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ASPECTOS A TOMAR EN CUENTA EN UN ACOMPAÑAMIENTO A UN ENFERMO TERMINAL Crear un clima propicio y una relación basada en la autenticidad. Un paciente refería: “lo único que desearía es que alguien no se sienta incómodo frente a mi…..sé que mi enfermedad incomoda a todos. Todos cambian, ahora son totalmente diferentes a lo que yo recuerdo cuando estaba sano, los alegres ya no lo son, los tristes tampoco y todos mienten sobre sí mismos, pensando que deben hacerlo por mi” Las máscaras sociales de roles o estatus y/o los temores convertidos en escudos verbales son ejemplos de lo que no se debe hacer en el acompañamiento. Tales situaciones son un error en toda relación humana pero se convierten en un absurdo frente a los últimos momentos de la vida de una persona. Muchos acompañantes sienten que deben invalidar sus emociones frente a la persona enferma o que no hay que hablar de ciertos temas. Recordemos que la muerte siempre produce incomodidad pues nos revela cuán vulnerables somos, asi que muchas veces podemos adoptar posturas que restan mucho al acompañamiento. Las máscaras o corazas psíquicas pierden todo sentido a la hora de morir y por tanto la persona enferma no está sometida a esta necesidad. La negación o, peor aún, la simulación o evitación verbal no ayuda a la persona enferma. Tampoco ayudamos si nos “escondemos” tras un rol. La naturalidad con la que nos podemos relacionar con el otro, es la garantía de que el otro sienta que también lo puede hacer con nosotros. Crear un clima de acompañamiento no de intervención directiva En mi enfermedad, todos son más sabios que yo. De repente, todos saben o han tenido una referencia sobre esta dolencia. Me han aconsejado tantas cosas y yo sé que lo que no quieren es hablar de que moriré. Me aturde mucho que desde que me descubrieron este cáncer, todos saben más de mis necesidades que yo mismo. Haz esto o aquello…..come esto y no comas lo otro…..camina o descansa…..Eso me ha hecho sentir muy sola” Los acompañantes debemos escuchar más que intervenir, acompañar más que aconsejar. Muchas de las intervenciones pueden ser contraproducentes, cuando esconden una intención de que la persona enferma advierta ideas o creencias que nosotros poseemos sobre la muerte o cualquier tema. Esto ocurre generalmente cuando asumimos un rol que no refleja sino nuestra propia necesidad, no la de la persona enferma. Ser declarativos no es un apoyo, es más bien una especie de fuga del encuentro personal con nuestro asistido. El consejo puede ser requerido por la persona enferma, pero es mejor hacerle saber que nuestra opinión puede ser importante para ellos, pero para nosotros es más importante lo que él piensa sobre esa situación.

Que Hacer En Un AcompañAmiento Humanista

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ASPECTOS A TOMAR EN CUENTA EN UN ACOMPAÑAMIENTO A UN ENFERMO TERMINAL

Crear un clima propicio y una relación basada en la autenticidad.

Un paciente refería: “lo único que desearía es que alguien no se sienta incómodo frente a mi…..sé que mi enfermedad incomoda a todos. Todos cambian, ahora son totalmente diferentes a lo que yo recuerdo cuando estaba sano, los alegres ya no lo son, los tristes tampoco y todos mienten sobre sí mismos, pensando que deben hacerlo por mi”

Las máscaras sociales de roles o estatus y/o los temores convertidos en escudos verbales son ejemplos de lo que no se debe hacer en el acompañamiento. Tales situaciones son un error en toda relación humana pero se convierten en un absurdo frente a los últimos momentos de la vida de una persona.

Muchos acompañantes sienten que deben invalidar sus emociones frente a la persona enferma o que no hay que hablar de ciertos temas.

Recordemos que la muerte siempre produce incomodidad pues nos revela cuán vulnerables somos, asi que muchas veces podemos adoptar posturas que restan mucho al acompañamiento. Las máscaras o corazas psíquicas pierden todo sentido a la hora de morir y por tanto la persona enferma no está sometida a esta necesidad.

La negación o, peor aún, la simulación o evitación verbal no ayuda a la persona enferma. Tampoco ayudamos si nos “escondemos” tras un rol.

La naturalidad con la que nos podemos relacionar con el otro, es la garantía de que el otro sienta que también lo puede hacer con nosotros.

Crear un clima de acompañamiento no de intervención directiva

“En mi enfermedad, todos son más sabios que yo. De repente, todos saben o han tenido una referencia sobre esta dolencia. Me han aconsejado tantas cosas y yo sé que lo que no quieren es hablar de que moriré. Me aturde mucho que desde que me descubrieron este cáncer, todos saben más de mis necesidades que yo mismo. Haz esto o aquello…..come esto y no comas lo otro…..camina o descansa…..Eso me ha hecho sentir muy sola”

Los acompañantes debemos escuchar más que intervenir, acompañar más que aconsejar.

Muchas de las intervenciones pueden ser contraproducentes, cuando esconden una intención de que la persona enferma advierta ideas o creencias que nosotros poseemos sobre la muerte o cualquier tema. Esto ocurre generalmente cuando asumimos un rol que no refleja sino nuestra propia necesidad, no la de la persona enferma.

Ser declarativos no es un apoyo, es más bien una especie de fuga del encuentro personal con nuestro asistido.

El consejo puede ser requerido por la persona enferma, pero es mejor hacerle saber que nuestra opinión puede ser importante para ellos, pero para nosotros es más importante lo que él piensa sobre esa situación.

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Empatizar es la clave más importante

“No creo que realmente me entienda nadie. Cuando el dolor llega nadie sabe lo que siento y creo que no es bueno que lo sepan tampoco….pero me gustaría poder decirles cómo lo vivo. Cuando quiero despedirme, todos huyen y dicen frases como –no hablemos de eso-. Pero para mi es importante hacerlo”

Para percibir el mundo desde la perspectiva del otro, se necesita haber creado previamente un ambiente de confianza, en donde los silencios y esos temas difíciles no hayan sido evitados.

Se requiere la disposición de explorar el significado que tiene para el otro sus experiencias. Tomar distancia de esta experiencia y mirarla tal como es, no como quisiéramos que sea.

Cuando escuchamos sin juicio y sin condiciones. Cuando estamos conscientes de nuestro cuerpo, sensaciones, sentimientos y pensamientos mientras nos relacionamos con el otro, podemos empatizar. No se trata de hacernos al otro, se trata de reconocer que él tiene una realidad y que nuestra común naturaleza nos unifica en un encuentro.

Sentirnos unificados al otro no ayuda a la persona enferma. La individualidad y la autenticidad generan una relación verdadera, no una especie de complicidad o, peor aún, de confluencia (una relación de nosotros sin un sentido del yo o del tú)

Iniciar preguntando en cada sesión de acompañamiento, cuáles son las necesidades de la persona enferma.

“ya nadie me pregunta que deseo o que quiero, parece que soy invisible y que es mi enfermedad la que tiene necesidades o mi cuerpo el que las tiene, no yo….”

Esto ayuda mucho a desarrollar la empatía.

Lo más importante es que todo acompañamiento debe estar dirigido al reconocimiento y aceptación de las necesidades del otro. Si imponemos nuestra necesidad lo más probable es que desfiguremos la relación.

Centremos la reflexión en cuán importante es esa necesidad, cómo la siente y con qué y cómo podría ser satisfecha.

Que el acompañante conozca las necesidades de sus asistidos es de suma importancia, pues de este modo conoce las valoraciones y la motivación de la persona. Muchas de las necesidades de un enfermo no son escuchadas porque implican sentimientos intensos que la mayoría de las personas evitan.

Conocer las necesidades de la persona enferma y permitirle hablar sobre ellas sin restricción asi como los aspectos de su satisfacción garantiza la implicación de éste en el proceso. Uno de los sentimientos más comunes de las personas enfermas es que sus necesidades no son atendidas y que parece importar más las de los médicos y de los mismos familiares.

Mantener siempre alta expectativa sobre el rendimiento y desarrollo del acompañamiento.

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“todos saben que voy a morir pronto, quizás por ello ya nadie cree que vale la pena hacer cosas conmigo y se excusan diciéndome que debo descansar”

Muchos acompañantes van perdiendo expectativas frente a la persona enferma y reducen su conversación o limitan sus intervenciones a aspectos de bajo tono vital. Quizás es el propio temor a la muerte el que incide en esta situación, pues ser testigo de un decaimiento continuo de la persona enferma reduce la energía del acompañante y, de modo no muy consciente, reduce la potencia del acompañamiento al advertir que el fin está cerca.

Todo acompañante debe demostrar verbal y gestualmente que confia en la vida y en la fuerza de ésta, cuya intensidad mayúscula se presenta justamente cerca de la muerte.

El acompañante se convierte en un referente importante para la persona enferma, una especie de espejo o modelo. Por tanto, si percibe que su referente lo considera una persona competente y apta en la vida, la sensación de aceptación y de un clima adecuado de seguridad crece y permite que exista una sensación de autovaloración.

Adicionalmente cuando una persona enferma sabe que los demás creen en sus capacidades de sentir la vida y vivirla, se compromete en lograr dichas expectativas pues internamente cambia su propia concepción de su esfuerzo y del éxito.

La valoración de la persona enferma por parte del acompañante; el aliento en las dificultades que se presentan y el reforzamiento constante de los logros es una condición que aumenta significativamente su autopercepción y reduce el miedo a morir antes de en verdad hacerlo.

Vivir las oportunidades

Ofrecer a la persona enferma, la posibilidad de integrar sus recuerdos, emociones, sentimientos y pensamientos por medio de actividades conforme sus intereses, capacidades y talentos.

Ofrecer varias alternativas a las personas enfermas dentro del proceso de acompañamiento como es, por ejemplo, aprender pintura, música, danza, desarrollar proyectos de vida sobre el tema que ellos elijan, acrecienta el sentido de individualidad y el control de su propio proceso interno . Además percibe que puede desarrollar sus habilidades o preferencias y, por tanto, se convierte en sujeto activo, propositivo y creativo.

Cuando las personas enfermas sienten que sus propuestas son consideradas y que sus intereses son respetados, despliegan todo su esfuerzo y creatividad. Se adaptan sin disgusto a las restricciones de la enfermedad y sienten que son parte de la vida. Adicionalmente aumenta su sentido de autoeficacia, autonomía y de logro.

Eliana CevallosPsicoterapeuta humanista

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