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Discurso de Manuel Narváez Chacón en el aniversario 414 de la ciudad de La Asunción

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DISCURSO PRONUNCIADO POR MANUEL ANTONIO NARVÁEZ CHACÓN EN EL

ANIVERSARIO 414 DE LA CIUDAD DE LA ASUNCIÓN

Permítanme comenzar este discurso citando a Octavio Paz, ese gran latinoamericano de

quien celebramos el centenario en marzo pasado. En El Laberinto de la Soledad, analizando

el papel de las celebraciones populares en México, nos dice: “Nuestro calendario está

poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las

grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la

Virgen de Guadalupe o del General Zaragoza. (…) Durante los días que preceden y suceden

al 12 de diciembre, el tiempo suspende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos

hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y

perfecto, de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de

México. El tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un

presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian.”

Recalco la idea planteada por Octavio Paz: las fiestas populares propician que los

mexicanos vivan momentos de plenitud en los que historia y porvenir se conjugan

armónicamente en tiempo presente.

Por contraste con el análisis que hace Paz de la realidad de México, en la etapa que

estamos viviendo los venezolanos, ni en las grandes fiestas nacionales podemos

experimentar siquiera una mínima ilusión de armonía. El pasado nos confunde y nos divide;

y el porvenir está lejos de ser el sueño colectivo que nos brinde serenidad, nos inspire y nos

una. En consecuencia, para los venezolanos de la hora actual, el presente es angustia

permanente.

Quiero aprovechar la oportunidad que se me brinda al ofrecerme esta tribuna, para

compartir con ustedes algunas reflexiones en torno a esa angustia existencial que afecta a

todos los venezolanos, ante la ausencia de concordancia y continuidad entre pasado y

futuro, en el tiempo histórico de hoy.

Hace algún tiempo leí una entrevista en la cual Germán Carrera Damas expresaba que “La

única forma de responder a la necesidad espiritual, síquica o intelectual del hombre para

regular su vida y la sociedad en que vive, es que él pudiera tener una respuesta a las tres

necesidades fundamentales que le plantea su conciencia histórica, ellas son procedencia,

pertenencia y permanencia”. Quiere decir con ello el historiador cumanés, que ningún ser

humano puede acceder a las claves de su propia identidad, de su propia existencia, si no

sabe vincularse a sus raíces originarias, si no tiene definidas con claridad sus querencias

fundacionales y si no posee una base mínima de certezas sobre el porvenir, que le ayuden a

trascender su mortal condición. Teniendo como trasfondo el planteamiento de Octavio

Paz, haré algunos comentarios sobre las necesidades que señala Carrera Damas.

En primer lugar, la procedencia. Tenemos necesidad de conocer nuestros orígenes, de

saber de dónde venimos. Nadie puede construir la narrativa de su propia existencia sin que

exista un punto de partida que la haga coherente, pertinente y útil. Para los venezolanos de

hoy, ese tema, la procedencia, es fuente de gran confusión. Sabemos que nuestros

ancestros son aborígenes americanos, colonizadores europeos y esclavos africanos; pero

no sabemos cómo entender y cómo asumir esta condición mestiza.

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Nos cuesta aceptar que las herencias se reciben completas; con lo bueno y con lo malo.

Descendemos de héroes, de grandes artistas, de personajes valientes y de noble corazón;

de todos ellos nos sentimos orgullosos. Pero también somos descendientes de la india

violada y del español violador; del negro martirizado y del amo explotador. Hablamos

castellano, y comemos casabe y arepa. La cadencia del tambor africano palpita en nuestras

venas.

Además de esta incapacidad para descifrar los códigos de nuestros orígenes -aunque quizás

debería decir, que por esa misma razón- corren tiempos en los que se afinca la idea del

rechazo a la herencia hispánica, como forma de expiación del sufrimiento causado a la

población indígena en el período colonial. Condenando a España y a los españoles,

supuestamente pretendemos reparar el “genocidio”.

Por ello, nos acercamos con recelo a la vertiente española de nuestra identidad. Por ello, es

que no muchos asuntinos saben exactamente qué es lo que celebramos hoy. No está

demás entonces recordar, que la expedición de las cédulas reales en las que Felipe III

concede a La Asunción su título de ciudad y su escudo de armas, tuvo lugar el 27 de

noviembre de 1600.

Cuatrocientos catorce años han transcurrido desde que el monarca español dejó asentado

“Por la presente quiero y es mi voluntad que de ahora y de aquí en adelante, para siempre

jamás, el dicho pueblo sea y se intitule la ciudad de La Asunción de la dicha isla, como hasta

aquí se ha nombrado y así mismo quiero que sus vecinos gocen de todos los privilegios,

franquezas y gracias de que gozan y deben gozar los vecinos de semejantes ciudades y que

esta pueda poner el dicho título y se ponga en todas las escrituras, autos y lugares públicos

y así se la llamen los reyes que después de mí vinieren, a los cuales encargo que amparen y

favorezcan a esta nueva ciudad y le guarden y hagan guardar las dichas gracias y

privilegios.”

Y si son pocos quienes saben de Felipe III y sus cédulas reales, son menos quienes

identifican a Pedro González Cervantes de Albornoz, a Alonso Suárez del Castillo o a

Bernardo de Vargas Machuca. El “esforzado capitán” -tal es el epíteto con el que le

distinguen las crónicas de la época- Pedro González Cervantes de Albornoz, fue el fundador

de esta ciudad. Cuando la Isla estaba conmocionada por los desafueros del Tirano Aguirre

en 1561, supo ganarse la confianza de los vecinos atemorizados y dispersos, para reunirlos

y asentarlos aquí, en el Valle de Santa Lucía.

Por su parte, Alonso Suárez del Castillo, antes de ejercer como Gobernador y Capitán

General de la Provincia de Venezuela, se desempeñó como Procurador de la Isla de

Margarita y en esa condición tramitó ante la corte española el título de ciudad para La

Asunción.

Bernardo de Vargas Machuca es un poco más conocido, pero esa condición no evitó que el

busto erigido en esta ciudad en su honor, fuera desmontado en remedo de la destrucción

de la estatua de Colón en el paseo caraqueño de Los Caobos. El de aquí fue un gesto menos

teatral, pero igualmente afectado de infantilismo histórico.

A propósito del revanchismo histórico en contra de lo español -esa tara que perturba el

entendimiento y el comportamiento de tantos venezolanos- creo que puede ser útil

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compartir una breve anécdota. Evaristo Sánchez es un amigo gallego implantado en

Margarita desde hace muchos años. Me cuenta Evaristo que a su llegada de España, le

molestaba que algunas personas, medio en serio, medio en broma, y otras en plan de

franca hostilidad, le echaran en cara la agresiva frase “tus abuelos españoles eran asesinos

que diezmaron a los indígenas americanos”. Frente a tales desplantes, Evaristo aprendió a

responder a esos chovinistas desubicados de la siguiente manera: “quienes en verdad

mataron a los indios fueron tus abuelos, porque los míos nunca salieron de España”.

En relación con el sentido de pertenencia, los asuntinos siempre nos hemos enorgullecido

de tener identificada con nitidez e intensidad, la geografía de nuestros afectos. Sin

embargo, me preocupa que hoy esos afectos se estén enfermando de nostalgia.

La palabra nostalgia fue acuñada en tiempos relativamente recientes. Pocos días atrás, leí

un artículo de Federico Vegas en el que explica su origen. Dice Federico: “En 1668, unos

mercenarios suizos que prestaban servicio en las llanuras de Italia comenzaron a padecer

de fiebre, mareos, calambres y dolores de estómago. Los médicos del ejército pensaban que

el extraño síndrome se debía a un problema en el oído medio generado por haber estado

sometidos durante su niñez al constante sonido de las campanas que guindan de las vacas

suizas. El entonces estudiante de medicina, Johannes Hofer, intentó demostrar que la

patología era psicológica y se debía a un “deseo doloroso de regresar a casa”. Hacía falta

darle un nombre a su diagnóstico y Hofer unió el griego nostos, ‘regreso’, con algos,

‘dolor’.”

Yo viví un tercio del tiempo que llevo acumulado en este mundo, fuera de la Isla, lejos de La

Asunción, y sé perfectamente lo que significa el “deseo doloroso de regresar a casa”.

Regresé, y aquí tomo prestada una frase de mi hermano Carlos Francisco, “como muchos

volvemos halados por el llamado sordo y subterráneo de la isla madre y de la ciudad alma”.

Pero también entiendo muy bien que la palabra nostalgia tiene un segundo significado:

“tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.”

Es en el sentido del segundo significado, que afirmo que nuestros afectos están enfermos

de nostalgia. Los asuntinos estamos queriendo a nuestra ciudad no como ella es hoy, sino

como fue en el pasado.

No queremos a una ciudad en la que hace un par de semanas, a pocos metros de donde

estamos, se comete un asesinato que procesamos y digerimos con frialdad e indiferencia,

como si fuera un simple trámite burocrático en el ritmo cotidiano de nuestras vidas;

queremos en su lugar a una ciudad vicaria que está irremediablemente hundida en el

pasado. Queremos a la ciudad amable que años atrás, a puertas abiertas, practicaba y

celebraba la solidaridad y la amistad fraternal. La ciudad que jueves y domingos compartía

la alegría tranquila de las retretas en la plaza.

Cuando constatamos el empobrecimiento de nuestra vida intelectual, nos refugiamos en el

tiempo, ya muy lejano, en el que el resto de Margarita decía con envidia “en La Asunción

hasta los mangos son bachilleres”. Y si nos entristece la decadencia de nuestros centros de

educación y la caída notable de la calidad de la enseñanza, entonces recitamos los nombres

de las maestras y maestros que en el Francisco Esteban Gómez y en la Luisa Cáceres

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dictaban cátedra y construían ciudadanía; o nos transportamos a la época en la que el Liceo

Rísquez era considerado como el mejor del oriente del país.

Queremos a nuestra ciudad, a nuestra casa; pero esa ciudad, en una gran medida, solo

existe en el dolor de la nostalgia. De nuevo cito a Federico Vegas: “Esas nostalgias que

dependen del transcurrir del tiempo no tienen remedio, pues se proyectan en una sustancia

a través de la cual no podemos retornar ni apresurarnos.”

Recordar el pasado, evocar tiempos felices, es un impulso normal en el ser humano. Pero

cuando se convierte en un reflejo autocompasivo para sobrellevar una realidad que nos

deprime y abate, entonces actúa como agente perniciosamente desmotivador. El músculo

social se relaja, la voluntad para el cambio transformador se adormece, la individualidad

responsable se disipa en los vapores de la fantasía.

La tercera de las “P” de Carrera Damas, la permanencia, también nos está causando

problemas. Estamos ayunos de un gran proyecto colectivo que galvanice nuestras

voluntades y nos ayude a canalizar positivamente esa pulsión básica a trascender la finitud

de la existencia individual, a través de la huella que perdura en el tiempo.

Sabemos que nuestra nación está rota en mitades. Que no existe una visión compartida

que alimente el sentimiento y el accionar en colectivo. Sabemos que muchos venezolanos

están abandonando al país porque sienten que el futuro no existe; que todo es corto plazo,

viveza y chanchullo, para sobrevivir hoy y ahora. Que no hay condiciones para el esfuerzo

creador, para el desarrollo del potencial del cual estamos dotados, para la emancipación y

para la trascendencia.

Sabemos también que nuestra ciudad está indisolublemente enraizada en la patria

venezolana. Aquí en esta Isla comenzó el mestizaje, aquí en esta Isla comenzó Venezuela.

Entonces, ninguna tesis secesionista -incluida la que la imaginación de Francisco José, el de

Rosa la de Chiquito, plantea en Esta Gente- tiene cabida en el alma de los asuntinos, ni en

la de ningún neoespartano. Por eso, la suerte de La Asunción depende de lo que hagamos o

dejemos de hacer los que aquí vivimos, pero está condicionada por lo que ocurra en el país.

La circunstancia por la que atraviesa Venezuela hace más difícil la tarea de unificar la

narrativa sobre nuestro pasado, y más empinado el reto de construir una visión que

compartamos todos.

Como podemos entender por lo que llevamos dicho, y regresando al planteamiento de

Octavio Paz que comentamos al inicio, la fuente más profunda de angustia y crispación que

afecta a los asuntinos, y a los venezolanos en general, reside en la imposibilidad de

conjugar armoniosamente pasado y futuro, en el tiempo presente. Pero es que además

esta angustia existencial se manifiesta en un marco de crisis política y de creciente

deterioro de la economía, que la exacerba. De tal manera que tenemos ante nosotros una

situación muy compleja y conflictiva. Esa es la circunstancia de la ciudad y del país que

tenemos. Y esa es la realidad sobre la que debemos actuar. En nada nos ayuda inventarnos

paraísos artificiales.

En lo que sigue voy a formular algunos planteamientos con la intención de alimentar la

reflexión sobre acciones posibles de largo aliento, en el ámbito de nuestra ciudad. Mi

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secreta ambición es que esta reflexión contribuya también a levantar los compartimientos

estancos que nos dividen y esterilizan.

Existen en este momento dos proyectos y una idea de proyecto que, de materializarse,

pueden darle a nuestra ciudad un impulso nuevo y vigoroso; un impulso que nos saque del

alma la nostalgia tóxica.

El proyecto más importante está perfectamente formulado y listo para ejecutarse. Se trata

de la construcción y puesta en servicio de una sede de la Universidad Católica Andrés Bello

en Las Huertas.

Quienes vimos el diseño y apreciamos las maquetas, quedamos verdaderamente

encantados. Se trata de una estructura funcional y perfectamente adaptada para respetar

las condiciones medioambientales del terreno en el que se construiría. Evidentemente, una

universidad es mucho más que un edificio, es una presencia viva que se manifiesta a través

de actividades de docencia, investigación y extensión.

Son muchos los beneficios que aportaría un centro educativo de la trayectoria y el prestigio

de la UCAB. Para empezar, ofrecería una excelente alternativa para la formación de

nuestros hijos, pero también significaría oportunidades de empleo directo e indirecto para

muchísimas personas. El impacto urbanístico en la zona no sería para nada despreciable en

términos de revalorización de la tierra y de la definición de un nuevo ordenamiento

territorial. La difusión del conocimiento, el debate de nuevas ideas, revigorizaría la

tradición intelectual y educativa de la ciudad del Maestro Prieto.

Por razones mezquinas y subalternas, la construcción de la sede margariteña de la UCAB

está en suspenso. Está en nosotros la responsabilidad de ejercer presión suficiente y

efectiva, para que la Gobernación levante el absurdo veto que pesa sobre este proyecto.

El sitio en el que se levantaría la UCAB es verdaderamente privilegiado. Se ubica en el

centro del lóbulo oriental de Margarita y además tiene un valor simbólico de extrema

importancia: en ese lugar, en los cocales de Las Huertas, se consumó la espléndida victoria

de los patriotas en la Batalla de Matasiete.

Este último dato me sirve de introducción para hablar de un proyecto que por ahora es

solo una idea. El 31 de julio de 2017 se cumple el bicentenario de la Batalla de Matasiete.

Esa es la ocasión propicia para poner en valor ese sitio, como homenaje a la gesta heroica

que comandó Francisco Esteban Gómez.

En el centenario de la Batalla se construyó la columna ática. En el bicentenario podría

construirse en las faldas de la Montaña de Gloria, un museo de interpretación, podría

levantarse un asta para que flamee una bandera de grandes dimensiones y podrían

también construirse facilidades para los turistas (cafetín, tienda de suvenires,

estacionamiento). Aprovechando los trabajos de canalización del Rio La Asunción que se

están llevando a cabo, puede plantearse el tratamiento paisajístico integral de la zona y la

creación de una caminería para actividades aeróbicas y de recreación.

El proyecto de puesta en valor del sitio de la Batalla de Matasiete, no solo perpetuaría la

memoria de aquel hecho histórico; además crearía un atractivo turístico capaz de generar

empleos e ingresos.

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El nudo crítico de estos dos proyectos, el de la UCAB y el de la puesta en valor del sitio de la

Batalla de Matasiete, está en lograr captar el interés y la cooperación de la Gobernación y

de los Ministerios competentes. Dadas las condiciones políticas del país, esta no es tarea

fácil, pero tampoco es imposible. La estrategia a seguir es la búsqueda del diálogo con los

niveles de gobierno regional y nacional, y la conformación de una gran red de apoyo a estas

iniciativas. Pienso que la Sociedad Progreso pudiera desempeñar un gran papel como

catalizador de este proceso.

El tercer proyecto para la ciudad del cual quiero hablarles, es la revitalización del casco

histórico de La Asunción. En este tema se ha avanzado bastante. La alcaldía ha asumido la

correctísima estrategia de actuar en sociedad con los comerciantes, los artistas y los

artesanos; impulsado junto con ellos actividades que recuperan espacio público,

construyen ciudadanía y tejen redes de relaciones que propician procesos económicos

generadores de ingreso.

Además del interés que le ha puesto el alcalde, este proceso de revitalización ha contado

con el aporte inspirador de un entrañable personaje: Sumito Estevez. Nuestra ciudad ha

tenido un maravilloso golpe de suerte cuando Sumito decidió asentar sus reales en

territorio copeyero y tomar ciudadanía asuntina.

Todos hemos reconocido sus aportes para impulsar, a través de la gastronomía, el

reconocimiento del valor de nuestros modos de hacer. También reconocemos el efecto

dinamizador de los eventos que ha patrocinado, en el parsimonioso ritmo de la vida en esta

ciudad. Algunas de esas iniciativas ya tienden a convertirse en interesantes prácticas

consuetudinarias. Decía que todos hemos reconocido los aportes de Sumito; por ejemplo,

los muy conservadores y tradicionalistas Palmeros, su capitán Chuíto Rodríguez a la cabeza,

lo adoptaron casi de inmediato; y hasta Enérida, con el temible carácter que le conocemos,

se rindió sin condiciones ante la simpatía y el optimismo desbordante del gran cocinero.

El proyecto de revitalización del casco histórico avanza bien, pero quedan muchísimas

cosas por hacer, entre ellas, la consolidación de los circuitos turísticos peatonales y el

impulso al desarrollo de servicios de alojamiento; para esto último, el modelo de los bed

and breakfast británicos, puede resultar interesante. Pero particularmente es muy

importante -y esto involucra directamente a la Cámara Municipal- que se definan reglas

claras que permitan la incorporación a este proceso de los terrenos que permanecen

ociosos y el rescate de las casas con valor patrimonial que se deterioran en el abandono.

Ya lo dijimos antes, la suerte de La Asunción depende de lo que hagamos o dejemos de

hacer los que aquí vivimos, pero está condicionada por lo que ocurra en el país. Por eso

siento que son necesarias unas breves palabras sobre el entorno nacional bajo el que se

desenvuelve nuestra vida citadina.

Sugiero la siguiente metáfora para describir nuestra situación actual: Venezuela es hoy

como un carro que venía desplazándose a cien kilómetros por hora y de repente se le

funde el motor. El vehículo continúa avanzando, pero es evidente que la desaceleración

hará que muy pronto se detenga por completo.

El motor era el poderoso liderazgo carismático del comandante Chávez, un motor

desenfrenadamente populista, diseñado para alimentarse con ingresos petroleros altos y

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crecientes. El presidente Chávez falleció, y el motor de repuesto, el presidente Maduro, no

tiene la misma potencia; además tampoco hay cómo alimentar su voracidad populista,

porque, como sabemos, los ingresos petroleros entraron en fase recesiva.

Hoy muy pocos venezolanos dudan sobre la necesidad de cambiar las políticas que aplica el

gobierno nacional, particularmente en el área económica. Esos cambios inevitables

provocarán situaciones de mucha inestabilidad en los meses por venir, porque se

producirán en medio de grandes tensiones sociales y de la natural conflictividad que

generan los procesos electorales.

Los desencuentros entre los venezolanos y el destino del país, se dirimirán en las cuatro

citas electorales que sucesivamente viviremos a partir del 2015. Las del parlamento

nacional, que ya están a la vuelta de la esquina; las de gobernadores y consejos legislativos

regionales, en el 2016; las de alcaldes y concejales, en 2017; y las presidenciales, en 2018.

Así, tenemos ante nosotros un cronograma para que el cambio necesario se produzca de

manera pacífica, democrática, constitucional y electoral. Ese escenario es el que más nos

conviene a todos. Por supuesto, no se puede descartar la ocurrencia de eventos que

modifiquen este panorama. Pero independientemente de los factores aleatorios y de la

incertidumbre asociada al futuro, el escenario de cambio en civilidad es el que debemos

privilegiar y propiciar.

Algunos espíritus impacientes quizás consideren que los cambios no pueden esperar y que

deben producirse ya. A esas personas les recuerdo tres cosas. Primero, que el ritmo del

tiempo social por lo general es mucho más lento que el ritmo de nuestro tiempo biológico

y psicológico, por lo tanto “hay que agarrar mínimo” para que no nos consuma la

desesperación. Segundo, no siempre está a nuestro alcance acelerar la velocidad del

cambio social. Y tercero, el intento de precipitar las cosas, de forzar el ritmo de los

acontecimientos, muchas veces conduce a situaciones francamente indeseables, mucho

peores que las que se pretendían remediar.

Finalizo. Alguno de los grandes oradores que en el pasado ocuparon la tribuna donde

estoy, no recuerdo exactamente si fue Efraín Subero, Toñito Espinoza Prieto, Monseñor

Acosta o Eduardo Rivas Casado, pronunció un hermoso y potente discurso articulado

alrededor del leitmotiv La Ciudad Sigue. En aquel discurso se hacía el recuento de las

vicisitudes, de los altos y bajos de La Asunción a lo largo de su historia, y se destacaba su

resiliencia, su empeño inquebrantable por existir y trascender.

Nuestra Ciudad ha conocido tiempos más amables, momentos mejores; pero también

tenemos memoria de tiempos más difíciles. Frente a nosotros se levantan grandes retos y

peligrosas amenazas; pero la fuerza telúrica y espiritual acumulada en este estrecho valle,

es garantía suficiente para que la Ciudad siga, para siempre jamás, como ordenó Felipe III.