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Estrategia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio
Fundamentación
www.antes2015actua.com
Guion Litúrgico 2012-2013www.antes2015actua.com
Este guion nos ha ayudado a prepararlo Monseñor Tomas Kaboré, obispo de la Diócesis de Kaya, en Burkina Faso. Sus palabras nos invitan a re� exionar y a rezar sobre el Objetivo del Milenio 1: erradicar el hambre y la pobreza durante lo que queda de 2012 y en 2013. Pero os invitamos a utilizarlo, especialmente, durante la Semana contra la Pobreza, del 14 al 20 de octubre, con la esperanza de que la Palabra de Dios nos mueva por dentro y nos lleve a plantearnos otra forma de vida más sencilla y que incluya a todas las personas del mundo, hermanos y hermanas en Cristo.
Monición de entrada
¡Queridos hermanos y hermanas!
En cada Eucaristía el Señor reúne a su pueblo y
se hace presente entre nosotros, como ocurrió
después de su resurrección. Hoy nos reúne en el
mundo entero en la Jornada Mundial de la Ali-
mentación y nos confía la misión de luchar contra
la pobreza en el mundo. Si la tierra está llena de
riquezas es porque están destinadas a todas las
criaturas. Dios ha concebido los bienes para que
todas se benefi cien de ellos, para que todas las
personas sean felices y lo alaben.
Por ello, nuestra misión consiste en reorganizar la
creación según el Espíritu que nuestro salvador
Jesucristo nos ha dado. ¿Por dónde comenzar?
Pobres o ricos, todos tenemos que empezar por
nosotros mismos, cada cual tiene que corregir su
propia relación con las posesiones, con el dinero y
con los bienes.
En la Eucaristía de hoy, pidamos por nuestra propia
conversión, por la conversión de los espíritus y de
los corazones, para que, siendo más dóciles a la
enseñanza de Cristo, podamos poner en práctica
la Doctrina Social de la Iglesia; construyamos la
nueva Jerusalén, convirtiéndonos en piedras vivas
en Cristo Jesús.
Oración de los Fieles
1. Por el Pueblo de Dios y sus Pastores, el Papa, los obispos, los sacerdotes y diáconos, para que sus enseñanzas iluminen a los cristianos en sus diferentes compromisos de modo que, con su palabra y su vida, sean fuente de riquezas espirituales y morales para nuestro mundo.
2. Por los dirigentes de las naciones para que, inspirados por el Espíritu Santo que vive en los cristianos y les conduce, se dediquen al bien común de sus pueblos, se preocupen de los pobres y abandonados y les sirvan con abnegación.
3. Por todos los que sufren: pedimos para todos la gracia de creer que Dios les ama a pesar de sus sufrimientos y para que, reconfortados, sean animados por la caridad y den testimonio de alegría y fraternidad sin límite.
4. Por todos los pobres que no tienen lo necesario para curarse, que no tienen nada para comer, que no tienen la posibilidad de enviar a sus niños a la escuela, para que Dios suscite almas generosas que acudan en su ayuda y de esta forma se extienda sobre la tierra la alegría y la fraternidad universal.
5. Por nuestra Asamblea y por todos nuestros hermanos cristianos reunidos en Cristo por la eucaristía en este día, para que seamos, mediante los diferentes compromisos de esta semana, un signo y un medio de concordia y de paz a nuestro alrededor.
Oración del Celebrante
Dios nuestro Padre, tú que nos has enviado a tu Hijo para que sea el pan de vida eterna, haz que, saciados de este pan, seamos la sal de la tierra y la luz del mundo. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor! Amen
Oración después de la comunión:¡Señor Jesucristo!¡Tú has hecho de nosotros piedras vivas de la nueva Jerusalén! Danos a los que acabamos de recibirte el don de continuar la obra empezada por los Apóstoles, para dar a los hombres a los que nos envías una ciudad de paz y de alegría. Tú que estás con nosotros hasta el � n de los siglos. Amén
Preparación penitencial
� Señor Jesús, por tu pasión y muerte Tú nos has
liberado de la esclavitud del dinero.
¡Señor, ten piedad!
� Cristo Salvador, Tú, que has sanado nuestras
enfermedades, mira todas las enfermedades y
sufrimientos originados por el amor a las riquezas y
los bienes de la tierra .
¡Cristo, ten piedad!
� Señor, Tú, que has vencido el pecado y la muerte con
tu resurrección, mira nuestra resistencia a derribar las
estructuras de pecado que contribuimos a consolidar.
¡Señor, ten piedad!
Monición a la primera lectura
¡Dios nos llena sin medida! Pero Él nos advierte que hay
una cosa que no tolera, y que será para nosotros una
fuente de desgracia: ¡Escuchadme! Escuchadme bien y
comprenderéis lo que Dios nos quiere decir.
Lectura 1: Deut. 8,12–20
Monición al salmo responsorial
Lleno de bondad, Dios nos ha hablado ¿Qué le vamos
a contestar? Todos juntos vamos a dar una respuesta
cantando en coro.
Canto: Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno
de sus beneficios.
Monición a la segunda lectura
Escuchad y ved la obra que Dios ha realizado y la obra de la
cual nos hace partícipes. Dios ha empezado la reunificación
de la humanidad reconciliada con todos los que participamos
en la Eucaristía. ¡Su Palabra es verdad, escuchemos y
comprendamos!
Lectura 2: Act. 2,41-47
Aclamación: Aleluya
Lectura del Evangelio: Mt 14,13-20
��
Introducción Las Naciones Unidas han instituido el 16 de octubre como Jornada Mundial de la Alimentación para alertar de que existen todavía una multitud de personas que padecen hambre, a pesar de vivir en una época de abundancia.Un grupo de presión en Internet ha promovido una iniciativa para eliminar esta lacra y nos invita a seguirla.
En uno de sus anuncios afi rman: Mil millones de personas
padecen hambre crónica. En lo que dura este video, dos
niños habrán muerto de hambre. Y nos invitan a adherirnos
a la iniciativa de fi rmar la siguiente petición: “Presionad a
los responsables políticos para eliminar el hambre. Firmad
una petición y promoved acciones allá adonde estéis.
Mediante la voz de las Naciones Unidas exhortamos a los
gobernantes a dar prioridad absoluta a la erradicación del
Homilía Jornada Internacional de la AlimentaciónLucha contra la Pobreza
hambre en el mundo hasta alcanzar este objetivo”.
¡Sin ninguna duda hay que hacer algo! Pero ¿Qué? ¿Qué hay que hacer? ¡Esta es la cuestión!
Como se trata de cambiar el mundo, pensamos enseguida
en los gobernantes. Según nuestra mentalidad moderna,
pensamos en seguida en poner en marcha nuestros medios
jurídicos y políticos: o sea nuestros medios humanos, sin pensar
en Dios. Nuestras sociedades ya no viven en la fe. Pensamos
que los políticos pueden cambiar la marcha de los aconteci-
mientos. Que legislen para poner fi n a las hambrunas. Pero,
¿cómo podrán hacer unas leyes que todo el mundo considere
justas? Y, aunque pudiesen hacer leyes justas, ¿podrán los
gobiernos aplicarlas y hacerlas respetar? ¿De qué forma
podrán hacer aplicar esas leyes, si los ciudadanos tienen mo-
tivaciones injustas? Aquí está el verdadero problema: la dis-
posición interior de cada persona. Si hay mucha gente que
se complace con las estructuras injustas, dominadas por el
afán de benefi cio, y la sed de bienes materiales, ¿qué podrán
hacer las leyes?
Erradicar el hambre en el mundo no es una cuestión de
legislación de los mandatarios. Se trata más bien de promover
la justicia, de cambiar nuestro mundo y para eso es preciso
cambiar nuestros corazones y mentalidades. Y esto está
por encima de los poderes humanos. Por eso hemos de
dirigirnos a Dios.
Vivir en la fe signifi ca aceptar, hacer sitio a Dios en mi universo.
Vivir en la fe signifi ca vivir con Dios, escucharlo, conocerlo,
hablar con Él. ¡Y no vivir como si Él no contara! Como si Él no
tuviera importancia alguna, como si no nos hiciera falta acatar
sus leyes, aunque nos las proponga.
La fe nos dice que Dios es el primero en querernos y en querer
nuestro bien. Respecto a nuestra preocupación actual, Él está
dispuesto a ayudarnos a erradicar el hambre; Él nos da sus
bienes en abundancia y quiere nuestra felicidad. Es lo que nos
enseña su palabra que acabamos de escuchar.
La primera lectura nos enseña: Dios ha puesto a nuestra
disposición una buena tierra, llena de recursos naturales.
Para aprovechar esta abundancia, solo nos advierte de una
condición:
«Cuídate de no olvidarte del Señor tu Dios, para cumplir sus
mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno
hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifi ques buenas
casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten,
y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres
se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de
Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de
servidumbre» (Deut. 8, 11-14).
Nuestros métodos y costumbres consisten en excluir a Dios
de nuestra vida diaria. Hoy en día denominamos esta actitud
como secularización: ¿Qué tiene que ver Dios con el hambre
en la tierra? ¿Produce Él los cereales? ¿Trabaja Él con las coo-
perativas que abastecen a los grandes almacenes? Y es así
como nosotros vamos construyendo nuestro mundo, nuestra
economía, nuestra política. Sin Él, sin Dios.
El resultado es que, una vez realizadas estas obras hechas solo
con nuestras manos, las encontraremos apagadas y vacías,
incapaces de garantizar la justicia, la paz y la felicidad. De esta
forma estamos edifi cando un mundo lleno de riquezas y de
abundancia, pero que está también lleno de tristeza. Nuestro
mundo es un mundo triste y sin alegría. Le falta la sal de Dios.
Nuestros mandatarios, responsables e instituciones no pueden
darnos esta alegría.
En el Evangelio, Jesús da de comer en abundancia a una
multitud de personas: panes y peces, sobrando 12 cestas.
Cuando nos dirigimos a Dios, Él responde con generosidad.
Su principal generosidad, lo sabemos muy bien, es Jesucristo
en persona. Él se defi ne como el pan que ha descendido del
cielo y que da la vida, es decir, que da la felicidad y la alegría.
Él nos ha traído la sal de Dios, para dar el sabor a nuestras
obras e instituciones; con Él, nosotros podemos realizar lo que
los mandatarios del mundo no pueden hacer: compartir de
forma equitativa, dar sabor y alegría a la vida.
Dirigirnos a Dios no es solamente rezar y tener buenas ideas.
Es también trabajar concretamente en una obra que existe
desde hace tiempo. Jesús, después de su resurrección, ha
puesto en marcha una obra que nosotros estamos buscando:
la ciudad de la paz. Y esta ciudad se está edifi cando. Él ha sido
su impulsor con sus enseñanzas. Después de su resurrección,
la fe de sus discípulos ha hecho brotar de la tierra una ciudad
nueva de fraternidad:
«Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en
común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus
bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo
el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez
de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el
pueblo.» (Act. 2, 42-45).
Esta es la ciudad de justicia, amor y alegría que estamos
buscando. Esta ciudad está en marcha y todos nosotros
estamos invitados a trabajar en ella. El texto continua diciendo
«Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser
salvos». Nosotros somos los que el Señor ha ido añadiendo a
la comunidad de los salvados. Esta ciudad no es una fi cción
del espíritu ni un sueño. Es una comunidad que ha crecido
hasta nosotros: la Iglesia. En ella Dios ha reunido a todos los
hombres del mundo entero en la justicia, la paz y la alegría.
En ella Él ha puesto el corazón y el espíritu nuevo. Si existen
mil millones de personas que aún padecen hambre, cier-
tamente tenemos algo que hacer. Lo primero es cambiar
nuestra mentalidad. Debemos mirar hacia adentro y
dejarnos penetrar por un Espíritu nuevo.
Las personas necesitan una nueva sabiduría para
construir un mundo más justo. ¿Dónde encontrar esta
nueva sabiduría? Nosotros, que somos sus discípulos y
que seguimos comunicándonos con Él en la Eucaristía,
tenemos la convicción de que, a menos que nos
dejemos llenar del espíritu de Cristo, de sus enseñanzas,
y trabajemos en cualquier lugar donde estemos según su
Espíritu no habrá justicia ni alegría en la tierra, ni paz entre
las naciones. Él es la única sabiduría y la única salvación.
Lo mejor que nosotros podemos hacer de verdad es
transformarnos en sal de la tierra en Cristo Jesús, para
llevar su sabor allá adonde estemos. Anunciaremos así
con nuestra vida y testimonio la buena nueva: ¡la obra
de la justicia está en marcha! Esta es nuestra esperanza:
¡trabajemos por la justicia!
Para cambiar el mundo hay que cambiar a las personas,
porque todos los males que padecemos tienen raíces en
nuestros corazones.
A nuestro Señor y Salvador Jesucristo que nos ha invitado
a trabajar por una ciudad santa sea todo honor y alabanza
por los siglos de los siglos. Amén.
Las fotos que reproducimos en este folleto forman parte de las
premiadas en el Concurso de Objetivos de Desarrollo del Milenio 2012.
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