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[ Siempre libre ] 58 21 de julio de 2011 Escribe MARIANA ENRIQUEZ P aso estos días con un alto nivel de intolerancia que asciende y as- ciende cada vez que algún salame buena onda me pide que sea tolerante. Qué cosa más sobrevalorada la toleran- cia, por favor; además, los demandantes son los mismos que se la pasan chas- queando la lengua, empujándote por la calle, arrojándote el plato por la cabeza en el restaurante –a ustedes, señores mo- zos: respeto les pido, que bastante mala es la comida en esta ciudad para encima tener que bancarme vuestra maldad– y hablando de lo bien que se está en Noruega. Pero váyanse todos a cagarse de frío a un fiordo y dejen vivir. En este estado mental tuve el infortunio de tener que realizarme mis ecografías y mamografías de rutina. El primer garrón fue visitar a la nueva ginecóloga, porque la que solía atenderme se fue a un congreso o esas cosas bárbaras que le pasan a la gente que tiene profesiones serias. La nueva ginecóloga miró mis estudios pasados y dijo, juro que con cierto júbilo: “¡Tenés de todo!”. No tengo de todo. Tengo un nódulo gran- decito hace mil años que nunca nadie quiso operar por benignísimo y unos nódulos más recientes que no cambian de forma hace mucho. No tengo de todo. Esta mujer, pienso, tiene menos empatía que un psicópata. Debería, como hem- bra, comprender la importancia esencial, básica, de las tetas. Debería darse cuen- ta, además, que son mi única obvia belle- za natural. Debería darse cuenta, en fin, que cualquier amenaza contra mis senos significa una catástrofe apocalíptica. Pero no, ella de lo más contenta mirando las radiografías. Me da el turno para la mamo de control y yo me voy corriendo, con miedo de morirme. Detesto tener miedo de morirme, me parece un temor flojo y frívolo. El miedo a la muerte será muy atávico, pero me resulta vergonzoso. Además no voy a morirme: a esa ginecó- loga no voy a ir más una vez terminada esta consulta porque no necesito que, encima, me quemen la cabeza. Días después, de pie junto al mamógrafo, la señorita técnica tuvo a bien pregun- tarme si había antecedentes de cáncer en la familia. Y a vos qué te importa, estuve a punto de decirle. Pregunta de chusma nomás: ella es técnica, la que tiene que hacer ese seguimiento es la médica. Qué carancho, qué cuerva, qué buitre. Y todo cuando una está en esa fragilidad atroz que representa el encuentro con la medicina fierrera: para los hombres que no saben, la mamografía no es una radiografía común, que es una tontería y no duele nada. Acá, de parada, hay que apoyar la teta en una especie de bandeja; a continuación baja para aplastar la teta otra plancha, en este caso transparente, entonces una ve su pobre seno desparra- mado. Duele, no mucho, pero es ingrato. Dos veces en cada teta y a casa. Sólo que yo decidí desviarme y visitar a una amiga que acaba de tener a su primer hijo: que yo sea refractaria al tema de la maternidad no quiere decir que no desee conocer al niño. Igual no lo conocí porque dormía y tiene un mes, así que todavía no hace nada, sólo atormenta a mi amiga que no duerme ni vive. Cuestión que le referí la desconsidera- ción de los señores profesionales, y ella se entusiasmó. Durante el parto, una cesárea, los médicos encargados de asistirla en el momento más importante de su vida se la pasaron conversando de un amigo en común medio tarambana a quien no veían desde hacía meses. Todo eso mientras metían mano en la tripa a mi amiga, agarraban al niño del cogote y se olvidaban de llamar a su novio para que conociera al retoño y acompañara a su mujer porque estaban re entretenidos con las anécdotas del coso ése. Yo sé que para ellos es rutina pero, ¿no se puede fingir interés? Ni siquiera estoy hablando del verdadero maltrato de los médicos, que es otro tema, y muy grave. No: estoy hablando de este maltrato que parece leve pero, acumulado, causa mucho dolor y denota de parte de los doctores nada más que desprecio. Por lo menos, le dije a mi amiga, te hiciste cesárea y evitaste la episiotomía. Les cuento: para que el chico salga más rápi- do, a la mayoría de las mujeres les tajean la vagina en el parto. ¿A quién le sirve esto? A nadie. Los médicos dicen que es para evitar desgarros, pero la OMS dice que no, que es un mito. Es más: aumenta la mortalidad y las infecciones. ¿Quieren argumento del tipo países serios? En Europa no se hace y se considera una bestialidad, pero en Latinoamérica la episiotomía se practica hasta en un 90% de los partos, en la mayoría de los casos sin el consentimiento de la madre. ¿Qué aduce el médico? Que el crío sale más fá- cil. Pero pónganse a laburar, me hacen el favor. Bancarse un niño que llora y no se sabe lo que quiere, no poder trabajar, fal- ta de sueño, depresión en muchos casos y encima tener la vagina cortada al medio es de una injusticia atroz, lo que por supuesto no le importa a nadie porque está demostrado que cualquier reclamo de las mujeres acerca de sus cuerpos se considera una extralimitación. Y muchas mujeres se bancan cualquier cosa, y peor todavía con esta onda de viva la toleran- cia que flota en el ambiente. Y ahí me acordé de tantos doctores y Ya no tolero a los médicos Señores doctores, del otro lado del escritorio o arriba del quirófano hay un ser humano. No pidan que les tengamos paciencia si después maltratan a todos sus pacientes de mil maneras distintas. En Latinoamérica la episiotomía se practica hasta en un 90% de los partos, en la mayoría de los casos sin el consentimiento de la madre.”

Ya no tolero a los médicos

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[ Siempre libre ]

58 21 de julio de 2011

Escribe MARIANA ENRIQUEZ

P aso estos días con un alto nivel de intolerancia que asciende y as-ciende cada vez que algún salame

buena onda me pide que sea tolerante. Qué cosa más sobrevalorada la toleran-cia, por favor; además, los demandantes son los mismos que se la pasan chas-queando la lengua, empujándote por la calle, arrojándote el plato por la cabeza en el restaurante –a ustedes, señores mo-zos: respeto les pido, que bastante mala es la comida en esta ciudad para encima tener que bancarme vuestra maldad–y hablando de lo bien que se está en Noruega. Pero váyanse todos a cagarse de frío a un fiordo y dejen vivir.En este estado mental tuve el infortunio de tener que realizarme mis ecografías y mamografías de rutina. El primer garrón fue visitar a la nueva ginecóloga, porque la que solía atenderme se fue a un congreso o esas cosas bárbaras que le pasan a la gente que tiene profesiones serias. La nueva ginecóloga miró mis estudios pasados y dijo, juro que con cierto júbilo: “¡Tenés de todo!”. No tengo de todo. Tengo un nódulo gran-decito hace mil años que nunca nadie quiso operar por benignísimo y unos nódulos más recientes que no cambian de forma hace mucho. No tengo de todo. Esta mujer, pienso, tiene menos empatía que un psicópata. Debería, como hem-bra, comprender la importancia esencial, básica, de las tetas. Debería darse cuen-ta, además, que son mi única obvia belle-za natural. Debería darse cuenta, en fin, que cualquier amenaza contra mis senos significa una catástrofe apocalíptica. Pero no, ella de lo más contenta mirando las radiografías. Me da el turno para la mamo de control y yo me voy corriendo, con miedo de morirme. Detesto tener miedo de morirme, me parece un temor flojo y frívolo. El miedo a la muerte será muy atávico, pero me resulta vergonzoso.

Además no voy a morirme: a esa ginecó-loga no voy a ir más una vez terminada esta consulta porque no necesito que, encima, me quemen la cabeza.Días después, de pie junto al mamógrafo, la señorita técnica tuvo a bien pregun-tarme si había antecedentes de cáncer en la familia. Y a vos qué te importa, estuve a punto de decirle. Pregunta de chusma nomás: ella es técnica, la que tiene que hacer ese seguimiento es la médica. Qué carancho, qué cuerva, qué buitre. Y todo cuando una está en esa fragilidad atroz que representa el encuentro con la medicina fierrera: para los hombres que no saben, la mamografía no es una

radiografía común, que es una tontería y no duele nada. Acá, de parada, hay que apoyar la teta en una especie de bandeja; a continuación baja para aplastar la teta otra plancha, en este caso transparente, entonces una ve su pobre seno desparra-mado. Duele, no mucho, pero es ingrato. Dos veces en cada teta y a casa. Sólo que yo decidí desviarme y visitar a una amiga que acaba de tener a su primer hijo: que yo sea refractaria al tema de la maternidad no quiere decir que no desee conocer al niño. Igual no lo conocí porque dormía y tiene un mes, así que todavía no hace nada, sólo atormenta a mi amiga que no duerme ni vive.Cuestión que le referí la desconsidera-ción de los señores profesionales, y ella se entusiasmó. Durante el parto, una cesárea, los médicos encargados de asistirla en el momento más importante de su vida se la pasaron conversando de

un amigo en común medio tarambana a quien no veían desde hacía meses. Todo eso mientras metían mano en la tripa a mi amiga, agarraban al niño del cogote y se olvidaban de llamar a su novio para que conociera al retoño y acompañara a su mujer porque estaban re entretenidos con las anécdotas del coso ése. Yo sé que para ellos es rutina pero, ¿no se puede fingir interés? Ni siquiera estoy hablando del verdadero maltrato de los médicos, que es otro tema, y muy grave. No: estoy hablando de este maltrato que parece leve pero, acumulado, causa mucho dolor y denota de parte de los doctores nada más que desprecio. Por lo menos, le dije a mi amiga, te hiciste cesárea y evitaste la episiotomía. Les cuento: para que el chico salga más rápi-do, a la mayoría de las mujeres les tajean la vagina en el parto. ¿A quién le sirve esto? A nadie. Los médicos dicen que es para evitar desgarros, pero la OMS dice que no, que es un mito. Es más: aumenta la mortalidad y las infecciones. ¿Quieren argumento del tipo países serios? En Europa no se hace y se considera una bestialidad, pero en Latinoamérica la episiotomía se practica hasta en un 90% de los partos, en la mayoría de los casos sin el consentimiento de la madre. ¿Qué aduce el médico? Que el crío sale más fá-cil. Pero pónganse a laburar, me hacen el favor. Bancarse un niño que llora y no se sabe lo que quiere, no poder trabajar, fal-ta de sueño, depresión en muchos casos y encima tener la vagina cortada al medio es de una injusticia atroz, lo que por supuesto no le importa a nadie porque está demostrado que cualquier reclamo de las mujeres acerca de sus cuerpos se considera una extralimitación. Y muchas mujeres se bancan cualquier cosa, y peor todavía con esta onda de viva la toleran-cia que flota en el ambiente. Y ahí me acordé de tantos doctores y

Ya no tolero a los médicosSeñores doctores, del otro lado del escritorio o arriba del quirófano hay un ser humano. No pidan que les

tengamos paciencia si después maltratan a todos sus pacientes de mil maneras distintas.

En Latinoamérica la episiotomía se practica hasta en un 90% de los partos, en la mayoría de los casos sin el consentimiento de la madre.”

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aledaños que se merecieron una into-lerante patada voladora. El psiquiatra que me dio ese antidepresivo que engorda mucho y que, cuando le dije que engordar me deprimía más, em-pezó a resoplar y, básicamente, señaló que él me daba la solución para dejar de estar loca, que ser una vaca era mi problema. El dentista que no entendía que me dolía mucho la muela y luego me enteré de que, al sacarla, había dejado adentro la raíz (ese señor está vivo de milagro: gente buena me convenció de no pasar a mayores). La imbécil que para disciplinarme porque llegué tarde me suspendió el turno y me dio otro para el mes siguiente, y a los gritos, cosa de que se enteraran todos los de la sala de espera que miraban con reprobación (la gente es muy botona). El sorete que dejó a mi madre esperándolo casi cuarenta y ocho horas en una cama de

hospital y jamás le avisó que no esta-ba disponible (mi madre es cualquier cosa menos una víctima y el tipo ese todavía debe estar dando giros). El que me dijo que jamás iba a crecerme el pelo (se me cayó de loca), que vaya buscando peluca. A vos te digo: me creció cuando encontré a un dermató-logo que le puso onda, ortiba. Y les digo a todos los médicos buena onda, que hay muchos: tienen que encontrar la manera de publicitarse. Que al lado de la cartilla conste que la atención incluye trato semihumano, por ejemplo. La semana que viene vuelvo a la ginecóloga a mostrarle el resultado de mi mamografía. Si insiste en que mis tetas tienen más frutos ex-traños que un pan dulce, le aplasto la cabeza en el mamógrafo. ¡Va a quedar finita!

AFP

[email protected]

Cuando le dije que engordar me deprimía más, señaló que él me daba la solución para dejar de estar loca, que ser una vaca era mi problema.”

>> Sadismo profesional. Los médicos y los pacientes conviven en un mundo donde los profesionales se dedican a tratar con rudeza a los atribulados enfermos.