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HAKAISURU La siguiente historia se desarrolla en la avanzada sociedad de la Bogotá del S XXII. El año: 2150 d.C.; el escenario, la habitación principal de una vieja casona del centro de la ciudad. En ella se ve un pequeño niño de alrededor de 7 años gritando en la oscuridad: ¡Papá! ¡Papá! ¡Despierta por favor! ¡Por favor Papá, abre los ojos! Mientras lo hace, golpea fuertemente el pecho de un hombre joven, esperando recibir cualquier respuesta de su parte.

Hakaisuru

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HAKAISURU

La siguiente historia se desarrolla en la avanzada sociedad de la Bogotá del S XXII. El año: 2150 d.C.; el escenario, la habitación principal de una vieja casona del centro de la ciudad. En ella se ve un pequeño niño de alrededor de 7 años gritando en la oscuridad: ¡Papá! ¡Papá! ¡Despierta por favor! ¡Por favor Papá, abre los ojos! Mientras lo hace, golpea fuertemente el pecho de un hombre joven, esperando recibir cualquier respuesta de su parte.

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Finalmente, y después de varios minutos el hombre despierta y al ver al niño que está enfrente de él, lo toma de los brazos lanzándolo bruscamente a una silla situada a un costado de la cama en la que se encontraba desmayado. Luego de hacer esto y sin mediar palabra, abre la puerta de la habitación y baja corriendo las escaleras. Se detiene un momento bajo el marco de la puerta principal de la casa, toma su cabeza con las dos manos y después de mirar con desesperación el interior de lo que fue su hogar, emprende su huida.

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Mientras tanto, en la habitación, el niño lastimado llora desesperadamente intentando comprender el comportamiento de Antonio. No podía creer lo que estaba pasando. En toda su vida, Diego, no había recibido siquiera un grito de parte de su padre, quien siempre se caracterizó por su nobleza y especialmente por su capacidad para solucionar cualquier problema sin exaltarse… siempre con una pasmosa tranquilidad. Recordaba entre sollozos el viaje familiar que hicieron el verano pasado al humedal de la conejera, un reconocido parque natural que luego de muchos años había sido recuperado por iniciativa de la comunidad bogotana.

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Recordaba que en medio de una caminata que habían hecho a lo largo del parque, él, al igual que lo hacen la mayoría de los niños de su edad, trepaba descuidadamente las rocas cercanas al cauce del rio, saltaba en medio de ellas y jugueteaba con las ramas que caen de los árboles y quedan atrapadas en el lodo. Su padre, siempre vigilante, le pidió, en repetidas ocasiones, que permaneciera cerca de él y que caminara por el sendero señalado. Diego, haciendo caso omiso de éstas recomendaciones siguió con su infantil jugueteo y en un momento cayó aparatosamente en medio de las rocas.

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Antonio corrió presuroso, levantó al niño de entre las rocas y sin pronunciar palabra alguna revisó cuidadosamente cada parte de su cuerpo. Notó que se había torcido el tobillo y que no podía mantenerse en pié, lo alzó tiernamente y luego de darle un beso en la frente, le dijo que se sujetara de su espalda para cargarlo de camino a la enfermería del lugar. Mientras caminaba, cantaba una hermosa canción con la que usualmente Diego quedaba dormido en cuestión de minutos. Esta vez, sin embargo el dolor le impidió conciliar el sueño… ¿Qué había cambiado? ¿Por qué ese hombre tan cariñoso y comprensivo se estaba comportando así?

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¿Por qué había permanecido tan callado en los últimos días? ¿Cuál era la razón para no haberlo recogido a la salida del colegio? ¿Por qué lo había encontrado desmayado a un costado de la cama cuando llegó? ¿Qué debía hacer ahora? ¿Esperar a que regresara? ¿Llamar al vecino que le había ayudado a levantarlo del suelo? No, sencillamente, esa era una situación demasiado dura para un niño de su edad. En medio de la calle y corriendo a toda velocidad se encontraba Antonio. Confundido, desesperado, fuera de sí, decide detenerse al costado de un puente vehicular; su objetivo lanzarse desde allí y terminar de una vez por todas con su sufrimiento:

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Ya eran varios los días sin dormir y en su cabeza siempre estaba la misma imagen: destrucción, miseria, hambre y cientos de muertos en las calles de las más importantes ciudades del mundo; gritos de desesperación y risas maliciosas de algunas personas que se regodeaban de lo sucedido. Todo esto ocurría en tanto que Antonio silbaba tranquilamente su canción preferida y sostenía en sus manos un artefacto desconocido.

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Esto no podía seguir así, no podía soportarlo más; no eran solo estas visiones. Desde hace algunos días habían aparecido en él fuertes sentimientos de odio y desesperación además de una sed de venganza inexplicable. No había más remedio, debía lanzarse al vacío y acabar con esa tortura. Temía volverse loco y destruir todo aquello a lo que amaba, especialmente temía lastimar a su pequeño Diego.

El hombre desesperado se inclinó hacia el frente y dejó que su pesado cuerpo se estrellara contra el pavimento de aquella fría calle.

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¡Sorpresa! Antonio abrió los ojos y no estaba muerto. Había saltado de frente desde un puente que se encontraba a 10 metros de altura y no sentía ningún dolor. Se puso de pie y vio con sorpresa que de sus piernas salían algunos cables atados a lo que parecían unas piernas de acero.

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En ese momento recordó que no era humano, había sido construido 60 años atrás por un grupo de ultra derecha que creía firmemente en que la humanidad debía extinguirse y empezar de nuevo. La maldad era inherente al hombre y sería él el culpable de la destrucción del mundo y de todos los seres vivos que lo habitan. Era misión del “Hakaisuru”- como era llamado inicialmente Antonio- el encontrar la forma más rápida y eficiente de acabar con toda la humanidad, así como el seleccionar a todos aquellos que merecieran seguir viviendo.

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Los años transcurrieron y la investigación del Hakaisuru se extendió a lo largo del continente americano. El androide inició su exploración en los Estados Unidos de Norteamérica, una pequeña nación que algunos siglos atrás había sido la más poderosa del mundo pero que llegó a su fin debido, principalmente a la plasticidad de su cultura. Continuando su recorrido, el Hakaisuru llegó finalmente a Colombia y se estableció en su capital. Al poco tiempo, mientras se encontraba recolectando la información necesaria para cumplir su misión, descubrió entre los escombros de una vieja construcción un bebé recién nacido, había sido abandonado algunas horas atrás y lloraba incesante como consecuencia del frio y el hambre que padecía.

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Aunque en un primer momento el Hakaisuru había decidido acabar con la existencia del niño, no pudo evitar ver la pureza del infante. Estaba programado para reconocer la bondad de las personas con sólo mirarlas a los ojos, y en la mirada del bebé no podía apreciar el odio, la envidia, o la frustración, sentimientos que usualmente percibía en los seres humanos que estudiaba. Decidió entonces alimentarlo y hacerse cargo de él con el objetivo de establecer cuáles eran las condiciones que propiciaban la aparición de estos sentimientos en los seres humanos.

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Consiguió un trabajo en una empresa productora de vehículos de propulsión a chorro; arrendo una casa en el centro de la ciudad, consiguió una niñera para el bebé e inventó un nombre, todo esto con el ánimo de educar al niño en las condiciones normales de su entorno.

Con el pasar de los años, la información que se encontraba en su disco fue reemplazada con nueva información proveniente de sus vecinos, compañeros de trabajo y principalmente de su “hijo”, con él, pasaba la mayor parte de su tiempo libre.

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Como resultado, había olvidado completamente quién era y cuál era su misión en la tierra, empezó a creer que realmente era el padre de Diego y que su vida era igual a la de cualquier otro ser humano de su edad, es más empezó a experimentar muchos de los sentimientos que habían sido definidos en su diccionario; sentimientos tales como el amor, la alegría, la compasión, el orgullo y la amistad. Recordó además que algunos días atrás, poco antes de empezar a experimentar las visiones causantes de su locura, se había encontrado con un hombre misterioso quien le había obsequiado una memoria WTC para que la probara en su computadora personal.

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Él la utilizó y encontró en ella una serie de códigos incomprensibles. Pensado que contenía algún tipo de virus, había decidido desecharla y olvidarse del asunto. Ahora lo comprendía: esa era la causa de sus continuos desmayos, de las visiones y de los sentimientos que lo habían llevado a intentar el suicidio.

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Antonio, desde el suelo levantó su mirada y vio que en el puente se encontraba aquel hombre misterioso, al parecer lo había estado siguiendo desde el día de su encuentro. Enojado, de un salto sube al puente y le toma por el cuello mientras le pide explicaciones de lo que está sucediendo, el hombre sonriente aprieta el botón de un control remoto que lleva en las manos y Antonio siente dolor por primera vez. En medio de las risas de su perseguidor cae nuevamente de rodillas… esta vez no tiene esperanzas de volver a levantarse.

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El hombre le explica que fue enviado para verificar que cumpliera con su misión, el plazo se había cumplido y nada había pasado. La organización había invertido mucho tiempo y dinero en él y no podían dejar que estos esfuerzos fuesen en vano. Su misión tenía que completarse en los próximos días o él mismo se encargaría de destruir al Hakaisuru junto con todos sus amigos. Bastaba con oprimir uno de los botones del control para activar una poderosa bomba que sería capaz de destruir todo el continente.

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Antonio había comprendido que el ser humano, a pesar de ser capaz de destruir todo a su paso; de odiar a sus semejantes y de dejarse seducir por la ambición y la codicia, podía entregar su vida a otros sin esperar nada a cambio. El mejor ejemplo lo daban sus compañeros de trabajo quienes renunciaron a sus sueños infantiles con el ánimo de brindar a sus familias mejores condiciones… ¡No podía permitir que personas como estas murieran en las calles y que el sufrimiento y el dolor se apoderaran del mundo!

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Con un hábil movimiento, logró ponerse de pie y arrancar el control de las manos del malvado hombre que lo miraba burlonamente, inmediatamente después, trituró el artefacto utilizando la poca fuerza que le restaba. Agotado, de regreso a casa sólo podía pensar en huir con su hijo a un lugar en el que nunca pudiese ser encontrado por los miembros de la organización. El hombre misterioso había escapado aprovechando el mal estado de Antonio y jurado cumplir con su objetivo en una nueva ocasión.