Hablo de rasgos clientelares en cuanto “salvo raras excepciones, difícilmente se da en la realidad una organización partidaria de ámbito nacional donde el dispositivo clientelar pueda definir el grueso de la actividad política de la organización” (Máiz 1996; 63), hecho que cada vez es más notable en un partido que, pese a todo, aún hoy funciona como gestor de servicios tales como servicios de consulta legal y médicos que dan cuenta de cómo, más allá de un partido, el PRI llegó a ser en épocas una agencia de solución de demandas paralela al Estado. 64 Esta conclusión será demostrada a partir de la descripción de varias series de encuestas de cultura política que vienen realizándose con cierta asiduidad desde 1994. En algunas de las realizadas en los últimos tres años he participado directamente, específicamente en las realizadas por el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, y en las que desde el año 2001 realiza periódicamente la Secretaría de Gobernación. 65 La acción educativa de las instituciones públicas y la creciente presencia de organizaciones sociales dedicadas a la capacitación electoral, se han unido a la propaganda institucional como medios de
37
Dentro de este contexto, y como demostraré en esta tesis, los discursos de los pobres en
torno a la democracia, las elecciones y el clientelismo, manifiestan una información,
confianza y conocimientos suficientes como para poder catalogar a su participación como
efectivamente consciente, autónoma y libre. Para ello, utilizaré los datos de diferentes
encuestas de cultura política, la información de grupos de discusión enmarcados en las
evaluaciones internas de las instituciones electorales y especialmente una batería de
entrevistas semiestructuradas que ya he trabajado junto con Rosalía Winocur, y que
Andreas Schedller ha analizado con mayor profundidad dentro de la línea de investigación
que aquí incorporo.66 De este modo, hay un primer indicio que me hace pensar que las
motivaciones de los pobres al momento de acudir a las urnas no tienen una base
estructuralmente diferente a la de las clases medias, es decir, que ambos sectores, aún
contando con una información, confianza y conocimientos distintos, en el ámbito electoral
éstos no son lo suficientemente marcados como para asimilar que los pobres tienen una
capacidad culturalmente inferior al momento de saber qué representa su voto, cuales son las
opciones en competencia, el papel de las instituciones electorales, y el problema de la
compra y coacción del voto.67
El comportamiento electoral de los mexicanos es un elemento clave en la demostración de
la escasa importancia que el clientelismo electoral tiene en la movilización del electorado.
El comportamiento electoral suele estudiarse a través de tres vertientes, la sociológica, la
psicológica y la racional, a la cual añado una tercera perspectiva de corte coyuntural, cuya
resocialización de los pobres para la democracia. En este sentido, existen un gran número de campañas de concienciación, algunas de las cuales ofrecen evaluaciones internas donde, no sólo se refleja el éxito de las experiencias, sino que se intuye, incluso, que muchas de las cosas que se pretendían enseñar eran ya sabidas por los implicados. 66 Se trata de dos baterías de entrevistas, la primera, recoge cuarenta casos en dos barrios del Distrito Federal, el primero, caracterizado por el comercio ambulante, y el segundo, de ocupadores de terrenos (paracaidistas). Esta serie la trabajé en solitario. La segunda, incorpora más de cien casos en zonas rurales de varios estados, toda la información está sistematizada y ha sido objeto de un documento de investigación realizado por Rosalía Winocur y por mi, y luego objeto de varios papers y un artículo publicado por Andreas Schedller. 67 Esta afirmación, no implica desconocer que los que los estudios llaman “votante sofisticado” se sitúan entre los grupos de altos ingresos y escolaridad, de forma que estas variables siguen diferenciando entre los electores. El hecho, es reconocer que estas diferencias no involucran una incapacidad sustancial del pobre al momento de acudir a las urnas y asimilar la naturaleza normativa del sistema electoral como válida. En este sentido, parte de la discusión puede radicar en qué medida la noción de sofisticación del voto puede ser relativizada.
38
importancia viene dada por la incapacidad de las tres vertientes mencionadas al momento
de explicar comportamientos irregulares marcados por los acontecimientos que rodean a
una elección concreta, como pueden ser el abstencionismo o la volatilidad del voto.
La perspectiva sociológica de explicación del voto fue la que primero se desarrolló en
México, de hecho, desde 1970, con el trabajo pionero de Barry Ames, hasta 1994, con la
emergencia de la perspectiva racional de explicación del voto, monopolizó el estudio del
comportamiento electoral en el país.68 Tradicionalmente, esta perspectiva ha mantenido la
premisa de la existencia de dos tipos de votantes: por un lado, las clases medias, que
progresivamente han manifestado su alejamiento del PRI; y por otro, los pobres, quienes
siguen apoyando masivamente al partido oficial y se vinculan a la presencia de redes
clientelares. Pese a las críticas recibidas por esta perspectiva en 1986, aún hoy encontramos
trabajos donde se sostiene.69 Esta se puede apoyar, además, en las encuestas que reflejan
como efectivamente la compra y coacción del voto está relacionada con los índices de
pobreza.70 Sin embargo, una crítica metodológica a estos instrumentos, junto con la
descripción de las variables que viene a continuación, donde se discute la propia naturaleza
de la premisa voto pobre priísta igual a voto clientelar, hacen que tengamos que tomar las
conclusiones de la perspectiva sociológica con precaución y, teniendo en cuenta, que
incluso dentro de ésta puede observarse una tendencia a la reducción de presencia de la
compra y coacción.
La perspectiva psicológica de explicación del voto se basa en el análisis del sufragio y las
identidades partidarias. No he encontrado muchos trabajos al respecto en México, aunque
Moreno, y Laredo y Somuano, se han ocupado de indagar sobre las preferencias electorales
68 El seguimiento de la literatura sobre comportamiento electoral en México puede seguirse a través de un par de artículos donde se resumen de forma pormenorizada las publicaciones y argumentos hasta la década de 1990. A los artículos y libros que se recogen en estos resúmenes críticos he ido añadiendo varios trabajos a partir del 2000 dentro de uno de los campos de estudio más fructíferos en México. 69 En la década de 1970 fueron varios los autores que razonaron a partir de esta identificación entre voto pobre priísta igual a voto clientelar y cautivo (Segovia, Oranday, Pereira, entre otros), sin embargo, en la década de 1980 recibieron críticas metodológicas importantes lo que no impidió que, bajo nuevos tratamientos estadísticos, existan autores que razonan del mismo modo al momento de interpretar el comportamiento de los pobres. 70 Para reflejar esto, no sólo existen varias encuestas y trabajos de análisis sobre ellas, sino que aportaré los datos de la Encuesta Nacional de Compra y Coacción del Voto 2000, sobre la cual he trabajado junto con Ricardo Aparicio con un análisis próximo a ser publicado por el Colegio de México.
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y la identificación con los partidos políticos de forma tal que, la relación entre voto priísta y
pobreza es explicable en cuanto buena parte del elector pobre sigue confiando en el partido
oficial. Esto contrasta con los cambios ideológicos que este partido ha experimentado en los
últimos quince años, y que lo acercan al derechista Acción Nacional en muchos de sus
planteamientos especialmente de política económica (Bizberg). Sin embargo, la
identificación de los pobres con el PRI, al igual que ocurre con el PRD, es explicable en
cuanto los mensajes propagandísticos y el modo de organización siguen anclados en
fórmulas populistas por las que el Revolucionario Institucional resulta una marca conocida
entre los pobres, ofrece repertorios asimilados de acción y representa valores tradicionales
arraigados entre los sectores populares. Así, la correlación entre voto PRI y marginalidad
no tiene porque ser resultado de la acción de redes clientelares, sino simplemente del efecto
que tiene la identidad priísta entre una franja importante de los electores pobres que
voluntaria y conscientemente siguen confiando en este partido.71
En tercer lugar, la perspectiva racional de explicación del voto considera a éste como el
producto de una evaluación sobre a quién conviene votar. Desde 1994, con la publicación
de tres artículos bajo esta perspectiva, la explicación retrospectiva del voto ha ido ganando
importancia en el estudio del comportamiento electoral de los mexicanos. Esta se basa en la
idea de que el votante está motivado por un cálculo sustentado en la evaluación de la
gestión de gobierno y comportamiento opositor en el pasado inmediato a la elección.
Aunque dentro de estos estudios el comportamiento del elector pobre ha sido analizado, en
ocasiones, como distinto al del resto de electores, la explicación de esta diferencia no pasa
por la acción de clientelas sino que se circunscribe a la propia subjetividad de un grupo del
electorado poco propenso al riesgo (Beltrán). Esta característica, explicable por las propias
condiciones de marginalidad, no implica, sin embargo, una menor autonomía sino un
mecanismo diferente de evaluación de la realidad ajustado a las condiciones individuales
del votante. Por tanto, parece que el comportamiento del elector pobre puede explicarse a
través de una perspectiva en la cual éste, teóricamente, tiene las mismas características de
71 Con el fin de indagar más sobre esta variable, cuento con el informe que hice junto a Julia Flores y otros sobre la Encuesta Nacional de Compromiso Cívico 2004, un instrumento que creo puede trabajarse mucho más en cuanto incorpora muchas variables de medición de la sofisticación política que pueden ser analizadas a la luz de las preferencias electorales declaradas por los entrevistados.
40
autonomía que el resto de electores y donde, por tanto, la presencia de supuestas redes
clientelares no tiene mayor importancia. El hecho de vivir circunstancias diversas genera
distintos mecanismos de evaluación, pero no impide que estos sean efectivos y dejen de ser
individuales.
Por último, las tres explicaciones del voto al uso no son capaces de calibrar el efecto que
determinadas coyunturas tienen en el comportamiento de los electores. El elemento
coyuntural parece de máxima importancia en los procesos de cambio político, dado el
carácter inacabado del régimen que da la posibilidad de que emerjan nuevos temas,
situaciones y formaciones políticas vinculadas a inciertos procesos de circulación y
renovación de élites, aplicación de normas y ensayo de nuevas costumbres de hacer
política. En el caso mexicano, el elemento coyuntural ha tenido especial importancia en las
elecciones federales de 1994, marcadas por diversos magnicidios y la emergencia de la
guerrilla zapatista que hicieron surgir el llamado voto del miedo, de 2000, vinculadas a la
eclosión de la propaganda electoral y la agresiva y novedosa campaña protagoniza por
Vicente Fox bajo una lógica de explotación del voto anti-PRI, y de 2003, donde influye la
creación de una situación de desgaste democrático cuyo resultado fue un elevado
abstencionismo. Pues bien, a través del diversas relatorías que dan cuenta del desarrollo
concreto de cada uno de estos procesos, intentaré ilustrar como el sentimiento público
suscitado en cada uno de ellos afectó del mismo modo al elector de clases medias como al
pobre, es decir, como éste no está aislado de la coyuntura política por el efecto de las redes
clientelares, que vendrían a estructurar su voto más allá de la emergencia de determinados
sentimientos públicos, sino que su actuación en el sistema electoral está influenciada, como
la del resto de electores, por los acontecimientos que marcan la agenda inmediata.72
Resumiendo, en este proyecto quiero demostrar que, tras una década de cambio político-
electoral, existe una tensión en la relación de confianza entre electores pobres y sistema
electoral por la cual: el primero piensa a los electores pobres como clientes, incorporando a
72 Para apoyar estos argumentos espero contar con información del IFE sobre el comportamiento de los distritos electorales, y tengo que recopilar una serie de trabajos sobre volatilidad del voto publicados recientemente. Pero además, ya cuento con una búsqueda de prensa para ir ilustrando cada una de estas coyunturas y su impacto sobre el ámbito electoral y el sentimiento público.
41
su discurso reglas y acciones que dan cuenta de ello, recreando un clima de desconfianza;
mientras los segundos conocen, aceptan y se comportan como votantes libres y autónomos,
lo que se basa en la confianza que han depositado en el sistema electoral.
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