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Título de la edición original:
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© 1974, Center Press, Berkeley
Traducción: Carme11
Gloria Loredo
Revisión Técnica:
Jaime Guillén de E11ríquez
Diseño de Colección: Luis
Alonso
©EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A. 1998
HENAO, 6- 48009 BILBAO
www.desclee.editores-euskadi.com
Printed in Spain
ISBN: 84-330-1293-2
Depósito Legal: BI-838-98
Impresión: Grafo, S.A. - Bilbao
Para
Gail que me
dio
a Lealz
quien marcó
hilo
en
mi vida.
Y
para
mi
amigo y
editor
Don
Gerrnrd
sin
cuya ayuda
y
conocimientos
11 habría sido
posible
este libro.
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ÍNDICE
Prólogo a la edición española
por Jumz
anuel
G Llagostera . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
VIVENCIAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
l . Formas de
morir
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
2 Momentos cruc iale s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
31
3 La excitación: Excitarse, despertar. . . . . . . . . . . . . . . 37
4 La emoción: Emigrar, alejarse . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
5
Los sa crifi cios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
6 La pérdida
y su duelo.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
49
7
Los puntos finales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
8
Morir
con Ed . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
59
MITIFICAR. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
9 Un fundamento para el Mito. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
10 Imágenes sociales y propias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
11 La importancia
de
la experiencia personal:
Hacerse
alguien.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
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12. La amenaza de no exi sti r . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
13. Afrontar lo
desconocido
. . . . . . . . . . . . . . . . . 89
14. Me digo yo a mí mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
15. El tiempo
biológico
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
16. La
sexualidad
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
17. Diálogos con uno mismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
18.
Desarrollar diálogos con
uno
mismo
. . . . . . . . . . . . 117
19. Cambiar percepciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
20. El instinto
de morir
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
21. Fundirse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135
El Centro de Estudio Energéticos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Cuenta una vieja lzistoria que un amigo pidió a
Platón, en su lecho
de
muerte, que
le
resumiese la gran
obra de
su
vida, Los Diálogos, en una frase. Platón,
saliendo de una wsollación, miró a
il
amigo y dijo
Ejercita tu propia muerte .
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PRÓLOGO
L EDICIÓN
ESP ÑOL
por uan
anuel G
Llagostera
Keleman explica cómo el cuerpo
posee una
plasticidad de
la
que quizá no nos habíamos apercibido. Todos sabemos
que a lo largo
de su vida
el
ser
humano
sufre
una
serie
de
transformaciones físicas. Observamos continuamente
cómo
las personas que hemos ido conociendo van modificando su
aspecto exterior pero, a menudo creemos que se trata de
un
proceso
que
sucede totalmente al azar. Keleman, artista plás
tico que esculpe, que dibuja, que hace poesía -otra manera de
transformar nuestro espíritu-, nos
enseña
que es posible,
conscientemente, modificar
nuestra
configuración. Todo
cambio de ideas, de sensaciones, de sentimientos, se refleja
rán
en
cambios en
nuestra
estructura corporal.
¿Vivimos conscientemente nuestras vidas? ¿Cómo nos
utilizamos a nosotros mismos?
En esta época de modelos a imitar, sean profesionales de
la pasarela, ejecutivos de altos ingresos, inversores con pin-
gües beneficios en bolsa, cantantes de moda etc., Keleman
nos habla de que nosotros podemos tener, vivir, crear nues-
tros propios mitos y
no
los
que
la sociedad, Jos medios
de
comunicación, etc., se encargan de mostrarnos.
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Cotidianamente, experimentamos
pequeñas
muertes,
pequeños finales. En cada eta pa
de
nuestra vida, la infancia,
la adolescencia, la etapa adulta, la vejez, ocurren momentos
decisivos, puntos
de
inflexión. Tal vez sobrevino la
muerte de
algún
ser
querido, la
pérdida
de
nuestro trabajo habitual o
una
situación emocional que nos desborda tras
una
separa
ción. Keleman, enamorado
de
la forma,
de
modelar,
de
orga
nizar y desorganizar estructuras, dice
que
es justamente
en
esos períodos cruciales
que
nos present a la existencia
cuando
podemos
aprender a alterar la forma o el patrón somático
que
empleábamos hasta · entonces
para
manejar nuestras
vidas,
por
otro nuevo, otro
modo de vivimos en
armonía,
integrando
todas nuestras partes.
Este tema, tan recurrente en la experiencia y la obra
de
Stanley Keleman, alcanza
en
Vivir la propia
muerte no
sólo
a nuestro vivir cotidiano sino, lo que es
más
importante, a
nuestro proceso
de
morir.
Keleman expresa su convencimiento
de
que cada ser
humano
puede,
y
de
hecho lo hace, construir
su
propia forma
de
morir.
Si
vivimos la vida, las
pequeñas
muertes, tal
como
nos marcan las pautas
de
nuestra cultura, si seguimos ruti
nariamente los modelos, las concepciones del morir que tiene
nuestra sociedad actual, -desde considerar el
morir como
algo
de
lo que
no
se
ha de
hablar o c omo algo exclusivamen
te terrible, inútil o a lo que
hay
que resignarse-, efectiva
mente tendremos
una de
esas formas
de
morir
que
el
mundo
ha diseñado para nosotros. En cambio, si fabricamos nuestro
propio mito,
nuestra
propia creencia, si vivimos la vida
de
acuerdo
con nuestra
propia experiencia, tendremos
una
manera de
morir que podría denominarse o asemejarse al
orgasmo,
una
sensación
de
fusión con la
unidad,
de
dejarnos
ir
de
soltar amarras,
de
éxtasis.
En estos momentos en que la eutanasia es
un
tema tan
candente, tan
debatido
y a
menudo,
enfocado
de
forma
muy
t:
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
simplificada, creo que
en
este libro, escrito ya hace más
de
dos décadas, y
que
ahora podemos leer en nuestra lengua, se
aporta una visión
profunda
y nueva que nos puede hacer
reflexionar serenamente.
Si
también el nacer podría estar hoy amenazado
por
inte
reses científicos, comerciales o manipuladores, pienso que
Vivir la propia
muerte
nos lleva a una concepción profun
damente humanista al mostrarnos que podemos vivir nues
tra
vida
con plenitud y llegar a experimentar nuestro proce
so del
morir
incluso
de
forma placentera.
No
puedo, ya
que
soy médico
de
profesión desde hace
veintitantos años y
he
visto, compartido y reflexionado sobre
el hecho del vivir y el morir, dejar
de apuntar
algo que creo
sucede
en nuestros días. Por un lado, muchas personas ter
minan actualmente sus vidas
en una
cama
de
hospital,
en
una
unidad de
vigilancia intensiva o en
un
centro
de
enfer
mos terminales, lugares
donde
el individuo, a
menudo
alie
nado
o embotado
por
analgésicos potentes vive
su
proceso
de morir
de
una
manera muy
diferente a la
de un pasado
no
muy
lejano en que la mayoría
de
los seres humanos moría en
su propio hogar, rodeado
de
los suyos, con tiempo
para
dic
tar sus últimas voluntades, despedirse
de
sus seres queridos
y
por
fin, dejando sus tareas concluidas dejarse llevar dulce
mente hacia
una
fusión con el Todo.
Stanley Keleman dice con impresionante claridad que o
bien participamos en nuestro propio flujo
de
la vida o nos
negamos a vivirlo conscientemente. Nos anima a construir
nuestra existencia mediante el ejercicio del libre albedrío,
siguiendo las pautas que, voluntariamente, consideremos
más adecuadas sin estructurarla
de
la forma que quieran
fijarnos la cultura, los medios
de
comunicación predomina n
tes en cada
momento
o los poderes externos.
Aún
más
sorprendentemente, escribe que: no podemos
morir hasta que todas las partes que constituyen nuestro ser
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
estén dispuestas para partir". Keleman cree que es posible
que
una parte de nuestro ser, del cuerpo, escoja la muerte,
decida morir, pero otra porción, otra parcela del ser, no elija
aún esa opción. Es una experiencia que se observa en la ago
nía
de
muchos pacientes, o bien la persona decide, como tal,
no luchar más y abandonarse, a pesar que su corazón, sus
órganos vitales, funcionen todavía con relativa eficacia o
en
otros casos, permanece
una voluntad
de seguir viviendo, de
seguir luchando sin que, científicamente, se pueda explicar
cómo esa persona continúa
aún
viva. De la misma forma
que
hay un momento
en
que se elige nacer, en que el feto inicia su
andadura -aunque hoy en día se altere este proceso
por
la
inducción o provocación artificial del parto, criticada por
algunos pediatras que explican o justifican determinadas
patologías que se observan
actualmente
en los lactantes-,
también habría
un
instante en que la totalidad de nuestro ser
consideraría más adecuado o aceptado para retornar a la
Unidad.
Personalmente creo, como médico y como ser humano,
que la vida no es algo fortuito, azaroso, sino un aconteci
miento
que
debemos
asumir plenamente
y en este tema, el
más crucial de la persona, este libro de Stanley Keleman, y
toda su obra en general, nos ofrece un enorme potencial de
reflexión.
Dr Juan
Manuel
G Llagostera
nstituto
de Psicoterapia
Corporal
Energética
i
INTRODU IÓN
Estamos ante
un
libro que trata sobre la experiencia de
morir.
Aunque
no está dirigido a moribundos, sino a todos,
que algún día moriremos. Nos brinda la oportunidad para
estar más conectados con nuestro
cuerpo
y experimentar
cómo muere. Trata de explicar la experiencia de morir.
Lo
que
intento decir es que morir no debe ser necesaria
mente temible ni doloroso, social o psicológicamente. Mi
intención es decir también que
no
hay relación entre la
idea
que tenemos y la experiwcia
real
de morir; entre la observación
de la muerte de alguien y la sensación de morir. En nuestra
cultura, estas dos comparaciones significan
que hay un
gran desconocimiento sobre el hecho de morir.
Vivimos en
una
época
que
rechaza la
muerte
y
deforma
la experiencia de morir conservando mitos tradicionales. Lo
que necesitamos es
un
comienzo inédito,
un
mito distinto,
una visión diferente de visión y longevidad. No somos víc
timas del morir, la muerte no nos hace víctimas; pero sí lo
somos
de actitudes distorsionadas y superficiales hacia el
morir, que concebimos cómo algo trágico
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Una
manera de
contemplar la
muerte
se basa en la com-
prensión del proceso biológico: a saber, nuestra
vida
corporal
y psicológica es la misma. A lo largo
de
veinte años
de
expe-
riencia practicando terapia, trabajando con personas, com-
partiendo
sus vidas, comprobando
dónde
se estancaron,
cómo
pararon su
flujo, siendo testigo
de
sus intentos
de
libe-
rarse; he
aprendido
que
el cuerpo pulsa como
un
océano,
que
la
vida
del cuerpo se vive aparte
de
papeles sociales, y que el
dolor inhibido refrena este flujo y esta pulsación.
Sé
que
hay
wza
vida
del
werpo que se vive junto la vida social la vida
personal Creo que en esta
vida
puede encontrarse
una
nueva
mitificación
de
la muerte.
La mayoría
de
las personas viven
su muerte
como han
vivido
su
vida. Quienes rara vez expresan sus emociones o
viven
la
vida
con infortunio y derrota, tienen propensión a
morir
de
ese modo. Las personas cuyas vidas
son
ricas
en
expresión personal tienden a morir del mismo modo; pero
no
tenemos que
morir
igual que vivimos, como mártires,
cobardes o héroes. No tenemos porqué esconder nuestro
ser
más profundo
ni la conciencia
de
quién desearíamos ser.
La naturaleza nos enseña a
morir
con el ejemplo y la
experiencia. Somos testigos
de
la
muerte
en la televisión, lee-
mos sobre ella
en
los periódicos,
la
vemos
en
las calles. Todos
reaccionamos
de manera
diferente a estas experiencias pero
nuestra idea del
morir
proviene
de
ahí.
Se
dice que Goethe
rechazaba oír hablar
de
la muerte
de
sus amigos y se escon-
día cuando
pasaban
cortejos fúnebres. Prohibía mencionar
la palabra
muerte en su
presencia e intentaba suprimirla
por
completo
de su
existencia.
Cuando hablo
de
la experiencia
de
morir, lo
hago
a dos
niveles.
Hay
el
morir fin l y el morir cotidiano
Estamos siempre
perdiendo
y encontrando cosas, siempre rompiendo con lo
viejo y estableciendo lo nuevo. Éste es el morir cotidiano. Mi
experiencia y mi mito es que el morir final es parecido al
morir cotidiano, al menos
en
lo
que
respecta al proceso y al
INTRODUCCIÓN
sentimiento. Nuestro
morir
cotidiano
pretende
enseñarnos
cómo será nuestro
morir
final.
Vivenciar
la primera
parte de
este libro, trata
de
apren-
der a hablar
de
lo
que
evoca
en
nosotros el
morir
cotidiano.
Mitificar
la
segunda
parte, trata
de
reemplazar las ideas
sociales del
morir
con nuestra vivencia, creando así
una
visión
para
nuestras vidas. Estamos
más
familiarizados
con
la muerte
de
lo que sospechamos. Nuestros cuerpos son
conocedores
de
la
muerte
y
en un
momento
determinado
de
nuestras
vidas
están irrefutable, absoluta y completamente
comprometidos con ella y la afrontan con toda
la
experiencia
vivida del código genético. El
cuerpo
sabe cómo morir.
Nacemos sabiendo que moriremos. Se ha dicho que el
hom-
bre sufrió
un
shock al descubrir que la muerte,
en lugar de
deberse a un hecho accidental o a aviesos designios, era un
acontecimiento rutinario
de
la vida. Se moría. Ese shock
no
nos resulta menos severo hoy en día.
Hay pues dos
grandes
acontecimientos en la vida. Uno es el nacimiento y el otro la
muerte.
En muchas ocasiones,
cuando pido
a alguien
que me
rela-
te sus temores sobre la muerte,
me
dicen que
no
los tienen.
Les
pregunto
si les preocupa morir y
su
respuesta es negati-
va. El hecho
de
que una persona inhiba sus sentimientos
de
este
modo
se
denomina negación o síndrome del avestruz.
Aquellos que insisten en su negación
de
la
muerte
están
más
lejos del camino del propio descubrimiento que quienes
vivencian direc tamente sus miedos. Vivenciar es la clave
de
la conexión con
uno
mismo, la formación del
yo
y la expre-
sión personal.
Morir y
muerte no
son sinónimos.
No
se sabe casi
nada
sobre la
muerte
aparte
de
la parapsicología y la fe. Mientras
que sobre el morir se
puede
saber
mucho
desde
el
momento
en que cada persona en su tiempo
de
vida tiene
una
forma
de
morir. Vivir el
morir
es el vivir y el morir del cuerpo. Es la
condición humana.
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VIVENCI R
orir
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aprender a renunciar a lo
que hemos
incorporado. Estar
vivo es estar
encamado
en
el
werpo físico. orir es abandonar la
forma
estar en
el
werpo y fuera de él atado y desatado.
Vivimos
en estos
dos
mundos. Esta primera parte
propone
un
lenguaje para comprender mejor nuestra experiencia.
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FORMAS
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MORIR
En este mundo todo tiene una pulsación. Donde quiera
que mire, todo lo que experimento, a través del microscopio
o del telescopio, incluida
mi
expresión corporal,
veo
la
mani-
festación de la excitación Todo lo
que
está en movimiento está
activo. Existe un
patrón
de resonancia, de armonía. Lo que
está vivo sube y baja, entra y sale.
La excitación, característica fundamental de la vida, es
un
proceso que tiene dos fases: expmzsión
y
contracción Como
expansión, la excitación se extiende, es expresiva. La expan-
sión continuada es autoexpansión sobrepasando los límites
físicos hacia el mundo
de
la interacción social. Como con
tracción, la excitación integra el yo haciéndolo sereno y
receptivo.
A estas
dos
características las
denomino
autoexpansión
y
azztorretracción Son fundamentales para la vida
humana.
Expandiéndose desde el nivel bioquímico hacia la actividad
celular, la fuerza vital se organiza
en
sistemas y ocasional
mente en organismos complejos. Al crecer y centrarse en la
individualidad, esta agitación
de
la expansión y la contrac
ción se hace pulsación , lo que parece característico de cual-
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
quier vida, es el alfa y el omega del sentimiento y la acción.
Esta actividad, esta organización
de
la excitación, crea una
nueva vida
en
el niño.
La
excitación
aumenta
tras el naci
miento; se vuelve autoexpresión
cuando establece límites
físicos, psicológicos y sociales en la frontera
de
la interacción
del niño con el
mundo.
A
medida
que el niño crece, estos
límites se expanden; la excitación rebasa la autoexpresión
superando los límites biológicos normales , conectando pro
fundamente dentro del mundo de la interacción social. En
este
punto
la autoexpresión se ha hecho
expresión
social y se
han formado nue vos límites. De este modo la vida biológica
y la sociológica se funden. Morir
puede ser un
evento que
ocurra en el transcurso del
continuum
del proceso
de
la
expansión como un estado natural
de
la excitación
en
curso.
Este tipo
de muerte
es
eruptiv
o dispersiva, el organismo
contenido explota, con una ruptura
de
sus límites dentro del
mundo.
Los infartos cerebrales y los ataques al corazón
son
ejemplos comunes de
muerte
eruptiva. Este hecho es gene
ralmente repentino y es una forma de morir, una forma de
terminar del organismo.
La otra forma es la contraria. En un
momento
determina
do
en el curso de la autoexpresión, la excitación se autoinhi
be. El cuerpo es capaz
de
prohibirse una expansión continua.
Pensemos en el corazón que se llena
de
sangre y se contrae
o el estómago
que
hace lo mismo al llenarse
de
comida. El
cuerpo se repliega, se recoge, se retira del mundo social. En
este caso la muerte ocurre como una serie de acontecimientos
que debilitan e incitan al aislamiento,
un
shock, un
profundo
abandono que se acerca a la inhibición completa. Este tipo
de
muerte
se caracteriza sobre todo
por
una serie
de
enferme
dades, con frecuencia prolongadas y cada una de ellas
requiere la
rendición de partes de uno mismo. A esta forma
de
morir la denomino
congelante
En la forma congelante
de
morir, al igual que en la erup-
tiva, hay aún aprendizaje y unas vivencias que revelan nue-
i
FORMAS DE MORIR
percepciones e in tuiciones profundas. Los ancianos, per
maduras,
no
deben concebirse necesariamente como
sujetos en d ~ c l i v e sino como personas en un medio de
vida
socialmente mexplorado
En todo proceso formativo aparecen estos dos ciclos:
eruptivo y congelante o expansivo y sólido. Una persona en
la fase expansiva dispersa
su
vivencia
por
el exterior, mien
tras que la persona en la fase sólida la recoge para sí. El
empuje de
la
excitación que se llama vida ·se expande y se
contrae, pulsa y en
un momento
dado,
rompe
los límites o
bien disminuye a otros
más
reducidos. Morir
de
cualquiera
de estas formas o en cualquiera
de
los ciclos,
no
es una inte
rrupción de la
vida
sino una continuación
de
ella.
La
vida
de dos hombres famosos, Lyndon Johnson y
Harry Truman,
muestran
claramente las características
de
autoexpansión y autorrecogimiento que les distinguieron.
Lyndon Johnson vivió y se movió en un mundo de poder
personal en constante expansión (su carrera política incor
pora con exactitud
m
metáfora
de
persona autoextensiva).
Su influencia parecía estar en alza continua. Empezó su
carrera en Texas de maestro
de
escuela y acabó siendo presi
dente teniendo influencia a nivel mundial. Su muerte, pro
ducida
por
un ataque al corazón, tipifica el
morir de
modo
eruptivo.
Harry Truman,
un
hombre tranquilo, comenzó a darse a
conocer al pasar
de
ser
dependiente de
una tienda
de
Missouri a tomar parte en una serie de acontecimientos polí
ticos poco corrientes que le condujeron a
su
categoría
de
pre
sidente. Pero luego su
vida
cambió, con avances y retrocesos.
De
regreso a Missouri
abandonó
los roles sociales,
pues
ya
no
era presidente,
ni
político, ni financiero;
se
volvió
más
tran
quilo,
disminuyendo
paulatinamente sus actividades socia
les amante, padre, esposo. Su entusiasmo, su vida fue
moviéndose hacia un nivel organísmico sencillo en el que
seguía viviendo, pero con un impacto social o psicológico
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VIVIR L PROPIA MUERTE
disminuido sobre
su
entorno. Morir era
un
proceso de dismi-
nución prolongado. La vida de Truman es un ejemplo de
morirse del modo congelante.
Cada
una de
estas formas tiene muchas
variantes
y es
una continuidad natural de un estilo general de expresión de
vida. La autoextensión se
encamina
hacia la muerte y el
autorrecogimiento se retira
de
ella.
Ambas
formas son
una
expresión directa de las dos partes del patrón de excitación
que pulsa fundamental
para el
organismo
y en todo proce-
so vital.
Hay pautas generales de actividad biológica que se
observan
en la mayoría de los casos y que reflejan elementos
indicativos de una u otra forma de morir. Por ejemplo, a
algunas personas les cuesta irse a la cama y a otras levantar-
se. A
unas
les cuesta conciliar el
sueño
por la noche y a otras
despertarse
por
las mañanas. Llamo a las del primer grupo
expansivas,
siempre
en
movimiento
hacia el
mundo
social.
Parecen
adquirir
experiencia al relacionarse con la
gente
mejor que de cualquier
otra
forma. Los del segundo grupo
los retraídos, parecen tener siempre más contacto con ellos
mismos que con el mundo. Parecen preferir la privacidad.
Quieren estar
en profundo contacto consigo
mismos
y gene-
ralmente solos. Estas personas no parecen estar familiariza-
das
con experiencias
nuevas
como los autoexpansivos. Ellos
pueden ver este libro como una afirmación, mientras que los
autoexpansivos lo verán como un territorio nuevo.
Los mitos religiosos de todas las culturas
intentan garan-
tizar una muerte con un significado. Intentan abrir un cami-
no al proceso
de
morir,
de manera que
no
caigamos en la
desesperación
de
la sinrazón.
Para
aquellos que lo encuen-
tran significativo, los mitos ofrecen una forma social de morir
y
un
camino para quienes no pueden o no atisban la posibi-
lidad de morir de una manera propia. De esta manera, el
mito
intenta
proporcionar
a cada individuo la participación
en
su
final.
FORMAS DE MORIR
Para nosotros, muerte y morir se hallan detrás de actitu-
des
retrógradas
que sensibilizan el proceso. Son
una
forma
sutil de negación. Algunas de estas mitologías y sus formas
de morir son:
Ln
mu rt
del
/zéroe La persona muere con valentía y
nobleza,
envuelta en
imágenes
de
violencia. La
muerte
es
un
enemigo a combatir. Al final es mejor entre gar la propia vida
que ser víctima de la muerte. Una muerte vistosa.
Ln
mu rt
del sabio
Es la
muerte
del resignado. Nadie
puede hacer nada sobre la muerte, excepto aceptarla como
un hecho inevitable. La muerte es un sueño, una bendición,
un regreso a la naturaleza o el final de la tarea terrenal. Una
muerte sumisa.
La
mu rt
del
loco En
realidad
no me estoy
muriendo.
La
muerte es
una
especie de broma cósmica; regresaré, puesto
que en realidad no hay muerte sino reencarnación. Ésta es la
muerte indolora, intranscendente.
Ln mu rt del mártir Dar la vida es algo noble; significa
sacrificarse por amor o
por
una causa pública o para expre-
sar la
estupidez de
la vida. Permitiré
que
me maten. Mi muer-
te será importante para la sociedad. Una muerte martirizada.
Ln mu rt
nzorbosn
La muerte es una segadora parca, su
proximidad es aterradora, temible, dolorosamente
despiada-
da. La muerte es el verdugo el hombre la víctima; evitarla y
negarla son los únicos remedios.
Una
muerte extraña.
Cada uno de nosotros tiene
sus
variantes sobre estas
mitologías
de
la
muerte
que se
expresan
en
momentos
cru-
ciales de nuestras vidas abierta o implícitamente.
Normalmente escasean los mitos para la muerte del cuer-
po. Tampoco hay lugar para su vida. En la mitología actual
tratamos al cuerpo como una herramienta, un esclavo,
un
Instrumento, un criado inútil, algo que se debe superar.
Forzamos el cuerpo a llevar la vida que la mente quiere, y a
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
morir por los mismos ideales. No es sorprendente tener
miedo y terror a enfrentarse a nuestro s últimos días. La
mente
está presa de terror
no
sólo
porque
teme enfrentarse
al
vacío
de
la extinción, sino tamb ién
porque
su fuente
de
vida está a
punto
de
abandonarla.
El
cuerpo que ha alimentado, alberga
do y transportado la mente, se prepara
para
partir de esta
vida
y el espíritu quiere sobrevivir a la mente del cuerpo.
La
mente aborda
la muerte enfre ntándose a ella o evitán
dola. Somos testigos activos de ello a través de nuestras vidas
y de las
de
nuestra familia y amigos. Y ¿cuál es
nuestra per-
cepción; qué experimentamos? Vidas insatisfechas, exan
gües, parcialmente realizadas; cuerpos inéditos, estresados,
deteriorados, envejecidos prematuramente; culpabilidad, ira,
temor y negación.
Nuestras
actitudes sociales negativas hacia el cuerpo y
su
derecho a una vida plena nos niegan el derecho a morir a
nuestra manera. Vivimos la
vida
que nos marca la sociedad
sin darnos cuenta que también morimos
su
muerte.
Recuerdo cuando mi abuelo sufrió
un
grave derrame
cerebral en casa y el médico le envió al hospital donde murió
al poco tiempo. Mi abuela se indi gnó y se culpabilizó por
no
haberle dejado morir en casa, rodeado
de
la familia, sosega
do, vigilado y protegido en sus últimas horas, en lugar
de
morir
en
tierra de extraños. No tuvo una muerte judía.
uando mi abuela murió, no ocurrió en el hospital, sino
en
casa de mi tía. Había aprendido a morir como quería.
En mi trabajo, extraigo las metáforas básicas a partir
de
las imágenes y d el lenguaje corporal. Ser consciente del pro
pio cuerpo es experimentar el cuerpo y la mente como
un
todo: una persona, un cuerpo. La metáfora corporal permite
el desarrollo de
una nueva
actitud hacia la muerte. He desa
rrollado esta metáfora más ampliamente en
M y Body is Alive
and More.•
,.. Simon Schuster, 1975;
FORMAS DE MORIR
Vivimos la vida y la muerte, consciente e inconsciente
mente,
voluntaria
e involuntariamente. Participamos en
nuestra vida o la negamos. Y hasta cierto punto,
podemos
reconstruirla a partir
de
nuestra conciencia, experimentarla
de nuevo y hacer cambios en ella. Este libro también trata de
ello. He aquí lo que el poeta Rilke dijo sobre la muerte, en
1910:
"Desear
una
muerte a la manera de uno resulta cada
vez
más raro. Dentro
de
muy poco será tan raro como vivir a
nuesh·a maner a. ¡Cielos , ahí está todo: reunirnos aquí y
encontrarnos una vida dispuesta
para
nosotros; sólo nos la
hemos de
poner
y marcharnos
cuando
así lo deseamos o
cuando nos vemos obligados a ello. Pero ante todo, sin nin
gún
esfuerzo.
Voilii
votre mort monsieur.
Morimos lo mejor
que podemos. Morimos la muerte propia de la enfermedad
que sufrimos .. En los hospitales, donde
mucha
gente muere
tan esforzadamente y con tanta gratitud hacia los médicos y
las enfermeras, se
numeran
cada
una
de
las muertes que se
asignan a la institución; cosa qu e suele estar muy bien consi
derada .*
' The Notcbook o Malte l.Jmrids Brigge Rainer Maria Rilke, trad. John
Linton, The Hogarth Press, Lo ndres 1959.
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MOMENTOS CRUCI LES
Hay momentos
en
la vida de cada
uno en
que determina-
dos acontecimientos señalan nuevos rumbos a seguir. Estos
momentos cruciales indican
que ha transcurrido una
forma
de vivir y que está emergiendo otra nueva; son ritos de paso
en la vida. Son momentos que marcan un hito. Pensemos en
el primer
día de escuela; el comienzo
de
la adolescencia; el
primer trabajo; el primer encuentro sexual; la pérdida de un
familiar; el nacimiento de un hijo; el comienzo de la mens-
truación.
Los
momentos
cruciales son viajes emocionales . Son bro-
tes de vida. Son intersecciones e intensificaciones de encuen-
tros, imágenes e impulsos nuevos, que catalizan, enriquecen
Y lenan el entorno. Son las raíces
de nuevas
direcciones y
de la
propia
formación. Son las
que
dan
forma a
nuestros
cuerpos.
En
una
ocasión, un grito me despertó. "¡No quiero morir
así " Era mi padre. Su dolor era atroz, para él,
para
mí,
para la familia. La enfermedad de mi padre siempre iba
acompañada por el
miedo
(el
miedo
a
que pudiera morir
con dolor).
Yo,
nosotros, estaríamos, estamos desamparados.
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Miedo, resentimiento, desamparo, culpabilidad, tristeza,
confusión. ¿Morir, cómo? ¿Con dolor? ¿Antes de tiempo? Sin
haber
vivido.
Me había
preguntado
cómo
morían
los ancianos o las
personas que eran asesinadas, pero éste fue mi primer
encuentro serio con la muerte. Y se repetiría
de
muchas
maneras en años
sucesivos.
Esta experiencia fue un gran acontecimiento, un momen-
to decisivo,
un paso
en mi vida
que me
sacó
de
la infancia
trasladándome a la edad adulta. Acababa de empezar a
hacerme mayor, más viejo, más sabio. Mi fragilidad, la de los
que
me rodeaban, y nuestra finitud había nacido. Sabía algo
nuevo. Pensaba de forma diferente. Sentía de forma diferen
te. Tenía
que
realinearme con el mundo
que
acababa
de
conocer porque el otro ya no existía. Me volví serio. Entró en
mi vida
una
pizca de melancolía.
Años
más
tarde,
mi padre tuvo
un
ataque
al corazón.
Yo
estaba a su lado. Me pidió que le tomase la mano. Este fue
otro momento decisivo para
mí.
Capté al instante su silencio
que
suplicaba: No quiero morir así .
Comprendí que
mi padre no había vivido su vida, que estaba enfermo y
muriendo
como expresión
de
sus posibilidades inéditas,
de
su desamparo y como una declarada intención de cambiar
su
vida.
Descubrir
nuestra
muerte es
un momento
decisivo. Morir
es como el primer día en la escuela. Morir suena a desampa-
ro, a lo inesperado, a retar lo conocido. La
muerte
establece
nuevas direcciones al ganar poderes nuevos y
perder
los vie
jos. Abandonar pautas de acción y de pensamiento, sentirse
seguro, entusiasmado, saber que algo está surgiendo sin
saber a dónde va. Morir, como cualquier momento clave, es
un
lugar de
transición, un encuentro con lo desconocido y la
complejidad emergente de nuevas formas de ser. Nuevas
acciones, pensamientos, emociones.
Cada
encrucijada es la
resolución de
una
pérdida y un encuentro con lo desconoci-
MOMENTOS CRUCIALES
do. Lo desconocido es lo que no reconocemos o no hemos
podido predecir y también nuestro sentimiento de impoten-
cia al enfrentarnos a ello.
Con
cada
nuevo cambio tendemos a repetir y
abundar en
la forma en que manejamos los anteriores. Por ejemplo, lo
que
aprendemos
el
primer
día
én
la escuela, establece una
base
para
determinadas
pautas
sociales que se repiten y
refuerzan en los momentos claves sucesivos. De este modo
las pautas, sean de acción o
de
inactividad,
de
pensamiento y
fantasías, de sentimientos expresados o retenidos, llegan a
hacerse repetitivas, regularizadas y fijas. De este
modo cada
persona llega a ser quien se sabe ser. La persona llega a acos
tumbrarse al cambio o a la crisis con su respuesta propia, con
sus miedos, sus sentimientos no expresados,
sus
movimien
tos corporales, sus tensiones y sus pequeñas huidas.
Estas pautas no se desarrollan de manera fortuita. Se
construyen con cada interpretación individual y cada res
puesta a los mi tos sociales
predominantes.
Los
dos
mitos
que
más
dominan
en
nuestra
cultura se forman a
partir de
con
ductas sexuales. La mayoría de los varones desarrolla
pautas
sobre el mito heroico: imágenes de fuerza, conflicto, lucha
contra algo amenazante o maligno. San Jorge destruye al dra-
gón. El varón es fuerte, agresivo, no muestra sus sentimien
tos, continúa el linaje familiar y está dispuesto a morir (con
valor, sin quejar se) por su causa. Se espera
que
la mujer desa
rrolle pautas sobre el mito del mártir: imágen es de servicio y
sacrificio, de dar la vida para
ayudar
a su compañero y a
sus
hijos a conseguir sus metas, apoyando siempre a los demás,
expresando con facilidad sentimientos
de amor
y
de
pérdi
da, permitiendo anular su voluntad por esta causa, esperan
do siempre ser rescatada por un varón, siendo siempre el pre-
mio del vencedor.
Cuando primero se aprenden estas pautas es antes de la
edad escolar. Los niños juegan a soldados; las niñas con
muñecas. A medida que crecemos, se producen cambios. La
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
persona afortunada vive el mito del hombre sabio. La vida es
como debe ser. La
muerte
es un sueño. Una resignación.
Hay
que aceptarla. La persona fr ustrada vive el mito del loco o del
mórbido, el mito del der rotado. La
vida
es una mala pasada,
una trampa. Hay que rechazarla, desafiada. La muerte es un
sin sentido; es el último insulto.
Cada
persona
vive sus momentos decisivos y los maneja
a su manera. Los mitos y las fantasías personales se constru-
yen sobre los mitos populares y sociales. El
mito proporciona
una estructura para la vida
de
cada uno
en
estos niveles suti-
les, sin obstáculo, una estructura para la expresión
de
la ener-
gía
humana
a través
de
acciones, pensamientos, sentimien-
tos, sensaciones y actitudes corporales. Y los momentos deci-
sivos se asocian a expresiones
de
ira, dolor, emoción, pérdi-
da, sacrificio, pesar y otras. El descubrimiento
de
la
propia
vivencia y del morir día a día es lo que conduce a descubrir
cómo se manejan los momentos cruciales. Vivir el morir es
aprender de
la transformación que surge
en
los momentos
decisivos.
Este
diagrama
es el lazo formativo que trazo para repre-
sentar la excitación y los momentos decisivos. Representa
cómo terminan
unos
límites y se forman otros nuevos.
nuevo limite form do
l
MOMENTOS CRUCIALES
La
parte descendente del lazo es donde se produce la pér-
dida, donde se crea un
nuevo
espacio y donde se experimen-
tan las reacciones emocionales a la pérdida y al espacio. La
parte ascendente es
donde
se siente la nueva emoción,
se
organizan
nuevas
posibilidades y se forman nuevos límites;
en la
parte
descendente se abandonan los viejos pensamien-
tos, las ideas, las
pautas
de
acción y las relaciones. En la
parte
ascendente los pensamientos nuevos, las intuiciones y los
sentimientos se transfor man en
pautas de
acción y se hacen
relaciones nuevas. Este ciclo es el proceso energético a
partir
del cual los estilos
de morir
se convierten en
pautas
conduc-
tuales al establecerse
nuevas
relaciones.
La
vida
se puede describir como una migración a través
de muchos lazos formativos, muchas situaciones
de morir
día a día.
El
crecimiento, el cambio y la madurez tienen lugar
al deformar lo viejo y formar lo nuevo.
A
través de estas
pequeñas muertes podemos
aprender
a vivir nuestra
muerte
final.
Los momentos decisivos son el caldo
de
cultivo
de
nues-
tras vidas, las encrucijadas
de
nuestros renaceres, de nuestros
cambios personales.
No
hay momentos decisivos que
no
estén acompañados de sentimientos
de
muerte; ningún cam-
bio ocurre sin un final ni pérdida.
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LA EXCITACIÓN
EXCITARSE
DESPERTAR
La
excitación es el aglutinante que nos une a la vida.
Cuando
se
produce la pérdida, la emoción se desorganiza.
Esta pérdida de conexión produce desorientación y miedo,
pero proporciona tambié n la energía necesaria para la forma-
ción
de
nuevas relaciones. Morir genera emoción, falta
de
forma, desconexión, desconocimiento.
Hay un
dato
curioso sobre la
muerte
(por una
parte
está
el querer saber; por otra está el temor) que es tener miedo a
saber.
No podemos
admitir que queremos saber, se supone
que
no
debemos admitirlo. Vivimos en un estado de ambiva-
lencia,
una mezcla de placer y de miedo. Está el miedo a lo
desconocido y el miedo a conocer.
Tanto el sexo como la
muerte
están conectados por la
fuerza
de
la excitación; esto es algo que todos sentimos.
ada
acto sexual es como
una
muerte; su contrario debería y tam-
bién
podría
ser cierto. El misterio
de
la
vida
radica en cómo
se expresa
esta
excitación surgiendo y retrocediendo.
Decimos que el sexo es placentero; la muerte temible. Pero
ambas
son
expresiones de la vida: expansivas, extensivas,
traspasan límites y van más allá de nosotros mismos, nos
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
cambian,
entran
en lo desconocido,
son
desconocidas.
Se
con-
traen o
se
sueltan, establecen separaciones, van a las profun-
didades
de nuestro cosmos personal.
La preocupación excesiva
por
la violencia tiene una estre-
cha relación con la sexualidad. Las imágenes
de
asesinatos
son imágenes orgásticas masculinas en las que el cuerpo está
dispuesto, abierto al
mundo
del
que
algo sale, algo aparece,
algo cambia, la pistola te
apunta
y se produc e la
gran
explo-
sión. Es
de
observar que
no
tenemos imágenes sexuales
femeninas
de
violencia. Para mí todas las imágenes violentas
son orgásticas; son la excitación que sale al mundo con fuer-
za. Están llenas
de
símbolos sexuales,
por
supuesto, pero
aparte de eso, y lo que es más importante, están llenas
de
la
excitación que a spira a la
unidad
el anhelo
de
fundirse que
es básico a la esencia
de la
vida.
Las personas que creen que morir es algo mórbido, con-
movedor, triste o trágico, ven sólo la imagen colectiva. Hay
quienes se enfrentan a la
muerte
en
profesiones
de
alto ries-
go, que se arriesgan a pesar del miedo, que quieren vivir en
este estado
de
constante intensificación.
El
misterio
de
morir
no
es algo temible para todos.
No
todo el mundo se enoja
ante
la
oscuridad,
ni
se resigna
mansamente
a ella.
La actividad sexual tiene dos caras,
de
atracción y repulsa,
de dureza y suavidad,
de
amor y agresión, personal e imper-
sonal. Con la
muerte
existe esta misma dualidad. ¿Acaso la
negación no incrementa el sentimiento y la curiosidad? ¿Hay
alguien que no experimente una
profunda
curiosidad sobre lo
que la muerte será para él? ¿Hay alguien a quién
no le
gusta-
ría que
su
muerte estuviese llena
de
excitación?
Wilhem Reich señalaba que la culminación
de
la excita-
ción sexual que se alcanzaba en el orgasmo es una forma
de
salir fuera de nosotros mismos hacia el universo.
El
orgasmo
nos lleva
desde
el mundo
de
lo conocido al
de
lo desconoci-
do, haciéndonos experimentar nuest ra falta
de
límites duran-
te
un
breve período
de
tiempo
dándonos
una referencia
de
LA EXCITACI 6N: EXCITARSE, DESPERTAR
cómo
puede
ser nuestra muerte. Cuando tenemos experien-
cias orgásti cas decimos: Me dejo
ir,
doy, arriesgo, muero,
me
fundo,
me
hago uno, voy
al
cosmos,
me
entrego a lo desco-
nocido durante
unos
pocos momentos . Tenemos miedo al
decir Te quie ro y Ojalá me muera ahora . O Siento este
amor como una fusión con el universo, como una muerte o
Ahora entrego
mi
vida
entera . Pero hemos
aprendido
a
no
decir esto, a
no
sentirlo.
Una mujer
me
dijo que su gran deseo,
cuando
tenía un
orgasmo y sentía que empezaba a fundirse, era simplemente
que
pudiese
continuar. Me dijo que quería fundirse en el cos-
mos y no regresar. Hay muchas formas
de
estar en el mundo.
Hay muchas formas
de
dejarlo.
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EMOCIÓN: EMIGRAR
LEJ RSE
Vivimos constantemente con sentimientos de pérdida,
sentimientos
de
desamparo, sentimientos
de
dolor, senti-
mientos
de
ira y
de
miedo que surgen en
torno a los
momen-
tos decisivos. Cuando estarnos liberados, cuando la excita-
ción es libre,
surgen
los sentimientos. Algunos nos asedian y
nos atormentan por las noches.
La inesperada noticia de la muerte de mi amiga me dejó
paralizado: muerta ¡En aquel hermoso día El impacto de la
incredulidad ahogó mi llanto;
pero
yo sentía
que
debía llo-
rar. Debía mostrar tristeza, dolor, pero la incredulidad y la
ira surgieron antes. Grité ¿Qué estás diciendo? ¿Qué ocu-
rrió?"
Me
culpé a mí, a otros, a ella. Al día siguiente,
de
forma compulsiva y sin tregua, tenía
que
averiguar lo
que
había
ocurrido, todos
los detalles sobre
su
muerte. Mi
pena
era la falta de sentido, el absoluto sinsentido ¿Por qué tenía
que haber ocurrido esto con sólo treinta y siete años? La
rabia acusadora acalló mi tristeza en un intento de llenar el
Vacío que sentía
en mi
vida.
En el funeral,
cuando
se fueron los demás, lloré más pro-
fundamente que nunca en mi vida. Lloré por lo que no había
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
dicho ni vivido y el dolor
de
la separación se hizo real. Me
invadió la tristeza y desapareció el sentimiento
de
haber sido
engañado,
de
estar solo,
de
que la muerte había sobrevenido
inesperadamente, sin mí. Todo lo que tenía era un final ima-
ginado. De lo vivo y lo vital a la nada. Ahora un vacío.
Regresé a casa con mís recuerdos, mís sensaciones,
un
diálo-
go diferente.
Este momento clave alteró mi
vida
y mís sentimíentos,
profundizando
mi conocimíento sobre el precio a
pagar por
no
entregarse,
por
mitigar la propia entrega
de
uno a sus
sentimíentos. A partir del torrente
de
sentimientos y la
confusión sobre su muerte, surgió el comienzo
de
una excita-
ción que
me permitió encontrar nuevas relaciones. Llevé a mi
vida actual lo que había comparti do con ella en el pasado y
aún más cosas.
Sentí que el duelo
podía
expresarse con el llanto, el cánti-
co, el sollozo y la catarsis, o
por
el contrario con alejamiento,
retiro, aislamiento, con templac ión y oración. A veces mis sen-
timíentos se
producían de
repente, otras
de
forma meditada.
Gritaba de dolor o
me
volvía más rígido. El dolor
me
sacaba
fuera
de
sí o me encogía haciéndome
un
ovillo.
Abandonarse es el deseo
de
experimentar incondicional-
mente
pero eso sólo es posible cuando alguien muere.
Abandonarse significa violar la regla
de
nunca entregar el
cuerpo. Abandonarse moviliza sentimíentos
de
desamparo.
Estamos perplej os sin saber qué hacer.
El
dolor de la pér-
dida intensifica este desamparo.
Paradójicamente, no todas las
pérdidas
movilizan estos
sentimíentos. Algunas las identificamos como algo de lo que
nos hemos librado y damos las gracias al cielo
por
ello.
Obsérvese como prosperan algunas personas cuando su cón-
yuge muere
Durante
todos mís años
de
práctica terapéutica, he com-
probado que el temor a estar solo surge como uno de los más
persistentes entre la gente. Este temor es tan fuerte que evita
~
LA EMOCIÓN EMIGRAR, ALEJARSE
que las personas rompan con relaciones negativas. Para
muchas personas es preferible una relación negativa o des-
trUctiva
que
estar solas. Hay quienes harán todo tipo
de
sacrificios para no exponerse al sentimíento de su vacío.
Otras personas expresan este temor como
un
sentimíento
de
abrumarse con sensaciones.
Temor y enojo,
son
la reacciones
de
defensa básica en la
vida. El temor es
una
respuesta
de
apartamíent o y el enojo
de
expansión. Temor y enojo: retirada y ataque. Se usa cualquie-
ra
de estas reacciones para intentar mantener juntos los límí-
tes y evitar el cambio o la pérdida.
Mi
mundo
se fragmentó
de
repente con una
muerte
cer-
cana.
Puedo
sentirme disgustado porque me dejan o por el
miedo que
me produce quedarme
solo. Mi respuesta es
un
intento de llenar los espacios vacíos o actuar como un puen-
te
para crear
un
espacio nuevo.
Cuando
AJan Watts murió
repentinamente a finales
de
1983, mi pr imer a reacción fue de
ira. Dios mío, ¿Por qué
me
hiciste
una
cosa así ahora? Watts
me había dejado, defraudándome con respecto a las expecta-
tivas que yo tenía de él. Lo necesitaba, pero se había ido.
Ira y miedo, expansión y contracción
son
respuestas
per-
fectamente naturales aunque
no
siempre corresponden a la
idea social de tristeza o duelo a nte la muerte de alguien, sino
lo que es
más
importante,
son
respuestas necesarias para la
persona que actúan para conservar su totalidad, su integri-
dad, y evitar o corregir el límite abandonado.
Del
mismo
modo
puedo
odiar o
amar
a alguien,
de
mane-
ra
que una
parte
de mí desee que ese alguien
muera
y la otra
no. Una
parte de
mí
es compasiva y la otra endiabladamente
resentida. Una
parte
de mí se aflige cuando alguien
muere
y
otra
puede
caer en la cuenta
de
que su
muerte
es
un
regalo.
De manera que la muerte
de
esa persona
me
hace
más
libre,
o más vacío, o
me
reta con nuevas posibilidades.
La ira es una emoción poderosa
para
resolver el
propio
final. Conocí una mujer que se moría
de
cáncer. Me contó que
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VIVIR LA
PROPIA MUERTE
veía a su difunto
marido pidiendo
ayuda en un sueño. Le
rechazó airadamente. Su hija se sorprendió ante su ira impla-
cable y la negación hacia su padre. La respuesta de la mujer
fue que de esta forma, por primera vez, era capaz de expre-
sar
el resentimiento por el martirio
de
toda su vida. Murió
con su protesta; no cedió.
El
desamparo
es el sufrimiento básico
de
la existencia.
Es una herida que provoca lo que reconocemos como dolor
(una perturbación de la integridad corporal) y que envía el
mensaje:
haz
algo .
Cuanto mayor
es la perturbación
más
fuerte es el mensaje. Cuando
no
podemos hacer nada,
ni
podemos reaccionar
para
aliviar el dolor, llegamos a
un
esta-
do
que agota todos los recursos
de
supervivencia.
Ni
siquie-
ra un
niño está tan indefenso. Has ta el
punto que
nos encon-
tramos incapaces
de
reaccionar, el dolor escala y
nos
arrolla
o amenaza con hacerlo. El dolor
más
auténtico es el desam-
paro.
Nina
Bull*
me
contó una historia interesante sobre su des-
cubrimiento de la relación entre conciencia y dolor. Al ir al
dentista se
dio
cuenta que intentaba evitar el dolor agarro-
tándose. Lo que hacía simplemente consistía en localizar el
dolor en la boca y relajarse
por
completo. Y el precio que
pagaba por localizar el dolor era que tenía que disminuir o
desvincular el resto
de
si misma. Creo que todos cometemos
este error al manejar nuestro dolor.
El relato
de Nina me
enseñó que agarrotar, contraer, loca-
lizar lo que
nos
ocurre
puede ser
contraproducente. Su relato
me hizo pensar
en
aquella penetrante observación de
Sigmund
Freud de que
en
nuestra vida
psicológica cada
negación es una afirmación.
Autora de: Tlle ttitude Theon ofEmotion The Body and its
Mind
OS SACRIFICIOS
Los sacrificios
son
expresiones corporales silenciosas de
momentos cruciales. Son tratos o pactos
por
los que intenta-
mos obtener el derecho a vivir o a hacer
de
nuestras
vidas
algo demasiado valioso para quitárnoslas. Son arreglos que
se
dan
entre diferentes partes
de
nosotros mismos, o con
otros, que exigen el recorte o la rendición
de
uno mismo. Los
sacrificios son los tratos que hacemos en situaciones críticas,
forzando la promesa
de
inhibirnos. Pero en un sacrificio
hay
involucrado algo
más
que supervivencia. De hecho, estamos
cambiando de forma al hacer el pacto. Sin sacrificios no
podemos llegar a ser alguien. El sacrificio es
una
característi-
ca del proceso formativo
de
toda persona.
Todo sacrificio tiene dos partes. A cambio
de
la modifica-
ción o bloqueo de nuestros mi edos acordamos vivir
parte
del
estilo
de vida de
alguien e incorporar esa actitud en nuestra
musculatura. El pacto se establece entre los roles que
pode-
mos
y
no podemos vivir, entre los sentimientos o pensa-
mientos
que
podemos o
no
permitirnos que existan. La deci-
sión consiste en comprometernos a ser de una
determinada
manera, para lo cual acordamos hacer algo.
Con
tal que
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me muera
seré tal o cual clase
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persona . Seré
buena
per-
sona,
no me
amenaces con herirme , lo que se
podría
inter-
pretar
como No
me
amenaces con matarme, o
no me
ame-
naces con el vacío . El sacrificio se
podría
explicar como
Haré
lo que quieras si
no me
rechazas . Entonces, al hacer
lo
que
ellos quieren se manifiesta como
una
contracción
muscular, algo
que
se llama rigidez crónica del cuello o cre-
encia infantil. El pacto
que
se hace tiene
su
reflejo
en
cómo
se
elige el
no
actuar.
El sacrificio implica una promesa
de no
fracasar y
de
vivir
de
acuerdo a los fines
de
alguien:
una
madre,
una
familia,
una cultura. Este concepto implícito
de
negación del fracaso
es
un
aspecto
profundo
del pacto. Se hace la promesa,
no
importa cómo,
de no perder
el control,
de no
traicionar la
parte
del trato. Esto lleva al
mayor miedo
a la muerte,
que
brota del conocimiento secreto
de que
al
mantener
el trato
no
hemos expresado nuestros verda deros deseos.
Hacer
un
sacrificio también significa proyectarse
en
algún
tiempo futuro.
No daré
rienda suelta a mis impulsos ahora
No
tendré
mucha
actividad sexual ahora, sólo cuando
me
case .
No
haré
(en realidad) lo
que
quiero ahora. Lo
haré
cuando
haya cumplido
mis aspiraciones . Ésta es la parte del
trato que lleva consigo la limitación o insatisfacción.
En la
edad
temprana
hacemos los tratos con otro
mundo
(el
mundo
que está fuera
de
nosotros), normalmente con
nuestros padres. No tendré rabietas , No lloraré , No te
voy a preocupar , Prometo escuchar y cosas así.
Cuando
los niños empiezan a ir al colegio, tienen que
aprender
a
abandonar
partes
de
ellos mismos
para
obtener
aceptación o aprobación.
Puede
que tengan
que
rendir o inhi-
bir su
espontaneidad
para
ganar
la aprobación del profesor.
Puede
que tengan que aplazar la gratificación. Puede que
tengan que arreglárselas sin sus madres.
Puede
que tengan
que sacrificar
un mundo en
el
que
eran el centro
de
atención
para
ser parte de
su
nuevo
grupo. El sacrificio consiste
en
el
LOS SACRIFICIOS
aprendizaje del ni ño
para
hacer estas cosas,
en
las cosas a las
que tiene que renunciar, en lo que tiene que dejar
de
hacer,
ese es el sacrificio.
Posteriormente, el trato viene
dado
desde dentro. Nos pro-
meteremos realizar buenas acciones, nos prometeremos
no
hacer lo
que daña
a otras personas, nos propondremos hacer
con los demás lo que quisiéramos que hiciesen con nosotros.
Comenzamos a hacer toda
una
serie
de
pactos con nosotros
mismos acerca
de
nuestra conducta
en el mundo
social.
El sacrificio clásico se expresa como Si soy
un buen
chico
o una
buena chica algo
de
lo que temo
no me
ocurrirá . Se
pueden
dar
varian tes del tipo de: Si
soy una
persona carita-
tiva
no
me sobrevendrá la pobreza . Si soy
una
buena
madre, viviré más tiempo . Si soy
un
líder sabio y generoso,
no me matarán . Si le gusto al profesor
no
ocurrirá lo que
temo . Si trabajo mucho,
papá
me querrá
y
no me
abando-
nará . Esta conducta intenta evitar cualquier situación, ima-
gen o sentimiento
que una
persona piensa que
puede
provo-
car
la
posibilidad
de su
muerte, mitigándola así
un
poco.
El incumplimiento
de
nuestro sacrificio nos enfrenta
de
repente
con
los espectros
de
culpa y castigo, o
de
lo descono-
cido, que forma
parte de
nuestro miedo. Retar al sacrificio es
enfrentarse a las mismas fuerzas emocionales que nos lleva-
ron a ponerlo
en
primer
lugar. Este dilema crea
una nueva
realidad
para
nosotros,
un
dilema, en el que el sacrificio en sí
se
convierte
en una
defensa contra sentimientos e imágenes
de muerte y sus consecuencias.
Traicionar a
un
sacrificio es ponernos en situación
de
desamparo y a nuestras ideas y sentimientos
en
lo que será la
· muerte. En cualquier situación peligrosa nuestro mecanismo
de reacción intenta parar el peligro o eliminarlo. El cerebro
ordena
una
acción muscular,
una
contracción. Aparente-
mente, esa contracción muscular crónica nos aleja, nos dis-
tancia
de
morir pero también disminuye y condensa nuestros
procesos vitales.
Nuestra
percepción es Me he salvado .
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Me percibo bajo una amenaza de muerte. Me entra el
pánico. Luego observo
que
con una contracción muscular he
producido una alteración y me he salvado. He imaginado
una
alternativa.
No
puedo seguir adelante; tengo
que
dar
marcha atrás . No puedo hacerlo así; lo haré de esta otra
forma .
No
me llevo
bien
con esta persona; tengo
que bus-
car a otra .
Cualquier
alternativa
que ideamos
proviene
de
la
vida imaginativa. El precio de este sentimiento de autopre-
servación es una disminución de nuestro ser y la aceptación
de una existencia idealizada, tal como Así viviré más . La
contracción crónica nos inhibe de movernos dentro del
mundo.
He aquí la conexión entre el peligro psíquico y el vivir
como
una
actitud vital básica la alternativa idealizada. Al
aprender lo que hay que evitar y cómo evitarlo, creamos pau-
tas de acción, cuyas consecuencias se perciben como auténti-
cas limitaciones y libertades. No puedo vivir siendo quien
soy
en
realidad . La fantasía
que
se crea se asocia
profunda-
mente con el sentimiento de morir
que
la ha creado. Nuestro
entorno social se crea a partir de este tipo de contradicción,
parte de la cual llevamos dentro de nosotros a lo largo de
nuestras vidas.
Experimenté
por
primera vez algunos de mis sacrificios,
intentando
aprender
cómo se expresaban a través
de
mis ges-
tos, pensamientos y sentimientos. ¿Quién es este personaje
en quien me he
convertido? ¿Qué papeles
desempeño en
esta
vida que considero mios? ¿Qué contracciones musculares me
amoldan a esos papeles como un traje que no
puedo
quitar-
me? ¿Cómo
he aprendido
a sonreír
de
continuo, fruncir el
ceño, a ser tan enérgico o tan tímido? Estas actitudes son
parte del lenguaje corporal y de cómo me comporto social-
mente.
LA
PÉRDIDA
Y
SU
DUELO
El duelo está relacionado con el abandono y la pérdida.
Son las consecuencias naturales de la
pérdida de
vínculos.
Todo
pesar
y
su
expresión se enlaza
con una
severa falta
de
conexión que se traduce en cómo abordamos o no los finales.
El desconsuelo es el sentimiento
de pérdida en
la relación
rota o interrumpida, y el duelo es el proceso de incorporar
esa pérdida en nuestras vidas. El desconsuelo comienza
generalmente con lo inesperado, y es la expresión emocional
bien de este espacio creado repentinamente, o de una rela-
ción que se termina. El duelo es el proceso de trabajar con ese
desconsuelo.
Hay mucha
semejanza entre el desconsuelo
que
sentimos
ante la muerte de alguien y la de uno mismo, o entre llorar
la
pérdida
de un
amigo
y la
pérdida
de
uno
mismo.
Puede
que sean lo mismo. En ambos casos el proceso de
duelo
sigue generalmente la misma pauta: conmoción inicial.
Brote
de
sentimiento y expresión emocional. Trabajo con la
finitud. Encontrar nuevas formas de relacionarse con uno
mismo y con los otros. En ambos casos el objeto del descon-
suelo y del
duelo es
uno mismo,
pero
en
un
caso
uno
es el
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
superviviente
y
en
el otro no. Una
persona
a
partir de
sus
experiencias
de pérdida
y
duelo por
los
demás puede ser
capaz
de
aprender a afligirse y a hacer el
duelo
por su pro-
pia pérdida.
Casi siempre es cierto que con el impacto emocional
de
la
muerte
inminente
de
alguien sentimos que esa muerte es
· algo trágico. Tenemos la idea
de que
la
muerte de
una
perso-
na es
una
interrupción
de su
vida,
no
es lo que se suponía
que tenía que ocurrirle. Sin embargo, los sentimientos trági-
cos y temerosos
no
son una
respuesta universal.
No
es ésa la
única forma
de
ver la
muerte de
alguien. En realidad, es
una
noción cultural característica, la ide a
de
que esa muerte ocu-
rre
más
bien a un observador imparcial, a alguien al margen
de
la cadena
de
acontecimientos organísmicos que ha vivido
la persona que está muriendo. Este concepto (que la muerte
de
alguien
no
tiene
por
qué ser
un
hecho desgraciado, ni
trágico, ni la interrupción
de su existencia organísmica, sino
la
terminación
natural
de
su
proceso) proporciona
un
senti-
miento y una imagen completamente diferente
de
la
muerte
de
alguien y
de
la
de
uno
mismo. La muerte
de
alguien se
puede
percibir como algo trágico socialmente en tanto en
cuanto esa
muerte
se produjo antes
de
cumplir
una
misión
clara y
esperada
un buen
ejemplo es John F Kennedy). Pero
está claro que el organismo
no
concede la mayor prior idad a
las realidades sociales.
También se
da
la situación contraria, ya que la expresión
de
duelo
no
tiene porque significar tristeza ni pérdida.
Cuando
alguien
muere
esto se
puede
percibir como
un
alivio,
o incluso como algo a celebrar,
una
nueva libertad. Me refie-
ro a las noticias que mencionaban el estado
de
éxtasis que se
produjo
cuando
Stalin murió. En realidad, la
muerte de
la
misma persona puede provocar reacciones muy diferentes,
que
van
desde
el dolor a la alegría. Pero en cualqu ier caso,
no
importa
de
que emoción se trate siempre, hay una expresión
de
duelo.
LA PÉRDIDA Y SU DUELO
El
duelo
es la libertad para expresar los sentimientos que
no se
podían
expresar
en
circunstancias normales. La expre-
sión
de duelo por
la muerte
de
otros es
una manera de
ensa-
yar nuestra muerte, pero el duelo
no
es solamente esto. Es
también un ritual
para
la expresión
de
algunos
de
los
más
profundos e íntimos sentimientos de
nuestra
existencia.
Si
se inhibe la exteriorización del dolor
uno puede
enfer-
mar. Se
puede empezar
a expresar esto con depresión cróni-
ca, comportamiento ansioso, conducta repetitiva y ritualista
(como tics o lavarse continuamen te las manos) o
una
ira exce-
siva e incontrolable. El desconsuelo
no
vivenciado
puede
causar dolor, depresión, temor y conducta extraña, como
continuar un diálogo con el difunto creando la fantasía
de
que
aún
estuviese vivo,
intentando
mantener la viejas rela-
ciones sin reconocer la necesidad
de una
nueva.
Cada
uno de
nosotros tiene
miedo de
expresar ira y tristeza, teme llorar y
expresar dolor
por
la
pérdida
de
aquellas partes
de
las
que
hemos tenido
que
renunciar en diferentes momentos
de
nuestras vidas.
Cada
uno
de
nosotros teme perder el control
sobre sí mismo al actua r
de
esta manera. Pero
cuando
el sen-
timiento
de pérdida no
puede ser expresado
de manera
ade-
cuada,
surgirán como parte
de
nuestras vidas
no
realizadas
nuestras fantasías y nuestros miedos.
Una joven que conocí expresaba dramática mente las emo-
ciones con las que había vivido
desde
la
muerte de su
padre.
El
hecho ocurrió
en
un curso sobre el
morir
y la muerte. Esta
mujer llegó con unas veinte personas. Los integrantes del
grupo se
pusieron
en
círculo y se presentaron
unos
a otros,
hasta llegar el
turno
a esta mujer,
que
pareció casi incapaz
de
hablar. Era
una
persona atractiva,
de
poco
más de
veinte
años, y estaba
profundamente
abatida. Tenía la cabeza echa-
da hacia un lado y parecía tener dificultad para hablar. Tan
pronto como dijo
su
nombre, nos reveló
que
su
padre
había
muerto
de
cáncer hacía dos semanas. A intervalos
durante
los
dos días del seminario salió toda la historia. Estaba abatida
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
porque
no
sentía
nada
hacia
su
novio y
porque su padre
había muerto. Estaba muy enojada
por
el hecho
de
que
su
padre parecía haberse sometido de
manera
tan surrtisa a
su
destino en manos
de
los médicos, y la había dejado.
Se
sentía
molesta con
su
madre, pues creía que
no
amaba realmente a
su
pobre
padre
ni
valoraba
su
sufrimiento. Quería el
amor de
su
padre, estaba enojada y frustrada
porque
lo había
perdido
primero a causa
de
su madre y luego con la muerte.
Durante
su funeral había colocado secretamente una rosa en
su
ataúd.
Lo
que
quiero hacer ver son dos aspectos. En
primer
lugar, la complejidad
de
sentimientos que esta mujer expre
saba hacia
su
padre y hacia sí rrtisma es común a todos, pero
con frecuencia se esconden
por temor
y vergüenza. En segun
do
lugar, a
medida
que expresaba
sus
sentirrtientos
durante
el seminario, esta mujer reducía sus ansiedades y tensiones
visiblemente,
en
ocasiones recuperando
su
voz habitual.
No
sé si estará bajo tratamiento
de
algún profesional, nunca la
volví a ver, pero esta parte
de
su
vida
demuestra
un
dilema
común a
mucha
gente. La
pérdida
que
no
se expresa emerge
rá como
una
perturbación emocional o social.
Parte
de
la experiencia constatable
en
el caso
de
esta
mujer y en la
de cada
uno, es que
no
existe una expresión
social del duelo. La mayoría
de
la gente
no
habla entre sí
sobre la
muerte
(la suya o la
de
otros)
porque
nadie asume la
necesidad
de
hacer tal función. Pocos sacerdotes, médicos o
encargados
de
honras fúnebres quieren involucrarse
en
los
procesos emocionales del morir. Pero
no
se
pueden
negar las
experiencias personales. Todos tenemos imágenes
de
enveje
cirrtiento, aislamiento, enfermedad, dolor, muerte,
el
más
allá.
Normalmente
uno
mantiene estas imágenes y sus mie
dos correspondientes en
su
interior hasta que estallan
por
el
dolor y la pérdida.
La forma en
que
hablamos
de
la
pérdida de
otra persona
tiene relación con nu'estra propia muerte. Cómo reacciona-
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LA
PÉRDIDA Y SU DUELO
mos ante la
muerte de
otra persona nos indica como reaccio
naremos a la nuestra . Todos sentimos pena. Todos sentimos
pena, a lo largo
de
nuestra
vida, tanto
por
la
pérdida
de
los
arrtigos como
de
etapas
de
nuestra
vida
como
son
la infancia
y
la
adolescencia. Estas experiencias nos
pueden
instruir
en
nuestro proceso
de
duelo. A partir
de
ellas
podemos
apren
der a expresar nuestros duelos y llorar
por
nosotros.
Parte del proceso
de
nuestro propio
duelo
es que lloremos
la
muerte
de
nuestro cuerpos, y
de
nuestras vidas sociales.
Nos lamentamos
por
la pérdida
de
profundidad
de
las rela
ciones que nuestros cue rpos y nuestro
ser
social
han
mante
nido. Es necesario que trabajemos con ello. Es normal cons
ternarse
por
la muerte del cuerpo como tal. En la
muerte
de
los demás veo el reflejo
de rrti
muerte.
Cuando
me
siento al
lado del lecho
de muerte de
alguien y tomo
su
mano,
medito
sobre la mía propia.
Recuerdo que,
cuando
hace
algunos
años
murió mi
novia, la lloré
durante
bastante tiempo. Y
mi
duelo
iba
de
la
profunda
tristeza a la ira. Me parecía
que
su
muerte no
tenía
justificación (murió
en
un accidente) y
me
enojaba
porque su
estupidez la condujo a la muerte. Mis emociones eran
de
profunda tristeza, llanto, añoranza e ira.
Un
día se
me
apa-
reció en sueños. Me dijo que
rrti problema
era que estaba
intentando evitar lo inevitable. Entonces
entendí
que
parte
del motivo
de
mi disgusto era
causado por no
aceptar ese
hecho. Cualquier muerte es inevitable. Sigo repiti endo una y
otra vez, sin cesar, todas las cosas
que
se
podían
haber
hecho
para mantenerla viva y también las que pudo
haber
hecho
ella. De esa manera,
en
el sueño,
me
recordó que estaba
intentando lo imposible. Ese
sueño
fue
una
lección
de humil-
dad
para
mi ego. Pero
aún
sentía rabia. Luego
tuve otro
sueño, y esta vez mi novia
me
dijo: ¿Por
qué no me
dejas
irme? Me estás torturando al aferrarte a mí . Más
tarde
pude
explicar este
sueño
como
si
alguien vivo viniese a
mí
y
me
dijese
Me
estás
torturando
al aferrarte a mí con todos esos
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
sentimientos
negativos
y también con
los
de amor .
Comprendí que el duelo había transcurrido
y
que tenía que
desprenderme
de
su imagen. Se había ido.
Ahora
había una
nueva relación, la de alguien que había sido parte de mí y
se
había ido.
De
esta manera concluí al fin con mi duelo.
LOS
PUNTOS
FIN LES
Los
momentos
cruciales marcan el final de lo anterior
y
el comienzo de lo nuevo. Recuerdan como pusimos fin a los
sucesos
de
entonces, cómo prohibimos o participamos
en
los
finales. Tememos los puntos finales, preferiríamos dejar los
acontecimientos rele gados al olvido.
Los
puntos finales ocurre n de varias maneras. Pensemos
en
un
huevo roto, que se desparrama fuera
de
su espacio. O
en el huevo cocido que
se
solidifica
y
se vuelve rígido, se
encapsula como
una pelota en el espacio sin tener conexión
con el mundo.
Podemos
percibir nuestro espacio como vacío
o denso, sin llenar o
demasiado
lleno.
Los puntos finales nos enfrentan cara a cara con lo des
conocido.
Nos
fuerzan a contraer
nuevas
relaciones, o al
menos nos ofrecen esa
oportunidad.
El
duelo
sería la conse
cuencia de renunciar a la oportunidad y
de poner
punto
final. Se
puede
decir que los finales
son
la cornucopia
de
un
momento decisivo. Mucha gente dirá "Esa persona es irrem
plazable". Lo cierto del asunto es que poner un final
nos
fuerza a
ser
más confiados, o cuanto menos nos brinda esa
oportunidad.
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Pero las personas tendemos a evitar los finales. Los senti
mientos son demasiado permanentes. Nos
dan
miedo los fina
les y la infinitud. En
su
lugar
hay
huida, retirada y racionali
zación. Mantener intacta la habitación
de
la persona que
ha
muerto. Actuar como si
nada
hubiese cambiado. Toda la ropa,
los cuadros, los objetos personales permanecen en
su
sitio
como si se fueran a usar. Mantener los sentimientos al mismo
nivel intacto. Evitar la soledad. Es un
no poner
fin. Hacerse
estoico, realista. O,
por
otra parte, pretender
que
la persona
que ha muerto no ha
existido jamás y se niega cualquier espa
cio
que
haya ocupado.
Un
fin tajante. La primera situación
extiende el
pasado para
siempre, la
segunda rompe
el contac
to
para
siempre. En cualquier caso, se evita
que
ocurra lo ines
perado. Lo cual incluye todas las cosas
por
las
que
nos senti
mos
culpables, las
que
desearíamos cambiar, o
que
nunca
hubiesen ocurrido, las
que
nos hacen sentimos incómodos,
avergonzados, resentidos, temerosos, tristes; es decir todos los
desengaños
que
representan las posibilidades no realizadas
de un
mejor contacto o
de
una
maduración
emocional.
Para
poder
dejar a la
persona que muere
o a la
parte de
nosotros
que
muere, debemos
poner
fin a los asuntos inaca
bados. Esto es cierto incluso
cuando
se trata
de
una persona
que ha muerto
físicamente hace
muchos
años. Llevamos a
esa
persona dentro de
nosotros, incapaces
de desprendernos
de
ella, sin est ar dispuestos a aceptar el espacio vacío, a com
pletar el circulo. Es como si
pudiésemos
prolongar
nuestra
propia
vida, o la
vida de
otra persona, al rechazar cambiar la
relación emocional.
La
terminación es
una parte importante
del proceso
de
expresión del duelo.
El
trabajo con nuestros finales nos per
mite redefinir
nuestras
relaciones, entregar lo
que
está muer
to y aceptar lo
que
está vivo, y estar
en
el mundo
más
plena
mente para
afrontar la
nueva
situación. De igual
modo
que el
duelo es un
período de
libertad emocional, los finales pre
sentan
las posibilidades
para
expresar esa libertad.
1
LOS
PUNTOS
FINALES
El no poner
fin se da
cuando
hablamos de relaciones con
padres o amigos
de
quienes estamos
separados por
el distan-
. ciamiento
de
la
muerte
y respecto a las cosas
que
quisimos
decir o hacer, o no quisimos decir ni hacer.
Por
ejemplo:
No
puedo
decir adiós a mi padre. Siempre quise decirle te
odio , o Me habría
gustado que
él supiese
que
yo estaba al
corriente
de su
problema .
El
no poner
fin incluye expresio
nes fallidas
en
las
que
la consecuencia
de
la expresión
te
odio
ha quedado
pendiente
al
quedar
rota
la
conexión.
Nos
resistimos a dejar
una
relación y emprenderla
de
nuevo
porque
se parece
bastante
a
ser
abandonados. La inti
midad ocupa un lugar tan poco importante que al final
de
la
vida sólo
hemos intimado
con
un puñado de
personas. Todos
practicamos un pacto no verbal
de
mutuo acuerdo
para man-
tener
una
cierta distancia,
cuando
se
cruza
esa línea
surgen
sentimientos
de
ansiedad. Pensamos
que vamos
a
perder
el
control, o el poder.
La
separación, el final, se asemejan a
una
pérdida
de
orientación o
de
control.
Nos
vemos como
una
partícula
diminuta en
un
universo infinito.
La intimidad
se
puede
usar
como un
puerto
seguro.
El
decir adiós (perder intimidad)
trae consigo la misma desorientación
que una
invasión de la
intimidad
desde
fuera. Tememos liberar, ir a la deriva
en
el
espacio infinito,
no
tener un propósito
fijo en
la sociedad,
perder el contacto, flotar
en
el cosmos social.
El
temor es
una
pérdida
de
contacto. Tememos
no
ser capaces
de intimar en
una nueva situación
Poner fin refuerza la idea
de que
la
vida
es
un
vínculo
temporal y directo, y
que romper
el vínculo, el contacto,
es
perder la vida. En el proceso dejar-tomar tememos llegar al
final
de nuestra
existencia temporal. Existe
una pérdida de
nuestro yo en esta vida, y eso es todo.
En realidad los finales establecen
nuevas
relaciones. La
gente teme los finales
porque
implica entregar
su
poder
en
el
mundo. Pero el otro aspecto
de
los finales es el
paso
al
nuevo
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
poder y a nuevas relaciones, a una nueva forma de estar en el
mundo. Morir es una forma
de
estar en el
mundo.
El final
establece una relación entre nosotros y lo desconocido.
Tuve un cliente nacido en Alemania y que se había criado
en Europa. Después
de
la Segunda Guerra Mundial fue a ver
a C G Jung para consultarle un problema. Pero Jung le dijo:
.
No
te
puedo
atender
como paciente, ya
no
llevo pacientes,
me
estoy preparando para morir . Esto ocurrió aproximada-
mente un año antes
de
que Jung muriese. A
partir
de este
hecho reconozco que Jung conocía bien
su
vida. Necesitaba
tiempo para dejar que su proceso llegase al final. Sabía cómo
llevar su vida. Sabía cómo
poner punto
final y vivió ese final
en su plenitud.
MORIR ONED
Recuerdo la
muerte de
un amigo cuando ambos teníamos
diecisiete años. Murió
de
cáncer. Recuerdo cómo el grupo
de
amigos
nos
juntábamos para ir
de
forma masiva al hospital
como si esto pudiera afectar favorablemente a su curación.
Recuerdo las horas
de
visita obligada y la
estúpida
conducta
encorsetada en la que le pusieron a él y que nos
pusimos
nosotros. Todos sabíamos que iba a morir. Pero le forzaban a
comer la comida del hospital,
cuando lo
único que quería
era
un
bocadillo caliente de pastrami que nosotros le
pasábamos
a escondidas. También le recuerdo
fumando
a hurtadillas
porque
no
se lo permitían. El morir,
para
él, fue la
misma
rebelión contra la prisión de impotencia que le acorraló
desde su infancia.
Sólo capté
la
muerte
de
Ed y mi implicación
en
ella
muchos años
más
tarde, cuando traté a
una
paciente que
tenía cáncer. Cuando trabajé con esta mujer,
me
habló de los
sentimientos y pensamientos, los resentimientos y odios
que
tenía y que había tenido a lo largo
de toda su
vida. El resen-
timiento que tenía por haber sido
engañada
por la vida, por
tener
varias
madres ,
por
ser embarcada
de
una familia a
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VIVIR
LA
PROPIA MUERTE
otra. Las experiencias
que me
contó eran como si tuviese
una lata
de
gusanos negros
en
el pecho. Cuando miré
su
pecho, ví deflación y derrota. Lentamente, a
medida
que
comenzó a respirar con más facilidad,
me
dijo que se sentía
derrotada porque
nunca
podía
conseguir lo que quería. Un
suspiro
profundo que me
asustó, apareció
en
sus ojos y me
. dijo: Quier o lo
que tú
tienes . Me estrechó contra
su
pecho,
me
apretó fuertemente, con miedo. Me dijo que nunca se
habían preocupado
de
ella,
que
nunca pudo conseguir este
tipo de calor que requería. Comprendí cuál
era
su estilo
de
morir, el
de
retirarse ante
la
derrota y la desesperanza. Su
muerte
era una protesta por la falta de amor que tenía en
su
mundo Sus tres matrimonios, que acabaron todos en fraca
so, marcaron
un
hito. Ahora, literalmente estaba deseando
no vivir
Recordé entonces que Ed había
perdido
a su padre, al que
estaba estrechamente unido, dos años antes
de
que ocurriese
su
propia muerte.
Nunca
hizo el
duelo
a
su
padre. Lo que sí
hizo fue delinquir, dejar la escuela y frecuentar salas de
juego. A nadie se le ocurrió
pensar
que la forma
de
morir
de
Ed comprimiéndose y retirándose, sin expresar su resenti
miento al sentirse sin padre, se manifestaba
en
forma
de
vale
roso estoicismo. Y así murió.
Me acuerdo de todos nosotros (sus amigos, su hermano, su
madre) viviendo con valor su pretendida mejoría. Recuerdo
las bromas que hacíamos para animarle. La consabida actitud·
de humor atrevido. Luego nos angustiaríamos al salir de su
habitación. Compartíamos el terror
de su
destino pero no
podíamos
expresar nuestros miedos.
Con
frecuencia, me he
preguntado
si mi amigo
se
murió pensando si él verdadera
mente
no
nos importaba o si carecíamos
de
sentimientos.
Incluso al contarlo ahora empiezo a sentirme triste
por no
haber
compartido su miedo con él y también el mío. Quizá
ahora estoy
rompiendo
con algo que ha permanecido inaca
bado durante
25 años.
Nos
importaba Ed. Sí que nos impor-
MORIR CON ED
taba, pero teníamos miedo.
Te
echamos
de
menos. Teníamos
rniedo y estábamos indignados. En mi caso, sigue existiendo
un espacio vacío.
Recientemente leí
en un
periódico la noticia
de
la
muerte
por cáncer
de
una notable poetisa. El
dato
curioso es que
su
rnuerte se notificó como algo que ocurrió entre la una y las
dos .
Nadie
lo precisó. Su marido se sentó a
su
lado a con
tarle y leerle sus
poemas
preferidos. Sus hijos fueron a la
escuela. La familia había afrontado
su
muerte inminente
desde hacía varias semanas. La mujer murió en
su
casa,
en
silencio, sin gestos heroicos.
Ojalá hubiéramos podido cantar con Ed. Ojalá hubiéra
rnos podido compartir
su muerte
en vez de
pretender
fanta
sear. No sé qué aspecto tenías cuando falleciste, Ed,
ni
qué
tenías que decir. Ninguno
de
nosotros lo supo. Estábamos
todos separados
de
ti mediante fórmulas preestablecidas.
Nos sentíamos impotentes con nuestro miedo.
Tú
tenías
dolor físico; nosotros, emocional.
Te
sentías
engañado
por
perder la vida tan joven; y nosotros por perderte, y porque
algo moría
en
nosotros también. Pero
nada de
esto se dijo, ni
una palabra. Teníamos demasiado miedo. Vimos tu
muerte
y
conocíamos nuestro destino. Actuamos
de
forma superficial.
Nunca compartimos los momentos
de
emoción. Enmasca
ramos
nuestra
ira,
nuestra
indefensión, nuestro miedo, nues
tro dolor.
La mayoría de nosotros descansó cuando al fin Ed murió.
La
carga
de
su sufrimiento se había ido y nuestra carga tam
bién. Hubo sentimientos silenciados
de
emoción en nuestro
grupo
de
amigos.
Pudimos
volver a contactar con la vida.
Durante el proceso
de
la agonía de Ed, percibimos nuestros
sentimientos de una
manera
mucho más intensa q ue como lo
habíamos hecho durante mucho tiempo. Sentimos, principal
mente nuestros cuerpos y nuestr a fragilidad.
¡Que momento tan crucial para mi Se me pedía sacrificar
mi inocencia y mi ignorancia. Estaba impresionado
porque
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
un
joven pudiese morir y por que la muerte estuviese tan
cerca
de
mí. Nuest ros papeles habían quedado por completo
al descubierto (su familia, Ed, yo) cómo los habíamos desem
peñado hasta el
amargo
final.
No
ocurrió así
en
el caso
de
la
poetisa, cuyo
marido
le leyó y le cantó, y cuya familia parti
cipó
de su
muerte. E n muchas ocasiones,
en
la Europa medie-
. val la
muerte
tenía
un
sentido público. Los amigos
y
vian
dantes
se aglomeraban junto a la habitación del moribundo.
Pero cuando en el transcurso del funeral de Ed llegó el
momento de
transportar el ataúd al coche fúnebre,
nos
pidie
ron
a los amigos que lo hiciésemos. Estábamos todos senta
dos en la fila delantera.
No pude
levantarme y hacerlo, aun
que otros amigos sí lo hicieron.
No
fui al cementerio. Me fui
a casa caminando, con un amigo, haciéndonos la idea
de
cómo era la
muerte
y el morirse. Hablamos
de
lo escalofrian
te que
era
estar cerca
de
la muerte,
de
la nada
después
de la
muerte;
de
cómo la muerte era un enemigo que atacaba
por
sorpresa y uno tenía
que
estar siempre
en
guardia. La mayo
ría
de
las
muertes
eran como ejecuciones; la gente simple
mente
estaba esperando. Estos pensamientos nos moviliza
ron contra el proceso
de
envejecimiento y maldijimos el
morir entre extraños; y confiamos en que nuestras muertes
fuesen
rápidas
y
sin
darnos cuenta. Empezamos a
dar
a Ed
por
perdido,
en
el olvido. Olvidé decirte adiós, Ed.
El morir cotidiano tiene que ver
con
la muerte final. La
muerte
de Ed deshizo el grupo.
Nos
forzó a meternos en
nosotros mismos para siempre. La muerte de Ed fue
un
ali
vio, un alivio
de
la intensidad
de
aquellas situaciones emo
cionales, pero
no
un
alivio
de
lo inacabado que ha continua
do
en mí hasta hoy. Ed fue una conexión rota
en
mi
vida
hasta el
momento
de escribir esto.
Ed tenía dolor físico y dolor por perder su vida. Podíamos
verlo en
su
cara y aquello aterrorizaba. Sufríamos
por
él y
teníamos el miedo secreto de sufr ir como él. La
muerte
evocó
en mí el miedo al dolor y yo le respondía
desde
ese miedo.
i
MOR RCONED
Todo esto formó parte de una silenciosa conversación
en
la
habitación del hospital. En una ocasión Ed se comunicó con
nosotros hablándonos
de
la intensidad
de su
dolor. A partir
de entonces, evitamos que lo hiciese. Hubo cosas que
tuve
que descubrir sobre el dolor y
su
conexión con la impotencia.
Creo que principalmente el miedo al dolor es el
miedo
a
ser
abatido
por
él. A estar desamparado.
Desamparado
de
toda
humanidad.
La madre
de
Ed
no
paraba
de gemir
fuera
de
la habitación
del hospital, gemía por
abandonar
una relación que en reali
dad ya había dejado
de
existir. Todavía era incapaz
de
conce
bir la
vida
sin Ed. A su vez Ed
no
estaba preparado para asu
mir la pérdida de sí
mismo
(su larga estancia en el hospital,
en la cama, tampoco le ayudaban). En
cuanto
le diagnostica
ron y le internar on en aquella habitación
se
identificó
con
el
procedimiento establecido de
ser
otro moribundo más. Tuvo
que afrontar lo que cualquier otra persona en esa situación
(una situación en la
que su
rutina diaria se interrumpe, con
vertida en la actividad
de
morir, transformando
su
vida a
partir de entonces). Ed
no
fue nunca
capaz de
aceptar la pér
dida
de
su vida. Nadie habla
de
esto pero muchas
de
estas
personas terminales acaban por morir antes
de
que mueran
realmente. Alienados, aislados de la realidad social. Son
nuestros muertos vivientes.
Desde la muerte
de
Ed y la
de
otras
personas
con quie
nes
me
había relacionado, he
permitido
que emergiese de
mí lo
que no
había expresado antes. Me siento
cada
vez
más a mí mismo: mi terror, mi
sentido de pérdida,
mi emo
ción y curiosidad, mi impotencia, mi ira,
mi
dolor, y la inten
sidad de mi contacto. He accedido a aprender de estas expe
riencias. La
muerte
sí es
una
referencia
para nuestra
forma
de morir. Toda muerte es un aprendizaje emocional. La
naturaleza
nos instruye
sobre
nuestro
morir a través de la
empatía y el ejemplo. Todos nacemos
muriendo".
Antes,
el
morir
se consideraba
más
un acontecimiento familiar y
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tribal
que
ahora, un
acontecimiento
en el que los
misterios
de
esta experiencia
primaria
enriquecían la
vida de las
per-
sonas.
La mayoría
de
nosotros
tiene
una
muerte sumisa, sin
dejar
rastro
de nuestra concepción de la vida o de la muerte.
Pero recuerdo el caso de
un
amigo que murió
de
leucemia.
.
No
pudo
reconciliarse
con
su
muerte. Destrozó
la
habitación
del
hospital en
un
par
de ocasiones. Ni
siquiera
un trip de
ácido (LSD) le sirvió. Todo el
mundo
dijo que era un infantil.
Pero esta
fue la
única
forma en
que
él pudo
encontrar
algo de
paz. Se dio cuenta que
no
tenía que morir en silencio; por eso
murió
protestando. Conmocionó
a aquel
hospital
en Salt
Lake
City por no
comportarse adecuadamente . No se
resignaba. Como escribió
Dylan
Thomas: No
entres
dócil-
mente en
el
adiós
de
la
noche. Protesta,
protesta
furiosamen-
te contra la
caída
de la
luz .
Para algunas personas quejarse, gritar y enfurecerse es
una
forma
de experimentar su propia
muerte. Para
otras,
Jo
es hablar abiertamente sobre sus miedos, sus ideas o sus per-
cepciones y
permanecer formando
parte de la
estructura
familiar. Conocí a
un
hombre que vino a mí
muy
afligido
por
la muerte de
su
esposa.
Había
querido mantener el contacto
con ella hasta el final. Pero sintió cómo derivaba hasta que
su discurso pareció perder el sentido por completo. Justo
antes
de
morir
empezó a pedir monedas para poder
tomar
el
autobús. Seguía pidiendo monedas a
su
marido. Él se quedó
sin
habla
y
sin saber
qué hacer.
A esto se le
llama
delirio, o se dice
que
es
debido
al efec-
to de
la
medicación, pero yo
creo
que
el
cuerpo en esa situa-
ción cercana a la muerte
sigue
viviendo su proceso
sin
sentirse especialmente amenazado,
aunque
los médicos y Jos
amigos
lo estén.
Quizá
la petición de la
mujer era
simbólica.
Quizá
las
monedas para tomar el autobús era su petición para poner
fin,
su
petición de permiso para morir. ¿Qué había ocurrido
MORIRCONED
si el marido
hubiese
intentado entrar en el mundo de su
esposa dándole las monedas, verbalmente, con gestos, o
de
cualquier
otro
modo?
En una ocasión estaba
trabajando con
un
amigo
en un
taller. Me miró de frente y me dijo que le parecía que iba a
desmayarse. Dijo sencillamente: Me
parece
que me voy a
desmayar .
Le dije:
Adelante .
Y así lo hizo. Se
desmayó
allí
mismo. No hubo señales
previas
de palidez ni debilidad. Dijo
que
se
sentía
desfallecer,
así que le
di
permiso.
Un amigo mío que
se
dedica a la
investigación con
pacientes
comatosos
en un hospital de funcionarios me dijo
que
los pacientes en
estado
de
coma
solían ser
tratados como
si estuviesen muertos. Todo a
su
alrededor estaba en silencio
y
era
estéril. Esta creencia de que los
pacientes
comatosos
están muertos, ya no
puede
darse como cierta. La indicación
terapéutica en la actualidad es más bien la de poner a esas
personas
en
los pasillos
donde
a quienes
pasan se
les anima
a tocarles o a
ponerles
la
radio.
Este
cambio de actitud supo-
ne un reconocimiento de
que
la
persona comatosa
está
viva
y
receptiva a los otros y al medio que la rodea.
Normalmente se afirma que nuestro cuerpo es
una
espe-
cie de
animal
mudo o bestia
del
que la persona tiene que
estar protegida. Como si el cuerpo
no
pudiese responder.
Como si la inteligencia,
la
consciencia y el entendimiento no
fueran también de su propiedad. Como si
fuera una
pieza de
carne. El cuerpo tiene el derecho de
extinguirse
haciéndolo
con su propia inteligencia. Ni más ni menos.
Privamos a nuestra
cultura,
al arte
de morir
y a nosotros
mismos
de
experiencias
que nos pueden ilustrar ampliamen-
te sobre
cómo
termina la
vida,
sobre la
naturaleza
de la expe-
riencia
humana
en esta parte del proceso vital, sobre posibles
roles sociales, sobre visiones y conflictos internos, sobre el
proceso
de autoformación, sobre
como disminuye la autoa-
firmación o
continúa
al morir y sobre la naturaleza de nues-
tro
universo
desde la
perspectiva
del momento
de
la
muerte.
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
En efecto, nos hemos desconectado
de
morir y
nos
hemos
asustado hasta quedarnos sin la esperanza
de
un mito y sin
el conocimiento
de
la verdad.
Cuando
le
preguntaron
a Sócrates lo que quería el último
día
de
su
vida, contestó: Ya que descuidé
al
artista que hay
en mi me
gustaría vivir este último día como tal .
Hubo
un
enfermo
de
color
en
el hospital del condado que
presenció la
muerte
de
una tal
Mary
Young que moría de
neumonía.
El médico la conocía. Éste sólo llevaba
una
semana en
Midland City.
Ni
siquiera era
ciudadano
americano, aunque
había obtenido
su
título
de
medicina
en
Harvard. Era
un
Indaro. Era nigeriano. Se llamaba Cyprian Ukwende. Nada le
acercaba a Mary ni a
ningún
americano
de
color.
Se
sentía
próximo a los Indaros. Al morir, Mary estaba sola
en
el pla-
neta corno
Dwayne
Hoover
y Kilgore Trout.
No
había tenido
descendencia.
No
había amigos ni familiares
que
la acompa-
ñasen
al
morir. Así
que
dijo sus últimas palabras
en
esta tie-
rra a
Cyprian
Ukwende.
No
le
quedaba
aliento suficiente
para hacer que sus cuerdas vocales sonasen, Sólo
pudo
mover sus labios silenciosamente.
Esto es todo lo que dijo sobre la muerte: Dios
mio
Dios
mío .*
... Breakfast
of
Champions Kurt
Vonnegut Dial Press/S eymo ur Lawrence
1973, p. 64.
MITIFIC R
El
mito es
1ma conceptualización que el hombre
hace
del caudal inagotable de la experiencia humana
Mitificar
es
construir una historia para obtener
un
significado de ciertas experiencias Es
contar
historias
Nuestros mitos son las historias partiwlares que nos
contamos sobre
algo
que nos
ha sucedido
En este capí-
tulo
exploro
cómo
mitificamos nuestra
peque11a
muer-
te cotidiana Exploro el proceso
de
cómo nos desorga-
nizamos cómo rompemos nuestros límites y cómo
nuestra peque11a muerte cotidiana permite que surja lo
desconocido
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UN
FUND MENTO
P R
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MITO
La experiencia está conectada con el mito. Estar inmerso
en la
propia
experiencia es vivir el propio mito, la propia his-
toria.
Cada
vez que reflexionamos sobre lo que hemos expe-
rimentado estamos creando
una
historia
para
explicar esa
experiencia o bien aceptando la explicación de los demás:
nuestros padres, profesores, el jefe,
nuestra
pareja, la cultura.
Esta historia o explicación que se ha creado condiciona nues-
tra reacción ante situaciones similares
en
el futuro, cómo
vivir nuestras vidas y cómo otras personas
aprenden
de
nosotros. La creación
de
la historia o explicación nos revela
nuestra forma
de
entregar
una
nueva experiencia a nosotros
y
a los
que
nos rodean. En este libro hablo
de
cómo crear
una
nueva historia o mito sobre el morir, cómo llegar a estar
inmersos en la experiencia de forma que cada uno pueda
crear
su
propia historia sobre el morir. En cada momento cru-
cial tenemos la oportunidad de crear un nuevo mito o de
seguir con el viejo. l abrirse a la propia experiencia permite
la alternativa
de
lo nuevo.
Cuando
lloramos
una
pena,
cuando
soñamos o pintamos
un cuadro o componemos un poema, estamos participando
en un diálogo interno, un proceso en el que la conciencia
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
social habitual se ha limitado o entregado en favor de otra
conciencia. Podemos decidir asistir a la muerte,
pintar
o
escribir, pero la expresión del duelo, sueño o inspiración
artística resultante
no
está ni controlada
por
la conciencia
ordinaria ni
derivada de
ella. Brota de otros aspectos del ser.
La
decisión
de
soñar,
por
ejemplo
no
se hace a
partir de
la
conciencia ordinaria; la decisión
de dormir
sí. El
dormir es
una
situación
que
establece
unas
condiciones o delimitacio-
nes dentro
de
las cuales puede producirse el autodiálogo lla-
mado sueño.
El
dormir puede hacer el
sueño
posible como
un
acontecimiento corporal, pero
no
determina
cuándo
ni
qué se sueña.
Un
proceso es el curso continuo de nuestras vidas que
se manifiesta como movimiento, experiencia, conocimiento.
Podemos identificar un proceso en el funcionamiento en acti-
vidades rítmicas, como inspirar y espirar, dormirse y desper-
tarse, sentir
hambre
y sentirse satisfecho, cansarse y descan-
sar
o un deseo sexual en aumento que lleva al orgasmo.
Visto como proceso, el morir es una continuación del
vivir. Se
puede
decir que tenemos un
plan
o
programa
para
morir tan cierto como hemos tenido un
programa
para nacer.
El
morir
es la condición previa
por
la cual se
nos brinda
el
nacimiento. El nacimiento es una manifestación
de
la muerte
de la
vida
uterina. Todas las etapas del crecimiento, todos los
hitos,
son un
morir.
Sin embargo, el
programa
para morir, como los progra-
mas para dolerse, soñar, cansarse, expresarse artísticamente,
dormir, tener hambre, la sexualidad y tantos otros,
no
se
encuentra al alcance inmediato de nuestra conciencia habi-
tual. Estos programas, estos guiones
no
están subordinados
al control social, pero
son
análogos a él e influencian su fun-
cionamiento. No se pueden producir ni evocar a propósito.
Dada la dificultad que entraña, el acercamiento debe hacerse
a través de su propio idioma, mediante el descubrimiento de
su
expresión como lenguaje
no
verbal en la vida cotidiana
UN FUNDAMENTO PARA
EL
MITO
En otras palabras,
no podemos
ejercitar el morir haciendo
ejercicios sobre ello. Los ejercicios, mentales o físicos, son
constructos deliberados destinados a cumplir un fin o resol-
ver un problema.
mponen
sus propias demandas dentro del
proceso corporal.
La
técnica Gestalt, el psicodrama y la bioe-
nergética,
por
ejemplo, pueden resultar muy útiles a la hora
de resolver conflictos sobre roles sociales o definiciones per-
sonales del yo. Pero el problema va
más
allá
de
la resolución
de conflictos.
El
problema es lograr que los propios procesos
reviertan en nuestra experiencia cotidiana.
El hecho
de
vivir
nos brinda
la oportunidad
de
familiari-
zarnos con nuestras formas de morir.
El
significado de nues-
tra
muerte
está relacionado con el desarrollo
de
la vida que
estamos creando. A medida que
nuestra
conexión con la
vida
se profundiza,
aprendemos
que es la experiencia la que nos
enseña. Y la experiencia
no
se puede programar. Somos nues-
tros propios creadores
de
mitos, lo
sepamos
o no.
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IMÁGENES SOCI LES
Y
PROPI S
Nuestras visualizaciones, las imágenes que vemos con los
ojos de nuestra mente, se
pueden
dividir en externas, que tie-
nen
su
base
en
la mitología social,
y
privadas, imágenes
generadas
por
uno
mismo,
que
son experiencias
de
nuestra
vida somática. Puesto
que
el respirar está asociado con la
propia actividad, lo utilizo para asociar imágenes y senti-
mientos. De
modo que
concebí la idea de respirar
por
partes.
Cuando hago este experimento, realizo una serie de cinco
respiraciones secuenciadas
y
con cada inhalación
reduzco
el
aire que inhalo a la mitad de la cantidad anterior necesaria
para la siguiente respiración. Hago
una
pausa breve al final
de cada exhalación e inhibo el deseo de inhalar.
Después de la quinta respiración intento un bostezo y
dejo que mi respiración vuelva a la normalidad, tratando de
experimentar las sensaciones
que
siento. Descubro que
hay
varios niveles en esta experiencia. Una parte de mí me dice:
"¡Respira ¡Respira ¡Respira ¡Manténlo así o te
vas
a morir "
Pero también hay una especie de oscuridad llena de emoción
localizada
en
mi torso, otra parte simultánea
de
conciencia
tiempo. Es bastante diferente a m mensaje de ansiedad. Una
parte de mí tiene
miedo
a morir mientras
que
la otra está
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
llena
de
emoción. A
medida
que practico
un
poco
más
este
experimento, empiezo a
notar un mar de
sensaciones que
trae consigo recuerdos e imágenes.
Me
doy
cuenta que el mensaje
de
angustia es mi meca
nismo
de
supervivencia. "¡Respira ¡Respira ¡Toma más
aire ". Pero la sensación
de
oscuridad emocionante lleva
·consigo
un
mensaje: "¡No te pares ".
El
sentido que
doy
a esta
aparente contradicción es que no todo en mí tiene miedo a
morir. Una
parte de
mí está angustiada pero otra entusias
mada.
Ir
más
allá
de
la conciencia racional es como morir, es
aproximarse a otro nivel
de
experiencia.
Hay una parte de mí
que dice que tengo miedo a morir pero ¿qué parte es? Otra
parte
de
mí está excitada y siente placer
si
inicio la amenaza
de
morir.
Las imágenes pueden ser estampas o bien conceptos enca
minados a transmitir
pautas de
sensación y sentimientos.
Nuestros conceptos culturales radican
en
nosotros, diciéndo
nos quiénes somos. Parecen provenir
de
dentro, como si fue
sen nuestros. También recibimos muchas imágenes morbosas
y horribles sobre la
muerte
a través de los medios
de
comuni
cación o
de
rumores, y son éstas las primeras
en
aparecer
cuando
nos encontramos con sentimientos
de
angustia o
miedo.
En otro sentido los sentimientos y las emociones se pue
den
describir como imágenes espontáneas bastante dife
rentes
de
las sociales. Tales imágenes genuinas son expresio
nes biológicas y
pueden
carecer
de una
orientación visual
determinada;
por
ejemplo, sentimientos
de
belleza, gracia,
timidez, torpeza.
Basándose en sus ideas previas, la gente dice: "Morir es
doloroso" y "La
muerte
es mala,
hay
que evitarla a toda
costa". Pero mi experimento respiratorio
me
convence de que
puedo tener algunas experiencias al iniciar mi
programa
de
morir
que no son negativas.
i
IMÁGENES SOCIALES Y PROPIAS
Los cambios en la química corporal pueden alterar las
imágenes o ideas previas. En mi experimento respiratorio
aumenté la cantidad
de
dióxido
de
carbono en mi corriente
sanguínea, y desencadené inmediatamente angustia e imáge
nes
de
morir. Todos los contextos emocionales y bioquímicos
tienen sus imágenes y sentimientos concomitantes. Por ejem
plo, la tristeza
puede
desencadenar sensaciones
de
ahogo, y
una imagen
de
sofoco o
de
rabia
puede
desencadenar sensa
ciones e imágenes
de
aniquilación.
El
morir plantea el peligro
de
perder
la
propia
vida, como
yo mismo he llegado a saber. Pero he
aprendido
a preguntar
me, ¿qué parte
de
mí
está sintiendo la pérdida?
¿Es
el yo
orgánico? ¿Es mi ego, mi
ser
consciente? ¿Es mi yo social que
tiene
miedo
y dice: Ya
no
estaré
más
aquí"? ¿Qué
parte de
mí está
asustada
por
mis imágenes
de
muerte?
Después
de haber
escuchado a
muchas
personas hablar
me sobre sus visiones
de
la muerte, empecé a ver que los mie
dos se dividen
en
dos categorías: social o personal. Como se
vive se muere.
Cuanto
más se elige vivir la
vida
fuera
de
las
imágenes sociales,
más
se morirá fuera
de
esas imágenes. Al
preguntarme "¿Cómo
me
asusto ante la muerte?", tuve las
imágenes propias
dentro
de la categoría social, del
programa
cultural y
eran
imágenes violentas.
No
quiero ser atropella
do
por
un camión".
No
quiero morir
de un
tiro". No quie
ro
morir
en
una
operación" y así sucesivamente.
Las imágenes del morir tienden a confundirse con los sen
timientos del morir. Cuando nos detenemos a
pensar de
qué
formas tememos
morir
pueden
venir imágenes que causan
intensa ansiedad.
El
mensaje
de
la
ansiedad es
de
peligro,
uno
puede
morir. En ese momento, el temor y el sentimiento
del
morir
están entrelazados, son lo mismo. Sin embargo,
no
es el sentimiento del morir lo que ha causado la ansiedad;
sino la imagen
Si uno
tiene
miedo
a
morir
asfixiado, se
puede
asociar a
una imagen
de
ahogarse o a ser ahorcado. Todo acontecí-
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
miento que desencadena imágenes
de muerte
desencadena
rá automáticamente angustia
de
morir. En ese
momento
te
sentirás morir. De ese
modo
llegas a asociar la angustia que
sientes con lo que será el morir. Te dices a ti mismo
que
morir
será así. "Estoy
angustiado
y tengo miedo. Morir me
da
angustia y miedo. Así es morir; es lo
que
estoy sintiendo
·
ahora mismo .
Con
el experimento respiratorio descubrí que puedo
vivir angusti a y excitación ante
un mismo
hecho,
porque
hay
diferentes niveles en mí
respondiendo
al
mismo
tiempo
de
formas diferentes. También es cierto
que
nuestros pensa
mientos sobre el
morir pueden ser
diferentes de nuestros
sentimientos. Los sentimientos
pueden
ser
placenteros y los
pensamientos aternorizantes.
No
quiero ser simplista en
el
terna
de
los pensamientos ni los sentimientos sobre la muer
te,
porque hay muchas
otras cosas a tener
en
cuenta, pero sí
quiero
dar
a entender que es bastante común experimentar
una
contradicción entre pensamientos y sentimientos de
muerte.
Cuando me pregunto:
¿Cómo terno morir?", intento aso
ciar mis imágenes
de
morir y de la muerte, bien a través del
experimento respiratorio bien a través
de
mi imaginación.
Luego separo los sentimientos que tienen estas imágenes de
las imágenes
en
sí.
Puedo
mantenerlas
en
mi consciencia,
recordarlas, dibujarlas o escribirlas para verlas sin tanto páni
co ni reacciones estereotipadas. Contemplo mis reacciones y
respuestas. La mayoría
de
estas imágenes
son de
muertes
violentas, del tipo
de
las que aparecen a diario en los perió
dicos y la televisión. Las miro y
me
digo:
Puede que
morir
o
sea así",
porque
sé cómo
me
estoy imaginando las imáge
nes culturales del morir. Casi todo lo que vernos asoci.ado con
la
muerte
tiene un carácter violento. Este mismo proceso ocu
rre en mis sueños.
Nuestra
cultura,
en
general, favorece el
morir de
forma
eruptiva, pero también 'es posible morir
de
forma "congelan-
~
IMÁGENES SOCIALES Y PROPIAS
te". Harry Trurnan lo hizo. Todas las sociedades controlan las
formas
de
morir
poniendo un
acento positivo en ciertos
pro-
gramas, incluso muchos que
pueden
ser personalmente
negativos. Por ejemplo, nuestra sociedad
no
desvaloriza la
muerte
por
asesinato.
Aunque no
se demuestra abiertamente,
de forma solapada se valora n mucho ciertas formas
de
muer
te violenta. Nuestra sociedad parece
programar
a sus miem
bros para morir rápido,
de
repente, a manos
de
otro. Tiene la
ventaja
de
ser
muy
rápido. Orgásrnica, explosiva, sin más, sin
un
desamparo prolongado, sin problemas para que
cuiden de
uno, sin costos,
sin
dependencia, sin remordimiento, nada.
Sencillamente,
la
vida
se interrumpe
de
golpe, ¡zas Esta
muerte rápida obvia la necesidad
de
un
programa
geriátrico
o
de
una
ayuda
social, y acaba con los muchos problemas
de
una convalecencia prolongada. Las personas apoyarían los
programas
de
muerte rápida
porque
suprimen
problemas
personales
de
remordimiento y mini mizan el duelo.
Todos vi vimos
de
acuerdo con nuestra cultura y
no
me
refiero a ello de manera despectiva. No
nos
darnos cuenta y
vivimos
un
programa
de muerte
que es ajeno al nuestro.
No
nos damos cuenta
de
que también podernos estar llevando a
cabo
sus
programas de
vida.
Aun
creyendo ejercer
una
elección libre, infaliblemente elegirnos el
programa
social.
Creernos
que
sólo podernos elegir
de
ahí. Por eso acabarnos
sin vivir nuestra propia vida, y luego nos morirnos protago
nizando una
muerte
ajena.
¿Qué
muerte
resulta natural a la gente? Nadie lo sabe,
pero todos tenernos imágenes
de
ella y todos tenernos,
en
parte, miedo a morir
de manera no
natural. A los efectos
de
esta obra, la
muerte
natural es la que
uno
vive corno
una
con
tinuación
de
su
propia
vida, una
muerte
que no es una inte
rrupción sino
una
continuación
de
la vida.
Las personas que
han
empleado
su
energía comiendo
adecuadamente, ejercitando el cuerpo y la mente con yoga,
terapias corporales, prácticas espirituales y relaciones diver-
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VIVIR
LA PROPIA MUERTE
sificadas,
han
elegido
de
hecho otra forma
de
vivir y de
morir. Parece que desean evitar las muertes convencionales:
el cáncer o las enfermedades coronarias. Asimismo la gente
que
se
automargina
de
su cultura
debido
a su
edad
también
tiene una oportunidad
de
crear un nuevo estilo de vida y
un
nuevo
estilo
de
morir.
Los miembros
de
familias que
han
mantenido
sus
lazos
emocionales
unidos
han
tomado
la decisión de
no
morir
en solitario. Los que se separan con facilidad o
no
tienen
lazos emocionales establecen entre sus miembros la angustia
de morir en
soledad. El morir es un proceso personal, pero
también familiar y tribal.
L
IMPORT NCI
DE
L EXPERIENCI
PERSONAL: H CERSE ALGUIEN
Las personas no nos acordamos de nuestro nacimiento.
Sólo sabemos que estamos vivos, parecería que siempre lo
hemos estado, y que el
mundo
ha sido siempre como es ahora.
¿Qué se imagina usted que es la muerte? ¿Cómo acepta el
hecho
de
morir? ¿La evita, la admite? Conectar con senti
mientos propios sobre la
muerte
supone un
paso en
la
ruptu-
ra
de
la imágenes tradicionales y en la construcción
de una
nueva mitología personal.
Yo me pregunto: ¿Comparto mi
morir
con otras perso
nas? ¿Hablo
de
ello o
mantengo
silencio? ¿Soy reacio, estoy
en guardia,
me
siento a disgusto? ¿Qué clase de diálogo
mantengo conmigo
mismo
sobre la muerte? ¿Me escribo car
tas? ¿Me
paso
notas
por
debajo
de
la mesa? ¿Me envío men
sajes que
no
puedo descifrar, escritos con tinta invisible?
¿Experimento estos pensamientos y estos sentimientos o los
inhibo, pospongo, distorsiono y rechazo? ¿Se unen mis pen
samientos, sentimientos, imágenes y recuerdos crea ndo una
conexión interna?
En una ocasión
un
hombre
me
contó que
unos
años antes
había tenido una hemorragia,
por
lo que le llevaron al hospi-
Ol
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
LA IMPORTANCIA DE LA EXPE UENCIA PERSONAL' HACERSE ALGUIEN
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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tal, donde le dijeron: Amigo, tiene usted muchas posibilida
des de morir". Cuando se dio cuenta de
su
grave situación,
su confusión disminuyó. Mi amigo dijo
que
de repente se sin
tió libre. Dijo que su cuerpo se había inundado de excitación
y se sintió pletórico. Paradójicamente se sentía como loco.
Dijo que por primera vez en la vida se sintió libre de encon-
. trarse
perdido,
sin reglas, y la
idea
le entusiasmaba. Dijo
que
era la primera vez
que
podía disfrutar de la vida sin respon
sabilidades.
Le
sugerí que quizá por eso se había puesto bien.
Por primera
vez
se comprometió con lo quería
en lugar de
hacerlo con las pretens iones sociales.
Una vez estaba en un avión de hélice cuando fallaron los
cuatro
motores.
Antes de aterrizar tuve tiempo
suficiente
para prepararme
a morir.
No
había mucho tiempo, pero fue
suficiente. Y me ocurrieron
una
serie de cosas increíbles.
La
primera
fue
que me
volví transparente a mí mismo, al
inundarme
de impresión. El hecho me hizo crecerme, me
hizo
más profundo
y
de
repente se abrió un espacio. Sentí
un pánico total
en
la cabeza. Lo sentí
en
el cerebro, los
ojos y la cara. Pero no había pánico
por
debajo de mi cuello.
Estaba rebosante, había adrenalina, pero me sentía
tan
tran
quilo.
No recuerdo la secuencia, aunque he vuelto a ella cientos
de veces, pero estaba
inundado
por la sensación
de
saber
quién era.
No
puedo explicarlo, salvo decir que estaba lleno
de
una especie
de
conocimiento interno. Estaba repleto
de
dentro hacia· afuera con una
dulzura
y ligereza irresistibles,
aunque no fuera una luz visible. Estaba lleno de aceptación y
amor
hacia
mí
mismo. Tenía el gusto de estar lleno
de
mi,
de
haberme llenado con mi propia excitación. Estaba inmerso en
mí
mismo, y desbordante,
todo
estaba bien. Desde entonces,
volví a orientar toda mi vida. Entonces tenía treinta y un
años, y recuerdo la experiencia como otro ejemplo de las con
tradicciones
que
pueden existir
cuando
se hacen conexiones
con el morir.
i
Vivimos en una época en la que todos queremos cada vez
más
responsabilidad
en
todos los aspectos de
nuestra
vida.
¿Por qué no llevar esta responsabilidad al hecho de morir?
No se muere hasta que el ser en su totalidad no lo decide. Se
está íntimamente implicado
en
el proceso
de
decidir sobre la
propia vida y por consiguiente sobre la propia muerte. Esta
responsabilidad
no
se manifiesta solamente a
un
nivel cogni
tivo, ni siquiera primariamente.
Cuando tratamos de controlar la vida y la muerte desde
un nivel cognitivo acabamos por
negar
ambas, la
vida
y
la muerte, viviendo a la orilla de la vida, no
en
ella.
Nadie
dice esto, pero la mayoría de la gente no está inmersa en la
vida y lo sabe. Se contraen, aceptan los roles sociales como la
realidad y tratan de vivir satisfactoriamente dentro de esta
limitación.
El carácter de nuestra
vida
es el carácter de nuestra muer-
te; los dos forman parte de un proceso. Mucha gente se reti
ra
de
la
vida pero no
quiere morir.
No quieren
participar
en
el proceso de morir más de lo que quieren participar en el
proceso de vivir.
En
nuestra
cultura la
vida
está desequilibr ada. El cerebro
se mantiene vivo y el cuerpo ignorado. Se valora la vida del
cerebro, la del cuerpo se menosprecia. Sólo vivimos una
parte de nuestra identidad, una parte de nuestros cuerpos,
una parte de nuestros sentimientos, una parte de nuestra
existencia. Tenemos
que
reflexionar sobre nosotros mismos,
haciendo de nuestra vida el punto de partida, haciendo que
nuestra experiencia cuente. Al hacerlo así, nos convertimos
somáticamente en alguien.
En el proceso de hacerse físicamente alguien se desvela
la base del misterio
de
la existencia, la experiencia
que nadie
nos
puede
enseñar. Cada persona descubre los términos de
su propio vivir y su propio morir. Mucha gente acepta morir
al percibir que
hay una
gran diferencia en tre las imágenes y
pensamientos acerca de la muerte y sus sentimientos sobre la
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
LA IMPORTANCIA DE LA EXPERIENCIA PERSONAL: HACERSE ALGUIEN
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di
misma. Ampararse
en
las propias imágenes puede perpetuar
el miedo. Aferrarse a los pensamientos puede hacerlos mor
bosos y derrotistas o desagradables Reflexionar sobre noso
tros mismos nos empuja directamen te a la vida y a una nueva
realidad
de
nuestro propio morir.
Vivimos dos vidas diferentes. Una social y otra personal,
.una pública y otra privad a. La
vida
social engloba las imáge
nes
e impresiones de las pautas sociales
programadas.
Otorga roles y aceptaciones. Sin embargo, la identidad priva
da resulta de los procesos e impresiones corporales. Uno
de
los dos domina en la mayoría de nosotros. Generalmente, la
propia
identidad
y el sentido
continuado de
la
propia
reali
zación se forman públicamente. Es difícil para la mayoría de
las personas madurar
en
nuestra sociedad con
una
visión
propia
y bien formada. Paulatinamente, he llegado a com
prender que la mayoría de la gente no tiene miedo a morir
sino a que la maten. La
pregunta más
seria, sin contestar,
sobre la muerte, es la sensación
de
impotencia,
de
ser mata
do.
Veo
que, a la larga, cualquier m iedo a ser castigado, con
denado al ostracismo, alienado o desaprobado, lleva en últi
mo
término al miedo a que le maten a uno. ¿Qué quieres
decir con que
tu madre
no te querrá, qué ocurrirá? . Estaré
solo, nadie me cuidará . Bueno, entonces ¿qué ocurrirá? .
Tendré hambre,
no
tendré qué comer . Así que, ¿qué ocu
rrirá entonces? . Estaré
desamparado
y
abandonado
a la
muerte . ¿No son todas estas formas de disciplina,
una
ame
naza al
fundamento de
la vida? Y ¿qué es la angustia, sino el
terror a que algo ocurra, a que nos hagan algo, a que nos
maten? Lo que atemoriza es esta actitud
de
víctima.
Remontémonos a la infancia, cuando éramos pequeños.
Justo al principio de la memoria. ¿Acaso no era este desam
paro el que provocaba los sentimientos
de
terror?
Decidir conectar con sentimientos sobre la muerte es
hacer un compromiso con lo desconocido. El valor que se
necesita puede ser sencillamente el de revisar las ideas pre-
concebidas sobre la
muerte
o ser capaz de crear el propio
mito. Esto puede
dar
como resultado experiencias
de
las que
nadie nos ha hablado.
De todas las experiencias recogidas de gente que estuvo
cercana a la muerte, ya sea aho gándose, en accidentes aéreos,
en caídas violentas o de otro tipo, pero que sobrevivieron, el
rasgo
más
consistente ha sido que su experiencia fue com
pletamente diferente a lo que esperaban y totalmente al mar
gen
de
las imágenes habituales sobre la muerte.
Vivir el morir es vivir la vida, confian do en las experien
cias. Hacerse somáticamente alguien es diferente de no ser
somáticamente nadie.
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LA
AMENAZA
DE
NO
EXISTIR
La mayoría
de
nosotros tiende a proyectar los roles socia-
les hacia el futuro en la esperanza de mantenerlo estable. Son
estos roles sociales los que tememos perder
porque
los iden-
tificamos con la existencia. La pérdida
de
nuestros roles
implica un
miedo
a perder la continuidad. Proyectar hacia el
futuro forma
parte de
la vida.
Nuestra
proyección hacia el
futuro extiende la existencia y garantiza la continuida d
de
la
pervivencia. Generalmente todo lo que inhibe nuestra ten-
dencia hacia el futuro causa miedo.
No
podemos imaginar un
espacio en el que ya no
haya
una
identidad
personal.
Tememos el no existir conozcámoslo o no sencillamente no
tenemos un marco
de
referencia para ello.
El
morir puede implicar la renuncia o la imposibilidad
para integrar
nuevas
experiencia y
una
nueva forma, el cese
de
la expansión y la contracción. La
vida
biológica, que en mi
opinión incluye la existencia psicológica, tiene tres grandes
motivos. Uno es mantenerse, otro expandirse y el tercero
reproducirse. Todo lo
que
amenace a cualquiera
de
ellos ame-
naza la continuidad de la existencia y causa angustia.
Lo
que
amenaza con
romper
el hilo
de
la continuidad es como el
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
LA AMENAZA
DE
NO
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miedo a
no
existir. Equivale al miedo a que nos maten.
Tenemos la impresión que la discontinuidad nos matará.
La
mayor
parte
de
la gente responde a una
pérdida de
continui
dad con temor a morir.
La
vida,
no
obstante, es discontinua.
Por razones
de seguridad
y
de
mantenimiento
de
roles socia
les todos tratamos
de
ignorar los sentimientos
de
disconti
nuidad
Incluso
cuando
cada noche nos
vamos
a dormir, afir
mamos nuestra identidad
al
mantener
nuestras formas habi
tuales de ideación,
repasando
el día que hemos tenido o pro
yectando un problema significativo
que
resolver mañana.
Lo primero en que pensamos cuando nos levantamos
por
la mañana es en un determinado problema, o en desayunar o
en estar
atractivos, o
en
toda una serie
de
acciones y pensa
mientos que organizan nuestra
identidad
y
nuestra
referen
cia respecto al mundo
De
esta manera no permitimos la pér
dida de seguridad ni de
referencia que se produce a través
del sueño.
Me acuesto diciéndome que
soy
un
escritor y
me
levanto
pensando en escribir libros. La memoria
de
nuestras vida s es
un intento
de
mantener, sin romper, un torrente
de
sensacio
nes, pensamientos y acciones en marcha. Queremos creer son
completamente continuas. No
nos
acordamos demasiado
de
los espacios vacíos. Pensamos
que
somos despistados u olvi
dadizos
cuando damos con espacios vacíos.
Un momento de
discontinuidad es como la pérdida, con todas sus respuestas
emocionales, que se
pueden comparar
con el morir.
Imagínese solo en una habitación a oscuras. De repente
alguien ha encendido la luz
donde
antes
no
se veía nada.
No
sabe
donde
está. Alguien abre la puerta. Alguien a quien
no
ha
visto jamás. Le llaman por un nombre equivocado e insisten
que es el suyo. Insisten
en
decir que está en
un
lugar del que
no
ha oído hablar nunca, ni ha estado nunca. ¿Qué sentiría?
¿Qué ocurre cuando
no
se acuerda
de
algo? ¿Qué ha ocu
rrido? ¿Ha
perdido
su sentido
de
la continuidad? De repen
te, experimenta una duda lacerante
de
que falte un
puente
o
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conexión en su conciencia. La sensación
de
contacto se ha
roto. Está en un lugar que
no
recuerda, haciendo que no
recuerda.
Puede
que empiece a
dudar
quién es usted real
mente, o dónde está. Su entera existencia está amena zada.
Esta
pérdida de
continuidad imaginada es en realidad
una pérdida de orientación social, una de las pérdidas bási
cas que
más
nos aterran. Esta continuidad es el aglutinante
que mantiene unido nuestro
entramado
social. Este contrato
de roles aceptados se mantiene gracias a los sentimientos, y
de
no ser
posible así, a través del pensamiento, la acción e
incluso la sensación. Cualquier amenaza a
una de
estas cone
xiones
nos
causa sufrimiento y nos lleva a retirarnos o por el
contrario a reforzar las formas que sabemos pueden
perma-
necer conectadas.
Toda experiencia adquirida fuera
de
las normas cultura
les habituales es normalmente inaceptable, o nos hace sentir
nos extraños cuando se la contamos a los demás. Esto llega a
ser igual que estar loco, desconectado, sin contacto con nues
tra cultura,
en
definitiva muerto. Muchas películas
de
ciencia
ficción
muestran
este aspecto
cuando
la gente cree que el
héroe va a ser pres a del insecto monstruoso. La discontinui
dad es la sensación
de
estar desconectado, ajeno al cuerpo
cultural. Es la amenaza
de no
existir,
de
estar muerto.
Cada uno
de
nosotros tiene la habilidad de acabar la pro
pia existencia, social o corporalmente. Al renunciar a la iden
tidad social y a la continuidad, quizá entremos en una nueva
experiencia
de
existencia.
¿Hasta
dónde
se extiende el espacio vital? Vivo en
Berkeley. Siento que mi espacio vital llega a mi casa, mi ofici
na. Más allá
de
la casa, se extiende a edificios cercanos
donde
imparto cursillos o hablo con regularidad. Como también
estoy asociado al Centro Esalen en San Francisco, mi espacio
vital se extiende hasta allí, frecuentemente a través del telé
fono. También imparto cursillos en Chicago, Toronto, Boston
Y San Diego. A través
de
la memoria, la experiencia, las rela-
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VIVIR
LA
PROPIA MUERTE
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dones
personales y el teléfono, estoy constantemente
en
con-
tacto con un auténtico sentido
de
extensión
de
mi espacio
vital, que de hecho abarca todo el continente.
Morir es la pérdida o el cambio de esos límites. Morir es
la entrega de valores y formas que constituyen nuestro
mundo
El proceso
de
morir
no
tiene
por
qué frenar, retroce-
. der,
comprender
ni aceptar un contacto reducido, sino que
seguramente es un
mundo
que opera en coordenadas dife-
rentes. Hay que estar
preparado
para un mundo completa-
mente
diferente,
para
nuevas posibilidades.
Permitir que nuestros límites cambien es parecido a estar
solo. Estar sin los antiguos modos. Estar solo es afrontar lo
desconocido
para
la mayoría
de
la gente. Estar solo es sole-
dad, pero
no
necesariamente aislamiento. Estar solo puede
llevarnos a establecer una nueva relación con nosotros mis-
mos. A través
de
la contracción crónica
de
nuestros cuerpos
o de
nuestra
imaginación, muchos
de
nosotros
no
nos per-
mitimos nunca
un
nuevo sentido
de
la existencia. Usamos
nuestras contracciones para
endurecer
nuestros límites, para
intentar garantizar una existencia continuada. Pero morir
es la ruptura de límites que nos conduce a una nueva exis-
tencia.
3
AFRONTAR
LO
DESCONOCIDO
Hay
imágenes procedentes
de
nuestras observaciones
y recuerdos que
nos
parecen dolorosas y terribles. Son en
su mayoría sentimientos que nos r esultan in usuales o
poco
familiares. ¿A
qué
se parece la sensación
de
morir?
Recuerdo que, al principio de mi trabajo, cuando la gente
de
un grupo
se abría a espacios psicológicos dolorosos, y sus
cuerpos se agitaban, yo pasaba miedo. Hubo uno que se des-
plomó en el suelo delante de mí: retorciéndose, gritando y
llorando
de
forma incoherente. Pensé que
su
dolor era tre-
mendo. Tal era mi miedo. Estuve a punto
de
interrumpir su
experiencia. Más tarde me aseguró que no era tan doloroso.
Aprendí
de
esta experiencia y
de
otras sucesivas que lo que
yo
imaginaba de su dolor era algo mío.
La gente dice que tiene
una
sensación respecto a morir,
pero yo pienso que lo que tienen es una sensación que atri-
buyen a
no
existir. Experimentan un sentimiento desconoci-
do o que les produce
miedo
y que asocian con la posibilidad
.de no
existir. La imagen de morir, al menos en nuestra cultu-
ra, está tan sobrecargada
de
terror y pánico que es difícil lle-
gar a lo que el puro sentimiento
de
morir o el proceso
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
AFRONTAR LO DESCONOCIDO
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muerte puedan
realmente ser. Cuando hablarnos del miedo a
morir
sólo podernos decir que a las personas que están bien
(no en el proceso muerte) les aterra.
En una ocasión, en uno
de
mis grupos,
un
hombre joven
me describió su terror más absoluto
cuando
en
mitad de
la
noche se despertó con la imagen
de
un hombre en su habita
. ción. Esta imagen, esta aparición,
en
apariencia era fantasma
górica y corno
de
película. El joven dijo
que
sabía
que
esta
imagen
no
era real, sino una proyección
de su
propia mente
pero al mismo tiempo le tenía terror. Si en esa situación,
hubiese tolerado esta imagen
de
terror en vez
de
ser la vícti
ma de
ella, habría hecho un descubrimiento
de
los
más
tras
cendentes que
puede
hacer el hombre: que él tiene el
poder
de
resistir el
no
ser. Todos tenernos ciertamente esa capacidad.
Recientemente hablaba con una mujer que trabajaba con
pacientes geriátricos. Me dijo que muchos
de
ellos saben que
se están muriendo. ''Tienen unas fantasías tan bellas sobre lo
que
va
a ser
su
mundo ,
decía. Le pregunté: "¿Qué quieres
decir con fantasías? Describen un lugar, un sentimiento, una
determinada clase
de
realidad.
¡Y
lo llamas fantasía
Lo
que
estás diciendo en realidad es que su descripción
no
se ajusta a
tu percepción del
mundo.
Lo que has hecho es poner al mori
bundo
fuera
de tu
marco
de
referencia, y decir que su mundo
no
existe. ¡Interpretas su percepción corno una alucinación ".
Esta
postura
es aterradora para cualquiera, pero especial
mente para un
moribundo, ya que le enseña a rechazar sus
propias percepciones. La personas que se están muriendo
hablan del lugar que está n percibiendo o hacia el que sienten
que van.
Puede
que se encuentren en un cierto estado psí
quico, pero entonces es ese estado el que produce su desco
nexión
de
lo social. El resultado es una
pérdida de
estabilidad
interna que
infunde
temor.
Me hallaba sentado en una silla con los ojos entreabiertos,
dejando apenas entrar la luz,
cuando
comencé a imaginar
un punto u objeto minúsculo que, desde cierta distancia,
i
empezaba a moverse hacia mi, acercándose cada vez más.
Dejé que aumentase
su
tamaño hasta hacerse
mucho mayor
a
medida
que se aproximaba. Quería ver qué reacciones ten
dría.
Cuando
se hizo enorme, sentí
que me
arrollaba. Si con
cibo la muerte corno algo que
me
llega así,
me
aterro. Pero la
muerte no viene a por mí. Yo soy ella. Mientras estuve senta
do
durante
este juego el pánico que sentí estaba relacionado
con mi concepto del morir, pero
no
con
su
proceso. El pánico
surgía de mis imágenes.
Nacer puede ser un hecho doloroso que
madre
e hijo
registran y recuerdan. Pienso que si la
madre
tiene inhibicio
nes profundas repecto a experimentar placer y terne
por
el
nacimiento
de
su hijo, aunque lo desee y lo quiera, el niño se
movilizará contra la resistencia que existe
en
el útero. Pienso,
en efecto, que
mucha
gente arrastra grabaciones corporales
de su nacimiento que provocan angustia respecto a la muer
te. Un
niño
que
tiene
que
impulsarse a sí mismo a través
de
una abertura contraída tiene recuerdos
de
esta lucha implan
tados celularrnente. O puede ser que una pelvis pequeña,
normalmente tensa, presente dificultades dolorosas y trau
máticas al niño. También que una experiencia previa
de
la
madre en que
haya
tenido dificultad la predisponga a temer
la presión del nacimiento y a contraerse.
Esto crea un efecto vinculante en el
cuerpo
que inhibe la
expansión. Hay temor a
no
vivir y a una especie
de
impoten
cia. De esta
manera
nacer y morir
son
acontecimientos orga
nísmicarnente parecidos.
Sin embargo, en
orden
a una mayor claridad,
no
tenernos
por
qué
morir
en
la impotencia,
de
igual
modo que
el niño
no
queda afectado conscientemente por el paso estrecho que
tuvo que atravesar. Estaba
demasiado
implicado en el pro
ceso para que así fuera. Sin embargo, eso
no impide
al orga
nismo percibir y registrar el acontecimiento de manera que
se cree
un
miedo profundo a él. Los efectos corporales
de
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
AFRONTAR LO DESCONOCIDO
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un
parto difícil pueden actuar como
un
factor inhibidor
durante la vida.
Creo que, cuando nace un niño, la
parte
externa del cuer
po de la madre se convierte en una ampliación del útero. Las
pautas
rítmicas y pulsatorias del útero continúan,
aunque
modificadas, en la superficie del cuerpo de la madre.
·Cuando
a un niño se le separa
de
la
madre
y se le
pone
en
una
incubadora
se crean
pautas
respiratorias
de
estrés y el
niño se siente desvinculado. Esta acción promueve angustia
en el
nuevo cuerpo
y se crea un miedo
profundo
a partir de
este punto. Luego, cuando el organismo empieza a morir, ese
miedo regresa,
pues
el organismo tiende a morir como ha
nacido o a actuar de tal
manera
que intente evitar la expe
riencia dolorosa del nacimiento. l
moribundo
experimenta
rá el temor
de estar
otra vez contraído, desvinculado e impo
tente.
Con esta sensación de pérdida de vínculos, de constric
ción,
de
deterioro,
de
rendición
de
roles hacia el proceso de
morir, puede que los sentimientos que emerjan sean negati
vos, hostiles, resentidos, sádicos. l
moribundo
altera la ima
gen
de sí mismo. Uno tiene la
imagen de
ser una buena per
sona que nunca se enfada. De repente la iray el odio se movi
lizan
dentro de
uno, sin
razón
aparente. No
se
los
puede
manejar. Por eso intentamos bloquearlos, volver a ponerlos
donde estaban, y eso causa dolor. O bien queremos gritar
como cuando éramos pequeños y
no
nos dejaban hacerlo.
"¡No me dejes solo ¡No me abandones ¡No me dejéis sin
contacto, que
me
da miedo ". Pero
pensamos
que
no
se debe
hacer eso; se supone que debemos ser valientes, autosufi
cientes. wemos qll morir en silencio, sin
dar
ningún proble
ma
a nadie, sencillamente
de
la
misma
forma que hemos
vivido. Y
de
esta
manera
uno vuelve a vivir todos sus miedos
infantiles y a
no
protestar nunca.
Estas cosas tienen que salir, se sitúan en la base de todos
nuestros miedos a morir: tenemos
que
afrontar
de nuevo
las
¡
angustias no resueltas y nuestros primeros miedos. Pero
nuestras instituciones intentan forzarnos a resolver estos
sentimientos
de
la misma manera que tuvimos que resolver
los en
nuestra
infancia. ''Tienes que aprender a estar solo. Y
a
morir
solo. A
morir sin
amigos y a
morir
por ti mismo".
Que es precisamente lo
que
hemos estado temiendo
toda
la
vida.
Morir es tener que afrontar lo desconocido en un
mundo
tan sumamente controlado que lo desconocido es una simple
experiencia
de
temor.
Nuestra
sociedad es el resultado per
manente de una historia de duro esfuerzo por controlar lo
desconocido. En
una
generación se
dan
pasos gigantescos
hacia ese control.
Sin embargo, lo Desconocido, con D mayúscula, es el
hecho central
de
la vida. Cualquiera que
sean
las
cualidades
y actividades
por
las cuales hacemos que la
vida
parezca
una continuidad de la actividad consciente, se trata sólo
de controles por los que intentamos eliminar lo Desco
nocido. Vivir el
morir
es afrontar lo Desconocido. Hay un
conflicto entre la realidad objetiva que queremos establecer
y vivir hacia afuera y la realidad subjetiva que nos motiva.
La realidad objetiva nace de l consenso social sobre la reali
dad interior. Estamos
de
acuerdo en que tal o cual cosa es
algo que todos hemos experimentado, y por lo tanto es real.
La
ciencia se basa
en
esta lógica, así
como
la realidad cul
tural.
Una gran
parte
de lo que llamamos desconocido son sim
plemente acontecimientos
de
una experiencia más profunda.
Fuera
de
esto hay que reconocer que la vida se revela a su
propia manera, una
manera
bastante extraña para el proceso
lógico que organiza y controla la realidad objetiva.
¿Qué significa perder el control?
Nuestra
educación aca
paradora y posesiva nos hace rechazar toda pérdida. Tienen
que forzarnos para
abandonar
algo. Esta mental idad acapa
radora está
profundamente
enraizada
en
todas nuestras acti-
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vidades. Una consecuencia es el miedo secreto a que dejarse
ir
en
última instancia, signifique la
pérdida de
control
de
la
vejiga y el intestino. El temor a esta posibilidad, la vergüen
za que
produce
este "accidente" se
debe
a la condena que tal
delito trae inmediatamente a la cabeza
de
cualquier mayor
de 3 ó 4 años. Es un ejemplo de sensaciones y experiencias
·que se evitan o controlan a lo largo
de
la vida. El temor a
una eliminación
inoportuna
es un
poderoso
ejemplo
de
toda
una serie de miedos escondidos que se temen afrontar. Otros
ejemplos son: el miedo a gritar; a no ser valientes llegado el
caso, a
no
saber actuar correctamente, a
no agradar
a la
autoridad. Todos los miedos
surgen de
aplicaciones familia
res e individuales
de
las reglas culturales y pueden hacer
que la persona agonizante sufra la muerte
de
otro
en
lugar
de
la propia.
NormanO Brown ha dicho que sólo una persona que no
haya
vivido
su
vida tiene miedo a morir. Una persona que
siente que ha
vivido
la vida, de la forma que quería,
no
tiene
miedo a morir. El miedo a morir se vincula con las metas de
quién uno cree que tiene que ser
en
vez
de quién uno
es.
Parte del
miedo
a morir, y a perder el entusiasmo de vivir,
surgen al conceptualizar el futuro y quedar sujetos a decep
ciones y catástrofes. El miedo a morir puede provenir de la
pérdida
de expectativas que teníamos para nuestro futuro.
Una
parte
del vivir consiste
en
aprender a corregir algo de
nuestras imágenes equivocadas a
medida
que crecemos.
Abandonar
lo que ya
no
necesitamos
podría
también incluir
algunos
de
nuestros futuribles.
En las etapas últimas del
morir
hay sensación. No hay
ideales,
no hay
conceptos, hay simplemente el estado de ese
proceso. Y al decir esto
no
creo que
pudiera
utilizar estas
palabras a no ser por ciertos momentos en los que fui tan yo
mismo, que
perdí
la sensación
de
mi cuerpo. Una vez alcan
zado ese espacio estaba vivo y en blanco, sin imágenes. Viví
con el
más
fuerte sentido de ser yo mismo.
4
ME
IGO
YO
A
MÍ
MISMO
Hay
muchas
formas de describir el camino hacia la muer
te. Está la muerte aceptada, la
no
aceptada, la natural, la
no
natural, la repentina, la que llega
por
sorpresa, la muerte
pasiva, el suicidio, la
muerte
prematura, la
muerte por
enfer
medad, la autodestrucción y la lista
podría
seguir intermina
blemente. Puesto que las diferentes denominaciones se pue-
den referir a formas
de
morir parecidas, todos estos términos
reflejan serios intentos
de
hablar y entender cómo y porqué
muere la gente y
de
qué
manera
la
muerte
se relaciona con la
vida que la ha precedido.
Cada
estilo distinto de morir es algo realmente progra
mado.
Es
decir, es
parte de un
modelo o cliché enraizado en
los comienzos de la historia personal. De igual modo que
cada personalidad es única, existe
una
infinita
variedad de
estilos de morir, pero parecen ajustarse a ciertas característi
cas generales.
Ya
he descrito los dos estilos
de
morir básicos,
el congelante y el eruptivo, que son una consecuencia directa
del proceso energético de contracción-expansión. Con cada
estilo se puede distinguir si una persona sufre su
propia
y
única muerte, la expresada por su persona, o si sufre la de
otro o la
de
la cultura.
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tado,
me
sentía frustrado y
no
sabía cómo manejar la situa-
ción
en
la que
me
encontraba. Y se
me
pasó por la
mente
que
en
aquel
momento
la autodestrucción
era
una alternativa
viable.
Estoy tratando de hacer ver que esos modos de morir
son
manifestaciones
de programas
específicos que pueden,
·al menos,
entenderse
en parte. La muerte repentina, por
ejemplo, puede
ser
el resultado
de no
escuchar los propios
mensajes sutiles, asociados con el hecho
de
que en determi-
nada situación, morir es una alternativa viable.
Para
mí esto
quiere
decir
que
aquella
parte de
la
persona que
ignora la
advertencia del mensaje, realmente quiere morir. Quizá
porque la
persona
tenga
miedo de estar
en excesivo contac-
to consigo misma, o
por
el hecho
de
pensar en morir como
una mera posibilidad,
no ve
el verdadero significado.
Seguramente
que muchas muertes
repentinas
no sean
tales,
sino suicidios sutiles. Pensamos que son hechos accidenta-
les. Pero cuando una persona tiene un accidente , tal como
cortarse un
dedo
al abrir una lata, nos damos cuenta que el
accidente es el resultado
de
que la persona
no
está prestan-
do
atención y está fuera
de
contacto consigo misma.
De
alguna manera el organismo no ha salvado las diferencias
entre el nivel de coordinación normal y el intento de la
acción
Por
supuesto
también ignoramos
de
qué modo una per-
sona está preparando su programa para morir, qué clase de
muerte
quiere esa persona. Puede que la
muerte
repentina,
aparentement e accidental, sea precisamente lo que busca esa
persona. Esta
no
es una frase morbosa. La
muerte
es una res-
puesta
perfectamente válida para ciertas situaciones.
Balzac, en
La
búsqueda de lo
absoluto ,
habla
de
una mujer
atrapada en un conflicto entre sus hijos y su marido. Se des-
garra entre el amor y la fidelidad incapaz
de
saber qué hacer.
Finalmente, llama a su hija y traslada a ella la responsabili-
dad
por
su
marido. Se hace claro que la esposa está eligiendo
i
morir como medio
de
solución a
su
conflicto. Es sorprenden-
te ya que Balzac describe esto como
un
acto voluntario.
Terminar con la
propia
vida voluntariamente llega a hacerse
una a lternativa viable.
Puede
existir la intención
de
morir, la
voluntad de
quitar-
se
de
encima la vida. Ser víctima de nuestro proceso de
muerte. Por ejemplo,
puede
que sintamos que nos
han
hecho
una gran injusticia y decidamos acelerar nuestra muerte.
La intención
de morir
está relacionada con la
de
vivir la
vida
y entenderla en sus propios términos. O
por
el contrario
puede
que
haya
voluntad de resistirse a ella. Tener la necesi-
dad
de
protestar, aliarse con la muerte, instigada, per o luego
protestar.
La
voluntad
significa interacción, cooperación
de
todas
las partes
de
nosotros. Significa tomar una decisión para con-
tactar con cualquie r
parte
que se resista.
La
identidad
instin-
tiva, la psicológica, la social y la biológica comienzan a enta-
blar
un
diálogo. La
identidad
sensorial habla con la racional,
o la
identidad
activa responde a la imaginativa; la parte que
muere habla con la
parte
que vive, la social habla con la cor-
poral. A resultas
de
esta interacción podemos llegar a una
nueva comprensión
de
nuestro
programa de
morir tal como
lo practicamos en la vida.
Si
se
asume, como yo suelo hacer, que todos tenemos
algún control sobre
nuestra propia
muerte, es posible lograr
cierta familiaridad con ella y aprender a obtener una direc-
ción más consciente a través del diálogo con nuestro yo
menos exterior o social y del aprendizaje
de
nuestros mensa-
jes más internos
Cuando un médico encuentra la evidencia de un cáncer
. durante un examen médico nunca le dice a un paciente Hay
¡
__ en usted que quiere morir, algo que está en contra de su
-- social o a favor
de
su
ser
mortal . Sin embargo, esa es la
Verdad. Hay
mucha
gente que ha alterado sus programas
de
morir y
han
seguido viviendo vidas diferentes. Y hay
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gente que elige constantemente ignorar aspectos importantes
de sí mismos. Tiendo a poner en esta categoría al ejecutivo
que se desploma en el almuerzo con un ataque al corazón y
al
repartidor
que sale
de detrás de
su camión y es atropella
do por un vehículo. Estas personas no están
en
armonía con
sigo mismas. No están donde deberían estar, ya sea psicoló
. gicamente, fisiológicamente o físicamente. La persona no está
plenamente
en contacto consigo misma.
No
está
en
el pre
sente, esta desconectada, en otro sitio.
Mucha
gente no tiene
idea que existen cosas tales como mensajes profundos que
los sentimientos y las sensaciones son una parte integral de la
experiencia del ser. Mucha gente cree que los sueños, fantasí
as, imágenes, percepciones internas y otros acontecimientos
espontáneos de la
vida
interior no tienen finalidad, significa
do ni utilidad alguna para ellos. Tales creencias impiden que
la
persona
utilice los instrumentos, los conceptos y la com
prensión necesaria que le permitan elegir libremente vivir de
manera independiente
de
los dictados de la cultura, para ser
así libre
de
expresar la
persona que
quiere ser.
Pero lo cierto del morir es algo propio de todos nosotros:
morimos nos terminamos.
Nadie tiene que enseñarnos
cómo; lo sabemos. En este sentido toda muerte es como un
suicidio. Este puede ser nuestro gran secreto. Saber que sabe
mos acerca de la muerte,
su
cómo y quizás el cuándo y
el
deseo de vivirlo, tener la oportunidad de ejercer nuestra pro
pia libertad.
5
L
TIEMPO IOLÓGICO
1, 2 3, 4, 5, 6 .. El mundo está dividido en
un
infinito
número de
puntos
de partículas que
pueden medirse hasta
el infinito. 23, 24, 25, 26, 27, y así sucesivamente. Este proce
so de contar, esta
unidad
continua
de
unidades iguales, divi
de el tiempo y el espacio. Lo damos por sentado. Lo llama
mos espacio-tiempo. Pe ro la cultura necesita conceptos linea
les. Es un instrumento básico en los negocios y en el mundo
científico.
Se supone que esta manera de ver el espacio-tiempo
(midiéndolo
en
partes iguales) comenzó
en
el Renacimiento.
McLuhan dice que la introducción del tiempo lineal discurre
paralelo a la muerte del lenguaje poético y a la introducción
de la prosa en nuestra cultura. En esa época se demandaba
una precisión nueva y se establecieron el espacio y el
tiempo
como entidades separadas
Con esta visión del
mundo
vemos la medición de nuestra
vidas. Vemos
un
principio y un final. Los hechos tienen
que
seguir cierto curso sea finito o infinito. Estamos entonces
atrapados en una forma de pensar absolutamente limitada
que podríamos llamar tiempo estimado En este sistema, nues
tro calendario es rígido; nuestra vida se mide en dosis
igua-
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VIVIR
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EL TIEMPO BIOLÓGICO
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les y se mueve implacablemente hacia una conclusión deter-
minada. No puede haber pausa ni retorno.
Sin embargo, existe
otra
perspectiva que podemos man-
tener. Podemos concebir nuestra vida como algo rico en
experiencias. Podemos llegar a formar parte del curso de la
vida en función de las cosas que ocurran, de los hechos y su
expresión. Los hechos ocurren sin comienz o ni final y pueden
transportarnos
por
completo a otro nivel
de
existencia. Aqu í
y ahora puedo hablar de éste y aquél acontecimiento de mi
vida, y
puedo
empezar a hablar de finalizar mi existencia
corpórea como de un período de
mi
vida. Mi personalidad
está íntimamente ligada a la continuidad. Expander o con-
traer mi
personalidad
es alterar esta continuidad.
El
concep-
to de eventualidad nos permite abandonar la idea cultural de
tiempo y ganar nuestro
propio
tiempo espacial, un contexto
en
el
que
vivir nuestro proceso.
La estimación del tiempo es algo impuesto en nuestra
dimensión de seres sociales, mientras que el tiempo espacial
fluye en el organismo.
La
estimación del tiempo se basa en
una máquina de precisión.
El
tiempo espacial es biológico,
en él la
vida
se experimenta como
un
proceso. Se puede deno-
minar tiempo espacial a los ritmos corporales, que todos
conocemos pero pocos consideramos importantes. Permítan-
me señalar que
en
el tiempo espacial no se habla de la muer-
te del cuerpo, sólo desde el punto de vista del observador. Eso
es
un
fenómeno completamente diferente
que
invita a esca-
parse de la cultura vivi endo el proceso y la propia experien-
cia desde adentro. Yo observo su muerte. Puede que usted
observe la mía. Pero la experiencia del proceso de
morir no
tiene
nada que
ver
con
lo
que
uste
está
observando.
Si
basam os la infor-
mación sobre la
muerte
en nuestras observaciones puede que
no hayamos descubierto nada sobre cómo es morir.
Cuando
imparto cursos a profesionales, tengo que recor-
dar
a los
terapeutas
una y otra
vez que
se centren en el pro-
ceso; que olviden el resultado. Estamos todos tan pendientes
de la estimación del tiempo y del espacio cultural
que
igno-
ramos nuestro proceso más profundo de vivir. La cultura
valora lo material
por
encima de la energía. La tarea consiste
en invertir esta actitud en la vida.
El
tiempo vital es el que se tarda en llegar a ser. Se puede
plantear
como el tiempo
de
todos los eventos que ocurren en
nuestra vida. En realidad no lleva nueve meses gestar un
bebé.
Como
mínimo
el tiempo espacial
debe
incluir el
lapso
de existencia que va desde el mero pensamiento, al deseo, a
la
preparación del útero, y a la ampliación o extensión del
espacio
por
parte
de
las
personas
que crean
un
nuevo ser.
Nuestra vida es nuestro tiempo vital.
Otra diferenciación consiste en distinguir entre el tiempo
social y el tiempo de morir.
El tiempo
social es cerebral, tiem-
po estimado.
El
tiempo cerebral es más lento que el hormo-
nal en el sentido de que
un
impulso nervioso
va
más rápido
de lo
que
el cerebro puede pensar.
El
tiempo cerebral es más
rápido que el hormonal en el sentido de que un pensamien-
to
transcurre más deprisa que
un
sentimiento
desarrollado
plenamente.
El
tiempo molecular es muy rápido cientos de
veces más rápido que el
tiempo
cerebral. Sin embargo, en lo
que a nivel organizacional se refiere, tienen
que
haber
millones
de
acontecimientos moleculares para producir uno
corporal.
Si se piensa
en
las funciones corporales
en
términos de
valor progresivo para el conjunto, entonces vemos la función
cerebral como algo más importante
que
la hormonal o la
molecular. Así, en
un
orden evolutivo desde la simple célula
hasta el
hombre
como se
nos ha enseñado
en la escuela ele-
mental.
Se
decide
que
el
pensamiento
es
más importante que
el sentimiento. Semejante sistema de valores tiene una orien-
tación paralela a los conceptos de tiempo estimado, punto
final y producto terminado.
Pero si se conciben las funciones del organismo como
puros acontecimientos, entonces puede verse la vida del
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organismo como algo ocupado en una continua autoexpre
sión entre sus
muchos
niveles.
Puede
ser interesante descri
bir los tiempos espaciales cerebrales y moleculares como algo
de
igual importancia. Puesto que
no
podemos morir hasta
que
así lo decida todo lo que
hay
en nosotros, el precio de
morir es un diálogo o monólogo que compagina el tiempo
·estimado y el
tiempo
corporal.
¿Quién
puede
decir lo larga
que
es una vida? ¿Quién
puede decir cuánto dura el tiempo de morir y qué llega a ser
del
mundo
espacio-temporal
que
todos
hemos
coincidido en
aceptar? ¿Y finalmente por qué es el mundo espacio-tempo
ral del moribundo toda una vida en segundos algo que se ha
hecho irreal?
6
L
SEXU LID D
La sexualidad es casi un entrenamiento para morir, una
intensificación del proceso de morir y un ensayo del acto de
morir.
El
estado orgásmico
que produce
sensaciones de éxta
sis es
una entrega
a lo involuntario y a lo desconocido.
El
orgasmo requiere rendirse a lo que nos está ocurriendo.
Nuestra
conciencia mundana habitual tiene que permitir esta
entrega. El estado orgásmico también produce sentimientos
de morir, suscita temor a morir, porque la conciencia social
puede
ser
amenazada
por lo involuntario.
El
crecimiento de
la excitación, la intensificación del movimien to invo luntario,
la conciencia social que se rinde cada vez más al dominio
de
lo involuntario, luego la cumbre, luego la
pérdida
de cons
ciencia
que
Wilhem Reich describe como una sensación de
estar en el cosmos sin límites, sin contención; y entonces la
lenta recuperación
para
mucha
gente viene
acompañada
de
miedo a morir o del deseo parcial de evitar la experiencia.
Todas las descripciones
que he
leído u oído del estado orgás
mico citan sensaciones de desvanecerse, de estar
en
armonía
con uno mismo, de no saber dónde se está en cierto momen-
to
Estos informes junto con la obra de Reich y mi propia
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
LA SEXUALIDAD
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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experiencia me han dado la clave de que morir debe ser
orgásmico.
Puede haber una
relación entre la
muerte
y el
orgasmo, el morir y la sexualidad. Cómo permitimos e inhi-
bimos nuestra experiencias orgásmicas
puede
estar profun-
damente
relacionado con nuestra muerte.
El modelo orgásmico presupone una acumulación de
·energía hasta alcanzar
una
cumbre, una descarga en la cum-
bre y luego una disminución
de
energía. Este modelo se con-
sigue en el cuerpo, a través de la combinación de varios rit-
mos coordinados armoniosamente: el nivel respiratorio se
dispara; la coordinación muscular aumenta; el nivel de ener-
gía crece; los sentimientos y las sensaciones se perciben más
intensamente. Todos estos ritmos se
vuelven
más armoniosos
a medida que aumentan en intensidad. Tienden a influirse
unos a otros creando un conjunto. Los ritmos corporales
comienzan a encontrar su camino dentro del patrón general
de excitación. Finalmente puede haber una expresión unita-
ria del organismo,
una
completa participación involuntaria
en un
suceso
que conduce
a la descarga.
El acontecimiento de morir es también la unión de varios
ritmos. Pero es un tipo
de unión
a la inversa. El organismo
está en un continuo estado de excitación, pero la cantidad de
carga empieza a nivelarse. La expansión y contracción, la
inhalación y exhalación, la excitación y dismin ución, el abrir
y cerrar, iluminando el mundo y luego retirándose para asi-
milarlo:
todas
estas pautas biológicas
van
decayendo
haciéndose cada vez menos unificadas. Muchos de los movi-
mientos involuntarios
en
el
momento de
morir como la defe-
cación, la erección, la contracción corporal, la lengua que
cuelga, los ojos
que
giran
son intentos de
liberar energía, de
abandonar
la excitación, de descargar y permitir a los ritmos
vitales encontrar un continuum de expresión. Estos ritmos
parecen arrítmicos, inconexos,
no
coinciden. Su
pauta
es la
orgásmica. Su perfil se
puede
ver incluso en las muertes
repentinas.
Estas etapas son visibles
en
todo proceso vital: la excita-
ción, el punto culminante, la descarga en la expresión, la asi-
milación, la unión. Por ejemplo el terror es
una
situación
de
energía culminante, que fiel al patrón, quiere concluir su rea-
lización. Por tanto, los miedos
no
se explican, sino que sin más
se experimentan, se integran, y se llevan hasta el final. Del
mismo
modo el dolor, la angustia y otros estados energéticos
pueden
encontrar
su
resolución. La energía se
emplea con
la
experiencia, la fusión y la realización. Puede que estemos tan
anclados en papeles psicológicos o sociales que queramos
inhibirlos
para
que lleguen a un final, de e ste modo el estado
de
energía culminante dolor, terror, angustia o similar) se
perpetúa. Desde este
punto
de vista las pautas de energía
vital)
podemos comprender
la necesidad
de un
final.
Observando
este proceso
desde
otro punto
de
vista,
veo
que una mujer que está embarazada está siempre está invo-
luntariamente preparándose para el nacimiento. El organis-
mo
entiende profundamente lo que debe hacer. Todo el cuer -
po
está
programado para
facilitar el embarazo,
para
el creci-
miento del feto y
para
la llegada eventual del niño. Se
prepa-
ran las pautas de respiración, se inician las pautas de estira-
miento, cambian las respuestas sensoriales. Todo el organis-
mo se prepara para el acontecimiento.
Creo que esto mismo ocurre en la muerte. El organismo
sabe cómo morir. Podemos inhibir o facilitar el proceso. Una
de las cosas interesantes es que el organismo tiene un meca-
nismo de
vuelta
atrás para la autocorrección.
Podemos
aprender a escribir otro mito. Podemos jugar un papel
en
la
creación o evolución de nuestras vidas. Ese es el sentido
de
nuestro
cerebro,
de nuestro
destino,
de
ser capaces
de
aplicar
nuestro conocimiento para cambiar el mundo. Podemos con-
tribuir a regular nuestros procesos. Podemos crear nuestras
vidas.
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DIÁLOGOS ON UNO MISMO
El acontecimiento de la muerte es un momento especial
en
el
que comenzamos
a resolver lo inacabado. Los aspectos
de
la persona que
no han
sido expresados ni vividos pueden
ser
ahora
libres
de
expresar.
Puede que
estas múltiples nece-
sidades no se configuren en palabras ni en imágenes. La cir-
cunstancia de morir se
puede
destacar como
una
experiencia
de sensaciones, humor, sentimientos, pulsación, vibraciones
y otras percepciones que
no
forman parte
de nuestra
con-
ciencia
mundanal.
Se
podría
decir
que una
muerte larga, retardada, tiende a
darse en personas que rechazan el deseo de expresar aspec-
tos de ellas mismas o
que
intentan insistir
en que uno
o
varios de esos aspectos se mantengan a toda costa. También
puede darse el caso de que una persona experimente el hecho
de morir
de
forma placentera
intentando
alargarlo. Se
puede
decir que la duración del proceso de morir de cada uno está
relacionada con la velocidad de la resolución interna entre
todos los aspectos
de uno
mismo que
no han
sido expresa-
dos. Y podría pensarse que el sufrimiento en la muerte resul-
ta de la resistencia al intento de expresar algún aspecto.
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
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DIÁLOGOS CON UNO MISMO
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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puede
morir
cuando
todos los
aspectos del ser están en armonía con la muerte. O la posibi
lidad contraria: se
muere
repentinamente como
una
expre
sión del desajuste
de
un aspecto sobreseído o ignorado res
pecto a los demás. En ambos casos, intuyo que al guien
puede
acceder al significado
de su programa
de
morir
en
tanto que
puede
establecer y
mantener
contacto con los aspectos no
verbales
de
sí mismo y permitir que esos aspectos tengan una
expresión en su vida.
Los diálogos con
uno
mismo
dan
ocasión
de
expresarse a
las
muchas
dimensiones del ser.
El
dialogar con
uno
mismo
anima al aspecto social a entregar
su
posición
de
dominio
sobre los otros aspectos.
El
diálogo con
uno
mismo
da
valor
al qué y al cómo
de
nuestros finales,
un
camino a lo
no
vivi
do
o
no
asociado; hace obsoleto el
no
sentir, es un camino
para
revelar los propios programas,
una
forma
de
leer los
propios mensajes secretos y un
medio por
el
que
la persona
que está muriendo
puede
obtener significado y sentido a su
muerte.
Los diálogos con
uno
mismo son simplement e cómo nos
hablamos con nosotros
de
nosotros mismos, y cómo se expre
sa esta charla a través
de
recuerdos, sentimientos, sensacio
nes, imágenes y roles
de
carácter. Los diálogos con uno
mismo
son
también el
modo en
que creamos nue stra mitolo
gía, cómo nos enseñamos, cómo
mantenemos
o rompemos
nuestros límites, cómo mantenemos o rompemos nuestro
sentido
de
continuidad, y cómo descubrimos e incorporamos
o negamos lo inesperado. Los diálogos con uno mismo son
patrones,
programas
y guiones que sentimos positivos, deter
minan
nuestra
unicidad y conforman nuestros juicios. Estas
pautas se
enmarcan
en dos categorías:
programas
sociales,
que incluyen reglas sobre el contacto con nosotros mismos y
con los otros, cómo nos
han
enseñado a comportarnos y Jos
papeles que nos
han
enseñado a desempeñar; y programas
biológicos, que incluyen todas esas
pautas de
comporta-
i
miento
que
nos
han
sido
dadas
o que se
han
construido
en
el
organismo: respirar, comer, digerir y eliminar; dormir, la
sexualidad, el nacimiento, la
muerte
y las funciones del siste
ma
nervioso autónomo.
La mayoría
de
la
gente
se encuentra inesperadamente
ante
su muerte porque
ha
evitado tener contacto con ella, o
no
sabía mantener o desarrollar un contacto con sus guiones
biológicos. Por ejemplo, el aspecto visceral
puede
haber
esta
do
diciendo
al
aspecto neural: Estoy
preparado
para morir
ahora ; o el aspecto neural
puede
estar asustado
porque
teme
por
su
vida, o
puede
haber
ignorado el aspecto visceral
hasta
el
punto
de
no
reconocerlo. Y,
de
repente, la persona se
encuentra en el hospital con un cuerpo muy debilitado pre
guntándose
qué ocurre y
con
la creencia
de
que la
muerte
la
ha derribado
de
repente y despiadadamente. Y
por supuesto
esta actitud se
ve
reforzada
por
la
familia y
por
los médicos,
ya que
ninguna de
estas personas
puede
darse cuenta real
mente
de
lo que está ocurriendo en el mito
de
la persona que
está muriendo. En este sentido, el cuerpo debilitado del mori
bundo es sólo
la
punta
de
su iceberg.
O puede que el cerebro empezase a decir al yo social: Vas
a morir,
de
modo
que dile a
tu
estómago que empiece a
hacerlo , como ocurre
en
la persona que tiene una pistola
apuntando
a
su propia
cabeza. Y entonces uno de ellos, el
cerebral o el visceral, se desmarca y dice:
No
estoy prepara
do .
Así pues, el
morir
puede ser como una señal
lanzada
desde
un
aspecto a otro del propio ser.
Cuando
algunos
de
los aspectos
no
recibe la señal
puede
angustiarse
mucho por
ello mientras que el otro
no
lo
hará
así.
La
mayoría
de
las personas intenta resolver sus proble
mas a base
de pensar mucho
las cosas, ima¡;inando alternati
vas o poniéndose
en
la piel
de
los otros. Este
puede
ser
un
camino para alcanzar el diálogo con uno mismo, pero que
puede
dejar insatisfecho. Normalmente quiere decir
que una
parte
de
nosotros
cumple su
función aislando nuestras nece-
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
sidades o las protestas de otros aspectos del yo, sea juzgan-
DIÁLOGOS CON UNO MISMO
instinto de reproducción y de orgasmo, y mi aspecto univer-
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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do, siendo razonable o por la propia intimidación. Se alcanza
un solución pero uno se encuentra ligeramente insatisfecho
porque el aspecto opresor no tuvo oportunidad de réplica ni
de defensa.
Desarrollar un diálogo interno es aprender a llegar a solu-
ciones
dejando
que se manifieste cada aspecto, de manera
que
la solución sea
una verdadera
resolución
de
los guiones
más profundos de uno mismo. Identificar todas las índoles
internas, ver lo
que cada uno
tiene
que
decir, cuales
son
sus
diferencias y si puede darse una conversación en tre ellas, es
crear una nueva síntesis en la
comprensión
de uno mismo y
nuevas posibilidades
para
la expresión vital.
Pienso en mi persona como en una entidad dirigida por
una junta directiva, sin
un
presidente fijo. Todos los caracte-
res reconocibles tienen un lugar y los nuevos son siempre
bien recibidos. Al mirar a mis directores veo al discutidor, al
razonable, al sensato, al justificador, al castigador, al amante,
al religioso, al la
madre
y al padre.
En
un
día
podría
desem-
peñar unos
cuantos
de estos papeles, o aún más.
Identifico también mis sentimientos, que se comunican a
través de la emoción, y mis sensaciones, que se comunican en
cualquier punto de
mi cuerpo
mediante cambios de tempe-
ratura, pequeños movimientos, cambios de presión, de peso,
etc. Entonces puedo identificar mis ideas que se expresan a
través de imágenes y visiones, y mis sueños que se comunican
con palabras, imágenes, sentimientos, sensaciones y recuer-
dos
cuando
duermo.
Está también
mi
memoria, que usa
palabras, imágenes, sentimientos y sensaciones para recordar
acontecimientos sociales y personales. Viene entonces mi
director de lo biológico, que controla todas las funciones
corporales involuntarias y define mis límites físicos en el
mundo
y se comunica con
pautas de
movimiento y con la
imitación o adopción por mi parte de las voces y gestos de
otras personas. Tengo también en
cuenta mi parte
sexual, el
sal, esa parte de mi relacionada con todas las personas que
han vivido o viven ahora; y con la energía universal
que
puede encontrar su expresión a través de la sabiduría del
código genético y de la manifestación de guías
en
los niveles
más profundos de mi ser.
Estos son los
miembros
habituales, pero tal como quiero
resaltar,
hay muchas
sillas
alrededor para que
miembros
nue-
vos o poco habituales puedan a parecer en determinadas cir-
cunstancias.
Puede que
aparezcan sólo
una
vez o
puede
que
su aparición indique todo un nuevo ciclo de acontecimientos.
Tampoco se intenta que este elenco de personajes sea defini-
tivo;
en
realidad es deliberadamente incompleto para no
catalogar ni restringir la
experiencia
sólo estimularla.
Obsérvese que sólo los dos primeros miembros de esta
junta
directiva se comunican con palabras. Eso significa que la
mayoría de los aspectos de mí mismo son no verbales.
Principalmente
uno
funciona fuera del marco de la actividad
mundana
que nuestra
sociedad define
como
distintivo
de
la
existencia.
En otras palabras, mi organismo tiene
su
propia lógica,
su
propia inteligencia,
un
modo de razonar basado en la con-
ciencia. La afirmación
de
mi vida como proceso se expresa a
través de todos los miembros de la junta cuando me identifi-
co con todos ellos. Es el despliegue de su interacción a lo que
yo llamo mitología. Igual que
en
algunas ocasiones un miem-
bro
será el presidente de la junta y en otras lo será otro, así me
sentiré a veces identificado con el aspecto
de
mi ego o con
determinado rol social (tal como el de padre) y en otras oca-
siones
me
sentiré identificado
con mi
aspecto sentimental o
soñador o sexual.
Para el que está muriendo vivir su mito significa darse
cuenta
de
que ellos son
su
propia muerte la
han
elegido, y ellos
que deben terminar al morir son algo más que "consciencia",
o cuerpo, o roles sociales.
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
El aspecto del ego dice "Yo" y de ese modo reivindica a
DIÁLOGOS CON UNO MISMO
una
locura, es malo o
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miedo. Pero este juicio sólo se hace
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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todo el organismo. El aspecto social apoya esa
demanda
del
ego. Estos dos aspectos verbales intentan invalidar al resto
de
los miembros
de
la junta y negar
su
proceso organísmico. La
naturaleza
de
la socialización es tal que
interrumpe
y anula
el funcionamiento regular
de
los guiones internos. Pero este
funcionamiento es el ritual propio
de
la existencia del orga-
nismo. Ejemplos sencillos
de
esto son: dormir se
por
la noche
y levantarse
por
la mañana, inspirar y espirar, tener hambre
y satisfacerla, cansarse y descansar, excitarse sexualmente y
descargarse con el orgasmo.
Cuando uno empieza a permitir
que estos acontecimientos incidan
en
uno, comienza el pro-
ceso
de
alterar la programación social.
El proceso se revela a sí mismo
por
medio
de
los aconte-
cimientos
de
la vida, algunos
de
los cuales
son
ritualistas y
recurrentes, otros, los llamados espontáneos
no
lo son.
Incrementar la experiencia del proceso aparta la atención del
aspecto del
ego
y del aspecto social. Se empieza a distinguir
la
propia
vida
del cuerpo
de
los roles
de
la sociedad.
Por ejemplo, el cansancio es
un
mensaje que reclama des-
canso
desde
el aspecto visceral que irrumpe en la consciencia
cuando
el yo social está reteniendo la atención. En ese
momento
se
puede
estar en medio
de una animada
conver-
sación, o concentrado en un aspecto del trabajo, o condu-
ciendo
en
medio del tráfico.
El
cansancio es
un
mensaje con-
tundente
que si se ignora conduce a la enfermedad.
El mensaje del cansancio empieza prime ro como un diá-
logo entre el
yo
visceral y el social. Crece a
partir
del
yo
social
ignorando, hacie ndo caso omiso o
anulando
este diálogo. El
cansancio es
por
lo tanto
una puerta
a
una
parte del propio
ser por
la que se
puede
entrar concentrándose en los senti-
mientos.
La sociedad considera
vida normal
los negocios, la acti-
vidad
científica y otras pautas sociales establecidas. Esto
puede
hacer creer que lo que
no
se ajusta a este esque ma es
i
desde
la crítica social introyectada. Este juicio es
uno de
los
dominadores
o tiranos
en
las reuniones
de
la
junta
directiva.
Conocer esto es
empezar
a alterar el condicionamiento
social.
Cada
miembro
de
la
junta es
un
eufemismo para muchos
procesos complejos. De la misma
manera
que el ego o yo
social se expresa
de
una
miríada
de
formas, también el yo sen-
timental tiene
un
amplio espectro
de
sentimientos y recuer-
dos. En realidad, cada miembro
de
la junta tiene una
variedad
natural
de
sentimientos y acciones. Se
puede
saber
un
día del
aspecto sentimental mediante la tristeza y
de
la ira al día
siguiente. Se
puede
experimentar
al
soñador
(en uno)
mediante una pesadilla. O se puede encontrar el yo activo
mediante tensión en los hombros. Todos nosotros tenemos
estos muchos yoes y
aun
más.
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Desarrollar un diálogo
con uno
mismo es una forma de
DESARROLLAR DIÁLOGOS CON UNO MISMO
ver pautas que surgen de este rico territorio. Al menos, una
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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conectar con aspectos de la experiencia
que
no se verbalizan,
no se configuran en imágenes ni se categorizan. Estos aspec-
tos parecen ser
un
conocimiento directo o experimentación.
Hay experiencias que vivimos pero no podemos explicar.
Comparadas con
una obra
teatral, la introducción de cada
personaje
en
el desarrollo de la obra sería como la introduc-
ción
de todo
deseo
no hablado,
sentimiento y necesidad.
Estas interacciones entre los perso najes se reflejan en el esce-
nario de nuestra imaginación, en el mundo de nuestros sue-
ños
y en
nuestras
experiencias.
Desarrollar diálogos con uno
mismo
es mantener
una
conversación con los miembros de nuestra junta, una conver-
sación sin palabras, una conversación en la que el silencio o
las partes desconocidas de nosotros mismos empiezan a
hablar.
Los aspectos del
ego
se muestran como
metas
y pautas de
autorreconocimiento. Esta es la
parte que
parece crear duali-
dad
siempre,
que mide
las cosas,
compara, evalúa
los acon-
tecimientos como
buenos
o malos y crea o borra los límites.
Este aspecto puede revelarse en los sueños de una forma con-
sistente, realizando
siempre
la misma actividad o siendo el
yo que está siempre detrás de los ojos que ven el sueño.
El aspecto social es esa parte que interioriza y representa
papeles
sociales
como
si fuesen creados desde dentro. Este
aspecto tiene que ver con el comportamiento socialmente
adecuado . Las técnicas terapéuticas
de
bioenergética y ges-
talt han señalado con éxito como
uno
representa a la madre o
al padre, al protector y al castigador, al discutidor, al mártir,
al rebelde y así sucesivamente.
El soñador que
hay
en nosotros es un conducto directo a
la vida de nuestras identidades profundas. Los sueños son
muy complejos y se
prestan
a muchas interpretaciones posi-
bles. Las personas con la paciencia suficiente para llevar un
diario de
sus
sueños durante unos
cuantos
años
empiezan
a
;
cultura, los Senoi en el Pacífico Sur,
son
famosos por cons-
truir su sociedad a partir de lo que ocurre en el mundo de sus
sueños. La
estructura
de la terapia de Jung es un análisis sis-
temático de los sueños y su interpretación, un proceso muy
intenso durante un período de tiempo. Así pues, busque
pau-
tas en sus sueños. Para ello
puede
servir de ayuda el descri-
birlos
con regularidad
a
un
amigo.
¿Cómo se queda
dormido?
¿En qué medida es diferente
su forma de quedarse dormido de su estado habitual de vigi-
lia? Observe hasta cuando puede seguir con el proceso antes
de que le sobrevenga el sueño. Perciba
sus
actitudes y sensa-
ciones. ¿Existe una pauta para quedarse dormido? ¿Tiene un
ritual especial que usa o un espacio en el que entra?
Si
es así,
observe
qué puede
averiguar sobre estos hábitos sin alterar-
los ni evaluarlos.
Cuando está tumbado en el suelo y luego se levanta ¿qué
es lo que hace que no vuelva a caer de nuevo? ¿Sus músculos
y huesos? ¿Su decisión
de permanecer de
pie?
Cuando
se
levanta, ¿cuántos músculos de su
cuerpo
puede relajar sin
caerse? Muchas personas intentan prevenir la ansiedad
mediante contracciones musculares. La pautas de estas con-
tracciones relacionadas con estar de pie se pueden
aprender
e incluso transmitir de padres a hijos. Estas contracciones son
actitudes
que forman
parte de
nuestra
personalidad.
Si usted
se da cuenta o puede llegar a darse cuenta de un gesto o de
una expresión
de
la cara que hace
automáticamente igual
que
mamá
o como lo hacía papá , habrá descubierto un
ejemplo
de
diálogo interno y estará aprendiendo como crear
sus propias
actitudes corporales.
La medicina occidental ha asumido siempre que las per-
sonas
no tienen influencia sobre sistemas involuntarios o
autónomos del cuerpo tales como los latidos del corazón, la
temperatura y la presión sanguínea. Los estudio s recientes
sobre el estrés y el desarrollo de prácticas de biofeedb ck han
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como tal se mueve cada vez más allá del viejo
molde
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en sus ojos moribundos. La escalera
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ciado y científico de convertir este mundo en objetos de cono-
cimiento. El sentido
de
nuestra evolución es
por
el contrario
de una
mayor
participación en él.
En una ocasión descubrí que muchos de mis miedos
sobre la
muerte
estaban relacionados con observaciones pro-
gramadas. Empecé a establecer la conexión con que el
mundo
socializado
nos
enseña a percibir la
vida
de una
manera
determinada.
Se
nos predispone a estar de acuerdo, a
actuar como si tal cosa fuese verdad. Luego
nos
resistimos
a que nos alteren esta imagen civilizada del mundo; teme-
mos enloquecer. No estamos
preparados
para una
vida
en la
que las percepciones y las experiencias cambian. Cualquier
desvío es amenazante. Por eso ten demos a rechazar las expe-
riencias in usuales, a rebajar y
devaluar
lo inusual como algo
no
fiable, como algo que
no
presenta una imagen auténtica.
Pocos
de
nosotros hemos deseado
ser
diferentes.
Morir es entrar en
otro orden
de
percepciones,
un
campo
que
está con nosotros
de
continuo, per o
que
se niega normal-
mente. Nuestro sentido
de
espacio, tiempo, emoción y rela-
ciones
puede
verse alterado. Morir
puede
ser emocionante
si
se valora el hecho
de
ir hacia lo desconocido.
En cierta ocasión viajaba en automóvil cuando otro
me
golpeó lateralmente. Repentinamente todo se magnificó y
cobró un increíble e ilimita do sentido del detalle.
El
tiempo
discurrió en un
primer
plano enfocado a cámara lenta, sur-
giendo
un panorama
de
color y
sonido
vibrantes. Todo lo
cotidiano había desaparecido. Estaba totalmente inmerso y
al
tanto
de
estos acontecimientos inmediatos que
podían
haber sido los últimos
momentos de
mi vida.
No
tenía
miedo, estaba envuelto
por
las percepciones. Debo decir que
era bello.
Una vieja película
de
Alfred Hitchcock con Gregory Peck
termina
cuando
éste es abatido. Le vemos caer, después la
cámara se
mueve
rápidamente para centrarse y profundizar
acaba de bajar comienza a girar en vertical y desaparecer. El
efecto que crea la imagen al girar, caer y reducirse, intenta
por
todos los medios captar la inmediatez
de
la muerte
de
una
forma similar a mi experiencia en el accidente
de
automóvil.
La mayoría
de
las personas réconoce
su
vida íntegramen-
te en un mundo de símbolos: palabras, pensamientos y otros
conceptos
no
verbales. Pero todos, reconozcámoslo o no,
vivimos envueltos por una pátina
de
patrones sensoriales,
imágenes, fantasías y configuraciones varias de sentimientos
que
no son
verbales. Conectar con esta existencia no verbal
supone un reto a
nuestra
forma institucionalizada de ver el
mundo.
Con
estas sensaciones y sentimientos nuevos tememos
perder el mundo. Rechazamos sentirnos inundados. En oca-
siones,
cuando
mis amigos
me
relatan
una nueva
experiencia
y el temor a que les resulte
abrumadora
les pido que
me
digan
a qué lugar temen
no
ser capaces
de
regresar. ¿Dónde
se encuentran ahora
para
pensar
que
éste es
un
lugar
que
vale la pena conservar? ¿Cómo es el tránsito entre lo conoci-
do
y lo desconocido?
Cuando dirijo a un grupo
de
personas casi siempre hay
alguien que
me
dice que
no
siente nada. Le recuerdo que
nada también es una experiencia. ¿En qué consiste esta per-
cepción
de
nada, es como anestesia? Dejémosla hablar.
No
experimentar nada, al igual que cualquier otra percepción
no
habitual, puede ser un puente, una herramienta
adecuada
para una mayor conexión con el ser. No sentir nada puede ser
una declaración
de dónde
desearíamos estar o
de
lo que
nos
infunde
temor. Algo
puede
crecer
de
esa nada.
Puede
que
esas percepciones sean o
no
el reflejo
de
lo que será la muer-
te, pero también pueden
aportar
algún indicio de lo desco-
nocido y como
lo
aceptamos o rechazamos.
Vivir el
morir
es ser
capaz de
aceptar el cambio
de per-
cepciones como una auténtica
parte
de la
propia
experiencia.
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VIVIR
LA
PROPIA MUERTE
Aceptar una experiencia poco habitual sin temor a la crítica
CAMBIAR PERCEPCIONES
El cambio de las percepciones no significa que esté enfermo
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puede significar ir en contra del mundo cultural,
pero
nos
permite afirmar lo que es en lugar de lo que debería ser.
Algunos montañeros que han tenido caídas al vacío rela-
taron después que toda su vida se reflejó como
una
instantá-
nea ante ellos, con gran detalle,
durante
la caída. El año pasa-
.do en California, un joven paracaidista de 17 años saltó de un
avión
para
realizar caída libre,
ninguno de sus dos
paracaí-
das se abrió debidamente. Se precipitó sobre la pista de asfal-
to y sobrevivió rompiéndose sólo la nariz. También advirtió
la misma experiencia "alucinatoria" de ver su vida resumida
pasar en
un destello.
En una ocasión, un matemático
que
consultó conmigo,
estaba
tumbado cuando
de repente pareció que dejaba de
respirar. Parecía sin vida, como en trance. Le llamé. Al fin se
despertó. Me dijo
que
estaba
disfrutando de una
sensación
bastante placentera. Sabía que yo estaba al tanto, se daba
cuenta de
mí,
pero
deseaba la ensoñación
que
había descu-
bierto.
Pensando
sobre esto,
intenté
la
siguiente
experiencia:
me imaginé que la habitación se estaba desplazando como si
estuviese al final
de
un túnel. Los
sonidos
parecían propa-
garse en la distancia antes de alcanzar mis oídos. Los ruidos
parecían tener eco y giraban
dentro
de mí.
El
túnel era un
torbellino que me distanciaba del
mundo.
Estaba menguan-
do, disminuía de tamaño, giraba y giraba como si me desli-
zase por el
desagüe
de
una
tubería.
Notaba
que el mundo se
desvanecía. Me volví pequeño, tenía diez años, siete, luego
tres, seguía
disminuyendo.
Era
un
punto en el espacio,
un
ser no nacido. Había un desfile de luz que surgía a través de
la
oscuridad.
Vacío. Luego
un
destello;
de repente
crecí.
Rápidamente me volví cada vez mayor. Mayor que la habi-
tación. Mayor que la casa. Mayor que una manzana de
casas
El cambio de experiencias constituye un proceso que
expande el mundo o lo mengua y rompe el contacto con él.
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ni loco. Si estoy
perdiendo
la razón no
tendré nada cuando
la haya perdido. Pero seguramente lo
que
yo sea
puede que
no encaje dentro
de
la definición cultural de normal o habi-
tual.
Nuestra cultura nos induce a que acoplemos nuestras
vidas al recuerdo y a la proyección. De este modo, nos afe-
rramos
al
pasado
o al futuro y lo
comparamos
con el presen-
te. La experiencia me dice que la vida es proceso. Mis per-
cepciones cambiantes,
en
desarrollo, me
ayudan
a
separar
el
mito social de la
muerte
y a cultivar mi propia experiencia y
mi mitología personal.
Imagine
un
torrente, o un arroyo,
un
chorro
de agua que
se mueve
en
su interior, no importa que empiece
en
el vien-
tre o en la cabeza. Este torrente de agua o lluvia o sol o elec-
tricidad se
mueve
a través
de usted
como
una
corriente de
excitación, de luz incandescente. A medida que lo imagina
moviéndose,
haga
la diferenciación
en su cuerpo entre
ima-
ginárselo y experimentarlo.
Ahora
lo imagino, veo
una
imagen, lo que sea. También lo siento, lo
puedo
localizar
dentro
de mí". ¿Hay una separación entre esta imaginación
y usted? Separe el pensar en ello del experimentarlo. ¿Puede
separar
lo
que
está
ocurriendo de
las
imágenes
y las concep-
ciones que usted tiene? ¿Puede aceptar este tipo de expe-
riencia?
Si puede,
conviértase ahora
en
esta corriente
de
excita-
ción. ¿Qué se dice a sí mismo?
Cuando
yo lo realicé averig üé
que mi excitación poseía una intensidad elevada o baja,
aguda
o débil. Se iba y venía. Estaba por completo sobre mí,
resonando en
la cabeza y
en
el cuerpo. En este
punto
no
tenía
imágenes, ni pensamientos, ni concepciones. Yo era
un
inmenso mar, una rotunda pauta de excitación, pulsante,
vibrante. Este era
mi
espacio cuando estaba s in límites.
De
la
misma manera, quizá morir
pueda
ser la voluntad de estar
vivo sin imágenes ni límites de lo que pueda ser la muerte.
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EL NST NTO
E MOR R
El ansia
de
vivir. Nacemos para querer, nacemos con
una
sensación de vida, con el deseo
de
gozar. El
ímpetu
que nos
mueve, la violencia con que afirmamos nuestras necesidades,
el
puño
que cerramos para sufrir sin rendirnos,
son
testimo
nios de nuestro ansia
de
vivir, vivir sin fin.
Mi padre
me
contó que
después de
haber superado una
operación quirúrgica, estuvo a
punto de
morir debido a cier
tas complicaciones. Le
pregunté
en broma "¿Por qué
no
lo
hiciste?". Me contestó estupefacto: "Tenía miedo. Me gusta
vivir. Me encanta vivir .
D e
elegido nacer y elegiré morir. ¡Que alivio La carga
de
ser una víctima, abatida por la muerte, desaparece. ay
aspectos
de
m que están deseando finalizar en cualquier
momento
y otros que
no
lo están. Llevo a cabo muchos fina
les a lo largo
de
mi vida. La decisión
de morir
se toma
para
evitar morir mecánicamente, rutinariamente, simplemente
otra
muerte
más,
no
mi muerte. Quiero un final como mi
vida, donde
no
sea sencillamente transporta do por la corrien
te como si de un río se tratase. Pienso en la enseñanza caba
lística que enseña que
un
hombre tiene que
aprender
a
nadar
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
contracorriente, de lo contrario nunca sabrá quién es. La
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EL INSTINTO DE MORIR
Denver sin capacidad
para
trabajar ni dinero, fue determi-
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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capacidad de decir no, de inhibir el flujo de excitación, el
flujo
de
la vida, garantiza la individualidad. El deseo
de
morir es la buena disposición a vivir mi vida y mi muerte. En
este sentido, mi fin es un suicidio.
Pero esta forma
de
pensar se considera tabú. A este acto
se le denomina asesinarse a uno mismo. Por tanto estoy de
acuerdo en
dejar
que
otros
me maten
o
en
fingir
que me
dejo
morir. Todos nosotros s abemos más sobre la muerte de lo que
parece preocuparnos o queremos admitir. El extremo de esta
actitud es
que
nos matamos voluntariamente.
Ya
sea nuestra
cultura la que me mata o yo quien me pongo fin.
Este instinto de morir está en todos y aparece en cada uno
de nosotros
tarde
o temprano. Surge del organismo con una
fuerza viva. Es una pasión saludable, natural, semejante al
deseo sexual. Crece
dentro
de nosotros, la heredamos.
Nuestro código genético sabe de la muerte; sabe cómo termi-
nar e incluso bajo qué circunstancias debe ponerlo en marcha.
La cuestión respecto al suicidio se reduce
a
"¿Debo
admitir
ante mi mismo que quiero morir antes que ser un suicida?".
Limitamos la responsabilidad que quisiéramos tomar
sobre nuestras
vidas
a
un
estrecho margen de decisiones.
Sólo son culpables los actos que violan estos estrechos lími-
tes. Así, permitimos la
denominada muerte natural pero
no la
dirigida por uno mismo. Admitimos que nos morimos, pero
no que nos terminamos.
Podemos permitir
a los otros que
tomen nuestras vidas, pero nos prohibimos terminar con
nosotros mismo abiertamente.
Un
amigo psiquiatra
me
contó
que una
mujer de color,
que
vivía
en
la
más
absoluta
pobreza en
Georgia, padecía
tuberculosis. De algún modo fue internada en
un
famoso
hospital
para
enfermos pulmonares en Colorado,
donde
se
recuperó muy favorablemente. Sin embargo, cuanto mejor se
sentía
mayor
era su angustia. La
amenaza de
volver a su esti-
lo de vida anterior y su imposibilidad de permanecer en
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nante para ella. No cesaba de decir una y otra vez Mabel va
a morir". Murió al cabo
de dos
semanas. La autopsia
demos-
tró que no había causa patológica que justificase su muerte.
Se podía decir que Mabel murió de desesperación. No
había
alternativas con las que poder seguir.
No
podía estar enfer-
ma, ni seguir bien. Obtuvo el amor y cuidado que necesita-
ba,
pero ya no
lo volvería a tener.
No
sabía como obtenerlo.
En este momento crucial, de pérdida de atención, sus senti-
mientos de indefensión y
su
auténtica indefensión crearon
un estado de desesperanza que su cerebro debió haber reco-
nocido como
una
situación que reclamaba la muerte. No
podía
prolongarse y
no
lo hizo. Eligió
una muerte
conge-
lante". Estaba desamparada. Predijo con certeza su propia
muerte. Actuó sobre el instinto de morir. No permaneció
pasiva. Fue
una
suicida,
una
activadora de su muerte, de su
final.
El
mito
es: que la muerte es
un
problema que hay que
superar,
que
te
atrapa tarde
o
temprano,
y
que
es intrínseca-
mente mala. En ningún caso se aboga abiertamente por la
muerte
violenta como la forma preferida
de
morir. Las
per-
sonas que viven esta mitología
en
sus muertes reciben las
recompensas que su cultura les propicia.
Murieron
"con
valentía , heroicamente , tras una prolongada lucha ,
"significativamente" y así sucesivamente obtuvieron sus
"placas de bronce".
En una cultura que ofrece tantas recompensas positivas
por sobrellevar el estrés, tales como reconocimiento social,
elevados sueldos, estilos
de
vida sofisticados y poder, se
puede sostener
que las
muertes derivadas
del estrés (tensión
alta, enfermedades coronarias y otras enfermedades específi-
cas) son muertes culturales. Quizá el suicidio, el deseo de
morir, se condene porque niega los mitos correlativos de la
productividad humana
y el avance cultural. Necesitamos
trabajadores compulsivos, orientados a la consecución de
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VIVIR
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PROPIA MUERTE
logros para mantener las metas colectivas. La decisión
de
morir golpea el corazón mismo
de
esta necesidad. Suele
EL INSTINTO DE MORIR
en The Wheel o Death , relata
muchas
historias verídicas de
estos suicidios voluntarios.
8/10/2019 Vivir La Propia Muerte
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decirse que las personas que adoptan los valores sociales y
triunfan en su
vida
en esas condiciones están viviendo la
vida de
nuestra cultura. También
tendrán
que vivir la muer-
te
de
ese tipo
de
vida. Los periódicos están llenos de casos
· como estos.
La decisión
de
vivir la propia
muerte
es la
de
reservarse
el derecho a termina r por uno mismo. Es la decisión
de
acep-
tar la responsabilidad
de
vivir y morir. La decisión
de
hacer
contacto con la
vida
y la muerte.
En otros tiempos y culturas encontramos precedentes sig-
nificativos para tomar la
vida en
nuestras manos. Citando la
Swmna eológica
de
Santo Tomás: Si leéis el Evangel io, éste
dice que 'Jesucristo gritó con fuerza, inclinó la cabeza y
murió '.
Santo Tomás está diciendo que Cristo eligió el
momento de Su muerte. El creó su propia muerte.
No
se
mantuvo pasivo
de
cara a la muerte. La
muerte no
vino a
atraparle. Cristo desafió el mito
de
que la muerte viene a
cada uno. Eligió este martirio sabiendo lo que sería.
Hay
muchas
declaraciones en la Biblia que
muestran
que Cristo
emprendió su estilo de morir y así lo vivió.
Cristo se dió la
orden de
liberar Su espíritu,
de
entregar
su
existencia humana, o cualquiera que fuese el lenguaje que
El utilizara. Es como darme la orden de desintegrarme.
Como
darme
la orden
de dormirme
y morir. De terminar.
En otro tiempo, los esquimales vivían en un medio
ambiente controlado, en el que el suministro de comida era
estrictamente limitado. l llegar a cierta
edad
todos se entre-
gaban a la nieve
para
congelarse. Aquí tenemos a gente que
aprobaba el suicidio sin morbidez alguna.
Hay
muchos ejemplos
de
budistas que mueren
durante
la
meditación, ejemplos que prueban con toda claridad que
ellos eligen su estilo
de
muerte, y con frecuencia también
ocurre con la elección del momento
de
morir. Philip Kapleau,
;
1;
En mi opinión
una
persona está preparada para morir, o
le llega el
momento
al proceso
de
morir, cuando sabe que sus
experiencias
han
llegado a un
punto
en el que
no pueden
expanderse,
ni
se
pueden
asimilar a modo alguno
de
acción.
Podemos estar preparados para morir porque hemos vivido
nuestra
vida, agotado nuestra existencia.
Hemos
llenado
nuestro espacio y a hora salimos de él.
El deseo
de
vivir mi propia
muerte
es mi
voluntad
firme
de
controlarla al
margen de
las instituciones: médicos, abo-
gados, empleados
de pompas fúnebres. También significa el
deseo
de ser
consciente
de
los
programas
sociales
de muerte
que estoy viviendo y evitarlos o anularlos. Y quiere decir
también la
voluntad de
saber que la
muerte
es
parte de
mí y
que tengo mi propio
programa
para ella.
El suicidio
no
tiene que significar saltar por las ventanas
sino algo que tiene un carácter voluntario. Pero el suicidio
puede
ser
también la afirmación última
de
la libertad
huma-
na. Y
puede
ser
una
forma
de
proyectar
una muerte
a la que
se teme y una forma
de
afirmar la libertad
de
elección. El sui-
cidio puede ser
un
acto profundamente religioso.
Conocí a dos personas que habían vivido mucho tiempo
una relación muy creativa, con muchas dependencias mutuas
y que tuvieron que enfrentarse
de
repente con un terrible dile-
ma. La mujer desarrolló una grave enfermedad que hizo que
su dolor e impotencia fuesen en aumento. Tenía entonces
setenta y tantos años. Al enfrentarse
de
pronto con
un
futuro
limitado asumió arreglar sus papeles y asuntos para poder
terminar
su
vida
con dignidad. Tenía esperanza
de
evitar la
muerte
que dictaba su cultura, medicada en un hospital. Por
eso eligió la forma de
morir
que consistió en recobrar la calma
y evitar una retirada prolongada del mundo.
a Rueda
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
Su marido, un
hombre
creativo y
con
buena salud, deci-
dió que moriría con ella en lugar de seguir viviendo.
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EL
INSTINTO DE MORIR
partes se rompen. La estructura se derrumba. En el
mundo
vegetal los ciclos de crecimiento llevan a la floración y al mar-
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Deseaba mantener su vínculo con ella.
No
quería
soportar
el
dolor ni la soledad que le produciría su
pérdida
ni las difi-
cultades que
entrañaba
el formar nuevas relaciones. También
él eligió su estilo de morir.
Juntos terminaron tra nquilamente sus asuntos pendientes,
se vistieron para la ocasión e ingirieron somníferos. Su muer-
te fue una sorpresa para la familia y los amigos, pero ellos
la habían preparado a fondo y ocurrió sin morbidez alguna.
Pudieron morir
de
acuerdo a
su
forma
de
vivir,
su muerte
fue
como su vida. En el caso ya relatado de Mabel ella nunca
supo
que podía organizar su propia muerte, nunca supo que
podía
encontrar formas
de
estar viva
durante su
muerte.
Participar y no participar son las diferencias entre el mundo
animal y el humano. Sumisión o participación. Nosotros
podemos
alterar nuestras circunstancias; los animales no.
Hay un mundo y hay muchos. Vivimos en un
mundo.
Podemos
vivir
en
muchos.
No
hay
un
cuerpo, hay muchos.
No
nos morimos en un mundo sino en muchos. El (los)
mundo(s) en el que vivimos es el (los) mundo(s)
en
el que
morimos. Al meno s conozco cuatro; cada uno tiene
una
iden-
tidad, un cuerpo. Existe un mundo mecánico
de
estructura
bioquímica y anatómica.
Un mundo
vegetal parecido al sis-
tema sanguíneo y nervioso que puede tener un árbol.
Un
mundo
animal, emocional. Por último, el
mundo humano
con los valores y relaciones creados. Vivimos en todos estos
mundos. Los tres primeros nos son dados; en el humano
somos iniciadores y creadores. Todos nos hacemos humanos
y más o menos desarrollamos nuestra
humanidad.
Cada uno de estos mundos tiene su propia forma
de
morir
con su propia imaginería, ya
determinada
o suscepti-
ble de
ser
creada. Lo que digo es que en los tres primeros
mundos
la
muerte
ya viene dada, es un acontecimiento pre-
determinado
e ineludible. En el entramado del mundo las
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chitamiento. En el
mundo
animal, el
mundo de
las emociones
y del instinto, el
morir
se teme o se acepta. Los animales mue-
ren
cumpliendo
su destino, pero ellos
no
lo organizan. En el
mundo humano tenemos la posibilidad
de
desarrollar nues-
tro destino y
de terminarlo.
La
mente
cerebral funciona
por
duplicación, evidencia y
prueba. Pero en el ámbito
de
la experiencia íntima existe el
conocimiento sin necesidad de prueba. Tenemos la posibili-
dad de
elegir vivir uno solo
de
estos campos, o los dos.
Tomando seriamente nuestra experiencia, en cualquiera
de
los dos ámbitos, lo que resulta es que
podemos
vivir nuestra
vida
y nuestra muerte.
Al despertarse y dormir, el campo
de
la volición es una
línea fina. Tomo la decisión
de
dormirme todas las noches;
de
no
hacerlo así el agotamiento se apoderaría
de
mí. Pienso en
la oración
de
la infancia: Al acostarme entrego mi alma al
Señor
para
que la
guarde
y si me muero mientras
duermo que
el Señor se la lleve .
El
sueño es una tarea, una entrega volun-
taria a lo desconocido. Dormir es
un
pequeño morir,
un
final.
La
decisión
de
integrar nuestro estilo
de
morir,
de no
temer a la
muerte
como alternativa viable, refuerza
nuestra
vida. La vida crece
en
riqueza, no en morbidez. La
muerte
puede resultar morbosa o como una forma
de
derrota para
mucha gente. Esto es resignación. Quien
ama
la vida,
quien
participa en su muerte, puede arriesgar el vivir
de
manera
creativa y morir de igual modo.
El conocimiento sobre la muerte es
una
expresión
de
vida,
de
mente
saludable, que
va
con nuestro proceso
de
integra-
ción y expansión. La
vida
es experiencia. Hay innumerables
formas
de
vivir. El descubrimiento
de
que nos terminamos
deja la puerta abierta a vivir nuestras
vidas
y a crear lo cono-
cido a
partir de
lo desconocido. Incluso a vivir como una
muerte
diseñada por nosotros.
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ENTRO DE
ESTUDIOS
ENERGÉTI OS
El Centro de Estudios Energéticos, bajo la dirección de
Stanley Keleman, pretende construir un moderno método
contemplativo
de
autoconocimiento y
vida en
el que el pro-
pio proceso personal subjetivo da origen a una serie de valo-
res
que guían
el conjunto
de
la
propia
vida. Los valores
actuales están cada
vez
más separados de nuestros procesos
más profundos y la experiencia corporal se ha estado malin-
terpretando y relegando a un segundo lugar.
La
realidad
somática es una
realidad
emocional mucho
más amplia que las propias pautas genéticas de comporta-
miento. La realidad emocional y el terreno biológico son lo
mismo
y no
pueden de ninguna
manera separarse ni dife-
renciarse. El terreno biológico significa también el género, es
decir, las respuestas masculina y femenina connaturales con
la
vida humana
la
identidad
sexual con la
que
nacemos. La
realidad
somática está
en
el
mismo
núcleo
de
la existencia,
y es la fuente de nuestros más profundos sentimientos reli-
giosos y percepciones psicológicas.
Las clases y los
programas en
el Centro ofrecen una
pra-
xis psicofísica
que
con las formas básicas de aprendizaje de
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VIVIR LA PROPIA MUERTE
una
persona. La clave es omo nos usamos, aprender el len-
guaje de cómo las vísceras y el cerebro usan los músculos
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para crear los comportamientos. Estas clases enseñan el
aspecto somático esencial
de
todos estos roles y actúan en
las posibilidades de acción para profundizar
en
el sentido
de conexión de los
muchos
mundos en los que todos noso-
tros participamos.
Para
más
información escribir a
Center for Energetic Studies
2045 Francisco Street
Berkeley, California 94709
s r náipivr
Dirigida por Carlos Alemany
1
Relatos para el crecimiento personal
CAReos AcEMANv Eo.)
PRÓLOGO
DE
JOSÉ LUIS PINLLLOS. CARLOS
ALEMANY,
RAMIRO
ÁLVAREZ,
JOSÉ
VICENTE 80NET,
lOSU
CABODEVLLLA, EDUARDO CHAMORRO, CARLOS 00MINGUEZ,
JOSÉ ANTONIO GARC(A-MONGE, ANA GIMENO·BAYÓN,
MAllE
MELENDO,
ALEJANDRO
ROCAMORA. 4ª edición)
2.
La asertividad: expresión de una sana autoestima
ÜLGA CASTANYER.
(71
edición)
3. Comprendiendo cómo somos Dimensiones de la
personalidad ANA
GIMENO·BAvóN Cosos.
(2
edición)
4. Aprend iendo a vivir Manual contra el aburrimiento
y la prisa ESPERANZA
BORÚS.
(3
edición)
5. ¿Qué es el narcisismo? JosÉ
Lu1s
TRECHERA. (2' edición)
6.
Manual práctico de P N L Programación neurolingüística
RAMIRO J. ÁLVAREZ.
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7.
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CARLOS ALEMANY Y VíCTOR GARCÍA (EDS.)
8.
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LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. edición)
9. Viajes hacia uno mismo Diario de un psicoterapeuta en la
pOSfmodernidad FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ·PINZÓN.
1
O Cuerpo y Psicoanálisis Por un psicoanálisis más activo
JEAN SARKISSOFF.
11. Dinámica de grupos Cincuenta años después
12.
13.
14.
LUIS LóPEZ·YAATO EUZALOE. edición)
El eneagrama de nuestras relaciones
MAAIA·ANNE GALLEN • HANS NEIDHAROT. edición)
¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico
de
los
sentimientos de culpa Lu1s ZAeALEGul. (2' edición)
a relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff
BRUNO G ORDANI. PRÓLOGO
DE
M.
MARROQUÍN.
15. a
fantasía como terapia de
la
personalidad
FERNANDO JIMÉNEZ HEANÁNDEZ-PINZÓN.
16. La homosexualidad: un debate abierto JAVIER GAFo Eo.). JAVIER
GAFO, CARLOS 00MÍNGUEZ , JUAN-RAMÓN
LACADENA,
ANA GIMENO BAYÓN, JoSÉ LUIS
117.
TAECHERA. 2ª
edición)
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PRóLOGO DE J. MARTiN VELASCO.
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