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LOS AÑOS

DORADOS

Caballerizo y montero mayor de Alfonso XIII,

el MARQUÉS DE VIANA encarna como

nadie lo que se ha dado en llamar la edad

de oro de la caza en España. Un libro

rescata las fotografías de sus jornadas

cinegéticas, instantáneas de otro tiempo.

Por VÍCTOR RODRÍGUEZ

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ALTA MONTAÑA Carlos Pombo (dcha.), compañero de caza de Alfonso XIII en la

Cordillera Cantábrica, junto a otros cazadores en los Picos de Europa el 29 de septiembre de 1917. En el coche se pueden

ver el oso y el lobo abatidos ese día. Aunque no está en la foto, Viana participó esa

jornada. No es seguro que lo hiciera Alfonso XIII, aunque hay constancia y testimonios

gráficos de que el rey cazó osos allí.

ATAVIADO José Saavedra y Salamanca, II marqués de

Viana, con zajones, en 1922. Nombrado

caballerizo y montero mayor

por Alfonso XIII en 1906, lo fue hasta

su muerte, en 1927.

EN EL PUESTO El marqués, en un

ojeo de perdices en Rincón Alto

(Córdoba), en 1926. Aunque practicaba con gusto la caza menor, eran las

monterías lo que más le gustaba.

Al contrario que a Alfonso XIII.

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uienes escribieron sobre él en la España de los años 60 del si-glo pasado ya lo describían como un personaje de otro tiempo; imaginen hoy. José Sa-avedra y Salamanca, II marqués de Viana, caballerizo y monte-ro mayor de Alfonso XIII, ade-

más de su íntimo amigo, fue una de las figuras clave de aquella aristocracia alfonsina a caballo entre los si-glos XIX y XX. Nació en Madrid el 7 de abril de 1870 y murió en la misma ciudad y el mismo día en 1927. En esos 57 años cupo la vida intensa de un hombre de volcánico, meticuloso, gozador de los placeres de la vida y audaz. “Un gran carácter de una clase que sólo Es-paña es capaz de producir”, en palabras de su parien-te y también miembro del círculo de Alfonso XIII Ma-nuel Escandón, marqués de Villavieja.

Fue, además de todo ello, una de las mejores escopetas del momento. Y es precisamente a su afición cinegética y a su papel como organizador de las ca-cerías reales adonde apunta el libro El marqués de Viana y la caza (ed. Turner), que reúne alrededor de 150 fotografías de aquellas monterías legendarias. Nombrado montero mayor en junio de 1906, Viana lo fue hasta su muerte y esas algo más de dos déca-das constituyen lo que otro ilustre cazador –y dota-do dibujante–, el conde de Yebes, llamó la “época de oro de la montería española”. “Se monteaba con menos frecuencia que hoy, pero, en cambio, general-mente, las monterías duraban cinco o seis días, y escasamente eran más de doce los monteros que to-maban parte, que es la verdadera manera de montear. ¡Qué contraste con los guateques de sociedad de noventa asistentes y un solo día de montería que predomina en la época en la que vivimos”, escribió Ye-bes en el epílogo al libro Viajes regios y cacerías reales, de Manuel María Arrillaga (1962).

Viana y el rey se conocieron hacia 1900 o 1901 durante unas maniobras de tiro. El marqués era enton-ces oficial del arma de Artillería; el rey aún no había al-canzado la mayoría de edad. Y a pesar de los 16 años que los separaban, desde ese momento se hicieron in-separables. No se ofrecía el cargo de caballerizo y mon-tero mayor en vano: considerado el segundo puesto más importante en el entorno del monarca (el pri-mero era el de mayordomo mayor, a la sazón Andrés Avelino de Salabert, marqués de la Torrecilla, otro de los habituales en las cacerías), solo podía ser ejer-cido por un grande de España y, además de un suel-do anual de 15.000 pesetas llevaba aparejados privi-legios como el de ser el único que podía pasear por Madrid en coche con tiro de seis caballos y obligacio-nes como la de calzar las espuelas al rey o sujetarle el caballo cuando fuese a montarlo.

También, por supuesto, ser administrador de los cazaderos reales: la Casa de Campo, El Pardo y Riofrío. A diferencia del marqués, el rey siempre prefirió la caza menor, sobre todo la perdiz, a las monterías. Yebes llega a sugerir que si participó en monterías –y lo hizo con bastante frecuencia– “quizá fuera por dar gus-to a Viana”, entusiasta de esta forma de caza mayor. Tal vez para tratar de fomentar la inclinación del monar-ca por esta modalidad fuese por lo que el aristócrata comprara en 1920 –por 370.000 pesetas– el Coto del Rincón Alto, en la sierra de Hornachuelos (Córdoba), próximo a su finca de Moratalla. No tardó en con-vertirse en uno de los mejores cotos de venados y ja-balíes de Europa. Lo decía el duque de Almazán en su Historia de la montería en España, de 1944: “Fue El Rin-cón el primer Coto de la península, en número

QLA CORTE DEL REY

Asistentes a la semana del polo en Moratalla, la finca

cordobesa de Viana. El marqués (sentado) y el rey aparecen con un círculo. La reina Victoria Eugenia está a la derecha

de Viana, entre él y su esposa, Mencía

Collado del Alcázar.

CAMPO ABIERTO. Cazadores con las rehalas antes de salir a los puestos en una montería en El Contadero (Jaén), en 1911.

Además de Viana participaron compañeros de caza habituales del rey como el duque de Arión y el conde de la Maza. También el

torero Ricardo Torres Reina “Bombita”.

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RESERVA. El marqués, en Gredos, en 1911. Ante el riesgo de desaparición de la cabra

montesa autóctona, se promovió la conversión del área en real coto para

limitar su caza desde 1910, lo que permitió la recuperación de la especie.

A PIE Y A CABALLO. Participantes en una cacería en Láchar (Granada), finca famosa

por sus perdices, en 1910. Debajo, el marqués, Alfonso XIII y el duque de

Peñaranda, en Deauville (Francia), en 1922.

CURIOSIDAD Alfonso XIII y Viana (dcha.) observan

una cámara de cine en la Casa de

Campo, el 8 de noviembre de 1909.

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CAZADERO REAL Piezas abatidas en la montería de los

días 3, 4 y 5 de febrero de 1911 en El Pardo, el coto real más antiguo

(desde 1312). Como montero mayor,

Viana era el responsable de administrarlo.

NOBLEZA EUROPEA Alfonso XIII (de cuadros), en la finca de

Viana (detrás, sujetando un perro), en 1927. Entre los presentes hay aristócratas

franceses como los duques de Mouchy o los vizcondes de Rochefoucauld, polacos

como el príncipe León de Radziwill y españoles como el duque de Alba.

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de reses cobradas pasaba de cien en cada mancha [...], el cazador menos aficionado no podía sentir un mo-mento de tedio, pues constantemente estaba viendo pasar reses por su puesto”.

Viana fue allí pionero en gestión cinegética. “Rin-cón Alto fue la primera finca de España en la que se ce-baban las manchas”, explica Mariana Gasset, editora de Turner a cargo del libro. “De esa forma se atraía a los animales. La práctica fue introducida también por los cotos lindantes”. Hornachuelos se convirtió así en uno de los paraísos cinegéticos de España.

Moratalla, muy cerca de allí, fue, no obstante, la gran finca del marqués de Viana. Su extraordinaria casa palacio acogió al rey hasta en 13 ocasiones entre 1908 y 1930, incluso después de la muerte de su mon-tero mayor. Situada en la vega del Guadalquivir, allí se cazaban sobre todo perdices, pero incluso cuando Alfonso XIII y Viana iban de caza mayor al Rincón Alto se hospedaban en Moratalla. Sus más de 1.500 hectá-reas albergaban también un campo de polo, otra de las pasiones del monarca, de Viana y, en general, de la aristocracia de la época: cuando la veda estaba cerrada se jugaba al polo. También la reina Victoria Eu-genia visitó Moratalla, a pesar de que su relación con Viana era tirante. Más allá de los recelos que en una es-posa pudiera levantar el hombre encargado de orga-nizar las diversiones de su marido pesaban razones de Estado. En tiempos de la I Guerra Mundial (1914-1919), y aunque España se mantuviera neutral, Via-na era abiertamente germanófilo; ella, inglesa. MINUCIOSA RECOPILACIÓN. Viana y Alfonso XIII ca-zaron juntos en muchos otros sitios, incluso en el ex-tranjero (Escocia y Hungría). El marqués de Viana y la caza da buena cuenta de jornadas cinegéticas en co-tos andaluces, incluido Doñana; en los Picos de Eu-ropa; en Gredos, donde la afición real sirvió para preservar la emblemática Capra pyrenaica victoriae, o en fincas de postín de la geografía española como En-comienda de Mudela (Ciudad Real), La Ventosilla (To-ledo) o El Guadalperal (Cáceres), propiedad de Her-nando Fitz-James Stuart, duque de Peñaranda y hermano del XVII duque de Alba. Acabaría siendo, además, yerno de Viana, al casar con su hija Carmen. El hoy duque de Peñaranda, Jaime Fitz-James Stuart, es también IV marqués de Viana. De hecho, es en El Guadalperal donde se conservan los 24 álbumes fo-tográficos que recopiló Viana. De dos de esos álbumes y del archivo del palacio de Viana, en Córdoba, proce-den la casi totalidad de imágenes ahora recopiladas.

Su tío, el I marqués de Viana, Teobaldo Saavedra, con el que creció el futuro montero de Alfonso XIII tras quedar huérfano a los 7 años, fue un gran aficio-nado a la fotografía. Él no tanto, a pesar de mostrar gran interés por otros avances técnicos de su tiempo como los coches y los primeros aviones. Sin embar-go, sorprende la minuciosa atención con que clasi-ficaba sus fotos, a veces acompañadas de precisas anotaciones en depurada caligrafía. Todas juntas com-ponen el retrato de ese señor de vita-lidad exagerada que casi siempre ves-tía en sus jornadas de caza un sombrero hongo algo ridículo, pero también el de toda una época. Tal vez no seamos todos más que eso: retra-tos de la época que nos tocó vivir.

“El marqués de Viana y la caza”. 176 págs. 24 x 29 cm. Tapa dura forrada en tela con cromo. Publicación: 15 de noviembre. 70 euros. www.turnerlibros.com

DOS AMIGOS Alfonso XIII y el marqués, en la finca de este,

Moratalla (Córdo-ba), en 1911. Se

habían conocido en unas maniobras de tiro unos 10 años antes. Obsérvese

quién sujeta el paraguas.

FIESTA El

aristócra-ta, en un baile de disfraces en Madrid hacia 1920.

AL VOLANTE. Viana, en un deportivo Mors de 90 CV. En 1909 fue uno de los primeros españoles

en volar a bordo de uno de los aparatos de los hermanos Wright.

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