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El valor de la norma y su relación con la Ética y la Moral Por: Mónica Flórez Crissién 1 Existe una idea muy vaga de lo que significa la ética y mucho menos de lo que representa la moral, una palabra bastante desgastada, asociada erróneamente a la religión, a la prohibición, al tabú sexual, a la renuncia, a la coerción. Es así como en el lenguaje cotidiano se tienden a confundir los dos conceptos, como si fueran uno solo. Muy pocos observan y analizan la moral como esa ayuda que recibimos de “los que ya han vivido, para que aprendamos a vivir mejor”, como esa orientación que nos invita a reflexionar en torno a lo que necesitamos los seres humanos, o como esa realidad histórica que nos invita a transformarla, porque ya no responde a las necesidades de la época. En un mundo donde reina el pragmatismo, el utilitarismo, el hedonismo, pareciera entonces que la ética y la moral estuvieran fuera de lugar, que solo siento de mi incumbencia si me afecta de manera directa. Nos comportamos como aquella caricatura de Quino 2 , donde aparece un televidente cómodamente sentado en la sala de su casa, y el noticiero le está mostrando la mecha de una bomba a punto de explotar. La respuesta del televidente frente a esta imagen se resume en la expresión “menos mal que el mundo arde siempre por otro lado”. Pero lo que no sabe el protagonista de esta caricatura es que sin saberlo, está precisamente sentado sobre la bomba. La bomba es el mismo planeta tierra… La indiferencia de este personaje en relación con lo que acontece en el mundo, se encuentra irremediablemente asociada a su propia ignorancia, ya que si tuviera el conocimiento necesario, seguramente no se quedaría cómodamente sentado y además, despreocupado, frente a la inminente realidad que le depara. Situaciones de este tipo son producto del desconocimiento del valor de la historia, por ejemplo, no como un conocimiento muerto y repetitivo, sino como ese otro conocimiento que adquiere sentido en la medida en que aprendemos a leer a través de ella, esas leyes que me gobiernan hoy, que me permiten comprender mi presente, reflexionar sobre mi pasado y pronosticar mi futuro. No vaya a ser que nos suceda como a Faetón 3 y el joven tecno de la posmodernidad, que sufre un accidente automovilístico grave, quedando totalmente vendado en la clínica, y que recibe la visita de su preocupado padre, quien le lleva los libros de la universidad para que no se atrase, y se pone a leerle el tema de las momias de Egipto. El indolente y testarudo joven universitario, convertido en toda una momia por causa del accidente, responde sin embargo: “Uff, momias… ¡Qué diablos tengo yo que ver con las momias!”. 1 Comunicadora Social- Periodista. Especialista en Estudios Pedagógicos. Candidata a Magistra en Comunicación. Docente investigadora de las áreas de Ética y Competencias Comunicativas. 2 Quino http://enjusticiaglobal.wordpress.com/tag/quino/ 3 Faeton. http://ainis.files.wordpress.com/2007/02/quino.gif

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El valor de la norma y su relación con la Ética y la Moral

Por: Mónica Flórez Crissién1

Existe una idea muy vaga de lo que significa la ética y mucho menos de lo que representa la moral,

una palabra bastante desgastada, asociada erróneamente a la religión, a la prohibición, al tabú

sexual, a la renuncia, a la coerción. Es así como en el lenguaje cotidiano se tienden a confundir los

dos conceptos, como si fueran uno solo. Muy pocos observan y analizan la moral como esa ayuda

que recibimos de “los que ya han vivido, para que aprendamos a vivir mejor”, como esa

orientación que nos invita a reflexionar en torno a lo que necesitamos los seres humanos, o como

esa realidad histórica que nos invita a transformarla, porque ya no responde a las necesidades de

la época.

En un mundo donde reina el pragmatismo, el utilitarismo, el hedonismo, pareciera entonces que

la ética y la moral estuvieran fuera de lugar, que solo siento de mi incumbencia si me afecta de

manera directa. Nos comportamos como aquella caricatura de Quino2, donde aparece un

televidente cómodamente sentado en la sala de su casa, y el noticiero le está mostrando la mecha

de una bomba a punto de explotar. La respuesta del televidente frente a esta imagen se resume

en la expresión “menos mal que el mundo arde siempre por otro lado”. Pero lo que no sabe el

protagonista de esta caricatura es que sin saberlo, está precisamente sentado sobre la bomba. La

bomba es el mismo planeta tierra…

La indiferencia de este personaje en relación con lo que acontece en el mundo, se encuentra

irremediablemente asociada a su propia ignorancia, ya que si tuviera el conocimiento necesario,

seguramente no se quedaría cómodamente sentado y además, despreocupado, frente a la

inminente realidad que le depara. Situaciones de este tipo son producto del desconocimiento del

valor de la historia, por ejemplo, no como un conocimiento muerto y repetitivo, sino como ese

otro conocimiento que adquiere sentido en la medida en que aprendemos a leer a través de ella,

esas leyes que me gobiernan hoy, que me permiten comprender mi presente, reflexionar sobre mi

pasado y pronosticar mi futuro. No vaya a ser que nos suceda como a Faetón3 y el joven tecno de

la posmodernidad, que sufre un accidente automovilístico grave, quedando totalmente vendado

en la clínica, y que recibe la visita de su preocupado padre, quien le lleva los libros de la

universidad para que no se atrase, y se pone a leerle el tema de las momias de Egipto. El

indolente y testarudo joven universitario, convertido en toda una momia por causa del accidente,

responde sin embargo: “Uff, momias… ¡Qué diablos tengo yo que ver con las momias!”.

1 Comunicadora Social- Periodista. Especialista en Estudios Pedagógicos. Candidata a Magistra en Comunicación. Docente investigadora de las áreas de Ética y Competencias Comunicativas. 2 Quino http://enjusticiaglobal.wordpress.com/tag/quino/ 3 Faeton. http://ainis.files.wordpress.com/2007/02/quino.gif

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“Uff, ética… ¡Qué diablos tengo yo que ver con la ética…!”

El pretexto de la caricatura anterior, nos lleva a formularnos la siguiente pregunta: ¿Qué diablos

tengo yo que ver con la ética? O, en palabras más académicas, ¿por qué ética? Como una primera

aproximación a su respuesta, diría que porque ética le compete al mundo y cada uno de nosotros

hace parte de él, no como simples sujetos pasivos, sino como protagonistas de una historia en la

que se asume una condición activa. Porque ética tiene que ver con lo único que nos hace libres: el

conocimiento, el medio que nos da los elementos necesarios para saber discernir entre diferentes

alternativas de acción, acciones que puede que nos afecte solo de manera individual, o que puede

afectar a varias personas o a toda una comunidad.

Que por qué ética… Porque ética tiene que ver con procesos de humanización, porque no basta

con nacer biológicamente mujer o biológicamente varón, sino que además debemos aprender a

serlo. Porque el ser humano está permanentemente “por hacerse”. Para ello, es indispensable

vivir en comunidad, aisladamente no aprendemos a ser seres humanos. La historieta de Tarzán de

alguna manera ejemplifica esa realidad. Es en medio de la relación con los demás como nos

hacemos personas: cómo me miras, cómo me hablas, cómo me tocas. Porque aunque “la vaca no

se desvaca, el hombre en cambio, si se descuida, se deshumaniza4”.

Desde este punto de vista, resulta ardua la tarea que debemos emprender cada día para no perder

de vista el rumbo, que de alguna manera se reduce al aprendizaje del convivir con el otro, desde

las diferentes esferas de la cotidianidad: la familia, los vecinos, el trabajo y el ciberespacio, entre

otros.

Aprendizaje que se dificulta aún más en medios como el contexto latinoamericano, circunscrito

por un pasado violento, que de alguna manera sigue vigente en la forma como nos relacionamos a

diario, arremetiendo, obligando, amenazando; o utilizando esa otra forma pasiva pero igualmente

dañina, como lo es evadiendo, o adaptándonos a realidades que no deberían ser toleradas.

El mundo de la educación no escapa a esa realidad. Francisco Cajiao5 lo expresa de manera muy

acertada cuando afirma:

“Se supone que el acceso a la educación debería redundar en un proceso de crecimiento

humano -de humanización-, gracias al contacto con la herencia cultural, con el mundo de

4 Documento de la Congregación Dominicas de Santa Catalina de Sena. Citado por: CANO, Betuel. La alegría de vivir a plenitud. Bogotá: Paulinas, 1998. Vol. 6. P. 60. (La ética: arte de vivir. Talleres para la formación en valores). 5 CAJIAO, Francisco. Síndrome de Humano Deficiencia Adquirida: la tarea de formar mejores personas. El

Tiempo. P. 14-15

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la ciencia y, sobre todo, con la capacidad de reflexión sobre las cosas aprendidas y las

experiencias vividas.

Hoy, sin embargo, no parece que eso de saber más redunde siempre en ser mejor

persona. Basta mirar por ahí gente llena de títulos nacionales y extranjeros con grandes

carencias de humanidad: se les entrega poder para construir un mundo mejor y destruyen

a los que tengan la mala suerte de estar bajo su mando, se les encomienda la

responsabilidad de orientar a otros y generan tenebrosos laberintos de exclusión. Es decir,

algunos aprendieron mucho y reflexionaron poco”.

Por ello, la propuesta especial en este curso es a que acepten la invitación a reflexionar. Lo que

cuenta, es el acto de pensar…

Un viaje en busca de sentido

La importancia del grupo y la colectividad ha estado siempre presente desde la infancia de la

humanidad, cuando lo único que se tenía era al otro, esos otros que sumaban fuerza para poder

sobrevivir, enfrentando una naturaleza inhóspita y salvaje.

Vivir en comunidad constituye pues, una de las características esencialmente humanas, lo que ha

permitido trascender la mera subsistencia de una sociedad primitiva o colectivista, para ir

evolucionando hacia otras formas de organizaciones, como expresión del control paulatino sobre

la alimentación.

Pero para poder vivir en comunidad se hace necesario ajustarse a unas normas, normas que son

vistas como un ideal de vida, que nacen como fruto de una necesidad vital y objetiva, que entran a

regular las relaciones sociales, a dirimir conflictos, a convertirse en una especie de ruta de

navegación para el hombre y la mujer en sociedad. En consecuencia, la norma ayuda a

reflexionar, se constituye en la base para pensar cómo debemos vivir, nos ayuda a solucionar

dilemas, situaciones donde debemos tomar decisiones, con las que afectamos a una persona,

varias, o a toda una comunidad

A ese conjunto de normas, que responden a los intereses de un grupo determinado por unas

circunstancias históricas y geográficas concretas, es a lo que se conoce con el nombre de moral.

Es decir, la moral corresponde a la práctica, a la cotidianidad, la moral no es ciencia sino objeto de

la ciencia-

Muy posteriormente nace la ética, como la ciencia que estudia el comportamiento moral del

hombre y de la mujer en sociedad. Como ciencia, su fin último está en explicar el porqué de ese

comportamiento moral. Su propósito esencial consiste entonces en investigar, teorizar, analizar

problemas de carácter general como lo es entrar a definir qué es lo bueno, el problema de la

libertad, la obligatoriedad moral, entre otras.

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Como ciencia, cumple con los parámetros de ella; tiene un objeto de estudio (la moral), la cual

entra a observar, plantear suposiciones, formular hipótesis, demostrarlas, revisarlas, formular

nuevos planteamientos a investigar. Es sistemática, es decir sigue un método ordenado y

riguroso; es falible, reconoce su propia capacidad de equivocarse y entra a corregir los errores.

Como ciencia, se apoya en el conocimiento de otras ciencias. Por ello, aunque la moral nace del

grupo (la Sociología le ayuda a explicar el porqué desde los orígenes del grupo), ésta se vive de

manera individual, interviniendo en ella las características de personalidad, el temperamento, la

manera particular como cada individuo interioriza ese mundo objetivo que se vislumbra frente a él

(aquí entra la Psicología a explicar esos procesos de interiorización de la conducta humana).

Se apoya en la economía al entrar a establecer la relación que existe entre los procesos de

producción de la época y el tipo de moral que se gesta a partir de las relaciones de producción que

determina cada sociedad. Por ello, desde la economía podemos entender porqué los hijos no

tienen el mismo significado en un área rural que en un área urbana. Mientras en el campo todos

los hijos son bienvenidos al convertirse en mano de obra potencial, en la ciudad se constituyen en

una carga, una responsabilidad de por lo menos 25 años. (Hay una concepción popular que dice:

“si tus hijos no se han ido de la casa a los 25 años, hazles un favor, ¡échalos!).

Desde la economía podemos entender la mayor transformación pacífica que conoce la

humanidad, la revolución femenina, fruto del mundo industrial que vio en el ingreso de la mujer al

universo de las fábricas, su salvación de la huelga de los hombres luchando por la reivindicación de

sus derechos. Frente a la rebelión de los obreros pidiendo reducción en la jornada laboral y

mejoras salariales, se topan los dueños del capital con la idea de contratar mujeres, “esos seres sin

alma” de los que hablaba Aristóteles en la antigüedad, seres dóciles y obedientes, fáciles de

manejar. Con lo que no contaban los capitalistas, era que iban a ser protagonistas sin querer, del

mayor movimiento pacífico que se conoce, ya que la autonomía y el control de saberse capaz de

ganar su propio sustento, sumado al maravilloso invento de los anticonceptivos, y al despertar de

una nueva conciencia, propiciaron una nueva cultura y posicionamiento de la mujer como ser

pensante, autónomo, sujeto de derechos.

En relación con el Derecho, existe una estrecha conexión, ya que éste se constituye ante todo en

un Código de normas; sin embargo, son normas que se imponen de manera coercitiva, es decir,

mientras la ética invita a reflexionar sobre el valor de la norma, el Derecho hace cumplir la norma,

independientemente de si la persona sabía o no que estaba cometiendo un delito.

De esta manera, la moral pasa a convertirse en una de las características constitutivamente

humanas, donde estamos definiendo de manera permanente lo que consideramos como bueno,

útil o valioso. Pasa a convertirse en una segunda naturaleza, tan estrechamente conectada con

nuestro ser, que pareciera que hubiera nacido con nosotros, o tal vez que hasta fuera inamovible.

Sin embargo, la historia respalda con datos, cómo ésta ha ido cambiando según la época, las

circunstancias y, sobre todo, el tipo de relaciones de producción que se pactan.

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Es así como la historia europea registra el paso gradual de una sociedad primitiva o colectivista,

fundamentada en la unidad de la tribu, a una sociedad antigua o esclavista (la Edad Clásica de

Grecia), donde la primera revolución económica, la revolución agrícola, da origen a nuevas

necesidades, la necesidad de mano de obra, generando entonces la división de clases, la

propiedad privada, el sometimiento de un sexo por el otro (la monogamia), como la única manera

posible que tiene el varón de “asegurarse” que son sus hijos los que efectivamente heredan.

Es en medio de este contexto, donde nace la civilización, en estrecha conexión con la escritura

como expresión de esa segunda revolución comunicativa que transformó el mundo. Es el inicio

de la ciudad, la polis griega, que se erige como corona de la civilización, estrechamente conectado

con lo político, expresión máxima de la naturaleza humana y espiritual.

La sustitución del modo de producción esclavista al modo de producción feudal genera a su vez

otro tipo de moral, donde se empieza a gestar una especie de diversidad (moral monaguesca,

caballeresca, de los gremios, moral universitaria), unificada por la influencia teocéntrica del

cristianismo, elevando la Fe a uno de los valores fundamentales, transversales a toda la sociedad.

En este tipo de sociedad los siervos adquieren el derecho a la vida, pero igual, siguen sujetos a la

tierra como otro de los ejes centrales de la época, pagando onerosos tributos a los señores

feudales, como derecho a la producción de esas tierras.

Se podría afirmar entonces, que el trabajo físico sigue siendo considerado como propio de los

esclavos, solo que ahora se les llama siervos. El hombre libre, el caballero de la edad media, está

para asuntos más importantes como el arte, la literatura, la ciencia, el goce, la contemplación.

Esta es la llamada “Edad oscura”, 10 siglos de oscurantismo religioso que impidió el avance de la

ciencia.

Y a una época oscura, la reemplaza una época de luz, transformación, avances, cambios. Se gesta

la segunda gran revolución económica, la revolución industrial, dando origen al “asalariado”, al

trabajo alienado del que hablaba Marx, a la explotación de un hombre por el otro, a un egoísmo

exacerbado. Se erige la edad de la Razón, sólo es válido aquello que podemos comprobar, medir,

verificar. Es la era de la Ciencia, de los grandes avances científicos, de los grandes pensadores

europeos. Se erige el progreso como un dogma. Se produce la desruralización del mundo. La

ciudad de los griegos, como corona de la civilización, cobra un predominio especial. Si en un

momento dado la tierra era el elemento que marcaba el poder de una sociedad, ahora lo es el

capital, el dinero que me permite construir fábricas, elemento central de una economía

fundamentada en la rentabilidad y la producción. Es así como hablamos de una economía que

fomenta la productividad, la creatividad y el espíritu de superación, cuya simbología principal

radica en el cumplimiento del famoso “sueño americano”. Esto, sumado al impacto del los medios

masivos de comunicación, primero la radio y la prensa y posteriormente la televisión, da lugar a la

Universalización de la moral, el hombre masa, la búsqueda de un ideal de vida uniformizado,

mediatizado, donde las culturas hegemónicas que detentan el poder, pretenden imponer un único

estilo de vida.

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Durante los primeros 50 años del siglo XX, el mundo progresó como no lo había hecho en los 10

siglos de la edad media, se respiraba entonces un aire de bienestar y optimismo por doquier. Pero

esta época del encanto, da muy pronto paso al desencanto. Se empieza a vislumbrar el fracaso del

proyecto moderno, la renuncia a las utopías y a la idea de progreso. Dos guerras mundiales, la

proliferación de la guerra fría, la caída del comunismo y con él la polarización del mundo, da lugar

a un nuevo paradigma, la del mundo global, pasando de una economía de producción a otra

centrada en el consumo: todo es mercancía; de la era de la razón a la era de la tecnología con su

revolución digital, combinación de voz, imagen, texto, viajando a través del ciber-espacio a unas

velocidades impresionantes, desjerarquizando el mundo, horizontalizándolo. De esta manera, los

medios masivos adquieren una nueva dimensión, las ideologías son reemplazadas por la imagen,

sólo lo que circula es real. Las grandes figuras desaparecen, son reemplazadas por pequeños

ídolos, que duran tanto como se les encuentra reemplazo. Se cuestiona todo lo que antes era

incuestionable. Podríamos entonces hablar de la fragmentación de la moral, la pluralidad, la

diversidad y las minorías étnicas adquieren el protagonismo que se les negaba en la modernidad.

Pocahontas no hubiera podido ser protagónica sino en un mundo posmoderno.

BIBLIOGRAFIA

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ESCOBAR VALENZUELA, Gustavo. Ética. 4ª ed. Méjico: McGraw-Hill, 2000. 223 p.

SANCHEZ VAZQUEZ, Adolfo. Etica. 18 ed. Mèjico: Grijalbo, 1969.