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1 La Teoría Gaia en la Política y la Cultura Alternativas Por Alexis López Tapia 1996 Cuando decimos Gaia, nos estamos refiriendo a Gea, ambos son el mismo nombre de la misma Diosa, escritos en inglés y castellano: la Diosa Tierra. Este nombre fue utilizado por James Lovelock -Ingeniero Químico e historiador natural-, para designar la hipótesis según la cual, la resultante de todos los procesos individuales de los organismos vivos, era un organismo mayor, que los contenía y abarcaba, y cuyas atribuciones, funciones y metabolismo, eran más que la suma de las partes que lo componían. La hipótesis aportaba algunos hechos que -enfocados desde la perspectiva antes señalada- eran resultado de los procesos de esta especie de gran animal, que se habría comenzado a formar junto a la aparición de la vida.

La teoría gaia en la política y la cultura alternativas

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"La Teoría Gaia en la Cultura y la Política Alternativas", se presentó a modo de ponencia en el "II Encuentro Iberoamericano de Metapolítica" - "Primer Encuentro de la América Románica de Política y Cultura Alternativas", realizado en 1996.

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La Teoría Gaia en la Política y la Cultura Alternativas

Por Alexis López Tapia 1996

Cuando decimos Gaia, nos estamos refiriendo a Gea, ambos son el mismo nombre de la misma Diosa, escritos en inglés y castellano: la Diosa Tierra.

Este nombre fue utilizado por James Lovelock -Ingeniero Químico e historiador natural-, para designar la hipótesis según la cual, la resultante de todos los procesos individuales de los organismos vivos, era un organismo mayor, que los contenía y abarcaba, y cuyas atribuciones, funciones y metabolismo, eran más que la suma de las partes que lo componían.

La hipótesis aportaba algunos hechos que -enfocados desde la perspectiva antes señalada- eran resultado de los procesos de esta especie de gran animal, que se habría comenzado a formar junto a la aparición de la vida.

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El primer indicio acerca de la existencia de este ser, lo proporcionó una serie hipótesis acerca del estudio de la existencia de vida en Marte. Lovelock fue invitado en 1965 a trabajar en el Jet Propulsion Laboratory de California, para desarrollar una serie de instrumentos que permitiera descubrir -de haberla- la vida en otros planetas del sistema solar.

La primera pregunta era: ¿cómo se reconoce la vida en otro planeta?. La mayoría de los biólogos del proyecto había ideado una serie muy sofisticada de experimentos para detectar la presencia de vida. Pero Lovelock se distanció muy pronto de sus posturas. El se preguntaba «¿qué criterios nos permiten afirmar que -de haberla- la vida en otros planetas responderá a experimentos diseñados tomando como referencia la vida en la tierra?». De partida, ninguno de los biólogos del equipo tenía una idea muy clara acerca de la definición de la vida.

La percepción de Lovelock al respecto, que había ido surgiendo paralelamente a sus estudios de la atmósfera terrestre, era que, de haber vida, el «aire» del planeta debía contener restos de sus desechos químicos: gases que -en ausencia de seres vivos- no deberían encontrarse presentes.

Por la segunda ley de termodinámica, un sistema cerrado tiende a un aumento de la entropía. En tal caso, un planeta carente de vida poseería una atmósfera estable y equilibrada químicamente, donde se habrían producido todas las combinaciones y reacciones posibles, por lo que su atmósfera sería del todo diferente a la de la Tierra, que no es equilibrada en absoluto.

Para ejemplificarlo, Lovelock comparó la composición del aire y el océano de una hipotética tierra en equilibrio químico (o en régimen permanente), y el de la tierra actual (ver cuadro Nº 1). Nuestra atmósfera es -por decirlo de alguna forma- inverosímil: gases tan reactivos como el metano y el oxígeno coexisten en niveles estables, pese a su continua reacción.

Normalmente, estos gases reaccionan con fuerza hasta dejar de existir cuando la atmósfera llega a un equilibrio, llamado en química "estado de régimen permanente". Lovelock dijo al respecto «[la atmósfera terrestre]... representa una violación de las reglas de la química que debe medirse en decenas de órdenes de magnitud».

El hecho de que en la tierra se produzca este tipo de desequilibrio improbable no es casualidad.

Es sólo la presencia de la vida lo que permite el mantenimiento del proceso.

A partir de estos conceptos, Lovelock publicó en 1972, en la revista «Icarus» -dirigida por Carl Sagan-un trabajo breve llamado «Gaia vista a través de la atmósfera».

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Aparte de que resultaba evidente que el desequilibrio de la atmósfera terrestre era producto de la vida, él encontró indicios de que otros procesos, como la temperatura, el nivel oxígeno, nitrógeno, metano, amoníaco y la salinidad -que se han mantenido estables en el planeta al menos por los últimos dos mil quinientos millones de años-, no podían ser resultado de procesos químicos puramente abiológicos. Sólo la presencia de la vida podía explicarlos adecuadamente.

Lovelock llegó a la conclusión de que existía una especie de organismo superregulador que coordinaba a los demás organismos del planeta.

A sugerencia de su amigo, el novelista William Golding, llamó Gaia a este organismo «por la Tierra Diosa Griega, conocida también por el nombre de Gea, de cuya raíz sacan sus nombres las ciencias de la geografía y la geología».

Gaia, una nueva visión de la vida en la Tierra («Gaia, a New Look at Life on Heart», Oxford University Press), se publicó en 1979.

En ella, Lovelock -trabajando en conjunto con Lynn Margulis y otros científicos- definía a Gaia como «una entidad compleja que afecta a la biósfera de la Tierra, de las ballenas a los virus y de los robles a las algas, la atmósfera, los océanos y el suelo, con la totalidad, constituyendo un feedback (retroalimentación) o sistema cibernético que busca un entorno físico y químico que sea óptimo para la vida en este planeta. El mantenimiento de condiciones relativamente constantes por medio del control activo puede describirse de modo conveniente con el término de homeostasis» (propiedad de los seres vivos, los ecosistemas y la biósfera de mantener constantes ciertos procesos internos a pesar de variaciones externas).

El concepto de que la tierra no sólo posee vida, sino que está viva -que es un ser vivo-, puede ser cotejado aplicando los mismos parámetros que Humberto Maturana, en su libro «El Arbol del Conocimiento», propone para definir un organismo autopoiético: él dice que los seres vivos «se caracterizan porque -literalmente- se producen continuamente a sí mismos». A ese proceso de autoproducción, de autoorganización, le denominan organización autopoiética.

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Lo que hace distinta la dinámica de estos organismos, de la suma simple de transformaciones moleculares en procesos naturales, es el hecho de que su metabolismo «produce componentes, que se integran a la red de transformaciones que los produjo, y que -en algunos casos- forman un borde, una especie de límite para esta red de transformaciones». En términos morfológicos, esta estructura que permite el continuo y dinámico ciclaje y reciclaje de compuestos, puede verse como una membrana.

Lo importante es que esta membrana, este borde membranoso, no es producto del metabolismo del organismo -como una tela es producto de una máquina de producir telas-. Ello, porque esta membrana no sólo limita la extensión de la red de transformaciones que la produjo, sino que -además- participa en esa misma red.

Lo que se tiene entonces, es una situación muy especial en cuanto a relaciones de transformaciones químicas: por un lado existe una red de transformaciones dinámicas que produce sus propios componentes y que es la condición de posibilidad de un borde. Por otro, existe un borde que es la condición de posibilidad para el operar de la red de transformaciones que la produjo como una unidad.

Estos son dos procesos secuenciales de un mismo fenómeno. No es que primero hay borde y luego dinámica y luego borde y luego... etc. Estamos hablando de un tipo de fenómeno, que para existir depende de la integridad de los procesos que lo hacen posible. Si se interrumpe en algunos puntos la red metabólica resultante, no hay más unidad. Nuestro organismo desaparece, muere.

De allí que la característica más peculiar de un sistema autopoiético como el descrito, es que -utilizando una imagen del Barón de Munchaussen [en física conocida como enfoque Boostrap]- «se levanta por sus propios cordones». Se constituye como distinto del medio circundante producto de su propia dinámica, de tal manera que ambas cosas son inseparables.

Gaia es una entidad autoregulada y autoorganizada. No hay separación entre la membrana atmosférica y el citoplasma de la flora y fauna terrestres y marinas, ambas constituyen partes del mismo proceso: la vida planetaria.

Por ejemplo, el clima terrestre, luego de la crisis del oxígeno en los albores de la vida, nunca ha sido completamente desfavorable a la vida. Sin embargo, durante los últimos tres mil millones de años, la radiación solar ha aumentado al menos en un treinta por ciento. Si la Tierra fuese un planeta sin vida, su temperatura superficial hubiera seguido la curva de emisión de energía del sol: el planeta habría estado congelado durante más de mil millones de años. Pero, las evidencias geológicas señalan que nunca existieron condiciones tan adversas en el planeta. Por el contrario, la Tierra mantuvo una temperatura bastante constante durante toda la evolución de la vida. Una media de 13º C., de la misma forma en que un mamífero mantiene relativamente estable su temperatura interna a pesar de las fluctuaciones exteriores.

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Al respecto, señala: el curso de la temperatura de la Tierra desde los comienzos de la vida, hace 3,5 eones [1 eón = 1.000 millones de años], se mantiene siempre dentro del estrecho margen de los 10º y 20ºC (ver cuadro nº 2).

Si la temperatura de nuestro planeta hubiera dependido únicamente de

la relación abiológica establecida entre la radiación solar y el balance térmico atmósfera/superficie, podrían haberse alcanzado condiciones máximas de entre -60º (C) y +110ºC (A).

De haber sucedido esto, toda la vida habría desaparecido del planeta, lo que también hubiese sucedido si las temperaturas hubieran seguido pasivamente el incremento de radiación solar (B).

Otro modo de verificar la rareza de las condiciones existentes en la Tierra, resulta del ejercicio de compararla con otros planetas del Sistema Solar que se encuentren cercanos al estado de régimen permanente, y cotejar sus características con la Tierra tal como es, y con una hipotética Tierra sin vida.

Lovelock nos dice:

"Consideremos ahora las otras formas de construir un mundo de esta índole (de régimen permanente) y comparémoslas luego con el modelo ya discutido (la Tierra sin Vida). Supongamos una total falta de vida en Marte y Venus e interpongamos entre ellos un hipotético planeta inerte que ocupe el lugar de la Tierra" (cuadro nº 3).

Otra de las evidencias que sustentaban la hipótesis, se basaba en el nivel de salinidad del mar: se ha sostenido durante mucho tiempo que el mar es salado, producto del arrastre de substancias

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salinas desde la tierra por los ríos, y la acción de la evaporación, que libera el agua en forma de lluvia, pero deja la sal, que no es volátil, la que con el paso del tiempo se habría acumulado. A esto se debe sumar el aporte que realiza el magma terrestre en las erupciones submarinas y en las fallas de las placas submarinas, que agrega aún más sal al mar.

Esta teoría es perfectamente coherente con la explicación tradicional de por qué el contenido de sal de los fluidos corporales de las criaturas vivas -incluyendo a nuestra propia especie- es inferior al de los océanos.

El contenido de sal del mar es de aproximadamente un 3,4%, mientras que el de nuestra sangre solo llega al 0,8%, casi cualquier forma de vida muere en concentraciones de sal superiores al 6%.

Se sostiene que cuando empezó la vida, los fluidos internos de los organismos marinos estaban en equilibrio con el mar o, dicho de otro modo, la salinidad de su medio interno y la salinidad de su entorno eran idénticas.

La salinidad interna de estos organismos se mantuvo en sus descendientes terrestres, en que -por así decirlo- quedó «fosilizado» el nivel de salinidad primitivo en el punto que había alcanzado cuando salieron del mar, en tanto la salinidad de este continuaba aumentando.

Aquí residiría, según esta explicación, la diferencia entre la salinidad de los líquidos orgánicos y la del mar.

De ser esto cierto, la teoría de la acumulación de la sal nos permitiría calcular la edad de los océanos. No hay dificultad en establecer la cuantía total de la sal que contienen actualmente: suponiendo que la masa de estas substancias arrastrada por las lluvias y ríos cada año ha permanecido más o menos constante, un sencilla división nos daría la respuesta.

Al mar llegan unas 540 megatoneladas de sal anualmente; el volumen total de las aguas marinas es de 1,2 miles de millones de kilómetros cúbicos; la salinidad media es del 3,4%. Todo ello nos llevaría a cifrar la edad de los océanos en unos 80 millones de años, cifra en absoluta disconformidad con toda la paleontología (a lo menos, los océanos tienen una antigüedad de 3.000 millones de años).

A la luz de todo esto, la pregunta ¿por qué es salado el mar? empieza a parecer menos interesante. De que la salinidad del agua marina ha cambiado muy poco en cientos de millones -si no son miles de millones- de años, hay pruebas comparativamente fiables, tanto indirectas como directas. De lo conocido sobre el nivel de salinidad tolerado por los organismos vivientes que ha poblado los mares durante tan dilatados períodos de tiempo, podemos afirmar que -en ningún caso-, la salinidad ha podido estar por encima del seis

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por ciento (el nivel actual es de un 3,4%) y que, alcanzando sólo el 4%, la vida marina se hubiera desarrollado a través de criaturas bien distintas a las que revela el registro geológico.

No obstante, la cantidad de sal que lluvias y ríos arrastran hacia el mar durante cada 80 millones de años es idéntica a toda la sal actualmente contenida en los océanos.

Si este proceso hubiera continuado sin trabas no habría hoy océano que no fuera un Mar Muerto, una masa de agua saturada de sal, absolutamente hostil a cualquier forma de vida. Entonces la pregunta correcta es ¿por qué el mar no es más salado?

Lovelock plantea que desde un principio, Gaia se ocupó de mantener el nivel de salinidad de los mares en un límite aceptable para el desarrollo de la vida. El afirma: «...desde el comienzo de la vida, la salinidad de los océanos ha estado bajo control biológico».

Así como estos ejemplos, la hipótesis proporcionó muchos indicios acerca de la realidad de la proposición general.

Para efectos de este trabajo, sólo hemos resumido algunos de los aspectos en que la acción de Gaia puede constatarse fácilmente.

Sin embargo, la hipótesis fue rechazada por la comunidad científica en general, y por casi veinte años no tuvo espacio entre las discusiones y análisis de los especialistas.

La visión integral que la hipótesis sostiene sobre los organismos vivientes, es difícil de comprender desde la perspectiva de la ciencia clásica, ya que requiere una serie de grandes modificaciones de muchos conceptos de ideas tradicionales. De allí que sólo en los últimos años se haya comenzado a discutir abiertamente el significado y sentido de esta nueva visión de la vida en la tierra.

Posteriormente a la Publicación de «Gaia...», Lovelock junto a otros científicos ha seguido trabajando y corrigiendo la tesis original.

En 1987 se realizó la conferencia de Camelford, que trató sobre el significado implícito en la hipótesis Gaia.

Allí, Lovelock realizó el siguiente comentario: «Digo: «La Tierra está viva, la Tierra es un Organismo», reconozco que un poco provocativamente, porque pienso que mis colegas necesitan un poquito de provocación: llevan demasiado tiempo sentados en sus sillas».

En su obra más reciente «The ages of Gaia» (1988), Lovelock señala una serie de hechos que desacreditan la noción de la biología tradicional sobre la vida.

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El dice, «en ninguna parte de la superficie de la Tierra hay una distinción clara entre la materia viva y la no viva. Hay meramente una jerarquía de intensidad que va del entorno «material» de las rocas y la atmósfera, a las células vivas». Si el Big-Bang genético ocurrió hace unos 15 mil millones de años, Gaia «tiene al menos una cuarta parte de la edad del tiempo mismo». Estas ideas [¿cuáles no?] no son tan nuevas como parecen. Aparte del hecho de que la mayoría de las antiguas culturas del planeta, sostenían la visión del planeta como algo vivo, ya otros científicos -mucho antes de Lovelock- habían sugerido que la Tierra era algo más que una acumulación de elementos químicos, y que la vida era más que la suma de todos los organismos que la poblaban.

En 1785 (el siglo 18), el científico inglés James Hutton, a quien se llama el «padre de la geología», presentó una monografía a la Royal Society de Edimburgo, en la que realizó una afirmación extraordinaria para su tiempo: «Considero que la Tierra es un superorganismo y que su estudio apropiado debería hacerse mediante la fisiología». Sin embargo, esta revolucionaria visión fue virtualmente olvidada o conscientemente reprimida por el reduccionismo materialista y lineal de la ciencia del siglo 19.

Cuando Lovelock conoció la tesis de Hutton -luego de publicar Gaia, y gracias a sus propios estudios de medicina- respaldó totalmente la idea de que la fisiología debía ser utilizada para estudiar el planeta. La fisiología es una ciencia transdisciplinaria -al igual que la ecología-, y expresa principios generales aplicables a una amplio espectro de procesos naturales. De allí que en su segundo libro, «The ages of Gaia», Lovelock introdujo las nociones de Hutton para proponer una unión de las ciencias de la Tierra en una nueva ciencia: La Geofisiología.

El dice en tono retórico:

«[que] ¿Por qué junto las ciencias de la Tierra y las de la Vida?. Yo preguntaría: ¿Por qué han sido separadas por la despiadada disección de la ciencia en disciplinas tan distintas y de visión restringida?. Los geólogos han tratado de persuadirnos de que la Tierra es simplemente una bola de roca, humedecida por los océanos; y de que la vida no es más que un accidente, un pasajero silencioso que casualmente ha pedido que le llevaran... El caso de los biólogos no ha sido mejor. Han afirmado que los organismos vivos son tan adaptables que han sido aptos para todos los cambios materiales que han ocurrido durante la historia de la Tierra».

Aquí es necesario hacer un alto. Nuestro subrayado a tan adaptables, no significa que Lovelock o nosotros digamos que los organismos no se adaptan. Esta idea parecería poner en controversia a la Teoría de la Evolución con la Hipótesis -a estas alturas también teoría- Gaia. Porque, si desde la perspectiva Gaiana son los organismos los que mantienen las condiciones necesarias para su existencia, ¿para qué o por qué deberían adaptarse?.

En otras palabras, «si tengo frío me abrigo -o me construyo una madriguera, o me acerco al fuego, o migro a lugares más cálidos, o -en tanto Gaia- modifico en entorno para

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hacerlo más cálido-, y entonces no tengo necesidad de evolucionar (engrosar mi piel, aumentar mi tamaño, volverme más peludo), ya que es el medio el que cambia, no yo (mi especie)».

Pero sabemos que los organismos se adaptan, incluso ante cambios mínimos en el medio, y el proceso es, relativamente, bastante rápido.

Un ejemplo clásico de evolución de una adaptación que confiere un valor de supervivencia lo proporciona una especie de mariposa nocturna o polilla de Inglaterra -Biston betularia-, que se ha estudiado y seguido en los últimos cien años y posee un elemento de intervención humana.

Hasta antes de que la contaminación ambiental por carboncillo se hiciese presente en las ciudades Inglesas a comienzos del siglo 20, existían dos formas de color de B. betularia: gris moteada y melánica negra.

En esa época era más adaptativo tener un color gris moteado que negruzco, ya que si ambas mariposas se posaban en la corteza de un árbol, la gris pasaba inadvertida para los predadores, y la negruzca era muy notoria.

Con el advenimiento de la contaminación por carboncillo, las cortezas de los árboles se tornaron más oscuras, y por ende la forma melánica negruzca resultó más adaptada a las nuevas condiciones, y la forma gris comenzó a disminuir en número, hasta que su población fue muy inferior a la melánica.

Pero desde que se comenzó a aplicar un control sobre la contaminación en Inglaterra, la forma gris, lentamente ha comenzado a prevalecer, y en la actualidad la proporción de ambas variedades es más equilibrada que antes.

Lo importante es comprobar como las especies responden rápidamente a las fluctuaciones del entorno, ya sea a través de la adaptación por medio de selección natural, o de mutaciones, especiación, etc. Lo que no varía a condición de las especies es el medio... al menos así parece.

Pero la Hipótesis Gaia nos dice que las especies son las responsables del mantenimiento de las condiciones que les permiten existir. ¿Cómo es posible esta dualidad?.

La verdad es que no hay tal dualidad. Gaia existe gracias a las adaptaciones de sus especies, y éstas se adaptan siguiendo las fluctuaciones adaptativas Gaianas, que son mayores que la suma de las adaptaciones de las especies que la forman.

La evolución actúa sobre las especies -no sobre los individuos- permitiéndoles adaptarse a las condiciones de la Tierra, y Gaia -a su modo- también se adapta a condiciones de rango mucho mayor, como el aumento de la temperatura solar, la incidencia de más radiación

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cósmica, las variaciones magnéticas y gravitacionales del sistema solar, etc, a través de la adaptación de sus propias especies.

Al respecto, Lovelock señala:

«De ninguna manera quiero unirme a la plebe que trata de aportillar a Darwin. Pienso que fue el más grande. Sin embargo, puede que la Teoría de la Evolución esté incompleta. El darwinismo considera que la evolución ocurre en un mundo algo estático, uno donde el ambiente evoluciona según las reglas de la física y la química. No ve ningún enlace entre la evolución del medio ambiente y la de los organismos vivos. En vez del estrecho principio de adaptación, en que los organismos se ajustan a su entorno y eso es todo, Gaia ve un proceso estrechamente acoplado, donde la evolución de la vida y la evolución de las rocas, océanos y atmósfera están tan férreamente unidas que en realidad constituyen un solo proceso. La selección natural es parte clave de la teoría Gaia. Sólo que la selección natural no ocurre en un ambiente neutral».

En resumen, la vida modifica el entorno, pero lo hace a una escala tan basta que -en tanto especies- estas se encuentran en permanente adaptación a las condiciones locales de cada ecosistema, y sólo mediante sus relaciones con todo el resto modifican el entorno. Por estas y otras razones, Lovelock propone la unión de las ciencias de la tierra. El dice «hay en la actualidad treinta ramas diferentes de la biología. Los cultivadores de cada rama están muy orgullosos de no saber nada de las otras. Si a un biólogo molecular le hablas de teorías de la biología de la población, te dirá: «Esas cosas no me interesan»; díselo a un botánico, y te contestará más o menos lo mismo».

La Geofisiología sin embargo, es una sola ciencia evolutiva que -según Lovelock- «describe la historia de todo el planeta. La evolución de las especies y la evolución de su entorno van fuertemente unidas como un proceso único e inseparable». La autorregulación de los procesos esenciales de Gaia, tales como el clima y la formación química del suelo, es fruto directo de este proceso evolutivo sin divisiones. Un sistema de vida tan integrado como Gaia es lo suficientemente complejo como para producir un comportamiento que la suma de sus partes no predice.

Fue basado es este argumento, que el biólogo molecular canadiense Ford Doolittle expresó una de las críticas más ácidas a la visión Gaiana.

El sugirió que "la autorregulación planetaria requeriría -precisaría- previsión y planificación por parte de un «Consejo de la Vida».

Razonó que comisiones de las especies tendrían que reunirse con regularidad para determinar la forma de alterar el clima, por ejemplo, al objeto de producir las condiciones óptimas para la vida.

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Según Doolittle esto era una tontería. "Las especies rivales no pueden comunicarse unas con otras y mucho menos tomar decisiones basadas en el consenso sobre la regulación del planeta".

Hablar de previsión por parte de la vida vegetal y animal suena a propósito, y -por ende- Gaia sería otra teoría vitalista o tautológica, que -además-, desde la perspectiva biológica reduccionista, no podría existir.

Por su parte, el sociólogo Richard Dawkins expresó una objeción parecida basándose en que era imposible un altruismo planetario implícito por parte de los organismos.

Después de un año de reflexiones, Lovelock presentó el modelo «El mundo de las margaritas», Daisyworld («Biological homeostasis of the global environment: tha parable of Daisyworld»), para ilustrar el modo en que Gaia podría evolucionar sin planificación: «presentó un mundo imaginario que giraba como la Tierra al describir círculos y era calentado por un astro que era un gemelo idéntico de nuestro propio Sol. En este mundo la competencia por territorio entre dos especies de margaritas, una de color oscuro y otra de color claro, hizo que se regulara con precisión la temperatura planetaria de modo que se acercase a la que era cómoda para plantas como margaritas. No se recurrió a ninguna previsión, planificación ni propósito».

¿Qué estabilizó este sistema?.

"En Daisyworld una especie nunca puede crecer sin trabas. Si la población de un tipo de margarita crece repentinamente, el entorno se vuelve adverso y se restringe el crecimiento. De igual manera, mientras las margaritas crecen, el entorno no puede moverse hacia estados desfavorables: se lo prohibe el crecimiento reactivo de la margarita del color pertinente".

Lovelock señala, «el estrecho acoplamiento de las relaciones que restringen tanto el crecimiento de las margaritas como la temperatura planetaria es lo que hace que el modelo se comporte».

Los resultados de este experimento terminaron por remecer a la comunidad científica, que debió aceptar que -a lo menos- Gaia podía ser posible.

De este modo surgió la Conferencia de la Unión Geofísica Americana (AGU), de marzo de 1988. Patrocinada por la NASA, la Fundación Nacional de la Ciencia (NSF), la Mitre Corporation of McLean de Virginia y la propia AGU, la conferencia reunió a 150 científicos de casi todo el planeta.

«Fue un evento que hizo época -una verdadera Naciones Unidas de científicos de todo el planeta debatiendo una sola idea: la Hipótesis Gaia», escribió J.E. Ferrell, del San Francisco Examiner.

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A tal punto llegó el interés, que se encontraron presentes reporteros de Science, Nature, New Scientist, del Smithsonian y el National Geographic.

De hecho, los resultados fueron publicados en todo el mundo, incluido Chile, en el diario «El Mercurio».

En la conferencia, Lynn Margulis entregó un resumen actualizado de la Hipótesis Gaia, que hasta ahora se presenta como su formulación más precisa:

«La Hipótesis Gaia afirma que las condiciones de la superficie de la Tierra son reguladas por las actividades de la vida.

Especialmente, la atmósfera terrestre se mantiene lejos de un equilibrio químico con respecto a su composición de gases reactivos, estado de oxidación-reducción, alcalinidad-acidez, albedo y temperatura. Esta mantención ambiental es llevada a cabo por el crecimiento y actividades metabólicas de la suma de los organismos, es decir, la biota.

La hipótesis implica que si se llegara a eliminar la vida, las condiciones en la superficie de la Tierra revertirían a las interpoladas para un planeta ubicado entre Marte y Venus.

Aunque los mecanismos detallados de control de la superficie de la Tierra son escasamente entendidos, deben involucrar interacciones entre aproximadamente treinta millones de especies de organismos.

Los microorganismos, animales y plantas, todos los cuales crecen exponencialmente, pueden afectar por ejemplo, la absorción de radiaciones; la producción de polímeros; el intercambio de gases; la concentración de iones de hidrógeno en solución, color y alteración del albedo; y las relaciones del agua.

Así, almacenan dentro de ellos mismos mecanismos potenciales de función gaiana y probablemente son de importancia crucial para la modulación y mantención de las condiciones de la superficie de la Tierra.

El potencial para el crecimiento exponencial, especialmente de los microbios, acoplado al potencial de las comunidades, proporciona mecanismos de reserva para cambios cualitativos de muchos procesos de profundas consecuencias ambientales».

Gracias a su confrontación con el mundo académico, la hipótesis Gaia se transformó definitivamente en Teoría, es decir, en una explicación plausible acerca del cómo se puede interpretar en mejor forma el fenómeno de la vida en la tierra.

No obstante, el verdadero impacto de la proposición se está recién comprendiendo. A partir de las ideas de Lovelock se han originado una pléyade de estudios, conferencias,

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libros y adiciones a la teoría original. Sus implicaciones abarcan virtualmente la totalidad del conocimiento humano, en aspectos tan amplios como la ética, la filosofía, la psicología, la economía, y la política vistas a través de Gaia.

Es nuestra intención verificar los aspectos relativos a la Política y Cultura Alternativas, desde las proposiciones emanadas de la Teoría, considerando su propuesta más radical: la noción de que Gaia posee Conciencia.

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La Teoría Gaia y el fenómeno de la Conciencia

Paradójicamente, el padre la Teoría Gaia no llegó a afirmar que su hija intelectual poseyera Conciencia. Por el contrario, James Lovelock se guardó mucho de atribuir a Gaia algún tipo de individualidad, que pudiese ser interpretada por la comunidad científica como la afirmación de que [ella], no es sólo una especie de súper organismo que controla los procesos metabólicos globales, sino que [además] piensa.

Sin duda, asumir una posición de esta naturaleza, hubiese relegado la primitiva hipótesis al cuarto oscuro de la ciencia, sin apelación posible. Lovelock estaba consciente de ello, e hizo lo posible por resguardar su hipótesis de esta interpretación.

No obstante, en varias ocasiones el científico ha reconocido que ha tenido la tentación de considerar a Gaia más allá de sus aspectos de control planetario cibernético.

En ello, no se encuentra solo, y no ha sido el primero.

A comienzos del Siglo VI a. de C., apareció en Grecia Tales de Mileto, el primero de los filósofos presocráticos. Como teórico, pensaba que determinados elementos aparentemente inanimados -la magnetita, por ejemplo-, podían estar vivos, doctrina conocida como hilozoísmo, la «creencia de que el mundo y la vida se penetran mutuamente, que muchas partes del mundo que aparecen inanimadas son en realidad animadas». Una generación después, Anaxímenes sostenía que «el aire funcionaba a modo de respiración del mundo», y Anaxágoras llegó a sostener que «una mente omnipotente controlaba toda la materia, animada e inanimada, aún cuando no estaba en toda ella».

Hipócrates sostenía una visión holística de la vida: «hay una corriente común, una respiración común, todas las cosas se encuentran en simpatía». Finalmente, Pitágoras y su escuela de Crotona llegaron a sostener: «la Tierra es un ser íntegro, vivo, inteligente», idea que también sostuvo Johannes Kepler.

Según el físico Paul Davies de la Universidad de Adelaida, Australia, la aparición del conocimiento, como un fenómeno del universo, en un determinado lugar y en un determinado tiempo concreto, no es ningún suceso casual, sino fundamental.

"Yo, personalmente, creo que la coincidencia entre seres racionales -capaces del pensar matemáticamente- y la estructura matemática de su mundo es tan improbable que tiene que ser única. La relación descrita entre matemáticas y mundo natural nos proporciona una cadena de pruebas en favor de que la inteligencia no ha surgido casualmente en el universo, sino que es una propiedad fundamental de éste".

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Al respecto, es importante señalar la definición que Gregory Bateson dio al concepto de Mente. Para Bateson la mente es un fenómeno de sistemas, característico de los organismos vivientes, las sociedades y los ecosistemas. «La mente es una consecuencia necesaria e inevitable de una determinada complejidad, que tiene su origen mucho antes de que los organismos desarrollen un sistema nervioso superior o un cerebro».

Desde la perspectiva sistémica, la vida no es una sustancia o fuerza, ni la mente una entidad que interactúa con la materia. Tanto la vida como la mente son manifestaciones del mismo proceso de autoorganización. La mente es la dinámica de autoorganización, y el cerebro o -para el caso- la célula, es la estructura biológica mediante la cual esa dinámica se realiza.

En la naturaleza, las mentes individuales están enclavadas en mentes mayores: los sistemas sociales y ecológicos, y ellos se integran al sistema mental planetario.

Estas ideas no son enteramente nuevas.

Ya a principios de siglo, Teilhard de Chardin postuló una teoría similar: en "El Grupo Zoológico Humano" señaló que el hombre es el cerebro de la mente planetaria a la que llamó Noosfera.

Poco después de su muerte, en 1955, se publicó en Francia "El fenómeno humano". La primera versión inglesa, editada en 1959 fue recibida como uno de los acontecimientos intelectuales más sobresalientes del siglo.

Chardin sostenía una visión particular de la evolución, que puso en aprietos a la ciencia ortodoxa de su época. El veía el desarrollo del universo material como un fenómeno externo acompañado de un equivalente interno, un dentro de las cosas. Como seres humanos, podríamos vernos exteriormente como organismos biológicos, pero también sabíamos que dentro de nosotros actuaba la conciencia. Al respecto, Teilhard escribió:

"La aparente restricción del fenómeno de la conciencia a las formas de vida superiores ha servido a la ciencia, desde hace mucho tiempo, de excusa para eliminarlo de sus modelos del universo. Una excepción rara, una función aberrante, un epifenómeno... el pensamiento se clasificaba bajo algunos de estos epígrafes con el fin de desembarazarse de él... la conciencia, para integrarse en un sistema mundial, hace necesario que se considere la existencia de un nuevo aspecto o dimensión en la esencia del universo. Es imposible negar que en lo más hondo de nosotros mismos, aparece un "interior" en el corazón de los seres... esto basta para garantizar que, en un grado u otro, este "interior" se imponga como existente en todas partes de la naturaleza desde todo el tiempo. Dado que la esencia del universo tiene un aspecto interno en algún punto de sí mismo, hay, necesariamente un aspecto doble en su estructura, es decir, en todas las regiones del espacio y el tiempo... coextensivo con su Fuera, hay un dentro en las cosas".

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Teilhard consideraba que "todo en la naturaleza está básicamente vivo, o, como mínimo, previvo". El estaba seguro de que el cosmos en general estaba "fundamentalmente y principalmente vivo". De no ser así «¿cómo podría la vida surgir de la materia?». Al respecto señalaba "la biología, al formar teorías, apenas ha reparado en la "evolución de la conciencia", apenas la ha estudiado".

Estos conceptos los expresó en forma de un gráfico, al que llamó la curva de la corpusculización: de las partículas elementales del universo nacieron las estrellas; de sus constituciones relativamente sencillas salieron los planetas, por medio de algún agente, donde aparecieron estructuras elementales más complejas, creando la geología. Al respecto señalaba: "observada en su parte central, la evolución de la materia se asocia -en las teorías actuales- a la edificación gradual, mediante formas cada vez más complejas, de los diversos elementos reconocidos por la química y la física".

Para él, por medio de algún agente desconocido, aparecieron las macro-moléculas, al menos en la Tierra, y de ellas, las células sencillas, luego la vida vegetal sencilla, luego la vegetación más compleja y las células también más complejas que culminaron con los organismos superiores.

Teilhard postuló que a organismos más complejos correspondían niveles superiores de conciencia, hasta llegar a los seres humanos, donde el desarrollo de la conciencia alcanzaba un punto crucial: se volvía autor reflexiva, capaz de percibirse a sí misma. La vida se volvía hacia su propio interior por medio del ser humano como agente. Podía observar su propio desarrollo. Su propia historia. Podía preguntar dónde iba.

La humanidad -para Chardin-, era el ápice de la evolución en la Tierra. La vida "nos empuja cada vez más a verla como una corriente subyacente en cuyo flujo la materia tiende a ordenarse sobre sí misma con la aparición de la conciencia".

Chardin pensaba que el hecho de que el mundo fuese redondo era importantísimo, ya que la vida, de haber aparecido en una superficie plana, se habría propagado implacablemente y luego hubiera disminuido de modo paulatino hasta desaparecer.

Pero, en la superficie cerrada de nuestro globo -ese espacio infinito encerrado en una estructura finita- forzosamente tenía que encontrarse consigo misma una y otra vez, creando vínculos e interacciones cada vez más complejos, los cuales iban acompañados de una conciencia creciente. Esto sucedió en el conjunto de la biosfera, pero especialmente en la humanidad (proceso que, a su juicio, empezó realmente en serio durante en neolítico). Al respecto señala:

"La primera fase fue la formación de proteínas hasta llegar a la etapa de la célula. En la segunda fase se formaron complejos celulares individuales, hasta el hombre inclusive. Ahora nos encontramos en el comienzo de una tercera etapa: la formación de un supercomplejo orgánico-social, el cual, como puede

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demostrarse fácilmente, solo puede ocurrir en el caso de elementos personalizados, reflexivos... la planetización de la humanidad... la humanidad formando gradualmente en torno a su matriz terrestre una sola e importante unidad orgánica, encerrada sobre sí misma; un solo hipercomplejo... archimolécula hiperconsciente, coextensiva con el cuerpo celeste en el que nació".

Para Chardin, la humanidad se encontraba situada en el vórtice de la evolución, y la esfera de conciencia planetaria, la "noosfera" (de noos, conocimiento), se encontraba a punto de cerrarse en sí misma. La noosfera era el dentro de la biosfera, la esfera terrestre de la mente, una capa de conciencia a escala mundial. La noosfera era el "espíritu de la Tierra".

"Nos encontramos en presencia, en posesión real, del superorganismo que hemos estado buscando, de cuya existencia sabíamos intuitivamente", afirmó Teilhard. Según él, la vida se encontraba a las puertas de un cambio aún mayor que la aparición de la conciencia auto reflexiva: "todos nosotros, juntos, y cada uno separadamente", de la manera en que las células del cuerpo tienen su propio nivel de existencia pero se combinan para producir algo que es mayor que sus partes. "Sin duda todo procede del individuo y -en primer lugar- depende del individuo, pero es en un nivel superior al individual donde todo se cumple".

Lo que ocurría con la sociedad humana no era un movimiento desordenado -al azar-, sino "algo que se movía con un propósito, como un ser vivo". Para él, la noosfera era real, tan real como la atmósfera, y no un concepto abstracto. Era una "asombrosa máquina de pensar".

"Lo que equivale en el exterior a la instauración gradual de un basto sistema nervioso (redes de comunicación mundial)... corresponde en el interior a la instalación de un estado psíquico sobre las dimensiones mismas de la Tierra"... esta visión lo llevaba a plantearse que: "hasta ahora nunca hemos visto que la mente se manifestara en el planeta excepto en grupos distintos y en estado estático. ¿Qué clase de corriente se presentará cuando el circuito se complete súbitamente? Creo que lo que ahora se está formando en el seno de la humanidad planetizada es esencialmente un rebrote de la evolución sobre sí misma (en otras palabras, una revolución)...

En este momento la vida se prepara para efectuar el salto supremo, esencial... ¿Quién puede decir que fuerzas quedarán en libertad, qué radiaciones?"

De allí que él postulara el que, paralelamente a la instauración de un sistema planetario consiente, las capacidades psíquicas de los organismos -y principalmente del ser humano- aumentarían paulatinamente...

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"¿no es posible que mediante la convergencia directa de sus miembros pueda [la humanidad planetizada], como si fuese por resonancia, emitir poderes psíquicos cuya existencia todavía es insospechada?... todo el complejo de relaciones interhumanas e intercósmicas se cargará de inmediatez, una intimidad y un realismo como el que desde hace mucho tiempo sueñan y perciben ciertos espíritus especialmente dotados del "sentido de lo universal", pero que nunca se ha aplicado colectivamente".

Finalmente, a través de la aplicación sistemática de la conciencia planetaria a acciones como la comunicación con otros planetas (por vías actualmente llamadas paranormales), y por ende, el mayor incremento de la autoconciencia, la evolución llegaría a alcanzar un "punto terminal noosférico de reflexión", al que dio el nombre de Punto Omega.

Chardin concebía el Punto Omega como un atrayente supremo, atrayendo la conciencia hacia él, y -al alcanzarlo- la conciencia alcanzaría su florecimiento definitivo. En el Punto Omega, la humanidad cesaría en un sentido espacio-tiempo y ascendería de lo "Ultra-Humano", a lo "Trans-Humano en el corazón esencial de las cosas"; no sería la muerte, sino un cambio de estado de proporciones últimas.

Como se sabe, las ideas de Chardin han sido rechazadas por la ortodoxia científica.

Principalmente, la Teoría Sintética de la Evolución es incompatible con su acercamiento al fenómeno de la conciencia como «fin» u «objetivo» del desarrollo de la vida [es tautológica y teleológica].

Desde nuestro punto de vista, una solución teórica al dilema chardineano se encuentra proporcionada en dos frentes amplios: la noción de mente desde la perspectiva batesoniana, y la teoría del Inconsciente Colectivo, de Carl Gustav Jung.

Con Bateson, la curva de la corpusculización se hace innecesaria: la mente es consubstancial a la vida, por extensión, al universo. Sólo hay una diferencia de grado en el modo en que ésta se manifiesta, pero se encuentra plenamente presente desde el propio Big-Bang.

Con Jung, podemos por primera vez acercarnos a la posibilidad de que Gaia efectivamente posea un tipo o especie de Conciencia.

Jung propuso que la unión del intelecto con la mente intuitiva es capaz de desvelar los patrones de la realidad. Introdujo esta visión en un contexto aún más amplio, el Inconsciente Colectivo: una dimensión simbólica universal, especie de memoria racial o almacén de conocimientos común a toda la especie.

«El Inconsciente Colectivo es esa parte de la psique que conserva y transmite la común herencia psicológica de la humanidad».

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La fuerza de la visión jungeana aplicada a la Teoría Gaia, nos permite afirmar que -en sentido amplio-, la posibilidad de que un tipo de mente planetaria se desarrolle paralelamente a la evolución de las especies es, al menos, sostenible.

Partiendo de la afirmación de que el inconsciente colectivo actúa a manera de «memoria racial» (sensu stricto: genética), es posible sostener que cada especie -desde las primeras bacterias anaerobias en el mar primordial, hasta el propio ser humano-, atesora la experiencia de la suma total de sus individuos en una estructura mental (no física), que trasciende a quienes la originan, en el caso humano, proyectándose a través de símbolos arquetípicos.

La lógica del análisis nos lleva a sostener que, en determinado momento, la suma de los inconscientes colectivos particulares, conforma una entidad mayor que las partes que lo componen, un Inconsciente Colectivo Planetario, «almacén de conocimientos común a todo el Planeta».

Siguiendo a Bateson, podemos afirmar que esta estructura mental no precisa de un órgano específico para sostenerse. Gaia posee una mente que no se encuentra ubicada en ninguna de sus especies particulares, que las contiene a todas, y que se manifiesta en cada una.

Paralelamente, esta mente planetaria se expresa en un determinado tipo o nivel de conciencia: el «conocimiento que los organismos tienen de su propia existencia, estado y actos».

De allí que sea factible proyectar -tentativamente-, la manifestación de la conciencia Gaiana, a determinados eventos planetarios, como la aparición de fenómenos culturales específicos: las primeras asociaciones pluricelulares, los primeros sistemas sociales, el dominio de tecnologías de control ambiental (fuego, agricultura), e incluso -aventurándonos aún más-, el surgimiento de corrientes de cambio cultural, como la actual tendencia ecológica y todas sus implicaciones.

Estamos bastante seguros de que muchos pensadores en el planeta se encuentran sosteniendo puntos de vista similares, aunque ello no prueba la valía de estas ideas por sí mismas. No obstante, ya que estamos en una labor de proyección de estas nociones, queremos proponer una visión aún mayor.

Gaia, de poseer un determinado nivel de conciencia, se encontraría en condiciones similares a las de un niño que recién comienza a dominar el lenguaje. En amplio grado, en la etapa intermedia entre el inconsciente y los rudimentos de una conciencia plena.

Sostenemos que la noosfera se encuentra pasando la etapa del Inconsciente Colectivo al Consciente Colectivo: la capacidad del Planeta de adquirir plena noción de su existencia, estado y actos.

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Sostenemos que el incremento de las comunicaciones globales, el descubrimiento de la existencia de vestigios de vida en otros planetas del sistema solar y el nacimiento de una nueva cosmovisión planetaria -entre otros muchos-, son aspectos del mismo fenómeno: la capacidad creciente de la Tierra Viva para adaptarse a un nuevo nivel de comprensión.

Sostenemos que esta visión es compartida por innumerables mentes en todo el planeta, y que el estudio, discusión y análisis de sus implicaciones resultan de vital importancia para toda la vida en la Tierra.

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Gaia en la Historia, la Política y la Cultura Alternativas

"Viene raffigurata come una donna che tiene in grembo due bambini tra fiori e frutta. All’ombra della sua fecondità tranquilla e regale, placidamente sostano una pecora e un bue. Ai lati, due figure femminili seminude più piccole: quella di destra, simbo leggiante l’Acqua, cavalca, sopra onde increspate, uno squamoso serpente di mare, l’altra, l’Aria, seduta sul dorso di un cigno, trasvola un ciuffo di canne palustri. La brezza ha gonfiato le loro vesti come se fossero delle vele ma il gesto con cui trattengono l’ampio lembo del mantello non è

di pudore".

Gaia en La Cultura El enfoque gaiano implica una profunda transformación en nuestro modo de comprender las cosas. Remite a un mundo en que no hay sucesos independientes, en que cada parte afecta al todo y en que el todo resulta mayor que la suma de sus partes. En un análisis superficial, estos principios parecerían encontrarse acordes con las tendencias homegeneizantes, globalizantes y unificadoras que el sistema parece proponer.

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En un análisis superficial, Gaia se encuentra de acuerdo y proporciona una base teórica a visiones del tipo «aldea global», «desarrollo ambientalmente sustentable» e «internacionalización global política y económica». No obstante, ello es sólo efectivo en la medida que el propio sistema puede utilizar la teoría para sus fines. En sentido estricto, Gaia supone una completa revolución de nuestra comprensión del poder, del control y del destino de la vida humana en el contexto mayor de la vida planetaria. Básicamente, ninguna de las ideologías dominantes, posee una estructura teórica original, que se funde en postulados coherentes con la teoría de la Tierra Viva. Una primera aproximación a este hecho, la proporciona el contraste entre las teorías de la historia [humana], y su interpretación desde la perspectiva Gaiana. Para los filósofos de la historia, desde Arnold Toynbee a Francis Fukuyama, la interpretación de los procesos históricos tiene su origen en y desde una perspectiva social, esto es -para ellos- supra biológica. Lo anterior se encuentra en desacuerdo con la visión batesoniana que sostiene: "Los procesos políticos no son sino fenómenos biológicos ¿pero qué político sabe esto?". Paralelamente, Maturana proporciona una base para la comprensión de la sentencia de Bateson, a partir de sus postulados sobre Teoría del Conocimiento. En apretada síntesis, el autor señala que nuestra comprensión del mundo, está íntimamente ligada a nuestra ontogenia, la que es principal y finalmente biológica. Desde la perspectiva gaiana, hay una profunda indivisibilidad entre la evolución de las especies y la evolución del entorno, como Lovelock sostiene: «Gaia existe gracias a las adaptaciones de sus especies, y éstas se adaptan siguiendo las fluctuaciones adaptativas Gaianas, que son mayores que la suma de las adaptaciones de las especies que la forman».

De acuerdo a esto, ningún proceso histórico resulta aislado, independiente, de condiciones y condicionantes que en primera y última instancia resultan ser biológicas. Para proponer una nueva visión de lo humano, el sistema debería renunciar a la pretensión de que los procesos históricos se encuentran aislados -que son independientes-, de fenómenos biológicos mucho mayores y que apenas hemos comenzado a vislumbrar. No se trata en ello de reducir toda la sociología, toda la filosofía y toda la ética a una especie de agregado biológico incluso descartable. Se trata de volver a repostularnos la posición de lo estrictamente humano, en un plano que lo engloba, que lo contiene y que lo modifica en un rango mucho mayor que lo que hasta ahora se había aceptado.

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La base teórica de la ideología dominante puede retrotraerse dos fuentes: la visión cartesiana del universo, esto es, el reduccionismo que lleva a la separación absoluta entre mente y cuerpo (Cogito ergo Sum), y el predominio absoluto de la lógica aristotélica en la comprensión del mundo (sistemas lineales de causa y efecto, o principio de causalidad). En tal sentido, la ideología dominante se estructura sobre la sentencia de que “si algo es bueno, más de lo mismo es mejor”, esto es, un proceso lineal, proyectado al infinito sobre los ejes del tiempo y el espacio, del que se excluyen procesos mentales no “racionales”, como la emoción y la intuición. Gaia se desarrolla sobre los postulados circulares derivados de la actual comprensión de los sistemas cibernéticos. En ellos, causa y efecto resultan ser «etiquetas» colgadas a instantes definidos subjetivamente, de un único proceso. En un sistema cibernético -no lineal- causa y efectos no son discernibles aisladamente de la totalidad del fenómeno. Lo anterior implica que no se puede comprender el proceso a través del método cartesiano, reduccionista, ya que las partes no explican el todo, y cualquier sistema teórico que se desarrolle sobre esta noción es limitado y parcial. De la comprensión de los sistemas cibernéticos surge la Teoría General de Sistemas que sostiene: “en todo sistema, cada una de las variables se relaciona con las demás de una forma tan completa que no cabe establecer separación entre causa y efecto. Una única variable puede ser a la vez causa y efecto. La realidad se resiste a quedarse quieta. ¡Y no es posible desmontarla!”. Resulta especialmente interesante comprobar que la civilización occidental, antes de la implantación de la cultura judeo-cristiana, poseía un vínculo profundo con el entorno. Desde sus Dioses hasta sus sistemas sociales estaban imbricados en y con la naturaleza. Gaia no es sino una de innumerables diosas Tierra o diosas Madres (genéricamente llamadas Venus en arqueología), que -como ha señalado la arqueóloga Marija Gimbutas-, pueden retrotraerse en Europa hasta el final del período Paleolítico Medio y el comienzo del Superior, en la cultura Perigordiense, entre 33 y 35 mil años a. de C. Como indica la investigadora Bárbara Walker: "A la tierra se le han dado miles de nombres femeninos -Asia, Africa, Europa- recibieron el nombre de manifestaciones de la Diosa. Diversos países llevaban el nombre de alguna antepasada o de otra manifestación de la Diosa: Libia, Rusia, Anatolia, Lacio, Holanda, China, Jonia, Akkad, Caldea, Escocia [Scotia], Irlanda [Eriu, Erin, Hera], fueron sólo unos pocos. Cada nación dio a su propio territorio el nombre de su propia Madre Tierra".

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En América, la divinidad existía bajo los nombres de Pacha-Mama o Mamanchic para los Incas; Mapu para los Mapuches; Ixchel, la Hera del panteón Maya; Coatlicue para los Aztecas; la Nuna de los esquimales; Tacoma de los Salish; Maka Ina de los Siux Oglalas; Iyatiku de los Keres y Kokyang Wuthi de los Hopis, además de otros muchos. En Africa era Mawu; Nin-hursag en Sumer; Hepat en Babilonia, Mami en Mesopotamia; Isis o Hator en Egipto; Innana, Astarté, Ishtar o Asherah en Oriente Medio; Rhea en Creta; Kubaba en Turquía, Cibeles en Grecia; Semele en Tracia y Frigia; Zemyna en Lituania; Pele en Hawai... la lista es interminable. El historiador del arte Merlin Stone comenta: "No nos... encontramos ante una desconcertante miríada de deidades, sino ante una variedad de títulos que son el resultado de lenguajes y dialécticas diversos, pero cada uno de los cuales se refiere a una divinidad femenina muy parecida... se hace evidente que la deidad femenina en el Próximo Oriente, en Oriente Medio y en muchas otras partes del mundo, era venerada como Diosa, del mismo modo que la gente hoy piensa en Dios". Es posible sostener que hay una profunda ligazón entre estas Diosas y un determinado tipo de proceso social. Son culturas que por definición resultan «ecológicas», en vinculación armónica y orgánica con la Tierra. Son culturas de procesos productivos circulares, expresados por medio del uso intensivo de los productos naturales -carne, pieles, huesos; hojas, tronco, semillas, raíces- y su continuo reciclaje. Detentan una cosmovisión generalizada -calificada como «animista» por el sistema-, que en su significado intrínseco proporcionaba un lugar definido para el hombre en el entorno, como parte de él, cosmovisión que puede resumirse adecuadamente en la famosa frase del Jefe Seattle: «La Tierra no pertenece al Hombre. El Hombre pertenece a la Tierra». Sólo con el cristianismo puede hablarse de religión: el intento de ligar a Occidente -y a todas las culturas del planeta- a un dios que no le pertenece. Todo esto cambia con la implantación de la Teología Cristiana en Occidente. Se produce un quiebre histórico que dura -a lo menos-, mil años. Toda la Edad Media. Allí se suplanta sistemática y conscientemente el antiguo culto por la nueva religión. Y hacemos la diferencia entre culto y religión ya que para las creencias originales no había nada que re-ligar. El hombre y la naturaleza eran uno. Sólo con el cristianismo puede hablarse de religión: el intento de ligar a Occidente -y a todas las culturas del planeta- a un dios que no le pertenece. El cristianismo no sólo utiliza los antiguos lugares de culto, transformados en otras tantas Iglesias y santuarios. Durante más de mil años asesina a los sacerdotes y sacerdotisas de la antigua religión, al principio por Paganos, luego por Herejes, más tarde por Brujos.

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Occidente se queda de este modo sin historia. Sin su historia. Habrá que esperar mil años antes de que -gracias a los árabes-, a través de España vuelvan a recordarse las raíces de Occidente. El Renacimiento no es sino el recuerdo de la cultura precristiana occidental, sintetizada magistralmente por los griegos, conservada hasta el año 415 en la Biblioteca de Alejandría, preservada por Bizancio, traducida al sirio y de éste al árabe y vuelta a Europa desde la España mora. (NdE: ver Pendragón Nº 7, "La angustia de recordar"). El doble error de las teorías de la historia postuladas por la ideología dominante, subyace tanto en su negación del ámbito biológico -ámbito omnipresente en la civilización precristiana-, como en la doctrina de que hay una Solución de Continuidad obvia entre el Mundo Antiguo, la Edad Media y la época Moderna. Sostenemos que Occidente es amnésico. En sentido estricto, no posee recuerdo de sus raíces históricas. Sólo desde el Renacimiento hemos comenzado -muy lentamente-a recordar. A través de la Teoría Gaia podemos remontarnos a los albores de la conciencia humana, de allí al sentido último y final del Ser Humano en la Tierra Viva.

Gaia en la Política

Extrañamente, quienes vienen sosteniendo los enfoques Gaianos en diversos ámbitos del pensamiento, se han visto enfrentados a una terrible paradoja respecto a los aspectos políticos del nuevo paradigma. Desde nuestra posición, resulta sintomático que esta paradoja deviene de la imposibilidad de aceptar que -finalmente-, muchas de las posiciones que se pretenden establecer como “propias” de una política Gaiana, son básicamente peticiones de principio a priori, producto de la incapacidad estructural de los teóricos, de plasmar la concepción gaiana en nuevos modelos políticos. Un aspecto en que ello resulta evidente, es la defensa absoluta de la Democracia como forma de gobierno intrínseca o lógicamente adecuada a una política gaiana. La paradoja estriba en que no hay evidencias concretas que señalen que -desde una perspectiva ecológica-, el sistema democrático resulta adecuado como forma de gobierno. Más bien los hechos señalan lo contrario.

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Ante una cultura que fomenta la individualidad como eje del proceso democrático, se hace evidente que en Gaia no hay individuo: no existe un ente concebible aislada e independientemente de los demás. Por definición, Gaia es orgánica, jerarquizada y poliestructurada. No obstante, debemos señalar que esta “jerarquía” no hay que buscarla en estructuras conceptuales existentes. En tal sentido, quizá el principio de liderazgo es la visión de jerarquía que más se aproxima a lo que estamos señalando: una autoridad que proviene de la responsabilidad y de la entrega total, esto es, altruismo. ¿Cómo se realiza una política basada en el altruismo?, o mejor, ¿qué estructura política responde a esta noción? Humberto Maturana señala: “Sin altruismo no hay fenómeno social”, y la ecología [el estudio de las relaciones], nos enseña que en la naturaleza los fenómenos sociales tienen como origen conductas altruistas. En la naturaleza, el ser “jefe” implica una voluntad o instinto de sacrificio absolutos, y de allí una autoridad también absoluta para con el clan, rebaño o manada. A modo de ejemplo, dos casos específicos: En los leones el jefe de manada cumple un rol muy específico: defender al grupo de otras manadas, vía lucha con los machos dominantes adversarios, y posible resultado de muerte. Muerto el jefe, la manada se disgrega, perece como estructura social. Caso similar en los Lobos y otras muchas especies. En los elefantes, La jefe de clan enfrenta el peligro: machos solitarios, leones o humanos. Lo mismo en las gacelas, los papiones, mandriles y miles de ejemplos. Respecto al hombre, Hitler señala: “El instinto de conservación ha alcanzado en él su forma más noble, al subordinar su propio yo a la comunidad y llegar al sacrificio mismo en la hora de la prueba. El criterio fundamental del cual emana este modo de obrar, lo denominamos -por oposición al egoísmo- idealismo. Bajo este concepto entendemos únicamente el espíritu de sacrificio del individuo en favor de la colectividad, en favor de sus semejantes”. Aquí se encuentra, a nuestro entender, la expresión máxima de una política altruista. Se podrá argumentar que esta noción resulta “ideal”, es decir, inalcanzable. No obstante resultaría igualmente absurdo hablar de cosmovisión sin hablar de utopía. Por definición un ideal es una utopía, y vice versa.

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Se trata en esto de construir una nueva civilización cimentada -por vez primera en la historia humana-, en una conciencia profunda de nuestra posición en la naturaleza. Si hay lugar para desarrollar una utopía que logre ser alcanzada, si hay lugar para un ideal que pueda ser una meta, sostenemos que su origen se encuentra en las ideas que hemos venido presentando. De allí que cuando hablamos de una política basada en el altruismo, estemos hablando de un ideal/meta, concepto que sólo puede surgir de la posibilidad biológica de llevarlo a cabo. Si la política y la cultura alternativas han de poseer un ámbito de desarrollo que les sea propio, hay que buscarlo precisamente en la raíz del aforismo “Conócete a ti mismo”, de donde luego “Sé tu mismo”. Estructuralmente, una visión de esta naturaleza debe expresarse en una multiplicidad dinámica de sistemas culturales, sociales y políticos. Por extensión, tales sistemas comprenden la totalidad, en el sentido de que abarcan -holísticamente-, comunidades insertas en ecosistemas que están ligados a ámbitos mayores, hasta llegar a Gaia. De allí surge la posibilidad estructural de generar sistemas sociales más consientes, en un planeta vivo que piensa a través de nosotros. Un resumen provisional de las concepciones respecto del poder y la política generadas por el nuevo paradigma, versus la ideología dominante, lo proporciona Marilyn Ferguson en su libro “La Conspiración de Acuario”, resumen al que hemos agregado nociones propias:

Antiguo Paradigma

Énfasis en los programas, los temas, las tribunas, los manifiestos, los objetivos.

Cambios impuestos o inducidos por la sola voluntad de la autoridad.

Institucionaliza la ayuda y los servicios. Actitud paternalista.

Tendencia a un gobierno central fuerte.

Distribución piramidal del poder. Jerarquía artificial.

Poder sobre los otros o contra los otros. Alternativa: ganar o perder.

Gobierno como institución monolítica.

Respeto a los intereses adquiridos. Manipulación. Ejercicio del poder por medio de representantes.

Nuevo Paradigma

Énfasis en una perspectiva nueva. Resistencia a los planes y programas rígidos.

El cambio emana del consenso y/o por los líderes.

Fomenta las redes de autoayuda y de mutua ayuda. Actitud cooperativa y de autodisciplina.

Gobierno descentralizado siempre que resulte posible.

Distribución horizontal y circular del poder.

Poder con los otros. Alternativa: ganar o ganar.

Gobierno como consenso y sujeto a cambios.

Respeto por la autonomía de los demás en función de la colectividad.

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Democracia vía libre mercado.

Modelo puramente racional, lineal, aristotélico y cartesiano.

Sistema estático.

Dirigentes agresivos, seguidores pasivos. Interacción de dependencia clásica.

Orientado en función de partidos o temas concretos propuestos y sostenidos por los mismos partidos.

O pragmático o visionario.

Énfasis en la libertad con respecto a ingerencias determinadas.

Gobierno para mantener a la gente a raya (estado policial, rol disciplinario, o cómo padre benévolo).

Izquierda contra derecha (al menos hasta que haya Gobierno Mundial).

Humanidad como conquistadora de la naturaleza: Ideología explotadora de recursos.

Acento en las formas impuestas desde el exterior. Incapacidad estructural de responder al «conócete a ti mismo».

Negación de la personalidad.

Programas y proyectos de actuación a corto plazo o con financiamiento diferido.

Instituciones, programas y ministerios fijos.

Elección entre intereses individuales o comunitarios.

Aprecio de la adaptación y el conformismo.

Compartimentalización de los aspectos de la experiencia humana: "Cogito ergo sum".

Modelado de acuerdo con la visión newtoniana del universo.

Mecaniscista, atomista, reduccionista.

Economía basada en procesos lineales dirigidos al infinito: "Si algo es bueno, más de lo mismo es mejor"

Explotación. Plusvalía. Capital como bien primordial. Usura.

Antinatural. Artificial.

Altruismo. Interdependencia. Holismo.

Principios a la vez racionales e intuitivos. Aprecia la interacción no lineal.

Sistema dinámico.

Líderes y seguidores comprometidos en una relación dinámica, de flujo e influjo.

Orientado en función de un paradigma. Política determinada por la cosmovisión y la comprensión.

Pragmático y visionario.

Énfasis en la libertad creadora. Autoconocimiento.

Gobierno para fomentar el crecimiento, la creatividad, la cooperación, la transformación, la sinergia.

Ni izquierda ni derecha. Síntesis Ecofilosófica.

Humanidad como parte de la naturaleza: Fomento del equilibrio ecológico. Actitud recicladora.

Acento en la necesidad de transformación de los individuos como vía al cambio. Comprensión.

Fomento de la personalidad.

Previsión de repercusiones a largo plazo. Énfasis en la ética y la flexibilidad. Desarrollo sustentable.

Experimentación. Evaluación frecuente. Autogestión.

No se plantea esa elección. Reciprocidad de intereses.

Diferencia. Pluralismo. Innovación. Estímulo para mejorar.

Interdisciplinariedad. Holismo. Interfecundación. Conexión. “Mens sane in corpore sane”.

Fluido. Concebido de acuerdo a los postulados de la física moderna. Cuántico. Cibernético. Circular.

Economía basada en la sustentabilidad estructural, el valor del trabajo y el reciclaje.

Trabajo como bien primordial. Fin de la usura.

Natural.

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Gaia en la Cultura Alternativa

Ante una ideología dominante que sostiene una hegemonía cultural unipolar globalizante, Gaia sostiene la policulturalidad como base de la evolución biosocial. Esta policulturalidad no dice relación con una especie de hetereogeneidad amorfa.

Gaia nace y se desarrolla, a partir de la posibilidad estructural de la diferencia como base de la evolución.

La ideología dominante persigue el logro de una «unicidad» universal, una «monótona noche en que todas las vacas son negras», citando una de las cáusticas frases hegelianas. Esto se disfraza con la verbosidad humanista, para la cual «todos somos iguales», o «todos somos hermanos».

No obstante, a partir del hecho simple de que para referirnos a los seres que sustentan la vida en Gaia, utilizamos el término «especie», se deduce que la especificidad y la particularidad, la rica abundancia de seres y cosas diferentes, son la realidad constitutiva y consubstancial a la vida.

El «totalitarismo unificador» del sistema no permite la evolución, de hecho, la niega. Se remite evidentemente a un «fin de la historia», en que a expensas de un supuesto «beneficio colectivo», se suprime la posibilidad de engendrar nuevas y mejores expectativas y posibilidades.

La totalidad que nosotros sostenemos, es una estructura ricamente articulada que posee una historia y una lógica interna propia. El holismo en este caso, es resultado de un esfuerzo consciente para verificar como se ordenan las particularidades de la vida en la tierra, como su «geometría» [según lo plantearían los antiguos griegos], hace que el todo sea más que la suma de sus partes.

De allí que la totalidad a la que hacemos referencia, no debe confundirse con la «unicidad» de la que hemos hablado, unicidad espectral que torna a la disolución cósmica en una especie de nirvana democapitalista sin estructura alguna.

La totalidad gaiana es una estructura ricamente articulada, que posee una historia y una lógica propias. En ella, cada sistema cultural posee su propia articulación, su propia diferencia, su propia y característica historia y lógica.

La unicidad del sistema, busca estipular una finalidad inexorable al curso de la evolución humana, lo que lleva implícito un concepto teleológico estrecho -inhumano-, de «ley social», que niega la capacidad de la voluntad del hombre y de la elección personal en favor de la colectividad, para dar forma al curso de los acontecimientos sociales.

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Estipular que lo social resulta independiente de lo biológico, -por extensión, de lo ecológico-, lleva a generalizar la visión de que las leyes humanas están «fuera» de un contexto mayor, delimitado por la vida en toda su amplitud. Ello se vincula directamente al objetivo de conformar una única cultura global, mixtura indiscernible producto de la trituración de las diferencias culturales.

Así también queda en evidencia el verdadero antirracismo del sistema: la definición de que para acabar con el «odio entre las razas» se debe promover una civilización multiracial. Ciertamente, el odio contra una o más razas es antirracismo, ya que implica una actitud contra la naturaleza, contra la raza.

Desde la perspectiva Gaiana, la raza es una condición natural de la evolución de las especies. La biodiversidad se basa en el proceso de especiación, cuya manifestación primaria es el surgimiento de razas diferentes a partir de una misma especie. La raza se vincula directamente con el desarrollo de las poblaciones. La capacidad evolutiva de adaptación se sustenta en esta posibilidad. Sin razas no hay fenómeno adaptativo. Sin raza no hay evolución.

La visión gaiana sostiene que la etnia de un pueblo es fundamental para comprender su idiosincrasia, su arte, su cultura, su historia y su lógica. Esto es una política racista.

El sistema propende a la negación de las individualidades culturales, deshace la adaptación al promover la hibridación, frena la evolución al negar la diferencia. De este modo el sistema propone un modelo político antirracista: contrario a las razas y las culturas.

En palabras de Miguel Serrano:

«Racismo es considerar que la raza y la variedad de culturas y de formas de vida es algo que se debe mantener, y que éstas están basadas en la variedad y riqueza de las etnias del mundo. Y que por tanto esa variedad cultural y vivencial debe ser mantenida mediante el apoyo a la diversidad étnica, no mediante la uniformización racial. Esta es la base del racismo, no cualquier otra consideración que se pretenda sacar de esta premisa».

Gaia proporciona un marco teórico extraordinariamente sólido para el desarrollo de una Cultura Alternativa, cultura que se está generando paralelamente en muchos lugares y por muchas personas del Planeta.

Esta cultura posee vinculación directa con una historia anterior a la civilización judeo-cristiana, historia por ello inconclusa. La historia de todas las culturas recicladoras, ecológicas y altruistas, enraizadas en un vínculo estrecho con el planeta, desarrollándose a velocidades y en procesos diferentes, unidas estructuralmente por un Inconsciente

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Colectivo característicamente humano, proyectado en símbolos arquetípicos que han guiado la evolución de la nuestra conciencia hacia una mente aún mayor.

En la medida que seamos capaces de promover la diversidad cultural, en la medida en que logremos comprender la diferencia y aprovecharla en beneficio de la colectividad planetaria, la humanidad toda adquirirá nuevos niveles de conciencia. De este modo el gran animal llamado Gaia podrá mirarse y mirar al universo para entender que no está solo, que no es el único, y que la historia de su especie humana es sólo una más entre millares, en un universo infinito, cada vez más vivo...

Y cada vez más consiente.

"La Teoría Gaia en la Cultura y la Política Alternativas", se presentó a modo de ponencia en el "II Encuentro Iberoamericano de Metapolítica" - "Primer Encuentro de la América Románica de Política y Cultura Alternativas", realizado en 1996, en que participó el entonces Director de Revista Pendragón, Alexis López.

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