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1 CRÓNICAS MERCENARIAS: HIELO Y ACERO Librojuego Autor:Enrike-2009.Publicado 2011 Gracias al apoyo de: Iasbel, Ragman, Hida, Drakkon, Lordazzun, Thorontil y Capiosca. Esta obra se puede copiar, distribuir o/y publicar libremente, ya sea total o parcialmente, por cualquier medio, siempre y cuando su propósito sea sin ánimo de lucro, se conserve completo sin modificaciones su contenido y se mantenga esta nota.

Hielo y acero

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CRÓNICAS MERCENARIAS: HIELO Y ACERO Librojuego Autor:Enrike-2009.Publicado 2011 Gracias al apoyo de: Iasbel, Ragman, Hida, Drakkon, Lordazzun, Thorontil y Capiosca. Esta obra se puede copiar, distribuir o/y publicar libremente, ya sea total o parcialmente, por cualquier medio, siempre y cuando su propósito sea sin ánimo de lucro, se conserve completo sin modificaciones su contenido y se mantenga esta nota.

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Aventurero y mercenario, llevaba tres meses el servicio del conde Lambio, en la ciudad de Meshken, al sur de Khoraja. Pertenecía a su guardia personal, y aparte de alguna refriega con ladrones y bandidos shemitas, mi trabajo era relajado. Tenía una buena paga, preciosas compañeras de cama, y buen vino y mejor carne que llevarme al gaznate y al estómago. Allí trabé amistad con otros veteranos aventureros, con los que pasaba el día entre bromas, y las veladas contando historias. Ciertamente, después de haber viajado por Corinthia, Khaurán, Koth, Shem e incluso Argos, contratando mi brazo y espada mercenarios por una bolsa de oro, la fatiga de tanto vagabundeo la acusaban mis huesos, y este puesto era un regalo del destino. El destino, el azar, quien sabe, que hizo que la aurora me encontrase un día a las puertas de Meshken. El conde era un hombre cabal, sensato, justo. Antiguo soldado en Khoraja, Koth, Turán y Shem, en este último país escaló posiciones llegando a capitán de la guardia de la ciudad de Eruk.

Su habilidad con el acero, su arte para la guerra, su justicia y moral, le hicieron granjearse muchas amistades y también un buen puñado de enemigos. Amasó una fortuna y acabó por retirarse a su lugar de nacimiento, con su esposa y cuatro hijos, en una gran hacienda cuyo centro era un magnífico palacio con jardines, estanques, árboles de todo tipo entre los que no escaseaban los frutales, y extensas zonas de cultivo. Contaba con un numeroso contingente de hombres y, de hecho, él representaba al gobierno en esa zona y sus tropas junto con las de otros ricos terratenientes se ocupaban de vigilar la frontera. Pronto entablamos una cierta amistad, guardando las distancias, eso sí, pues el conde era un tanto seco y parco en palabras. Su hija mayor, una codiciosa mujer, residía en Belverus, capital de Nemedia, casada con un gordo, grasiento y enormemente adinerado tipo, de alguna influencia en la corte; su hija también estaba engordando, y hacía dos años que no la veía. Su segundo vástago era un joven inteligente, sensato, reflejo de su padre, al servicio de la reina de Khoraja. La tercera hija, Maclo, una belleza sin igual, un rostro labrado por los dioses y un cuerpo que para sí quisiera Isthar. Alegre, decidida, jovial y afable. Apenas crucé un par de frases con ella pues a los tres días de mi

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inicio como guardia ella marchó a visitar a su hermana mayor, Iscla. El último retoño era un cabeza loca, inútil para las armas, mujeriego, cobarde y sin sangre en las venas. Y aquí estaba yo, cepillando mi negro corcel con tranquilidad y algo de mimo, cuando la noticia de la desaparición de Maclo nos sorprendió a todos. … Tienes entre tus manos un ejemplar de librojuego. No se trata de un libro al uso donde se relata una historia, una aventura o un cuento que vas leyendo una página tras otra y donde los acontecimientos les suceden a los personajes de dicha historia. Aquí el (o la) protagonista eres tú, es a ti a quien ocurren los hechos narrados, eres tú quien toma y realiza las decisiones y acciones que te hacen avanzar en la aventura. Para ello, el librojuego lo componen multitud de secciones y deberás elegir una opción de las señaladas al final de cada texto para continuar en la siguiente sección. Esas elecciones serán las que marquen el desarrollo de tu historia, de manera que cada vez que leas la aventura será distinta dependiendo de lo que hagas, de tu suerte, y del destino.

Debes preparar un lápiz y dos dados de seis caras. Los dados se usan, entre otras cosas, para resolver algunas de las acciones que hagas en el transcurso de la aventura, y de su resultado dependerá si tienes éxito o fracasas. CREAR TU PERSONAJE Ya has leído que encarnas a un aventurero, un mercenario, embarcado en la búsqueda de una joven secuestrada, en tierras de Hyboria, el legendario mundo de las historias de Conan. Antes de empezar, el primer paso es definir cómo será tu personaje, para ello tienes una serie de características y habilidades en la lista expuesta más abajo a las que hay que asignar una puntuación que determinará en qué es mejor o no tanto y anotarlas en la Hoja de Personaje. Por ejemplo, una alta puntuación en Atletismo le dotará de muchas posibilidades en conseguir el éxito en acciones que requieran fortaleza física, correr, trepar, saltar, levantar pesos, etc. En Constitución resistirá bien distintas condiciones climatológicas, hambre, sed, enfermedades, efectos de venenos o aguante ante las heridas y daños físicos diversos. Cada vez que empieces la

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aventura puedes modificar estas características con lo que tu personaje será distinto y podrán conducirle a situaciones diferentes. CARACTERÍSTICAS Y HABILIDADES Aquí tienes la descripción de las doce que se usan en este librojuego: ATLETISMO: Define la velocidad, fuerza, potencia. ARMAS CUERPO A CUERPO: La habilidad de combatir con espadas, cuchillos, hachas, etc. COMBATE SIN ARMAS: La capacidad de luchar sin armas, eliminar a enemigos de forma rápida y eficiente únicamente con tus brazos, manos, piernas y pies –y si se tercia con la cabeza o los dientes-. ARMAS DE PROYECTILES: Determina el uso del arco, o cualquier arma a distancia. CONSTITUCIÓN: Define la resistencia a las ccondiciones climatológicas adversas y extremas, esfuerzos físicos de larga duración, hambre, sed, enfermedades, efectos de venenos, aguante y capacidad de

recuperación ante las heridas y daños físicos diversos. PERCEPCION: La agudeza de tus sentidos, incluido el de observación, como reparar en detalles que por lo común son desapercibidos. REFLEJOS: Tu capacidad de reacción y movimientos rápidos en respuesta a un estímulo sentido o percibido. AGILIDAD: Lo bueno que eres al esquivar o al deslizarte o moverte por lugares inaccesibles, estrechos o de difícil paso. VOLUNTAD: Es la facultad de sobreponerse a las dificultades, de llevar a cabo los objetivos trazados, o resistirse a influjos mentales, hipnóticos o mágicos. COMUNICACIÓN: Tu capacidad de diálogo, de negociar y convencer a la gente, de que confíen en ti. CABALGAR: Habilidad que describe lo bueno que eres a caballo, incluso en combate. EXPLORACIÓN –incluye rastrear y supervivencia- : Es la capacidad de sobrevivir en terrenos hostiles, encontrar comida, agua, rastros, huellas, refugios, cazar, orientarse.

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Todas ellas tiene el nivel 0, que sería el normal. Un +1 es que ya destacas en esa habilidad o característica y +2 es que eres bastante bueno; con -1, flojeas y -2, digamos que eres un tanto inepto en esa capacidad. Tienes 8 puntos para repartir con todas ellas, entre 1 y 2. Luego, si quieres (es una opción), toma 3 puntos más, como máximo, para subir tus puntuaciones, restándolas de otras habilidades, de forma que algunas de ellas serán negativas. Pero recuerda que ninguna puede exceder del +2 ni del -2. Existen algunas salvedades: Atletismo y Armas Cuerpo a Cuerpo deben de tener un mínimo de +1 y Constitución no puede ser negativa (eres un mercenario, ¿recuerdas?) y si quieres llevar arco y flechas la habilidad de Armas de Proyectiles ha de ser mínimo 0. Por otra parte, solo puedes tener +2 en tres características. Antes de usar estos tres puntos mira la sección dedicada a la suerte o fortuna. Anota tu puntuación en la Hoja de Personaje que encontrarás al final de este librojuego.

EQUIPO En este apartado de la Hoja de Personaje anotarás los objetos que tienes. Empiezas con tu espada, cuchillo, arco y 15 flechas –en caso de que cumplas las condiciones necesarias para ello-, cuerda, manta, raciones de comida, un par de antorchas, útiles para hacer fuego, mochila (con diez espacios, ocupados la mitad de ellos por los anteriores cuatro objetos) y un caballo. Durante el transcurso de la aventura encontrarás más cosas que debes ir apuntando aquí, así sabrás siempre cuales son tus posesiones. NOTAS Esta sección de la Hoja de Personaje te servirá para anotar y borrar ciertos acontecimientos que te sucedan en tu aventura siempre que el texto te indique que lo hagas. Acuérdate de ello, es muy importante. CHEQUEOS, PRUEBAS, LANZAMIENTO DE DADOS. Habrá momentos en los cuales tendrás que realizar una acción de cierta dificultad cuyo resultado sea susceptible de acabar en fracaso. Entonces deberás hacer

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una tirada o lanzamiento de dados, una prueba o chequeo de tus habilidades y características. Para esto se usan los dos dados de seis caras (2d6), uno positivo y otro negativo, que representan el azar. Cuando hagas la tirada, el resultado es el del dado de menor valor y luego le pones el signo (-3, +4, te quedarías con el -3 y en -6, +5, con el +5). Si ambos dados señalan el mismo número, el resultado es cero. Pero en este librojuego los atributos del personaje predominan sobre el azar, de manera que el resultado se divide entre 2, redondeando hacia cero, así que conforme a los ejemplos anteriores, el -3 quedaría como 1 y el +5, un 2. De esta manera los resultados quedarán en la franja del +2 al -2; es lo que se llama una dispersión baja. Este resultado debes sumarlo a las características de la prueba y si el total es igual o mayor que la dificultad, tienes éxito; en caso contrario, fallas. Por ejemplo, el texto te dice que tienes que salvar un foso, con una tirada de Atletismo, dificultad 2. En esa habilidad tienes +1, y cuando lanzas los dados obtienes un +2, -4; el resultado sería +1 (el 2 se divide entre dos). El resultado total quedaría así: +1 de Atletismo, +1 del lanzamiento = 2, con lo que igualas la dificultad, de forma que, aunque algo justo,

logras alcanzar el otro lado del foso. Otro ejemplo. En un combate se te pide que hagas una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, dificultad 3. En la primera habilidad tienes +2 y en Agilidad +2, un total de +4. Tiras los dados y sacas +4,-3; con lo que obtienes un -1. El total queda así: +4 de las características, -1 de los dados = +3. Igualas la dificultad y tienes éxito. Puedes hacer uso de éxitos y fracasos automáticos, pero esto debes decidirlo al principio de la historia. Se les llama también críticos o pifias, el doble 6 es un éxito total, y el doble 1, un fracaso estrepitoso. En estos casos no tienes que sumar la puntuación de dados con características, aciertas o fallas directamente. En el ejemplo primero, el del foso, si te hubiera salido el doble seis, es un éxito sin preocuparte de nada más. El doble uno hubiera representado que caes al agujero. Si lo prefieres puedes utilizar dos dados de cuatro caras, evitas la división con ellos. El éxito automático sería un resultado de +4, -3, y el fracaso +3, -4. DAÑO

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Durante tus peripecias, muy posiblemente recibas heridas o daños debidos a combates, caídas, venenos, etc., el texto lo indicará. Comienzas sin daño alguno, claro está, y tienes que anotar el que sufras en el apartado correspondiente de tu Hoja de Personaje. El máximo de Daño que puedes soportar es de seis, si llegas a él, estás muerto. Este Daño tiene consecuencias en tu estado físico y mental. Con 1 no pasa nada, pero de 2 a 3, padeces una penalización de -1 en las pruebas a las que te enfrentes. De 4 a 5, la penalización será de -2. Y con 6…pues ya sabes. Por otra parte, también te irás recuperando de este daño durante la aventura, el texto te lo señalará. SUERTE, FORTUNA Los avatares de esta vida a veces nos sonríen y otras no y en ocasiones se puede forzar esa suerte a nuestro favor. Aquí, si usas los tres puntos extra de las Características para tu Fortuna debes hacerlo de la siguiente manera: antes de una tirada de dados especialmente conflictiva toma un punto –y solo uno-, y

súmalo al resultado de tus habilidades más el de los dados. Bórralo luego de este apartado de la Hoja de Personaje. Tal vez gracias a esto hayas superado esa peliaguda situación. Y, si ya lo tienes todo claro y tu personaje preparado, adelante con la aventura.

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Anochecía, los últimos rayos del sol moribundo teñían el cielo de un malva sucio sin estrellas. El valle umbrío que se avistaba desde la colina boscosa, y en particular los jirones de humo que ascendían perezosos nos animaron un poco, pues tal vez encontrásemos la oportunidad de dormir bajo techo y no al raso como las tres últimas noches. Me sentía muy cansado, aterido de frío; me acaricié la barba descuidada recordando los pasos que me condujeron hasta aquí, en el Reino Frontera. La información del rapto de Maclo golpeó como un mazazo el corazón del conde y de su esposa, Istana, una mujer pequeña e inquieta, siempre en movimiento, de carácter severo. Un mensajero contó que en el viaje de vuelta, a dos jornadas de Belverus, fueron atacados por traficantes de esclavos. Él pudo escapar de milagro, perdiendo un ojo y dos dedos de la mano izquierda. El pobre soldado sufrió toda una odisea para llegar hasta Meshken. Formé parte del grupo de hombres que el conde envió raudo al rescate de su hija, capitaneados por él mismo. Cabalgamos hacia el norte, recorriendo el Camino de los

Reyes, Koth, Corinthia, Nemedia, y perdido algunos componentes de la partida debido a un par de encuentros con bandidos durante el camino. En Belverus nos detuvimos lo justo para que el conde Lambio visitara a su otra hija, y allí, en el mercado de esclavos de esta capital, sonsacamos alguna información, cuya pista nos condujo hacia el norte. Poco antes de alcanzar la ciudad de Hanumar, el conde sufrió una mala caída desde la grupa de su montura al atravesar una escabrosa y empinada vereda, rompiéndose una pierna. No le quedó más remedio que regresar a Belverus acompañado de dos hombres, dejándome a mí como “responsable” de la expedición. Galopando hacia el norte, los caballos se resentían de las cabalgatas y del pésimo tiempo, lluvioso, acompañado de gélidas ráfagas de viento. La esperanza de localizar a Maclo antes de penetrar en el Reino Frontera se desvanecía cada vez más en nuestros corazones apesadumbrados. ¿A dónde diablos la llevaban? Sabíamos que la chica compartía tan aciago y detestable destino con otras mujeres jóvenes y hermosas, tal vez para ser vendidas a los hiperbóreos. ¿Qué maltratos habría sufrido la joven, qué violencias? Al menos, por la

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información de que disponíamos, continuaba con vida. Yo intuía que sí, una extraña sensación en lo profundo de mi pecho así me lo decía. Pasa a 1 1 Descendimos la colina despacio, y pronto nos internamos en la pradera que conducía hasta el valle. Bazag, que poseía ojos de halcón, alma de ladrón y corazón de guerrero, un shemita vagabundo que no resultaba mal tipo, silbaba despreocupadamente, con la sonrisa divertida que iluminaba su rostro cada vez que Acherus y Whosoran se enzarzaban en una de sus eternas discusiones. Acherus, antiguo caballero despechado del mundo y de los hombres, ahora vendía su espada a un precio que demostraba la valía de su brazo, pero continuaba procesando las virtudes y prejuicios de su cuna, por lo que no soportaba las maneras brutales y groseras de Whosoran, un turanio de cuello de toro al que llamaban el Estrangulador. Yo, confiaba en que no llegasen a las manos, lo cual no sería extraño tarde o temprano.

El telón oscuro de la noche cayó de súbito sobre las tierras del Reino Frontera, las cimas de las montañas al noreste solo eran una fina línea oscura apenas perfilada en el cielo cubierto de tinieblas. El silencio, igual que el frío impalpable, etéreo más que una sensación física, se colaba hasta el tuétano de los huesos, hasta lo profundo del alma. Los caballos relincharon inquietos, me arrebujé en mi capa, intimidado por una opresiva sensación indefinible que procedía de esta tierra extraña. - No es más que este maldito clima de este maldito país. Será peor cuando crucemos a Cimmeria –señaló Sablen, aquilonio de músculos de hierro y decisión inquebrantable, rompiendo el silencio-. -Tal vez encontremos antes a la chica –comentó Keito-. Nadie le respondió. Keito era un hyrkanio huraño, protestón y nada fiable, cuya única preocupación era su propio pellejo. Al menos resultaba un excelente arquero. La monotonía de la planicie acabó y penetramos en el valle. Una ligera niebla lo cubría igual que un manto fúnebre, y nos guiamos por aquellas débiles fumarolas

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hasta dar con el sendero que llevaba a un pueblo cuyas mortecinas luces se veían a lo lejos. Nos detuvimos delante de un alto poste donde colgaban dos cadáveres boca abajo devorados por los cuervos, que no invitaban precisamente a confiar demasiado en la hospitalidad de la población. Esto era algo habitual en algunas poblaciones, una advertencia para ladrones y asesinos. Brevea, la única mujer del grupo, una amazona bajita de hirsutos cabellos rojos y cara pecosa, a la que le gustaba contar historias –y a mí, escucharlas-, tomó en su puño la cruz de Mitra que colgaba de su cuello. Miré a los dos desgraciados, poco más que jirones de piel y hueso. Sablen y Bazag fueron partidarios de arriesgarse, mientras que Acherus y Keito preferían pasar de largo. A Whosoran le daba igual, y Brevea y Thel, el kushita de piel de ébano, parco en palabras igual que una sepultura, no abrieron la boca; así que mi decisión decantaría la balanza. Si decides entrar a la aldea, pasa a 30 Si prefieres no hacerlo, pasa a 8 2 Lo que tenía que pasar, pasó. Allí mismo la apoyé contra la cabaña,

la sujeté por sus caderas y ella entrelazó sus piernas igual que una serpiente alrededor de mis riñones. Fue rápido, agresivo, salvaje. Besé sus turgentes senos y bebí de sus pezones. La chica gimió y yo aullé como el lobo. Desperté sobre mi lecho, con el sonido sordo y pesado de un enorme martillo golpeando el yunque en el interior de mi cabeza y apenas recordaba lo sucedido la otra noche. Nos despedimos de esta gente y la ardiente cimmeria me regaló un collar de dientes de lobo que puso alrededor de mi cuello. Mis camaradas gastaron bromas a mi costa, según supe ninguno de ellos tuvo la agradable experiencia nocturna que disfruté yo. Anota Collar de dientes de lobo. Pasa a 55 3 Amanecía cuando dejamos atrás el valle. ¿Qué era ese lugar?, me preguntaba una y otra vez. Un pozo donde las pesadillas cobraban vida, un abismo creado con las artes negras de un hechicero demente. No lo sabía, pero tenía muy claro que jamás regresaría a esta podrida zona del mundo.

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La travesía continuó hacia el oeste, bajo un cielo gris desierto de nubes, a través de un bosque donde languidecían árboles despellejados para dar paso luego a áridas colinas. Nos encontramos después con una cañada rocosa, sinuosa, bordeada por muros bajos de bloques de granito. Más tarde nos adentramos en una terrosa llanura, oscuro paisaje donde la muerte sonreía silenciosamente: a lo largo del camino la planicie estaba sembrada de troncos delgados de cinco metros de altura, arriba de los cuales había suspendidos cadáveres en diferentes estados de descomposición, hombres, mujeres e incluso niños, colgados de sogas con los cuellos partidos, devoradas las cuencas de los ojos por golosos cuervos que graznaban como si nos insultaran por perturbar su festín. Sin duda víctimas de las continuas guerras y bandas de saqueadores que asolaban este país desde el norte, desde la siniestra Hiperbórea, ¿o se trataba de algo más oscuro y terrorífico? No pude reprimir un escalofrío, igual que le sucedió al resto, nos recorrió un estremecimiento a lo largo de la columna vertebral. El horripilante espectáculo se mantuvo al menos durante un kilómetro, mientras el viento repiqueteaba en los esqueletos

podridos entonando una fúnebre letanía. Cambió el escenario y un arroyo rugiente nos guió hasta otro llano donde las aguas se calmaban. Después se hundía en un barranco que nos condujo peligrosamente por el angosto desfiladero siempre al oeste. Anota que has estado en la Posada de las Cabezas, y pasa a 82 4 Parecía perdido, el interminable camino, siempre hacia el oeste, sin encontrar apenas vida alguna; casi deseaba que apareciese de pronto una grupo de vanires y morir combatiendo contra ellos. El frío mordía con saña cada centímetro de mi cuerpo, el viento no cesaba de bufar, me estaba volviendo loco. Después de varios días, las planicies heladas comenzaron a remitir y tímidas plantas y raquíticos arbustos dispersos salpicaron la blanca superficie, dando paso poco a poco a la tundra; despistadas liebres de las nieves asomaban la cabeza desde sus escondrijos en contadas ocasiones lo que me ofreció la oportunidad de darles caza. Anota “Vanaheim a Caballo”.

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La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 5 El sol estaba alto en su recorrido diario hacia occidente, cuando con aire taciturno trepábamos por una trocha la empinada cuesta de una ladera. Nos faltaría media jornada para coronar su cumbre para después emprender el descenso y adentrarnos en el país helado de los vanires y, más allá, en la distante taiga que deberíamos cruzar. Daño: Recuperas 1 + Constitución, de Daño. Lanza 2d6 Si el resultado es de 1 a 6, pasa a 136 Si el resultado es de 7 a 12, ve a 61 6 En un instante el acero franqueó la delgada línea que separa la vida de la muerte. Yacían los cadáveres aquí y allá, sombras inertes en las que la esencia vital dejó de animar. El olor ferruginoso de la sangre sustituyó a los propios del bosque violado

por los hombres, las aves no entonaban canción alguna, las ramas dejaron de silbar su melodía monótona. El viento murió en una última ráfaga que hizo estremecer a más de uno, tintineando pequeñas piezas metálicas, la fugaz letanía de despedida a los que vivieron y murieron por las armas. Los cimmerios se liberaban y daban cuenta del último soplo de vida de algunos de los vanires. Me incliné junto al cuerpo sin vida de nuestro compañero, su mirada velada, perdida y vacía de toda emoción. Le bajé los párpados y elevé una callada plegaria por su alma. Keito me increpó: - ¡Se combate cuando no hay otra elección! Muerto uno más, ¿estás contento? Esto era innecesario. Somos estúpidos y moriremos todos. - Él quiso hacer esto. Sabía a lo que se exponía, igual que tú o yo. Murió como un guerrero. Acherus le dijo que se callase, y enterramos al camarada perdido. Los lúgubres cimmerios agradecieron nuestra acción, no comprendíamos su idioma, apenas unas palabras, uno de los bárbaros hizo de intérprete, entendía algo de nuestra lengua. Consideraban la acción una deuda de honor, nos entregaron un brazalete a cada uno con la cabeza de un oso grabada,

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distintivo de su clan, siempre seríamos bien recibidos en su aldea. Los pocos guerreros escoltarían a las mujeres y los niños. Nos marchamos y los dejamos colgando los cadáveres de sus anteriores captores en lo alto de las gruesas ramas, carroña para las bestias del bosque. Atrás quedaron los vanires muertos, y el cuerpo sepultado de nuestro camarada. La tribu de los cimmerios regresó a su aldea saqueada e incendiada. Anota Brazalete cimmerio. Pasa a 31 7 Te recuperas de todo el Daño. Una tarde, cuando ya los rayos del sol morían tiñendo de malva el horizonte níveo, se me presentó la oportunidad de cazar una gran pieza que me permitiría alimentarme durante varios días. La silueta de un reno pastando tras unos arbustos se perfilaba parcialmente no lejos de donde me encontraba y justo en dirección contraria al viento. Si tienes un arco, pasa a 198 Si no lo tienes, pasa a 174

8 Nos olvidamos de adentrarnos en semejante lugar y proseguimos un buen trecho hacia el oeste, acampando al resguardo de un peñasco. La noche fue tan penosa como el día anterior y al alba ya atravesábamos un páramo yermo con un escenario desolador que ponía la carne de gallina: la niebla se arremolinaba densa a nuestros pies, cubriendo la llanura terrosa, árida, de hierba mustia amarillenta sembrada de calaveras y trozos de esqueletos esparcidos, como frutas podridas nacidas de pesadillas delirantes, o clavadas en estacas formando una hilera que parecía señalar nuestro camino. Sin detenernos apenas avanzamos perseguidos por el susurro de gritos silenciosos raspando en los oídos, un salmo imposible, un coro infernal surgido de las gargantas huecas de cráneos apilados como cascotes de un mundo destruido. ¿Qué tierra era esta preñada de semejantes horrores? Sin duda eran víctimas de los continuos asesinos y señores de la guerra que asolaban este país desde el norte, desde la siniestra Hiperbórea, ¿o se tratada de otra cosa más siniestra y oscura?

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Las montañas se ensombrecieron por nubes de cieno cargadas de malos presagios, el breve día se enfrió con el viento que soplaba del norte y cayó la noche como el telón sobre una obra pésima de teatro; allá enfrente la odiosa llanura terminaba de forma abrupta cortada por la gran cordillera de alturas nevadas. Pasa a 82 9 Mi acero chocó con la espada del andrajoso cerdo, rechinaron las dos hojas, probó un golpe circular, que esquivé por centímetros. El suelo estaba mojado, resbalé, con lo que tuvo la oportunidad de ensartarme como a un pollo; detuve su estocada oponiendo mi espada, le propiné un puntapié en la rodilla, ganando así unos segundos. Se lanzó a por mí igual que un toro, me incliné y con la cabeza agachada golpeé en su estómago; salió despedido por encima de mi espalda. Cayó dando tumbos hasta chocar contra la chimenea, se desparramaron los troncos y las brasas pronto prendieron fuego al local. Pasa a 17

10 Haz una tirada de Percepción, Dificultad 3 Si tienes éxito pasa a 184 Si no, sigue leyendo El agua estaba helada. Saqué la mano sumergida agitándola, mordida por el tremendo frío. El desamparo y la desesperación se pintaban en nuestros rostros. Examinamos la gruta pero para nuestra congoja no hallamos ningún otro túnel. - Solo veo esta salida –dije observando el estanque-. - ¿Qué dices?, ¿Te has vuelto loco? - Mirad a vuestro alrededor. Estamos condenados a morir de hambre o a matarnos para sobrevivir un poco más. El encierro nos llevará a la locura. Solo veo dos posibilidades, nos degollamos ahora o nos metemos en esas aguas. Quien sabe, tal vez comunique con otro lago, otra cueva. Las aguas subterráneas tienden a ello. Y si no, pues acabamos rápido con todo esto. Me miraron, se miraron entre sí. Entre sorprendidos, angustiados. El temor y la incomprensión dieron paso a la certeza de lo que

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les exponía. Asintieron con la cabeza. En mi interior pensaba que moriríamos al poco de sumergirnos en el agua, pero no quería ver a mis camaradas víctimas de la inanición y la demencia. - La desesperación lleva al hombre a cometer actos desesperados –señalé-. Buena suerte, amigos. Estreché sus manos, cruzamos las últimas miradas preñadas de complicidad y tomé aliento, todo el aire que pude, me senté en el borde apretando los dientes cuando sumergí las piernas. Me zambullí. Pasa a 35 11 Los dos aceros se estrellaron con un golpe sordo cuyos ecos reverberaron en el bosque. Volví a la carga y mi espada acarició su vientre, luego detuve una bestial descarga de su hacha que me tiró hacia atrás; mejor hubiera hecho esquivándola. El resultado fue que me desequilibrara, recibiera una

patada en la rodilla y un brutal golpe con el extremo inferior del hacha en la cara. Mi sangre manchó el suelo tapizado de nieve. Aturdido, aún tuve regaños para girar la espada de cara a mi contrincante. Entonces recibí un puñetazo en la oreja izquierda, en el parietal, con tal fuerza que casi pierdo el sentido. Me zumbaba el oído igual que si tuviese un enjambre de avispas allí dentro. Vislumbré a tiempo el definitivo hachazo que iba a propinarme, me agaché, a la vez que seccionaba la carne detrás de su rodilla y cuando se resintió del corte le clavé la espada en la ingle embistiendo hacia arriba dos palmos de muerte feroz. Se desplomó cuan largo era y al segundo siguiente ya tenía a otro barbudo rubio que me amenazaba con su arma dispuesto a rajarme el cuello. Anota 1 punto de Daño. Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Atletismo, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 203 Si fallas, pasa a 164

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12 Fue una bendición que mi caballo estuviera allí mismo, más sabio que yo supo encontrar el lugar idóneo con menos riesgo. Monté de alguna manera y lo guié, o él a mí, hasta el extremo opuesto. Tiritando de forma constante, completamente congelado, me refugié bajo un pequeño saliente de una elevación del terreno pedregosa y cubierta de nieve. Pude encender un fuego con algunas ramas, me quité la ropa y me eché la manta encima. Sufres 2 p. de Daño, por el intenso frío, tanto del agua que te ha dejado casi congelado como por el de la noche. Réstale tu puntuación en Constitución y será el total de Daño que recibes. Pasa a 73 13 Embestí al grueso tabernero; fue como golpear a una roca, mi hombro se resintió, y después recibí un puñetazo tal que sentí mi cerebro agitarse dentro de mi cráneo. Apenas vi sombras sobre mí revolverse, el fulgor del acero, la sangre, las maldiciones de mis camaradas. Lo último que recuerdo fue al posadero herido

en el pecho y en el brazo, no se inmutaba, y cómo arrancó la cabeza de Thel con sus cadenas. Luego me desvanecí en un mar de oscuridad. Recibes 1 punto de Daño Pasa a 28 14 En el pequeño claro los aceros rechinaban en cada golpe, chasqueaba la carne y el hueso cortados, el horrible sonido de la mutilación, el dolor causado y la crueldad desatada por hombres cuya profesión y forma de vivir era la violencia y la guerra. Flexioné las piernas, la espada del marcado con la cicatriz describió un círculo sesgando nada más que aire frío de las montañas y la punta de mi hoja penetró su vientre. Imprimí tal fuerza que el filo apareció por la espalda chorreando sangre y trozos de tripas. Con un enérgico tirón extraje la espada y pude apartarme por un centímetro del acero del hacha, finté una segunda vez y de un brutal espadazo que no pudo detener ni siquiera presentir, la fea cabeza del grandote rubio se separó de su musculado cuerpo.

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Me faltaba el aliento, mi pecho subía y bajaba agitado, el corazón desbocado como un corcel de Aquilonia. Pasa a 167 15 Cuando cesó la tormenta por completo, que en realidad se marchó tan repentinamente como llegó, encontré la tierra abierta en muchas zonas y ya cerrada en otras. Hallé sangre, armas, alguna mochila, un escudo. Ni rastro de los lobos o de la Señora de las Taigas. Ni de caballos, ni compañero, engullidos por las fisuras, para siempre sepultados en las simas profundas emergidas por la magia negra. Voceé largo rato y busqué sin esperanza alguna pues conocía en mi interior que me había quedado solo. Pasa a 73 16 A la vez que yo sufría una experiencia que jamás podría olvidar, Acherus se abalanzó contra el tabernero, la mano de hierro de este sujetó la hoja de su espada mientras la otra giraba la cadena. Thel trazó un arco

plateado con su cimitara y cortó el brazo del tuerto. La cadena se enroscó en la muñeca del kushita, tiró de ella y Thel dio con sus huesos en el suelo. El hacha de Whosoran destrozó el pecho del posadero, que ni se inmutó, lanzó hacia atrás al turanio de un empellón, y buscó con la mirada a Thel. Este se quedó paralizado por aquellas pupilas siniestras y brillantes y ni siquiera fue consciente de cómo los eslabones de metal le agarraban por el cuello. Un nuevo tirón y la cabeza acabó por desprenderse del cuerpo con un crujido estremecedor. Cayeron las monedas de la bolsa a la tierra desde la mano laxa del mercenario de ébano. El posadero se echó a la espalda la cabeza de nuestro malogrado camarada, y se largó silbando. El cuerpo de nuestro compañero se derrumbó sobre el piso ensangrentado. Otra muerte más, la de Thel, en este caso de manera infame e incomprensible, a manos de la brujería, de los diablos, de qué se yo. Nunca debimos entrar en este valle. Ya era tarde para lamentarse. - Escuchad al prójimo la próxima vez. Noté que era liberado del repugnante abrazo de la mujer. Fueron unos segundos que me parecieron una eternidad. No

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recuerdo si vomité, si caí de rodillas, o ambas cosas. La puta emergió de mi ser, de mi espíritu, por la espalda, siempre con esa sonrisa macilenta es su cara escuálida, sus pechos erguidos, chasqueando la lengua. - Saciada, hombretón. Ha estado bien. Aquí todo el mundo paga, antes o después. - Tu nombre, dime tu nombre –le pregunté antes de que mi cerebro fuese tragado por las tinieblas de la locura. - Olvidé mi nombre hace mucho. Dame el que tú quieras, va incluido en el pago –su sempiterna sonrisa mostrando las perlas de sus dientes. Anota que sufres 1 p. de Daño. Pasa a 28 17 La posada era pasto de las llamas. Crecían, danzaban, fogosas, alegres, como reos liberados de sus cadenas. Demasiado deprisa el fuego se extendió, otra anormalidad. Y la gente aquella no peleaba contra nosotros ni contra el fuego. Teníamos que salir de allí cuanto antes, los parroquianos bebían

de pie mientras las cobrizas llamas los devoraban, reían, reían, carcajadas hilarantes de un profundo absurdo estremecedor. Whosoran no tenía con quien combatir pues nadie luchaba, él insultaba, bramaba frases amenazantes y los demás le respondían con risas y brindis, aparentemente inmunes al abrasador calor. Realmente parecía una fiesta en su máximo apogeo, una celebración surrealista de pura locura. En ese momento entraron Bazag y Thel y entre los dos pudieron arrastrar afuera a Whosoran. Dentro quedaron los parroquianos, cantando y quemándose. Y las monedas también. Pasa a 28 18 El metal del hacha silbó en mi oído, yo ya me había deslizado igual que un zorro hacia la espada, agarré su mango en el preciso momento en que el vanir me asestaba un contundente golpe con el escudo derribándome otra vez. Detuve su hacha con esfuerzo, destellaron chispas aceradas, repetí el ataque y el corpulento esclavista opuso su escudo a mi furia. Encajé una patada en el vientre y estuve a poco de que su acero me

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degollara: el hacha describió un semicírculo cortando la armadura de cuero a la altura del pecho, dejándome un buen tajo hasta el hombro. Se abalanzó otra vez, ese fue su error, bloqueé con el escudo a la vez que salí a su encuentro espoleado por el dolor, y mi espada atravesó su estómago. Empujé con violencia, hacia dentro y arriba, rajando la carne. Sus entrañas calientes tiñeron de rojo mi mano y brazo. Se desplomó por fin y yo miré en derredor. La escaramuza hubo terminado, los vanires estaban todos muertos. Sablen también, el brutal golpe de un hacha le había partido el corazón. Maldición. Me senté y alguien se ocupó de mis heridas. Anota 2 p. de Daño Pasa a 6 19 Chasquearon las cuerdas de los dos arcos, los proyectiles zumbaron surcando el gélido aire de las montañas, y un centinela cayó abatido por la flecha de Keito; yo había fallado estrepitosamente, debido a que en ese momento el vanir se agachó, como si hubiese escuchado algún ruido. Dio la voz

de alarma, lo busqué sin encontrarlo, oculto entre las altas matas de helechos. Keito tuvo más fortuna que yo y repitió otra diana. Reté a mi endemoniada fortuna y esta vez logré hundir el proyectil en la cara de uno de esos perros. Pasa a 42 20 Después de esa angustiante travesía el arroyo daba a la superficie por un agujero más angosto todavía. Emergí mareado, tosiendo, algunos de mis compañeros vomitaron. Lo habíamos logrado. No podía creerlo. El bosque y la noche se cerraban sobre nosotros. La nevada había cesado dejando un manto níveo sobre el mundo. Hacía un frío intensísimo y allá estábamos, sin caballos, con nuestras capas empapadas. Conservaba la mochila que dejé sobre la nieve. Tiritaba, agarré la manta medio mojada y me la puse encima. ¿Y ahora qué? - Te seguimos –dijo alguien a mis espaldas. Me seguían, ¿a dónde? Demonios.

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Anduvimos un trecho, sacudidos por escalofríos, confundidos, ateridos de frío. Pudimos encender una ridícula hoguera, sentándonos a su alrededor, acurrucados unos contra los otros. Una estampa de pésimo patetismo. Nos dormimos, sin que nadie hiciese ninguna guardia, sin que nadie pensase en ello. Estábamos en el extremo del mundo, perdidos, medio muertos de frío. ¿A quién le importaba eso? Nuestra imprudencia o confianza la pagamos al día siguiente. Ni siquiera hubo amanecido cuando cayeron sobre nosotros sin apenas darnos tiempo a desenvainar nuestras armas. Recuerdo los gritos de batalla que precedieron al ataque. Después, la sangre de un amigo me salpicó la cara, otro se desplomó sobre mí con un tajo en la garganta. Logré detener una estocada con la espada, evité un hachazo y todavía fui capaz de lanzar un golpe circular y descabezar a uno de los atacantes, todos ellos corpulentos hombres, la mayoría pelirrojos, de ojos siniestros y salvajes, portando ropas de cuero y capas de pieles. Algo me golpeó en la espalda, una maza. Caí contra el suelo, me revolví y un nuevo mazazo en la

cabeza me llevó a la inconsciencia más negra. El destino se burlaba de nosotros, nos libró de una muerte segura en las profundidades de la tierra para destruirnos a la mañana siguiente sin darnos ocasión de morir como guerreros. Maldito mundo. Anota “Vanires”. La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 21 Mi espada atravesó el estómago de la furcia y su punta surgió por su espalda bañada en rojo escarlata. La mujer, como una ilusión, un fantasma o una alma en pena, se echó sobre mí. Y de forma incorpórea penetró en mi cuerpo, me quedé inmovilizado, sin poder controlar mi cuerpo, mientras mi mente entretanto se resistía al poder que ella ejercía en mis brazos y piernas. No compartí el lecho con esa chica, sin embargo de alguna manera ella me poseyó, sentí el tacto de su carne desnuda, fría, resbaladiza gelatina. Unidos los dos en uno, sus labios en su pecho, su boca en la mía. Pasa a 16

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22 Recibí una leve cuchillada en la mejilla izquierda que no se de donde vino, pero que me rajó superficialmente la cara desde la comisura de la boca hasta la oreja. El dolor me hizo aullar y me llevé la mano a la sangrante herida. Clavé el cuchillo en el costado del primer enemigo que tenía cerca y revolviéndome destripé a un larguirucho loco. Alguien me cogió del brazo, tironeó de mí, se trataba de Sablen. Apunta 1 punto de Daño Pasa a 28 23 Galopamos por las llanuras y la taiga, en dirección norte sin ningún tropiezo. Supimos del grupo de guerreros aesires, es más, dimos con dos de ellos que se recuperaban en una aldea de las heridas inflingidas en un combate contra una horda de vanires que asolaban el norte del país con intención de apresar a un buen número de cimmerios y conducirlos, una vez más, a la esclavitud. El grupo de mujeres cambió de manos y ahora los pelirrojos hijos de Ymir eran

nuestro objetivo. Torcimos al noroeste, debíamos atravesar los Montes Eiglophiant, en dirección a Vanaheim. Los grupos dispersos de cazadores se mostraron amistosos, al menos como ellos entendían el dar la bienvenida a los forasteros sin cortarles el cuello. Bastó con decirle que seguíamos la pista de sus enemigos vanires para que nos franqueasen el paso. Además, no veían mucha gente del sur por aquí y muy interesados por nuestros motivos nos preguntaban siempre qué demonios veníamos a hacer a sus tierras. Raza orgullosa, de miradas tan frías como el aire de su país, cabellos negros y largos, se vanagloriaban de tratar con franqueza y hospitalidad a aquellos que no viniesen a hacerles ningún mal ni robarles la esposa o la espada. Escasas fueron las aldeas que aparecieron en el camino, y esa noche pernoctaríamos en una de ellas. Mejoré de mi herida (en caso de tenerla) aunque me resultaba todavía ligeramente dificultoso manejar con soltura la espada. Recuperas todo el Daño Pasa a 169

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24 No entraba en mis planes que una sucia orate como aquella me amenazase con un puñal. Ni mujer ni hombre, mi temperamento no lo soportaba. Me aparté adelantándome a su embestida, y con un golpe de arriba abajo le acuchillé el antebrazo que sujetaba su arma. Cuando chilló como una cerda en el matadero el filo de mi cuchillo le cortó el cuello. El sonido de flautas y címbalos surgió de pronto de la nada, la clientela se puso a bailar y las cabezas comenzaron a berrear y emitir gemidos y lamentos en un idioma que no conocía, mirándonos desde sus cuencas vacías y, a lo que a mí me parecía, insultándonos. El comportamiento era incomprensible, apestaba a brujería. El supersticioso Keito huyó de la posada gritándonos que le imitásemos mientras. El silenció irrumpió en el antro del diablo con la misma intensidad que antes lo hiciera la música, los cuatro tunantes se pusieron en pie de un salto blandiendo sus armas y a uno de ellos se le cayó una bolsa de las manos, desparramándose su contenido en la mesa y el suelo grasiento: un montón de monedas de oro. El posadero comenzó a azuzar a

toda aquella gente y todos a una se abalanzaron sobre nosotros. La puerta se abrió de golpe y entraron Thel con su cimitarra en alto, y Sablen esgrimiendo su espada. - ¡Os enviaré al infierno, perros! –aulló Whosoran. El tabernero contestó, a la vez que saltaba la barra con sorprendente agilidad y se situaba delante de la puerta, haciendo oscilar una cadena de hierro de la que colgaban más cabezas: -Habéis mancillado esta casa. ¡Vida por vida! Si decides que intentáis salir de la taberna, haz una tirada de Atletismo + Combate sin Armas, Dificultad 3 En caso de éxito, ve a 43 Si fallas, ve a 13 Si os quedáis a enfrentaros con la turba, lanza los dados (Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, Dificultad 3) Si tienes éxito, pasa a 33 Si no es así, pasa a 141 25 No tuve más reposo, el nuevo asaltante, algo más bajo que los

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otros dos, pero no menos fuerte, con una fea cicatriz que le cruzaba la cara de frente a barbilla, se me puso delante. A su izquierdo se colocó un coloso blandiendo una asombrosa hacha a dos manos. Gotas de lluvia caían mezclándose con el sudor de mi frente y con la sangre que alimentaba la tierra. Haz una tirada de Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, Dificultad 3 (Si es imposible que pases la tirada, estás muerto…) Si tienes éxito, pasa a 14 Si fallas, pasa a 173 26 El resto de jinetes embistieron a los vanires, los caballos derribaron a varios y los aplastaron bajo sus cascos, pateando sus cabezas. El filo de los aceros tañía una tonada fúnebre y sangrienta, hendía y sajaba, cortaba carne y quebrantaba el hueso. Un cuchillo de Bazag silbó sediento de muerte tragándose su punta y hoja hasta el mango la boca de un desgraciado pelirrojo. Acherus se aproximó a otro Hércules que se encontró con el brutal mandoble del caballero, que lo

envió directo al infierno. Probé fortuna una vez más pero para entonces ya estaban muertos o moribundos. Al menos logré matar al verdugo de Sablen. Pasa a 6 27 Las opiniones se dividieron, Whosoran quería atravesar la superficie helada: - Yo voto por ir a través del hielo. Pero si tiene que ir alguien delante, ves tú, eres más hábil que el resto. No sé mucho sobre hielos y deshielos y sobre andar sobre nieve, pero si la cosa se pone mal, siempre podemos regresar y volver por el otro lado y dejar un rastro de tripas de osos y lobos a nuestro paso. Avancé un poco, intentando discernir las características y resistencia del terreno. - Si el hielo se rompe y caemos, no tenemos nada que hacer. Pero si nos topamos con una banda de vanires o una manada de lobos, siempre podemos sacar las armas y esparcir sus entrañas por esta tierra gélida. Contra el hielo y la escarcha no sirve de nada la espada.

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Prefería el camino más largo por ese motivo. Sin embargo la urgencia de nuestra misión pesaba en el otro lado de la balanza. Haz una tirada de Percepción, Dificultad 2 Si tienes éxito, ve a 65 Si fallas, ve a 92 28 Logramos huir, montamos en los caballos y cabalgamos hacia la salida del endemoniado poblado, sin mirar atrás, donde quedó la posada mas no las risas y los cantos de aquellas gentes que continuaron azotando nuestras mentes. Las casas derruidas menguaron su número y dieron paso al oscuro sendero. Desapareció el pueblo, la mujer espectral, el tabernero. La pradera envuelta en tinieblas. Galopamos sin descanso ni pausa, hasta abandonar el valle de pesadilla, consternados por lo sucedido. Luego dejamos al paso a los atemorizados caballos, cabalgando taciturnos. Nunca supimos qué era aquel lugar. Pasa a 3

29 Encaré mi caballo colina abajo: - Descendamos en silencio, sin una palabra. La decisión estaba tomada. Bajamos lentamente a cubierto por el espeso boscaje de la ladera de la montaña, aproximándonos al grupo. Sablen y yo nos adelantamos, de avanzadilla. Los vanires y la larga fila de esclavos estaban allá, a escasos doscientos metros, descansando en un estrecho claro. Eran hombres grandes, muy fuertes, con barbas y cabellos rojos y sucios. Solo dos centinelas, no eran nada cautos, no imaginaban que nadie les pudiera perseguir; probablemente habían atacado alguna de las aldeas cercanas a la frontera. Nos arrastramos acercándonos en silencio y regresamos con los nuestros, en medio del bosque, con grandes árboles en derredor, donde trazamos un plan: un par de nosotros usaría los arcos mientras el resto cargaría a caballo, todos a una. Sablen prefería que todos atacásemos a la vez, una carga violenta, furiosa, un huracán que no les dejase saber siquiera qué sucedía.

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- Tan pronto nos vean venir y empiecen a prepararse, será el momento de dejar volar algunas flechas, no antes –sugirió Whosoran sin mirar a nadie en particular-, eso les confundirá, les hará dudar si tirarse al suelo o enfrentarse a nuestra carga. Estuvimos de acuerdo. Yo mostré mis dudas: - No me trago que no estén vigilantes. Se encuentran todavía en Cimmeria y aunque las aldeas locales están muy dispersas, saben que la noticia puede haber llegado ya a oídos de otros clanes. Por lo que se de lo vanires no son idiotas. Extremad las precauciones. Keito tomó una buena posición y preparó su arco. - Que la sangre de esos bastardos bañe el suelo y engendre rosas negras de ira –gruñí mientras me preparaba. Si decides usar el arco también, lanza los dados, Armas de Proyectiles, Dificultad 1 Si tienes éxito, pasa a 63 Si no es así, pasa a 19 Si no usas el arco –por el motivo que sea-, pasa a 83

30 A paso lento nos internamos por el estrecho camino hasta llegar al pueblo. Se trataba de un poblado de escasas casas bajas, muros destrozados y techos hundidos. Deprimente. Estaba desierto como un mausoleo olvidado, daba la impresión de que tiempo atrás sufriera un saqueo, incendios o tal vez movimientos de tierra. Gordas ratas nos saludaron olfateando con sus fríos hocicos. También vimos un par de enormes gatos y alguna que otra araña grande como mi puño. ¿Qué lugar era este? - ¡Demonios! –Exclamó Bazag-. Nos llamó la atención un edificio grande a la derecha de la vía principal, cuyas robustas paredes se mantenían todavía en pie, el único con luz en su interior. Se escuchaban voces dentro, y aunque no existía letrero alguno se trataba sin duda de una taberna. El establo anexo, o lo que quedaba de él, se encontraba derruido. Algunos de nosotros debíamos quedarnos al cuidado de los caballos mientras el resto preguntaba sobre un sitio decente donde pudieran pasar la noche, cosa harta difícil según mi entender. Si quieres entrar en la posada, pasa a 152

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Si prefieres quedarte fuera, ve a 144 31 Un día más amaneció ventoso como los anteriores y más frío si cabe. El viento arrastraba nieve en polvo que pronto se disipó cuando el sol empezó a calentar un poco cuerpos y corazones. Los caballos llevaban un ritmo lento, pues lo tupido del bosque de pinos y abetos no permitía otra cosa. Cabalgaba al lado de Keito, un tanto amodorrado por la monotonía del paisaje. Los demás estaban enfrascados en una discusión acerca del valor, del oro, las mujeres y los dioses. Dioses, seres impalpables que se divertían a nuestra costa con sus caprichos. Alcé la cabeza al cielo, comenzó a llover; luego observé la tierra húmeda, ¿dónde estaban esos supuestos dioses? Lanza 1d6 Si sale de 1 a 3, pasa a 87 Si sale de 4 a 6, pasa a 205

32 La sangre empezó a alimentar esta tierra salvaje una vez más. No sería la última. Nuestros compañeros ya galopaban enarbolando sus aceros y, aunque un vanir de cabellera y bigotes trenzados dio la alarma con un bramido, nada ni nadie salvaría a estos perros. Tensé el arco una tercera vez y dirigí la saeta hacia un gigante vanir que alzaba haciendo girar su enorme hacha sobre su cabeza. Armas de Proyectiles, Dificultad 2 Si superas la tirada, pasa a 44 Si no la superas, pasa a 110 33 El cuchillo de Acherus cruzó igual que un rayo plateado los metros que le separaban de uno de los hombres armados, hundiéndose en la frente de este. Whosoran abrió en canal a otro, Sablen se enfrentó a un tercero mientras que Thel impedía al resto avanzar. Por mi parte lancé una estocada con mi puñal a un tipo de melena grasienta que enarbolaba una espada corta; mi acero atravesó su pecho, cayó con una mirada de horror en sus ojos, su sangre espesa sobre las tablas sucias y pringosas del

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suelo. La gente quiso engullirme, salté y les arrojé un par de sillas. Volqué una mesa y su contenido con ella, salpicando el vino y mezclándose con la sangre. Un tajo circular y cayeron dos más, tenía que recular hacia la salida pues me estaban rodeando. Lanza los dados (Reflejos + Agilidad, Dificultad 2) Si pasas la tirada, ve a 60 Si no es así, ve a 22 34 Bebimos. Demasiado e imprudentemente, pues nos podían haber cortado la garganta. Solo Acherus supo mantenerse sereno y sobrio, vigilante, aunque de nada sirvieron sus avisos y consejos a ninguno de nosotros. Todos caímos ebrios en nuestros jergones dentro de la choza que nos facilitaron como invitados. Me levanté al rato a orinar y cuando regresaba a la cabaña una joven cimmeria me cerró el paso. Me arrinconó contra la pared de la choza, sus pechos apretados contra mi cuerpo. La chica olía a almizcle, su negra cabellera no estaba muy limpia, y su aliento

apestaba igual que el mío a cerveza. Pecosa y ancha de caderas, un poco regordeta, acaricié sus prietas carnes. Su azul mirada atravesó la mía, luego me besó y nuestras lenguas se enroscaron igual que dos serpientes ansiosas. No estaba muy seguro de lo que hacía, no sabía si debía seguir o no. Si continúas adelante con la joven cimmeria, pasa a 2 Si no lo ves claro, no es tu tipo, o te parece que andas demasiado borracho, pasa a 72 35 El agua estaba más que helada. Solo un esfuerzo de voluntad hizo que pudiera mover brazos y piernas. En la total oscuridad buceé a pocos centímetros debajo de la capa de hielo, sin tener idea de a donde dirigirme y totalmente convencido de que en un par de minutos o menos estaría muerto. No sabía si mis compañeros me siguieron o no; la suerte estaba echada. Toqué un muro y seguí nadando a su lado, me topé con la flora acuática, algún tipo de algas de gran tamaño que eran capaces de resistir a aquellas temperaturas extremas. La naturaleza resultaba

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fascinante. Continué hacia la derecha, a lo largo de esa pared y del bosquecillo de plantas de textura resbaladiza y suave. Las manos se me entumecieron, los músculos se me agarrotaban. Haz una prueba de Constitución + Voluntad, Dificultad 4 Si tienes éxito, pasa 119 Si fallas, pasa 151 36 Nos dejaron marchar. Nos entregaron las armas, los caballos. Sus miradas ansiosas de ganas de destrozar nuestros cuerpos y derramar toda nuestra sangre. Hambrientas de nuestros corazones. Monté y fijé mi mirada en la chica, la hermana del cimmerio batido. Lloraba arrodillada al lado del cadáver. No le dije nada, no me comprendería, bastaba el destello de mis ojos para que supiera lo que pensaba. El altivo jefe se acercó, el que mejor hablaba nuestro idioma: - Tenéis media jornada de ventaja. Después saldremos tras de vosotros, os daremos caza. Os sacaremos el corazón del pecho y lo arrojaremos los perros.

Vuestras cabezas colgarán largo tiempo de mi tienda. No había más que añadir. Sin embargo Whosoran no se mordió la lengua: - Ven a por mí, hijo de una apestosa perra –luego gritó alzando su puño-¡Quien quiere morir primero!! ¡Whosoran os enviará al Arallu! Azuzamos a los caballos y al galope tendido nos largamos de una maldita vez. Pasa a 48 37 Desperté. La luna asomaba su pétreo rostro de mármol más allá de la cima de los nevados picos. Conmocionado, con un agudo dolor de cabeza, tardé varios minutos en recuperar del todo el sentido. Despacio, con precaución, intenté ponerme en pie. No pude hacerlo, castigado por la tortura de una herida en el muslo, un trozo de rama se me había clavado varios centímetros. Por lo demás, moratones y cardenales aquí y allá, contusiones y arañazos múltiples, pero, incomprensiblemente, estaba vivo. La avalancha no debió alcanzarme de lleno y tuve

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que haber sido despedido desde un extremo de ella. Extraje la rama y me hice un vendaje lo mejo que supe. No había rastro de mis compañeros, el silencio era sepulcral, ni siquiera el piar de los pájaros se escuchaba. Ningún otro de mis camaradas consiguió escapar al desastre. Tragados, devorados, víctimas del colosal desprendimiento. Sufres un Daño igual a 3-Constitución. Pasa a 207 38 La sangre espesa se deslizó entre mis dedos, mi sangre en esta ocasión. Giré sobre mí mismo rodando en la mesa, para evitar los puños de uno de los dementes. El impulso me llevó hasta el piso del local, boca arriba hundí la punta de mi acero en un vientre, traté de levantarme y entonces la cadena del posadero me golpeó en la sien y se retorció alrededor de mi cuello. La vista se me nublaba y el aire no llegaba a mis pulmones. -Aquí todos pagan. Ya lo dije.

El último sonido que escuché una fracción antes de ser engullido por la tenebrosa oscuridad fue el crujido de mis vértebras quebradas. FIN 39 La enorme mole de músculos se abalanzó sin esperar a más, cargó con la fiereza y fortaleza de una bestia furiosa. Me resultó fácil esquivarlo, un movimiento preciso a un lado. Pero se giró de pronto, rápido como el tigre, descargando un pesado puñetazo en mi costado. Creí que me había roto una costilla por la potencia del mamporrazo. Eludí un patadón, y luego no pude alcanzarle a mi vez, se apartó escurriéndose como una anguila. Detuve una patada a mi entrepierna, conseguí dejarle la marca de mis nudillos en la boca y la nariz, sin embargo encajé un nuevo y potente puñetazo en mi pecho. Me faltó al aire y el siguiente golpe en la mandíbula me hizo escupir sangre sobre la ligera capa de nieve. Me tambaleé, conmocionado. Recibes 1 p. de Daño.

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Haz una tirada, Combate sin Armas, dificultad 2 Si tienes éxito ve a 69 Si no es así, ve a 75 40 - ¿A qué te dedicas, bruja? ¿A robarle la vida a la gente, su juventud, a beber su sangre? Sólo dinos dónde están los límites de tus tierras para que los rodeemos –le grité, furioso- Un sentimiento de supervivencia me hizo restar mudo luego, quedarme callado...sin actuar, sin atacar, algo intimidado por el poder de la bruja esteparia. Me decidí a intentar engañarla: -¡Bruja! Quédate conmigo si quieres. -Desmonté del caballo y dejé caer mi espada-. Aparta tus bestias mientras me acerco. No quiero traiciones. Mi intención era llegar a su lado, que apartase las letales mandíbulas de sus feroces criaturas y estrujar por sorpresa su cuello, torcer su cuerpo y partirle la médula espinal. Era una locura, pero cuando estás desesperado, cometes acciones desesperadas.

Si intentaba llevárseme con alguna de sus artes, me lanzaría contra ella antes de darle oportunidad, a la vez que confiaba que mis compañeros le arrojasen sus flechas o lanzas. Haz una tirada de Reflejos + Agilidad, dificultad 4 Si tienes éxito, pasa a 115 Si fallas, pasa a 47 41 Por extraño que nos resultara, Cimmeria no estaba suponiendo contratiempo alguno. Precavidos, aguardando el ataque y mordedura del lobo cimmerio, este no aparecía. Una tierra de desiertos helados, las llanuras se abrían a la primavera igual que los pétalos de una rosa al amanecer, y el viento, impenitente compañero soplaba sin descanso de sol a sol, en ocasiones suave, otras a ráfagas violentas, más y más frío en nuestra cabalgadura hacia el norte, hasta convertirse en una tortura que penetraba los huesos y se pegaba a las entrañas igual que un parásito hincaba sus colmillos en su víctima. Supimos del grupo de guerreros aesires, es más, dimos con dos de ellos que se recuperaban en una aldea de las heridas inflingidas en un

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combate contra una horda de vanires que asolaban el norte del país con intención de apresar a un buen número de cimmerios y conducirlos, una vez más, a la esclavitud. El grupo de mujeres cambió de manos y ahora los pelirrojos hijos de Ymir eran nuestro objetivo. Torcimos al noroeste, debíamos atravesar los Montes Eiglophiant, en dirección a Vanaheim. En ocasiones nos topamos con cazadores cimmerios, bastó con decirle que seguíamos la pista de sus enemigos vanires para que nos franqueasen el paso. Además, no veían mucha gente del sur por aquí y muy interesados por nuestros motivos nos preguntaban siempre qué demonios veníamos a hacer a sus tierras. Mejoré de mi herida (en caso de tenerla) aunque me resultaba imposible manejar con soltura la espada. Te recuperas de todo el Daño Pasa a 55 42 Whosoran, Brevea, Acherus y los demás ya galopaban enarbolando sus aceros y, aunque ese vanir de cabellera y bigotes trenzados puso sobre aviso al resto, estaba

seguro que nada ni nadie salvaría a estos perros. Tensé el arco una tercera vez probando mi puntería y dirigí la saeta hacia un gigante vanir que se erguía alto y amenazante, girando la enorme hacha sobre su cabeza. Armas de Proyectiles, Dificultad 2 Si superas la tirada, pasa a 44 Si no la superas, pasa a 110 43 Arremetí contra el tabernero, mis huesos se estrellaron contra el muro sólido de su corpachón. Apenas se movió del sitio, era anormal su resistencia física, a tono con lo que sucedía en su establecimiento. Sin embargo logré desplazar un poco su pesada mole, me miró desde la frialdad de sus ojos de demonio y no dudé en golpearle con mi puño y la empuñadura del cuchillo en su arrogante rostro. La sangre salpicó y me abalancé hacia la puerta llamando a mis compañeros. El posadero hizo voltear su cadena de metal, a la vez que su gigantesca mano sujetó la hoja de la espada de Acherus. Thel quiso hacerle probar el acero de su cimitarra, el tabernero fue más rápido y su cadena se enroscó en el cuello del kushita. Estuve al quite y el filo de

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mi arma cortó y desgarró el brazo que sujetaba esa cadena. Salimos corriendo, sin mirar más atrás, con las risas de ultratumba del posadero y la mujer lacerando nuestros corazones. Pasa a 28 44 Keito alcanzó al guerrero en pleno tórax pero no fue suficiente para tumbarlo. Solté la cuerda con un sonido vibrante y mi flecha también le acertó traspasándole el corazón. Los prisioneros vieron llegar a los cuatro jinetes, sus expresiones de desconcierto se dibujaron en sus caras; alguna mujer gritó espantada, algún cimmerio levantó al cielo su himno de guerra. El hacha de Whosoran bebió sangre de una cabeza separada del tronco; Bazag partió con la afilada hoja de su cimitarra el cráneo de otro guerrero y Sablen abatió con acero a un tercero, hizo dar media vuelta a su caballo para terminar la faena ya que su rival se sostenía en pie todavía, pero un brutal hachazo le seccionó la pierna izquierda desmontándolo con un rugido de dolor. El vanir lo hubiese rematado de no ser por otro de mis certeros lanzamientos que

hundió la punta de la flecha entre sus omóplatos. Sin embargo no pudimos evitar que otro de los guerreros abriera el pecho de Sablen quebrando costillas y destrozando su corazón con el hacha. A la vez que Acherus destripaba al penúltimo de los vanires y atravesaba su cuello de lado a lado, una última de mis flechas se clavó en la sien del que mató a Sablen. Pasa a 6 45 La Señora de las Taigas. Caprichosa. Exigía un pago por cruzar sus tierras. Dos camaradas habían pasado de la luz a las tinieblas en un instante, lo que ella tardó en conjurar los elementos. Para demostrar su poder, su voluntad firme. Su absurdo antojo. Así son los seres cuya naturaleza malévola les conduce a imponer sus deseos por la fuerza de forma arbitraria. - ¡Necio descerebrado! ¡Te atreves a confundirme con una ramera de tu pueblo! Fui golpeado por una fuerza invisible, brutal, que me levantó cuando cargaba contra ella sin poder presentirla. Me alzó varios metros en el aire, unas tenazas

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gigantescas me estrujaban los huesos, que se partirían en decenas de astillas y la piel sería arrancada a jirones. El suelo se fragmentó por completo, un violento vendaval surgió de la nada, me encontré envuelto por una capa de aire helado, un velo que ocultaba la luz, choqué de pronto con la boca contra la nieve. Me robaban el aliento y zarandeaban igual que a un monigote. Por último algo pesado me golpeó con tal potencia que me desvanecí sin más resistencia. Anota “Encuentro con la Señora de las Taigas”. La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 46 El desprendimiento nos tragó. Primero fue Keito quien cayó de su silla de montar al tropezar contra una rama, y rodó ladera abajo. Azucé al caballo obligándole a dar lo mejor de sí mismo, saltó el pobre animal y corrió, pero fue inútil. Estuvo apunto de despeñarse, lo dominé, pero asustado alzó las patas delanteras y casi consiguió tirarme al suelo. La avalancha se nos venía encima y unos

momentos después su estruendo me dejó sordo a cualquier otro sonido y la masa compacta nos golpeó con tremenda furia sepultándonos y arrastrándonos en sus entrañas. Me sentí zarandeado, apaleado, tragué puñados de nieve, rodaba, saltaba y me golpeaba una y otra vez contra el suelo, las piedras, los roncos de los árboles arrancados, hasta que perdí el conocimiento y probablemente la vida. Pasa a 37 47 Me la jugué, temiendo una traición, preparando otra. Ladino, me mostré inocente cervatillo. Qué estúpido fui. Las redes de la brujería me atraparon, entornó los ojos la mujer, más astuta que yo. Tarde para mí cuando me di cuenta. Los lobos se apartaron, sus fauces entreabiertas. Quedé preso en la telaraña de magia urdida por la bruja. Alguien arrojó una lanza, que nunca llegó a su destino desviada por un súbito viento nacido de la nada. Me encontré envuelto por una semitransparente capa de aire helado, me abalancé tratando de embestir a la hechicera, salté

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hacia delante, choqué de pronto contra una barrera invisible, y caí de bruces en la nieve. El frío aire de un torbellino se apoderó de mí y sentí que me trituraban los huesos, que me robaban el aliento, y zarandeaban igual que a un monigote. Por último algo pesado me golpeó con la fuerza de cien demonios precipitándose en torno a mí un telón de oscuridad. Anota “Encuentro con la Señora de las Taigas”. La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 48 Cabalgamos sin apenas descanso durante todo el día, devorando kilómetros, sin confiar en absoluto que el clan cimmerio mantuviese su palabra. Continuamos igual buena parte de la noche, alumbrados por el fulgor de las estrellas, espoleados por la seguridad de que éramos hombres muertos si nos atrapaban. La aurora nos descubrió galopando por la llanura, agotados hombres y bestias. Nos precipitamos en las laderas de las montañas, sus tupidos bosques nos protegerían, o eso

suponíamos. Vislumbramos humaredas próximas en el horizonte que velaban parcialmente las espesas arboledas de las colinas. Era un humo oscuro, siniestro, no procedía de una decena de cálidos hogares. Conforme los jinetes ascendían por los bosques lúgubres de este norte tan extremo, tan distante de Belverus, de Tarantia, de la marinera Mesania, el olor ferruginoso de la sangre impregnó los ollares de los caballos y de nuestro olfato. Presentíamos lo que íbamos a encontrar en breve: una aldea asolada, de casas destruidas e incendiadas, con un rosario de cadáveres y unas pocas mujeres que dejaron atrás hacía tiempo la juventud, sosteniendo en sus brazos los cuerpos de maridos e hijos asesinados, sin llorar, sin proferir un solo lamento, el odio y la tristeza intensa marcada en cada arruga de sus adustos rostros. Un tinte de amargura tiñó mis facciones, la macabra escena me traía lejanos y amargos recuerdos. Los vanires de rojas cabelleras siempre andaban a la greña con sus vecinos de Asgard y con los cimmerios, en particular con estos últimos, a los que fustigaban una y otra vez con incursiones en busca de esclavos. Una partida de estos había atacado el poblado, un par de días atrás, con la furia del

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huracán llevándose consigo a buena parte de sus habitantes. Procedían del norte, así que no eran los que buscábamos. Continuamos nuestra andadura bajo las copas de los árboles del bosque. Dos días más tarde, en lo alto de un otero, a cubierto por las altas coníferas y fustigados por el aire helado que ululaba frenético desde las altísima cumbres cubiertas de nieve, pudimos contemplar Vanahein al oeste y norte, tras la cordillera de los Montes Eiglophiant. El espectáculo era asombroso, rodeados de montañas, picos y cumbres de afiladas rocas, bajo un cielo ceniza, nubes escamosas que formaban dibujos sin sentido, caprichosas ocultando o dejando pasar los jirones de rayos pálidos de sol. Te recuperas de todo el Daño. Pasa a 52 49 Me tocó la última guardia, la primera para Acherus a quien le seguiría Keito. Mucho mejor, esta noche podría dormir de un tirón, a diferencia de la anterior, lo necesitaba, tanto mi cuerpo como mi mente. No obstante, la intranquilidad que sentía con toda

probabilidad me impediría descansar lo suficiente. -Mantened los ojos bien abiertos –insistí a mis compañeros. - Que sí, relájate un poco. Duerme y deja de pensar en fantasmas –respondió Bazag sonriendo. Pasa a 195 50 La tundra nos acogió en su seno glacial durante varios días. No encontramos aldea alguna ni tropiezos con clanes o cazadores vanires, y mucho menos rastro de Maclo. Líquenes y musgo, arbustos enanos y poco más. En ocasiones teníamos suerte y cazábamos una despistada liebre ártica. Luego nos adentramos en un desierto helado, los días eran muy cortos, las noches largas y terriblemente frías. El viento insoportable y constante. Te recuperas por completo del daño. Anota “En la tundra de Vanaheim”

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La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 51 - Me pregunto si deberíamos intervenir–apuntó el recto y siempre predispuesto Sablen- Keito le replicó al instante: - ¿Qué dices? Debes bromear, este maldito viento te ha trastornado. Nuestro objetivo es otro. No moveré el culo por esos perros cimmerios. No me pagan para eso. - No nos ha ido mal en esta tierra –le recordé a Keito. - Cuento un par de docenas de prisioneros, la mayoría niños y mujeres. Una decena de vanires. Podemos sorprenderles. Hagámoslo. Detesto a esos miserables esclavistas –propuso algo alterado Acherus-. El belicoso Whosoran fue más directo:- ¡Vamos, sabandijas cobardes! Vamos a partirlos a cachitos. ¡Sangre para todos! Sablen también estaba conforme, y así lo expreso mientras acariciaba su cruz de Mitra y continuaba mirando allá abajo:

- Observad con atención. Un ataque rápido, una emboscada, tenemos arcos, y podemos cargar con los caballos. Hay niños, una vida de esclavitud y calamidades les espera. ¿Qué pensará Mitra que nos está viendo? Keito, ceñudo, negaba con la cabeza: - Me sorprendes. En todas partes suceden estas cosas, es absurdo que pensemos en cometer este disparate. No es propio de vosotros plantearse siquiera esa posibilidad. Mitra no tiene nada que ver. No estamos aquí para esto ni somos los salvadores de unos cimmerios que no dudarían en destriparnos si sacaran algún provecho con ello. Bazag fue de la opinión que deberíamos ser prudentes, arriesgarse por una lucha que no es la nuestra es de necios, aseguró. Sin embargo era obvio que la mayoría quería combatir, destripar a los guerreros pelirrojos. Más de media docena de pares de ojos me miraron, aguardando a mi decisión, era como si me hubiese erigido en su jefe, su punto de apoyo. Debido a mi experiencia todos ellos me respetaban y acataban mi parecer. Si decides atacar, pasa a 29

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Si prefieres guiarte por la prudencia y continuar vuestro camino, pasa a 205 52 Alcanzamos la cima del primer cerro, pasamos la noche en una cueva y continuamos al amanecer. Las jornadas se sucedieron con pocas novedades, atravesando laderas boscosas y desfiladeros sinuosos entre montañas de cumbres nevadas, soportando frío y el sempiterno viento que barría helado los umbríos bosques y perseguía animoso las grises y tristes nubes. La atmósfera de incertidumbre y agotamiento nos hacía mantener en silencio la mayor parte del día y el ambiente entre nosotros era tan gélido como las noches. Una mañana al poco de coronar un cerro, el caballo de Brevea tuvo que ser sacrificado al romperse una pata. Pronto las colinas de los Montes Eiglophiant quedarían a nuestras espaldas, comenzaría el descenso y penetraríamos en Vanaheim. Muy a lo lejos, en frente, oeste y norte, se abría la tundra, una interminable llanura de tierra casi helada en otoño e invierno. Antes de ella, se podían ver los diseminados bosques de coníferas, los ríos y arroyos, las

suaves colinas de la taiga que deberíamos cruzar. La ventisca no cesaba, como si el dios del viento se hubiese encariñado con el grupito de hyborios. Se observaba algún que otro hilo deshilachado de humo, muy lejos, indicativo de la existencia de aldeas o poblados. Pasa a 84 53 Trepé, con la hoja del cuchillo en la boca, sin apartar mi mirada de desafío fija en la del lobo. No era mi estilo dar la espalda a la muerte. Apoyé ambos pies en la pared, me sujeté al borde y me impulsé hacia arriba a la vez que lanzaba una cuchillada al grueso cuello del animal, en el instante en que él arremetía con una salvaje dentellada. Sus fauces se cerraron con tremenda fuerza en mi antebrazo antes de que pudiese asestarle el golpe. Se escapó un gemido de mi boca, su dentellada resultaba feroz, brutal, me hizo soltar el cuchillo. Resbalé, perdí pie y quedé colgando del borde, agarrado con una mano y el otro brazo sostenido por las mandíbulas del maldito lobo.

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De pronto, me sentí levantado en el aire, un inesperado impulso me elevaba, como si un gigante me alzara con su manaza. Caí de bruces contra la nieve. El frío aire de un torbellino se apoderó de mí y sentí que me trituraban los huesos, que me robaban el aliento, y zarandeaban igual que a un monigote. Por último algo pesado me golpeó con la fuerza de cien demonios y dejó que me precipitase hacia la sima oscura y profunda de la herida tierra. FIN 54 Aún no se cómo logre escapar al furioso aliento de las montañas. Mi caballo brincó y saltó con acierto, gracias a sus fuertes y ejercitados músculos y guiado por mi buen hacer. Esquivé las ramas que salieron a mi paso, los tocones de árboles muertos, los desniveles del irregular terreno. Vi a Keito caer de su montura y rodar ladera abajo; no podía hacer nada a parte de huir del maldito final que me aguardaba a pocos metros sobre nosotros. El estruendo de la avalancha me dejó sordo a cualquier otro sonido. Pude evitarla por muy poco, no miré atrás y continué

cabalgando alejándome de la masa nívea que engullía todo a su paso. Pasó de largo, entonces me atreví a volver la vista atrás, ya a salvo. Ningún otro de mis compañeros lo consiguió. Tragados, devorados, víctimas del colosal desprendimiento. Pasa a 73 55 Alcanzamos finalmente las faldas de las inmensas montañas, cruzamos los majestuosos Montes Eiglophiant, a través de laderas boscosas, desfiladeros y cañadas de trazado sinuoso, vadeamos sin problemas varios torrentes de vivo caudal y sabrosos salmones. Soportando frío y el viento constante cuyas ráfagas barrían los umbríos bosques y ralentizaban nuestro ritmo. Unos días más tarde los caballos trotaban por un bosque sombrío, en la ladera de las montañas, por un sendero bajo las copas de los árboles. Nos adentrábamos más en el bosque de pinos negros, bordeando un glaciar, torciendo al oeste, cada vez más cerca de Vanaheim. Aspiré con intensidad el maravilloso y penetrante olor de los altos árboles, únicos

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testimonios junto con las bestezuelas que vivían en estos montes de nuestro paso por ellos. Me daba la impresión de estar vulnerando la paz y sosiego de este recóndito y sagrado paraje. Poco después, en lo alto de un otero a cubierto por las gigantescas coníferas y castigados por el aire helado que ululaba frenético desde las altísimas cumbres cubiertas de nieve, se pudo contemplar Vanahein al oeste y norte, tras la cordillera de los Montes Eiglophiant. El espectáculo era asombroso, rodeados de montañas, picos y cumbres de afiladas rocas, bajo un cielo ceniza, que cruzaban nubes escamosas formando dibujos sin sentido, caprichosas ocultando o dejando pasar los jirones de rayos acerados de sol. Si tienes al menos 1 en percepción, ve a 105 Si no es así, ve a 205 56 No se lo que me llevó a continuar con mi acción. En el combate, en la batalla, la fiera que llevamos dentro aparece. No pude contenerme y acabé con él. Después de todo, ¿acaso no pensaba el cimmerio hacer lo mismo conmigo?

Clavé todavía más si cabe mis dedos en su garganta, pateó, bufó, se estremeció hasta que los últimos estertores de la muerte sacudieron sus miembros como el rabo de una lagartija. Luego quedó quieto, exánime. No volvería a ver más amaneceres ni los ojos mentirosos de su hermana. El silencio a mi alrededor era el de un sepulcro. Me puse en pie, tembloroso, sudando, desafiante hacia sus congéneres. ¿Y ahora qué vendría? Pasa a 36 57 El metal del hacha silbó en mi oído, yo ya me había deslizado igual que un zorro hacia la espada, agarré su mango en el preciso momento en que el vanir intentaba golpearme con el escudo. Lo evité por segunda ocasión a la vez que mi acero describió una amplia curva, cortando su garganta de lado a lado. Se derrumbó gorgoteando; su mano laxa dejó caer el hacha. Otro guerrero se me echó encima, rodé sobre la hierba, me levanté mostrando mi acero al coloso que manejaba dos espadas. Sin tino,

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sin habilidad entrenada, se lanzó a bocajarro, salté y un palmo de metal atravesó su vientre; de una patada lo tumbé y como todavía pugnaba por levantarse, hundí filo y hoja en su corazón. Miré alrededor. La escaramuza hubo terminado, los vanires estaban todos muertos. Sablen también, el pecho abierto. Maldición. Me senté recostándome sobre el tronco del árbol, y examiné mis heridas. Pasa a 6 58 ¡Eso era! ¡Fuego! Si te ha tocado la segunda guardia pasa a 186 En otro caso, ve a 117 59 Monté una vez más. El sol pálido apenas disipó el frío helado de la noche pero eso no impidió que me pusiera de muevo en marcha. El caballo bufó y relinchó, quejoso. - Lo se, amigo, lo se. No es lugar para hombres ni bestias. ¿Cómo pueden vivir aquí estos malditos

vanires? ¿Qué calor anima sus corazones tan fieros? No logro comprenderlo. Poca comida y menos esperanza de hallar a Maclo o de salir de este lugar que congelaba mis huesos hasta el tuétano. Al menos contaba con el caballo. El día resultó tan gélido y solitario como los anteriores. Mi fuerza de espíritu se resquebrajaba, se deshacía junto con los áureos copos de nieve que comenzaron a caer. La comida era escasa y más lo era la esperanza de hallar a Maclo o de salir de este desierto helado. Palmeé el cuello del fiel animal, al menos contaba con él. Llegó el fin del día, que solo trajo más frío y además para empeorar las cosas, más nieve y viento. El temporal arreciaba, temí que mi montura no superase esta noche pero por fortuna me equivoqué y el recio animal resistió, incluso mejor que yo. Pasa a 7 60 Anduve rápido y me libré de una cuchillada en la cara. Golpeé con el puñal a uno, a otro lo empujé. Pocos de ellos disponían de un arma, su mayor baza era el

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número. Lo inquietante era que proseguían con su canción y de nuevo comenzaron a sonar las flautas en esta ocasión unidas con timbales. Entre estocadas, patadas y empellones nos abrimos paso hasta la salida, sin embargo no pudimos evitar que el posadero, que con un hachazo en el pecho y una herida sangrante en el brazo se mantenía en pie como si ningún efecto tuviesen sobre él los golpes y las estocadas, arrancase la cabeza de Thel con sus cadenas y los chorros rojos que brotaron nos sumergieran en un baño de sangre. Pasa a 28 61 Un ruido desde las alturas llamó nuestra atención, nos detuvimos y escuchamos atentamente. La intuición maquilló de preocupación nuestros barbudos rostros. - ¡Avalancha! –grité, asustado, pálido de terror. Dirigimos a los caballos todo lo rápido que se podía entre el tupido boscaje y el mar de abetos que nos flanqueaban. El sonido aumentaba, se acercaba el alud y desesperados buscábamos la

manera de que no nos alcanzara. Las monturas trotaron por la ladera con la misma urgencia y desespero que sus jinetes. Miré hacia arriba y pude distinguir la ola aterradora de nieve, rocas y árboles destrozados, que con un ensordecedor ruido nos iba a aplastar sin remisión. Lanza dados, Cabalgar + Percepción, Dificultad 3 Si tienes éxito, ve a 54 Si fallas, ve a 46 62 - No dejaré que nos mates. No es que me importe en exceso la vida de estos hombres, pero su existencia en conjunto vale más que un año de la mía. Si quieres un guerrero a tu servicio, yo soy el mejor, iré contigo, pero no seré tu esclavo y tampoco te resultará agradable. No podía permitir que sus artes venenosas acabasen con ellos. Avancé con paso lento hacia ella, los lobos me franquearon el paso. Un jinete se colocó a mi altura, me retuvo sujetando mi brazo, en la mirada de mi camarada la negativa a que cometiese tamaña insensatez. Lo aparté con brusquedad:

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- Yo elijo mi destino. Suelta. Continuad vuestra búsqueda y no preocuparos por mí. Los lobos me escoltaron, una tupida nevada se precipitó de improviso a nuestro alrededor. La bruja alzó su cayado hacia mí, sentí un impacto en mi frente, un toque invisible, la furcia empleaba su hechicería una vez más. Los contornos de la realidad se difuminaron y todo pasó de un destellante blanco al más profundo de los negros. Anota “Encuentro con la Señora de las Taigas”. La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 63 Chasquearon las cuerdas de los dos arcos, los proyectiles zumbaron surcando el gélido aire del bosque, y el par de centinelas cayeron abatidos por las flechas. Busqué una nueva diana y la localicé en un inmenso guerrero que sobresalía en altura y corpulencia del resto, alcanzándole en el pecho. Keito me imitó y se deshizo de otro con un flechazo que le atravesó el cuello. Pasa a 32

64 Cuatro días después las laderas de las montañas quedaron atrás, enfrente aparecía Vahaneim, y la tundra, llanuras y bajas colinas de tierra casi helada en otoño e invierno. La nevada aparecía y desaparecía a intervalos, sin decidirse. Algunos bosquecillos de coníferas salpicaban el horizonte, regados por incontables riachuelos y más allá la distante taiga que deberíamos atravesar. La ventisca no cesaba, como si al dios del viento no le gustase nuestra presencia en sus territorios. Nos sentíamos huraños, discutíamos con frecuencia, necesitábamos el cálido sol del sur. Con trote alegre que contrastaba con nuestros ánimos, los caballos galoparon hacia el oeste. Lanza 2d6 Si el resultado es de 1 a 6, pasa a 187 Si el resultado es de 7 a 12, ve a 136 65

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Caminé una decena de metros sobre el lago congelado. No se apreciaban huellas recientes de que nadie lo hubiese cruzado. Me apercibí que en algunos puntos el hielo era débil, quebradizo. Podíamos intentarlo pero con muchísimas precauciones. - Si probamos hemos de ir a pie. Nos ataremos con las sogas, seguid en todo momento mis indicaciones. Si decides atravesar el lago helado, pasa a 86 Si por el contrario prefieres continuar por el otro camino, pasa a 90 66 Atronaba el rugido del viento y la nieve casi me cegaba, todo pareció sucumbir ante la ira de la madre naturaleza gobernada y azuzada por aquella horrible y despiadada bruja que no quiso entrar en razón ni perder su tributo. Llegaban amortiguados a mis oídos los gritos de terror, las maldiciones, relinchos y el ulular sarcástico del viento, que semejaba la voz distorsionada de la hechicera. Imposible saber quien pedía auxilio, quien estaba al lado de quien, no distinguía

apenas nada, dominada la escena por los finos copos de nieve girando en un frenesí desbordado. Llamé a unos y otros, avancé contra el empuje del viento, di con mi caballo, tan espantado el pobre animal que era incapaz de moverse. Tiré de las riendas e intenté salir de este infierno helado. Pasa a 15 67 Me deslicé hacia el hueco de una hendidura y el lobo de tamaño antinatural se perdió tragado por la ventisca. Intenté en vano sujetarme al borde, la abertura se ensanchó y me precipité medio metro dentro de ella golpeándome contra las paredes. Mis dedos resbalaban del afilado saliente al que me hube agarrado, desgarrándome la piel de las palmas de las manos. Mientras pugnaba por no caer, escuché una ansiosa respiración y tras ella los colmillos del lobo, su mirada inquisitiva, cruel, sobre mí. Me pareció que el animal disfrutaba con la perspectiva, con este momento. Tragué saliva. Si intentas trepar y enfrentarte al lobo con tu cuchillo –has perdido la espada-, haz una prueba de

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Atletismo + Armas Cuerpo a Cuerpo, Dificultad 3 Si tienes éxito, pasa a 109 Si fallas, pasa a 53 Si decides permanecer en el hueco, a distancia de las mandíbulas del lobo, pasa a 191 68 Un sexto sentido me previno de la inminencia de una intangible amenaza. En el preciso instante en el que la tierra se abría debajo de mi montura el animal ya daba un brinco azuzado por mis botas en sus flancos. Eso me salvó de hundirme en la ancha zanja que en unos segundos desgarró el suelo. Grité avisando a mis camaradas que hicieron lo propio, apartándose cuanto podían de la hendidura. Alguien nos observaba a unos metros delante nuestro a través de la nieve y el viento que amainaba. Se trataba de una mujer cubierta con una capa negra que contrastaba con el blanco de su piel tatuada, acompañada de tres enormes lobos de pelaje casi albo, que gruñeron de forma horrible mostrando sus afilados caninos y sus rojas lenguas.

Pasa a 179 69 Arremetió una vez más igual que un ariete con la cabeza baja, impactando en mi vientre, lanzándome hacia atrás. Caí de espaldas, alzó su pierna con intención de aplastarme, así que le golpeé la otra con el pie, a modo de zancadilla. Cayó cuan largo era pero volvió a levantarse, finté y esquivé su siguiente puñetazo. Cargó como un toro, empujándome y trabándonos en una presa; no aguanté el empuje y di contra el suelo. La bestia se echó sobre mí, su mano aferrando mi muñeca, cual tenazas trituradoras. Trataba la mole de alzar su rodilla y aplastarme con ella a la vez que propinarme un testarazo en el rostro devolviéndome el regalito anterior. Sonreía el animal aquel, goteando su sangre sobre mi torso, amenazando con quebrarme los huesos. Hundí mis dedos en sus ojos, la furia del combate no le hacía padecer ni sentir el daño. Le salté el ojo derecho, El cimmerio al final aulló de dolor y por un segundo su defensa se debilitó. Golpeé en el estómago, después

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insistí contra la rodilla, el lobo bufaba sin soltar a su presa, aguantando el castigo. Noté que aflojó, pude liberarme de su presa, rodé y salté sobre él. Mis manos como garras se enlazaron alrededor de su cuello de buey con intención de estrangularlo. Apreté y presioné con firmeza, marcándose las venas en mis músculos por el esfuerzo. El otro trató de desembarazarse de mí, pero ya era tarde para él. Sus fuerzas se agotaban, su tez adquiría un tono violáceo por la falta de aire. Si decides matarlo, pasa a 56 Si lo dejas con vida, pasa a 102 70 No quedaba mucho ya, una cuarta parte tal vez. De súbito un caballo se hundió en el lago, relinchando en su agonía. Sus patas rompieron el hielo y se precipitó al interior de las aguas heladas a pesar de nuestros esfuerzos. -¡Quietos, quietos! –grité. El hielo se quebraba en varios puntos con veloces, zigzagueantes grietas,

fracturándose a nuestro alrededor. El pánico de los animales empeoró la situación, otro cayó de lleno al agua, su jinete le siguió. Atados por las cuerdas, tironeamos de Keito. Desapareció en las aguas y traté de asir su brazo. La temperatura del agua era terriblemente fría y no pude sostenerlo por más tiempo. Con estupor y horror fui testigo de la espantosa escena que se daba en los pocos metros alrededor: los caballos se alzaban sobre sus cuatros traseros, los hombres caían, blasfemaban, maldecían y eran tragados por la laguna helada. Debía cortar la soga si no quería terminar en el fondo del lago. ¿Cortas la cuerda? Pasa a 58 ¿Intentas salvar a alguno de tus camaradas? Pasa a 79 71 Nos trabamos en una presa mutua, le propiné un codazo en la cara, su sangre manchó mis ropas. Fue más rápido que yo, torció mi brazo y golpeó un par de veces el hombro. El hueso crujió, pero aguantó. Me dio un cabezazo en la nariz, noté la humedad y tibieza de la sangre en la boca, reculé, y atiné a

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agacharme a tiempo de que no me alcanzase con un mazazo de sus puños. Con impulso me lo llevé por delante, tirándolo a tierra, sin embargo me propinó un brutal golpe de arriba abajo en el centro de la espalda. Volteé por encima y me puse en pie. Escupí sangre otra vez a causa de un derechazo brutal, y mi hígado se resintió por el castigo que llegó acto seguido. Sujetó mi cabeza y con aquel rodillazo cerca estuvo de romper definitivamente mi mandíbula. Di un par de tumbos entretanto que él elevaba los brazos, aclamando a Crom. Recibes 1 de Daño. Haz una tirada, Combate sin Armas, dificultad 2 Si tienes éxito ve a 69 Si no es así, ve a 75 72 Descarté la idea de intercambiar fluidos con aquella chica. Mi estado no era el mejor para satisfacer a la joven cimmeria, el sopor del fuerte alcohol me pedía únicamente cerrar los ojos y dormir hasta bien entrado el día. ¿Con qué diablos preparaban esa cerveza? Aparté a la mujer, sin dejar de sonreír y le hice señas de

mi evidente borrachera. Creo que me miró mal, disgustada, pero no le presté más atención. Tambaleándome llegue al camastro y me hundí en un sueño profundo. … Me arrancaron de mi lecho, me empujaron afuera de malos modos y el sol matutino clavó sus dardos en mis ojos. Eché mano a la espada pero no estaba en su sitio, y aprecié que el trato era el mismo para mis camaradas. Un enorme mazo golpeaba un tambor retumbando en el interior de mi cabeza y apenas recordaba lo sucedido la otra noche. Pasa a 103 73 Continué solo en esta odisea en busca de Maclo. Tantos hombres muertos por una mujer. Por una palabra dada, por la recompensa de una bolsa llena de monedas de oro. Habíamos fracasado. Todavía quedaba yo, me dije. Mis carcajadas fueron respondidas por el eco burlón de la yerma llanura, bastante tenía ahora con sobrevivir a mi desesperada situación. Pero no cejaría en mi empeño, no. Al menos por la memoria de mis amigos. El

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sentimentalismo había conducido a muchos hombres y mujeres a una fosa. Decidí seguir el rastro hacia el oeste, a las entrañas de un mundo glacial, helado, ¿qué otra cosa podía hacer? Delante, nieve, páramos extensos, desolados, vacíos, una vastedad de soledad blanca. Por no contar con los terribles y fieros clanes vanires. Con suerte podría cazar los pequeños animalillos que habitaban estas tierras. Regresar no era una opción. Si vas a caballo, pasa a 59 Si no lo tienes, pasa a 94 74 Fui el primero en lanzarme a la carga, comandando la misma, una saeta zumbó en el aire a un palmo de mi cabeza, mi espada describió un arco de arriba abajo partiendo la clavícula de un guerrero vanir. Seguí adelante, mi caballo saltó por encima de los esclavos, continuando su corta carrera hasta que el acero cruel del filo de la espada cortó la cabeza de un asombrado puerco que violentaba a una joven adolescente acorralada contra un árbol; el bastardo la había empujado, recogió su espada y al

alzarse lo último que vio fueron mis dos pupilas llameantes; su cabeza cortada golpeó y rebotó varias veces en las altas hierbas hasta desaparecer entre los matorrales. Volví grupas, la corta lucha hubo acabado, casi antes de empezar. Los vanires estaban todos muertos o moribundos, los que restaban con vida fueron masacrados por los prisioneros. Maldije al ver el cuerpo de Sablen tendido sobre la hierba ensangrentada, exánime, con la mitad de la hoja de un hacha hundida en su pecho. Has salvado a una muchacha cimmeria de la deshonra. Anota su nombre, Velina. Después de leer la siguiente sección, suma 118 a su número y pasa a la sección del resultado. Pasa a 6 75 Cayó sobre mí con todo el peso de su cuerpo, derribándome. Crujió mi espinazo, mi nuca rebotó en el suelo, casi pierdo el sentido. Un sinfín de golpes llovieron sobre mi rostro, cada vez más desfigurado. Partió mis

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labios, rompió la nariz, sentí el crujido de los huesos de mi cara astillados; golpeaba con una ira animal que animaba cada fibra de su ser. Golpeé, débil réplica sin esperanza alguna. Me pareció ver a través de un velo de sangre a la joven cimmeria sonreír jubilosa; una sonrisa cínica y mordaz pintada, una expresión de puro deleite por lo que contemplaba. El guerrero agarró mis cabellos y estrelló mi cabeza una y otra vez contra la capa de nieve y la tierra dura debajo. Una y otra vez, hasta que desparramó mis sesos. Hasta que perdí el sentido y la vida. FIN 76 El cazador cimmerio era fuerte como un oso. Creí que las venas de la frente me estallarían en cualquier instante y que mi brazo se partiría al segundo siguiente. La transpiración humedeció mi rostro crispado por el esfuerzo, forcejeaba intentando doblegar su brazo. Sus fríos ojos azules se clavaban en los míos, también resbalaban las gotas de sudor desde sus sienes, tampoco él veía claro su triunfo. Apreté los dientes

y luché con desesperación para conseguir la victoria. Centímetro a centímetro, su brazo iba cediendo terreno. Tras cinco minutos interminables y sudorosos logré poner sus nudillos sobre la mesa con un golpe seco. Dejé escapar un bufido de alivio, mis camaradas me palmearon la espalda y el mismo cimmerio, masajeándose sus músculos de hierro, me ofreció una gran jarra de cerveza. El resto de anfitriones gritó y bramó llamando a la fiesta, las mujeres pronto acudieron con bandejas a rebosar de carne de caza, pan, y mucha, mucha cerveza. Mis camaradas me felicitaron y se pusieron a comer y beber con tanto o más apetito que sus anfitriones. Al acabar la velada, ebrios y saciados de comida, bebida, cantos e historias, resolví regalarle la espada a Blagan, el hijo del jefe. Borra tu espada de Hyrkania. A partir de ahora llevarás la que te deja Whosoran, que tiene un hacha para defenderse. Pasa a 34 77

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El grandullón se adelantó hacia mí y se formó un círculo a nuestro alrededor. Mis camaradas poco podían hacer amenazados con espadas y hachas. Pintaba mal el asunto. Se plantó enfrente, combatiríamos sin armas. Nada de lo que dijese iba cambiarles la opinión, así que me puse en posición de guardia y me preparé para su embestida. Lo miré a los ojos, era más joven que yo, más fuerte, más salvaje sin duda. No obstante, no poca experiencia atesoraba yo en años de luchas y combates en hediondos tabernas y crueles campos de batalla. Fuese cual fuese el resultado, quizás no saliésemos con vida de esta aldea perdida en el norte del mundo. Y todo por no haberme acostado con esa desgraciada. Anota Combate con Cimmerio Haz una tirada de Combate sin Armas, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 80 Si fallas, pasa a 39 78 Caí sobre la nieve, no podía más. Las raíces no fueron suficientes para recobrar una mínima energía que me permitiese continuar. Escuché un sonido metálico, ¿o

era mi imaginación? Me apercibí de unas sombras que se acercaban, tal vez la fiebre me hacía ver visiones, espectros, pesadillas andantes. Llegaron hasta mí, grandes, poderosos, de rojas barbas y enormes hachas. Vanires, un grupo de vanires. Alcé la cabeza, un tipo hercúleo me observaba sonriendo con desprecio. Me desplomé a sus pies, perdí la conciencia y con ella desapareció el frío, el miedo, el hambre. Anota “Vanires” La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 79 Enrollé la cuerda en mis manos y clavé una rodilla en el hielo, que por fortuna resistió. Tiré con todas mis fuerzas, tratando de liberar a mi camarada del abrazo mortal de la laguna. Lo sujeté de los hombros y estaba consiguiendo alzarlo cuando la superficie bajo mis rodillas se quebró, precipitándome al agua. ¡Dioses! Pensé que el corazón se me paraba de sopetón, tal fue la impresión que recibí al sumergirme.

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De algún lugar encontré las energías para alzarme y salir de la mortal hendidura. Arrastrándome, con repetidas y violentas sacudidas que estremecían todo mi cuerpo, logré gatear hasta una zona más densa de hielo y resistente. Recibes 2 p. de Daño Haz una tirada de 2d6 Si sale más de 6, ve a 12 Si sale de 1 a 6, ve a 89 80 La enorme mole de músculos se abalanzó sin esperar a más, cargó con la fiereza y fortaleza de una bestia furiosa. Me resultó fácil esquivarlo, un movimiento preciso a un lado, luego descargué con las dos manos unidas un fuerte golpe en su espalda. El cimmerio se volteó con una rapidez inesperada y su mano derecha logró golpearme en la pierna debajo de la rodilla. Le aticé un poderoso puñetazo en la cara, rompiéndole los labios y la nariz; la sangre salpicó la ligera capa de nieve. Me aproveché de su desconcierto y le castigué una vez más con una patada en el estómago.

Pero el lobo cimmerio no estaba acabado. Haz una tirada, Combate sin Armas, dificultad 2 Si tienes éxito ve a 69 Si no es así, ve a 71 81 Mis piernas no pudieron más, dijeron basta. Agotado hasta la extenuación, el frío helaba mi sangre, el hambre roía las entrañas y la fiebre devoraba mi entendimiento. Las rodillas se doblaron sobre la nieve. Grandes copos se arremolinaban en torno a mi patética figura, una pequeña silueta difuminada en el blanco eterno de aquella soledad, un puntito oscuro en medio de la nada, eso era yo. La nieve caía indolente cubriendo mis hombros, mi cabeza, mi cuerpo. FIN

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82 Después de varios días sin contratiempos una brumosa mañana nos internamos en Cimmeria, fría y solitaria tierra de cielos perennemente grises y poblada por fuertes hombres y mujeres taciturnos. La intención era dirigirnos al norte, hacia Aesgard. Encontramos varias aldeas incendiadas y saqueadas a nuestro paso, al parecer una banda de guerreros aesires estaba barriendo la zona a sangre y fuego. Esta tropa de guerreros compró el cargamento de esclavas y ahora resultaba evidente su destino, los hielos eternos del norte. Me deprimía este negocio, esta compra y venta de género humano igual que la carne de ganado; sabandijas y estiércol eran los tratantes de semejante comercio. Pero era predicar en el desierto, la mitad del mundo era libre, la otra sumisa y esclava. Existían varias rutas, y confiábamos que las nieves ya hubieran remitido lo suficiente. Sablen contó que con los cimmerios se podía tratar, sin embargo siempre estaríamos expuestos a una emboscada:

- El pueblo cimmerio tiene en alta estima el honor propio y ajeno, suelen pelear de frente, de día, nunca a escondidas –carraspeó-. No siempre es así, claro. Aquilonia recordaba Venarium, su avanzada en suelo cimmerio, ahora y desde hacía años fortaleza cimmeria. Un puesto ganado a base de mucha sangre y vidas derramadas. Te recuperas del daño, un total de: 1 + Constitución. Si has estado en la Posada de las Cabezas, pasa a 41 En otro caso, pasa a 23 83 Nos precedió el vibrante y seco sonido de las flechas de Brevea y Keito, que eliminaron a los dos centinelas apostados. Aparecimos de la nada, de la densa espesura del bosque, jinetes de pesadilla para los desprevenidos vanires. Tomaron sus armas o descolgaron los arcos aquellos que disponían de tal arma, pero ya era tarde para ellos. Avanzamos impetuosos, nuestros caballos los derribaron y aplastaron con sus cascos. Una

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cabeza pelirroja cayó por un lado y el cuerpo al otro. Haz una tirada de Cabalgar + Armas Cuerpo a Cuerpo, Dificultad 2 Si tienes éxito pasa a 74 Si fallas, pasa a 88 84 Acompañados por los imponentes picos, así como la nieve pulverizada que se arremolinaba en los cascos de los caballos y golpeaba con mil aristas afiladas los rostros castigados, languidecía la tarde, cuando el sol declinaba y pintaba de rosados cenicientos el horizonte plomizo, desde un otero se pudo contemplar iluminada por los haces moribundos del sol crepuscular, una extensa superficie alba que se extendía delante, un conjunto de lagos que formaban un archipiélago en el verano, ahora todos ellos helados, encajonados a derecha e izquierda por los altos farallones medio cubiertos de blanco e impracticables, formados por rocas de agudas aristas que cortaban igual que cuchillas de afeitar. Este era el paso que los cimmerios nos explicaron que usaban en los interminables inviernos, o en los veranos a remos de pequeñas

embarcaciones improvisadas, tanto ellos como los vanires para acosarse mutuamente. Se ganaban muchos días de marcha pues el otro y único camino transitable zigzagueaba por los peligrosos desfiladeros de las montañas y angostos valles, en dirección noreste, hábitat de lobos y osos, sendero por donde tenían lugar también incursiones de los guerreros vanires, para luego finalmente torcer al noroeste. El riesgo de los lagos estribaba en el hecho de que su superficie ahora no era fiable, pues el deshielo comenzaba. Recuperas Daño, 1 + Constitución Si tienes anotado Combate con Cimmerio, pasa a 120 Si no, pasa a 27 85 Para nuestro desconcierto, bloqueando la puerta nos topamos con el tabernero y su corpulenta humanidad; las cabezas pendían de su cinturón en una cadena de hierro: - Eh, vosotros. Os habéis cargado mi local. Tendré que reconstruir otro. Pagad. – exigió el hombre -.

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- Y tú, el de la barba, has bailado conmigo y me has tirado contra las mesas. Eso también tiene un precio.- Me giré encontrándome con la sonrisa lujuriosa de una de las mujeres, con un escote hasta el ombligo que apenas tapaba sus diminutos senos, señalándome, sin animosidad, con juego y burla en su lengua. El dueño de la posada hizo girar suavemente la cadena con las cabezas, un gesto de indudable sentido. Insistió: - Quiero otra cabeza para la colección. Os advertí, pero no escucháis, la gente solo oye, no escucha. Después se lamenta. – su rostro pétreo no sonreía, su mirada sí, brillaba en ella maldad acumulada por eones. La mujer le hizo un mohín: - Eres bruto. No es eso lo que yo quiero… Thel echó mano a sus monedas, murmurando maldiciones y con la otra desenvainando: - Esto te pagará de sobras… La zorra negó con un movimiento de su mano y lo interrumpió: - Eso aquí sobra, estúpido. Quiero…sí, quiero al cachorrito, quiero saber si maneja tan bien su otra espada como la de metal.

Ese es mi precio. Si me divierte, puede que salgáis de este lugar. Puede, aunque tal vez os acabe gustando. ¿Qué dices, cachorrito?, me preguntó, la burla bailando en sus ojos. La sangre no me llegaba al corazón. Acherus palideció un instante, Whosoran se soltó y arremetió contra el posadero. Si le vas a dar una buena ración de acero a la chica, pasa a 21 Si te olvidas de la mujer e intentas abrirte paso hasta la salida, haz una tirada de Atletismo + Combate sin Armas, Dificultad 3. Si tienes éxito, pasa a 43 Si no es así, pasa a 13 86 Cruzar el lago fue la opción que mejor le pareció a la mayoría de acuerdo con mi dictamen, en verdad arriesgado, pero consideraba que con prudencia y obedeciendo mis indicaciones al pie de la letra no habría problema. Aunque no las tenía todas conmigo. Crujía el suelo helado con cada pisada de los cascos de los animales y de nuestro calzado de cuero.

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Nos distribuimos y con extremo cuidado avanzamos. A veces cuando una bota se levantaba del frío suelo, un trozo de este se resquebrajaba y dejaba ver el agua a tan solo unos centímetros de la superficie. No perdía detalle de donde pisaba evitando las zonas de mayor peligro. Lanza los dados. Si sale un doble, ve a 70 En cualquier otro resultado, ve a 98 87 Dos anodinas jornadas transcurrieron bajo una fina cortina de lluvia persistente. Atardecía, el pálido y débil sol y sus escuálidos rayos que apenas daban para calentar nuestros ateridos cuerpos, desapareció fugaz tras las nubes grises. Regresó la lluvia y el viento, azotándonos una vez más con su furia enfebrecida. -Me pregunto qué mal le hemos hecho a su dios –dije para mí mismo más que para el resto. - Este es el reino de Crom, o de Ymir. Estamos en la frontera de estas lúgubres tierras. Si es que los dioses tienen fronteras –respondió Acherus.

- He oído decir que la hija de Ymir, el Gigante de hielo, es el dios de la tormenta y de la guerra. Su hija Atali se lleva el alma de los guerreros muertos en combate. O eso he oído decir – añadió Keito. - Supersticiones, Keito. No esperes a morir para encontrarte con la hija de nadie. Disfrútale en vida –bromeé. Las risas disiparon un tanto el sombrío carácter de la marcha pero no la insistente cascada de agua que el cielo derramaba sobre nosotros. Varios torrentes pendiente abajo amenazaban con hacer perder pie a nuestros caballos, así que decidimos acampar. Alguien descubrió una cueva, muy oportuna su presencia. Recuperas Daño, un total de 1+ Constitución Pasa a 100 88 Un fornido guerrero de largos cabellos rojos se encontró con mi implacable acero en pleno rostro, dándole únicamente tiempo a descargar con la misma furia su martillo de guerra sobre la frente de mi montura, quebrando

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huesos y aplastando su cerebro. El pobre animal se desplomó y salí despedido hasta besar mi cuerpo el grueso y áspero tronco de un roble. Conmocionado, necesité unos momentos para espabilarme, el resultado del encontronazo fue una luxación en el hombre. El forzudo vanir se tambaleó, mi espadazo había seccionado su cara a la altura de la nariz, manchada ahora de rojo y sesos; el guerrero pelirrojo se desplomó, pesado, igual que un árbol derribado por el salvaje puñetazo de un gigante. Había perdido la espada, caída a un par de metros de mí. Me giré al oír el grito de guerra de otro vanir, armado con escudo y un hacha de doble filo, sediento de mi sangre. Anota un p. de Daño Haz una tirada de Agilidad + Atletismo, Dificultad 3 Si tienes éxito, pasa a 57 Si fallas, para a 18 89 Mi caballo también fue engullido por las aguas, pero conseguí alcanzar la otra orilla, después de lo que me pareció una eternidad. Exhausto, tiritando

convulsivamente, caí en la dura capa de hielo, firme, al menos. Me recuperé y encontré un hueco donde pasar la noche, a cubierto del viento gracias a una pequeña elevación del terreno. Pude encender un fuego con algunas ramas, y me enrosqué formando un ovillo mi cuerpo, apurando los últimos rayos de la puesta de sol. Arrebujado en mí mismo, pasé la noche masticando mi autocompasión. Conservaba la espada y el cuchillo, junto con el calzado y la capa. Esas eran mis posesiones materiales en este mundo. El panorama era horriblemente desalentador. Frío, hambre, mi cuerpo en un estado penoso, el aliento del acoso de las manadas de lobos en mi nuca y sus colmillos en mi garganta. Confiaba que el alba desterrara los fantasmas de la noche, y el sol calentase un poco mis huesos y mi ánimo. Me armaría de valor y treparía por la ladera de la montaña. Haz una prueba de Constitución, Dificultad 2 Si la superas, sufres un total de Daño igual a 3-Constitución, por el intenso frío, tanto del agua que te ha dejado casi congelado como por el de la noche. Pasa a 73

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Si fallas, pasa a 95 90 Continuamos el viaje bajo las tupidas copas de los abetos, la espesura del bosque formaba un techo de ramas y hojas que tamizaba la luz, haces de rayos dorados semejantes a lanzas, que marcaban nuestro camino. La senda nos condujo más y más arriba en nuestro periplo hacia Vanaheim. Ningún lobo apareció, ni oso ni hombre tampoco, delante o a nuestras espaldas, manteniendo en todo momento una actitud vigilante, aunque por las noches escuchábamos el aullido lúgubre de los primeros llamando a la luna. La caza era relativamente abundante y nos permitía alimentarnos sin carestía. El tiempo empeoró y la nieve hizo acto de presencia. Pronto, el bosque se vistió de blanco. ¿Tienes un Brazalete cimmerio? Pasa a 108 Si no es así, ve a 87 91 Estaba claro que los dioses del Norte no nos querían en sus tierras.

Escuchamos un retumbar en el exterior que se sobrepuso al ulular delirante del viento. Me arriesgué a sacar la nariz afuera y me apercibí de la tremenda tromba de nieve y rocas que se nos venía encima. Quedamos enterrados. Completamente. La boca de la cueva estaba bloqueada y aunque intentamos retirar la masa de nieve, resultó del todo imposible. No podíamos movernos en la angostura del sitio, ni sabíamos cuántas toneladas de nieve teníamos encima. Keito se puso muy nervioso, el pánico le arrastró a soltar improperios y desatinos y tuve que propinarle un puñetazo para que se calmara. Luego se puso a excavar murmurando para sí. Estábamos sepultados y muertos. Nuestros semblantes cenicientos lo decían todo. A la luz trémula de las antorchas decidimos descender por la rampa que había descubierto antes y esta nos llevó después de un deslizamiento de una decena de metros a otra sala de la caverna de dos metros de alto y de la misma amplitud más o menos que la anterior. En un estanque con forma de media luna reposaba la serena superficie de tonalidades verde oscuro.

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Pasa a 10 92 Caminé una decena de metros sobre el lago congelado. No se apreciaban huellas recientes de que nadie lo hubiese cruzado y la pista me pareció sólida, tal vez algún punto débil, pero las garantías de cruzarlo sin incidentes eran muchas. Y evitaríamos el paso más largo por las montañas. - Nos ataremos con las sogas, seguid en todo momento mis indicaciones. No estéis inquietos, se lo que hago. Estaba completamente convencido de que no tendríamos problemas, así que me puse en marcha el primero. Cuán errónea fue mi observación del estado real de la laguna helada, no lo sabría hasta un rato después. Pasa a 70 93 Contaban con el factor sorpresa, desbaratado en parte gracias a mi instinto, pero eran más que

nosotros y por completo pertrechados para la emboscada. Mis compañeros agarraron sus armas y pronto los aceros chocaban, madrugadora la muerte en su cosecha diaria. Otro guerrero fornido de aquellos se me vino encima. Si decides hacerle frente, pasa a 143 Si prefieres evitar este asalto, buscando una mejor posición, pasa a 197 94 Te recuperas del Daño, 1 + Constitución. Los días fueron durísimos, azotados por el vendaval impenitente, la soledad extrema de los parajes helados, con las fortalezas de las montañas lejanas cubiertas de nieve, únicas testigos de mi paso. Ni rastro de hombres, apenas de animales, tan solo raquíticos arbustos, que no tardaron en desaparecer. Comía lo que encontraba, rara vez carne, y cruda. Casi deseaba que apareciese de pronto un grupo de vanires y acabar con esto de una vez. Haz una tirada de Constitución + Exploración, Dificultad 3

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Si la superas, ve a 78 Si no, ve a 81 95 Por la mañana, los dedos albos y rosados de la aurora despejaban tímidos la bruma que se había levantado de madrugada, la atravesaron y descubrieron un cuerpo rígido en posición fetal, congelado sus huesos hasta el tuétano, y su corazón hasta el alma. FIN 96 Chocaron una vez los aceros. Luego trató de cercenarme la cabeza, me agaché y con un golpe circular le abrí el vientre de parte a parte. Mi rival se desplomó en su propio charco de sangre, los ojos muy abiertos por la sorpresa. Whosoran daba buena cuenta de otro bastardo a la vez que yo corría y ensartaba al último que pretendía golpearle por la espalda. Pasa a 116 97

Contesté encolerizado, dejando ahora de lado la prudencia: - Me río de tus amenazas. ¿Vas a matarnos? ¿Y qué? La vida es muerte. Tarde o temprano, es lo que nos aguarda. Somos mercenarios. La muerte forma parte de nuestra vida. No tenemos miedo. Eres fría como el hielo, entiendo que los hombres no se acerquen a ti y tengas que esclavizarlos para disfrutar de su compañía. Pero ninguno de los que estamos aquí ansiamos yacer con una bruja. Si quieres que alguno de nosotros se quede a tu vera ¿Por qué no vienes tú a por él? Diosa o bruja, me da igual, no eres más que una cobarde. Hunde el hielo ahora o lanza a tus fieras, pero en este gélido lugar no disfrutarás nunca del calor verdadero...-Desenvainé la espada. Por vano que fuese, moriría con el acero en la mano.-No dejaré que nos mates. Brevea lanzó su flecha, que nunca llegó a su destino, desviada por vientos nacidos del cielo y la tierra. El frío aire de un torbellino se apoderó de la amazona, la levanto de su silla y la arrojó contra la nieve. El resto decidimos cargar. Entonces la violencia y la hechicería se desataron sin darnos cuartel. El extremo de bastón de la hechicera tocó de

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nuevo la tierra. Perdí de vista a la mujer pero la escuché reír. Pasa a 106 98 Las constantes ráfagas de aire no ayudaban precisamente a nuestro avance. En ocasiones hubo que retroceder a prisa pues el suelo se rompía aquí y allá. La pierna de un camarada se hundió hasta la rodilla, lo sujeté antes de que sumergiese más. Les iba señalando a derecha o izquierda, encontrando el mejor camino. Por fortuna ya no quedaba mucho. Llegamos al lado opuesto, sanos y salvos, cuando el día declinaba y el ocaso teñía de sangre las nubes. El frío era una constante, pero estábamos chorreando de sudor. Sonreímos, nos abrazamos y nos palmeamos las espaldas. Acampamos más allá, en suelo firme, pateándolo riendo, a cubierto del viento por una pequeña elevación del terreno. Encendimos una fogata y tras cenar nos arrebujamos bajo las mantas. Haz una tirada de 1d6

Si sale de 1 a 3, pasa a 64 Si sale de 4 a 6, pasa a 108 99 El tiempo se endureció, el viento sopló con más fuerza desde poco después del alba, y por la tarde nevó copiosamente. No lo conseguiría, era imposible, caminaba despacio, arrastrando los pies, muerto de frío y de hambre. Cada paso me costaba un mundo. Atisbé un ave volando muy alto, y al anochecer las primeras plantas escuálidas asomaron en la nieve, toda una proeza de la naturaleza y de las intensas ganas de vivir; las devoré. Las estrellas iluminaron el camino, con esa nevada no debía detenerme, moriría enterrado, congelado. Continué caminando, igual que un autómata, un paso, luego otro, y otro, no notaba el frío, ni las piernas, ni los brazos, ni siquiera mi cuerpo. Solo caminaba. Anota 1 punto de Daño. Haz una tirada de Constitución + Exploración, Dificultad 3 Si la superas, ve a 99

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Si no, ve a 81 100 Nos asomamos a su interior: restos de huesos y pellejo de animales, ramas, hojarasca, piedras y sangre reseca. Su interior era amplio, alto, un hombre podía perfectamente estar de pie. Pero había alguna cosa que me hizo arrugar la nariz, algo intangible en el ambiente, solo apercibido por un sexto sentido. Me adentré con la antorcha, seguí por un corto túnel que desembocaba en otro espacio cuadrado más pequeño en el primero y allí se terminaba la gruta. Salí: - No hay nada que evidencia que sea la madriguera de un oso o lobos. Sin embargo…es difícil de describir, pero tengo la sensación de que no es un buen lugar. -Tú y tus historias. Tu instinto. Venga hombre. Estamos calados hasta los huesos, si aparece un oso somos suficientes para deshacernos de él. Me haré una capa con su piel, ¡jajajaja! – se burló el turanio. No pude convencerles. En realidad no tenía argumentos para ello, solo era una impresión sin ninguna base sólida. Una

incierta desazón me recorría el espinazo igual que una serpiente repta en el lodo de un pantano. Continuaba sin gustarme. Pasa a 112 101 Me adelanté a su embestida, esquivé su poco diestro golpe y aferré su muñeca haciéndole soltar la daga cuando retorcí su antebrazo. Un puñetazo en la mandíbula terminó con los delirios de la visionaria que cayó pesadamente sobre una silla, derribándola. Al momento el sonido de címbalos y una flauta acabó por derrotar a nuestros nervios, y todo el mundo se puso a bailar. Eso no fue lo peor, pues las cabezas comenzaron a berrear y emitir gemidos y lamentos en un idioma que no conocía, mirándonos desde esas cuencas muertas y, a lo que a mí me parecía, insultándonos. El supersticioso Keito salió de la posada gritándonos que le imitásemos mientras Whosoran se subió al mostrador y con su hacha quiso hacer callar a las plañideras cabezas. Pasa a 107

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102 Nobleza, honor. ¿Tenían algo que ver con mi decisión? Autocontrol. Solo eso. No había venido a matar, no era esa mi preocupación, por una mentira, una injuria de una desvergonzada adolescente de las estepas. No era suficiente motivo para acabar con la vida de nadie. La vida lo es todo. Aflojé la tenaza con la que estrangulaba a mi oponente, me levanté con lentitud. Él tosió, vomitó, tragó bocanadas de aire, volvió a toser. En sus ojos brillaba la ira desmedida. Me pregunté si no debería haberlo matado. De pie, tembloroso, sudando, desafiante, mi mirada arrogante se paseó por el resto de sus congéneres. ¿Y ahora qué vendría? El orgulloso jefe del clan, aquel cimmerio tan alto como ancho, me miró desde las alturas glaciares de sus ojos: - Ha sido un combate justo. Tomad vuestras armas y caballos, podéis iros. Nos dejaron marchar. Nos devolvieron las armas, los caballos. En sus ojos miradas

ansiosas de ganas de destrozar nuestros cuerpos y derramar toda nuestra sangre. Hambrientas de nuestros corazones. Monté y fijé mi mirada en la chica, la hermana del cimmerio batido. Lloraba arrodillada al lado del cadáver. No le dije nada, no me comprendería, bastaba el destello de mis ojos para que supiera lo que pensaba. Pasa a 48 103 Me despabiló de súbito un chorro de agua helada que me lanzaron los cimmerios. El aspecto de estos reflejaba su cólera y sus malas pulgas. ¿Qué sucedía? Un tipo que me sacaba una cabeza de alto nos despejó las dudas. Relató que había violentado a su hermana durante la madrugada. Tuvo que repetirlo un par de veces más pues su domino de nuestra lengua era penoso. La historia de siempre, me dije. “Estúpido, esa zorra se ensañaba conmigo por no haberla complacido”. La muchacha estaba junto a su hermano cuchicheándole al oído. Por supuesto, negué los hechos, tanto delante de los bárbaros como de mis compañeros. No sirvió de nada. Creo que incluso lo

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empeoré pues me pareció entender que había despreciado a la hermana. Pasa a 77 104 Me tocó la primera centinela. Transcurrió sin nada a destacar, observando la lluvia caer y escuchando el bufar del viento. Arrebujado en mi capa y acosado por malos presagios, salí un par de veces para comprobar el estado de los caballos, que soportaban con paciencia el aguacero. Les susurré palabras de aliento y acaricié para tranquilizarles. Este viaje tenía visos de durar todavía mucho. Ahí fuera estaba mi destino. Un destino incierto, esquivo y peligroso en los confines del mundo. Desperté a Keito, a quien le tocaba la segunda guardia. Me tumbé y cubrí con la manta, pero tardé mucho rato en conciliar el sueño. Pasa a 195 105

Me fijé en el precipicio que descendía, un destello metálico llamó mi atención. Abajo, a la distancia de mediodía de camino, se veían entre la arboleda un grupo de hombres y mujeres a pie. Forcé la vista y observé con atención. - Varios guerreros, sí. Y una larga fila de prisioneros, niños, mujeres, hombres. Seguramente vanires, con una carga de esclavos. Suelen adentrarse en terreno cimmerio para saquear, violar y esclavizar a esta gente. Es conocida la enemistad de ambos pueblos desde ni se recuerda cuando. Aparecían y desaparecían a intervalos conforme atravesaban el bosque. El sendero les llevaba al norte de Vanaheim y nosotros debíamos tomar otro que se bifurcaba hacia el oeste del mismo país, siguiendo las indicaciones de los cimmerios. Pero una de las prisioneras podía ser Maclo, aunque no era probable, suponíamos que nos llevaban bastantes jornadas de ventaja. Aun así descendimos la loma y tras esa tarde y noche, al alba los teníamos a la vista. Un detallado examen nos reveló que no se encontraba Maclo entre los esclavos. Pasa a 51

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106 La tormenta vomitó despiadados acordes de una sinfonía rugiente. Esta vez sí que se abrió la tierra por completo, herida por garras colosales, creando grietas y zanjas que se tragarían a hombres y monturas. Mis compañeros perdían pie, desaparecían tragados por los fosos; los caballos se encabritaron, uno se despeñó y su jinete con él. El vendaval nos azotó sin compasión de forma desmesurada e imposible. Pasa a 210 107 Una de las putas se me acercó sonriente, me abrazó y ciñó su cuerpo al mío. Olía a sudor y su aliento a tumba. Estiró de mí, quería que bailase con ella. La empujé y acabó con sus huesos sobre una mesa. Se levantó como si nada, sin un rasguño, lascivia en ojos y boca, se alisó el arrugado vestido: - Esto aumenta tu cuenta, cachorrito –dijo sin soltar la sonrisa de su fea boca.

Whosoran logró tirar las cabezas al suelo, y estas se quejaron del golpe. El turanio estaba como loco, gritando - ¡Brujería, brujería! ¡Os enviaré al Infierno de los condenados! Quiso patear al posadero pero este, rápido como un saltamontes, detuvo su bota y le torció la pierna, Whosoran le atizó en la cabeza, pero fue lanzado sobre los parroquianos. Igual que una furia blandió su hacha y cortó un brazo, una cabeza, la sangre le salpicó y alentó su ferocidad. Al otro lado pude ver que Acherus acababa de tumbar a un tipo bajito y fornido, precisamente uno de aquellos cuatro de la mesa. Dos de estos decidieron atacar a Whosoran y el tercero se aprestó a agredirme con su espada, dejando caer en su nerviosismo una bolsa que se abrió un poco al contacto con el suelo, dejando ver una importante cantidad de monedas de oro. Haz una tirada de Armas Cuerpo a Cuerpo, Dificultad +1 Si tienes éxito, pasa a 96 Si fallas, pasa a 9 108

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Un nuevo día de cabalgadura lenta y monótona. El sol estaba alto en su recorrido diario hacia occidente, cuando con aire taciturno trepábamos por una trocha la empinada cuesta de una ladera. Nos faltaría media jornada para coronar su cumbre y después emprender el descenso y adentrarnos en el país helado de los vanires atravesando la taiga. La ventisca no cesaba, como si al dios del viento no le gustase nuestra presencia en sus territorios. Nos sentíamos huraños, discutíamos con frecuencia, necesitábamos el cálido sol del sur. Recuperas Daño, 2+ Constitución. Lanza 2d6, Si sale de 1 a 6, pasa a 61 Si el resultado es de 7 a 12, pasa a 187 109 Trepé, con la hoja del cuchillo en la boca, sin apartar mi mirada de desafío fija en la del lobo. No iba a morir sin luchar, no era mi estilo. Apoyé ambos pies a la pared, me sujeté al borde con una mano y me impulsé hacia arriba a la vez que lanzaba con la

otra una cuchillada al grueso cuello del animal, en el instante en que él arremetía con una salvaje dentellada. El cuchillo seccionó su yugular, sus colmillos se clavaron con fiereza en mi brazo. Con la mitad del cuerpo sobre tierra firme, cambié de mano el arma y le hundí una y otra vez el puñal en su pecho hasta que entre estertores, y manando en abundancia su sangre me liberé de su presa. Anota 1 punto de Daño Pasa a 66 110 Solté la cuerda que dejó en el aire una tensa vibración; en ese instante el guerrero se desplazó para enfrentarse a la embestida de mis camaradas y la flecha erró por completo. Maldije mi mala suerte y encaje otra con rapidez. Keito sí le dio en el torso sin conseguir tumbarlo. Un caballo me tapó la visión y tuve que buscar otro objetivo. El bramido de toro de Sablen fue seguido por el movimiento feroz de su hacha, detenida por la del vanir herido por Keito. Con un

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movimiento veloz y experto, el hacha desgarró el cuello del caballo, el aquilonio saltó a tiempo de no ser aplastada por su propia montura, logró bloquear el nuevo hachazo del vanir, pero este le golpeó con la frente en la cara y el círculo que describió su arma le abrió el pecho de lado a lado; el chorro de sangre salpicó la hierba circundante, y Sablen quedó tendido boca abajo, inerte, en el húmedo suelo del bosque. Pasa a 26 111 Clavé mis pupilas, dos tizones al rojo, en los ojos de la miserable hechicera: -"Vemos que tienes poder, este será tu terreno, pero mujer, si quieres un hombre de verdad para calentar tu cuerpo, arrancar gemidos de tus labios y calentar tu cama, no nos mates, de poco te sirven entonces. Si deseas que te cabalguen hasta destrozar tus entrañas, dilo y te juro que aquí tienes uno dispuesto a ello y mucho más. ¿Qué dices? Le enseñé los dientes, entrecerré los ojos, mis botas golpearon los

flancos del caballo y me lancé a por ella. Haz una prueba de Reflejos + Cabalgar, Dificultad 2 Si la superas, ve a 193 Si no la superas, ve a 45 112 Prendimos unos pocos leños medio mojados y las enfermizas llamas danzaron perfilando nuestras sombras inquietas en las paredes de la cueva. Continuaba intranquilo, en un par de ocasiones inspeccioné la gruta sin encontrar nada relevante. Tampoco nos visitó animal alguno. El aguacero no cesaba ni atisbo de que fuese a hacerlo en breve. Jugamos un poco a los dados y acabamos por echar a suerte las guardias. Lanza 1d6 Si sale 1-2, pasa a 104 Si sale 3-4, pasa a 49 Si sale 5-6, pasa a 202 113

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La Señora de las Taigas. Caprichosa. Exigía un pago por cruzar sus tierras. Una vida. Reflexioné que mis palabras fuero demasiado civilizadas para estos yermos fríos asolados por el viento del norte. Más de uno intuyó que la mujer no nos escucharía ni atendería a razones. La tensión amenazaba con quebrarse de un momento a otro. Una bruja o lo que fuese, tratando de dominar e intimidar a todo un grupo de guerreros. O estaba loca como pensaban algunos o era muy peligrosa como creían otros. Brevea preparó su arco, las bestias gruñeron otra vez, los colmillos listos para cortar y desgarrar. - No lo consideras justo, ¿eh? – Su risa cínica formó ecos-. Escucha necio, un hombre, un corazón, que me sirva durante un año –respondió con desdén- ¿Te sacrificarás por tus compañeros, vendrás conmigo? Sí, te elijo a ti. Palidecí. Su mirada, su afirmación y el tono de esta, me dejaron petrificado. Si en apariencia, pero en realidad una treta, decides aceptar lo que demanda, pasa a 40 Si contestas enfurecido, lívido por la rabia, pasa a 97

114 Corrí por el pasadizo y encontré a Keito tirado en el suelo, desmayado, cubierto casi por completo por esa gelatina que pretendía devorar su carne y sus huesos. Una parte de sus mejillas ya había sido carcomida y tuve el impulso de apartar la vista de tan repugnante visión. Me sobrepuse, zarandeé al hyrkanio y le tiré agua en la cara, logrando que se despabilase un tanto. Los gritos de Acherus resonaron en la cueva: -¡La entrada! Está bloqueada por este compuesto. ¿Qué diablos es esta cosa? El primer impulso fue abrirnos paso con las manos, mala idea, pues la materia corroía la carne. Golpeamos con las espadas sin conseguir otra cosa que dejar viscosos trozos de la sustancia pegados a ellas. Probamos con los escudos pero resultó inútil. Me pareció claro lo que sucedía: - Esta sustancia es un organismo que se alimenta de seres vivos. Nos ha atrapado y nos engullirá con sus ácidos. Odiaba tener razón. Debíamos usar algo para salir de allí. ¿Pero el qué?

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(Para pasar a la sección correspondiente tienes que saber qué utilizarás para desbloquear la puerta. Es fácil. Se trata solo de una palabra, un sustantivo cuyas letras, sumados los números de la posición que ocupan en el abecedario español, te dirigirán a esa sección. De manera que la A equivale a 1, la J a 10, la N a 15, la w a 25 y así sucesivamente). Pasa a la sección correspondiente. 115 Intuí que ella sabía lo que me proponía. A tiempo me detuve, leí en sus ojos la inminencia de un nuevo hechizo y en los lobos el repentino ataque que sobrevino al segundo siguiente. Me agaché y rodé a un lado, el salto del gran cánido lo llevó más allá de mí. Otro de los animales se lanzó a por mis compañeros, y el tercero clavó sus zarpas en mi torso, luego en mi antebrazo con el que me protegí la garganta. Aferré el puñal y se lo hundí repetidas veces en el pecho. El animal brincó y se adentró en la tormenta que acababa de desatarse por obra de la bruja. En un momento la visibilidad fue nula, la nieve endurecida golpeaba nuestros rostros. Medio cegado, noté el tirón de alguien

que me cogió del tobillo, alguno de mis camaradas que luchaba con desespero por no caer en una de las fosas que se habían abierto por todas partes, y cuyo esfuerzo por salvar la vida podía hacer perder la mía. Quise aferrar la mano de ese hombre, Bazag, cuando la presión aflojó, apenas si rocé sus dedos. El infortunado probablemente había sido enterrado entre los muros de tierra helada de las hendiduras. Pasa a 66 116 En ese momento entró Thel en la posada, quedándose mudo de asombro ante lo que sus ojos le mostraban. Los parroquianos bebían, bailaban, reían, reían, carcajadas hilarantes de un profundo absurdo estremecedor. Whosoran no tenía con quien combatir pues nadie luchaba, él insultaba, bramaba frases amenazantes y los demás le respondían con risas y brindis. Realmente parecía una fiesta en su máximo apogeo, una celebración surrealista de pura locura. Junto con Acherus intenté arrastrar al exterior a Whosoran entretanto que el codicioso Thel no pudo evitar llenar su bolsa con

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las monedas sin que nadie se lo impidiese. Pasa a 85 117 Acercamos las antorchas a la telaraña pastosa y de color ceniza, que ocupaba todo el espacio de la entrada bloqueándola. Todas las fieras temen al fuego y se me ocurrió que esta cosa, que fuera de toda duda estaba viva, no sería menos. Comprobamos que retrocedía un poco pero no lo bastante y enseguida se unía de nuevo solidificándose. Aplicamos las llamas al suelo para mantener nuestros pies a salvo durante unos momentos. Se contraía la gelatina, huía del fuego, pero eso no hacía más que demorar nuestra angustia. Un pedazo de esa cosa cayó del techo en mi mejilla, sentí un dolor igual a una quemadura. La mucosidad corrosiva iba en aumento, crecía, untaba nuestras botas y nos hundíamos en el suelo a la vez que pedazos más grandes se desprendían del techo. Desesperado, miré en derredor cavilando qué hacer. Pasa a 133

118 Quedaría en mi retina para siempre la estampa terrible que acontecía ante nosotros. Sin mover un dedo, impertérritos sobre la silla de montar, con los corazones más duros y fríos que el hielo que nos rodeaba, fuimos testigos de la agonía de la decena de cimmerios que se ahogaban y helaban en las aguas de la laguna. Cuando todo terminó y no quedaba ningún hombre o caballo sobre la masa de grandes y pequeños bloques de hielo flotando, volvimos grupas. Un sabor amargo me subió a la boca, un revoltijo de bilis y, tal vez, de estúpido remordimiento. Lanza 1d6 Si sale de 1 a 3 pasa a 205 Si sale de 4 a 6, pasa a 87 119 El aire se me agotaba, mis pulmones iban a estallar, ¿por qué no dejaba ya de resistir y me dejaba llevar? Sería tan fácil, adiós al sufrimiento, al dolor, a los recuerdos, a lo que fui y nunca seré. Pero el instinto de

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supervivencia me exigía aguantar mientras mis pulmones conservasen aire y mi corazón pudiera bombear sangre a mis arterias. Al tacto hallé una fractura en el relieve de la pared, por donde cabía un cuerpo. Me introduje a través de la estrechísima hendidura, casi tuve que hacer acrobacias para penetrar por aquel hueco. Continué buceando, el aire estaba a punto de consumirse. Iba a perder la conciencia, mi cerebro enviaba señales de alarma, las piernas no me respondían. Iba a morir. Ascendí, presa del pánico, en un intento fútil de encontrar la superficie, pataleando con furia. Y para mi sorpresa me llegó una luz suave, esponjosa, la salvación. Emergí tragando bocanadas de aire, alimentando mis maltrechos pulmones, sin sentir el frío del exterior dada la baja temperatura de mi cuerpo. Nadé, o me arrastré hasta la orilla, donde me tumbé, tiritando, violentas sacudidas me agitaban, no era capaz de coordinar mis lentos movimientos. Me alejé unos pasos de la orilla, confuso, dando tumbos. Me desembaracé como pude de la

mochila a la espalda, me desplomé sin energías, los dedos de mis manos estaban azules, me hice un ovillo, los escalofríos constantes me recorrían el cuerpo. Un cuerpo que casi no sentía. No tenía claro donde me encontraba. Giraban las imágenes en mi retina, se trataba del bosquecillo cubierto de nieve, una laguna, una charca por donde aparecí. Durante unos minutos la observé con ansiedad, esperanzado de que alguno de mis camaradas surgiese de pronto. Luego, me desvanecí en un proceloso mar oscuro cuajado de pesadillas. Sufres 3 puntos de Daño. Anota “laguna”. La aventura continúa en “Crónicas Mercenarias: Maclo”. 120 Resultaba tan importante alcanzar a los vanires como escapar a la furia de los lobos cimmerios. Resolvimos arriesgarnos y atravesar la superficie helada de los lagos.

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Nuestros perseguidores se internaron tras nosotros con menos precauciones, conocedores del terreno y alentados por la poca distancia que nos separaba. Keito fue partidario de aprovechar la ocasión con nuestros arcos de forma que ralentizaríamos su avance, sin embargo no era buena idea en este momento, sobre una capa de hielo que en algunos puntos se resquebrajaba y nos hacía temer lo peor. Aguardaríamos a salir del lago. Pasa a 131 121 No localicé saliente o hendidura alguna donde poder afianzarme para continuar la bajada. Me froté la barbilla, preocupado por la suerte de Velina, y por la necesidad de encontrarla cuanto antes. Seguí mirando, trepé un par de metros, desplazándome hacia un costado. Me deslicé un poco más hasta el final de la cuerda. Tenía que dar un salto sobre una estrecha plataforma que me percaté que sobresalía. Solté aire y me deje caer. Pasa a 183 122

Aquel esperpento se lo decía todo, no supimos reaccionar, todavía mirando horrorizados a las cabezas. Un sudor frío empapó mi frente. La paranoia de muestra interlocutora se dejó ver en sus ojos desquiciados. Sacó de su funda la daga que llevaba al cinto y alzó el brazo: - ¿Que no me ofrecéis ese trago?,¿No? ¡Os bendeciré igualmente! Se dirigió levantando su arma contra nosotros, a menos de dos metros de mí, el más próximo a ella. Yo no entendía nada. La clientela no movió un dedo ni se alteró por esto. Las otras dos mueres morenas de piernas de flamenco sonreían pidiendo guerra y el tabernero dale que dale al viscoso paño repleto de grumos asquerosos. A mis compañeros y a mí nos parecía estar viviendo una pesadilla. Pensé en ofrecerle esa cerveza pero comprendí que ya era demasiado tarde: se nos echaba encima soltando babilla por su boca entreabierta formando una mueca feroz. Si pruebas a desarmarle, pasa a 101 Si optas por abrirla en canal directamente, pasa a 24

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123 Si no has hecho la segunda guardia, ve a 204 Si la hiciste continúa leyendo. Fui el último en cruzar el umbral de acceso a la cueva. Saltamos al exterior y, algo que no hubiera pensado minutos atrás, recibimos la lluvia como una bendición del cielo. Dejé que las gotas de agua golpearan mi cara, la cabeza, mis manos, que me limpiasen y liberarán de esa suciedad maloliente y asquerosa. Tenía abrasiones en las mejillas, la frente, los antebrazos y las manos. Pero estaba vivo. Si hubiéramos podido encontrar troncos y ramas secas hubiéramos quemado el interior de esa maldita trampa, achicharrado a la cosa que latía viscosa ahí dentro. Como no era así, montamos y nos largamos a toda prisa de tan nauseabundo lugar. Sufres 1 p. de Daño Si no tienes el Brazalete Cimmerio y no has combatido con el cimmerio, pasa a 108 En otro caso, ve a 159

124 La muchacha a la que había librado de las sucias manazas del vanir, insistió en acompañarnos, aduciendo que tenía una deuda de honor conmigo. Por supuesto me negué en redondo, pero ella hizo caso omiso de mis gestos de negación y mis palabras contrarias a sus deseos. No pensaba cargar con una mocosa, no había sitio para ella. Sablen me aconsejó que no mantuviese mi actitud pues sería del todo imposible convencerla de lo contrario, ya que el sentido del honor de estas gentes era elevado y particular. Resignado, molesto, gruñí y monté a caballo. Mire a la chica, de nombre Velina, apenas debía contar diecisiete años, pero ya era toda una mujer de formas atléticas, fuertes brazos y torneados muslos, fruto del contacto constante con la naturaleza y la rudeza de la vida característica de estos pueblos. Sus ojos verdigrises contrastaban con la negrura de su cabellera lacia, y escondían una mirada agresiva tras el velo de su agradecimiento. Frente amplia, nariz recta y unos labios finos le daban una belleza fría y serena. Tenía un corte superficial en su mandíbula un poco prominente, y

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algún que otro arañazo en las piernas. Vestía una túnica de cuero y un pantalón gastado y roto. De mala gana le tendí el brazo y la ayudé a montar. Pasa a 31 125 Aceptaron mis dos compañeros los argumentos que expuse, en realidad sin ningún sentido razonable, y Bazag guardó su moneda, sin que llegase a saber qué resultado hubiera obtenido. Los tres, Bazag, Sablen y yo, nos volvimos a internar en la laguna congelada, espoleados por la urgencia y convencidos de que nuestra resolución, si bien fuera de toda lógica, era la acertada. Al menos en mi caso estaba fuera de dudas. Avanzamos cargados con las cuerdas, extremando la cautela a la vez que nos dábamos prisa. El suelo crujía atenazando a cada paso nuestros corazones y cuando alcanzamos una distancia que consideramos prudente les lanzamos las sogas, enlazadas entre ellas. Aquellos que pudieron cogerlas se sujetaron y nosotros tiramos con tenacidad. Temíamos que el hielo cediese en cualquier momento. Por fortuna aguantaba.

Pasa a 185 126 En mi mente la sospecha dio paso a la certeza. Esta cosa, esta sustancia era un organismo que se alimentaba de animales y ahora, de nosotros. En particular de mí si no hacía algo para evitarlo. Me había atrapado y me digeriría con los ácidos de su gigantesco estómago. Odiaba tener razón. ¿Qué podía hacer? Cerré los ojos, traté de aguantar la respiración, conservar la calma y la sangre fría. (Para pasar a la sección correspondiente tienes que saber qué utilizarás para salir de tu apurada situación. Es fácil. Se trata solo de una palabra, un sustantivo cuyas letras, sumados los números de la posición que ocupan en el abecedario español, te dirigirán a esa sección. De manera que la A equivale a 1, la J a 10, la N a 15, la w a 25 y así sucesivamente). Ve a la sección correspondiente. 127 Nos marchamos al cabo de un rato. Resultó que uno de los cimmerios, el que me ayudó, era

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el jefe de su clan. Bastó poco más que su mirada gris de reconocimiento para interpretar que la deuda contraída, si es que existía alguna, o la inquina que procesaban hacia nosotros, hubo desaparecido. Sin palabras, sin gestos de agradecimiento, tan solo esos ojos de animal salvaje centrados en mis pupilas. Emprendimos la marcha, al trote ligero. Durante largo trecho estuve meditando acerca de lo acontecido, preguntándome que me alentó a cometer semejante acto de imprudencia. Mi cadáver podía encontrarse ahora mismo en las profundidades gélidas del lago. La vida es muy valiosa para exponerla así. Sin embargo, me sentía vivo; por completo. Con plenitud. (En caso de que no tuvieras la espada de acero hyrkanio, el jefe cimmerio te la devuelve). Anota Ayuda a Cimmerios. Cuando encuentres un gran oso pardo recuerda de restar 109 al número de esa sección y ve a la del resultado. Apúntalo para que no se te olvide. Lanza 1d6 Si sale de 1 a 3 pasa a 205 Si sale de 4 a 6, pasa a 87

128 Alcé la cabeza contemplando el hermoso anochecer. La tormenta dejó un cielo despejado, negro casi eléctrico, jaspeado de un rosario de diamantes sin luna. Estaba sentado en lo alto de una peña, no lejos de mi caballo que pastaba ausente, aunque de vez en cuando movía las orejas receptivo a los sonidos de la noche o giraba su cabeza en mi dirección asegurándose de que permanecía allí. Los leños húmedos crepitaban en la pobre fogata que luchaba por sobrevivir y un trozo de venado se asaba lentamente. Había trepado de nuevo después de enterrar el cadáver de Velina. Tal y como predijeron mis compañeros, estaba muerta, con el cuello partido, la pierna izquierda rota en una posición antinatural y un golpe muy fuerte en la cabeza. Creo que a su dios principal lo llamaban Crom, así que elevé una plegaria por su espíritu. Demasiado joven para morir. Pero son tiempos difíciles. Algunos mueren nada más abrir la boca cuando llegan a este mundo. Un mundo de lobos y ovejas.

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Que te acojan tus dioses en su seno, Velina. Borra a Velina de tus anotaciones. Pasa a 206 129 Sin más problemas que un par de rasguños en el antebrazo, llegué a una diminuta plataforma que sobresalía de la pared del barranco. Levanté mi vista hacia arriba, llevaba un buen tramo recorrido. El mismo que luego había de ascender; con Velina, si la fortuna era bondadosa. Pasa a 181 130 Velina se precipitó rodando y chillando por la abrupta pendiente. Rebotó en una piedra, desapareció entre los arbustos y emergió poco después. La joven consiguió asirse unos segundos a una raíz que sobresalía de la tierra para luego resbalar y soltarse, se golpeó con el canto de una roca, y acabó por perderse definitivamente más allá de unas zarzas con un alarido del que pronto únicamente quedaron

sus ecos. Solo restó de su caída los matorrales y plantas zarandeados y la tierra y el lodo removidos. Pasa a 194 131 Los cimmerios nos ganaron terreno y para cuando estuvimos a salvo, al lado opuesto, ya el ocaso teñía de púrpuras el horizonte. El frío era una constante, sin embargo estábamos chorreando de sudor, este se enfriaría sobre nuestros cuerpos y empeoraría la situación. Sonreímos, nos abrazamos y nos palmeamos las espaldas. Miramos atrás, los cimmerios habían cubierto las tres cuartas partes del lago. Era el mejor momento para abatirlos. Keito preparó su arco y tensó la cuerda colocando una de sus flechas. Dudé un instante, ¿debía unirme a él? Era como cazar conejos, no obstante se trataba de hombres. Hombres que buscaban nuestra sangre pero que también nos ofrecieron su hospitalidad. Si tienes un arco y lo vas a usar (y no tienes en negativo esta habilidad), pasa a 150 Si no lo tienes, no quieres, o no puedes utilizarlo, pasa a 162

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132 Velina nos informó de un camino a través de las montañas que podía ahorrarnos buena parte del trayecto y reducir la distancia sobre el grupo de vanires al que seguíamos. Ella no conocía personalmente dicho sendero pero muchas veces se lo había oído mencionar a su padre, ahora muerto en la lucha encarnizada que tuvo lugar en su aldea. Decidimos confiar en ella y dejar que nos guiase a través de ese desfiladero. Pasa a 142 133 Haz una prueba de Reflejos + Agilidad, Dificultad 2 Si la superas ve a 149 Si no la superas, sigue leyendo De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo aviso bajo mis pies, tragándome. Caí lanzando un alarido de pánico, traté de sujetarme pero mis manos solo encontraron la pastosidad de la sustancia. Me succionó antes de que mis compañeros pudieran socorrerme.

Pasa a 147 134 Conseguí afianzarme en el hielo evitando despeñarme, en medio de una sinuosa y estrecha franja de tierra, entre dos abismos, mientras el suelo se resquebrajaba cada vez más. Arrodillado, tracé una fugaz estocada al excesivamente desarrollado lobo, mi espada bebió sedienta su sangre y una vez más mi talento para matar me salvó el pescuezo. No obstante el mortal golpe no impidió que la bestia me derribase por segunda vez, desapareciendo en su carrera en la vorágine de la tormenta. Clavé la espada en la nieve y me sujeté a ella evitando ser arrastrado por el huracán que tenía lugar en derredor. Pasa a 66 135 Esta vez sí hice caso a Sablen. Incliné la cabeza, el enfado y el desaliento reflejados en mi amarga expresión, con los puños crispados, tuve que soltar la cuerda. Levanté la vista para ver

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como el hombre se hundía definitivamente en aquella maldita mortaja de hielo. Di media vuelta y corrí, la masa de hielo se partía detrás de mí, quebrándose allá donde mis pies levantaban esquirlas, persiguiéndome hasta la seguridad de la tierra firme. Me apoyé en mi montura, recuperando fuerzas y aliento. Mis camaradas ya amenazaban con sus espadas a la pareja de cimmerios sobrevivientes. Pasa a 127 136 El tiempo empeoró más si cabe. Una borrasca se cernió sobre el cielo grisáceo y triste, y copos de nieve que aumentaban su tamaño conforme avanzaba el día ralentizaron nuestro paso. Los caballos hundían sus patas cerca de dos palmos en el suelo blando, les resultaba muy pesado y fatigoso caminar, así que desmontamos y continuamos a pie. No dejó de nevar, al contrario, se hizo más intenso el temporal, ahora añadido con violentas ráfagas de aire que empezaron a levantarse. La nieve nos cubría hasta las rodillas, el viento fustigaba nuestros cuerpos y los minúsculos cristales de hielo

laceraban nuestras caras. Caminábamos con el cuerpo inclinado soportando la furiosa nevisca que no tenía trazas de disminuir un ápice. Soplaba el vendaval con tal ferocidad en su empeño de hacernos desfallecer que temía que pronto lo conseguiría si no encontrábamos algún refugio. Desgraciadamente no había donde guarecerse, todo alrededor estaba cubierto de nieve, una estampa nívea, monocroma, fría y aturdidora. Los oídos me zumbaban, la nieve se espesaba en torno nuestro y cuando ya me temía lo peor me percaté de un hueco en la parte inferior del talud por donde trepábamos, una oquedad que agrandamos con nuestras manos para descubrir la entrada a una cueva. Tuvimos que entrar a gatas, lamentándonos apesadumbrados por la suerte que correrían nuestros animales allí fuera. Pero si queríamos salvar las vidas era la única opción que teníamos. Pasa a 163 137 Fui agresivo, quise llevar la iniciativa y me lancé a por el gigante con la espalda inclinada y la espada baja para aprovechar la

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inercia del empuje; pasaría por su costado ladeándome, con la espada ahora en alto y la haría descender. Mi contendiente adivinó mis intenciones y se apartó, bloqueando mi ataque. Quiso darme una patada pero no le funcionó, su sonrisa malévola de dientes amarillos, mostró a las claras su desprecio y su confianza en vencerme. Le hice borrar esa mueca fea con mis golpes, cambiándola por una expresión preocupada. Se sucedía el entrechocar de los aceros saltando chispas. Ninguno cedía. Los dos nos sentíamos seguros de derrotar al otro. Le herí en el brazo, un corte superficial, arremetió con un golpe circular de su hacha, me incliné y el filo pasó a un palmo de mi oreja. En ese momento pude girarme veloz y su vientre se tragó media hoja de mi espada enviándolo al infierno. No había caído todavía cuando otro barbudo desgreñado ya me amenazaba con su arma dispuesto a rajarme el cuello. Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Atletismo, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 203 Si fallas, pasa a 164

138 “Mala suerte, muchacha”, me dije. El destino no tiene medida ni preferencias, el que hace un momento respira alegre, al instante siguiente brinda con la parca la amarga copa de la muerte. Con paso cansino reanudamos la marcha. La lluvia no paró un minuto durante todo el día, pasando del frenesí de la tormenta a un aguacero aburrido y luego a chaparrones constantes para tornarse de nuevo en una fina cortina de agua. Encontramos un pequeño hueco donde pudimos resguardarnos un poco y una vez declinaba la tarde comenzó a ceder, marchándose las nubes hacia el oeste, a dar de beber a otras tierras. La angosta senda era un lodazal que nos hizo retrasar en exceso. El desfiladero adquirió anchura paulatinamente y tras el ocaso, acampamos a la vera de una enorme peña. Deberíamos continuar pero los caballos necesitaban descanso y la oscuridad era demasiado penetrante para seguir el camino con seguridad. Apenas despuntaran las primeras luces en el este, partiríamos.

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Pasa a 5 139 Salté sobre mi caballo y galopé junto a mis compañeros hacia la salida del endemoniado poblado, atrás quedó la posada mas no las risas y los cantos de aquellas gentes que continuaron azotando nuestros cerebros. Las casas derruidas menguaron su número y dieron paso al oscuro sendero. Desapareció el pueblo, la mujer espectral, el tabernero. La pradera envuelta en tinieblas. Galopamos sin descanso ni pausa, hasta abandonar el valle de pesadilla, consternados por lo sucedido. Luego dejamos al paso a los atemorizados caballos, preguntándonos sobre la suerte de Thel. ¿Fuimos unos cobardes? Lo abandonamos a su suerte, cierto, pero me repetía a mí mismo que fue su ansia por esas joyas la que determinó su destino. Ninguno de nosotros mencionó el asunto. No sabíamos qué era aquel lugar, tal vez refugio de demonios, de espectros. Quien lo sabe. Pasa a 3

140 Los cimmerios sujetaban a sus caballos por las riendas guiándolos a través del hielo, y se cubrían con sus escudos. Aún así, mi flecha traspasó el pecho del guerrero. Keito mató a otro e hirió a un tercero en la pierna. Un segundo lanzamiento hizo que la saeta rebotara en un escudo. No me sentía particularmente orgulloso de mi puntería en esta ocasión. Pasa a 162 141 Mis compañeros se enfrentaron a los tipos armados, no suponían problema alguno, pero la gente que pretendía rodearnos y abrumarnos con su número era otra cosa. No tenían miedo a nuestras espadas, derribé a dos con profundos cortes en sus torsos pero eso no hizo que retrocediera el resto. Un grito de dolor escapó de mi garganta, había recibido una puñalada en un costado, por la espalda. Fui a caer sobre una mesa, derribando las sillas. Anota 2 p. de Daño en tu hoja de personaje.

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Lanza los dados (Reflejos + Agilidad, Dificultad 2) Si pasas la tirada, ve a 60 Si no es así, ve a 38 142 Recuperas 1 de Daño. Dos horas apenas habían transcurrido desde la salida de un sol titubeante y tímido solapado por los grises cirros que cubrían por completo el cielo. Una lluvia torrencial nos acompañó desde las primeras horas de la mañana, una descarga continua de agua fría y fina, que embarraba el estrecho paso por el cual franqueábamos los riscos y que nos demoró sobremanera. El sendero, tan angosto que no permitía el paso de dos caballos en paralelo, estaba salpicado de piedras y depresiones que junto con la lluvia nos obligó a una marcha lenta y de continua vigilancia donde pisaban nuestras monturas, bordeando un abrupto barranco que caía decenas de metros en una pendiente muy pronunciada. Los caballos, cuyos cascos se hundía por entero en el lodo, soportaban estoicamente el aguacero lo mismo que sus jinetes, en silencio, a excepción

del hercúleo Whosoran, que soltaba a intervalos regulares sus singulares blasfemias sin que nadie le hiciese eco, ni siquiera nuestro supersticioso y siempre inquieto Keito. Contrastaba con Bazag que musitaba una canción acompañado por Brevea. La morena Valina montaba conmigo, a mi espalda, silenciosa, transmitiéndome el calor de su joven cuerpo. En ocasiones hacía un comentario en su lengua señalando al terreno o a los altísimos picos nevados. Cerca del mediodía la tormenta arreció, relámpagos cegadores surcaron el plomizo cielo seguidos del retumbante sonido de los truenos y una espesa cortina de agua ocultaba casi por completo el camino. Me daba la impresión de que la lluvia quería castigarnos por la sangre que habíamos derramado a lo largo de nuestras vidas, o, tal vez, todo lo contrario, lavaba nuestros cuerpos y conciencias de todo ello. Abstracciones y meditaciones por puro ejercicio intelectual, pues con toda seguridad la lluvia tan solo caía indiferente. Lanza 1d6, Si sale de 1 a 3, ve a 153 Si sale de 4 a 6, ve a 146

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143 El hombre vestía con cueros y pieles, era mucho más alto y fuerte que yo, manejaba una enorme hacha a dos manos. Con una mueca espantosa en su cara de feroces rasgos hizo girar el mango del arma sobre su cabeza dispuesto a asestar el golpe. Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Agilidad, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 137 Si fallas, pasa a 11 144 Me adelanté y les dije sonriendo que podía aguardar un poco más a calentarme delante del fuego, Bazag y Thel me acompañarían. Desmonté, examiné los cascos de mi caballo y eché una mirada en derredor. Alguna rata agazapada saltaba al otro extremo de la calle. “Menudo estercolero”, pensé. No las tenía todas conmigo, así que eché mano de mi espada, inquieto. El shemita Bazag hizo lo mismo, escudriñando las tinieblas. Miré por las destartaladas ventanas de marcos caídos, pero era imposible distinguir algo tras las asquerosas cortinas debido a las capas de mugre y polvo acumuladas.

Pasa a 177 145 Un surco apareció bajo mis pies. El hielo se rompió. Primero la bota, a la que siguió la pierna derecha, hundiéndome hasta la rodilla. El frío mordió con saña mi carne y huesos, tuve que soltar la cuerda y dejar a su suerte al cimmerio. Resoplando, pude sacar la pierna del lago pero perdí el apoyo de la mano derecha y me di de bruces contra el suelo, sumergiendo el torso y la barbilla en el agua gélida. Entonces sentí una manaza en la espalda que me empujó hacia atrás, tirando de mí y sacándome de allí. Emprendimos la carrera de regreso, la masa de hielo se partía detrás, persiguiéndonos cuando corrimos despreciando cualquier precaución, de regreso a la seguridad de la tierra firme. Anota 1 punto de Daño. Lanza 2d6 y suma su resultado (entendiendo ambos como positivos), Si sale de 1 a 10, pasa a 190 Si sale => de 11, pasa a 160

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146 La lluvia no cesó un instante en la hora siguiente. La tormenta incrementó su furia y se hizo impracticable el sendero, una locura proseguir en estas condiciones. Desmontamos y nos pegamos a la pared, pobre refugio para unos hombres desesperados y agotados de tanto camino y desgracias. Para colmo de males fuimos testigos de un desprendimiento de tierras que tuvo lugar mucho más allá de nuestra posición debido al impacto de un relámpago. Los torrentes de agua que caían por las laderas de la montaña se llevaron consigo pequeños árboles, matorrales, piedras y rocas. Se quebraron sólidos peñascos y se desprendieron sus trozos sobre el desfiladero, bloqueándolo. Se nos cayó el alma al suelo pues quedó claro que no estábamos destinados a cruzar los montes por esta senda. - Maldita sea –murmuré, amargado y calado hasta los huesos-. Pasa a 200 147

La caída fue corta, ni tan siquiera dos metros. Topé con un piso inconsistente, esponjoso, recubierto de la misma mucosidad, pero mucho más estrecho, igual que un foso. Resbalé, perdí pie, me senté de culo. Iluminé con la antorcha, todo en derredor era la materia viscosa y yo estaba siendo embadurnado y pronto engullido por ella. Me ardía e irritaban las manos, los brazos, la cara y todo el cuerpo donde tenía contacto con esta cosa. Escuchaba las voces amortiguadas de mis amigos arriba. Estaba angustiado y aterrorizado, me quedaban poco segundos para salir de allí. Forcé los engranajes de mi cerebro a la vez que espantaba los demonios del pánico. Si has hecho la segunda guardia, pasa directamente a 126 Haz una tirada de Exploración, o Percepción + Voluntad, dificultad 3 Si tienes éxito, ve a 161 Si fallas, ve a 176 148 Te recuperas por completo del Daño

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Amaneció con la tormenta ligeramente sosegada. Permitió seguir el viaje, a paso cansino, azotados por ráfagas violentas, sin señal de vanires. Pocos animales asomaban y la caza resultó difícil. Más tarde, con el sol ya bajo, la tormenta retomó su furia, pero noté, inquieto, y no fui el único, que esta vez era justo encima y alrededor de nosotros donde se crispaba. Detuve la marcha, algo no andaba bien. El peligro acechaba. El polvo blanco se arremolinó en torno a los componentes de la partida, casi cegándonos, golpeando con rabia las caras de labios y mejillas cortados por el inclemente tiempo. Haz una prueba de Percepción + Reflejos, dificultad 3 Si la superas, ve a 68 Si no es así, ve a 171 149 De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo aviso. Gracias a mis reflejos lo intuí a tiempo y pude saltar a un lado, evitando la mortal trampa que quiso engullirme. Pasa a 123

150 Descolgué el arco y encajé la primera flecha. Keito ya lanzó la suya. Apunté al que iba en cabeza, contuve la respiración y solté el dardo, que atravesó el aire helado con la perversa muerte en su punta de metal. Pasa a 140 151 Un destello parpadeaba incesante tras la retina, mis miembros no respondían, no notaba los dedos de las manos, solo tocaba la pared y el techo sobre mi cabeza. Me quedaba sin aire, los pulmones iban a estallarme, el corazón latía débilmente a pesar del esfuerzo. Sentía temblores en todo mi cuerpo. Era el final. Recibes dos p. de Daño Haz una tirada de Constitución + Voluntad, Dificultad 3 Si la pasas, ve a 119 Si no es así, ve a 196 152

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Bazag, Thel y Sablen esperarían afuera, los demás pasamos al interior. Al entrar, nos recibió el hedor a podrido junto con el acre olor a sudor. La parroquia reunida allí nos miró un instante, sin demasiado interés, luego siguieron a lo suyo. El posadero orondo prosiguió con su rutinaria tarea de limpiar los vasos con un trapo sucio, lucía una barba larga y desgreñada, y un delantal salpicado de manchas. Un trío de mujeres de mediana edad, en extremo delgadas, de mirada nostálgica en caras escuálidas maquilladas en exceso esperaban en la barra a alguien que deseara sus atenciones; observé como se les encendió una luz en los ojos cuando nos vieron. Por lo demás, grupitos de hombres de lo más común en las mesas, aquí y allá, una posada de lo más convencional de no ser por su aire sombrío y conversaciones apagadas. Al menos contaban con una gran chimenea donde crepitaba la leña ardiendo. Cuatro tipos pertrechados como para iniciar una guerra ellos solos, bebían en una mesa en un rincón; nos miraron de arriba debajo de una manera que me hizo poca gracia, y continuaron bebiendo. - ¡Solo queda cerveza pasada y tiras de carne de rata! Ah, y no hay habitaciones libres. Algo más, quien no paga, ¡ya sabe! -Se

adelantó de esta manera el dueño del local antes de que preguntáramos siquiera, con un vozarrón salido de una boca cavernosa a la vez que señaló con su gordezuelo índice detrás y sobre él lo que quedaba de los últimos clientes que no abonaron la cuenta. El espectáculo nos dejó petrificados: de varios ganchos colgaban cuatro cabezas decapitadas, la sangre seca, la piel acartonada como un viejo pergamino, los ojos lechosos miraban sin vida. Y sus bocas retorcidas en horribles muecas. El impetuoso Acherus desenvainó su espada por puro instinto. Esa distracción sirvió para que se nos plantara delante una de las mujeres, la más alta, poco agraciada, de pelo escaso y pajizo, de rasgos arrugados pero semblante alegre, y una mirada en la que lucía una clara y arrogante ebriedad. Vestía una larga túnica, que desentonaba con el lugar, con mangas pringosas ribeteadas de un descolorido hilo rojo y no llevaba calzado alguno: -¡Desventurados viajeros! Vuestras miradas perdidas claman la oscuridad que envuelve vuestras almas y destino. Leo la falta de Fe en vuestras expresiones blasfemas. Necesitáis

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mi bendición, mi consejo, tanto o más que los que aquí desperdician vida y cuerpos. Os lo daré. Gratis. Oh, solo por una jarra de cerveza. Pasa a 122 153 Un rayo impactó a una docena de metros delante, en la pared de la quebrada sobre nosotros. Asustó al caballo que iba detrás de mí, relinchó alzando sus patas, Brevea no pudo controlarlo y el animal, agitado, reculó y golpeó varias veces la tierra mojada y los cuartos traseros de mi montura, empujándola también. Mi caballo se agitó inquieto, resbaló su pata posterior derecha sobre el borde del abismo, y trató de recuperar el equilibrio. Se creó un efecto dominó y a punto estuvimos todos de despeñarnos. A pesar de mis esfuerzos y habilidad con las riendas, el animal se hundió en el barro y acabó por desplomarse en la vertiente enfangada derribándonos a mí y a Valina, aunque él pudo brincar e impulsarse con sus patas lo suficiente para no despeñarse mientras que yo logré no sin apuros agarrarme a una rama.

Mi otra mano no alcanzó a sujetar el brazo que me extendía la muchacha cimmeria. Pasa a 130 154 Las espadas se desenvainaron. Brevea disparó su arco sin esperar más, la flecha se deshizo en el aire gélido sin llegar a su destino. Un soplo impetuoso de aire arrancó a la amazona del caballo y la arrastró hasta los lobos, una dentellada de uno de ellos le partió el cuello antes de que pudiese hacer algo por ella. Estaba presto a lanzarme contra esa nigromante, crispado, blandiendo mi espada, aunque cierto temor supersticioso me retenía en mi sitio. La desconocida, que portaba un báculo de madera aparentemente sin labrar, en su mano derecha, habló, con voz tan helada como la luz de las estrellas, haciéndose oír a través del aullido del viento. - Soy la Señora de las Taigas de Vanahein. Cruzar mis tierras exige su pago. Una vida. - Seas quien seas, ya te has cobrado uno de los nuestros, maldita bruja – mi voz destilaba una rabia incontrolable -.

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- Eso solo fue alimento para mis criaturas. Escucha, necio: Una vida, un alma, un corazón que me sirva durante un año – exigió--. Si aceptas, viendo lo que es capaz de hacer, pasa a 62 Si, preso por la ira, piensas en acabar con ella, pasa a 111 155 No aceptó ninguno. Si esa era mi decisión, ellos no participarían de semejante estupidez. De acuerdo entonces, yo sentía en mi interior que la resolución tomada era acertada a pesar del riesgo que entrañaba. Avancé con un par de nuestras cuerdas en las manos, cauteloso y aprisa. El hielo gemía bajo mis botas, y cuando alcancé una distancia prudente les lancé las sogas, enlazadas entre sí. Dos de ellos pudieron cogerlas, se sujetaron y tiré con tenacidad. Temía que el suelo acabase por ceder en cualquier momento. Por fortuna aguantaba. Pasa a 165 156

Resbalé una vez más, intenté sujetarme a un arbusto, se escapó de mis dedos, y me golpeé varias veces contra las rocas en la precipitada caída. Me desollé las palmas de las manos y me dejé la piel en la cortante roca. Me detuvo una diminuta repisa natural que sobresalía de la pared del barranco, lo justo para no despeñarme del todo. Reprimí un quejido pero no una blasfemia, palmándome el brazo. No estaba roto afortunadamente, pero tenía una buena contusión, y un largo raspón en el muslo derecho. Suspiré de alivio. Recibes 1 p. de Daño Pasa a 181 157 Implacable, el temporal arreció con más energía si cabe. Los rayos se sucedían en un constante ritmo que crecía al compás de la fuerza de la descarga de la lluvia. Estaba convencido de que mis camaradas se habrían detenido más adelante, pues el desfiladero era impracticable en estas condiciones. Tranquilizaba con mis palabras y caricias en su cabeza al hermoso ejemplar equino cada vez que un

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relámpago desgarraba las entrañas del cielo. Cuando el diluvio menguó un tanto me pregunté si sería el momento de iniciar el descenso pero no me decidí a ello, el aspecto de las nubes auguraba más agua y consideré mejor esperar todavía un poco. El tiempo jugaba en contra de Valina, me lamenté, irritado por tanta agua e inactividad. Antes del atardecer el aguacero se transformó en una débil llovizna y cesó por entero, despuntando medrosos haces de luz a través de las nubes exprimidas y vacías igual que un pellejo de vino. Até la soga a una roca y emprendí el descenso sin más dilación. 158 Inicié la guardia sin poder haber dormido apenas nada. Contemplé la lluvia caer, escuchaba el ulular del frío viento soplar afuera. Arrebujado en mi capa y acosado por malos presagios. Tenía la certidumbre de que este viaje duraría todavía mucho más y que nuestras penalidades no terminarían. Al cabo de un rato escuché un goteo al fondo, en las penumbras

de la cueva. Investigué a la titilante luz de la antorcha y me adentré una vez más en el pasadizo. Flotaba en el aire un polvillo, similar a esporas, de color amarillento. Al respirarlo, tosí, me picó la nariz. Palmé las paredes donde una sustancia gelatinosa aparecía rápidamente y al contacto sentí como una quemadura. Del techo chorreaban gotas de la misma sustancia y el suelo empezaba a cubrirse de ella. Me alarmé, pero al momento un sopor y aturdimiento de apoderaron de mí. Me tambaleé, lo mismo que si me hubiese bebido dos jarras de vino peleón sin aguar. Sufres Daño igual a 2-Constitución. Ve a 192 159 Reanudamos la marcha dejando tras nosotros los cadáveres insepultos de los hiperbóreos. La nevada aparecía y desaparecía a intervalos, sin decidirse. Algunos bosquecillos de coníferas salpicaban el horizonte, regados por incontables riachuelos. La ventisca no cesaba, como si al dios del viento no le gustase nuestra presencia en sus territorios. Nos sentíamos

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huraños, discutíamos con frecuencia, necesitábamos el cálido sol del sur. En una ocasión nos encontramos con un gran oso pardo, justo delante, cruzando la senda herbosa por la que ascendíamos la colina, a una veintena de metros. Nos detuvimos, el animal poseía un aspecto impresionante, un aura de poder y fuerza que transmitía sin esfuerzo. Nos miró a su vez, bufando y gruñendo quedamente. Nos olfateó, zarandeó la cabeza, lanzó un par de berridos con su gran bocaza, como si nos saludase y avisara de su presencia, y se marchó con ese andar displicente y perezoso propio de los osos. Recuperas Daño, 1 + Constitución. Si Velina está con vosotros, pasa a 132 ¿Has combatido con cimmerio?, pasa a 5 En otro caso, ve a 52 160 El suelo se quebró definitivamente bajo nuestras pisadas. Mi carrera fue detenida de forma brusca cuando mi pierna se hundió de golpe en una fisura que no resistió el peso. Me

sumergí hasta la cintura, de golpe, el hielo se rompió más todavía alrededor, se expandía el socavón, y traté de sujetarme como pude al bloque de hielo. El cimmerio no podía llegar hasta mí, la masa de agua se lo impedía, en sus ojos reflejada la ansiedad que leyó en los míos. Se dio media vuelta y continuó corriendo en pos de su salvación. Yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Luché hasta que las fuerzas me abandonaron, hasta que el frío entumeció mis músculos e impidió moverme con soltura. Las piernas y brazos no me respondían. El calor huyó de mi cuerpo y mi corazón se detuvo mientras me hundía más y más en las profundidades heladas. En las oscuras y mudas aguas heladas. FIN 161 Se me ocurrió probar con el fuego. Con la llama de la antorcha encendí un trozo de capa y envolví con ella la espada. La clavé en el techo y empujé y giré con energía. La masa gelatinosa rehuía el contacto y despejó un

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pequeño hueco. Arriba hicieron otro tanto, a la desesperada, ensanchando el agujero. Una mano, soportando el calor y dolor inflingido por las llamas me agarró la muñeca. Tiraron de mí con fuerza, y tras unos momentos espantosos, me sacaron de lo que sin duda se habría convertido en mi tumba. Pasa a 123 162 Cayó un cimmerio con un certero disparo de Keito, al momento se detenían y todos se protegían con sus escudos. Pero el destino estaba de nuestra parte y ocurrió lo que nosotros pudimos evitar. El piso helado se agrietó bajo los pies y cascos de sus caballos, acabó por romperse aquí y allá y encerró a los cimmerios en una trampa cuyo desenlace sería fatal para la partida de guerreros. Caían y se sumergían en el agua en extremo fría, luchando denodada e inútilmente por librarse de su abrazo helado; gritaban llamándose mutuamente, intentado salvarse unos a otros, entorpecidos por los frenéticos saltos y agitados movimientos de los asustados caballos que se hundían igual que sus amos. Sin embargo observé que no lo

lograrían, el puñado de hombres perecería sin remisión. - ¡Al infierno con esos perros! – exclamó Keito. Un trío de voces le hizo coro. Yo permanecía en silencio, no era un espectáculo agradable de ver. Si bien cierto era que el objetivo de esos guerreros era degollarnos, no menos lo era que dejar morir así a un hombre resultaba mezquino, a pesar de que un rato antes mis deseos fuesen otros. En mi interior una voz se alzaba exigiéndome que hiciese alguna cosa, el eco de mi conciencia apagada y sumida en el cieno de años de brutales acontecimientos. Si decides ayudar a los cimmerios, pasa a 170 Si dejas que mueran, pasa a 118 163 La entrada era estrecha, de techo bajo y tras gatear poco más de un metro se ensanchaba y su altura permitía que un hombre permaneciese de pie, encorvado, eso sí. El suelo era de piedra, estaba seco, frío, con restos de semillas, ramitas, algunos pequeños huesos y pelaje desprendido. Nos sentamos, ateridos, frotándonos las manos y el cuerpo.

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Así estuvimos largo rato, despejando el acceso a la cueva de la nieve que se acumulaba. En una ocasión me adentré con una antorcha en el pasadizo que llevaba tras unos metros a otra estancia casi circular donde en una esquina se abría un agujero que descendía como un tobogán. Regresé junto a los demás y esperamos. No había nada más que hacer. Pasa a 91 164 Más rápido que yo de reflejos, me sorprendió con un movimiento circular, tuve que retroceder y bloquear después. Se retorció como una anguila y el puño de su espada impactó en mi nuca, lo que hizo que por un instante el mundo de tonalidades blancas, verdes y ocres se tornase en sombras desvaídas. Me zancadilleó y fui a parar al suelo. Volteé a tiempo de esquivar el filo agudo de su espada por dos veces. Después detuve el nuevo golpe, que sacudió mi brazo. Le lancé un puñado de nieve lo que me dio tiempo a ponerme en pie y parar la nueva arremetida. No así la nueva estocada que mordió

con saña el muslo de mi pierna izquierda. Aguijoneado por el dolor, esta vez bloqueé con habilidad su espada, giré sobre mí mismo, y de un revés le amputé la mano izquierda. El guerrero aulló de rabia y dolor, cargó feroz para encontrarse con el filo de mi espada que le traspasó la garganta de parte a parte. Resoplé, observando con una mueca de disgusto el corte de la pierna del que manaba la sangre con fruición. Sufres un punto de Daño Pasa a 25 165 Los dos llegaron hasta mí, completamente mojados, les señalé que no se detuvieran y que continuaran hasta el borde. El hielo se partió muy cerca, me llegó el grito urgente de Sablen: -¡Déjalo, déjalo ya! ¡El suelo está cediendo! Lancé la cuerda una vez más, y la agarró un hombre medio sumergido en un agujero. Jalé con energía de la soga, las grietas en los bloques de hielo se

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ensanchaban, corrían en zig-zag, los crujidos y chasquidos rivalizaban con el chirriar de mis dientes. No hice caso de los gritos y llamadas a mis espaldas, afiancé mis piernas en el suelo, rogando a los dioses que me dieran un poco de tiempo más y tironeé con fuerza del cimmerio que batallaba por salir de la hendidura. Haz una prueba de Atletismo + Voluntad, Dificultad 4 Si la pasas, ve a 180 Si no es así, ve a 145 (en esa sección suma 2 al resultado de la siguiente tirada que se solicite). 166 Para nada fue fácil. El suelo era un barrizal resbaladizo claveteado con puntiagudas aristas de las piedras que rasgaban y arañaban mis manos. Ayudado por la soga, los arbustos o las raíces que asomaban de la tierra removida y arrastrada, bajaba con lentitud y bastante confiado en mis posibilidades de encontrar a la chica. Otra cosa era en qué condiciones. Un par o tres de veces me deslicé en la pendiente, pringándome de lodo hasta las orejas. Alcancé las zarzas, las rodeé, clavándome alguna espina, y me encontré con un desnivel de

varios metros. La cuerda apenas daba ya más de sí. Observé con la cada vez más decreciente luz del atardecer a mi alrededor buscando el lugar propicio para continuar. Haz una prueba de Percepción + Exploración, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 189 Si fallas, pasa a 121 167 Un breve respiro me permitió contemplar el escenario de la lucha. Mis compañeros se defendían y combatían con denuedo y coraje a la vez que con suma eficacia, pues varios cuerpos de los guerreros de turbios ojos verdes sembraban el suelo con sus restos y su sangre. Pero cada uno de mis camaradas se enfrentaba con un par de esos miserables y nada estaba decidido aún. El filo de los aceros ese día estaba saciando su sed hasta quedarse ebrios. Corrí y le abrí el cráneo a uno de los que acosaban a un Acherus en apuros. A otro le partí el corazón y a un tercero, después de herirme con un buen tajo en la pierna derecha, lo envié a la tumba desparramando sus entrañas.

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La nieve teñida de escarlata se derretía a la calidez de la sangre vertida. Veinte hombres habían muerto en unos breves minutos. Ninguno de los cadáveres era de los nuestros, solo debimos lamentar algunas heridas de mayor o menor alcance, moratones y contusiones. Pudimos comprobar que no se trataban de cimmerios ni vanires, sino de agresivos hiperbóreos procedentes del este. Posiblemente alguna partida en busca de dar buena cuenta de sus odiados enemigos ancestrales de Cimmeria y cobrarse algunas víctimas y esclavos a su costa. -Mal nacidos –escupí-. Dejadlos sin enterrar, que las bestias del bosque los devoren. Sus cuerpos no merecen sepultura alguna. (Entre los objetos que llevaban los hiperbóreos se encuentran hachas, capas de pieles de oso, cuernos fabricados de colmillos de mamut, algunas espadas largas, cuchillos de caza y escudos. Si cargas con alguna cosa de este botín, anótala en tu ficha. Recuerda el espacio que hay en la mochila; el escudo puedes transportarlo a la espalda y un cuerno al cinto). Anota 1 p. de Daño

Pasa a 159 168 Solté la flecha. Atravesó el frío aire del anochecer como una exhalación y se hundió la punta de metal en el cuello del animal. Saltó el reno, tropezó con las patas traseras y se cayó. Volvió a levantarse dispuesto a huir cuando el segundo dardo le acertó en el pecho. El animal se desplomó tras unos titubeos y después de unas ligeras sacudidas, murió. Monté y cabalgué hasta su posición, ebrio de satisfacción. - Lo lamento. Pero tu carne me salvará la vida. Agarré el cuchillo de caza y emprendí la ardua tarea de descuartizar su enorme cuerpo. Pasa a 4 169 La aldea, cercada por una muralla de resistentes troncos de tres metros de alto, la componían un reducido grupo de cabañas de madera, adobe y paja, en círculo en torno a la principal, la del jefe del clan. Mujeres de hermosos

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rasgos curtidos por la dureza del clima, niños de desgreñadas melenas, y hombres de poderosos hombros nos esperaron a la entrada, sus miradas ceñudas y curiosas. Algunas jóvenes curtían la piel, otras cocinaban. Se escuchaba el constante repiqueteo de un martillo contra el yunque y las risas y llamadas de los mocosos que correteaban de un lado a otro. Su jefe, un cimmerio tan ancho como alto, de profundos ojos azules, se mostró amistoso, igual que la mayoría de sus congéneres, cazadores y guerreros, de los que se decía aprendían a trepar y luchar antes que a caminar. Su hijo, que se mostró muy interesado por mi espada fabricada en Hyrkania, me retó a un pulso. Si me vencía yo le entregaría el acero y si él perdía, me daba a elegir, su hacha o su cuchillo. Lo miré, era un hercúleo guerrero que me sacaba una cabeza de altura y sus brazos eran realmente poderosos. En realidad yo salía perdiendo con el intercambio, sin embargo nos encontrábamos en su casa, y bastaba mirar las expresiones de los cimmerios para saber que una negativa no sería bien interpretada. De manera que acepté, riéndome y bebiéndome de un trago el contenido de mi jarra de amarga cerveza. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Intercambié unas miradas significativas con mis camaradas que mostraban la misma resignación que yo sentía en mi interior. Haz una prueba de Atletismo, Dificultad 2 Si vences, pasa a 76 Si no logras doblegar su brazo, pasa a 199 170 - Hemos de intentar salvarles. No es una muerte digna para nadie. -¿Qué dices, te has vuelto loco? Este frío te ha congelado el entendimiento, amigo –me reprendió Whosoran. Me miraron incrédulos, pensaron que se trataba de una de mis bromas hasta que leyeron en mis ojos que hablaba en serio. Keito, Whosoran y Bazag volvieron grupas, ignorando mi insensatez. La duda brillaba en los ojos de Sablen, mirando alternativamente a los cimmerios y a mí, y Bazag, sonriendo despreocupado, sacó su moneda con la que acostumbraba a decidir qué postura tomaría. Haz una tirada de Comunicación, Dificultad 2

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Si tienes éxito y los convences, pasa a 125 Si fallas, te quedas solo, pasa a 155 171 Los caballos relincharon, se escuchó el grito de auxilio de un hombre que fue elevado en el aire, torcido su cuerpo y quebrada su pierna. Delante, a una decena de metros, alguien nos observaba a través de los blandos copos de nieve que descendían girando en espirales al compás del viento que amainaba. Se trataba de una mujer cubierta con una capa negra que contrastaba con el blanco de su piel tatuada, acompañada de tres enormes lobos de pelaje casi blanco, con largos y afilados dientes mostrados en su mueca salvaje y fiera. Gruñeron de forma horrible, clavaron sus zarpas en la víctima asesinada y sus crueles dientes en la carne tibia devorándolo. Pasa a 154 172 Mis compañeros me tildaron de loco, Keito el primero: -Recuerda cual es nuestra misión, para qué nos pagan. Esa

cimmeria se empeñó en ir con nosotros, a pesar de nuestra negativa. Mala suerte para ella. -Keito tiene razón –afirmó Whosoran-. ¡Déjate de idioteces y vamos! Negué con la cabeza. No era propio de mí ablandarme, había sido testigo sin pestañear de la muerte de hombres, mujeres y niños. Pero no podía abandonar a su suerte a esa chica, no podía marcharme sin la seguridad de que estuviera con vida o no: - Si está muerta, su cadáver será carroña para los lobos. Si no es así, no quiero dejarla como alimento para esos colmillos ansiosos. Proseguid, os daré alcance tarde o temprano –aduje-. - ¡Nunca creí que fueses tan sensible! ¿Qué pasa, sus pechos acariciando tu cuerpo te han abierto el apetito? Jajajaja! Imbécil. No sobrevivirás –se burló el turanio-. Allí me quedé, con mi caballo, pegado a la pared, resuelto a emprender el descenso en cuanto escampase. Pasa a 157

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173 Bloqueé la espada del marcado con la cicatriz desviándola de su trayectoria, pero no así el fuerte golpe del escudo contra mi hombro. Con ligereza curvó el filo de su espada y me hizo un corte en el hombro. Reprimí un quejido, me escabullí entre ambos colosos a la vez que mi espada trazó su particular danza. Brotó sangre a chorros del muñón cortado del brazo y su espada chocó contra el suelo aún sujeta a su mano; otro golpe esta vez de abajo a arriba en la dirección inversa a la anterior le hendió el pecho salpicando la cálida sangre en todas direcciones. Quedaba el otro, el que manejaba el hacha como si fuese una cuchara. En su poderosa musculatura se marcaban las venas. Emitió un salvaje grito de guerra y embistió igual que un búfalo de Hyrkania. Pasa a 208 174 El reno me olfateó antes siquiera de que me acercase lo suficiente. Un cambio en el viento, y se fue al traste la ocasión. Alzó su grandota testa, estiró las orejas y ensanchó los ollares. Brincó entre

los matorrales y al trote desapareció de mi vista. Lo intenté seguir un trecho pero el maldito animal era rápid, se conocía bien el terreno y yo no quería agotar a mi caballo. Tiré de las riendas, resignado y proseguí el camino anterior, en la confianza de que encontraría alguna otra presa que calmase mi vacío estómago. Pasa a 4 175 Las grietas en los bloques de hielo se ensanchaban, corrían en zig-zag, los crujidos y chasquidos rivalizaban con el chirriar de mis dientes. No hice caso de los gritos y llamadas a mis espaldas, afiancé mis piernas en el suelo, rogando a los dioses que me dieran un poco más de tiempo, y tironeé con fuerza del cimmerio que batallaba por salir de la hendidura. Haz una prueba de Atletismo + Voluntad, Dificultad 3 Si la pasas, ve a 180 Si no es así, ve a 145 176

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EL poderoso narcótico que contenían las motas de polvo continuó penetrando imparable en mi torrente sanguíneo. Abotargó mi cerebro, nubló definitivamente mi visión a la vez que mis movimientos se ralentizaban. Pero el horror era superior a todo esto dándome fuerzas para gritar, patear y golpear repetidamente las paredes. Inútiles fueron mis esfuerzos. Las llamadas de mis amigos se hicieron lejanas, los muros y el techo perdieron sus contornos, el vértigo y las náuseas me hicieron vomitar. Di contra el suelo, de rodillas, perdí la antorcha, cuya llama acabó, vacilante, tragada por la espesa secreción. Tenebrosas tinieblas me envolvieron, resistí un instante más. Me derrumbé sobre la compacta mucosidad con una mueca de terror y un último grito que ni siquiera pudo surgir de mi garganta. FIN 177 Transcurrieron unos minutos. De súbito Keito salió del local, pálido como la cera, justo en el momento en que una araña cayó sobre mis hombros. La tiré al

suelo y aplasté la repugnante y antinatural bestia, dejando una sanguinolenta mancha negruzca en la tierra húmeda. - ¡Horrible, amigos! ¡Hechicería, seres del infierno! Keito siempre fue muy supersticioso. Intercambiamos miradas los tres con él, escuchamos música en el interior y nos decidimos a entrar, espada en mano. Apestaba a sudor y mugre allí dentro. El espectáculo me dejó sin habla: la gente bailaba al son de flautas y címbalos, unas cabezas cortadas, de aspecto demacrado y seco, desparramadas en el suelo aullaban espantosamente. Whosoran le cortaba la garganta a un tipo malencarado a la vez que Acherus rajaba a otro. Parpadeé un instante sin saber reaccionar, Thel sí lo hizo al distinguir su aguda mirada de águila un montón de monedas desparramadas en una mesa. Corrió hacia ellas. -¿Qué ha sucedido aquí, qué es esto? –pregunté-. - ¡Salgamos, ahora, ya! ¡Thel, olvida esas monedas! –bramó Sablen, quitándose de encima a una frágil mujer con el aspecto del fantasma de una puta.

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El aquilonio pateó a los bailarines, Whosoran abrió el pecho a otro. Era demencial, no se defendían, danzaban y reían. Fui a la salida cuando volví la vista atrás, el paso de Thel estaba bloqueado por una mole enorme, un gigante con un delantal grasiento y haciendo girar una cadena de metal de la que colgaban otras cabezas. Se trataba del posadero. La puta aquella, rostro demacrado, caderas estrechas, se plantó delante tapándome la visión. -¡Thel, Thel, deja eso! Si intentas ayudar a Thel, pasa a 21 Si decides que él se lo ha buscado debido a su codicia, pasa a 139 178 Me moví rápido y brinqué sobre una piedra, el hacha pasó lejos de mí; rodé un par de metros y al ponerme en pie, me encontré con otro rival delante, dispuesto a descabezarme. Haz una prueba de Armas Cuerpo a Cuerpo + Atletismo, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 203 Si fallas, pasa a 164

179 La desconocida, que portaba un báculo de retorcida madera sin labrar en su mano derecha, habló, con voz tan helada como la luz de las estrellas, haciéndose oír a través del aullido del viento. - Soy la Señora de las Taigas de Vanahein. Cruzar mis tierras exige su pago. Una vida. - Seas quien seas, sabe bien mujer, bruja o demonio, que no aceptaremos tu mandato. Te enviaremos al pozo del que nunca debiste salir – le contestó Whosoran-. Los cabellos de la mujer oscilaron de forma brusca por el viento, alzó su brazo en nuestra dirección, una violenta ráfaga de aire dirigido a Whosoran casi lo desmonta. - Como estúpidos os comportaréis entonces. Mis criaturas saciarán su apetito con vosotros y los que sobrevivan seréis todos mis esclavos. Para reafirmar su amenaza golpeó el suelo con el cayado, y la tierra se resquebrajó una vez más en finas líneas sinuosas a nuestros pies. Quise ser respetuoso. La muestra de brujería era suficiente para

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darse cuenta de que esta mujer no bromeaba. Teníamos serios problemas. Una vez más. Señora de las Taigas de Vanahein...” –comencé con voz firme y clara-. -“Somos viajeros que desconocen las costumbres de estos lugares y parajes que no son los suyos... No era nuestra intención molestarla. Tan solo deseamos atravesar sus tierras sin causar daño alguno a la naturaleza y a su entorno... –proseguí-. No considero justo que sea necesario ofrecer la vida de un ser humano para atravesar unas tierras, aunque sí una disculpa y una promesa...” –acabé con tono y mirada sinceros-. Esperé pacientemente la reacción de la mujer ante mis palabras mientras mis manos descansaban tranquilamente sobre la silla de montar en señal de respeto. Si tienes al menos 1 en Comunicación, pasa a 201 En caso contrario, pasa a 113 180 Estiré de la soga probando de conseguir algo que me parecía imrpobable y que lo mejor que

podría hacer era soltarla y correr hacia el otro lado. La cuerda dio un brusco estirón y detrás sentí el aliento de un corpulento cimmerio que había agarrado la soga. Con renovadas energías tiramos y tiramos arrastrando al cazador cimmerio, helado hasta el tuétano. Los cargó sobre sus hombros su camarada y emprendimos la carrera de regreso. La masa de hielo se partía detrás de nosotros, persiguiéndonos cuando corrimos despreciando las precauciones de regreso a la seguridad de la tierra firme. Lanza 2d6 y suma su resultado (entendiendo ambos como positivos), Si sale de 1 a 10, pasa a 190 Si sale => de 11, pasa a 160 181 La tarima natural era un excelente otero y desde aquí examiné toda la zona que quedaba bajo mis pies, donde unos cuanto abetos se reunían en la escarpada pendiente. Mi aguda vista no me falló y di con Velina: un brazo sobresalía medio tapado por los matorrales donde también alcancé a ver un pie.

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Impaciente, me moví con presteza y cuidado, fijándome muy bien donde me apoyaba y sostenía. Al cabo de unos minutos estaba junto a Velina, aparté plantas y ramas y la saqué de debajo de esos arbustos. Pasa a 128 182 El maldito animal se movió justo en el preciso instante que lancé la flecha. Esta rozo su cabezota, y el reno, alarmado y asustado, emprendió la carrera ladera abajo sin pensárselo dos veces. Corrí tras él y todavía probé una segunda vez, sin éxito. Tiré de las riendas, resignado y proseguí el camino anterior, en la confianza de que encontraría alguna otra pieza que cobrarme para calmar el hambre y desasosiego de mi vacío estómago. Pasa a 4 183 Aterricé sobre el saliente con un golpe sordo, rodé un poco para amortiguar el impacto y a punto estuve de precipitarme barranco

abajo por el borde, que me sirvió de agarradero. Su filo era muy agudo y me hice un corte en el brazo izquierdo, un desgarro en el muslo de la pierna derecha por no contar con el más que preocupante dolor del tobillo. Anota que recibes 2 p. de Daño y pasa a 181 184 Al recorrer con la vista y los dedos la superficie rugosa de las paredes no encontré nada en un primer examen. No obstante, descubrí una fisura, introduje los dedos, luego la mano, tiré con fuerza y arranqué un pedazo de roca. -¡Eh, echad un vistazo a esto! La antorcha mostró una hendidura que se fue haciendo mayor conforme quitábamos más y más trozos de roca. Entró un reguero de agua que al poco rompió y agrandó el agujero realizado por nosotros, y pudimos ver que por allí corría un arroyo subterráneo, de poco caudal en un cauce bastante estrecho. Había que arriesgarse así que gateamos por el río a favor de su corriente durante no se cuanto tiempo. Tal vez una hora, a

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oscuras, las antorchas no era de ninguna utilidad, dejándome la piel de las manos en las afiladas piedras del fondo y en las que sobresalían de las paredes. Y soportando los gruñidos y reniegos de mis camaradas y sus entrecortadas respiraciones. Pasa a 120 185 Dos de ellos llegaron hasta nosotros, completamente mojados, les señalamos que no se detuvieran y que continuaran hasta el borde. El hielo se partió muy cerca, Sablen avisó con un grito y comenzó a retroceder, lo mismo que Bazag. Lancé la cuerda una vez más, y la agarró un hombre medio sumergido. Empecé a jalar con energía, me había quedado solo. -¡Déjalo, déjalo ya! ¡El suelo está cediendo! –Me urgió Sablen-. ¿Decides correr el riesgo de ayudar al cimmerio?, pasa a 175 O si piensas que ya está bien de jugarse el pellejo, pasa a 135 186

Acerqué la antorcha a las paredes. Todas las fieras temen al fuego y se me ocurrió que esta cosa, que fuera de toda duda estaba viva, no sería menos. Comprobé con la escasa luz que retrocedía un poco pero no lo bastante y en seguida se unía de nuevo solidificándose. Insistí, pero nada. Me faltaba el aire, y el que respiraba me adormecía. Haz una tirada de Exploración, o Percepción + Voluntad, dificultad 3 Si tienes éxito, ve a 161 Si fallas, ve a 176 187 La taiga se abría fría y misteriosa atrayéndonos como si tirase de nosotros con hilos hipnotizadores e invisibles. Ahora se podía avanzar, con precaución y tino, a buen ritmo. Al trote ligero se cabalgó en dirección al mar occidental a muchas jornadas todavía de distancia, sin atisbar vida humana cercana, tan solo las constantes fumarolas señalando las aldeas de los habitantes de estas desoladas tierras. El tiempo empeoraba y la borrasca que ya se había divisado en el norte avanzaba veloz devorando con

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sus dedos helados el sur, latigazos postreros de un invierno que no quería marchar. Copos de nieve cayeron sin cuajar esa noche. Al día siguiente el cielo atronó pero no descargó, el viento rugía más que los días precedentes, y pronto la tormenta de nieve estuvo sobre nuestras cabezas. Ese día se adelantó poco, fustigados humanos y animales por el aire cortante y la lluvia nívea. Se tuvo que acampar, durante toda la noche el viento ululó desesperado como si le fuese la vida en ello. Pasa a 148 188 No tenían posibilidades y yo todavía alguna de salvar el pellejo si actuaba con celeridad. El cuchillo me sirvió para romper la cuerda, me liberé del peso que me arrastraba sin remisión a las profundidades y no miré atrás, no pude volverme a plantar cara a la mirada de terror, de rabia y odio del hombre al que dejé hundirse para siempre. Sus insultos y desprecios restallaron en mis oídos, y fueron acallados por el viento conforme me alejaba, medio empapado. Haz una tirada de 2d6,

Si sale más de 6, ve a 12 Si sale de 1 a 6, ve a 89 189 Encontré un pequeño saliente, balanceé la cuerda y salté al otro lado. Descendí hasta el extremo de la soga y continué ahora ya solo con la ayuda de manos, pies y mi pericia, a través de un peñasco. No quería lamentar la insensatez que cometía, ni pensaba en ello o en las consecuencias fatales de un mal pie y una caída. Haz una tirada de Atletismo, Dificultad 2 Si la superas, ve a 129 Si no, ve a 156 190 Quizás fue la suerte o la velocidad que imprimimos a nuestras piernas, o ambas cosas, supongo, pero de una forma u otra alcanzamos la ribera opuesta. Exhausto, pálido igual que la nieve que nos rodeaba, me apoyé en mi caballo, recuperando fuerzas y aliento. Mis camaradas ya amenazaban con sus espadas

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a los cimmerios y me recriminan con miradas severas y agrias palabras. Pasa a 127 191 Preferí quedarme agarrado de pies y manos a las paredes en el estrecho hueco de tierra seccionada. El lobo me miró y leí en sus ojos la decepción, el desprecio por el pusilánime que se quedaba allá abajo, a menos de un metro de sus mandíbulas. Sensatez, le llamaba yo. Un eufemismo para ocultar mi patética cobardía. Con aprensión no aparté la vista del lobo, que acabó por marcharse y desaparecer. Arriba la tormenta soplaba con intensidad, impidiéndome oír alguna cosa con claridad, apenas amortiguados gritos, llamadas de auxilio o maldiciones. Entretanto yo rogaba a los dioses que no se cerrase la franja de hielo fracturado. Al poco, cuando la tormenta disminuía y acalló su tronar, trepé, inquieto, temiéndome lo peor. Pasa a 115

192 Sudoroso, me pasé las manos por la cara. En un intento de espabilarme, usé el agua de la cantimplora y la derramé por la cabeza. Luchaba contra el sueño que me estaba causando sin duda ese polvo. Desperté a voces y con patadas a mis camaradas, avisando del peligro mientras esa materia cada vez crecía se expandía. Incluso en la entrada de la cueva se formaba una especie de gruesa telaraña. Les costó despertarse, apreciar lo que sucedía, narcotizados por las esporas. De pronto el suelo se ablandó, se descompuso y se abrió sin previo aviso bajo mis pies, tragándome. Caí lanzando un alarido de pánico, traté de sujetarme pero mis manos solo encontraron la pastosidad de la sustancia. Me succionó antes de que mis compañeros pudieran socorrerme. Pasa a 147 193 Los cabellos de la mujer oscilaron de forma brusca por el viento, alzó su brazo en nuestra dirección, y una violenta ráfaga de aire dirigido hacia mí me

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sacudió. A tiempo retuve mi montura y la hice girar con brusquedad tirando de las riendas, cambiando de dirección. El animal se alzó sobre sus cuartos traseros, relinchó asustado mientras la ráfaga violenta de aire me golpeaba y a punto estuvo de desmontarme. Pasa a 106 194 Trepé y miré hacia abajo, un tanto abatido y aturdido. Mis camaradas se encogieron de hombros, dispuestos a continuar con la esperanza de encontrar alguna oquedad o refugio donde ampararnos esperando a que la tormenta cesara su furor. No veía claro proseguir sin intentar buscar a Valina, podía continuar con vida. Pero menos claro me parecía arriesgarme a descender semejante sima cuando era casi improbable que se hubiese salvado. Si decides intentar el rescate de Valina, pasa a 172 Si optas por continuar avanzando en el estrecho sendero, pasa a 138 195

Debajo de la manta, escuchaba la respiración profunda de mis compañeros dormidos y sus ronquidos, así como algún ocasional movimiento de Keito en su centinela. No lograba conciliar el sueño y dentro de un par de horas sería yo quien se mantendría en vigilia. Traté de apartar de mi mente los fantasmas que la acosaban y al final medio me dormí. Me desperté con un sobresalto, liberado de las garras de una pesadilla. Busqué a Keito con la mirada y no lo encontré. Al apoyarme para levantarme mis manos tocaron el suelo: estaba cubierto de una sustancia pegajosa, resbaladiza, como gelatina. Pringosa y espesa, goteaba de muros y techo, cubría las paredes y ocupaba todo el piso de la cueva. Sentí un escozor en las manos, una abrasión, las babas laceraban la piel, la agrietaban, hacían que se desprendiese de la carne. Me limpié aprisa con la manta, vociferé: -¡Keito, Keito! Llamé a los demás, que tardaron en despertarse, entonces noté algo flotando en el aire cargado, unas minúsculas esporas. Mis compañeros tenían la cabeza y parte de sus facciones cubiertas

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de ellas, de un color amarillento, me pasé la mano por la cara y mis dedos se llenaron de ese polvillo. Una especie de narcótico, sin duda. Tuve que apoyarme en la pared, aturdido, sentía los miembros torpes, un entumecimiento progresivo, me suponía un esfuerzo coordinar los movimientos y la vista se me nublaba. Aparté rápido las manos despellejadas de los muros, con una exclamación producida por la irritante quemazón. Sufres Daño igual a 3-Constitución. Pasa a 114 196 Mis fuerzas se agotaron, el aire también. El pensamiento no fluía en mi mente abotargada, no me respondían manos ni piernas. La cabeza chocó con la dura superficie del techo de la laguna, abrí la boca. Sentí el agua penetrar libre dentro de mi cuerpo. El olvido me envolvió. Dejé de sentir. De recordar. De vivir. FIN

197 El guerrero era más alto y fuerte que yo, vestía con cueros y pieles, y manejaba una enorme hacha a dos manos. Con una mueca espantosa que embrutecía sus pálidos rasgos, hizo girar su arma sobre su cabeza dispuesto a asestar el golpe. Prueba de Agilidad, Dificultad 1 Si la pasas, ve a 178 Si fallas, ve a 11 198 El animal cambió de posición, quedando casi oculto a la vista. Desmonté y, sigiloso, me desplacé agachado, casi arrastrándome, hasta que no quise arriesgarme más para no delatar mi posición. Detrás de un pequeño talud tomé dos flechas, encajé una de ellas y me dispuse a no fallar el tiro. Podía ver su cabezota y, aunque oscurecía, el blanco no era muy difícil. Lanza dados por Armas de Proyectiles, Dificultad 2 Si tienes éxito, pasa a 168 Si fallas, pasa a 182

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199 El cazador cimmerio era fuerte como un oso. El sudor humedeció mi frente, las venas se marcaron por el esfuerzo. Con el rostro crispado por este, forcejeaba intentando doblegar su brazo. Sus fríos ojos azules se clavaban en los míos, también resbalaban las gotas de sudor desde sus sienes, tampoco él veía claro su triunfo. Apreté los dientes y luché con desesperación para conseguir la victoria. Centímetro a centímetro mi brazo se curvaba, sometido a la excesiva presión y empuje de mi oponente. Cerré los ojos unos segundos y un gruñido emitió mi garganta. El cimmerio prosiguió implacable, el apretón de manos provocaba que mis nudillos estuviesen blancos, la tensión me vencía. Pude frenar su empaque un minuto más pero al final mi brazo cedió y golpeó con fuerza sobre la mesa. El rudo guerrero se levantó de un salto, exultante por su triunfo, pateó una silla, y alzó su potente voz proclamando su éxito y su alegría. Le siguió un auténtico clamor provocado por la decena de bárbaros que nos rodeaban, me palmearon la espalda, gritaron algo en su lengua y me ofrecieron una jarra

a rebosar de cerveza amarga. Las mujeres sirvieron comida y bebida, cerveza, pan caliente, carne de caza y cordero. Miré a mis compañeros contrariado, me devolvieron la misma mirada con un encogimiento de hombros, y tuve que entregar al cimmerio mi excelente espada. Whosoran me ofreció su espada (tiene un hacha también). Borra de tu equipo la espada de Hyrkania. Pasa a 34 200 Obstruido el paso, aguardamos a que la densa lluvia remitiera lo suficiente y retrocedimos el camino recorrido bajo el aguacero constante. A la caída de la tarde el viento se llevó los nubarrones hacia el oeste y nos ofreció un respiro. La angosta senda era un auténtico lodazal, una trampa a cada paso de los caballos. Mi montura se resintió de una pata y Valina montó junto a Acherus a partir de aquel día, pues su caballo rebasaba en envergadura y fortaleza a la del resto. Llegamos al punto de partida cuando el crepúsculo se cernía sobre nosotros tiñendo el

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horizonte de púrpuras y rosados. Ninguno estaba de humor para charlar, comimos frío, echamos a suerte las guardias y, sin haberme tocado ninguna, me arrebujé debajo de mi manta. Valina se tumbó junto a mí. Pasa a 64 201 Leí en sus ojos, en sus palabras, de alguna manera, el inmenso poder que tenía. Nos mataría a todos. Frené la cólera de mis camaradas y le pregunté exactamente qué quería. Su contestación fue tan sencilla, tan directa, que me trasvasó el alma: - Deseo una vida, como he dicho. Un hombre que me sirva durante un año. Un guerrero. Poca cosa, qué es un año de vuestras miserables existencias. Suspiré. Nadie se ofrecería. Pero aquí dominaba la brujería, ya había tenido encuentros con la magia anteriormente y nunca me gustaron, detestaba a los magos y sus artimañas. Pero conocía bien de lo que eran capaz. Si te ofreces voluntario, pasa a 62 Si contestas airado, pasa a 97

202 Solté una imprecación. La segunda guardia, la peor de todas, la que te rompía la noche. Genial. Aunque casi no me importaba, presentía que esa noche mis temores no me permitirían conciliar el sueño. Anota que haces la segunda guardia. Pasa a 158 203 El guerrero rubio fue lento de reflejos, salté sobre él, furioso, y mi espada le cercenó la garganta. Se desplomó entre gorgoteos, y me giré a tiempo de detener una estocada de su camarada. Rechinaron las dos hojas de las espadas, las chispas centellearon, y ambos contendientes nos empujamos violentamente. Pasa a 25 204 Decidimos quemar algunas mantas y acosamos con ellas a la

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pegajosa sustancia que taponaba la entrada de la cueva. De esta manera logramos que disminuyese su avance y se contrajera sobre sí misma, permitiéndonos cruzar por la angosta rendija que dejó libre. Atravesando las llamas y el humo escapamos al exterior y, algo que no hubiera pensado minutos atrás, recibimos la lluvia como una bendición del cielo. Dejé que las gotas de agua golpearan mi cara, la cabeza, mis manos, que me limpiasen y liberarán de esa suciedad maloliente y asquerosa. Tenía abrasiones en las mejillas, la frente, los antebrazos y las manos. Pero estaba vivo. Si hubiéramos podido encontrar troncos y ramas secas hubiéramos quemado el interior de esa maldita trampa, achicharrado a la cosa que latía viscosa ahí dentro. Como no era así, montamos y nos largamos a toda prisa de tan nauseabundo lugar. Anota 1 p. de Daño Si no tienes el Brazalete Cimmerio y no has combatido con el cimmerio, pasa a 108 En otro caso, ve a 159

205 La lluvia caía suave en este momento, dos días más tarde, cuando la noche se resiste a marcharse y los últimos fulgores de las estrellas comparten el firmamento unos minutos con los primeros rayos del alba. Una ligera calima se extendía a ras de suelo, me alcé la capa, me rasqué la barba, en un rato despertaría a mis compañeros. Dormían, roncaban, gruñían sumergidos en sus sueños. Tal vez soñando que retozaban en el lecho con alguna mujer fogosa. Recuperas Daño, un total de 1+ Constitución Pasa a 209 206 El estrecho sendero se había transformado en un lodazal que me complicó mucho la marcha. Tentado estuve de dar media vuelta pero la esperanza de encontrar a mis camaradas me animaba. Regresó la lluvia para empeorar las cosas junto con el insufrible viento. Llegó la puesta de sol y no encontré a mis amigos, ningún rastro, desaparecidas sus huellas por la

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perenne y torrencial cascada de agua. Al mediodía siguiente pude observar los destrozos de una avalancha en el bosque. Me temí lo peor… El desfiladero adquirió anchura paulatinamente y tras el ocaso, acampé, totalmente desalentado. Encendí una pequeña hoguera y reflexioné sobre mi situación y la decisión que tomaría en cuanto el alba saludara al nuevo día. Apenas despuntaron las primeras luces en el este, partí hacia occidente. Estaba decidido a llevar hasta el final esta empresa. Atravesé las montañas y penetré en los yermos páramos de la tundra de Vanaheim. Pasa a 73 207 Conservaba la espada y el cuchillo, el calzado y jirones de mi capa. Me puse en pie y busqué un lugar a cubierto donde lamer mis heridas. El panorama era horriblemente desalentador. Frío, hambre, mi cuerpo en un estado penoso, el aliento del acoso de las manadas de lobos en mi nuca y sus colmillos en mi garganta. Arrebujado en una oquedad que

excavé entre unos peñascos pasé la noche masticando mi autocompasión. Pude encender un fuego con algunas ramas, y me enrosqué formando un ovillo mi cuerpo, apurando las últimas luces y débil calor del crepúsculo. Cuando apareció el sol, desgarrando con sus tibios rayos las nubes grises, desterró los fantasmas de la noche, calentó un poco mis huesos y mi ánimo. Me armé de valor y trepé por la ladera de la montaña. Sufres 1 p. de Daño si tu constitución es =<1 Pasa a 73 208 Salté a un lado y el filo del hacha partió en dos una piedra. Le herí con un golpe circular en un costado, pero eso no hizo más que enfurecerle. Se aprestó a un nuevo asalto, mi espada osciló fugaz e implacable hacia su brazo al que no pude cercenar debido al volumen del mismo. Tuve un descuido o no creí que respondiese tan rápido y me atizó un duro golpe en el pecho con el mango de su arma. Su hacha

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vibró en el frío aire de la alborada y sesgó parte de la armadura de cuero a la altura del torso, llegando hasta mi carne donde dejó una larga marca roja pero no muy profunda. Me fui hacia atrás viendo que se abalanzaba una vez más. Opuse la espada que atravesó por el propio impulso del gigante su estómago. Empujé con fuerza hacia arriba y más adentro, y le hundí el cuchillo en el corazón. Me faltaba el aliento, mi pecho subía y bajaba aprisa, el corazón desbocado como un corcel de Aquilonia. Anota 1 p. de Daño Pasa a 167 209 Levanté, alarmado, la cabeza. El aire me trajo el penetrante aroma que emanaba de la tierra mojada, la fragancia de las hojas de los árboles, del agua que corría en las torrenteras. Pero algo más, el acre olor a sudor, a pieles mal curtidas, más allá, inconfundibles, próximos. Di la voz de alarma, desenvainé con presteza y una flecha casi me roba un trozo de la oreja derecha.

Otro dardo silbó y cerca estuvo de acertarme en la pierna; un tercero hirió a Whosoran en la pierna. Al momento aparecieron más allá de las sombras del follaje un grupo de guerreros rubios, de tez pálida y ojos verdes, enarbolando sus hachas y escudos y gritando. Justo tuve el tiempo de agacharme a un lado, esquivando un hachazo y de un tajo semicircular rajé el estómago del primero de ellos. Pasa a 93 210 Los tres enormes lobos saltaron sobre nosotros con una mueca de terrible crueldad en sus hocicos. Dos continuaron su carrera hacia el interior de la tormenta mientras el tercero se abalanzaba con sus fauces abiertas, igual que prensas de quebrantar huesos. Saltó la fiera e interpuse el acero entre mi garganta y la bestia. Me golpeó con dureza en el torso, me derribó y hombre y animal chocamos contra el suelo, justo en el borde de una de las fisuras. Estaba convencido de que había hundido más de un palmo de la hoja de mi arma entre las costillas de la fiera, que no reparó en ello

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ni dio muestras de dolor ni refrenar su empuje. Haz una tirada de Agilidad, Dificultad 2 Si tienes éxito, ve a 134 Si fallas, ve a 67

HOJA DE PERSONAJE

CARACTERÍSTICAS Y HABILIDADES ATLETISMO:……………………… _ ARMAS CUERPO A CUERPO:… _ COMBATE SIN ARMAS: ………. _ ARMAS DE PROYECTILES:…… _ CONSTITUCIÓN:……………….. _ PERCEPCION:……………………… _ REFLEJOS:…………………………. _ AGILIDAD:…………………………. _ VOLUNTAD:……………………….._ COMUNICACIÓN:…………………._ CABALGAR:……………………….. _

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EXPLORACIÓN:………………….. _ EQUIPO Empiezas con tu espada, cuchillo, arco y 15 flechas –en caso de que cumplas las condiciones necesarias para ello-, cuerda, manta, raciones de comida, un par de antorchas, útiles para hacer fuego, mochila (con diez espacios, ocupados la mitad de ellos por los anteriores cuatro objetos) y un caballo. Durante el transcurso de la aventura encontrarás más cosas que debes ir apuntando aquí, así sabrás siempre cuales son tus posesiones. NOTAS DAÑO

SUERTE, FORTUNA