Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Coleccin Emancipacin Obrera IBAGU-TOLIMA 2015
GMM
Por una Cultura Nacional, Cientfica y Popular!
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Libro No. 1892. La Leyenda Del Rey Bermejo. De Los Rios, D. Rodrigo Amador.
Coleccin E.O. Julio 18 de 2015.
Ttulo original: La Leyenda Del Rey Bermejo. D. Rodrigo Amador De Los Rios
Versin Original: La Leyenda Del Rey Bermejo. D. Rodrigo Amador De Los Rios
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textos: Libros Tauro http://www.LibrosTauro.com.ar
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La Leyenda Del Rey
Bermejo D. Rodrigo Amador De Los Rios
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A mi querido y buen amigo el elegante poeta sevillano Jos de Velilla y
Rodrguez
Te acuerdas, mi querido Pepe? ... Hace ya muchos aos de esto, y ramos entonces
ambos muy jvenes: todo nos sonrea en el mundo, y al pisar juntos, con los libros
debajo del brazo, los claustros de la Universidad sevillana -que hoy al lado de los de
Lista guarda los restos de mi padre-, tenamos la inocente pretensin de creer que si el
sol brillaba en el firmamento, si las flores exhalaban perfumes, era slo y
exclusivamente para nosotros ... Reunidos en el fresco y reducido patio de tu casa,
estbamos tu buena madre, tu hermana Mercedes, tan sentida como regocijada gloria
de las musas, tu hermana Reyes, a la sazn pequea, t y yo: era una tarde calurosa del
esto, y charlbamos alegres y decidores, preparando una expedicin, que al fin con
Mercedes realizamos, a Alcal de Guadaira. No se cmo ni quien, en la conversacin,
descosida, bulliciosa. y sazonada por las felices ocurrencias tuyas, pronunci al acaso
el nombre de Ab-Sad, ni cmo fue el hablaros yo de aquel desventurado; pero es lo
cierto que, al exponer mi pensamiento ingenuamente, surgi entonces en m el deseo
de tratar este asunto de nuestra historia en forma distinta de la hasta aqu tan conocida
y manoseada. Y cuando, aos adelante, en mis ocios todava juveniles, acometa la
empresa, pens naturalmente en que, como cifra de aquella familia tuya para m tan
cariosa, y cual amigo del corazn que eres, apareciese unido tu nombre a la Leyenda
a que pretenda dar forma.
Aqu la tienes. No repares en lo humilde de su atavo, ni te extrae por manera alguna
ste: es una pobre fugitiva del naufragio en que pereci la era romntica contempor-
nea, cuyos cantos armoniosos arrullaban nuestra cuna, y que an alienta en la persona
de nuestro queridsimo Zorrilla, el dolo de nuestra juventud, como revolotea en los
dramas de Echegaray, como vive en los tuyos, que tantos aplausos y tanta y tan
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merecida gloria te han conquistado. Es mi Leyenda -aunque nada tenga del "sano
manjar nacional, servido en fina loza", y s mucho de "comida indigesta", cual
mascarada de moros y cristianos, segn la enrgica frase de Emilia Pardo Bazn1-,
como un suspiro de tregua y de descanso, lanzado en medio de otras tareas para m
peculiares, pero ridas y desabridas tanto como trabajosas...
Recibe pues esta hija ma, a pesar de todos sus errores y de todos sus defectos, que son
sin duda grandes y muchos, con el amor verdadero que me profesas, y no veas en ella
sino el recuerdo carioso de tu siempre afectsimo y apasionado
RODRIGO.
1 Los Pazos de Ulloa. pg. 87 de los Apuntes autobiogrficos con que la autora encabeza su regional novela.
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I
Como sacude al sol alegre el pajarillo con trinos y gorjeos las alas humedecidas por
persistente lluvia, as Granada sacuda tambin con regocijo el letargo enojoso del mes
austero de Ramadn, al amanecer del da primero de la siguiente luna de Xaul, el ao
759 de la Hgira2. No empaaba el celaje nube alguna; el sol resplandeca majestuoso
en su trono de fuego, y mientras las tibias y otoales brisas, cargadas de perfumes,
saturaban de aromas el ambiente, brindaban fresca y apacible sombra, en los ribazos y
en la vega, entrecortados bosquecillos de naranjales y limoneros y pobladas arboledas.
La cuaresma del Ramadn, con el forzoso ayuno que el Corn impone a los muslimes
en accin de gracias y en memoria de haber de los cielos aquel mes descendido el Libro
Santo; con su squito obligado de penitencias continuadas y oraciones fervorosas, el
recogimiento diurno y las prcticas piadosas prescriptas en la Sunna -todo haba
terminado, dejando slo en pos el recuerdo de enfadosa pesadilla en larga noche de
pertinaz insomnio. No ms das pasados en oracin bajo las sombras naves del templo,
iluminadas por el mortecino resplandor de los cirios y de las lmparas; entre la multitud
abigarrada e informe de devotos, en exttica actitud contemplativa, o en continuo y
trastornador movimiento; entre el desconcertado rumor confuso de las oraciones de los
fieles; en aquella atmsfera pesada y sofocante... No ms abstinencia, ni ms
privaciones: la luna nueva, al desgarrar serena los cendales oscuros de la noche,
2 Corresponde al 5 de septiembre del ao 1358 de nuestra Era.
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arrojando aquella exaltacin religiosa en la sima profunda del pasado que fue, traa
consigo deslumbrador cortejo de risueos deleites, como recompensa merecida,
despus de la cuaresma, por los fieles.
Y mientras cada uno, con mano liberal, se dispona a repartir segn su riqueza la
limosna de precepto entre sus hermanos los necesitados y los menesterosos, apercibase
tambin con no disimulada satisfaccin a gozar del id-us-saguir o pascua menor en la
fiesta de alfitra, ora, vido de gozar a plena luz del placer de la libertad buscando solaz
y esparcimiento en el campo; ora dndose cita en los floridos crmenes cercanos, en
los huertos y en las alqueras de las inmediaciones de Granada, cual si se tratase de
celebrar algn acontecimiento prspero en cada familia.
Desde bien temprano, haba sido invadido el Zoco por cargadores y mujeres que se
reconocan y saludaban bulliciosos en voz alta y a gritos, como si al cabo de largos
tiempos se encontrasen; y el ir y venir desasosegado de aquella muchedumbre que
discurra en torno de los puestos de hortalizas y frutas, de carnes y viandas; el vocero
incesante y ponderativo de los vendedores; los grupos de hortelanos y de campesinos
que acudan desde la vega llevando sobre los lomos de las caballeras o en carretas
chillonas los naturales frutos de la tierra; el reverberar del sol en incansable cabrilleo
sobre las ropas de la multitud abigarrada y heterognea, ora simulando arder en los
rojizos trajes, amortiguarse en los amarillentos, oscurecerse en los azules y en los
negros, o adquiriendo intensidad deslumbradora en los blancos alquiceles y en los
toldos de los puestos... todo formaba sorprendente y singular conjunto de animacin y
de vida.
Comenzaban a circular los vendedores ambulantes de confituras y refrescos,
recorriendo las estrechas y an soolientas calles de la poblacin, y animndolas con
sus gritos cadenciosos y guturales: abranse las puertas de las casas, y como sombras
fugitivas unas veces, a lo largo de los enjalbegados muros, cubierto discretamente el
rostro, se deslizaban algunas mujeres engalanadas, mientras no faltaban otras en los
grupos de gente apercibida a disfrutar en el campo del da, con los enjaezados rucios
prevenidos y la comida ya dispuesta, ni era sino muy natural y frecuente el ver
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cuadrillas de infelices mendigos, recogiendo de puerta en puerta la limosna de
precepto, y prorrumpiendo en desentonadas oraciones con que invocaban la bendicin
del cielo sobre las almas caritativas.
La plaza de Bb-ur-Ranla, espaciosa y llana, era invadida por la multitud,
contribuyendo a acrecentar la general alegra que se respiraba en el ambiente, las
tiendas engalanadas, armadas a toda prisa, donde hacan valer sus mercancas los
vendedores, ponderando entre el humo oleoso de los hornillos de los buoleros, la
dulzura de los higos chumbos all amontonados, la excelencia de las cajas de dtiles,
lo almibarado de los mazapanes, de las pastas de alcorza y de las dems confituras que,
con el agua de naranja helada, las tortas de aceite y las monas polvoreadas de azcar,
convidaban apetitosas a la muchedumbre.
Los mercaderes del Zacatn y de la alqasara, ms graves y ms circunspectos, haban
a primera hora abierto sus tiendas, y en ellas ofrecan a la vista, provocativas e
incitantes, las ricas sederas de Granada y de Mlaga, de Almera y aun de Murcia, tan
renombradas como bellas; los paos tunecinos, tan apreciados por su finura y sus
matices; las telas recamadas de la India; los brocados y tabines de la Siria, celebrados
por la viveza deslumbradora de sus colores; las sargas tan vistosas de Damasco; los
tapices bordados de la Persia; los alfamares o alfombras de Chinchilla; los perfumes
famosos de la Arabia; las abultadas ajorcas de oro, cuajadas de filigrana y enriquecidas
de brillante pedrera; los sartales de aljfares y de perlas de mil cambiantes irisados:
los collares y las gargantillas de anchos, vistosos y afiligranados colgantes de oro, las
arracadas, los zarcillos, las sortijas, de este metal y de labrada plata, y todo, en fin,
cuanto pudo crear la industria de los hombres para embellecimiento y gala de las
mujeres.
En cuadrillas alegres, discurran las gentes del pueblo vestidas de fiesta, arrojndose
esencias, perfumes y confituras, detenindose a cada paso para obsequiarse
mutuamente, cantando al comps de los instrumentos, y danzando con frecuencia no
pocas veces; y Granada, como un suspiro de satisfaccin, lanzaba en continuo
borboteo, de sus numerosos arrabales al corazn de la ciudad, grupos animados,
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incesantes y caprichosos, en los cuales aparecan las clases y los sexos por vistoso
modo confundidos.
Pintorescamente repartidos por los contornos, los granadinos respiraban con placer
infinito el aire saturado de los aromas campestres en jiras y en honestos divertimientos,
celebrando as bulliciosos la pascua, para volver al siguiente da a sus tareas habituales,
desquitndose por tal manera de los apuros pasados, y abandonndose jubilosos a
aquellas inocentes recreaciones, a que deban poner trmino los postreros resplandores
del sol, y las primeras sombras de la noche.
Mientras los habitantes de Granada se disponan aquella hermosa maana a celebrar la
pascua venerada de al itra, en la forma tradicional consagrada va por larga y no inte-
rrumpida costumbre con muestras evidentes de fatiga, detenase lejos todava de la
ciudad, aunque en la falda an de la Sierra, cerca del lecho donde el Genil agitaba en
espumas bullidoras sus frescas y cristalinas aguas, y a la sombra de un lamo frondoso,
cansada y cubierta de polvo una infeliz muchacha, cuyo traje descolorido y descuidado
proclamaba la miseria de su dueo. Llevaba sobre los hombros a la espalda un fardo
poco voluminoso y no pesado; apoybase en rstico bastn hecho de la rama seca de
un rbol, y tena los pies, pequeos y carnosos, polvorientos y ensangrentados. La
fuerza del sol y lo fatigoso del camino que sin duda traa, le haban forzado a apartar
del rostro el deslucido velo que deba cubrirle, y gracias a esta circunstancia, advertase
que la humilde viajera, contando apenas quince aos, era hermosa como una sonrisa
de los cielos.
Reclinada sobre la verde alfombra bajo el pabelln flotante que formaban esplndido
los nudosos y robustos brazos del lamo, y oculta por las espesas ramas de los tallares
crecidos al acaso, la nia a poco.. y as que hubo sosegado un punto, sac del pequeo
zurrn que penda de su cintura un pedazo de pan duro y moreno, y varias frutas frescas,
y con seales de apetito, clav los blancos e iguales dientes en el pan, recreando al
propio tiempo la mirada en el espacio.
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Nada turbaba la apacible calma ni el silencio imponente de los campos: la brisa,
despus de juguetear con las aguas del ro, deshacindolas en hirvientes burbujas,
llegaba hasta la muchacha fresca y regalada, acariciando su semblante, y agitando al
pasar las desordenadas guedejas que se escapaban de la toca con que aquella traa
cubierta la cabeza.
Contempl despus el firmamento; fij luego los ojos en el suelo; y comprendiendo
por la sombra que sobre l los objetos proyectaban, la hora que deba ser, llegse al ro,
bebi primero largamente y con delicia de la cristalina corriente, y lavndose en pos
en ella las manos y los brazos hasta el codo, el rostro y la cabeza, postrse de rodillas
hacia el lugar por donde el sol brillaba, y murmuraron sus labios ferviente oracin,
acompaada de frecuentes rtmicas oscilaciones de su cuerpo.
Alegre y satisfecha, volvi a colgar de sus hombros el fardo que haba depositado sobre
la hierba, alzse de un salto, y torn a proseguir su camino, modulando al propio tiempo
una cancin lnguida y sentida que pareca excitarla.
As anduvo largo trecho: saltando unas veces, como la cervatilla libre en la pradera,
gozndose otras en sumergir los pies entre las aguas de los arroyos que cortaban su
paso, y lentamente las ms, cual si la asaltasen repentinas y singulares preocupaciones,
que hacan expirar la voz entre sus labios.
Conforme adelantaba hacia la corte esplendorosa de los Al-Ahmares, las ondas sonoras
llevaban a sus odos rumores vagos e indecisos que iban poco a poco creciendo y que,
semejantes a la respiracin agitada de un monstruo, se hacan cada vez ms claros y
distintos, formados de mil ruidos diferentes, y revelando la existencia de la cercana
poblacin, a donde la viajera caminaba. Al escucharlos, creca el ardor en sta y forzaba
el paso apresurada; al cabo, al volver bruscamente de un recodo, all a lo lejos an,
descubri su mirada el espectculo grandioso y peregrino de la gentil Granada, cuya
graciosa silueta recortaba el sol sobre el fondo lmpido y sosegado del azul horizonte.
Detvose de nuevo la muchacha, sorprendida esta vez y bajo la accin de extrao
sentimiento; y subiendo gil sobre una de las pequeas eminencias inmediatas, vuelta
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de espaldas al sol, contempl desde all con curiosidad creciente e invencible el
panorama deslumbrador y bello que delante de ella se desarrollaba sonriente, mientras
el corazn lata apresurado.
Qu hermosa estaba Granada en aquel momento!
En primer trmino, desde la eminencia misma en que la viajera se encontraba, y algn
tanto apartada del cauce del ro, extendase como alfombra primorosa el valle entero
del Genil, de trecho en trecho sombreado por altos, aislados, erguidos y frondosos
lamos blancos, cuyas copas agudas y en pirmide, semejando ramilletes de argentada
filigrana, parecan perforar con sus ltimas ramas el firmamento; por medio del valle,
centelleando a la luz del sol ardiente, saltando juguetn entre el aterciopelado esmalte
de los campos, alegrando bullidor el paisaje, se abra camino el Genil, como una cinta
de plata reverberante, de la que brotaban deslumbradoras chispas de fuego; en leves
pero continuas ondulaciones, como oleadas de un mar en calma, la alfombra, de mil
colores, segua extendindose baada en luz brillante, con grandes manchas oscuras de
vez en cuando, producidas por las sombras arboledas y el follaje de los olivos y de los
granados que formaban grupos. A espacios desiguales, cual perlas sueltas desprendidas
de un collar, en medio del vasto tapiz destacaban por su blancura, con su cpula
esferoidal, algunas pequeas construcciones, y resplandecan los blancos tapiales de
las cercas; ms lejos, se accidentaba bruscamente el paisaje, y surga de costado la
colina roja, como abrasada por los rayos del sol, distinguindose a sus plantas
confusamente, con sus almenas y sus cubos, sus torres cuadradas y sus tambores, las
murallas, tambin rojizas, de la poblacin, simulando desde el sitio en que la nia
miraba estremecida aquel cuadro sorprendente, oscuro cinturn ceido al talle de la
hermosa sultana del Genil y del Darro. Detrs de las fortificaciones, escalonada y en
anfiteatro, resplandeciente de blancura, como tallada en yeso, y encaramada sobre las
murallas, apareca al fin la ciudad, con sus casas angulosas y sin ventanas, con los altos
alminares de las mezquitas, cuadrados, de rojo ladrillo construdos, de domos dorados
que al ser heridos por el sol parecan brasas, y manzanas tambin doradas por remate;
los huertos, los jardines, desbordando las notas verdes de sus rboles sobre la blancura
de los edificios, y por cima, a la derecha, reclinadas con indolencia en la parte superior
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de la colina roja, las Torres Bermejas, la lnea de murallas, las informes construcciones
de la almedina, y por ltimo, como seor y dueo, entre un mar de verdura, el alczar
fastuoso de la Alhambra, con sus torres cuadradas, rojizas, agradables, entrecortadas a
modo de florones de una diadema. Al otro extremo, apenas se distingua el cerro de
Albaicn, bajo el hacinamiento confuso de edificios y de torres, todo ello tomando
singular relieve y pronunciando salientes y negras sombras desvanecidas por la
distancia, en el bao de luz caliente que lo inundaba con fantsticas y deslumbradoras
apariencias.
Ante aquel espectculo seductor y risueo, ante aquella visin soberana, en la cual
pareca la corte feliz de los Jzrayes pudorosa doncella envuelta an, como en cendal
transparente, en los suaves velos de la pasada aurora, y el sol, su amante, que con
trmula pero atrevida mano aparta el alharme3 sutil que cubre el rostro delicioso de su
amada-, la nia conmovida se prostern en el suelo, exclamando estremecida de temor
y de jbilo a un tiempo mismo:
-Granada! Granada! Cun hermosa eres, y cmo te engrandeci la mano generosa
de Al, el nico, el Inmutable!... Como sonren a la presencia del sol los rojizos
murallones que te cercan, y bordan la fimbria de tu tnica esplendorosa!... ;Como
resplandecen tus encantos, y como te ufanas y te engres al contemplar tu imagen
seductora en el cristal del Genil y del Darro! La clemencia de Al se extremo para
contigo, convirtindote en espejo del Edn prometido! Como el Tigris y el ufrates,
que riegan y fecundan con sus aguas los jardines deleitosos del Paraso, el Darro y el
Genil fertilizan regocijados y orgullosos tus amenos jardines y tu vega incomparable,
y cual linda prometida que espera palpitante y risuea a su amante enamorado, as t
pareces sonrerme, a m, pobre y abandonada criatura, t que eres la sultana orgullosa
que has sabido dominar a tus mulas, sometindolas a tu yugo con el fulgor irresistible
3 Velo con que las mujeres encubren el rostro; ms comnmente se dijo por permutacin, alfareme. Es de seda transparente, y
las mujeres de la clase pobre lo reemplazan con un pedazo de tela que deja slo al descubierto los ojos.
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de tus miradas!... Que Al te bendiga y exalte, como ha de exaltar la ley divina dictada
por labios de Gabriel al Profeta Mahoma!
Largo espacio de tiempo permaneci la muchacha embelesada en aquella actitud
contemplativa: y al cabo, dirigiendo postrer y melanclica mirada de despedida al lugar
del horizonte, donde haban a sus ojos desaparecido los picos de la Alpujarra, de donde
vena, prosigui pensativa y lentamente su marcha, cruzando el bullicioso Genil, cuyas
corrientes parecan murmurar en sus odos palabras lisonjeras de bienvenida.
Al encontrarse cerca ya de la poblacin, detvose una vez ms an, preocupada, y se
dejo caer sobre un ribazo; hasta ella, distinto y perceptible, llegaba el sonido de las
msicas que recorran en son de fiesta la ciudad, y entonces, vencida por repentina
melancola, dejo exhalar de sus labios un suspiro, recordando las horas pasadas de su
infancia, tan tranquilas como el curso sosegado del Genil, que a sus plantas segua
murmurando; llenas de encanto, como todo lo que fue y no puede volver a ser ya nunca.
Interrumpiendo a deshora el hilo de los recuerdos evocados, reson sobre la arena el
galope acompasado de un caballo, que hizo despertar bruscamente de su letargo a la
muchacha: incorporse retrocediendo, y junto a ella, rozando sus ropas miserables,
paso como una exhalacin sobre un fogoso morcillo, un jinete de gallarda apostura y
gentil continente, ricamente vestido, y levantando en pos de s espesa polvareda.
-Al proteja al caballero! -grito la viajera extendiendo los brazos en la direccin que
aquel llevaba, y volviendo hacia el con curiosidad sus miradas.
El eco argentino y vibrante de su voz llego sin duda a los odos del jinete, acaso
impresionndole, porque an no haba apartado la nia los ojos del lugar por donde
aquel haba entre los rboles desaparecido, cuando le vio surgir de nuevo, llevando al
paso su cabalgadura. De faz correcta, ojos azules y movibles, nariz aguilea y poblada
barba roja, vena vestido el caballero de muy rico gambx o sobretodo de matizado
sirgo que le envolva, mientras en torno de su cabeza flotaba el blanco izr con cuyo
cabo jugueteaba el aura matutina.
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Jams, ni en sueos, all en el apartado corazn revuelto de las escabrosas Alpujarras,
donde estaba la humilde alquera en la cual vio la desvalida muchacha discurrir serenos
los das de su florida infancia, haba contemplado mancebo alguno con tal seoro y
autoridad en su persona, con tal gracia y tan lujoso porte, ni la anciana que cuido de
ella le hablo nunca de nada que se pareciese a la riqueza y la ostentacin que, a cada
movimiento del jinete, bajo los pliegues del gambx descubra el desconocido en sus
lujosas vestiduras.
Criada entre los montes, apartada de todo lo que no fuese la naturaleza, conoca solo
las virtudes de las plantas, saba por tradicin interpretar en las lneas de la mano y con
el auxilio de las estrellas, el misterioso porvenir; pero para ella todo lo dems era
desconocido, todo era ignorado. Pendiente llevaba del gracioso cuello el sagrado
talismn que la anciana le lego a su muerte, como su nica hacienda: sujeto al brazo
derecho guardaba un amuleto prodigioso y de virtud singular, que para preservarla de
las traidoras
asechanzas de los malos genios, su misma madre, por ella nunca conocida y cuyo
nombre jams oy pronunciar a nadie por acaso, haba tocado en la sagrada piedra
negra
de la Cba4.
-Hija ma -le haba dicho la anciana, pocos momentos antes de que el ngel de la muerte
sellara para siempre sus labios. -Hija ma: cuando la tierra cubra mis despojos y hayas
pronunciado al pie de mi tumba las ltimas oraciones, partirs sin excusa para Granada
... Contigo ir mi espritu: te acompaar tambin la proteccin de los buenos genios,
y el talismn que recojas sobre mi cadver, te librar de todo maleficio, atrayendo sobre
4 Esta piedra milagrosa, incrustada en uno de los ngulos del venerado templo, marca el punto desde el cual deben dar principio
las vueltas de los peregrinos en torno del celebrado santuario, y segn los musulmanes, la coloc all el mismo ngel Gabriel,
bajndola de los cielos; goza de gran virtud, y era antes de una blancura sin igual y brillante; pero de tocarla los peregrinos
ennegreci bien pronto, recibiendo desde entonces nombre de piedra negra. Mide seis pulgadas de alto por ocho de largo y,
conforme aseguran algunos escritores, no es otra cosa que un trozo de basalto o acaso de un aereolito.
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ti las bendiciones del cielo. .. Parte a Granada: all, en medio de la abundancia, poderosa
como el Amir de los muslimes (prolongue Al sus das!), grande entre los grandes,
alta entre las altas, como el ciprs entre los dems rboles, all encontrars a tu madre...
Bastar que ella vea el amuleto que llevas sobre el brazo y ella misma coloc en tal
sitio cuando naciste y me fuiste confiada, para que te reconozca y te eleve a la altura
donde resplandece y brilla.
Y la nia, cumplidos los ltimos deberes religiosos para con la que haba sido su madre,
amparndose del talismn, y confiando en las palabras de la anciana, haba partido para
la corte de los Alhmares, bajo la proteccin invisible de los buenos genios. Largo era
el camino; pero su fe en la anciana era mayor an, y a Granada iba, atrada por
misteriosa fuerza, arrastrada por desconocido impulso, como va la hoja seca
desprendida del rbol arrastrada en la corriente del arroyo.
-Quin sabe -se deca, viendo avanzar al jinete- si mi estrella me depara en este
desconocido mancebo el cumplimiento de mis esperanzas!... Al me oiga! Quin sabe
si por l podr llegar a los brazos de mi madre!...
Mientras tanto el caballero haba llegado por su parte hasta ella, y deteniendo su
cabalgadura, fij la mirada en la muchacha, y dijo con voz agradable y faz risuea:
-Eres t por ventura, hermosa nia, quien respondiendo a mis ms ntimos
pensamientos, ha invocado sobre mi la proteccin de Al ensalzado sea? ...
Llena de emocin, la doncella, mientras con ojos asombrados contemplaba al caballero,
no acertaba a articular palabra, permaneciendo inmvil en su sitio.
-No temas, no, que mi presencia te ocasione mal alguno -prosigui el desconocido-.
Mensajera para m eres providencial de buenas nuevas, y por tus labios, respondiendo
a mis deseos, han hablado los genios que me protegen ... Cmo te llamas t, que as
has satisfecho y resuelto con tu salutacin mis dudas? ...
Alentada por la dulzura de aquel lenguaje, la nia adelant hacia el jinete, exclamando:
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-ixa oh seor! es mi nombre ...
-Aixa! -repiti aqul-. Por Al, preciosa criatura, que tu nombre es tambin para m
promesa de ventura inapreciable!...5. Bendito sea Al, que te ha colocado en mi camino
-aadi tras corto espacio de silencio, al cabo del cual,
-Lo humilde de tu aspecto me revela -dijo- que esta es la vez primera sin duda que las
auras del Genil murmuran en tus odos, y el abandono en que te encuentro me persuade
de que eres quizs sola en el mundo ... Y ya que Al ha dispuesto las cosas de manera
que ambos nos conocisemos, llevando yo de ti grato recuerdo, quiero que al
separarnos quede para ti el mo en tu memoria ...
Y al pronunciar estas palabras, sac de entre sus ropas una bolsa de seda, por entre
cuyas mallas brillaba el oro de abundantes addinares, alargndola con ligero ademn a
la viajera.
-Gracias! Gracias! -exclam sta enrojeciendo y rechazando con un movimiento la
mano del jinete...- Al me basta! l es mi protector y amparo! ... Ciertamente que has
dicho verdad y que me encuentro sola en el mundo, como la palma en el desierto, como
Al el nico en el alto cielo. Bendito sea! Pero la proteccin del que ni engendr ni
fue engendrado, de aquel sin cuyo permiso no se mueve la hoja del rbol, ni luce el sol,
ni nacen las flores, ni viven las criaturas, me acompaa y defiende, como me defienden
y acompaan los buenos genios, que para m no guardan secretos ni en el firmamento
ni en las criaturas mismas ... Nada temo v de nada necesito: guarda pues esa bolsa o
dala a aquel que ms precisin tenga de ella, en memoria del da que hoy celebran los
fieles.
-Altiva eres, doncella, y mi intencin no pudo por Al ofenderte. .. -exclam el
desconocido volviendo a guardar la bolsa y mirando entonces con curiosidad a Aixa-.
Pero has dicho que para ti no guarda el porvenir secretos -aadi-. Eres, pues, zuhar?
5 El nombre de ixa, como se pronunci un tiempo, significa con efecto, segn los lxicos, lo mismo que suerte prspera.
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Oh! Por mi cabeza que, cuando tan manifiesta se me declara la voluntad del cielo,
cuando encuentro a mi paso y reunidas en tu persona tantas pro
mesas, no he de desperdiciar, linda servidora de Venus6, ocasin tan propicia como
esta, para conocer los secretos de mi destino! Dime, hermosa muchacha, as Al te pro
teja -prosigui presentando no sin visible emocin su mano derecha a Aixa-. dime qu
suerte me depara el Seor de las criaturas ... Descorre a mi vista el velo tenebroso que
oculta y encubre lo venidero!
Tom la nia entre sus manos la del desconocido, y examinndola atentamente, dijo al
cabo de algunos instantes de silencio:
-Noble eres como el Amir aydele Al!... Tu prosapia es la suya, y desciendes como
l en lnea recta oh, seor! de Sad bnu Ubdah.
-Es cierto -exclam el gallardo caballero-. Prosigue.
-Grande es tu poder en Granada ... Brillante tu estrella y tu destino -continu Aixa con
tono sentencioso-. Todo te sonre en la vida; pero el demonio de la ambicin te posee.
.., la sed que te domina es insaciable e infinita, y a tu pesar te arrastra y te subyuga ...
En el ciedo, donde resplandece fulgurante y esplndida la tuya, hay sin embargo otra
estrella de mayor magnitud y ms intenso brillo ... Pero, aguarda: tu estrella aumenta
de esplendor y se agranda... -exclam la adivina con los ojos fijos en el cielo.
-No te detengas por Al!... Prosigue!... -grit el desconocido, interesado.
-Oh! No puedo complacerte! -replic Aixa sonriendo al cabo de unos momentos de
silencio-. El sol reina como soberano seor en el firmamento, y no acierta m mirada a
6 El nombre de zuhar, que rectamente segn Ibn Jaldn, significa servidor del planeta Venus, al cual llaman en
rabe Azzuharah, por extensin ha sido aplicado por los astrlogos a los que practican la geomancia.
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seguir en el ocano de luz que todo lo envuelve, el rumbo incierto de la estrella de tu
destino ... Es fuerza, pues, que te resignes por ahora, y cuando las sombras de la noche
hayan extinguido los ltimos fulgores del da, entonces ...
-La noche!... Largo es el plazo para el afn que me devora, cuando ambiciono conocer
mi destino!
-Oh, seor mo! Slo Al sabe lo que se oculta en las entraas de las criaturas!
-l gui sin duda mis pasos hacia ti para conocerte, y pues tan manifiesta es su
voluntad, dime dnde podr encontrarte.
-Acaso s yo misma el sitio en que hallarn reposo mis fatigados miembros?
-Sgueme entonces, pues, muchacha; sgueme sin recelo, y yo te juro por el santo
nombre de Mahoma que te puso en mi camino, que sabr recompensar dignamente el
servicio que de ti espero, si aciertas a leer en los astros la suerte ma!
Pareci reflexionar la doncella breve instante; y al cabo, decidida, recogi del suelo el
bulto, y colocndoselo sobre la cabeza.
-Gua -dijo sencillamente al caballero, echando a andar en pos de l sin muestras de
fatiga.
De esta suerte, llevando al paso el jinete la fogosa cabalgadura, que braceaba nerviosa
y con impaciencia, pasaron por delante de la humilde mezquita de los Saffares o de
los viajeros, colocada cerca de la confluencia del Genil y del Darro, dejando atrs la
poblacin entregada a las expansiones del regocijo, y as llegaron ante la puerta de
hermoso palacio cercado de frondosos huertos, por la cual penetr el desconocido,
seguido siempre de la muchacha, cuyos ojos no cesaban de admirar las bellezas
reunidas en el jardn por donde cruzaron, detenindose ambos por ltimo al pie de una
escalinata de mrmol, adornada por dos hileras de macetas cubiertas de flores que
despedan gratsimos perfumes.
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20
II
A la presencia del caballero, acudan solcitos dos servidores, quienes tomando las
bridas del caballo se inclinaban con el mayor respeto delante del desconocido, a cuya
orden uno de ellos se apresuraba a aliviar a la nia del ligero bulto, mientras l.
tomando de la mano a ixa, invitbala sonriendo cariosamente a subir la escalinata y
penetrar en los aposentos del palacio.
Componase ste de varios cuerpos de edificios, unidos ingeniosamente por medio de
patios los unos a los otros; y despus de cruzar por varias salas, todas ellas lujosamente
bordadas de filigranada labor de yesera vivamente colorida, semejando riqusimos
tapices, llegaban a una habitacin ms interior, por igual arte enriquecida, y en cada
uno de cuyos frentes se abra angrelado ajimz, a travs de cuyas celosas de madera
penetraban jugueteando los rayos del sol que dibujaban sobre el pavimento la trenzada
red del enrejado.
De trecho en trecho y simtricamente colocados, haba escaos de damasco de varios
colores, y en ellos, blandas, ampulosas y llenas de voluptuosidad, diversas almartabas
bordadas de seda y de oro, mientras que a los pies de los escaos, tejidas de blancos y
finos juncos, se extendan frescas esterillas: grandes jarrones de porcelana azul con
reflejos de oro, de aquellos que con arte singular eran fabricados en Mlaga y en Jan,
dibujaban sobre el zcalo de pintados aliceres las elegantes curvas de su contorno,
ostentando abundosos ramos de agradable vista, en que las rosas, los jazmines y las
dalias se mostraban artsticamente agrupadas; espejos de diversos tamaos destacaban
entre gasas sobre la yesera de los muros, reproduciendo el lujoso aspecto de la sala, y
al propio tiempo que de la techumbre de alerce, delicadamente entallada y colorida,
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penda hermosa lmpara de cristal, en el centro de la estancia hallbase una mesilla
octgona de escasa altura, taraceada, cubierta de blanco mantel de lino y cargada de
viandas, con anchos almohadones distribudos en torno.
Maravillada ante aquel espectculo, totalmente nuevo para ella, ixa se detuvo
vacilante, sin atreverse a trasponer el dintel; pero el desconocido, volvindose a ella,
-Por qu te detienes? -le pregunt siempre con acento carioso-. Ven -aadi- y
recobra tus fuerzas, que harto fatigada debes de sentirte.
Avanz entonces la muchacha, y cediendo a las indicaciones del caballero, tom
asiento en uno de los almohadones tendidos en torno de la mesa, mientras a una sea
de aqul aparecan en la estancia doncellas con aljofainas, jarros de agua de olor y
paos blanqusimos para las manos, y dirigindose a la pobre hurfana, antes de que
pudiera sta hacer resistencia alguna, lavbanle las manos con el agua de olor, y
perfumbanla a porfa, como al desconocido, presentndole despus, sobre un azafate
de latn esmaltado, una copa de dulcsimo refresco, de la cual bebi ixa, an no vuelta
de su sorpresa.
Luego apoderbanse de ella con graciosas insinuaciones; y conducindola a una
habitacin inmediata, no menos primorosamente decorada, despojbanla de sus
humildes ves-. tiduras, y hacindole tomar suave bao de aromticas aguas, volvan de
nuevo a vestirla con hermoso traje de sedas, peinaban sus abundosos cabellos, en los
cuales prendan los pliegues de transparente y blanco izr bordado de oro, y cubriendo
desde los ojos su bello semblante con perfumado alharime, conducanla otra vez a la
estancia, donde la aguardaba el caballero.
No se encontraba ya ste solo como antes; al lado suyo, voluptuosamente reclinada
sobre los mullidos almohadones y cubierta por holgada tnica de algux, con el
semblante descubierto, ornada de sartas de brillantes aljfares que cean su ebrneo y
contorneado cuello, teniendo a la espalda dos esclavas de singular belleza con sendos
abanicos para hacerle aire, e inmediata a la taraceada mesilla, esperaba tambin una
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dama de altivo porte y de mediana edad, quien conversaba con el desconocido en el
momento de aparecer ixa en la estancia.
Tmida, poco segura de s propia, sintiendo discurrir por sus venas extraa laxitud que
paralizaba sus movimientos, la hurfana, suavemente empujada por las doncellas, dio
algunos pasos y se detuvo al contemplar su imagen en uno de los espejos que adornaban
los muros, no atrevindose, en medio de su deseo, a levantar la vista para contemplarse.
Se senta tan bella, adivinaba por instinto que bajo los pliegues de aquellas ricas
vestiduras con que se haba dejado engalanar, resaltaban ms sus encantos, que
sobrecogida de emocin as por esto como por la inesperada presencia de la dama,
enmudecieron sus labios, sin osar por otra parte ni avanzar ni retroceder hasta el lugar
donde visiblemente era aguardada.
La dama en tanto, tena sobre ella fijos los ojos con singular complacencia, en la que
no obstante se trasluca algn despecho, y alzndose con indolencia, dirigise a la nia,
quien toda trmula la senta acercarse.
-Aproxmate, hija ma -le dijo apoderndose de una de sus manos- y ven a tomar asiento
a nuestro lado ... Hermoso es tu continente, y tus ojos son hermosos como el cielo ...
Debe de ser tu rostro tan bello como una sonrisa de Al -aadi hacindola sentar en
el almohadn ms inmediato al suyo, mientras con ejercitada destreza y antes de que
ixa pudiera evitarlo, desprenda el alharime que cubra parte del semblante de sta.
-No te habas engaado -repuso luego dirigindose al desconocido-. Si tus
predicciones, nia, son como tu ros-
tro, dichoso aquel cuya suerte penda de tus labios! Porque de ellos no pueden brotar
sino felicidad y ventura...
-Oh, seora ma! -murmur al fin ixa llena de rubor y levantando confusa hasta la
dama sus ojos expresivos.
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Pronunciadas las frmulas de invocacin, comenzaron las doncellas a servir la comida,
mientras de la habitacin inmediata llegaban hasta el aposento los ecos melodiosos de
varios lades, hbilmente taidos; y as que hubo terminado el servicio, y hubieron
levantado el mantel las graciosas muchachas, alzse el caballero de su asiento, y dando
gracias a Al, despus de saludar a la dama y a ixa, retirse por otra puerta, dejando
en libertad a aquellas.
Durante la comida, la joven haba permanecido callada y siempre ruborosa,
contestando por medio de monoslabos a las preguntas que le dirigieron; pero as que
el gallardo mancebo hubo desaparecido, exhalaron un suspiro sus labios, y volviendo
hacia la dama la mirada, exclam:
-Oh seora ma! Que Al el Excelso premie en el paraso las mercedes que habis
dispensado a esta pobre hurfana, y en pago de ellas os conceda los placeres inefables
de la bienaventuranza!
-Que Al te bendiga, hermosa criatura, por la pureza de tus sentimientos -contest la
dama-. Ests pues satisfecha -pregunt.
-Cmo no estarlo de los beneficios que me habis hecho?
-Las gracias sean dadas a Al! l es el dispensador de todos los beneficios! -replic
sentenciosamente aqullaS que acabas de llegar a Granada, y que el Seor del trono
excelso te ha concedido el privilegio de leer el destino de las criaturas en el curso de
los astros... Nunca tuviste, nia, curiosidad de conocer por aventura el que te reservan?
-Jams, seora ma ... Cul habr por otra parte de ser mi destino, cuando me ves
hurfana y desvalida? ...
-A Al corresponde el conocimiento de las cosas futuras... Ya ves cmo l ha guiado
tus pasos hoy, y cmo te ha conducido hasta aqu, donde encontrars la proteccin que
necesitas y que tanto mereces.
-Gracias otra vez, seora.
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-S; porque tus desgracias, que me han sido referidas, me interesan vivamente, y deseo
ayudarte con toda mi alma a buscar esa persona en pos de cuyas huellas has venido a
Granada ... Ya vers, gentil doncella, como la encontraremos, y si es tal cual t dices,
tendrs para siempre tu porvenir asegurado.
Llena de emocin al escuchar tales palabras, sinti ixa arrasados en lgrimas los ojos;
y tomando una de las manos de la dama, la llev a sus labios reconocida y con respeto,
murmurando a la par frases de gratitud entrecortadas.
La conversacin dur an en esta forma largo rato; y como era aquel por aventura da
en el cual daba el Sultn audiencia pblica en su palacio, qued acordado que ixa,
acompaada de algunos servidores de la dama, acudira aquella misma maana a la
presencia del prncipe de los muslimes para demandarle su proteccin, con lo cual am-
bas mujeres se separaron: la nia para entregarse de nuevo en manos de las doncellas
que deban hermosearla, aunque no haba menester de ello, y la dama para dar las
disposiciones oportunas.
Mientras las sirvientes, cumpliendo las rdenes recibidas, se afanaban complacientes
en hacer resaltar las bellezas de la desvalida hurfana, sta, deslumbrada y desvanecida
por cuanto desde aquella maana le haba acontecido, dejbase llevar de singulares
meditaciones, no de otra suerte que el nadador cansado se deja llevar sobre las aguas
por el movimiento de las olas.
-Cmo -pensaba- cmo, poderoso Al, cmo he podido yo merecer que derrames de
este modo sobre mi humilde frente los tesoros inagotables de tu benevolencia? Qu
he hecho yo, oh Seor de las criaturas, para que cuando ms sola, ms abandonada de
todos me senta, haya encontrado almas tan generosas y tan nobles como la de este
gentil caballero y esta gran seora, que me dispensan beneficios tan sealados? Oh,
genios invisibles, espritus de bondad que vagis incesantes en torno mo, que velis
por m y que me habis animado complacientes, decidme, as Al os conceda
eternamente su gracia, si sta que est aqu soy yo misma, aquella muchacha desventu-
rada y miserable que hace pocas horas se arrastraba penosamente por los caminos
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abandonada de todos y sin saber siquiera dnde podra dar el apetecido descanso a sus
miembros tan apesadumbrados por la fatiga! Decidme que no es un sueo todo cuanto
por m pasa; que no es vana ilusin ni este bello aposento en que me hallo, ni estas
mujeres que derraman solcitas sobre m aguas perfumadas y olorosas, y se disputan
mis miradas y mis sonrisas como enamoradas, pareciendo a porfa competir en
engalanarme de collares, de sartas de aljfares y de alhajas! Decidme que es verdad
cuanto miro, y que estas hermosas vestiduras, recamadas de oro, que me cubren, estas
ajorcas resplandecientes que oprimen mis desnudos brazos y mis muecas, estas
impresiones tan grandes que recibo, no son delirios de mi imaginacin, exaltada por la
fatiga y el cansancio! No hace an dos horas que mis pies, desnudos, polvorientos y
ensangrentados, hollaban doloridos el camino pedregoso que traje desde la humilde
alquera donde he nacido; no hace an dos horas que las mrgenes de ese ro cuyo
murmullo trae hasta m la brisa, fueron el almidh donde hice la ablucin, y que la dura
tierra me sirvi de musal'l para elevar al cielo mi corazn y mis oraciones, y ahora
mis pies huellan alfombras mullidas, y van delicadamente calzados de chapines de
tafilete, bordados en sedas!
De tales y de otras parecidas meditaciones, sacaban bruscamente a ixa las solcitas
doncellas, poniendo ante sus ojos asombrados un espejo, donde, al contemplar con
infantil deleite su hermosura, vio la nia una por una retratadas las perfecciones de su
rostro, quedando satisfecha de s propia; y como era precisamente llegada la hora de
concurrir al Serrallo para asistir a la audiencia pblica del Sultn, segn la dama
desconocida le haba ofrecido, -despus de cubrir las sirvientes el semblante de ixa
con las nevadas gasas de perfumado alharime, guibanla hacia una de las puertas del
edificio, sitio en el cual le aguardaban, lujosamente enjaezada, una jaca nerviosa v de
fina estampa, dispuesta para ella y dos servidores a caballo, no con menor suntuosidad
vestidas, quienes, as que la muchacha hubo tomado cmodo asiento sobre su palafrn,
se colocaron a distancia respetuosa de ella, encaminndose en esta disposicin a
Granada.
Bien pronto qued atrs, con su cupulilla de cascos y sus blanqueados muros, la
humilde mezquita de los Saffares, colocada en el lugar en que juntan bullidoras sus
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aguas el Genil y el Darro; y torciendo luego por modesto puentecillo de tablas el Genil,
hacia la izquierda, sigui la comitiva por la margen del Darro, cuyo lecho pedregoso
sombreaban los copudos lamos all al acaso nacidos, siendo cada vez ms frecuentes
los animados grupos y las regocijadas cuadrillas que a su paso encontraba, dispuestos
unos y otras a celebrar placenteramente en el campo la sagrada pascua. As llegaron
ixa y sus acompaantes a Bb-ut-Taubn, y as, en medio del bullir de la poblacin,
continuaron su camino, tomando por una de las estrechas calles que van
insensiblemente trepando en direccin al cerro de la Alhambra, no sin causar
admiracin en las gentes el aparato de aquella dama, y el lujo de sus vestiduras.
Despus de dar algunas vueltas por callejas sombras, encontraba la comitiva de nuevo
el cauce del Darro, encajonado ya en este sitio por las construcciones del Zacatn; y
revolviendo a la derecha, sala al puente en el cual desembocaba la empinada calle de
Gomeres, la cual segua, hasta penetrar por Bb-ul-Uxcr en el recinto de la Alhambra,
cuyo foso, como ancha grieta abierta en el cerro, marcaba por medio de rojiza, estrecha
y desigual vereda el camino de Bb-id-Gudr, hermosa fbrica de ladrillo que
destacaba gallarda sobre los almenados muros de la fortaleza los altos tambores entre
los cuales se abra la puerta, con su arco de herradura, su puente levadizo y su indis-
pensable guardia, pintorescamente agrupada en las oscuras sombras proyectadas por
los tambores.
No sin emocin llegaba la nia a aquel sitio, y no sin sobresalto cruzaba el foso para
penetrar en la almedina, barrio en el cual la multitud discurra atareada, reflejando en
sus semblantes la alegra; al cabo, y siguiendo como hasta all las indicaciones de uno
de los dos servidores que la acompaaban, se detena delante del alczar, cuyas cpulas
doradas, heridas por los rayos del sol, semejaban bruidos capacetes de oro. All
descabalgaba; y penetrando en el Palacio de la sultana por la Bb-us-Surr, llegaba al
postre al Serrallo.
Hallbase ste colocado en uno de los cuerpos de edificio que caen a la izquierda de la
famosa Torre de Comrex, puesto con ella sin embargo en comunicacin inmediata, y
se ofreca precedido de rectangular patio, en cuyo centro murmuraba sonoro alegre
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surtidor que derramaba en constante movimiento lquidas y transparentes perlas, refres-
cando el ambiente. Al fondo, sobre ancha escalinata levantados tendanse de largo a
largo varios angrelados arcos de calada yesera, apoyados por leves, elegantes y
esbeltas columnas de alabastro, mientras en ltimo trmino se abra al centro en el muro
otro arco de yesera esmaltada, coronado por celosas de complicada traza peregrina,
por entre cuyos geomtricos dibujos se cerna la clara luz del sol, que penetraba a
borbotones, como hirviente cascada de oro, por otra celosa mayor abierta sobre el
bosque en la inmediata estancia. De la techumbre plana, formada de rombos y de
estrellas, de lazos y de flores cubiertas de metlico reflejo, que destacaba con ntido
brillar entre el oscuro matiz de la madera de alerce, pendan varios orbes de cristal, con
multitud de cordones de oro y sedas y borlones elegantes; y levantando encima de
preciada alhombra de juncos, en la que sobre fondo amarillento dibujaban dos leones
afrontados con el lema del Sultn en los fingidos soportes -alzbase el trono, compuesto
de ancho sitial taraceado, en que el oro, el marfil, la concha, el bano, el sndalo, y
otras materias preciosas formaban complicados y vistosos exornos del mejor efecto,
armonizando a la par con la mullida almartaba de pao de seda de damasco, destinada
en el trono para el Sultn, y que se ostentaba con su matiz rojizo en la dulce penumbra
de la estancia.
Llenaban el patio algunos pretendientes en actitud humilde, y silenciosamente
recogidos, cual si asistieran a alguna ceremonia religiosa, mientras el recinto interior,
destinado al Sultn, a sus visires y a los dignatarios palatinos, estaba an desierto,
acreditando que la audiencia pblica extraordinaria no haba an aquel da comenzado.
Al pentrar ixa en el patio por la cuadrada puerta de la izquierda, y descender las
gradas de mrmol, detvose como sobrecogida ante el espectculo maravilloso de lujo
y de esplendor que ofreca aquel recinto, sobre todo, cuando poco despus apareca con
paso grave y majestuoso el soberano, a quien seguan los visires y el mexur, personaje
importante y ejecutor de las justicias.
Era el Amir esbelto, aunque no de grande estatura; conocase que era joven en el
desembarazado andar y en la soltura de los movimientos; mas no poda juzgarse de su
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rostro, porque lo traa cubierto con el almaizr que, pendiendo de la toca con que
adornaba la cabeza, iba a caer no sin gracia sobre el hombro contrario. Vesta rica
aljuba de algec dorado con orlas en los bordes de las mangas y de las haldas, donde,
sobre fondo rojo, destacaban las letras de or del tirz; rico ceidor de sedas, con
hermosos borlones de hilillo de oro, oprima su cintura, y entre los pliegues del ceidor
se descubra el taraceado puo de marfil de la guma, cual, cruzado el pecho por el
tahal de terciopelo, penda al centro ancha y recta espada de elegantes arriaces y
brillante pomo, peregrinamente esmaltado, como toda la empuadura apareca.
Entre las salutaciones lisonjeras en que prorrumpieron los circunstantes, tom el Sultn
asiento sobre el trono, imitndole los visires sobre las almartabas o almohadones para
tal objeto preparados, quedando a espaldas del regio sitial, en pie, y con la ancha y
deslumbradora espada desenvainada y en el alto, el fornido mexur, que no sino ho-
rrible visin pareca, segn lo negro y abultado de su de forme semblante.
A travs del almaizr que ocultaba el del Prncipe, brillaban como centellas los ojos de
ste; y as que hubo despaciosamente paseado sus miradas. por los pretendientes, que
humillados en tierra y con la cabeza en el suelo, no osaban alzar la vista, ech hacia
atrs el velo y esper en silencio, mientras uno de los visires recogi de manos de los
admitidos a la audiencia los memoriales que humildemente presentaban.
ixa haba visto aparecer al Sultn, llena de viva emocin; y bien que siguiendo el
ejemplo de los dems, se haba como ellos prosternado tambin en tierra, tuvo tiempo
para contemplar no obstante el cuadro que a sus ojos se ofreca, y que era para ella
nuevo y desconocido en absoluto, irguindose al fin y sentndose sobre las marmreas
losas del pavimento as que el visir, encargado de tales menesteres, hubo recogido uno
por uno los memoriales, dando principio la audiencia.
En tanto que, llegados a los pies del trono los peticionarios, hacan al Prncipe
exposicin detallada de sus splicas, la nia contemplaba al Amir, poseda del mayor
respeto. Era Abu Abdil'lh Muhmmad joven de veinte escasos abriles, de rostro franco
y sonrisa leal; la naciente barba rubia comenzaba a sombrear sus facciones, tiernas y
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delicadas como las de una doncella; tena azules los ojos, y la expresin de su mirada
era de tal modo dulce y simptica que atraa todas las voluntades; el metal de su voz,
sonoro y melodioso, resonaba en los odos de ixa cual agradable msica, y no tena
sino palabras y frases de esperanza y de consuelo para los que se le acercaban. En
medio del tinte delicado de sus facciones, advertase en ellas marcada expresin de
virilidad y de energa, que contribua a embellecer ms aquel semblante bondadoso,
espejo de un alma cariosa, apasionada, abierta a todas las emociones, pero ms propia
para el sentimiento.
Cuando hubo llegado su turno, a una sea del oficial encargado de acompaar a los
solicitantes, alzse ixa del suelo, toda trmula y agitada; y en tal disposicin acercse
a los pies del trono ruborosa, sin que hubiera logrado tranquilizarse en aquel momento,
solemne para ella, y hacia el cual los buenos genios la haban sin duda alguna insensi-
blemente empujado.
El Sultn conversaba con uno de sus visires, y la nia se dej caer de rodillas y en
actitud humilde, esperando a que el Prncipe la dirigiese la palabra. Al fin, a sus odos
lleg la voz cariosa de Abdul'lh, y aunque era grande la agitacin de que se senta
poseda la doncella, tuvo aliento para prosternarse en el suelo, si bien no para contestar
al Amir, quien por su parte, y sin dar seales de impaciencia, volvi a preguntar
bondadoso:
-Quin eres, joven, y qu es lo que de m deseas?
-Oh seor y dueo mo! -pudo por fin exclamar ixa - Al te colme de bendiciones
en la tierra, y te haga gozar de todos los deleites en el paraso! Preguntas quin soy -
prosigui ante el silencio del Prncipe- y yo misma no s en realidad qu respuesta
darte, pues ignoro quin sea... Hasta aqu, una desventurada criatura: hoy que me hallo
en tu presencia, una mujer dichosa.
Gust a Muhmmand la lisonja; y como la nia permaneciese despus callada, torn a
interrogarla, no sin que antes hubiese advertido a sta el mismo oficial que hasta all la
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haba conducido, de que deba ante el Prncipe de los muslimes levantar el velo que
ocultaba su semblante, como as lo verificaba no sin manifiesta vacilacin la doncella.
Al descubrir los encantos de aquel rostro peregrino. a que daba mayor realce todava
la ruborosa turbacin de que se mostraba animado, el joven Sultn se sinti posedo de
sbita simpata hacia aquella desconocida; y como sta continuase muda y con los ojos
bajos, adivinando el Prncipe su pensamiento, dio orden de que despejasen la sala los
circunstantes y los visires, quedando solos ambos y frente a frente el uno de la otra.
Baj luego de su sitial el Amir, y tomando de la mano a ixa, hzola levantar del suelo,
e invitndola a sentarse en una de las almartabas, sentse l despus al lado suyo.
-Ya estamos solos -dijo- ya puedes hablar libremente... No es eso lo que deseabas?...
-Gracias, seor -repiti ixa, turbada, queriendo de nuevo arrojarse a las plantas del
Sultn, y alzando entonces hasta l la mirada hmeda y llena de agradecimiento.
Y con acento en que la emocin se trasluca, daba al Prncipe conocimiento de su vida,
de las esperanzas que le haban animado a ir a Granada, de la confianza que le inspiraba
el joven Amir, y de los beneficios que esperaba de su mano, para lograr sus legtimos
deseos, aunque callando por instinto el nombre del caballero a quien aquella maana
haba encontrado en las mrgenes del Genil, y a cuya generosa proteccion deba el
lujoso atavo de su persona.
El encanto de su voz seductora; la belleza incomparable de su rostro; la expresin
singular de sus miradas; el ingenuo candor de sus palabras, impregnadas de
sentimiento, y sobre todo, el atractivo poderoso de la nia, quiso Al as sea
reverenciado su santo nombre, que de tal manera impresionaran el corazn del
Prncipe, como para que cuando ixa hubo acabado su relacin, Muhmmad sintiese
arder en su pecho el fuego de la pasin, sin que fuera poderoso a evitarlo, exclamando
enardecido:
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-Por Al, el nico, el Excelso, te juro, hermosa criatura, que habrs de conseguir lo que
deseas... Yo te prometo que juntos t y yo, encontraremos a tu madre, y quin sabe
todava, el destino que desde su trono el Inmutable te tiene reservado!
-Qu l oiga tus palabras, seor y dueo mo, y colme todos tus deseos! -repuso ixa-
. Qu otra cosa puede pedirle para ti, que eres el Prncipe de los muslimes, esta pobre
hurfana, cuyo pensamiento habr de seguirte desde hoy a todas partes, y cuyas
bendiciones te habrn de acompaar donde quiera que vayas?
-No creas t, nia, que, como escritas en el agua, habrn de borrarse tus palabras en mi
memoria... como no se borrar tampoco de ella tu imagen hechicera -dijo no sin alguna
vacilacin el Sultn con marcado acento de entusiasmo, oprimiendo cariosamente la
mano de ixa que an tena entre las suyas-. V -aadi- v llena de esperanzas; v
con el alma llena de felices augurios; y como no quiero que te separes de mi lado sin
llevar algn recuerdo de esta entrevista, toma -dijo despojndose del rico collar de
perlas que cea su cuello y colocndolo sobre los que ya traa la nia- y cuando llegue
en alguna ocasin para ti la hora de la duda, fija tus ojos en este collar, y acurdate de
que vela por ti el Sultn de Granada, quien no habr tampoco de olvidarte.
No hallo palabras ixa con qu agradecer a Muhmmad aquella expresiva muestra de
su bondad cariosa; y antes que el Prncipe hubiera podido impedirlo, llevaba con r-
pido ademn a sus labios la mano de aqul, cubrindola de besos y de lgrimas al
mismo tiempo.
Con esto, tuvo por terminada la audiencia; y levantndose del blando cojn donde haba
permanecido al lado del Sultn, prosternbase de nuevo ante l, y descendiendo las
gradas de mrmol encaminbase a las estancias exteriores. volviendo desde la puerta
los ojos para contemplar an una vez ms a Abdul'lh, quien continuaba como clavado
en su sitio.
Cuando la esbelta figura de ixa hubo desaparecido por completo en la sombra de los
aposentos que daban paso a la Bb-us-Surr, sali el Prncipe del letargo en que pareca
sumido, y haciendo una sea, apareci uno de los visires a su mandato.
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-Corre, -le dijo en voz breve-. Han visto tus ojos la gentil doncella que acaba de salir
de este recinto? Pues es preciso que averiges dnde vive, y que me lo digas...
Inclinse el visir, y llevando su mano derecha sobre la cabeza en seal de obediencia,
torn a salir, mientras el Prncipe olvidado de los dems que esperaban ser a su
presencia introducidos, meditabundo y distrado, sali solo al bosque sobre el Darro, y
tomando all asiento en el suelo, a la sombra de un grupo de pomposos lamos,
entregbase por su parte a extraas meditaciones, a las cuales convidaba el constante
murmullo del ro, lo fresco de la brisa, y el perfumado ambiente que en tal paraje
regalado se respiraba.
III
Al caer la tarde de aquel da tan gozosamente festejado por los muslimes, en cordones
no interrumpidos de gente, con languidez y pereza regresaban los granadinos a sus
hogares abandonados todo el da, penetrando en la ciudad, dando todava seales de
regocijo.
Los grupos de campesinos danzadores iban foco a poco desapareciendo, y el silencio,
de vez en cuando interrumpido por algunos retrasados, reemplazaba en muchas partes
el rumor acordado de los cantares y de las msicas. Recogan sus tiendas porttiles los
mercaderes que se haban establecido con ellas en las calles y en las plazas, al pie de
las puertas de la poblacin, y aun en el campo; cerrbanse, como obedeciendo una
consigna las tiendas lujosas del Zacatn y de la Alcaicera, y slo en el silencio -que
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33
haca ms imponente el crepsculo de la tarde, solemne, apacible y tranquilo-, a
intervalos regulares, cual lnguidos lamentos, escuchbanse, como respondiendo las
unas a las otras, las voces agudas de los almudanos, pregonando a los cuatro vientos,
desde lo alto de los minaretes de las mezquitas, el adn del assabh de almgrib, cuya
hora era.
Cuando cerr la noche, y todo qued envuelto y confundido en las sombras, la
poblacin haba ya recobrado su ordinario aspecto: miradas de estrellas, centelleando
resplandecientes en el intenso azul de los cielos como pupilas ardientes de seres
invisibles, bordaban el manto con que la mano de Al cubre piadosa la naturaleza
convidndola al descanso, y la brisa, fresca y regalada como una caricia, recorra
juguetona las solitarias y estrechas calles, murmurando misteriosa en las cerradas
celosas, agitando al pasar con sus alas sutiles las ramas de los rboles, rozando los
muros de los edificios, rodando incesante, y arrastrando consigo los postreros
recuerdos de la pascua. Todo respiraba calma: todo quietud y paz; y Granada, fatigada
y soolienta, despus de la animacin alegre de aquel da, entregaba lnguida al
descanso tambin sus miembros agitados y su espritu conmovido.
Cuatro aos haca que gobernaba el reino de los Alhmares el joven Prncipe Abu
Abdil'lh Muhmmad, apellidado ms tarde Algan Bil'lh, o el contento con la
proteccin de Al; y aunque contaba apenas veinte primaveras, haba sabido granjearse
con su conducta la estimacin y el respeto de los granadinos, en medio de la situacin
angustiosa, aunque olvidada, en que se hallaban los musulmanes de Alandalus, de todas
partes oprimidos por la espada de los reyes de Castilla. Octavo monarca de aquella
dinasta esplendorosa que supo resistir sola por espacio de cerca de tres siglos el empuje
ya incontrastable de los guerreros de la cruz, prometa con verdad a los muslimes, con
la prudencia y el acierto de su poltica, paz duradera y reparadora, suficiente a hacer
que fueran olvidados los descalabros sufridos por los granades durante el reinado de
Abu-l-Hayyy Isuf I, su padre, muerto alevosamente el da primero de la luna de
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Xaul de 7557 a manos de un loco, segn se aseguraba, en la Mezquita misma que en
la Alhambra haba aos antes edificado lleno de piedad el prncipe Muhmmad III.
La sangrienta batalla del Salado, en que fueron totalmente deshechos los africanos Bani
Marines y los granadinos. haba a tal punto postrado el podero de Islm en Alandalus
que, incapaz desde aquella fecha memorable de 7418 para resistir las huestes
vencedoras y cada vez ms osadas del cristiano, las vea con dolor en su impotencia
avanzar decididamente, y apoderarse sin grave esfuerzo unas en pos de otras de
Alqalat de Ibn Zid, Priego y Ibn Amiy, llegando amenazadoras hasta las Algeciras,
las cuales, bien a despecho de Isuf I, caan asimismo en manos del monarca de
Castilla, como habra cado tambin el propio Yabal Trq, aquel monte revuelto y
poderoso que se adelanta hacia el frica en las aguas del estrecho, y donde se conserva
con el nombre la memoria del primer conquistador de Alandalus, si Izrl, el ngel de
la muerte, enviado sin duda por Al, no hubiese a tiempo separado el 16 de Muharram
de 7519 el alma y el cuerpo del triunfador Alfonso, llevando su espritu a las regiones
profundas del infierno!
Ocho aos eran transcurridos sin que los bravos guerreros granades, terribles en la
lucha, arrojados en el combate, valientes en la pelea, midiesen formalmente sus bien
templadas armas damasquinas y sus largas y aceradas lanzas con los cristianos de
Castilla; ocho aos de tranquilidad y de sosiego, slo momentneamente alterados en
los puntos fronterizos con livianas expediciones y correras sin consecuencias; ocho
aos durante los cuales procuraba restaar Granada las antiguas heridas, pero que
haban dado causa y origen a que, despiertas a sobrehora bastardas ambiciones, bajo
aquella tranquila superficie se agitase de nuevo amenazadora y terrible la discordia, y
7 19 de octubre de 1354.
8 20 de octubre de 1340.
9 26 de marzo de 1350.
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ardiese devorador el incendio que deba consumir al postre y para siempre el imperio
de los Alahmares.
Como fruto sazonado de aquella especie de primavera de que pareca disfrutar
Granada, las artes y las ciencias, las letras y la industria florecieron con mayor vitalidad
y fausto, cual si con tamao y deslumbrador renacimiento hubiesen vuelto para el
Islm, ya abatido, los das de prosperidad y de fortuna, logrados con la ayuda de Al
por el excelso Abdurrahmn-in-Nsir en la llorada Crdoba de los Califas! Entonces
fue, cuando poco a poco, sobre la enhiesta cima de la colina roja, vise como a impulso
de los genios, tomar forma real y palpable al maravilloso alczar de la Alhambra
soadora, cuyos muros tapizan las sutiles creaciones de las hadas, y cuyos techos
esplndidos cuajaron los genios, cristalizando en ellos por prodigio la obra delicada de
diestros alrifes; entonces fue cuando todo pareca prometer ventura dilatada y
duradera; cuando todo sonrea alegre y regocijado, pero cuando era menos firme y
perda en solidez el Islm, porque estaba desde el cielo decretada su suerte!
Refieren las historias, pero Al es slo quien lo sabe, que el Amir de los muslimes,
Abu Abdil'lh Muhmmad, siguiendo el ejemplo de su padre, haba contrado la
costumbre de recorrer acompaado de su ktib o secretario y del arras o jefe de sus
guardias, las calles de la ciudad todas las noches, para convencerse por s propio de que
eran respetadas las rdenes de la polica en su corte; y cuentan que despus de haber
largo tiempo permanecido en oracin de lante de la tumba de Abu-l-Hayyy en la
rudha o cementerio de la Alhambra, donde dorman bajo la proteccin de Al el sueo
eterno sus predecesores los Sultanes Nsires, aquella noche, aniversario precisamente
de la muerte de su padre, bajando desde la esbelta Bb-ul-Gudr por el foso hasta la
ciudad, haba dado el Amir comienzo a su ronda nocturna, animado de vagas y secretas
esperanzas, y sin encontrar durante ella, cosa que su atencin llamara ni que de su
intervencin necesitase.
Reinaba el orden por todas partes en la poblacin, y los pocos transentes que a tales
horas por ella circulaban, eran ostensiblemente gentes honradas: algn enamorado al
pie de misteriosa celosa, en calle solitaria; algn devoto, que caminaba en direccin
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de la mezquita del barrio para prepararse a la salh de altima; algn fsico, llamado a
toda prisa para auxiliar un enfermo; algunos vagabundos echados en los recodos
frecuentes de las revueltas calles sobre el duro suelo, o ebrios y vacilantes, buscando
al salir del docn su morada ... De vez en cuando, en el interior de alguna casa, el
rasguear alegre de quitaras, el bullicioso rumor de las sonajas o del adufe, el
acompasado y estridente palmoteo, que denunciaban un baile, juntamente con alguna
cadenciosa y lnguida cantilena que, en ms de una ocasin, haba forzado al joven
prncipe a detenerse y escuchar con regocijo y an envidia.
Pero nada ms que esto: ni una ria, ni una disputa, ni un servicio realmente
abandonado. Nada, en fin, que acusara de negligencia o de descuido al Shib-ul-madina
o gobernador de la ciudad por parte alguna.
Guiado por sentimiento no bien determinado, pero que desde aquella maana
preocupaba a pesar suyo su espritu, el joven Abdl'lh haba dado comienzo a la
nocturna ronda por el poblado barrio de la Rambla, procurando salir siempre en aquel
distrito -y con insistencia que no acertaban a explicarse los dos oficiales que,
disfrazados como l, le acompaaban aquella noche-, a una de las tortuosas callejas
que buscan por medio de humildes pentecillos sobre el silencioso Darro,
comunicacin con la parte opuesta de la ciudad, y donde, al lado de miserables edificios
de una sola altura, entre jardines alimentados por la humedad bienhechora del cercano
ro, se levantaban de vez en cuando algunos palacios de bella construccin, y propios
ya de ricos mercaderes, o ya de poderosos dignatarios de la corte.
Delante de las tapias de uno de aquellos suntuosos edificios, cuyos contornos
desaparecan ocultos por las copas de los rboles, que desbordaban pomposos sobre el
caballete de la cerca, habase el Prncipe detenido varias veces sin pronunciar palabra,
y como si esperase algo, examinando detenidamente el lugar e inspeccionando la cerca;
pero luego, ante la quietud de aquella mansin, posedo de extraa melancola, que
nunca en l tuvieron ocasin de advertir sus acompaantes, haba continuado la ronda,
dando vuelta a la ciudad, y regresando por la estrecha, larga y sinuosa calle que corre
desde el mismo Zacatn hasta desembocar por Bb-Elvira en el campo.
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Caminaba el Sultn silencioso y como distrado, y contra su habitual costumbre, no
haba cambiado palabra alguna con los oficiales que le seguan -cuando al cruzar por
delante de uno de los oscuros callejones que, a la izquierda de la calle por donde se
dirigan a la Alhambra, trepan enroscndose como culebras hasta el cerro populoso y
desigual del Albaicn-, hiri sus odos, confuso y vago, el rumor repentino de una
disputa, y sobresaliendo entre l, agudo y penetrante, un grito, un solo grito que, en
medio del silencio de la noche, reson fatdico, helando la sangre en las venas del
Prncipe, y obligndole a detenerse un momento como paralizado.
Sin que se hubieran puesto de acuerdo, y vibrando an en el espacio aquel grito
desgarrador, -desenvainando ambos al propio tiempo las espadas, los acompaantes
del joven Sultn habanse ya lanzado en las sombras por el desierto callejn torcido; y
Mhmmad, recobrado y animoso, imitaba su ejemplo sin vacilacin, incorporndose
con ellos a los pocos pasos ... Pero como si todo hubiera sido una quimera, turbado un
solo instante, haba vuelto a recobrar sus dominios glacial el silencio que reinaba; y
careciendo de gua, no descubriendo en parte alguna indicio que despertara sus
sospechas, disponanse ya de orden del Amir a llamar en las primeras casas, cuando
oyeron clara y distintamente el girar de una llave en la cerradura, el abrir rpido de una
puerta, y a poco, sobre la calle el resonar de unos pasos precipitados en la misma
direccin que ellos llevaban.
Impulsados por el propio sentimiento, y animados por el Prncipe, el ktib y el arras o
capitn de sus guardias, guiados por el ruido de aquellos pasos que resonaban siempre
delante, apoderbanse al cabo del personaje que los daba, y aunque no sin protestas,
lograban hacerle retroceder, conducindole a la presencia de Muhmmad.
-Quin eres? -pregunt ste al desconocido-. Qu causa, dime por Al, te obliga a
caminar a estas horas y con tal precipitacin, que no parece sino que huyes de ti mismo?
-Quin eres t -replic aqul altivamente- para dirigirme tal pregunta y detenerme a
semejantes horas y por tal medio, que no parece sino que pretendes apoderarte de mi
bolsa?
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-Calla la torpe lengua, quien quiera que t seas. o sabr yo arrancrtela por mis propias
manos! ... -exclam el Prncipe procurando contener la clera-. Calla la lengua -repuso-
y gua, miserable, a la casa de donde acabas de salir huyendo!
-,Qu tienes t que hacer en ella? Por mi cabeza, que mandas como si fueses el mismo
Sultn nuestro seor Al le guarde! y cual si yo fuese tu esclavo -contest burlo-
namente el desconocido.
-Basta! -grit el Amir, no acostumbrado a tal lenguaje; y deseando terminar pronto,
sac de entre sus ropas esfrica linterna sorda-. Mira! -le dijo aproximndola a su rostro
sobre la cual derramaron viva claridad los hilos
de luz que se escapaban por los agujerillos de la linterna-. Me conoces ahora?
-Qu Al, oh seor y dueo mo, te bendiga y prolongue tus das en la tierra! -exclam
el detenido con terror manifiesto, cayendo de rodillas demudado a las plantas del joven.
-Gua pues! -repiti ste volviendo a ocultar la luz-. Pero ten entendido -aadi
mientras el secretario y el capitn de guardias que haban ya desarmado a aquel hom-
bre, volvan a sujetarle por ambos brazos-, que si lanzas un solo grito, o tratas de
engaarnos, o pretendes huir, te liar dar muerte aqu mismo!
-;Perdn, seor! -suplic el miserable, a quien obligaron a callar sus dos guardianes,
ponindole en movimiento.
No lejos del sitio en que se encontraban, detvose tembloroso y vacilante, a tiempo que
abrindose la puerta de una casa inmediata, sala tomando sus precauciones otro bulto;
al distinguirle el detenido, pugn lanzando un grito por desasirse sin lograrlo, mientras
el embozado desapareca rpido como una sombra entre las de la noche, antes de que
Muhmmad intentase siquiera perseguirle.
-Que Al te maldiga! -exclam el Sultn encarndose con el hombre que sujetaban los
suyos-. Has ahuyentado a tu cmplice, olvidndote de mis mandatos! Mi justicia te
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juzgar maana; pero has descubierto a pesar tuyo el lugar donde ambos habis
cometido vuestro crimen!
Y sin aguardar respuesta, dirigise a la mezquina puerta del edificio de donde haba
salido huyendo el segundo desconocido; golpela con el pomo de su espada, y grit al
propio tiempo:
-Abrid a la justicia!
Su voz reson lgubremente en el silencio de la noche; pero slo dio a ella respuesta
el eco sordo de los golpes que segua dando sobre el portn, sin que nadie pareciera
oirlos.
-;Sujetad slidamente a ese hombre! -dijo al fin con acento imperativo y breve; y
mientras, ejecutada su orden, quedaba el joven, con la espada desnuda al lado del
desco-
nocido, el arras haca diestramente saltar la cerradura del portn, abrindola de golpe
el secretario.
Por l, franqueado el paso, precipitbanse uno y otro, seguidos del Sultn y del hombre
a quien haban detenido, cuya ostensible resistencia venca el Prncipe con la punta de
la espada, encontrndose en la enarenada calle de un jardn o de un huerto, cuya
disposicin y cuyas dimensiones no permitan reconocer las sombras. Siguiendo, no
obstante, el muro con que a la derecha tropezaron, no tardaron en advertir una puerta,
que sin dificultad abrieron, por hallarla entornada solamente, penetrando en una
habitacin, donde no sin inquietud se vieron forzados a detenerse.
Descubri uno de los servidores de Muhmmad la linterna de que iba provisto, y
entonces se ofreci a los ojos de todos singular espectculo, que les llen de espanto y
de zozobra.
Sobre el yesoso desigual pavimento, mal cubierto por las ropas desordenadas,
distinguieron el bulto de una mujer, que yaca inmvil. La tenue claridad que se filtraba
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sutil a travs de las perforaciones de la esfrica linterna, resbalaba sombra y vacilante
sobre l, proyectando agudas rgidas sombras.
Tom el Sultn la luz, y confiando a sus dos oficiales el detenido, que permaneca
silencioso, se adelant hacia el cuerpo de aquella mujer. Sus vestidos eran ricos; tena
el velo destrozado, an sujeto a la elegante y descompuesta toquilla, de la cual se
escapaban ensortijados y negros mechones de cabello, y en el semblante, no del todo
descubierto, la angustia y el terror aparecan profundamente retratados.
Inclinado hacia ella, derram Abdul'lh los rayos de la linterna sobre el rostro de la
infeliz, que pareca vctima de un crimen, y retrocedi vivamente, dejando escapar
agudo grito, mientras plido y convulso, senta helarse la sangre de sus venas.
-Oh! ... No es posible, no! -exclam al cabo, pasando su mano helada por la frente-.
Al no puede consentir semejante burla! ... Sera horrible!
Procurando vencer, aunque sin lograrlo, la visible agitacin que le posea, y ahuyentar
de su espritu la punzante sospecha que le embargaba, torn invocando el santo nombre
de Al a reconocer aquella desventurada: tena una sola herida en la frente, de la cual
brotaba un hilo de sangre espesa, y pareca cadver! El Prncipe repar arrodillado y
con mano trmula el desorden de los vestidos; pulsla despus sin pronunciar palabra,
y pos luego la diestra sobre el corazn de aquella mujer, diciendo al cabo de algunos
instantes de verdadera angustia:
-Vive!... Alabado sea Al, que ha consentido que no lleguemos tarde!
Y mientras uno de sus oficiales volva del huertecillo trayendo un acetre de latn lleno
de agua fra, el Amir, cada vez ms confuso, desgarraba en tiras el blanco lienzo de su
pauelo, sosteniendo en su interior tremendo combate. A la primera ojeada haba
credo, en efecto, reconocer en el semblante de la persona tendida sobre el pavimento
el de aquella hermosa criatura que, pocas horas antes, invocando su proteccin en el
Serrallo, despertaba en el corazn del joven Prncipe nuevos y desconocidos
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sentimientos, y cuya imagen hechicera haban grabado profundamente los buenos
genios en su memoria...
Lo singular e inusitado de aquel encuentro; el lugar tan extrao en que se verificaba;
las circunstancias misteriosas de que se mostraba rodeado, y la sangre que manchaba
el el rostro de aquella mujer, desfigurndole, todo esto, que atropelladamente se ofreca
a la clara inteligencia de Abdul'lh, daba ocasin a que la duda se apoderase a ratos de
su espritu; pero lavada la herida, y restaada la sangre con las compresas hechas del
fino lienzo y que empapadas en el agua fra uno de los servidores presentaba al
Prncipe, concluy ste por reconocer, posedo de mortal angustia, en el desfigurado
de la mujer herida el rostro angelical de
ixa. no acertando a comprender la realidad que contemplaban sus ojos asombrados ...
-ixa! -exclam al fin, trmulo y conmovido-. Era as como deba encontrarte! ...
Quin ha osado poner sus manos en ti, cuando yo haba puesto mi corazn en las
tuyas? ...
Despus, encarndose con el detenido, aadi con rencoroso acento, preado de
amargura:
-La conoces? ... La conoces?... -repiti sujetando con los restos del destrozado
alharime las compresas, al propio tiempo que el ktib humedeca las sienes y los labios
de la pobre nia, herida y sin conocimiento.
Pero el detenido, sin dar respuesta alguna a las preguntas del Prncipe, encerrse en
calculado mutismo, cual si fuera ajeno completamente a cuanto all ocurra.
-Tu silencio te vende -continu el Sultn-; pero yo te juro que sabr hacer el mexuar
que despegues tus labios ...
Mientras tanto, el arras, despus de recorrer y hallar la casa totalmente abandonada,
regresaba en el momento preciso en que la joven haba abierto los ojos, para volverlos
a cerrar al instante.
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Traa consigo un candilillo de latn de dos mecheros, ya encendidos, el cual colocaba
sobre una mesa de pequea altura, que all junto a la puerta de entrada se vea, que-
dando as iluminado el aposento.
Lgubre era el silencio que guardaban los circunstantes: el Prncipe, inclinado siempre
sobre la joven, contemplbala con doloroso afn lleno de angustia, y tratando de sor-
prender en ella algn movimiento; cl ktib segua arrodillado humedeciendo las sienes
de la muchacha, y el arras con los brazos cruzados sobre el pecho, miraba impasible,
como el detenido, semejante cuadro.
Al fin, lanz la joven profundo y prolongado suspiro: torn de nuevo a abrir los ojos,
fijndolos con extravo en el Sultn, y movi los brazos, cados antes a lo largo del
cuerpo.
-Dnde estoy? -pregunt con voz debilitada, tratando a la vez de incorporarse; pero
no pudo conseguirlo, y llevando ambas manos a la frente, retirlas casi al propio tiempo
al sentir el fro de las compresas-. Qu ha pasado por mi? -prosigui contemplando
con marcadas seales de extraeza a cuantos la rodeaban.
-Sosiegue Al tu espritu -dijo el Prncipe-; nada tienes ya que temer de nadie en
adelante.
-;Ah!... -exclam ixa, como si las palabras del Sultn, a quien no haba reconocido,
le hubiesen devuelto de
pronto la memoria-. S... Ya recuerdo!... Cre que para siempre dejaran de contemplar
mis ojos la hermosa luz del sol, y de pronunciar mis labios el santo nombre del Creador
de los cielos y de la tierra!... Ensalzado sea!...
Habase Abdul'lh incorporado, presa de viva agitacin, y acercndose al detenido,
empujle rudamente hacindole entrar en el radio de luz que el candil proyectaba, y
presentndolo de improviso ante ixa.
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Detuvo sta en aquel nuevo personaje la indecisa mirada, y al reconocerle, exhal
horrible grito y cay de nuevo desvanecida, diciendo con horror:
-;T! ... Otra vez t! ... Que Al me valga!
De un salto el joven Amir se haba lanzado sobre el desconocido al escuchar el grito
de ixa, y asindole colrico por los brazos, oprimale sin piedad, mientras dejaba
escapar una a una por entre sus apretados dientes amenazadoras palabras.
-Miserable!!... No negars ahora tu crimen!... -exclam-. De nada te sirve la
obstinacin de tu silencio, y por Aqul que ni engendr ni fue engendrado te juro que
habrs de l de arrepentirte en breve!...
Y haciendo sea al arras para que llevase fuera de all al detenido, volvise hacia la
nia todo trmulo, arrodillndose a su lado, y humedeciendo sus sienes con el agua fra
del acetre.
-;Perdn, oh t el ms piadoso de los descendientes de Jazray! ... Perdn' -implor
aquel hombre, lleno de espanto y dejndose caer a las plantas del Prncipe ...
Pero este, al volver la cabeza, fij en el miserable tal mirada, que le hizo enmudecer,
mientras el arras le obligaba a levantarse y a abandonar la estancia.
No largo tiempo despus, recobraba la joven el conocimiento; y al contemplar con ojos
an extraviados y temerosos al Sultn y al ktib, quien permaneca tambin de rodillas,
una sonrisa apareci en sus labios descoloridos, y sin manifiesta extraeza por la
presencia del primero exclam con acento carioso:
- T, seor y dueo mo? ... Eres t? ... Bendita sea la bondad del Eterno! ...
-S, bendita sea -contest Muhmmad-; bendita una y mil veces, pues por ella he
logrado salvarte de una muerte segura, cuya idea funesta me extremece! ... Bendita,
porque los criminales recibirn bien pronto horrible castigo! ... Pero habla, habla, que
yo escuche tu voz, ms armoniosa para m que el gorjeo de los pintados colorines en el
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espeso bosque de la Alhambra; ms dulce que la miel que recogen en los panales de la
vega los labradores ... Dime, hermosa nia, por qu extrao cmulo de sucesos, para
m desconocidos, te encuentro en este paraje, tan lejos de tu morada, y en esta triste
disposicin, cuando en balde he rondado los tapiales de tu casa la mayor parte de la
noche?...
Lanz ixa leve suspiro al escuchar las apasionadas frases del Sultn, y logrando
incorporarse con el auxilio de este y del ktib, tom asiento sobre un banco de rstica
madera que con tal objeto el secretario del Amir haba tomado del huertecillo, a donde
se retir despus discretamente.
-;Oh! No evoques, seor, en estos momentos, que son sin disputa los m
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