Trayectorias de dolor y resistencia
IX
Despertar la conciencia y construir la
Trayectoria de vida
“Yo todos los días llorando no puedo, con eso no lo traigo a él, pero que
olvidar, el día que me muera”
Sustentando cuatro hijos tras un esposo desaparecido a la fuerza
[...] usted sí tenía a su papá, porque si no, no
estuviera en el mundo, pero desgraciadamente
las cosas nos pasaron y tal vez tenían que pasar.
Entrevistada No. 14
Cuando el pueblo sí era pueblo
Ella nace en 1954, en una vereda cercana al pueblo. Su primera infancia la
vive en una finca junto con sus padres y sus doce hermanos. Al decir de ella,
aquellos tiempos son “buenos”, pues no tiene recuerdos de la existencia del
conflicto armado, “yo me iba con él [su padre] a las 4 de la mañana, salíamos
solos una hora de camino, iba ayudarle yo a cocinar allá a él, por ahí nadie le salía
a uno ni nada, como es ahoritica, ahoritica le da a uno miedo, sea en el campo,
sea en el pueblo”. De esa finquita, como la denomina ella, que produce café y
algunos productos de pan coger, tienen que salir a causa de una enfermedad de
su padre, cuando todavía ella está muy pequeña.
Se mudan a la cabecera municipal. Venden la finca y compran una tienda.
Allí, ella estudia hasta quinto primaria. Al parecer, la vida de sus hermanos
hombres transcurre de modo muy distinto a la de ella y sus hermanas. A ellas les
toca trabajar de manera más decidida en el negocio, son más dependientes de
sus padres. Ellos, sus hermanos, por el contrario, de a poco van saliendo, “Al
menos las mujeres nos tocaba, ¿no? Los hombres ya van saliendo... cuando eso
como uno tenía veinte y más años, y todavía era lo que los papás le dijeran... Eso
no era como ahorita que se mandan solos, cuando eso lo mandaban a uno, tocaba
lo que ellos dijeran”.
Una vez termina la educación primaria, la dedicación al trabajo y a la casa es
total.
Ahorita uno se esfuerza por darle educación a los hijos y porque los hijos sean
algo de lo que uno ya no fue, cuando eso no, los padres querían que uno
trabajara. Lo tenían a uno, ya uno medio se crecía, ya ‘mijita, venga cocine,
venga haga esto…’, ayudarle a ellos, yo no seguí estudiando porque yo me
dediqué a trabajarle a ellos.
Con el paso del tiempo, esta sujeción a sus padres recae en otras figuras:
sus hermanos hombres, quienes controlan hasta los aspectos relacionados al
amor. Ella tiene un poco menos de veinticuatro años de edad cuando conoce al
que se convierte en su esposo, un ayudante que trabaja en un depósito de víveres
de propiedad de unos de los tíos de ella. Según la entrevistada, se trata de un
depósito que surte a todo el pueblo. La familia del muchacho tiene una finca y
parece que compra ciertos menesteres en la tienda en la que la narradora trabaja
junto con sus padres y sus otras hermanas. En el vaivén de este tipo de
relaciones, entre los de la finca y el depósito, ella y él se conocen. Quizá en medio
de secretos, con algunas celestinas, con uno que otro amigo mediando, el amor
surge. Se dan a la fuga en un día que no precisa. Andan por un departamento,
luego por la casa de los suegros, más adelante van al pueblo y terminan en una
ciudad en la que después de diez años y tres hijos se casan. Todo este recorrido
sería más corto y la fuga evitable, si uno de sus hermanos no se dedicara a
supervisar y controlar su vida:
El problema lo tuve con un hermano ¿sí? Yo tuve problemas fue con un
hermano, yo ya tenía 24 años y el hermano mío era muy cansón, entonces... él
era muy cansón y muy metido en la vida de uno, ¿sí? Y dije: ‘me voy’. Ya no
quedaban en la casa sino las dos menores, ya no quedaba en la casa más nadie
con ellos, entonces yo me fui a vivir con él y después, ya yo tenía 10 años de
vivir con él cuando nos casamos, yo ya tenía mis tres chinos.
De aquellos años ella recuerda una bonanza económica que el pueblo no
vuelve a vivir, sin duda, relacionada con las favorables experiencias cafeteras que
el país avista décadas atrás. Es la época cuando el pueblo tiene renombre,
cuando la que la tienda de sus padres es una “tiendota”.
Desaparecieron al compadre…
Después de esos años aciagos, de huidas y venidas, ella, su esposo y sus
tres hijos, logran establecerse en un barrio periférico de la ciudad gracias a un
trabajo que él consigue como operario de máquinas en una empresa constructora
de carreteras. Desde ese entonces, solo con algunos cambios, residen en el
mismo sector. Mientras está con él, nunca trabaja: “no me dejó trabajar... como él
trabajaba, daba para todo en la casa. Prácticamente me la pasaba en la casa con
los chinos”. No obstante, después que él desaparece, las cosas cambian.
“Ellos salieron de aquí un jueves”, recuerda la entrevistada; “ahora es que no
me llame, que yo no vaya a saber de usted", es la última arenga que ella le dice,
“no, yo el martes estoy aquí", le replica él. Llevan veinte años juntos, para cuando
lo desaparecen, a finales de 2001. Él ya se retira de la empresa pero de alguna
forma sigue ejerciendo su labor, pues el viaje consiste precisamente, en ir a mirar
una máquina que él ya opera, a ver si tiene la opción de quedarse a trabajar. Parte
junto con un vecino amigo y más adelante, ignoran todavía las razones, se les une
otro conocido. El siguiente miércoles, temprano, como a las seis de la mañana, el
tono angustioso de una cuñada predice lo peor: "¿comadre, usted no sabe lo que
pasó?", "qué pasó", "¿usted no sabe?", "no, no sé nada", "usted no sabe que al
compadre lo desaparecieron”. “A ellos los mataron”, decía con desespero una
familiar; "yo me voy así sea como sea", "comadre nos vamos", "a dónde nos
vamos, si nosotros no sabemos a dónde están", “supiera dónde están, así fuera
como fuera, yo me iba, pero nosotros no sabemos nada”, son los diálogos
cruzados que en medio de la tragedia no pueden distinguir entre lo razonable y lo
inverosímil.
Se quedan, al decir de ella, “luchando y averiguando aquí y allí” y no
obstante, pasados más de doce años, hoy no saben nada, “nada es nada”, dice
con ese acento categórico que caracteriza a sus paisanas. Luego de algún tiempo,
uno de sus hermanos la lleva a donde supuestamente ocurre la desaparición de
su esposo: “me dijo: ‘mire, en esta parte desaparecieron ellos’. Yo fui por allá,
pasé, no digo que entré, pasé por ahí, me dijeron: ‘mire, en esta parte fue donde
pasó el caso’". Sin embargo, ella no precisa el lugar, parece que tal dato no es de
su interés.
Hoy por hoy sabe que son los paramilitares de Jorge 40 los responsables del
hecho. Así se lo informa una carta remitida desde la Fiscalía sin más. Hasta el
momento no recibe ninguna reparación económica. La asistencia estatal consiste
en algunas sesiones psicológicas en las que se le dicen “que teníamos que sacar
eso ¿sí? Nosotros pues que olvidar, no olvidaríamos, pero que tenemos que
cambiar porque no podíamos dejarnos llevar por lo que nos había pasado, no
podemos entregarnos a eso y dejarnos llevar de eso”.
En la Fiscalía de su ciudad de residencia poco o nada la ayudan. Antes bien,
le desaparecen los documentos:
Yo fui más sin embargo a la Fiscalía a mí me dieron un papel, cuando ya ahora
último necesité otro, me dijeron que esa denuncia no estaba, perdieron el
denuncio... yo hice por ejemplo eso para Justicia y Paz, eso yo pasé un montón
de papeles que me pidieron por allá en la Fiscalía, hasta una foto de él grande,
yo pasé todos esos papeles, quién sabe si existirán o no, es veces que uno pasa
papeles cuando dicen que ya no existen.
“ahí es donde me tocó lo bueno”: la vida después de la desaparición
Una vez enterada de la noticia, ella no cree que estén muertos. Por el
contrario, mantiene la esperanza que en poco tiempo vuelva volver a verlos. Sin
embargo, con el paso de los días y de los años esta esperanza se desvanece, y si
bien, aún no admite la muerte de su esposo, tampoco cree que esté vivo. Este
estado de desconocimiento acerca de la pervivencia de su esposo, se extiende
como un limbo emocional entre los familiares y amigos que le sobreviven,
especialmente en ella, que de manera sencilla y profunda retrata ese estado en
las siguientes frases: “uno no sabe ¿sí? El que se muere va uno y lo lleva allá y lo
deja allá, lo deja en el cementerio y sabe que allá le quedó la persona. Ahora una
cosa de estas, sin saber uno es muy duro, mucho lo que le toca uno sufrir... ya se
resigna uno a las cosas porque ya ¿qué hace?”.
Pero la resignación no es el único gravamen al que queda sometida. La
necesidad de subsistencia, de ella y sus hijos, una vez desaparecido su esposo,
se convierte en otro asunto de angustia. Después de lo que sucede y sin mayores
recursos se traslada a otra ciudad, en donde la solidaridad de algunos hermanos
que allí residen es fundamental. No obstante, pasado algún tiempo, sus hermanos
no pueden ayudarle más y tiene que regresar nuevamente a la ciudad de la cual
parte. Es una época difícil:
[...] no tenía ni para comerme un pan, usted sabe lo que es estar uno [ruido
externo] usted sabe lo que es vivir uno arrimado y no tener uno para nada, yo, mi
china pequeña, me tocaba mandarla a la escuela sin almuerzo... Y yo cómo les
iba a decir ‘demen’ si no era mío, cuando dije: ‘no, yo me voy para [nombre de
ciudad omitido]", yo me ‘tuve dos años, pero dije, ‘me voy... ’”.
Tras dos años de un sufrimiento inconcluso, el retorno a la ciudad en la que
vive media vida le representa cierto bienestar. Las redes familiares y de amigos
son un apoyo vital, gracias a la cuales, entre otras cosas, logra conseguir trabajo
como barrendera de calles en una empresa de aseo de la ciudad. Hoy por hoy se
encuentra desempleada, pues la empresa la acaban, y le toca, como ella dice,
trabajar por días en lo que le salga.
No obstante, los coletazos de este drama no paran aquí. La desaparición
trae consigo el rompimiento de las relaciones con algunos familiares de su esposo
y una sentida ausencia que no puede explicarle con cabalidad a sus hijos,
especialmente a su hija menor. En cuanto a los desencuentros con la familia de su
esposo, según la entrevistada, se deben a que ciertos miembros de esta familia la
culpan de la desaparición de éste:
[...] yo con la familia de él, poco, muy poco de ellos, porque algunos como que
me culparon. Pero yo no tenía culpa porque yo no lo mandé a él por allá, no, no,
yo hasta le dije: ‘mira, no se vaya a ir ahorita’, porque habían matado, cuando
eso, a La Cacica, por ahí, allá en Valledupar. Le dije: ‘por ahí están pegando
mucho, mire que…’, ah, ‘que eso el que nada debe nada teme’, ya sabe que uno
se manda solito. Y entonces hay unos con los que no me trato, de los hermanos
de él, por eso. Unos como que se disgustaron conmigo por eso, yo no tenía
culpa en eso.
En lo que respecta a los hijos, puede notarse que la desaparición del padre
trae efectos diferenciales. Mientras los mayores toman una actitud mucho más
resignada, por lo menos así lo cuenta la entrevistada, la hija menor, que tiene tan
solo seis años, cuando su padre desaparece tiene un proceso de muchas
preguntas sin respuestas satisfactorias, de comentarios desconsiderados por parte
de los compañeros del colegio, incluso, hasta hace poco, alberga esperanzas de
volver a ver a su padre vivo. Así lo narra la entrevistada:
[...] cómo le dijera, ellos dicen: ‘mamá, ya, ya, ya mi papá pues no lo vamos a
volver a ver, ya mi papá no lo vamos a volver a ver, ya nos toca resignarnos a
que ya lo perdimos’. Al menos la china, la china quedó de seis años, esa china
quedó pequeña, la más que me dio fue esa, porque la china sí, era la más, él
quería tanto a esa muchachita, entonces la china lo esperaba y hasta hace
poco la china lo esperaba todavía, pues no es que la china lo haiga olvidado,
pero ella hace poco esperaba su papá, que le llegara su papá. Eso es duro,
duro.
Conseguir un techo: la meta más grande
En el plano institucional ella hace lo que le piden: que traiga estos papeles,
que lleve estas fotografías, que saque estas copias, que vaya a la Fiscalía, que se
acerque a la Unidad de Atención de Víctimas, en fin. Sea por la razón que sea,
tanta tramitación lo único que le deja es agotamiento y frustración. No recibe
ninguna indemnización administrativa y los intentos de justicia dependen de las
confesiones de postulados de Justicia y Paz. En últimas, parece no importarle lo
que el Estado puede hacer por ella y por su drama, incluso, no muestra mayor
interés en los reconocimientos económicos de los que puede ser beneficiada a
causa de la desaparición de su esposo. Para dar un ejemplo, poco lucha por un
pedazo de tierra que su esposo recibe como parte de una herencia, “que se la den
a mis hijos”, dice a propósito de un suceso en el que se intenta vender la totalidad
de la herencia a un tercero.
No obstante, a pesar de esta indiferencia por los recursos provenientes de la
herencia, su mayor sueño es tener un techo propio. Para conseguirlo no apela al
Estado ni a su condición de víctima, en cambio evoca “la ayuda de Dios” y admite
su propio esfuerzo.
Mi proyecto de vida y meta más grande que le pido a Dios, es que me ayude a
ver cómo me consigo un techo. Esa es la que más le pido al Señor, todos los
días... Dios me regale un techo y listo, con eso ya cambia todo. Esa es la meta y
lo que más lucho, porque yo lucho, voy aquí, voy allí, a ver cómo de pronto me
consigo un techo. Que cuando uno tiene un techo ya la vida cambia, porque uno
no trabaja sino para los arriendos, no más. Entonces a uno no le alcanza para
más nada... Nosotros pagamos 770.000 pesos donde vivimos, un apartamento,
claro que lo pago con un hermano. Pagamos eso por el apartamento, entonces
uno no trabaja más sino para pagar el arriendo. Así no puede uno, esa es mi
meta y eso es lo que le pido a Dios que será lo único, por qué más le va uno a
pedir, Dios es el único. Él no va venir a traerme, ‘tome la plata vaya y compre la
casa’. Pero sí de pronto me da alguna, sí, se me abra alguna puerta dónde yo
pueda conseguirme un techo.
Hoy por hoy no visita muy seguido la Fiscalía. Deja eso así, por lo menos en
lo que respecta a los trámites y papeleos en los que la institucionalidad oficial
introduce a las víctimas a cambio de unas minucias. Sin embargo, no deja de
luchar. Actualmente está vinculada y comprometida con una asociación que
asume la pelea contra la impunidad, especialmente aquella derivada del olvido. En
esta organización ella encuentra solidaridad, orientación jurídica e incluso
espacios para salir de su cotidianidad, “Porque yo no sé salir a ninguna parte, con
[nombre de lideresa omitido] lo he hecho, ella cuando tiene alguna cosa ella me
llama, "que vamos que hay esto, que vamos". Yo salgo donde ella me convida”.
Los agravios de la sociedad y el sinsentido de lo sucedido
Aunque la lidia con el Estado es indignante, dicha indignación no es
comparable con el resquebrajamiento emocional que produce el desprecio de la
misma sociedad a la cual se pertenece. Si bien en Colombia hay gente generosa
con el dolor ajeno, también es cierto que entre las clases populares existen
actitudes arribistas que, en cierta medida, terminan revictimizando a las personas
afectadas por el conflicto armado interno, haciéndolas sentir culpables de una
situación que ellas no causan.
[...] de pronto hay gente, cómo le dijera yo, como que sí toma siempre el dolor
ajeno por algo, ¿sí?, pero algunas otras personas, no. Hay personas que no,
antes como que tratan de maltratarlo más de lo que está. O sea, hay personas
que sí, yo por ejemplo en el colegio, bueno, los pelados, la china, que sí, que
porque ella no tenía papá como a apartarla porque ella no tenía su papá, la china
llegaba y me decía, ‘mamá, que esto, que aquello’. Yo le decía: ‘mija, déjelos
porque yo qué puedo hacer’, sí, yo le decía a ella así, ‘usted sí tenía a su papá,
porque si no, no estuviera en el mundo, pero desgraciadamente las cosas nos
pasaron y tal vez tenían que pasar’... Yo siempre les he dicho a ellos, eso duele
mucho, ver las personas otras y uno no, estar uno como en otra cosa, es
doloroso pero uno qué puede hacer. Yo sí tomo eso, no sé cómo, para mí es
difícil esa vida de, de… es difícil para uno. Yo no se lo deseo a nadie, porque yo
le digo, yo veía noticias, ‘ah mire, que desaparecieron a fulano’, ¿sí?, ‘ah mire,
que esto pasó’, ‘Ah, pobrecito’, decía uno si al caso, ‘ah, pobrecita esa persona
le está pasando esto’, listo, de ahí no pasa. Pero cuando llega a ser en uno, es
donde uno lo siente, es donde uno dice lo que es.
A las controversias contra el Estado y la sociedad, falta sumarle una
controversia más, totalmente transcendental, y es la que tiene que resolver ella
consigo misma. Cuando se le pregunta cuál es el sentido que le encuentra a lo
que le sucede, tajantemente responde que ninguno: “Ninguno, no soy capaz de
encontrarlo, solo digo ¿por qué?... Eso sí, como el cuento, a ratos me pongo y me
pregunto. Uno se pregunta, “¿por qué a mí me pasó esto?”, y hay ratos duros y
digo ¿por qué?, y no lo sé”.
No obstante, ella tiene claro que apenas le entreguen los “huesitos” de su
esposo tiene que llevarlos y enterrarlos en el pueblo del cual ambos son oriundos,
el de sus infancias y amoríos, el de sus padres y hermanos, donde queda la tienda
y el depósito, el pueblo que por algún mecanismo de la memoria transmitida se
arraiga también en sus hijos.
Lo que digo, porque si están muertos, no saber uno a dónde, yo digo, ya lo que
Dios quiera. Pero si están muertos, ojalá le entreguen a uno los huesitos para
saber uno, como dijo mi hijo: ‘Mamá, para llevarlos a [nombre de pueblo omitido],
porque toca irlos a llevar allá’, eso sí, ‘sí un día aparece mi papá toca irnos a
llevar a [nombre de pueblo omitido]’... Porque ese era su último deseo, de él era
ese. Cuando él se muriera tenían que enterrarlo en [nombre de pueblo omitido].
Entonces el chino dice: ‘Si algún día aparecen los restos de mi papá nos toca
llevarlo allá’.