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M". L. Casas CONOCER Y AMAR: VOCACION MÉDICA Dra. Me de la Luz Casas Master en Bioética. Escuela de Ciencias de la Salud. Universidad Panamericana. México ¿Por qué estudias medicina? es la pre- gunta que hago a los aspirantes de la carrera, jóvenes impetuosos que se entregan de lleno a las actividades libremente escogidas, pero, la vocación no es una actividad más, es el ejercicio de nuestra vida, el ámbito de gran parte de nuestra realización personal y social, por eso, creo que la pregunta no es vana y por ello me la hago a misma con bastante frecuencia. Algunos jóvenes me contestan que la complejidad del cuerpo humano les apasio- na, otros que desean saber los secretos de tan prodigiosa estructura, otros más, me relatan que desde niños quieren saber el porqué de las cosas, porqué de las enfermedades, por- qué de las funciones, algunos reflexionan: quiero estudiar para ayudar a otros, quiero curar. Conocer, saber, llegar a la verdad, todo ello se relaciona con el ser humano, con su potencia intelectiva, con su voluntad de encontrar la realidad. El querer saber es parte de nosotros, el ser humano desde niño pre- gunta y muere preguntando ¿porqué?, pero, ¿ello es suficiente para ejercer las ciencias de la salud como vocación?, qué es mejor, cono- cer la realidad de las ciencias biológicas o psicológicas, o ejercer la voluntad de ayu- dar?, ¿conocer o amar? La vocación médica se relaciona con ambas, pero en una dimensión más profunda 336 con la segunda, se debe conocer, saber, pero, ¿para qué?, para servir, para amar. Saber por conocer, puede ser bueno, saber para servir, puede ser mejor. E! médico ante el paciente no es solo un científico en busca de una realidad, porque su realidad se enmarca ya no solamente en las cosas, sino en la relación personal. Tan científico es un físico cuántico, como un mecánico, como un veterinario, en todos esos ejercicios se requiere del conocimiento, más su aplicación cambia de objeto, y por ello el médico sale de ese entorno para situarse en uno muy especial, porque tiene como objeto un sujeto. De esta reflexión parte la importancia de considerar en el campo de la salud el estudio de la Antropología Filosófica, porque del concepto de persona parte la actuación del médico ante el sujeto. No solo las Ciencias de la Salud estudian al hombre, el Derecho, la Sociología, entre otras, lo abordan, pero desde otro punto de vista, cada disciplina es distinta, específica en sus campos, pero con el mismo sustento, el sustrato, que es el hombre mismo'. El médico se relaciona con el hombre en el ámbito de la salud, una salud que preten- de ser acorde a la naturaleza humana, por lo que ante un sujeto el médico no solo puede ver un cuerpo, una biología, y cómo funcio- na esta, como haría buen mecánico, el médi- co ve al hombre, en su forma de persona, en su profunda unidad bio-psico-social y tras- cendente, en su especial y única especie, está ante un ser autoreflexivo y autónomo, un ser con un sentido en su vida, capaz de crear la ciencia, el arte, la moral y la religión. Un ser especial, que merece respeto en virtud de ser persona. Cuadernos de Bioética 1998/2"

CONOCER Y AMAR: VOCACIÓN MÉDICA

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M". L. Casas

CONOCER Y AMAR: VOCACION MÉDICA

Dra. Me de la Luz Casas

Master en Bioética. Escuela de Ciencias de la

Salud. Universidad Panamericana. México

¿Por qué estudias medicina? es la pre­

gunta que hago a los aspirantes de la carrera,

jóvenes impetuosos que se entregan de lleno

a las actividades libremente escogidas, pero,

la vocación no es una actividad más, es el

ejercicio de nuestra vida, el ámbito de gran

parte de nuestra realización personal y

social, por eso, creo que la pregunta no es

vana y por ello me la hago a mí misma con bastante frecuencia.

Algunos jóvenes me contestan que la

complejidad del cuerpo humano les apasio­na, otros que desean saber los secretos de tan

prodigiosa estructura, otros más, me relatan

que desde niños quieren saber el porqué de las cosas, porqué de las enfermedades, por­

qué de las funciones, algunos reflexionan: quiero estudiar para ayudar a otros, quiero

curar.

Conocer, saber, llegar a la verdad, todo

ello se relaciona con el ser humano, con su

potencia intelectiva, con su voluntad de

encontrar la realidad. El querer saber es parte

de nosotros, el ser humano desde niño pre­

gunta y muere preguntando ¿porqué?, pero,

¿ello es suficiente para ejercer las ciencias de la salud como vocación?, qué es mejor, cono­

cer la realidad de las ciencias biológicas o

psicológicas, o ejercer la voluntad de ayu­dar?, ¿conocer o amar?

La vocación médica se relaciona con ambas, pero en una dimensión más profunda

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con la segunda, se debe conocer, saber, pero,

¿para qué?, para servir, para amar.

Saber por conocer, puede ser bueno,

saber para servir, puede ser mejor.

E! médico ante el paciente no es solo un

científico en busca de una realidad, porque

su realidad se enmarca ya no solamente en

las cosas, sino en la relación personal. Tan

científico es un físico cuántico, como un

mecánico, como un veterinario, en todos esos

ejercicios se requiere del conocimiento, más

su aplicación cambia de objeto, y por ello el

médico sale de ese entorno para situarse en

uno muy especial, porque tiene como objeto

un sujeto.

De esta reflexión parte la importancia de

considerar en el campo de la salud el estudio

de la Antropología Filosófica, porque del

concepto de persona parte la actuación del

médico ante el sujeto.

No solo las Ciencias de la Salud estudian

al hombre, el Derecho, la Sociología, entre

otras, lo abordan, pero desde otro punto de

vista, cada disciplina es distinta, específica

en sus campos, pero con el mismo sustento,

el sustrato, que es el hombre mismo'.

El médico se relaciona con el hombre en

el ámbito de la salud, una salud que preten­

de ser acorde a la naturaleza humana, por lo

que ante un sujeto el médico no solo puede

ver un cuerpo, una biología, y cómo funcio­

na esta, como haría buen mecánico, el médi­

co ve al hombre, en su forma de persona, en

su profunda unidad bio-psico-social y tras­

cendente, en su especial y única especie, está

ante un ser autoreflexivo y autónomo, un ser

con un sentido en su vida, capaz de crear la

ciencia, el arte, la moral y la religión. Un ser

especial, que merece respeto en virtud de ser

persona.

Cuadernos de Bioética 1998/2"

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La vocación médica y en general las de las ciencias humanas, incluidas todas las ramas de las ciencias de la salud, son voca­ción de servicio, vocación de amor.

Quizás desde la perspectiva de las cien­cias experimentales esta última palabra la sintamos fuera de cuadro, la relacionemos con la subjetividad emotiva, como fuera de contexto, un poco cursi; ¿qué es el amor desde la perspectiva experimental? ¿dónde esta físicamente, cuánto pesa, cuanto mide, qué forma tiene? La verdad experimental no abarca el estudio del amor (si acaso del ena­moramiento), pero la verdad como realidad se impone y como científicos no dejamos de ser humanos, por tanto, no estamos ajenos a las necesidades existenciales propias de nuestra esencia, y el amor, como señala Erik Fromm', Victor FrankP, y muchos más psicó­logos existenciales, no solo es una realidad, sino una necesidad básica de realización para cada ser humano.

Como seres humanos, necesitamos el amor en nuestra vida cotidiana, necesitamos la vivencia de trascendencia.

En la estricta formación del científico experimental a veces sucede que nos volve­mos demasiado cuadrados, por la gran canti­dad de conceptos se tiende a sintetizarlos, a sistematizarlos, a simplificarlos, de tal forma que los descorelacionamos, para después manejarlos en forma tan independiente, que aparecen fuera de contexto. Esto es lo que ha pasado con el concepto actual de la ciencia, porque muchos científicos desvinculan la ciencia de su por qué y en el caso del médico su por qué es el hombre.

Las especialidades médicas, llevan al científico a ver solo una parte del todo, apa­ratos, tejidos, células, partes de la célula,

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COllocer y amar: vocacióI111lédica

ecuaciones químicas, representación numéri­ca ... y se olvidan que todo ello es parte de un ser humano, que tiene una función en el mundo, alguien que ama y es amado.

Amar es servir, procurar el bien integral del otro, ejercer en él la beneficencia.

Algunos científicos se acercan a la medi­cina en un afán de conocer, de apropiarse de una realidad externa y llevarla a su interior. La obtención del conocimiento cambia al sujeto, porque el objeto aprehendido, enri­quece su acervo, modifica su realidad inter­na. Quien conoce más tiene más, porque ha acrecentado su acervo de objetos de conocimiento'.

Conocer es desmenuzar, conocer es una forma de adueñarse, de manipular, de pose­er al objeto, y muchas veces de tener un poder sobre lo que conocemos.

El proceso de aprehensión, de apropia­ción de una realidad externa a la realidad interna del sujeto, al ser manejada por la sub­jetividad se deforma, por supuesto que cuan­to más realistas seamos, menos nos alejare­mos de la realidad, pero nunca lo podremos hacer en forma tan perfecta que la lleguemos a conocer en todas sus dimensiones siendo ello mucho más aplicable en cuanto a que este conocimiento se refiere al hombre, un ser que por naturaleza "se hace" a sí mismo en el mundOS.

Conocer en cierta forma es poseer, por eso se tiene que tener un por qué y para qué del conocimiento, sobre todo en las ciencias de aplicación al hombre.

La Bioética nos refleja esta problemática, no basta conocer para tener derecho de apli­car, de utilizar.

El considerar al hombre al servicio de la ciencia es una de las problemáticas de la tec-

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M". L. Casas

nología actual, porque se ha olvidado que

aunque el conocimiento es un bien en sí, no

basta para ser aplicado en el humano, porque

solo debe aplicarse aquél que promueva la

humanización de esta particular especie".

La aplicación de las ciencias biológicas al

hombre no puede ser semejante al de las

otras especies animadas, en virtud de que el

valor de la vida humana es específico y espe­

cial, porque esta relacionado sustantivamen­

te con el valor del sujeto-persona, en cuanto

a que el valor del hombre vivo se funda pre­

cisamente en que esta vivo, en que disfruta

de esa disposición que es la vida; de igual

forma la fundamentación del valor del cuer­

po humano consiste en que el cuerpo huma­

no no participa sino que posee el mismo

valor de la persona que solo se pierde por la

muerte, pues en el caso de la persona el cuer­po es consustancial a la esencia humana, la

expresión pues se relaciona con que la digni­

dad del cuerpo humano es del viviente en

cuanto a que esta dotado de un cuerpo vivo

de la especie humana.

Vivimos la era de la ciencia, y esta es un

poder que con demasiada frecuencia ocasio­

na abuso, discriminación y corrupción, por

estar relacionada en la práctica con el ámbito

político y económico, cuando la ciencia se

relaciona al poder, deshumaniza a quien la

posee, porque el hombre se vuelve medio de

utilización de ese poder.

Las biotecnologías actuales hablan de

esta problemática porque vinculan el poder

científico con el económico y el político en

forma tal, que los países que la poseen, tie­nen prácticamente el poder.

Si el poder se liga a las naciones, no es

menos cierto que también se relaciona con la persona como individuo.

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Un ejemplo cercano me viene a la memoria:

un cirujano entra en la sala de operaciones,

médico de elevado prestigio técnico, especia­

lizado en microcirugía; sin siquiera conocer

al enfermo realiza su intervención, pues para

él no existe el paciente, sino su patología.

Cada intervención quirúrgica constituye

para él un reto de poder, una prueba perso­

nal. Si la cirugía es un triunfo, sale del quiró­

fano igual que como entró, sin saber siquiera

el nombre del sujeto intervenido, solo escu­

cha las frases de alabanza, de sus colegas, se

ha cumplido un objetivo, demostrar a todos

y así mismo su dominio de la tecnología.

Lo común para él es el éxito con el cual se

siente realizado, pero, cuando en ocasiones el

fracaso lo acompaña, la desolación va tras él,

depresión personal, que no por la suerte del

paciente, la pena es por él mismo; porque ese

fracaso le recuerda que no es todopoderoso.

Observado el acto médico por fuera de la

subjetividad del cirujano nos parece adecua­

do, un médico que opera exitosamente a un

paciente; pero si analizamos la intención del

médico existe una gran diferencia. ¿Por qué

lo opera?, ¿por el bien del paciente, o por su

propio bien?, ¿por que él es un medio de rea­

lización del bien, o por la sensación de poder

que cada acto le da? Intenciones y fines de

los actos humanos, ¿quién podrá juzgarlos

sino uno mismo?

Sucede que cuando la técnica fracasa, este

cirujano se siente impotente, y ante pacientes

discapacitados o terminales, en los cuales él

ya no puede ejercer su poder, lo embarga la

sensación de desesperanza, y cada vez que

ve al paciente, solo lo ve como recordatorio

de su impotencia, quisiera que no existiera,

no volver a verlo; por eso ya no vuelve a

darle consulta y lo deja en manos del resi-

Cuadernos de Bioética 1998/2"

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dente o de la enfermera, si bien solo pone

algunas notas en su expediente, no quiere

verlo, porque él le recuerda que su saber

tiene límites y el ya estaba acostumbrado al

triunfo. El poder es un fuerte acicate del ego.

En la consideración subjetiva del miedo al

fracaso se gesta en gran parte la postura

eutanásica, que enmascarada por diferentes

tipos de mecanismos de defensa psicológica,

como el de transferencia, tiende a considerar

a los pacientes irrecuperables como solicitan­

tes de una muerte a veces ni siquiera sugeri­

da por ellos, pero considerada necesaria por

aquellos que sí sufren, como es el médico

frustrado, aunque sufra por él mismo.

La petición de eutanasia habría que

repensarla en función de quién es el que

sufre, se habla de eutanasia para el paciente

decorticado, del niño malformado, del enfer­

mo mental en función de evitarles sufrimien­

to; pero ¿ellos son los que sufren?, muchas

veces solo se sufre, en el sentido psicológico,

si alguien hace sufrir, pues sin esta discrimi­

nación no se sufre; aquí la diferencia entre

discapacitados amados y no amados, muchas

veces quien sufre es quien no desea amar a las

personas con carencias; básicamente porque

la falta de perfección les mueve psicológica­

mente a considerar las propias; quien no

resiste ver sufrir, es porque no resistiría su

sufrimiento, quien no resiste ver morir, es

porque ello le lleva a la reflexión de que tam­bién él es mortal, en este sentido la eutanasia

ahorra sufrimiento, pero no al paciente, sino a

quien no puede manejar estas circustancias. Conocer para ayudar, verdaderamente

presenta un cambio en la acción personal,

porque si nos damos cuenta que tratamos con personas, el acto médico se vuelve un

medio para beneficiar al paciente.

Cuadernos de Bioética 1998/2"

Conocer y amar: vocación médica

Conocer lo que la persona es, nos vuelve a la

reflexión del deber ser, pues al saber de las

potencias humanas, nos damos cuenta de las

actualizaciones que se presentan en el

paciente, y cuáles le faltan por ejercer,

moviéndonos entonces a ayudarle a recupe­

rar lo que por naturaleza le pertenece. Si no

sabemos quién es la persona humana perde­

remos la visión de cuál sería su perfección.

Quizás desde el punto de vista de las ciencias

experimentales nos ha faltado el concepto de

conocer para qué. Conocer es adueñarse del

objeto, amar' en cambio, y solo puede amar­

se a las personas, es acercarse al sujeto, sin

más deseo que entenderlo, contemplarlo y

ayudarlo a su perfección, porque se quiere

por sí mismo, sin afán de manipulación ni

transformación, porque se entiende la reali­

dad de su ser.

La aplicación práctica de este concepto podemos ejemplificarla en la atención del

paciente: cuando observo a una persona y

comprendo su deber ser, al verla en imper­

fección, me aboco a tratar de darle perfec­

ción, conforme la observo más imperfecta,

más me mueve la posibilidad de realizar su

ser. Esta reflexión es base de la vocación

beneficencia porque al ver el dolor, sufri­

miento, alteración de una función en un

paciente, y al reflexionar, aunque sea de

forma inconsciente, que ello no le pertenece

por naturaleza, sino que presenta una caren­

cia, que no debería ser, nos mueve a darle lo

que por naturaleza le compete, la ausencia de

dolor, sufrimiento o impedimento físico.

A mayor carencia, más necesidad de

beneficencia, a mayor carencia, el médico se

siente más motivado a prestarle ayuda; a

quien no ve, recuperarle la vista; a quien no

razona, acercarle al razonamiento; a quien

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M". L. Casas

tiene lesión de un órgano, a recuperar la inte­gridad de la función, a quien no tiene nada más que la vida, a conservarle la vida, en la mejor forma posible, sin dolor ni sufrimien­to.

Ante los pacientes gravemente minusvá­lidos, enfermos incurables, enfermos menta­les, irrecuperables, esta visión nos llevara a considerar cualquier mejora como un paso que le corresponde por derecho.

Si tenemos claro el concepto de persona, y somos médicos no solo biologistas, sino integrales, personalistas, el paciente terminal nos moverá a la reflexión de los valores humanos, la persona en sÍ, por su misma pre­sencia, se vuelve un valor, porque modifica su entorno, aunque se encuentre inconscien­te y aunque no existan posibilidades de recu­peración".

El pensamiento eutanásico minimiza el valor de la vida y lleva a la persona a fungir según su utilidad económica o social, olvi­dando que una parte fundamental del por­qué de la vida humana es su propia existen­cia, participando en un proceso de desarrollo humano, propio o ayudando a humanizar a los demás.

Es por eso que el conocer tiene que tener un por qué y un para qué, en los ámbitos de las ciencias humanas, porque el conocer y poder manipular al objeto conocido, nos hace sentir dueños de ese objeto, porque lo pode­mos cambiar, transformar, o quizás aniqui­lar ...

Apartarse de las filosofías extrínsecas a la vocación médica es prioritario en la enseñan­za de las ciencias con aplicación al hombre.

Las corrientes liberales procedentes del derecho, propugnan por la autonomía irres­tricta, el sociobiologismo que parte de las

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ciencias sociales consideran al grupo huma­no como especie y no al individuo como per­sona, el pragmatismo como reflexión de las ciencias económicas, a la utilidad del hom­bre, todas ellas aportan un punto de reflexión en el ser humano, pero no todas son propias de la medicina la cual tiene su propio ámbi­to, la salud integral del ser humano, los otros campos científicos tienen su propio objetivo, la especie como ser social, la productividad, los derechos, todo ello valioso, pero no campo de la medicina, no hay que olvidar que el acto médico se enfoca en la salud, y por ello en los actos prioritariamente tera­péuticos.

El médico es un ser humano, igual que su paciente, la relación médico paciente es rela­ción humana, y todo humano necesita amor de beneficencia, porque somos subsidiarios, siendo por ello una relación necesaria y enri­quecedora.

La relación entre libertades puede ser, relación de amor, entrega en todos los cam­pos del ser humano·, participando de esa forma en la cocreación de un mundo mejor. Quizás debamos cambiar el nombre de amor por otro sinónimo que nos sea más familiar, propongo "compromiso con el bien del otro, "compromiso de beneficencia", porque com­promiso no significa solamente desear el bien, sino ayudar con actos a que así sea, a pesar del esfuerzo y de la inconveniencia que ello nos cause.

Solo en el compromiso de beneficencia se entiende la postura ante la dignidad de la

muerte y la aceptación de esperar hasta el último momento a que la vida desaparezca de ese ser.

Aquilino PolainoJII, hablando de la rela­ción médico-paciente reflexiona: "si no se

Cuadernos de Bioética 1998/2"

Page 6: CONOCER Y AMAR: VOCACIÓN MÉDICA

puede curar, se debe ayudar, si no consolar y

si no acompañar" ... acompañar es lo que

todos deseamos porque parte de la necesidad

de aceptación, como lo señala Erik Erikson"

las personas no sufren por ellas mismas, se

les hace sufrir, un niño discapacitado o

minusválido no sufre por ello, solo si los

demás le niegan la aceptación, pues pierde la

esperanza en ser acogido incondicionalmen­

te. Todo médico ha observado la diferencia

de actitudes y de pronóstico, entre personas

discapaces amadas y no amadas. El amor es

libre, y por ello debemos mover la voluntad

en otorgarlo.

Quizás sueña extraño pedir que amemos

a nuestros pacientes, quizás sea mejor decir,

comprometámos con su bien, y solo así

podremos alcanzar la verdadera realización,

del otro y de uno mismo.

El compromiso cambia a la persona, y

cuando es recíproco cambia a ambos.

La relación médico-paciente es también

una relación enseñanza- aprendizaje entre

participantes, no solo por el actuar propio de

la medicina, que pretende en el paciente par­

ticipación activa para cuidar, mantener y promover su salud, así como en fomentar

hábitos saludables de vida tanto en la pobla­

ción sana como enferma, sino en un aspecto

más humano, en un intercambio de actitudes

ante la vida.

Mediante el aprendizaje, una persona

recibe experiencia y conocimiento acumulado

por otras personas, a fin de que los utilice en

su circunstancia vital. En el sentido nato, el

aprendizaje comprende todas las actividades

humanas que permiten, la comunicación fun­

damental de experiencia y sabiduría. Se trata

de un fenómeno complejo en el cual se distin­

guen diversos niveles: uno, de raíces genéti-

Cuadernos de Bioética 1998/2"

Conocer y amar: vocación médica

cas, en el cual la experiencia resulta del ins­

tinto humano y que tiene un carácter clara­

mente innato; la necesidad de cercanía huma­

na, el otro, de la experiencia transmitida

mediante el simple ejemplo y la instrucción

constante e inmediata; como se da en la rela­

ción propiciada. En otro estadio, dicha trans­

misión de la experiencia se torna un bien

social: cultura y civilización, y es la sociedad

como ente organizado quien asume la tarea

de preservar y transmitir ese conocimiento.

La relación médico paciente, dentro de

un proceso enseñanza-aprendizaje compren­

de una compleja integración de factores emo­

cionales, intelectuales y culturales. La relación médico-paciente constituye

un proceso, porque no puede ser dada por

un hecho aislado y estático, sino por una con­

tinua actividad paralela a la vida misma.

Para realizar sus premisas primero se

identifica el problema, se adquiere la infor­

mación para solucionarlo y la comprensión

del medio que lo rodea, así como la evalua­

ción del resultado. Existe una conducta ini­

cial y una conducta final, esto supone la

adquisición de nuevas capacidades y conoci­

mientos por sus integrantes.

En la relación médico-paciente el proble­

ma es la incógnita del hombre, como centro

de inquietud intelectual y espiritual. No se

trata solamente de habilidades prácticas o

técnicas, sino de habilidades que en un senti­

do más amplio incluyen valores, criterios y

una filosofía de vida y de acción.

Se intuye en la relación la necesidad de

trascendencia del hombre y de sus valores, y

en una u otra forma, la relación médico­

paciente se vuelve parte del adiestramiento

para la vida, para la comprensión y valoriza­

ción de la misma.

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Page 7: CONOCER Y AMAR: VOCACIÓN MÉDICA

M". L. Casas

La estructura de valores sociales, cultura­

les, familiares y personales interactúan para que se de esta relación y son integrados en una dinámica familiar en un grado conside­rable los valores del individuo expresados en sus afectos, inclinaciones, autonomía y potencialidades. De esa compleja interacción de factores sociales, familiares y personales, derivan las aspiraciones y motivaciones del individuo y su propósito inicial. Pero tam­bién de esa misma estructura social surgen las limitaciones.

El médico en una primera instancia es consciente de su vocación y responsabilidad de educar al paciente, pero no repara en forma suficiente en que esta relación es recí­proca y el médico también recibe enseñanzas del mismo paciente, de sus familiares y de sus compañeros de trabajo. ¿Qué tipo de enseñanzas?, esencialmente enseñanzas de actitudes de vida.

Aprendemos del paciente a valorar la salud, la integridad y la vida misma al obser­var su empeño por conservar estos valores; aprendemos de los familiares los esfuerzos, sacrificios y relación amorosa que brindan a sus seres queridos, aprendemos cómo se ama

y cuánto se puede llegar a amar. El médico a través del contacto humano

con el dolor y la muerte realiza la autocon­ciencia de su finitud, se identifica con la posi­bilidad de su propio sufrimiento y aún cómo podría actuar él mismo, ante las realidades que no pueden aprenderse en la teoría, sino en la actitud práctica de quien se encuentra en una situación límite.

Quien sufre nos enseña siempre que exis­ten alternativas para vivir el sufrimiento, y que hay formas distintas de enfrentarlo.

El esfuerzo personal y familiar de conser­

var la vida y la esperanza de recuperación es

342

admirable y comprensible, pero, ante la

seguridad del encuentro con la realidad de la

muerte el paciente y sus seres queridos nos

brindan aún otra enseñanza más profunda,

la certeza de que el hombre es más que la

muerte"

Si bien el enfrentamiento a la muerte

tiene un profundo significado educativo para

quien la hace vivencial, también lo es para

quien comparte esta vivencia, su realidad

nos invita a buscar un significado a la exis­

tencia humana. La muerte nos hace semejan­

tes.

Ninguna profesión como la de las Cien­

cias de la Salud tiene tal virtud de acerca­

miento a la persona, porque se vive y se ve

vivir en el sufrimiento, dolor, esperanza,

muerte y amor, nadie puede permanecer

insensible ante estas realidades.

Ante el paciente terminal e irrecuperable

el médico aprende, si aprovecha la enseñan­

za, a ser más humano, a valorar lo que aún él

tiene, salud, integridad, vida ... a acompañar y

compartir el sufrimiento, del paciente y sus

familiares, en fin, aprende a amar, porque

amar es dar lo que el otro necesita, en esos

momentos donde el saber humano palpa su

límite nos queda la actuación de mayor cali­

dad, la de vínculo hermano.

Quien dice que el paciente irrecuparable

o en vida vegetativa persistente no tiene

valor, no ha aprendido a aprender verdades

más importantes que las científicas, ha perdi­

do la oportunidad de reflexión en un conoci­

miento del que todos los que participamos

utilizaremos antes o después para dar un

sentido a nuestra existencia corpórea.

La relación entre médico y paciente es

relación personal, cada quien enseña en

determinado momento lo que posee, a veces

Cuadernos de Bioética 1998/2"

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se requiere de la ciencia, pero siempre se

intercambian actitudes y se aprende a ser

humano.

Al final del proceso se pretende que el

paciente haya formado hábitos saludables de vida o modificadores de su conducta de ries­

go, egrese con un sentimiento de logro, con

una conducta modificada y un propósito de

seguimiento. Se enfrentará a la realidad y

nuevamente los factores sociales, familiares y

personales actuarán como factores de pro­

moción o limitación; de la actitud del pacien­

te dependerá que él mismo alcance una ade­

cuada adaptación que derivará en

congruencia profesional, cumplimiento de

las expectativas y satisfacción personal

correspondiente. También puede ocurrir que exista una desadaptación y que a pesar de su

preparación, la abandone y reinicie sus facto­

res de riesgo, pero en condiciones de insatis­facción y rendimiento limitado.

El conocimiento es el objeto básico y

materia indispensable de cualquier forma de relación humana, que debe ser congruente

con la realidad a que se enfrenta.

Lo anteriormente expuesto puede expli­

car por qué las crisis de valores afectan tan frontalmente la concepción de conceptos del

médico y el paciente.

Cuadernos de Bíoétíca 1998/2"

Conocer y amar: vocación médica

Bibliografía

1 Cfr. Cabrera Valverde Jorge Mario. La persona humana: fundamento de la bioética. Revista Medicina y Etica. 1995/1.p. 98

2 Cfr. Fromm Erik. ¿Tener o ser? Fondo de Culturil Económica. México. 1980.

3 Cfr. Frankl Victor E. Teoría y terapia de las neurosis.

Ed. J oseé Ferrer. Buenos Aires. 1964.

4 Cfr. Hessen J. Teoría del conocimiento. Editores Unidos. 1996.

5 Cfr. Gutierrez Saenz raú!. Historia de las doctrinas filosóficas. Heidegger. Ed. Esfinge. México. 1991. P. 202.

6 Cfr. Carrasco de Paula Ignacio. Dignidad y vida humana: dos conceptos fundamentales de la ética médica.

Revista Medicina y Etica. 1996/l.p.50

7 Cfr. Melendo Tomás. Antropología de la sexualidad y del amor. Instituto de Ciencias para la Familia. Universidad de Navarra. Pamplona. España. 1991.

8 Gevaert Joseph. El problema del hombre. Ed. Sigueme. Salamanca. España. 1993. P. 72.

9 Cfr. León Correa Francisco Javier. Dignidad huma­na, libertad y bioética. Revista Medicina y Etica. 1995/1. P.

10 Polaino Llorente Aquilino. Conferencia "Relación Médico.paciente". Universidad Panamericana. México. 1997.

11 González Luis Jorge. Terapia para una sexualidad creativa. Ed. Castillo.México. 4". 1989.

12 Op. cit. Cfr. Gevaert Joseph. P. 310

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