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541La Antártida. Polo Sur del globo terráqueo.Catorce millones de kilómetros cuadrados de suelo helado, toneladas y toneladas de hielo, frío intenso.Y allí, en aquella vasta superficie blanca y gélida, se alzaba la base científica estadounidense, en la que trabajaban varios hombres y mujeres, totalmente aislados, muy lejos de la civilización.Y existe también una bestia… Un ser totalmente blancoSí, totalmente blanco, desde la cabeza a los pies. Un ser gigantesco que mide alrededor de dos metros y medio. Su cabeza es monstruosa, lo mismo que su cara. Tiene los ojos redondos y salidos, y parecen despedir fuego cuando se enfurece. Las orejas son grandes y puntiagudas. Los labios, muy gruesos. Sus dientes son terroríficos. Auténticos colmillos. En cuanto a sus manos, enormes, son dos poderosas garras, capaces de destrozar cualquier cosa. Es increíblemente veloz y los disparos de rifle no hacen mella en él...

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542Escanció la leche directamente a su estómago desde la botella. La nuez de Adán subía y bajaba enérgicamente a cada trago. Era como una pequeña catarata láctea cayendo en un pozo sin fondo. Y finalmente, la leche se terminó.Fue entonces cuando Wade Rittman la vio.Y el cerebro no tuvo más remedio, que recibir, analizar, y admitir la imagen de una vez por todas: era una cabeza de rata.Una cabeza de rata.De rata.Dentro de la botella de leche que Wade Rittman se había bebido entre la noche anterior y la mañana de autos había la cabeza de rata decapitada.Una cabeza de rata.¡De rata!Muy bien, señores, una cabeza de rata. ¿Qué hacía una cabeza de rata dentro de la botella de leche? Porque bien debía hacer algo allí, ¿no? Y además, si estaba allí era porque alguien la había puesto, ¿no? Y si alguien la había puesto merecía que le partieran la cara, ¿no? Así que... ¿quién había metido la cabeza de rata dentro de una botella de leche?

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543—Sacrílega... Perra sacrílega...Sólo roncos estertores brotaban de la garganta de ella en su vano intento por gritar en demanda de auxilio.Sus alucinados ojos contemplaron aquel monstruoso rostro tan próximo a ella. Un rostro cadavérico. De pronunciados pómulos que acentuaban las desecadas facciones. Un rostro casi descamado. Con ojos de rojizas pupilas destellantes. Las orejas puntiagudas. Como las de un lobo. Una cicatriz en la frente muy pronunciada. Una cicatriz de relieve color negruzco. Una cicatriz que semejaba una serpiente mordiéndose la cola. Y en las sienes...En las sienes unos diminutos cuernos.Sintió que estaba siendo atacada por el mismísimo Satán.Un engendro del infierno que, al mostrar su brazo derecho, hizo que alcanzara el paroxismo del terror. Enajenada. Sus aterrados ojos contemplaron el mutilado brazo. La mano amputada. A la altura de la muñeca. Mostrando un repulsivo muñón que comenzó a golpear salvajemente el desencajado rostro femenino.

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544Llegó la noche y los presos fueron recluidos en sus celdas. La prisión quedó en silencio. A la mañana siguiente, sonó la sirena y los funcionarios comenzaron el rutinario recuento. Cuando abrieron la puerta de la celda número 211, un escalofriante espectáculo sangriento se ofreció a sus ojos.La celda aparecía completamente desordenada. Los jergones y las mantas, destrozadas, estaban tirados por doquier y las paredes de la celda se veían completamente manchadas y chorreantes de sangre.Los hierros de las literas estaban grotescamente doblados, como si una potentísima explosión lo hubiera destrozado todo.Tres cuerpos ensangrentados y destrozados yacían en el suelo. Los tres tenían los cuellos rotos y arrancados los brazos. Sus piernas habían sido rotas por varios sitios y sus costillas fracturadas y hundidas.En medio de aquella desolación, Sean Malone dormía apaciblemente en su lecho, impecable dentro de su pijama, tenía el aspecto de una persona inofensiva y tranquila.Los funcionarios quedaron petrificados por el horror.

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545Dio vuelta en la cama, hundiéndose poco a poco en la inconsciencia, y justo en aquel instante escuchó el grito.Fue un alarido agudo, terrible, que vibró apenas unos segundos en el silencio y luego se extinguió, tan abruptamente como había empezado.Tony dio un brinco y quedó sentado en la cama, escuchando con todos los sentidos aguzados.Oyó voces y abrir de puertas. Entonces saltó de la cama y él también se asomó al pasillo.Todos giraron en redondo hacia la voz. Alexis Vauvil era quien había hablado, y entonces descubrieron la tensa expresión de su rostro anguloso y lleno de sombras.—No hablé antes para no inquietarles. Pero lo cierto es que desde que llegué a esta casa percibo una fuerza maligna que lo envuelve todo, dominante y poderosa. Es... es algo que no logro comprender.—¿Pretende asustar a las mujeres, profesor?—Nada más lejos de mi ánimo, pero no cabe duda que existe una fuerza oscura y sombría que no puedo descifrar. Quizá sea algo que envuelve a alguno de los presentes... o a la misma casa, lo ignoro. Pero es real, amigo mío; está aquí…

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546Los esqueletos vivientes rodearon la cama lentamente.No podía mover un solo músculo de su cuerpo, el terror la tenía paralizada por completo. Miraba a los esqueletos con ojos desencajados.De repente, uno de ellos alargó el brazo y tocó el muslo derecho de la muchacha.El esqueleto que se hallaba enfrente alargó también el brazo y tocó el muslo izquierdo de la horrorizada chica.—¡Mmmm...! —gimió, a través de la dura mordaza.Los otros dos esqueletos movieron también los brazos y empezaron a desabotonar la camisa con la que se cubría la muchacha.Ahora sí podía verse el cuerpo, gracias a la extraña luz que despedían los huesos de los esqueletos vivientes. Veía, también, la cama a la que se hallaba fuertemente sujeta.Los dos esqueletos que le habían abierto la camisa empezaron a tocarle los pechos, el estómago, el vientre, mientras los otros dos le toqueteaban los muslos, las rodillas, los pies...Todo su cuerpo recibía el estremecedor contacto de las frías manos de los esqueletos vivientes, volviéndola loca de asco, de repugnancia, y de terror…

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547Cruzó la estancia conteniendo la respiración y abrió la ventana de par en par. Aquel ser aumentó sus gruñidos de forma alarmante.—Parece que le molesta la luz del día —dijo, vivamente impresionada por lo que veía.Ella, señalándolo, gritó de pronto:—¡Es el muerto, el muerto, es el muerto!Se la quedaron mirando. Fue el hombre quien preguntó:—¿De qué muerto hablas?—Anoche, anoche, con el catalejo, vi a un muerto salir de su tumba. Sí, estoy segura, ahora estoy segura, salió de su tumba. Abandono el cementerio y vino a la pensión... Estoy segura de que es él, las ropas son las mismas, aunque antes no tenía ojos y ahora sí. Su piel estaba repugnante, pero tenía que oler como huele éste ahora. ¿Es que no os dais cuenta? ¡Huele a cadáver, huele a cadáver!

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548La mano enguantada avanzó hacia ella.Y el puntiagudo y cortante cristal no se anduvo con miramientos. Actuó con precisión, con exactitud y también con inusitada y estremecedora velocidad.¡Zas!Pasó como una exhalación por el cuello de Caroline, seccionándoselo de un lado al otro, de oreja a oreja. De un modo espeluznante.La cabeza de la víctima se tambaleó grotescamente sobre sus propios hombros.Se desplomó sobre el baúl que instantes antes abriera.Se quedó en una postura grotesca. Ya no se movió. Estaba muerta.La mitad de su cuerpo se había hundido dentro del baúl y la mano enguantada cogió las piernas, una a una, y las metió dentro.Luego, tras asegurarse de que Caroline ya no pertenecía al mundo de los vivos, le puso encima el traje blanco de novia. Así, si alguien abría el baúl, de momento no vería nada.Luego cerró el baúl.

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549—¿Qué diablos le pasa ahora, Mark?—¡Su nieta está sola y esa cosa continúa rondando en la oscuridad!El viejo se estremeció, temblando.—El diablo anda suelto —masculló—. No me cabe la menor duda... Tenía que suceder tarde o temprano... Teníamos que pagar...Pero corrió a la calle pensando sólo en su nieta.Sólo que Martha estaba bien. Llena de angustia, pero sana y salva.De modo que regresaron a buscar a la desvanecida Alice y la llevaron a casa del anciano. En todo el pueblo nadie había asomado la nariz para averiguar qué significaban los alaridos, y el disparo...Nada.El terror imperaba entre aquellas gentes, y ahora Mark comenzaba a creer que existían razones para que ese terror fuera algo más que producto de una estúpida superstición.El mismo lo había experimentado. Lo había visto…

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550Asió una de las flechas y la sujetó con fuerza, moviéndola a un lado y a otro y provocando una tortura insoportable a la que su víctima no pudo escapar. Después tiró con fuerza, arrancando la flecha y desgarrando las carnes sin piedad, provocando una hemorragia.Repitió la cruel acción con las otras flechas hasta llegar a la última, a la del abdomen. Sus carnes estaban brutalmente desgarradas por aquel sádico llamado Crowen.—La última, conde, la última.Y le sacó la flecha del estómago.Ella lanzó su último grito de dolor. Sintió que la vida se le escapaba, que sus miembros le dolían horriblemente y no le obedecían.Crowen la agarró por los cabellos y le alzó la cabeza, sacudiéndole el cuerpo que perdía sangre, que se desangraba como una res degollada.—Dentro de poco será un cadáver y toda tuya, conde, toda tuya y una más para conjurar la maldición que nos retiene vivos pero muertos, sin dejarnos alcanzar el descanso eterno.El conde Roxlasky la observaba con sus cuencas putrefactas a ella que tenía los ojos cerrados y cuya cabeza colgaba de la mano de Crowen que la seguía sujetando por los cabellos mientras la sangre se deslizaba por el suelo y la vida escapaba, escapaba.

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551Avanzó unos pasos, dio la vuelta al matorral y se detuvo como herido por el rayo.El cuerpo del hombre estaba parcialmente recostado contra el tronco de un frondoso roble. La parte delantera de su cuerpo se hallaba cubierta de sangre, pero no fue este detalle lo que más le horrorizó, sino ver las espantosas heridas que tenía en la cara.Las cuencas de los ojos aparecían vacías. La sangre había raudales por aquellas horrendas heridas, manchando el rostro y el pecho. Y aún vio algo todavía más espantoso.En el lado izquierdo de su cuello se veían las señales de un tremendo picotazo. Por allí, junto con la sangre, se había escapado la vida de Morgan Burr, El ataque a los ojos le habría dejado indefenso y luego el maldito pájaro rojo habría completado su mortífera obra con la perforación de la yugular de un solo y certero picotazo.

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552La morena se dio cuenta de que sus braguitas bajaban, pero pensó que era cosa de Norman, que deseaba acariciarle las nalgas. Y como había prometido recompensarle por lo de las injustas bofetadas, no puso objeciones.Efectivamente, unas manos acariciaron y oprimieron su desnuda grupa, pero no eran las de Norman. Después, Raquel sintió que unos labios se posaban en su nalga derecha y luego en la izquierda, depositando un beso en cada una de ellas.La morena se tensó como la cuerda de un arco, porque lo de los besos no podía ser cosa de Norman, ya que éste la estaba besando en los labios.Estaba empezando a pensar en el fantasma del faro, cuando unos dientes se clavaron con fuerza en su nalga zurda.Raquel lanzó un chillido, mezcla de dolor y de terror, pues adivinaba que estaba siendo mordida por el espíritu del faro, el fantasma, o lo que fuera…

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553—Dios mío —murmuró—. Otra vez esto...—Así es —convino el capitán—. La han destrozado brutalmente. Me pregunto quién...El médico no hizo ningún comentario, limitándose a examinar las horrorosas heridas que convertían el cuerpo de la muchacha hallada en el fondo del canal en una piltrafa humana, donde sólo su cabeza y manos, realmente, parecían intactas a primera vista. Bajo su ligero vestido de seda barata, de color azul pálido, su cuerpo era una auténtica carnicería. Los pechos casi ni existían, dos enormes boquetes se abrían en su estómago y vientre, con salida de parte del paquete intestinal, y los muslos y nalgas aparecían cubiertos de dentelladas atroces, profundas, que desgarraban la carne y producían hondas heridas de enorme amplitud. Era como si una bestia feroz se hubiera ensañado en ella de forma inhumana, escalofriante. El médico forense suspiró, incorporándose tras bajar el vestido de la víctima…

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554Todo eran «¡Uh, uh, uh!», todo eran tridentes, todo eran risas y rostros burlones, ojos relucientes, miradas diabólicamente irónicas, Matilde sentía como si bajo sus pies el suelo se estuviese deslizando ahora en una dirección, ahora en otra, a una velocidad increíble pero en cortísimas distancias...Todo era como una nube a su alrededor, una nube que iba adquiriendo una tonalidad cada vez más negra, espesa, densa, tenebrosa.De pronto, el rostro del gordito pareció quedar fijo ante ella. Vio su amplia sonrisa, sus ojos de batracio, y oyó su risa metálica, y hasta su voz, diciendo:—¡Yo soy Arcangélico, el Señor del Reino de los Infiernos, y tú eres una gran pecadora que vas a pagar tus culpas...!Con la sensación de que todo era una pesadilla absurda, la señorita Matilde Carvajal se sumergió en un negrísimo pozo que parecía no tener fin.

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555Aquel rostro horrible, espectral, fosforescente, mostraba una sonrisa macabra. Tenía la piel retorcida y putrefacta, como si fuera un cadáver surgido de las entrañas del pequeño buque. Aquel rostro estaba como suspendido en el aire, mirándola fijamente y no era una ilusión óptica ni una mala pesadilla.El rostro comenzó a avanzar hacia ella. La joven quiso gritar, pero ningún sonido salió de su garganta y aquel espectro se le echaba encima, sonriendo.En el aire apareció una maza de madera. Ante el ya inminente mazazo, la joven gritó, como si un tapón hubiera obturado su garganta y ahora saltara bruscamente.Todo lo que no había podido gritar antes, gritaba ahora, mas sus gritos no evitaron que la maza cayera sobre ella. La linterna rodó por el suelo, apagándose…

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556El público se puso a aplaudir con absoluto entusiasmo. El número había resultado realmente impresionante. Desde luego había valido la pena haber pagado por presenciar aquella función.No obstante, más de uno de los presentes se había quedado excesivamente excitado. Todo aquello había parecido tan veraz que costaba creer que no hubiera sido cierto.Sobre todo... cuando las púas de la horca se incrustaron en el cuerpo de la muchacha, traspasando la piel, rasgando la carne. Sobre todo... cuando todos vieron cómo de esa carne rezumaba la sangre.Una de las señoras que se hallaba en primera fila no pudo menos de comentar:—Para mí, que esa muchacha rubia ha estado muerta de verdad...

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557—¿Quién eres?—Abrahel, ya te lo he dicho y puedes guardar tu pistola. A mí, las balas no me hacen ningún daño.—¡Mientes, mientes!—Si crees que miento, dispara —le desafió.—¡Tú eres el traficante que le ha dado la droga a mi hijo!A poco más de un paso de distancia, Bob Perkins apretó el gatillo.Sintió tres veces el empuje del arma en su mano.—Ya te he dicho que no iban a hacerme nada las balas.—No es posible —musitó, mirando la pistola.Apuntó al rostro de Abrahel y volvió a dispararle por tres veces. Tuvo la impresión de ver los orificios que los proyectiles abrían en el rostro del desconocido, pero inmediatamente se cerraba y él seguía sonriendo.—Yo puedo hacer que tu hijo viva.—¡No puede ser, ya ha muerto!Bob Perkins retrocedió, asustado. Era un hombre pragmático y estaba seguro de que nadie podía aguantar balazos de una «Magnum» como la que él empuñaba.

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558¡La puerta se estaba abriendo más!¡Como si tirara de ella una mano invisible!¿Qué significaba aquello..?¿Por qué se abría la puerta sola...?¿Quién o qué tiraba de ella...?Ella no creía en fantasmas ni en espíritus, pero lo que estaba sucediendo era como para pensar en ellos.La puerta del armario siguió moviéndose misteriosamente hasta quedar totalmente abierta. Entonces, ocurrió algo aún más extraño y sorprendente.Marion tenía varias cuchillas de afeitar en el armario.De pronto, una de las cuchillas se elevó sola y salió del armario.La cuchilla, como sostenida por una mano invisible, avanzó hacia ellaLo único que podía hacer, era seguir con sus desencajados ojos el lento pero inexorable avance de la cuchilla de afeitar.Venía directa hacia su muñeca izquierda…

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559—¿Qué puedo hacer? —preguntó mirándolo a los ojos—. Me tiene esclavizada, estoy en sus manos. Puede descuartizarme como a mi tía; Posiblemente, lo que quería era heredar pronto la mansión, cuando mi tía se había limitado a cedérsela en testamento, lo que fue fatal para ella, porque entonces la escogió como víctima para poder heredarla. Mi tía, quizá intuyéndolo, me exigió que velara junto a su cama todas las noches y ya ves, no sirvió de nada. Aunque haya alguien velando, consigue su propósito.—Habrá alguna forma de impedírselo.—Ninguna, no hay ninguna. Me ha marcado en la espalda con su símbolo de penitentes. Todos ellos lo llevaban en oro y hasta es posible que hayan sido marcados en la piel como yo lo estoy ahora. Me siento en sus manos y eso me aterra.

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560Comenzó aquella misma noche.Abandonando San Francisco.En dirección a Bessville.Larry Coleman, mientras conducía por la autopista, no cesaba de manejar hipótesis.La más descabellada, la más absurda, era la de dar crédito a la maldición de los Barrymore. El imaginar a Arthur Golstein resucitando en su tumba y vengándose de las cinco muchachas que profanaron la mansión de los Barrymore.Sí.Aquello era ridículo.Sin embargo, Coleman iba camino de la casa de los acantilados. Allí parecía haberse iniciado todo. Las cinco muchachas entrando en el caserón, la muerte de Golstein... y ahora las jóvenes pagando las consecuencias. Tal como quedó escrito en la maldición de los Barrymore…

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561Volvió a oírse el lastimero y angustioso gemido…—Creía que íbamos solos.—Y vamos solos... —Alguien se ha quejado ahí atrás.—No es la primera vez que oigo ese gemido. Sin embargo, ahí atrás no hay nadie.El desconocido se volvió y miró a través del cristal divisorio. El muchacho tenía razón.No, no había nadie.—Oiga, ¿qué contiene esa caja? —preguntó.—No lo sé.—Yo de usted me detendría. Si conduce así de mal vamos a acabar estrellándonos. Por lo demás, si para, podríamos abrir la caja y ver qué contiene...Ante sus ojos desorbitados el cadáver de una mujer se incorporó.¡Una muerta que se movía!Y que hablaba... ¡Porque acababa de dejar oír su ronca y arañada voz!—El barón de Hendrix va a asesinarme... El barón de Hendrix va a asesinarme...

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562Cuando me vi en el espejo me paré en seco. Contemplé, no ya perplejo ni atónito, aquella imagen mía reflejada en él, sino con auténtico horror e incredulidad.¡Porque aquel rostro, aquel cuerpo, no eran los míos!Yo, reflejado en el espejo, era otra persona sin parecido alguno conmigo mismo y con lo que había sido siempre físicamente hasta entonces…Leí los titulares del periódico con estupor:

DUNCAN EVANS ESCAPA DE LA PENITENCIARIA LA MISMA VÍSPERA DE SU EJECUCIÓN EN LA HORCA.EL TRISTEMENTE CELEBRE ASESINO DE MUJERES LONDINENSE, EN PARADERO DESCONOCIDO. SCOTLAND YARD Y TODA LA POLICÍA DEL PAÍS TRAS SU RASTRO.

La fotografía de aquel hombre que ilustraba la información era mi propia fotografía.Yo era el asesino de mujeres evadido del patíbulo.

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563 En una noche tormentosa y empapados por la lluvia en plena carretera, un grupo de hippies acceden a subir a un autobús que los conducirá a un lugar apacible donde refugiarse.Al llegar a su destino, descubren que se encuentran en un viejo monasterio perdido en medio de la nada. Allí comienza su pesadilla...

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564—¡No...! —chilló—. ¡No me inyecte eso, maldito!—Después me lo agradecerás, muchacho. Te voy a convertir en un hombre más alto, más corpulento, y más musculoso. Poseerás la fuerza de un titán. Comparado contigo, Hugo tendrá la fuerza de un niño. ¡Serás un superhombre, Bevans!—¡No quiero ser más alto ni más fuerte! ¡No quiero ser un superhombre! ¡Quiero seguir siendo como soy!—No, voy a inyectarte la droga.—¡Se lo prohíbo!El doctor Marlowe no hizo caso y le clavó la aguja en el brazo derecho.Después, presionó el émbolo de la jeringa y la sustancia verdosa empezó a penetrar en el organismo del indefenso Ted Bevans, que sólo podía chillar.Y eso hizo.Chillar a pleno pulmón.Desgraciadamente para él, nadie podía oírle…

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565Yo sé hacer bien las cosas —dijo Hugo—. De lo contrario, hazte cargo, enseguida sospecharían de mí y me encerrarían de nuevo en el Sanatorio Psiquiátrico. Y allí se está mal, muy mal... Sobre todo al principio, cuando te curan... Mi amigo Wallace Booth, ¿sabes lo que decía antes...? Porque antes no tenía la mansedumbre de ahora. Antes era violento, agresivo. ¿Sabes lo que decía? Que estar allí era peor que permanecer en el infierno...—Pero, dime, Hugo, ¿cómo te las arreglas para...? —insistió Stella—, Me tienes desconcertada.—Ahora le toca a tu marido —repuso Hugo por toda respuesta.—Sí, sí —asintió Stella.La verdad es que le inspiraban pavor, espanto, los instintos criminales de Hugo.Y también, todo hay que decirlo, los suyos propios.Sin embargo, ya era tarde para retroceder.

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566—¡Maldita sea! —aulló—. ¡Son falsos! Unos duplicados de los originales...Volviéndose, miró con odio a Bruckner. El ladrón, tendido sobre la mesa, con el vientre abierto, lleno de sangre por todas partes, respiraba entrecortada y rápidamente.En aquel instante, el ladrón empezó a recobrar el conocimiento. Los efectos del anestésico se disipaban con rapidez.Bruckner notó un terrible dolor en el vientre. Durante unos segundos, permaneció aturdido, sintiendo que el dolor le crecía como si le hubiesen encendido una hoguera en el estómago y la avivasen con un fuelle.Por un instante, alzó un poco la cabeza y miró hacia el origen del dolor. Entonces se vio la espantosa herida del estómago, vio la sangre que continuaba fluyendo a ambos lados de su cuerpo, y lanzó un horripilante alarido.Aquel grito, sin embargo, se apagó muy pronto. La visión de su cuerpo había provocado un brutal shock, lo que, unido a la pérdida de sangre, hizo que Bruckner se desmayara en el acto.

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567Esos niños me asustan. Me asustan mucho, la verdad.Era el amanecer. La nieve continuaba cayendo copiosamente, como un velo blanco y ominoso, que hacía crecer y crecer el nivel de la blanca alfombra exterior.—Son encantadores —suspiró la mujer que actuaba como ama de llaves, cocinera y un sinfín de labores domésticas más—. Pero estoy de acuerdo con usted. A veces me digo que son demasiado listos, demasiado observadores. Y muy callados. No parecen niños normales. Apenas juegan. Apenas corren y escandalizan. Eso no es normal, pero no creo que tenga que sentir miedo de ellos, señorita Munro.—¿Qué decía de sus hábitos el señor Steele? ¿No les enseñó a actuar y jugar como niños? A veces parecen demasiado adultos para su edad. Y odian a los verdaderos adultos de un modo visceral, inquietante…

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568Se estremeció ahora al reconocer la voz de Geraldine, su hermana gemela, que con voz crispada y desesperación en el acento estaba llamando a su... padre.A Marcel Renaud... que había muerto y fuera enterrado hacia seis meses.—¡PAPA...! ¡Respóndeme, maldita sea! ¡Estoy segura de que puedes oírme! ¡PAPA! ¿Qué pretendes con tu silencio? ¿Castigarme? ¿Torturarme? ¡Que Satán te confunda para siempre en las tinieblas del más allá si es eso lo que pretendes! Papá... ¿es que no puedes comprender que he tenido que esperar hasta ahora para sacarte, para liberar tu cuerpo pútrido? De haberlo hecho antes podía haber despertado sospechas. Mi actitud podría haber sembrado... Lo entiendes, ¿verdad?Charlotte Renaud, con la oreja pegada al tabique que separaba su habitación de la de Geraldine tuvo la sensación de que el estómago le subía hasta la boca. Fue una arcada brutal a la que siguió una imperiosa necesidad de vómito.... ¿Para sacarte, para liberar tu cuerpo pútrido?

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569—¿Quién eres?—Me llamo Trevor, barón Ramsey —respondió el joven, inclinando respetuosamente la cabeza—. He heredado este castillo. En uno de los libros que encontré aquí, leí que unas gotas de sangre de una muchacha virgen podían devolveros la vida, barón. Confieso que en principio no lo creí posible, pero pronto me asaltó el deseo de comprobar si eso era cierto o no. Traje al castillo a una amiga mía, todavía virgen, y conseguí su sangre. Y dio resultado, barón Ramsey. A los pocos segundos de haber derramado su sangre sobre vuestros restos mortales, volvisteis a la vida, barón.

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570En aquel preciso instante una de las llamaradas la atacó, como poseedora de vida propia, y la empujó por la espada. Dahlia cayó de bruces y la desesperada ansia de sexualidad comenzó a ser satisfecha, con tal violencia que gritó y gritó de dolor mientras sus dedos se hundían en la ceniza encendida.Estaba siendo poseída por una violenta llama que se introducía en su cuerpo y la sacudía con inusitada violencia mientras se producía un gran fragor dentro del horno. Increíblemente para ella misma, dentro del gran dolor y terror que sentía, llegó al máximo placer en un violento orgasmo.—Te odio, te odio, te odio... —gimió Dahlia, tumbada boca abajo, sin quemarse en medio del fuego.El fragor aumentó y su cuerpo fue elevado en el aire. Chocó contra el techo curvo y del techo fue a caer de nuevo al suelo y luego contra las paredes, como si se hallara atrapada por un tornado que la succionaba y enviaba de un lado para otro, golpeándose contra techo, suelo, paredes. La sangre comenzó a manar por su boca, por sus oídos, hasta que cayó desplomada, con los ojos abiertos. Y en ellos podía verse algo fantástico, como si acabara de hacer la fotografía de un horrible rostro hecho de fuego…