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www.congreso.ceu.es/pdf/XV-congreso-ceu-programa.pdf El XV Congreso Católicos y Vida Pública se propone reflexionar a la luz de la Fe, para alumbrar e impulsar proyectos eficaces de superación de las adversas circunstancias presentes en el saneamiento y mejora constante de las estructuras y de las actuaciones en todos los campos de la vida. Las Ponencias generales del Congreso, que tienen su ulterior desarrollo en las diversas Mesas, estudiarán los aspectos y problemas que se consideran de especial transcendencia y sobre los que ofrecerán sus reflexiones, testimonios.El futuro de los jóvenesEsperanzas para la razónFrancisco Javier Cervigon RuckaverEl Congreso Católicos y Vida Pública, organizado por la Asociación Católica de Propagandistas y su Obra la Fundación Universitaria San Pablo CEU, quiere propiciar un marco de encuentro y reflexión para cuantos católicos se hayan interesados en conseguir que la luz del Evangelio ilumine todos los aspectos de la vida, tanto en sus dimensiones personal como social. En él todos los cristianos pueden y están representados. Tiene una doble dimensión. Por un lado, se presenta como un ámbito de encuentro y reflexión para los católicos de hoy. En ese sentido, participan personas del mundo académico con el objetivo de ilustrar y formar. Al mismo tiempo, no se quiere descuidar la vertiente misionera y apostólica. Por eso, también participan personalidades del mundo económico, político, social y de los medios de comunicación que suelen comportarse con ejemplaridad, mostrando en sus actividades la belleza del Cristianismo. El Congreso abre sus puertas a toda la familia. Tanto los padres como los hijos, ya sean niños o adolescentes tienen su lugar propio. Por eso, en consonancia con el carisma de la ACdP, se pretende fomentar la presencia de los católicos en medio de la sociedad animando a las nuevas generaciones a que descubran su vocación para la vida pública. Niños y jóvenes no tienen un Congreso para ellos, sino que forman parte de un único Congreso.
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Congreso católicos y vida pública.
Título del Congreso: España: razones para la esperanza.
Título de la ponencia:
Esperanzas para la razón.
Resumen:
¿Qué podemos hacer? Propuesta:
Hay razones para la esperanza, pero es preferible dar esperanzas para
la razón, en el sentido de saber dar razones de nuestra Fe.
Podemos tener razones, pero no tener razón.
Los católicos tenemos razones, y tenemos la razón; tenemos “más
razón que un santo”, como dice el refrán.
Tenemos la razón porque tenemos la Verdad, que ES Jesucristo.
La solución no puede ser sólo moral, porque lo moral implica religión;
la solución es más bien ética, para todas las personas, creyentes o no.
Con un ejemplo concreto: dejando el adjetivo “católico” solamente
para “La Católica”, la que es una, santa, apostólica y romana, y que
cualquier otra cosa que quiera ser católica deje de llamarse así y se
limite a serlo.
Otra solución: utilizar el lenguaje con la razón, “como Dios manda”.
Términos como inmanente o transcendente se emplean de modo
incorrecto en la vida pública.
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Esperanzas para la razón.
Los católicos de la vida pública estamos en el mundo, somos inmanentes al mundo,
aunque no somos mundanos. “No te pido que los quites del mundo sino que los guardes del
mal” (Jn 17,15). En esta comunicación se trata de ver que hay razones para la esperanza en la
medida en que hay esperanzas para la razón que puede conocer y amar la Verdad que es
Jesucristo.
Ël nos dice: “Permaneced en Mí” (...) “el que permanece en Mí y Yo en él, da mucho
fruto...” (Jn 15).
Lo que permanece en es inmanente. Inmanente etimológicamente procede de in-
manens, participio de presente del verbo latino in-manere, y que aquí significa precisamente
‘permanecer en’ o ‘permanecer dentro’. Los católicos en la vida pública permanecemos en el
mundo, pero con una visión transcendente.
El adjetivo inmanente puede observarse que se usa muchas veces de modo
inconveniente. Es cosa de hacerse cargo de él, de precisar su significación exacta, y de ver
seguidamente si viene a cuento usarlo o no, si pega o no, si es un despropósito o no, o en qué
sentido sí y en qué sentido no.
Por otra parte, en el comienzo de la Sagrada Escritura leemos que “In principio
creavit Deus caelum et terram...” (Gen 1). Y en el Evangelio según san Juan se lee que “In
principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum...” (Jn 1). Ese “in
principio” significa “en el principio”, o “al principio”.
Muchas veces en la Sagrada Escritura el verbo conocer significa a la vez amar,
incluyendo sintéticamente los dos significados en una palabra. Por ejemplo, cuando la
segunda Persona de la Santísima Trinidad testifica que “esta es la vida eterna, que Te
conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo”, está atestiguando que la vida
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eterna consiste en amar a Dios. El apóstol san Juan manifiesta que “quien no ama no ha
conocido a Dios”. San Pablo asegura que: “el amor de Dios supera todo conocimiento” (Ef 3,
14-21). San Agustín reza así: “cuanto más Te conozco más Te amo, y cuanto más Te amo más
Te conozco”.
“Permaneced en Mí”; “el que permanece en Mí y Yo en él…” pues de esto se trata, de
que yo permanezca en Jesucristo y de que Jesucristo permanezca en mí. Y quien “permanece
en” es inmanente.
El significado correcto de “inmanente” no suele estar ni en los diccionarios, ni en las
enciclopedias, ni en Internet... ni referido al conocimiento, ni al amor, ni al amor como
conocimiento, ni al conocimiento como amor.
Ya que con el término “conocimiento amoroso” (y con el de conocer amando, cuando
expresamos acción) se intenta expresar o evocar un hecho que se da en nuestro interior y cuya
figura precisa puede describirse indicando que es “la percepción psíquica de algo, de un
objeto (personas, cosas…) y el acto de amor correspondiente, de tal modo que lo
distinguimos de todo lo que no es él”, esta afirmación es una definición de conocimiento
amoroso.
Estrictamente, ¿a qué se refiere Jesucristo cuando nos dice “permanecer en”? Por otra
parte, también nos dice: “sed perfectos”.
Noción estricta de conocimiento amoroso como acción y como efecto.
Hay acciones que tienen como efecto producir algo que queda de ellas. Por ejemplo:
la palabra “escritura” significa “acción y efecto de escribir”. Es clara esta distinción ya que lo
que hace el escritor cuando está escribiendo libros se llama “escritura”; y los libros escritos
también se llaman “escritura”. Y es claro que una cosa es la acción de escribir un libro y otra
el libro escrito que es efecto de esa acción. El libro es producto de la acción de escribirlo; y
precisamente comienza a existir plenamente y con independencia en el mismo instante que
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cesa la acción de escribirlo, cuando ya no hay nada que hacer en él. Esto se expresa diciendo
que la acción de escribir es una acción transitiva. De modo que, en estos casos, la acción
pasa al objeto; y, consiguientemente, el objeto la recibe. Y, por ello, tienen voz pasiva.
Debido a que el escritor escribe el libro éste es escrito.
Pero resulta que la acción de “conocer y amar” es una acción realmente intransitiva.
Por ejemplo, después de conocer y amar yo al Papa, éste se queda realmente como estaba
antes de conocerle y amarle. Él no recibe mi acción, se queda igual que antes de conocerle
yo, no se le pega mi acción de conocerlo ni amarlo, ni le inmuta lo más mínimo. Ni le pone,
ni le quita, ni le cambia realmente nada. (Esto es así solamente desde un punto de vista no
creyente, porque en la comunión de los santos las cosas son muy distintas).
Sin embargo, este verbo admite en gramática forma pasiva. Así, la acción: “yo
conozco y amo al Papa” se transforma en pasiva diciendo: “el Papa ha sido conocido y amado
por mi”. ¿Qué valor tiene esta oración pasiva? Tiene solamente un valor gramatical (o
verbal) y lógico (o conceptual), pero no real . Quiero decir: el objeto (persona) conocido y
amado no es, en la pasiva, sujeto real de la misma; ya que, en realidad, como he dicho, no
padece o recibe la acción . ¿Quien la recibe? E1 mismo que ejecuta tal acción.
Me explicaré con otro ejemplo. Cuando el artista pinta el cuadro de la Divina
Misericordia, produce el cuadro; y el cuadro recibe realmente la acción, pues es pintado.
Cuando, después, yo conozco y amo ese cuadro, el cuadro es conocido y amado, pero no
recibe nada de mí. Lo único que ocurre después de conocerlo y amarlo es que yo lo he
conocido y amado ya.
¿Qué ocurre? Que, con la acción de conocerlo y amarlo, el que recibe no es el cuadro
sino yo mismo. Yo, que ejecuto la acción de conocer y amar un objeto, una persona, soy
quien recibe el objeto o persona que conozco y amo gracias a tal acción (y esto sin que el
objeto o persona haya sido inmutado). El hecho de “ser conocido y amado” el cuadro, no le
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afecta al cuadro sino a mí. Antes de conocerlo y amarlo no tenía yo el cuadro; después de
conocerlo y amarlo, puedo decir que lo tengo.
Aunque esto de “tenerlo” es bastante especial, pues puedo decir, que, en cierto sentido
lo tengo, y en cierto sentido no. No lo tengo, pues no me lo he llevado a casa, sino que lo he
dejado tan tranquilo e intacto en su sitio de la capilla. Sí lo tengo, ya que al venir de la
capilla no vuelvo como fui sino con algo más: con el cuadro que fui a ver y vi. ¿En qué
sentido lo tengo? Pues “lo tengo conocido y amado”; lo he percibido (o recibido) no como se
percibe (o recibe una pera o una manzana cuando se acepta, la cual pasa de la mano del otro a
la mía), sino… de otra manera. ¿De qué manera? Es la llamada precisamente percepción
cognoscitiva amorosa, que es la que intenté explicar y creo que habrá quedado entendible.
Dicho conocimiento-acción (o percepción cognoscitiva que consiste en tener algo
conocido por haberlo percibido después de recibirlo, v. gr. a Jesucristo en la Eucaristía)
comparándolo con otras acciones que fluyen de la persona, se puede resumir, con algunos
ejemplos, en el siguiente esquema, muy importante para el movimiento de la inmanencia a la
trascendencia que debería ser la vida cristiana:
a) Acciones transitivas (acciones pasivas reales):
- directas: “yo toco a Jesucristo”;
- reflejas (reflexivas): “yo me abrigo” (quedo afectado, modificado).
b) Acciones intransitivas (no transitivas):
- intranscendentes: “yo paseo” (sujeto pasivo)
- transcendentes (acción real sin pasiva o pasiva irreal, es decir, tienen acción pasiva
pero no pasiva real; son acciones cognoscitivas, distinción sutil que no tiene en cuenta
la Gramática):
- directas:
“yo Le conozco”;
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“yo conozco a Jesucristo”;
“yo Te conozco”;
- reflejas (pasiva verbal, irreal; no me modifica):
“yo me conozco”.
Explicación del esquema.
En principio, prescindiendo de cualquier visión sobrenatural relativa a la llamada
comunión de los santos para mejor entendimiento por cualquier persona católica o no, el
conocimiento amoroso de algo o alguien es una acción intransitiva porque no produce un
efecto que afecte a ese objeto o persona que se conoce; éste se queda, después de ser
conocido, igual que antes de dicho conocimiento amoroso.
Pero siendo intransitiva, no obstante es transcendente, porque, aunque el objeto o
persona conocida no sea afectado por la acción de conocerla, sin embargo, es conocido
mediante tal acción. Ello quiere decir que el sujeto que conoce conquista el sujeto mediante la
acción de conocer amando. Gracias al conocimiento amoroso, el objeto pasa a existir en el
sujeto que le conoce, con una existencia cognoscitiva amorosa. Sin dejar de existir en sí
después de ser conocido y amado lo mismo que antes de ser conocido y amado (pues ya
quedó dicho que permanece intacto) comienza a existir en otro, en el sujeto que lo conoce.
Pues bien, al pasar a existir el objeto o persona en el sujeto que lo conoce y ama, el
sujeto se pone en contacto con el objeto o persona (en contacto cognoscitivo amoroso, se
entiende, porque realmente -ya quedó dicho- el objeto o persona se queda (intacto) y con ello
el sujeto llega al objeto o persona, se hace cargo del objeto o persona, posee
(cognoscitivamente) al objeto o persona.
Lo más importante de esta explicación es lo siguiente: que este ponerse en contacto el
sujeto que conoce con algo que no es él (con un objeto o una persona), este llegar a él o
poseerlo es una forma o manera de transcender ( en el sentido de 'pasar al otro lado'). Y por
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ello se dice que, aunque el conocimiento sea una acción intransitiva , es, sin embargo, a la
vez, una acción trans-cendente .
Muy bien, pero el conocimiento amoroso al que debe tender la esperanza de todo
católico en la vida pública, ¿es una acción inmanente? Hay que tener mucho cuidado y
prudencia al usar el adjetivo “inmanente” cuando se trata de este conocimiento que es amor.
No quiero decir que no tenga sentido utilizarlo, sino que hay que tratarlo con mucha
precaución, salvando los inconvenientes que voy a decir.
Puesto que el adjetivo inmanente suele esgrimirse en algunos ámbitos de
conocimiento, blandiéndolo incorrectamente en muchas ocasiones y a cuento de cualquier
asunto, por eso y por graves malentendidos que a veces ha ocasionado, entre otros motivos,
es por lo que es necesario que explicar claramente a qué se refiere. Y a la vez, facilitar el buen
uso y entendimiento de este término en las diversas circunstancias de la vida pública.
Como se ha podido observar, en el esquema anterior no aparece; es que lo he evitado a
propósito y con toda intención.
Pero, después de embarazarme de verlo tan mal usado a troche y moche, me hago
cargo de él, de precisar su significación exacta y, de ver por fin si viene a cuento adoptarlo o
no, si liga o no, si es una imprudencia o no, o en qué sentido sí y en qué sentido no. Veamos.
1. Significado general que creo debe tener el término “inmanente” siempre
que se usa.
La misma palabra “inmanente” sugiere ya, de por sí un significado general que ha de
respetar todo aquel que la use, si no se propone hablar en jerga o en camelo, es decir, dando
de patadas al lenguaje de que se sirve. Y éste no será un procedimiento decoroso y aceptable,
naturalmente.
Este significado general a que me referí es el etimológico, por el que ya indiqué que
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“inmanente” procede de in-manens, participio de presente del verbo latino in-manere, que
significa ‘permanecer en’ o ‘permanecer dentro’.
Así, por ejemplo, el agua que no se saca del pozo de Sicar permanece en el pozo ( es
decir, es inmanente al pozo; la sangre y el agua que no brota del Sagrado Corazón permanece
en el Corazón (es inmanente al Corazón); el bebé que no sale del vientre permanece en el
vientre (es inmanente al vientre); todo lo que hay o está en el mundo permanece en el mundo;
es, por tanto, inmanente al mundo, como los cristianos corrientes que son los católicos en la
vida pública (“no te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal”, Jn 17).
Tratándose de una acción ejecutada por un sujeto (persona masculina, femenina,
singular o plural) (o fluyente de ese sujeto) puede decirse que permanece en el sujeto (es
inmanente al sujeto) siempre y cuando no pase o tenga repercusión en un objeto o personas
(directo o indirecto, gramaticalmente).
Así, por ejemplo, el pensar o proponerse bautizar permanece en mí (el sujeto),
siempre y cuando no lleve a efecto el bautismo. El proponerse bautizar es una acción
psíquica, y el bautizar efectivo es una acción física.
El proponerse bautizar puede quedarse simplemente en eso; en cuyo caso permanece
en el sujeto. Pero si ese propósito se lleva a cabo, entonces pasa fuera del sujeto, y se
transforma en bautismo efectivo; esto es, transcendente.
El bautizar efectivo es una acción que nunca permanece en el sujeto sino que siempre
pasa a otro produciendo efecto en él; es, por tanto, siempre una acción transitiva o transeúnte
(‘transeúnte’ no sólo en el sentido de que la acción misma de bautizar es pasajera o
momentánea -pues uno no está siempre bautizando a otro- sino en el sentido de que su efecto
pasa a otro).
Pero cuando el bautizar es resultado de un propósito previo, entonces el propósito
mismo ha transcendido. Digo propósito previo porque no ocurre como en otras acciones que
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a veces puede uno hacer a alguien sin querer o sin propósito previo, ya que el bautizar
requiere propósito previo (aparte de la intención de hacer lo que quiere la Iglesia, intención
con la que alguien puede bautizar incluso siendo ateo).
Otro ejemplo. El pensar o proponerse abortar permanece en mí (el sujeto), siempre y
cuando no lleve a efecto el aborto. El proponerse abortar es una acción psíquica, y el abortar
efectivo es una acción física.
El proponerse abortar puede quedarse simplemente en eso; en cuyo caso permanece
en el sujeto. Pero si ese propósito se lleva a cabo, entonces pasa fuera del sujeto, y se
transforma en aborto efectivo; esto es, transcendente.
El abortar efectivo es una acción que nunca permanece en el sujeto sino que siempre
pasa a otro produciendo efecto en él (el bebé); es, por tanto, siempre una acción transitiva o
transeúnte (‘transeúnte’ no sólo en el sentido de que la acción misma de abortar es pasajera o
momentánea -pues uno no está siempre abortando a otro- sino en el sentido de que su efecto
pasa a otro).
Pero cuando el abortar es resultado de un propósito previo (pues a veces puede
alguien abortar a otro sin querer o sin propósito previo), entonces el propósito mismo ha
transcendido.
2. Significado del término inmanente como equivalente de intranscendente .
Pero lo que suele ocurrir es que el término “inmanente” se usa como significando lo
mismo que “intranscendente”. (“Intranscendente” no en el sentido de que sea algo que no
importa -que también la palabra tiene esa significación- sino en el sentido de que no
transciende o no pasa).
(Aclaración. En castellano existen dos formas de esta palabra: la de “transcendente” y
la de “trascendente”. Es la misma palabra, pero la forma segunda se come la “n” por facilidad
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de pronunciación).
Los inmanentistas, tomando el término “inmanente” como equivalente de
“intranscendente”, quieren decir que el conocimiento no es transcendente . Y así es como
toman el término los “inmanentistas”. Es la acepción común a todos ellos.
La consecuencia que sacan los inmanentistas es que no conocemos ni amamos los
objetos o personas. ¿Qué es lo que conocemos y amamos entonces? Hay que distinguir:
Según los inmanentistas sólo conocemos y amamos:
- o nuestras sensaciones (o impresiones sensoriales) sobre algo o alguien;
- o nuestras imaginaciones sobre esos objetos (personas, cosas…);
- o nuestras ideas sobre esas personas o cosas…;
pero nunca los objetos o personas mismas.
- Los que defienden la primera tesis son los inmanentistas-sensistas;
- los que defienden la segunda son las inmanentistas-imaginistas;
- y los que defienden la tercera son los inmanentistas-ideistas (usualmente llamados
idealistas).
(Nótese que “inmanente” lo entienden como lo que no transciende de lo subjetivo ; de
aquí que todos los inmanentistas sean subjetivistas ).
Crítica de esto. Decir que el conocimiento amoroso es una acción vital inmanente,
entendiendo esa palabra como in-transcendente, es completamente inaceptable.
Razón. Es comenzar por aplicar a este conocimiento que es amor algo que no le
pertenece. Es algo así como empezar diciendo que el ratón es un animal descornado por el
hecho de que no tiene cuernos. Es verdad que no tiene cuernos; nadie lo niega. Pero los
animales descornados (si no se quiere hablar a lo zafio y haciendo truquitos) no son
simplemente los que no tienen cuernos, sino los que siendo por su natural cornudos, se les
han quitado los cuernos o los han perdido.
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Si uno comienza por admitir que el ratón es un animal descornado, otro podrá venir
después, llevado por la lógica y preguntar: ¿y quien le ha quitado los cuernos al ratón?
Pregunta que, aunque lógica dentro del presupuesto, realmente no tiene sentido, pues nadie se
los ha quitado. Con lo cual se revela que no tiene sentido el presupuesto mismo.
Viniendo al tema. Comenzar diciendo que el conocer amando es una acción
inmanente, queriendo decir que es intranscendente, es comenzar por confundir la figura del
conocer-amar con la del pasear, hablar, etc., aplicar lo propio de estas acciones y parecidas
(que son efectivamente intranscendentes) a una acción que es de otro tipo (aunque todas sean
actos de amor).
El conocimiento-amor es una acción originalísima, que es, ciertamente, inmanente en
el sentido de que el objeto o persona conocidos no recibe ningún efecto de esa acción, pues
permanece inmutado después de ser conocido, y por ello no es realmente pasivo.
Pero esto no impide que sea una acción transcendente , ya que mediante la acción de
conocer y amar, el sujeto que conoce y ama pasa más allá de sí mismo (o sea, transciende de
sí mismo ), pues se apropia (de modo originalísimo y típico) del objeto o persona que no es él.
Los “inmanentistas”, con el adjetivo “inmanente” comienzan fabricándose una figura
desmañada y zafia de la realidad del conocimiento-amor; concretamente una caricatura del
mismo. Y de ahí, naturalmente, se siguen después toda clase de desafueros.
3. Precisiones complementarias sobre la representación e imagen
“inmanentistas”.
Pero con lo dicho no hemos terminado. Se trata de precisar más, exponiendo fielmente
con más detalle el modo de pensar inmanentista, evitando hacer una caricatura del mismo.
Veamos.
Aunque los inmanentistas comienzan afirmando que el conocimiento es una acción
inmanente en el sentido de intranscendente, es decir, una acción con la que el sujeto no sale
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de sí mismo, de su recinto, no salta sus propias puertas o tapias para pasar al objeto, admiten
sin embargo una cierta transcendencia dentro del recinto de la subjetividad.
En efecto. Dentro del mundo subjetivo distinguen varias zonas. Por de pronto,
distinguen entre sujeto y cosas del sujeto. Estas cosas del sujeto, tratándose del sector del
conocimiento amoroso natural, son las impresiones sensoriales, las imágenes y las ideas.
Y como las impresiones sensoriales, las imágenes y las ideas no son el sujeto en que
están (aunque todo esté dentro del mundo subjetivo), y como, al conocer, el sujeto maneja
impresiones sensoriales, imágenes e ideas, de aquí que se pueda decir que el sujeto, cuando
conoce, transciende de sí mismo, sale fuera de sí mismo; pero se ha de entender que ello
ocurre dentro de la subjetividad. Y, por ello, lo que decide en definitiva es la inmanencia,
pues la transcendencia que se puede conceder que hay se da siempre dentro del recinto de la
subjetividad.
Ocurre lo mismo, por ejemplo, que al conde o condesa que está
permanentemente en su castillo pero de cuando en cuando da un recorrido por el condado,
mas sin salir de los límites del mismo. Sale de su castillo, pero, al fin y al cabo, no sale de sus
dominios.
Es, también, la situación en que se encuentra el canario que está dentro de una jaula:
da saltos de un columpio a otro, pero siempre dentro de la jaula; son saltos (o
transcendencias) permaneciendo en la jaula (o inmanencia) tanto después de haber saltado
como antes de saltar.
En conclusión: piensan los inmanentistas que, con la acción cognoscitivo-amorosa
transcendemos de nosotros mismos; pero no transcendemos hacia los objetos o personas. Y
esto quiere decir que no conocemos los objetos o personas sino nuestras impresiones
(sensaciones), imágenes, o ideas sobre los objetos o personas. Y, por tanto, en definitiva,
permanecemos en nosotros mismos, encerrados en nuestra subjetividad, moviéndonos en
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nuestra inmanencia.
Crítica final.
La transcendencia que admiten los “inmanentistas” no la niego. Pero sobre ella hay
que decir que es una transcendencia pobre, raquítica, enclenque y anoréxica, que no expresa
la realidad del hecho de nuestro conocimiento amoroso. Admitir que se da solamente esa
transcendencia, es decir, admitir que el conocimiento amoroso es una acción transcendente
sólo en ese sentido, es seguir dibujando caricaturescamente la figura de conocimiento
amoroso, aunque no tan grotesca.
Ahora bien, es necesario insistir en que hay que ser extremadamente delicados y
escrupulosos al dibujar la figura de este conocimiento amoroso porque, si comenzamos
haciendo de él una caricatura en vez de un retrato, lo estropeamos todo.
Cuando una o uno, mediante la reflexión, contrasta la afirmación inmanentista con el
hecho vivo y concreto del conocimiento amoroso, ve que éste desmiente tal afirmación. No
sólo conocemos nuestras impresiones, imágenes o ideas sobre los objetos o personas, sino
también los objetos o personas .
Hay, ciertamente, ciertos tipos o clases de conocimientos en los cuales nos limitamos
a conocer nuestras impresiones, imágenes o ideas. En esto (aparte de en otras cosas) se
especializa la Psicología. La Lógica es también un conocimiento especializado en las ideas y
en las “relaciones de razón” con fundamento en la realidad (relaciones entre ideas).
Por ello, no es exacto decir que sólo conocemos los objetos o personas y no nuestras
impresiones, imágenes o ideas con los que hacemos actos de amor. Pero tampoco es exacto
decir que sólo conocemos nuestras impresiones, imágenes o ideas y no los objetos o personas .
Aclaro, sin embargo, que lo primero no sé que lo haya dicho nadie. Pero lo segundo es
lo que dicen los inmanentistas.
Aunque se puede perfilar más: espontáneamente sólo conocemos los objetos o
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personas, pues para conocer nuestras impresiones, imágenes o ideas se necesita un esfuerzo
más o menos intenso de reflexión, que resulta más o menos difícil de efectuar según de qué se
trate. Si no se efectúa ese esfuerzo (y, a veces, aunque se efectúe) nuestras impresiones,
imágenes e ideas no aparecen en la pantalla de nuestro conocimiento amoroso.
Todavía se puede precisar más: es cierto que en nuestro conocimiento de los objetos o
personas intervienen impresiones, imágenes o ideas. Y estas impresiones, imágenes e ideas
podemos decir que son nuestras (del sujeto que conoce). Pero esto no quita que sean también
y a la vez (y con el mismo derecho) del objeto o persona al que se refieren.
Así, por ejemplo, la idea que yo tengo de bebé es mía en el sentido de que la tengo yo
y no otro (supongamos); pero esto no impide que sea también del bebé, en el sentido de que
responde a la realidad llanada “bebé”.
Puede ocurrir que no corresponda a la realidad llamada “bebé”. En este caso es
exclusivamente mía (no del bebé). Y si se la atribuye al bebé entonces estoy en un error; mi
idea (en este caso) no tiene valor transcendente.
Pero siempre y cuando corresponda a la realidad llamada bebé es, a la vez,
subjetivamente mía (y de cualquier otro que la tenga), y objetivamente del bebé. En este caso
es inmanente y a la vez transcendente pues es el medio psicológico que yo tengo para dar el
salto al objeto que es la personita bebé (es decir, para transcender del recinto de mi
subjetividad al de la objetividad). Mejor dicho: es el medio que yo tengo para que el objeto
bebito salte de su objetividad a mi subjetividad y de este modo yo me hago cargo de su
objetividad y logro saltar (transcender) no sólo de mí a mi idea de bebé sino de mí al objeto
llamado bebé a través de mi idea de bebé.
Los “inmanentistas” se plantean el problema del paso de la subjetividad a la
objetividad, por ejemplo el problema del puente de que habla Descartes. Pero este problema
es ficticio, pues ya está resuelto antes de plantearlo. No hay problema alguno del paso de la
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subjetividad al de la objetividad, pues el mismo hecho del conocimiento amoroso delata que
el objeto o personita pasa de la objetividad a la subjetividad.
Las impresiones, imágenes e ideas no son un estorbo o un muro que impida pasar al
que conoce y ama desde el recinto de su subjetividad al de la objetividad; son precisamente el
medio o camino por donde el objeto o persona pasa de su objetividad al recinto de la
subjetividad del sujeto que conoce y ama. Y así es como el sujeto transciende de su
subjetividad o desborda la inmanencia.
Creo que con estas explicaciones queda en claro el conjunto de reservas y
precauciones con que hay que tomar la frase: “el conocimiento amoroso es una acción vital
inmanente ”. Es aceptable esta frase siempre y cuando con ello no se niegue esta otra: “el
conocimiento amoroso es una acción vital transcendente ”. No se niega la primera de estas
frases si se toma la palabra “inmanente” como equivalente de la palabra “intransitiva”, como
decía al principio. Sí se ha de rechazar la frase si se toma la palabra “inmanente” como
equivalente a la palabra “intranscendente”, pues en este sentido se admitiría que este
conocimiento no es transcendente. Y así es hacer una caricatura de la realidad que es la
acción cognoscitiva amorosa, la cual, si da motivos para llamarla “inmanente” también los da
para llamarla “transcendente”.
Y así podemos entender mejor Catecismo de la Iglesia Católica, 239, cuando nos habla de
inminencia y trascendencia: «Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la
fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta
ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad
(cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad
entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los
padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero
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esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden desfigurar la
imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que Dios
transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende
también la paternidad y la maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y
medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15)».
Francisco Javier Cervigon Ruckaver
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