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RAGA, F.: Mediaciones interculturales. Universidad de Valencia (Seire Lynx, en prensa).
MEDIACIONES INTERCULTURALES
Francisco Raga Gimeno1
Grupo CRIT
Universitat Jaume I
“Well, it seems to work in practice –
let’s see if it works in theory”
J. Laue2
Resumen
El presente trabajo se plantea como una contribución más al actual proceso de consolidación y
homogenización de los programas formativos de mediación intercultural. Para ello se presenta una
propuesta de clasificación de las actividades a las que puede enfrentarse un mediador intercultural en el
desempeño de su labor profesional. Dicha propuesta toma como punto de partida una clasificación de los
diferentes ámbitos culturales, de los distintos tipos de “materia comunicativa” (y sus zonas de transición)
con los que tienen que tratar los mediadores interculturales. Se analiza, además, cómo se articula esta
clasificación con el resto de criterios implicados: cuándo se desarrolla la mediación, a cuánta gente va
dirigida, cuál es su finalidad, quién es el destinatario de la misma, y en qué contexto tiene lugar.
Palabras Clave: mediación, intercultural, tipología, actividades, formación
1 El presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación: “La mediación intercultural en la atención sanitaria a la población inmigrante. Análisis de la problemática comunicativa y propuestas de formación” (04/07) (HUM2004-03774-C02-01-FILO), financiado por el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. 2 Citado por Avruch (1998: 94).
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1. Introducción. Cultura y mediación
Hasta hace relativamente poco tiempo, la palabra cultura hacía referencia
principalmente a manifestaciones artísticas como la pintura, la escultura, la música o la
literatura,3 había gente culta y gente inculta, en los manuales de enseñanza de segundas
lenguas los apartados dedicados a la cultura estaban poblados de paseos por el museo
del Louvre, poemas de Machado, o alguna canción de los Beatles. Y de repente apareció
la cultura, la cultura con minúscula, la cultura de las formas de comer y de vestir, de las
fiestas populares, de las creencias religiosas, la cultura de los antropólogos y la de la
gente, culta e inculta. Coincidiendo con el descrédito del concepto de raza, la
“diferencia” ha empezado a construirse en torno a las manifestaciones culturales que
tiñen la vida cotidiana de los pueblos del mundo. La interculturalidad y el choque de
culturas han aterrizado en el debate político, en los medios de comunicación, en las
conversaciones cotidianas, y hasta en los libros de enseñanza de segundas lenguas. La
cultura está por todas partes, y se ha hecho casi imposible precisar qué es y qué no es
cultura.
De manera paralela ha discurrido el auge de la mediación. La complejidad de las
relaciones humanas en las sociedades urbanas industrializadas llevó a una mayor y más
precisa institucionalización de las mismas. Como respuesta a esta, como diría
Habermas, colonización institucional de la vida cotidiana, comenzó a desarrollarse un
movimiento social4 que propugnaba la “desjudialización” de los conflictos interpersonal
o entre grupos mediante la “vuelta” a los procesos de mediación, a una especie de
3 En Williams (1983) encontramos una de las referencias clásicas de esta concepción de la cultura. Véase Avruch (1998: 6). 4 Cuyo germen, como apunta Ramos (2003: 80), podríamos situar en la California de los años 60-70.
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autogestión de las relaciones sociales. Como en el caso de la cultura, la mediación está
lejos de contar con unos límites precisos, aceptados por todos aquellos que trabajan en
pro de su desarrollo. Nos encontramos con teorías y prácticas de la mediación que van
desde una pseudo-judialización hasta una especie de terapia de grupo.
Cuando dos ámbitos difusos confluyen no es de extrañar que el resultado sea igualmente
difícil de delimitar. La mediación intercultural es un fenómeno reciente, surgido a raíz
de la globalización de los procesos migratorios; su razón de ser es contribuir a mejorar
la comunicación de las personas extranjeras, especialmente las provenientes de países
en vías de desarrollo, con la población autóctona en general, y con los profesionales de
los servicios públicos en particular. En estos momentos la figura del mediador
intercultural no presenta un perfil homogéneo, ni por lo que respecta a su formación, ni
a su situación laboral, ni a las actividades que desempeña. Se trata de una actividad
emergente que se está nutriendo, en ocasiones de forma bastante aleatoria, de
experiencias profesionales tan diversas como la traducción e interpretación, el trabajo
social, la animación sociocultural, la psicopedagogía, la mediación social y comunitaria
o la antropología cultural. En este mismo instante estamos asistiendo al nacimiento de
un fenómeno que puede contribuir de manera decisiva a mejorar la convivencia entre
personas procedentes de diferentes partes del mundo. Sin embargo, todo alumbramiento
produce sentimientos encontrados, por una parte, somos testigos, o cómplices,
privilegiados de un proceso de configuración, dinámico y cambiante; pero por otro lado,
según se va alargando el parto más de lo esperado, empiezan a surgir las dudas acerca
de si éste concluirá con el desenlace esperado.
Ante la falta de criterios unificados entre aquellos que se dedican a reflexionar
teóricamente (y a elaborar programas de formación) acerca de la mediación
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intercultural, cabe plantearse la posibilidad de dejar que sea la práctica laboral la que
vaya definiendo su propia naturaleza y sus propios límites. Sin embargo, la práctica
laboral de la mediación intercultural no es un ente abstracto, es una actividad en la que
intervienen múltiples agentes sociales, en ocasiones con posturas o intereses
contrapuestos, que pueden hacerla derivar hacia derroteros completamente diferentes, y
en absoluto satisfactorios para todas las partes.
Por otra parte, como indica el título del presente trabajo, sería absurdo negar la
diversidad de actividades que se engloban bajo el paraguas de lo que hoy en día
conocemos como mediación intercultural, pero esto no nos impide indagar en las
diferentes naturalezas de estas funciones, e intentar contribuir a una delimitación lo más
precisa posible de las mismas. Más bien al contrario, una postura crítica ante el
fenómeno emergente de la mediación intercultural, tendente a proporcionarle un mayor
grado de coherencia, nos obliga a tratar de precisar el porqué, el para qué y el cómo de
esta diversidad de actividades.
2. Clasificaciones de los tipos de mediación intercultural
No es tarea fácil ensayar una clasificación sistemática de los tipos de mediación
intercultural, ya que ésta puede plantearse, como se observa en la siguiente lista,
teniendo en cuenta muchos y muy variados criterios, que obedecen al quién, qué,
cuándo, a quién, a cuántos, dónde y para qué de la mediación intercultural:
(a) Quién: natural o profesional
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(b) Qué: lingüística, conversacional, cultural o normativa
(c) Cuándo: preventiva o rehabilitadora
(d) A cuántos: comunitaria o de casos individuales
(e) Para qué: solución coyuntural o transformación estructural de las relaciones sociales
(f) A quién: a población extranjera, a población autóctona, a profesionales autóctonos, o
multilateral
(g) Dónde: los servicios públicos (en general o por áreas específicas), los barrios o las
familias
Contamos ya con algunas propuestas tipológicas sobre la mediación intercultural muy
apreciables, que cuentan con el valor añadido de estar fundamentadas en el análisis de
una prolongada experiencia práctica.5 En Giménez (2002: 85-149) se distingue entre
mediación intercultural dirigida a la atención de casos y mediación comunitaria.6 La
primera incide en la facilitación de la comunicación y la resolución de conflictos entre
los usuarios extranjeros y los profesionales de los servicios públicos. La segunda va
dirigida a colaborar en la resolución de los conflictos entre los colectivos implicados
(incluyendo el ámbito de la convivencia en los barrios), y a fomentar la participación
ciudadana en organizaciones, así como la coordinación entre éstas. Podríamos decir, por
tanto, que esta propuesta de clasificación toma como primario el criterio (d),
combinándolo con el criterio (c).7
5 Por cuestiones de espacio, vamos a detenernos en dos de estas propuestas de clasificación. También son interesantes, entre otras, las aportaciones de Bermúdez y otros (2002: 115-119), o la de Agustí (2003: 25-33). 6 Una distinción ya tradicional en el ámbito del trabajo social. Véase Barbero (2003: 422). 7 Aunque, obviamente, tanto a lo largo del trabajo de Giménez (2002), como del de Cohen-Emerique (2003), se comenta igualmente la incidencia del resto de criterios.
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La clasificación que quizás haya tenido más influencia en nuestro ámbito es la de
Cohen-Emerique (2003: 27-28),8 que distingue tres tipos de mediación intercultural:
preventiva, rehabilitadora y transformadora. La primera se centra en facilitar la
comunicación y la comprensión entre personas de diferentes culturas. La segunda tiene
por objeto colaborar en la resolución de conflictos, especialmente de carácter cultural,
surgidos entre usuarios extranjeros y profesionales de los servicios públicos. La tercera,
directamente emparentada con el modelo de mediación social conocido como
mediación-transformación,9 está dirigida a cambiar las normas, o crear otras que tengan
en cuenta las nuevas relaciones interculturales. Mientras los dos primeros tipos de
mediación incidirían especialmente en las relaciones interpersonales, la transformadora
se desarrollaría sobre todo en el ámbito comunitario, y estaría dirigida, por tanto, a los
colectivos de extranjeros y de profesionales. Podríamos concluir, pues, que esta
clasificación se fundamenta en el criterio básico (c), combinado con el criterio (d), y
con el criterio (e).
Reconociendo el valor intrínseco de estas (y otras) propuestas, resulta lícito plantearse
la posibilidad de ensayar algún tipo alternativo de tipología. Si uno compara los
actuales programas de formación en mediación intercultural, observa una llamativa falta
de homogeneidad; aspectos que en algunos programas ocupan un lugar central y
destacado en otros tienen un papel muy secundario o nulo. Y lo mismo cabría decir de
la práctica profesional, hoy en día las mediadoras y los mediadores interculturales se
dedican a la misma actividad y, al mismo tiempo, se dedican a actividades muy
diferentes. Lo que pretendemos con la propuesta que aquí presentamos es establecer una
8 En Bermúdez y otros (2002: 130-2) se comenta esta clasificación de Cohen-Emerique de una forma muy detallada. 9 En la línea de la propuesta de Folger y Bush (1997).
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tipología de las mediaciones interculturales lo más sistemática y coherente posible, en la
que los diferentes programas de formación puedan encontrar un marco teórico de
referencia.
Volviendo a la lista de criterios antes presentada, lo primero que habría que señalar es
que el objetivo de la misma, y de su aplicación a una propuesta de clasificación, es
establecer, de la manera más explícita posible, los límites internos (y las zonas de
intersección) entre las “mediaciones interculturales” que constituyen la mediación
intercultural. No pretendemos establecer qué es y qué no es mediación intercultural, ni
precisar las fronteras externas de la misma, los límites entre la actividad profesional de
los mediadores y la de otros profesionales del área social. Por tanto, las alternativas que
presentan los distintos criterios no se observan desde una perspectiva excluyente. Con
una excepción, la referida al criterio (a). Como acabamos de comentar, la actual
propuesta tipológica tiene por objeto contribuir a una mayor sistematización en la
formación de los mediadores interculturales; por tanto, damos por supuesto que la
mediación intercultural no puede depender exclusivamente de los conocimientos
lingüísticos y culturales que de manera natural haya ido adquiriendo una persona a
través de su experiencia intercultural, de su proyecto migratorio.10
Nuestra propuesta de clasificación va a tomar como eje el criterio (b). En el apartado 3
presentamos una clasificación de los ámbitos de la cultura (entendida en el sentido más
amplio), basada en la diferente naturaleza comunicativa de los mismos. Hemos optado
por tomar como punto de partida el tipo de “materia comunicativa” con la que deben
10 Lo cual no quiere decir que esta experiencia no suponga un importante valor añadido en el bagaje del mediador intercultural. De hecho, algunos trabajos, como el de Cohen-Emerique y Fayman (2005), inciden de manera especial en la importancia decisiva de esta experiencia migratoria para el desarrollo de la labor del mediador intercultural.
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trabajar los mediadores porque, pensamos, es la forma más directa de abordar el tema
que realmente preocupa a éstos durante su formación y durante su desempeño
profesional: cómo afrontar las tareas a las que se van a enfrentar, y con qué tipo de
conocimientos y técnicas deben contar para hacerlo con garantías. A estas cuestiones
dedicaremos el apartado 4. Finalmente, en el apartado 5 comentaremos la incidencia del
resto de criterios apuntados en la anterior lista. Como se irá comprobando, los ejemplos
que vayamos citando para ilustrar los diferentes apartados pertenecen, casi en su
totalidad, al ámbito de la sanidad. En el apartado 6 nos detendremos brevemente a
justificar los motivos de esta decisión.
3. Tipos de ámbitos comunicativos culturales
Un punto de partida con el que posiblemente todos los estudios estén de acuerdo es que
los mediadores interculturales intervienen, a varios niveles, en el proceso de
comunicación entre personas o grupos de diferente origen cultural. De hecho, podemos
afirmar que la diversidad de actividades desarrolladas por los mediadores interculturales
deriva del hecho de que la comunicación entre las personas, sean de la misma o de
diferentes culturas, se desarrolla a niveles significativamente diferentes. Si nos
proponemos establecer una clasificación de las mediaciones interculturales basada en el
tipo de “materia comunicativa” que está en juego, en el nivel de la cultura que está
siendo transmitido, tenemos que enfrentarnos a la difícil tarea de precisar lo más posible
los límites entre los diferentes ámbitos que componen eso que conocemos como cultura.
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Sin embargo, como comentábamos en el primer apartado, la cultura es un concepto
difuso, con unos límites externos e internos casi imposibles de precisar. No nos vamos a
detener, de momento, en el complejo tema de los límites externos, en la cuestión de
dónde acaba una cultura y dónde empieza la siguiente, en qué aspectos son culturales y
en cuáles son universales, o en dónde acaba la determinación cultural y empiezan las
características propias de cada individuo. Sin embargo, igual de complejo resulta
dilucidar de qué módulos se compone una cultura. Como comenta Kuper (2001: 281-2),
es mucho más operativo considerar a las culturas como haces de procesos que se
construyen y reconstruyen continuamente, que como bloques monolíticos. Pero, ¿cuáles
son esos haces, esos niveles que, coordinados de forma orgánica, constituyen una
cultura? La respuesta es que no hay una única respuesta. La cultura es una “materia
maleable”, y cada antropólogo ha establecido su clasificación de los bloques que la
constituyen de acuerdo con sus experiencias y, sobre todo, con lo que le dicta el marco
teórico en el que se sitúa. Pese a la aparente circularidad del método, lo cierto es que la
mejor clasificación de los niveles de la cultura es la que responde de una forma más
adecuada a las cuestiones que uno se plantea al aproximarse a ella.
En nuestro caso, buscamos conocer algo más sobre cómo se transmiten las culturas, así
que ése ha de ser nuestro criterio a la hora de abordar la naturaleza de los diversos
niveles culturales. En el cuadro 1 aparece la propuesta de clasificación de los ámbitos de
la cultura de acuerdo con su especial naturaleza comunicativa.
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Cuadro 1. Ámbitos culturales comunicativos
Como se observa en el cuadro, hemos dividido la cultura en cuatro ámbitos: lenguaje
verbal, patrones de interacción comunicativa, normas administrativas y cultura material,
costumbres y creencias. Estos cuatro ámbitos se caracterizan por su naturaleza continua
o discontinua, y por su carácter explícito o implícito, extremos éstos que, como
veremos, determinan las formas en que son comunicados.
3.1. Lenguaje verbal
Cuando decimos que un tipo de “materia cultural” como el lenguaje verbal presenta un
alto grado de discontinuidad, nos referimos sencillamente a que entre, por ejemplo, la
lengua árabe y la lengua española no hay un término medio. Si a todas las lenguas del
mundo subyace algún tipo de gramática universal, ésta no es accesible ni útil para un
hablante monolingüe de árabe que intente conversar con un hablante monolingüe de
español. Esta discontinuidad podría matizarse observándola desde un punto de vista
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histórico, atendiendo a la progresiva formación de lenguas mixtas, como el espanglish,
o a la inteligibilidad parcial que se da entre lenguas emparentadas, como el español, el
italiano y el portugués. Hecho éste que tiene especial importancia en el caso de las
personas extranjeras que, por el pasado colonial de sus países de origen, conocen alguna
lengua europea. Sin embargo, para la mayor parte de los extranjeros provenientes de
África, Asia o Europa del Este, las lenguas son discontinuas. Por otro lado, cuando
afirmamos que las lenguas tienen un alto grado de diferenciación explícita, queremos
decir que todos somos conscientes de la diversidad lingüística, que nadie que escuche
hablar en chino puede pensar que se trata de un español mal hablado.
3.2. Patrones de interacción comunicativa
Entendemos por patrones de interacción comunicativa todos aquellos fenómenos
comunicativos de las conversaciones, de las interacciones cara a cara, que no están
directamente relacionados con la gramática (fonología, léxico y morfosintaxis). Por
tratarse del ámbito menos conocido, vamos a emplear algunas líneas más en delimitar
en qué consisten los patrones de interacción comunicativa, tomando como referencia las
propuestas de Raga (2005a). Hemos de partir del hecho de que en toda interacción
comunicativa intercambiamos una serie de mensajes referenciales, expresados mediante
enunciados construidos gramaticalmente; y simultáneamente, y de manera inevitable,
intercambiamos mensajes sociales y psicológicos, transmitimos a nuestros
interlocutores cómo somos personalmente y cómo entendemos la relación social que
estamos estableciendo con ellos. Estos mensajes interpersonales se transmiten
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básicamente mediante diferentes patrones de interacción comunicativa, que incluyen los
usos del lenguaje (tipo y cantidad de contenidos, veracidad de los mismos, y manera de
expresarlos), el paralenguaje (características sonoras sin valor fonológico), la
distribución del tiempo conversacional (estructura de la conversación y distribución de
turnos de palabra), y la distribución espacial (disposición del espacio y lenguaje no
verbal). Estas dimensiones comunicativas pueden manifestarse de muy diversas
maneras dependiendo especialmente, como decíamos, del tipo de relación social que se
dé entre los interlocutores. En concreto, analizando dimensión por dimensión, y
empezando por los usos del lenguaje, los interlocutores pueden intercambiar mucha o
poca (o ninguna) información en general, y en particular información social, personal o
de carácter comprometido, a su vez pueden emplear muy habitualmente o no mentiras
sociales, y pueden emplear un lenguaje muy directo o muy indirecto, y emplear o no un
tipo de expresiones con determinadas características sociolingüísticas (incluyendo las
formas de tratamiento) que pueden llegar a afectar al grado de inteligibilidad de las
mismas. Por lo que respecta al paralenguaje, éste puede presentar diferentes grados de
énfasis (de intensidad, tono, tempo…), y puede tener o no características sonoras
especiales, como, por ejemplo, nasalizaciones o pronunciación descuidada. En cuanto a
la distribución del tiempo conversacional, en primer lugar la conversación puede
presentar una estructura más o menos rígida, con transiciones más o menos marcadas
entre las diferentes secuencias, y con un peso específico mayor o menor de la secuencia
de saludo; en segundo lugar, la distribución de turnos de palabra puede ser más o menos
libre (con dinámicas de lucha por los turnos), o más o menos predeterminada, los turnos
pueden ser más o menos largos, y los solapamientos y silencios entre turnos de palabra
pueden ser más o menos admisibles. Finalmente, por lo que respecta a la distribución
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del espacio, por una parte la disposición global del local donde se desarrolla la
interacción puede ser más o menos rígida y más o menos significativa, y por otro lado,
en cuanto al lenguaje no verbal, puede admitirse o no el contacto y el mantenimiento de
miradas, pueden variar las distancias a las que se sitúan los interlocutores, así como el
grado de énfasis de la gesticulación manual y corporal, y de la expresividad facial.
Volviendo a nuestra clasificación, hay que señalar que, a diferencia de lo que ocurre con
el lenguaje verbal, en general somos poco conscientes de la diversidad de patrones de
interacción comunicativa. Como se señala en Grupo CRIT (2003), el carácter implícito
de ciertas diferencias en el ámbito de los patrones de interacción comunicativa (como
que, por ejemplo, en algunas culturas se precise de algunos segundos de silencio entre
turnos de palabra) suele producir graves problemas de comunicación intercultural. Ese
grado de “inconsciencia” acerca de los patrones de interacción comunicativa viene
motivado igualmente por su alto grado de continuidad. Aunque asignemos ciertos
valores erróneos a un determinado tono de voz o a una determinada mirada, se trata de
comportamientos que no nos son en absoluto ajenos; en todas las culturas estos datos
cuentan con un mismo tipo de valores sociales y emocionales, aunque, como decimos,
éstos no coincidan exactamente en todas las culturas.
3.3. Normas administrativas
Observado desde “fuera” puede parecer extraño que le asignemos un lugar tan
destacado a lo que hemos denominado “normas administrativas”. Sin embargo, no le
resultará tan raro a aquellos que se hayan aproximado a la práctica de la mediación
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intercultural y hayan comprobado las dificultades comunicativas que representa para
cierta población extranjera enfrentarse al aparato burocrático de los servicios públicos.
En general entendemos por normas administrativas todos aquellos aspectos del
comportamiento social que están explícita y rígidamente fijados mediante leyes, códigos
o normas, y que suelen presentarse en forma escrita.
Estas normas administrativas pueden variar de manera muy significativa dependiendo
del grado de institucionalización y burocratización de las organizaciones sociales; de ahí
que las personas extranjeras que vienen de países en los que, por ejemplo, la sanidad es
casi exclusivamente de tipo tradicional, basada en la relación directa entre el sanador y
el enfermo, se encuentren muy indefensas ante la avalancha burocrática propia de la
atención biosanitaria con la que se topan en los países occidentales. Es en este sentido
en el que sostenemos que las normas administrativas presentan un elevado grado de
discontinuidad. Por otro lado, y pese a su “explícita fijación” en códigos escritos, estas
normas administrativas no siempre están “expuestas” a los usuarios, y es habitual que se
dé por supuesto su conocimiento. Este carácter implícito de los entresijos burocráticos
suele causar malentendidos incluso a la población autóctona.
3.4. Creencias, costumbres y cultura material
Finalmente, el resto de aspectos culturales comunicables (en realidad todos lo son)
entrarían en lo que hemos denominado creencias, costumbres y cultura material, que
incluiría, por ejemplo, las formas de vestir, habitar o comer, las creencias religiosas o
cosmológicas, y las manifestaciones materiales de las mismas, aspectos que en muchas
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ocasiones están estrechamente interrelacionados. Por ejemplo, en ciertas culturas del
África occidental existe la creencia según la cual los espíritus pueden atacar a los recién
nacidos, por lo cual se observa la costumbre de intentar protegerlos de diversas
maneras, entre las que se incluiría el uso de ciertos objetos, como los amuletos.
Las diferencias en cuanto a las manifestaciones que se engloban en esta categoría tienen
un carácter explícito. En general somos conscientes de las diferentes maneras de comer,
vestir o rezar que caracterizan a los pueblos del mundo. Se trata de la parte más
“visible” de la cultura, aunque, como veremos más adelante, y especialmente en el
campo de las creencias, hay aspectos que no son tan conocidos, y que requieren ser
explicitados. Por otro lado, es evidente que las creencias, costumbres y cultura material
presentan mucha mayor continuidad que el lenguaje verbal. Más allá de nuestra
ignorancia de los detalles que rodean a este ámbito cultural, y de nuestros posibles
rechazos hacia determinadas prácticas, lo cierto es que somos capaces de “comprender”
los motivos de estas costumbres, de ver en las costumbres más exóticas un reflejo de las
nuestras propias, de la “cultura universal”. En cualquier caso, es evidente que éste es el
ámbito más amplio e indefinido de los propuestos, y, de hecho, si contáramos con más
espacio, sería conveniente establecer nuevas subdivisiones, ya que no se comunica de
igual manera una forma de vestir que una creencia religiosa.
4. Actividades comunicativas de la mediación intercultural
En el cuadro 1 se observa, además, la presencia de seis líneas que enlazan entre sí las
cuatro categorías básicas. Estas líneas representan las zonas de transición entre los
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cuatro ámbitos propuestos, zonas que, como es inevitable tratándose de la cultura, se
escapan a los rígidos intentos de clasificación. Como veremos en el apartado 4.2, estas
zonas de transición implican una serie de actividades comunicativas específicas,
diferenciadas de las actividades comunicativas propias de los cuatro ámbitos básicos. A
estos últimos dedicaremos el siguiente apartado.
4.1. Actividades relacionadas con los cuatro ámbitos culturales básicos
Los mediadores y mediadoras interculturales pueden contribuir a facilitar la transmisión
de estos cuatro ámbitos culturales entre personas procedentes de diferentes culturas,
mediante, en principio, tres grandes tipos de actividad comunicativa: interpretación y
traducción, explicitación y negociación. En este apartado vamos presentar de manera
breve las líneas básicas que caracterizan a éstas.
4.1.1. Interpretación y traducción del lenguaje verbal
El carácter discontinuo del lenguaje verbal hace que la primera actividad a la que deba
enfrentarse una persona mediando entre un profesional autóctono monolingüe y un
usuario igualmente monolingüe proveniente, por ejemplo, de Senegal, Argelia, o China,
sea la de interpretar. Evidentemente, esta actividad implica, en primer lugar, un muy
buen conocimiento de las lenguas en cuestión y, en ocasiones, de sus variantes
dialectales. Además, teniendo en cuenta las características sociales de los usuarios
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extranjeros y de los profesionales autóctonos, este conocimiento debe incluir un buen
manejo de los diferentes tipos de registros, desde las expresiones más coloquiales,11
hasta la terminología más técnica.
Pero esto no basta. Ni siquiera un “bilingüismo pleno” garantizaría que el proceso de
interpretación fuera a tener éxito. El conocimiento lingüístico es condición necesaria,
pero no suficiente, para una correcta interpretación. Se trata de una actividad compleja
que requiere el dominio de una serie de técnicas igualmente complejas, de
interpretación en general, y de interpretación consecutiva en particular. No es éste el
lugar para que nos detengamos a comentarlas en profundidad;12 baste decir que incluyen
aspectos relacionados con la concentración, la memorización, la toma de notas, o la
traducción a la vista de textos escritos, o con técnicas verbales como el resumen o la
paráfrasis. Un aspecto igualmente destacado, que sencillamente dejamos apuntado, es el
de la conveniencia, y en qué circunstancias, de utilizar la primera o la tercera persona
gramatical a la hora de reproducir las palabras de los participantes. Pero sin duda, los
aspectos más problemáticos de la práctica de la interpretación consecutiva en los
servicios públicos, están relacionados, por una parte, con la imposibilidad de llevar a
cabo una traducción directa de determinados conceptos que, por su especificidad
cultural o social, no permiten una simple transposición lingüística. Y por otro, con las
dificultades que pueden surgir a la hora de coordinar los aspectos no verbales de la
interacción comunicativa a tres bandas. Abordaremos estas cuestiones en el apartado
4.2.2. 11 Cohen-Emerique y Fayman (2005: 7) insisten en la importancia que reviste el hecho de que los mediadores interculturales sean capaces de emplear los registros lingüísticos coloquiales propios de los usuarios extranjeros. 12 Sobre los múltiples aspectos relacionados con la interpretación en los servicios públicos, pueden consultarse, por ejemplo, los trabajos de Gentile y otros (1996), Erasmus (1999), Roberts y otros (2000), Valero (2003, 2006), o Sales (2006).
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4.1.2. Explicitación de las normas administrativas
El carácter implícito, tanto de las normas administrativas como de los patrones de
interacción comunicativa, liga estas materias a la actividad comunicativa de explicitar.
En el caso de las normas administrativas, de entrada basta con comentar que esta
actividad explicitadora tiene básicamente un carácter informativo, que consiste en poner
al tanto al usuario extranjero de todas aquellas normas y procedimientos administrativos
que resulten relevantes para el correcto acceso a los servicios públicos. En el caso, por
ejemplo, de la sanidad, esto incluiría informaciones acerca de la documentación
necesaria para acceder a los servicios sanitarios (como la tarjeta sanitaria, o las
alternativas existentes), el sistema de citas, el sistema de volantes para acceder a las
visitas de especialistas, los trámites para realizar las pruebas clínicas, los partes de bajas
laborales, los partes de altas hospitalarias, los consentimientos para intervenciones
quirúrgicas, etcétera.
Aunque ya hemos comentado que no nos vamos a plantear los “límites externos” de la
mediación intercultural, hay que tener en cuenta que gran parte de esta labor de
información y asesoría viene siendo llevada a cabo por los trabajadores sociales que
trabajan en los hospitales y centros de salud. La aportación, complementaria o del tipo
que sea, de los mediadores interculturales consiste, por un lado, en cumplir la función
de traducción-interpretación en aquellos casos que sea necesario; por otro lado, el
mediador intercultural debe tener un conocimiento preciso de los entresijos del
funcionamiento administrativo de los servicios públicos en el país de acogida y de su
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equivalente en el país de origen. Este conocimiento específico es el que tiene que
permitirle no dar por supuesto ningún dato al respecto, así como encauzar este tipo de
información de la manera más precisa y cercana posible a la experiencia del usuario
extranjero.
4.1.3. Explicitación de los patrones de interacción comunicativa
Por lo que respecta a los patrones de interacción comunicativa, la actividad del
mediador es bastante más compleja. Esto es debido, por un lado, al hecho antes
reseñado de que se trata de comportamientos que no presentan una clara discontinuidad
cultural; y por otro, al estrecho entrelazamiento que presentan con el lenguaje verbal en
el desarrollo de las conversaciones. Como en el caso de las normas administrativas, el
carácter implícito de los patrones de interacción comunicativa hace que la principal
actividad que deba llevar a cabo el mediador sea la de explicitar las diferencias
culturales que se observan al respecto, y ayudar a evitar los posibles malentendidos que
puedan causar.
Con algunas posibles excepciones que comentaremos en el próximo apartado, los
patrones de interacción comunicativa no se pueden traducir o interpretar. De hecho, no
sería necesario traducir o interpretar todos los comportamientos comunicativos; si una
de las partes está empleando un tono de voz enfático debido a su estado de irritación, no
es necesario, ni conveniente, que el mediador intercultural, en su función de intérprete,
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reproduzca este tono de voz;13 los patrones de interacción comunicativa son lo
suficientemente continuos como para ser directamente percibidos y reconocidos por el
otro interlocutor, pertenezca a la cultura que pertenezca. El problema surge cuando ese
tono de voz enfático (o gesto, o mirada, o silencio) tiene un significado emocional o
social diferente en ambas culturas. Obviamente, de nada valdría que el mediador
buscara en su repertorio un tono de voz que en la cultura de llegada tuviera un
significado social o emocional equivalente. No haría más que añadir mayor confusión a
la situación. En este caso, si el mediador piensa que se ha producido, se está
produciendo o se puede producir algún tipo de malentendido grave, lo que debe hacer es
explicitar esta diferencia respecto al patrón comunicativo en cuestión. Así pues, en estos
casos el mediador intercultural dependerá en gran medida de su intuición para valorar el
grado de trascendencia del malentendido, el tiempo con el que cuenta para su
intervención, y la receptividad general de sus interlocutores, a la hora de decidir si debe
o no explicitar las diferencias culturales al respecto, y el grado de profundidad que debe
tener la correspondiente explicación.
Por tanto, el mediador intercultural debe contar con una sólida formación en
comunicación intercultural; es decir, ha de tener un buen conocimiento general acerca la
naturaleza de los comportamientos referidos a la cortesía verbal, el paralenguaje, y la
distribución del tiempo y espacio conversacional, y de sus valores sociales y
emocionales. Debe igualmente conocer en profundidad cómo se comportan las personas
de las culturas implicadas, respecto a estos patrones de interacción comunicativa, cómo
13 En Wadensjö (1998: 241) se analiza la incidencia de algunos de estos factores paralingüísticos en el proceso de interpretación.
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intervienen los factores de género, edad o clase social, y las características propias de
las situaciones específicas, como la interacción entre médico (o sanador) y paciente.14
Finalmente, el mediador ha de completar su formación “agudizando su percepción de
las interacciones comunicativas”. Todos estos datos verbales, paralingüísticos, y de
distribución del espacio y el tiempo se transmiten en la conversación de una manera
“orquestal”, es decir, ocupando incesante y simultáneamente multitud de canales
comunicativos. De hecho, en ocasiones hace falta revisar de forma minuciosa una
grabación audiovisual de una conversación intercultural para detectar cuál ha sido el
problema de interacción comunicativa que ha provocado el evidente malentendido. Los
mediadores no trabajan con grabaciones, sino con conversaciones en tiempo real, de las
que además, forman parte. Por tanto, deben ejercitar su pericia, han de entrenarse y
adquirir competencia, a la hora de analizar sobre la marcha los diferentes niveles de las
interacciones comunicativas. Los “incidentes críticos” son sin duda la mejor
herramienta didáctica a este respecto. Se trata de pequeños fragmentos de
conversaciones, normalmente inspirados en conversaciones reales, en los que su autor
“esconde” algún tipo de problema derivado de las diferencias en cuanto a los patrones
de interacción comunicativa, que el lector, o alumno, debe intentar desentrañar,
normalmente mediante preguntas guiadas, u otros tipos de actividades didácticas.15
4.1.4. Explicitación y negociación de las creencias, costumbres y cultura material
14 En Raga y Sales (2006) se detallan los aspectos relacionados con los patrones de interacción comunicativa que pueden incidir en las interacciones entre médicos autóctonos y pacientes extranjeros. 15 Son especialmente interesantes aquéllos que cuentan además con una versión audiovisual. Véase por ejemplo Grupo CRIT (2006).
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Lo primero que hay que precisar respecto a las actividades comunicativas propias de lo
que hemos denominado creencias, costumbres y cultura material es el carácter explícito
de este ámbito. Explícito no equivale a conocido; al menos en este contexto, el grado de
explicitud está más relacionado con la percepción que con la cognición. Evidentemente,
hay aspectos de las creencias, costumbres y cultura material que no son conocidos por la
inmensa mayoría de personas pertenecientes a otras culturas. Por ejemplo, es muy
posible que el personal sanitario de un hospital occidental no sepa que en determinadas
culturas existe la costumbre de enterrar la placenta y el cordón umbilical siguiendo unos
determinados ritos, y también es posible que las personas de esas culturas no sepan que
en los hospitales occidentales existe la costumbre de incinerarlas.16 Pero, a diferencia de
lo que ocurre con los patrones de interacción comunicativa, se trata de un aspecto que
no va a pasar desapercibido, que no va a provocar un malentendido, sino, llegado el
caso, un conflicto.
Eso no quiere decir que, como comentaremos a continuación, en el proceso de
resolución del conflicto no haya que indagar, y explicar el trasfondo cultural de los
comportamientos implicados. Ni que, como veremos en el apartado 4.2, no existan
zonas de transición entre el ámbito de las creencias, costumbres y cultura material y el
ámbito de los patrones de interacción comunicativa. En estos casos, la actividad
explicitadora cobrará un papel predominante.
Por otro lado, y centrándonos en su carácter continuo, hay que señalar que tampoco las
creencias, costumbres y la cultura material se pueden traducir. Una iglesia no es la
16 En Fadiman (1997: 3-11) se narran “colisiones culturales” muy similares a ésta, con dramáticas consecuencias.
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traducción de una mezquita. La lógica, casi automática, que lleva a un marroquí a
intentar expresarse en español en cuanto llega a España, no es la misma que le llevaría a
cambiar de hábitos religiosos y a empezar a ir a misa los domingos. La discontinuidad
entre la lengua española y la árabe hace muy difícil cuestionarse la adaptación
lingüística. La continuidad entre las creencias, costumbres y la cultura material sí
permite tal cuestionamiento, y posibilita un cierto respeto hacia el mantenimiento de las
costumbres culinarias, de vestimenta o de religión. Los hablantes monolingües de
español no entienden el árabe, pero pueden entender, si quieren, que sus vecinos coman
con palillos, o lleven velo.
Si quieren. Porque también las creencias, costumbres y cultura material pueden exigir
ciertas adaptaciones o flexibilidades en los hábitos de convivencia, especialmente en los
servicios públicos. Una vez conocida, “puesta sobre la mesa”, una diferencia
significativa en el ámbito de las creencias, costumbres y cultura material que puede
crear algún problema de convivencia, cabe la posibilidad de que las partes implicadas
no estén muy dispuestas a ceder, a renunciar a la práctica de sus costumbres. Nos
encontramos entonces en el territorio por excelencia de la mediación,17 el territorio del
conflicto. La actividad a la que se tienen que enfrentar en este caso los mediadores es el
de la negociación y tratamiento de conflictos.18
El mediador intercultural necesita tener un conocimiento lo más amplio y preciso de las
creencias, las costumbres y la cultura material del país de origen de los extranjeros y del
17 Aunque no necesariamente el más transitado por los mediadores interculturales, como señala Agustí (2003: 33). 18 En los manuales sobre resolución de conflictos se suele distinguir entre negociación y mediación. En la primera las partes intentan buscar una solución a su problema sin la presencia de una tercera parte. Tercera parte que caracterizaría precisamente a la mediación. Como en el presente trabajo la mediación abarca un número de tareas mucho más amplio, emplearemos el término negociación como sinónimo de tratamiento de conflictos.
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país de llegada; sobre todo en aquellos aspectos que incumben de manera especial al
ámbito de los servicios públicos. Debe saber, por ejemplo, si la alimentación que se
proporciona a las personas ingresadas en un hospital presenta algún tipo de
incompatibilidad con la dieta habitual de personas provenientes de determinadas
culturas. Pero la complejidad y la vastedad de lo que venimos denominando creencias,
costumbres y cultura material, hace que el mediador se encuentre constantemente
expuesto a comportamientos o actitudes cuya causa cultural desconoce. Por tanto, en
muchos casos, el proceso de negociación debe empezar por una fase de indagación. En
realidad, es el mismo proceso que se observa en la mediación social. Algunos autores de
esta disciplina, como Farré (2004: 41-45), insisten en que hay que diferenciar entre las
“posturas”, o justificaciones inmediatas aducidas por las partes, y las necesidades e
intereses personales, situados en la zona sumergida del “iceberg”, que son el origen
último del conflicto, y sobre cuya base debe establecerse la negociación. En el caso de
la mediación intercultural esos “intereses más profundos” que hay que sacar a la luz
suelen ser de tipo cultural. Y decimos que suelen ser, porque, como comentan, entre
otros, Giménez (1997: 150), Agustí (2003: 81), o Farré (2004: 87 y 176), hay que evitar
caer en el “culturalismo”, en la tendencia a asignar una causa de carácter cultural a
cualquier conflicto en el que se vea implicada una persona extranjera. El mediador
intercultural debe manejar una serie de generalizaciones culturales que le ayuden a
enfrentar los conflictos, pero no debe caer en la trampa de convertir esas
generalizaciones en estereotipos que hagan desaparecer al individuo bajo una espesa
capa cultural.19 En el proceso de indagación no se han de perder de vista en ningún
19 En el primer capítulo de Galanti (2004) se presentan de manera muy esclarecedora las diferencias entre los prejuicios y las generalizaciones.
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momento los factores individuales, la personalidad de los interlocutores, y, muy
especialmente, su situación socio-económica.
Por lo que respecta a las técnicas empleadas en este proceso de indagación, todos los
manuales de mediación social inciden en la importancia que reviste el tipo de preguntas
con que éste se afronte.20 En general se prefieren preguntas abiertas (o elativas),
preguntas no dirigidas, que propicien la explicación de los motivos culturales (o no) que
están detrás del comportamiento que origina el conflicto.21 La postura del mediador, en
su papel de oyente, requieren a su vez de lo que se conoce como “escucha activa”, un
proceso constante de retroalimentación basado en breves sonidos, expresiones de
asentimiento y comentarios que hagan avanzar la explicación del interlocutor, que
demuestren atención, comprensión y empatía hacia lo que éste está exponiendo. En
algunos casos esta empatía puede ser alimentada, como señalan Cohen-Emerique y
Fayman (2005: 10), mediante el recurso de citar, en su caso, la propia experiencia
intercultural.
Para muchos autores del ámbito de la mediación social, el papel activo del mediador
prácticamente desaparece en el instante en que las partes tienen clara cuál es la causa
profunda del conflicto. A partir de ese momento la posible solución debe partir de las
personas implicadas en el mismo. El mediador sólo debe intervenir para resumir y
reelaborar de la forma más positiva posible las líneas básicas de las causas profundas de
ambas partes, y para incentivar, una vez más mediante preguntas abiertas, que sean lo
20 La disciplina de la mediación social, entendida en su sentido de tratamiento de conflictos, cuenta actualmente con un amplio repertorio de manuales en los que, entre otras cosas, se detallan de manera minuciosa las técnicas comunicativas que el profesional debe desarrollar a lo largo del proceso de mediación. Como venimos recordando a propósito de los diferentes ámbitos, no es el objetivo del presente artículo hacer un repaso crítico a estas obras. Recomendamos los manuales de Moore (1995) y Beer y Stief (1997), o Farré (2004), que presentan un enfoque muy práctico. 21 Aunque también hay que tener en cuenta, como señala Trevithik (2002: 134), que hay gente que no está acostumbrada a explicarse abiertamente, y que necesita preguntas más guiadas.
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propios interesados los que tomen la iniciativa. Como señalan Boldú y otros (2003: 99-
100), si no surge una solución, el mediador puede ensayar actividades creativas, como la
“lluvia de ideas”. Puede igualmente sugerir a las partes que intenten ponerse en “la piel
del otro”, adoptar su punto de vista, que intenten verse a sí mismos desde el punto de
vista del otro. Esta actividad es especialmente interesante en el caso de la mediación
intercultural, ya que, como indica Cohen-Emerique (2003: 29-30), obliga a los
participantes a “descentralizarse”, a observar su propia postura como una más, tan
determinada culturalmente como la de la otra parte. A este respecto, es muy interesante
el papel que juegan los role-play, o dramatizaciones, en el proceso de formación de los
mediadores, y que les obliga a “meterse en la piel” de personas de diferentes edades,
sexos, estratos sociales, y culturas.22
Finalmente, esta “descentralización” debería aplicarse igualmente a la propia función
del mediador. Las actividades prácticas que acabamos de comentar a propósito de la
resolución de conflictos, están tomadas de los manuales occidentales de mediación
social. Sin embargo, en los últimos tiempos algunos autores se están planteando hasta
qué punto son adecuadas estas técnicas para el desarrollo de la mediación
intercultural.23 Hay que tener en cuenta que prácticamente todas las culturas
tradicionales cuentan con sus propios sistemas de mediación o negociación, en los que
los comportamientos de las tres partes pueden llegar a diferir de forma muy significativa
respecto a los previstos en las actuales propuestas occidentales de mediación social. Por
ejemplo, en algunas culturas la mediación adopta la forma de arbitraje, es decir, que las
22 Farré (2004: 23-26) reflexiona en profundidad sobre el papel de los role-play en la formación de los mediadores. 23 Entre los más destacados, podemos citar a Augsburger (1992), Ross (1995), Donohue y Bresnahan (1997), Avruch (1998), o Mayer y Boness (2005).
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partes hacen recaer en el mediador la responsabilidad de la decisión final en la
resolución del conflicto. Además, frente a la “distancia profesional” que propugnan
algunos manuales de mediación social, en muchas culturas es habitual que el mediador
sea una persona “cercana”, conocida por ambas partes, y que cumpla con ciertos
requisitos en cuanto a la edad, sexo y prestigio social.24 Por otro lado, la tendencia
natural del mediador occidental a analizar, y a abordar por separado, los diferentes
factores que intervienen en el origen del conflicto, puede chocar frontalmente con las
expectativas de una persona en cuya cultura los problemas tienden a tratarse de una
forma holista, como un todo en el que las partes están inseparablemente ligadas.
Además, en algunas culturas el proceso de mediación está muy ritualizado, con unas
fases claramente preestablecidas, entre las que destaca el acuerdo final, que suele venir
acompañado de ciertos comportamientos simbólicos, como el intercambio de disculpas.
Por último, algunas propuestas actuales de mediación social están a favor de que las
partes expresen abierta y libremente sus sentimientos (cuidando que no se llegue a la
agresión), y puedan aflorar así las causas personales últimas del conflicto, con el fin de
reconstruir las relaciones sociales deterioradas. Por el contrario, lo esperable en muchas
culturas es que las partes repriman la expresión abierta de sus sentimientos o
pensamientos antagónicos, o que, en todo caso, lo hagan de la forma más indirecta y
matizada posible. Este comportamiento puede complicar aún más la labor de indagación
del mediador intercultural.
Ignorar todos estos factores culturales a la hora de afrontar un proceso de negociación
puede tener consecuencias muy negativas para el desenlace del mismo. Si una
24 O espiritual. En muchas culturas las tareas de mediación las lleva a cabo, o coordina, el chamán, que, a su manera, se podría definir como un mediador entre “mundos”.
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conversación con un médico occidental puede ser bastante compleja para una persona
proveniente de una cultura alejada, más comprometida todavía resulta una situación en
la que se va a tratar abiertamente un conflicto en el que dicha persona se ve implicada.
4.2. Actividades relacionadas con las zonas de transición
De lo visto en el apartado anterior se sigue que, en general, las diferencias
comunicativas relacionadas con el lenguaje verbal requieren una labor de traducción o
interpretación; las relacionadas con los patrones de interacción comunicativa y con las
normas administrativas requieren una labor de explicitación; y las relacionadas con las
creencias, costumbres y cultura material requieren una labor de explicitación y de
negociación. Pero, como comentábamos, la cultura difícilmente se presta a
clasificaciones categóricas. Las flechas que aparecen en el cuadro 1 representan las
inevitables zonas de transición, o intersección, entre los diferentes ámbitos propuestos.
Estas seis zonas se pueden agrupar en dos bloques, de acuerdo con el tipo de actividades
comunicativas implicadas: el de transición entre explicitación y negociación, y el de
transición entre interpretación y explicitación.
4.2.1. Transición entre explicitación y negociación
(i) Zona de transición entre el ámbito de las creencias, costumbres y cultura material y
el ámbito de los patrones de interacción comunicativa
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Ya comentábamos que, pese a su habitual carácter explícito, ciertos comportamientos
debidos a las creencias, las costumbres y la cultura material podían requerir una
explicación o explicitación previa a la fase de negociación. Por ejemplo, Agustí (2003:
39) relata el caso de un matrimonio senegalés que se oponía a que uno de sus gemelos
recién nacidos fuera ingresado en el hospital, tal y como exigía, a juicio de los médicos,
su estado de salud. El conflicto entró en una vía exitosa de negociación a raíz de que el
mediador lograra sacar a la luz que el origen de la postura de los padres se sustentaba en
la creencia, propia de su cultura de origen, de que los hermanos gemelos no deben ser
separados en la etapa inicial de su vida, ya que esto puede suponer un grave riesgo para
su salud.
También puede darse el caso contrario, el de un problema debido a alguna diferencia en
los patrones de interacción comunicativa que no se resuelve con la simple explicitación
de dicha diferencia, que requiere pasar a una fase de negociación. Muchos médicos
españoles se quejan de las dificultades con que se encuentran a la hora de que algunos
pacientes procedentes del África occidental que acuden a sus consultas les den
información acerca de su estado de salud. Esto es debido, entre otras cosas, a que en el
contexto de la sanidad tradicional de sus países de origen, los sanadores o curanderos
apenas piden información directa de este tipo a sus pacientes, ya que la obtienen por
otros medios indirectos.25 En una situación como ésta, es muy posible que la simple
explicitación de la diferencia en cuanto al patrón de interacción comunicativa, referida
en este caso al nivel de intercambio informativo, no resuelva el problema y que haya
que iniciar un proceso de negociación para aproximar los comportamientos
comunicativos de las partes.
25 En Raga (2005b) se analiza este fenómeno a propósito de los pacientes de origen senegalés.
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(ii) Zona de transición entre el ámbito de las creencias, costumbres y cultura material y
el ámbito de las normas administrativas
El carácter discontinuo, preciso, de las normas administrativas las hace, en principio,
poco susceptibles de negociación. Si la norma indica que para acudir al especialista hay
que ir primero al médico de familia para que éste facilite el volante correspondiente,
difícilmente los estamentos médicos administrativos van a prestarse a algún tipo de
negociación al respecto. Sin embargo, hay aspectos del comportamiento en el interior de
los hospitales que, pese a estar estricta y expresamente reglados, pueden llegar a ser
objeto de negociación. Por ejemplo, apoyándose en un principio de higiene, las normas
hospitalarias pueden obligar a incinerar las placentas y los cordones umbilicales; sin
embargo, esta norma se puede flexibilizar a la luz de la trascendencia religiosa que en
algunas culturas reviste el adecuado enterramiento de los mismos.
(iii) Zona de transición entre el ámbito de los patrones de interacción comunicativa y el
ámbito de las normas administrativas
De igual manera, también ciertos aspectos de las interacciones comunicativas que están
sujetos a reglamentación expresa pueden llegar a negociarse por motivos culturales. Por
ejemplo, en algunos casos puede negociarse que sea un familiar del enfermo ingresado
en el hospital el que lleve a cabo ciertas labores que estarían asignadas exclusivamente
al personal de enfermería, de manera que, entre otras cosas, se eviten contactos
corporales culturalmente incómodos. En cualquier caso, es posible que las
negociaciones propias de estas dos últimas zonas de transición sean bastante complejas,
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ya que una de las partes puede aludir al carácter normativo de su punto de vista para
adoptar una postura poco flexible. Volveremos sobre esta cuestión en el apartado 5.2.
4.2.2. Transición entre interpretación y explicitación
(iv) Zona de transición entre el ámbito del lenguaje verbal y el ámbito de las creencias,
costumbres y cultura material
En muchas ocasiones la labor de los traductores, incluso la de aquéllos que trabajan con
textos literarios, tiene que ir más allá de la simple transposición lingüística, para entrar
en el terreno de la explicación. Las “notas del traductor” y los glosarios salpican las
traducciones de las novelas ambientadas en “otras culturas”, tanto más cuanto más
lejanas sean éstas, y cuanto más importante sea el papel que juegue el trasfondo cultural
en el desarrollo de la obra. Esto mismo ocurre cuando el mediador debe hacer de
intérprete, por ejemplo, entre un médico de un hospital occidental y un paciente que
prácticamente sólo conoce la medicina tradicional de su país de origen. El mundo de la
salud y la enfermedad se encuentran en el corazón mismo de la cultura, y está
completamente empapado por ésta. Todo esto provoca que la traducción literal de
determinadas expresiones apenas contribuya al entendimiento entre las partes. El
mediador intercultural puede verse en la necesidad de explicarle al paciente términos
propios de la biomedicina, como virus o alergia, y hacer lo propio con el médico a
propósito de ciertas expresiones de la medicina tradicional o popular, como viento o frío
y caliente (en su sentido no térmico).
Evidentemente, en algunas situaciones uno de los participantes tomará la iniciativa y
pedirá a su interlocutor, a través del intérprete, que le explique o precise el significado
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de algún término. En estos casos el intérprete se limitará a su función de mero
transmisor verbal. Sin embargo, en muchos casos, bien por desinterés o bien por no
reconocer cierto grado de ignorancia, ninguna de las partes tomará la iniciativa; o bien
las explicaciones que ofrezcan los participantes carecerán del valor que confiere el ser
conocedor de ambas culturas. En estos casos, si el mediador intercultural percibe que se
puede generar un malentendido, debería ir más allá de la traducción y tomar la iniciativa
de entrar en el campo de la explicación.26
Para llevar a cabo esta actividad, el mediador debe contar con un conocimiento amplio y
profundo del área cultural en cuestión; sin necesidad, obviamente de contar con el
bagaje de, por ejemplo, un médico o un curandero. En cualquier caso, hay que tener en
cuenta que pese a su amplia extensión a lo largo y ancho de los cinco continentes, la
medicina tradicional presenta unas líneas maestras bastante universales.
(v) Zona de transición entre el ámbito del lenguaje verbal y el ámbito de las normas
administrativas
Esta zona de transición es una simple variante de la anterior. La interpretación, y en este
caso también traducción, de las normas administrativas exige igualmente la explicación
de una serie de términos de carácter administrativo o burocrático, (en muchos casos,
propios del lenguaje escrito), cuya traducción directa podría ser poco eficaz, cuando no
imposible. Así pues, el mediador intercultural debe tener sólidos conocimientos no sólo
del funcionamiento administrativo de los servicios públicos, sino también de la
26 Como señala Castiglioni (1997: 84), refiriéndose al ámbito sanitario, es muy difícil “traducir lo que dice el cuerpo humano”. Pöchhacker (2000: 53) indica que entre las funciones del intérprete en los servicios públicos debe estar la de explicar referencias culturales. En la misma línea se encuentran las propuestas de Mikkelson (s.f.).
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terminología que le es propia. Como en el caso anterior, esta función de explicación
puede recaer en otro tipo de profesionales, limitándose el mediador a hacer de
intérprete. Sin embargo, una vez más, su conocimiento de ambas culturas hace que sus
aportaciones más allá de lo meramente lingüístico puedan ser definitivas para el éxito de
la comunicación.
(vi) Zona de transición entre el ámbito del lenguaje verbal y el ámbito de los patrones
de interacción comunicativa
En esta última zona de transición los flujos de las actividades se dan en las dos
direcciones. Por un lado, la tarea de interpretación puede verse dificultada por el hecho
de que se produzcan solapamientos entre los turnos de palabra, o porque éstos sean
demasiado largos, e incluso desproporcionados respecto al de los otros participantes. En
estos casos, y en pro de un correcto desarrollo de la tarea de interpretación, el mediador
puede adoptar un papel activo, tendente a explicitar algunos aspectos de la dimensión
temporal de los patrones de interacción comunicativa, a regular, en definitiva, la
distribución de los turnos de palabra de una forma coherente.27
Por otro lado, ante eventuales malentendidos causados por diferencias en los patrones
de interacción comunicativa, el mediador puede optar por la posibilidad de “traducirlos-
adaptarlos”, en lugar de explicitarlos. Estos comportamientos “traducibles” de los
patrones de interacción comunicativa se sitúan en el componente de los usos verbales,
en concreto en la “manera de expresión”. Como comentábamos en el apartado 3.2., las
diferentes culturas comunicativas difieren respecto al grado de dirección o indirección
27 En Wadensjö (1998: 105-110) se analizan en profundidad los tipos de regulación del flujo conversacional empleados por los intérpretes en los servicios públicos.
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con que se expresan las informaciones, así como respecto al grado de formalidad o
cortesía verbal requerido en las diferentes situaciones comunicativas. Si, por ejemplo, el
médico pregunta de una manera totalmente directa a la paciente si ha mantenido
recientemente relaciones sexuales, cuando en la cultura de origen de ésta sería una
pregunta no sólo inadecuada sino totalmente ofensiva, una pregunta que podría hacer
que la paciente no volviera a la consulta del médico, el mediador o intérprete tiene tres
alternativas: traducir directamente la pregunta, explicitar las posibles consecuencias de
una pregunta planteada en esos términos, y traducirla, adaptándola a los patrones de
interacción comunicativa de la cultura de la paciente. Nos enfrentamos en definitiva a
uno de los temas que más polémica suscita entre los teóricos de la interpretación en los
servicios públicos, el de los límites de la neutralidad del intérprete y su papel como
agente visible.28
La primera posibilidad puede considerarse la más arriesgada para el desarrollo de la
interacción, y en la que el mediador se inhibe de alguna manera de la responsabilidad y
la función de puente comunicativo que le confiere su conocimiento de ambas culturas.
Sin embargo, hay que reconocer que esta postura tiene la ventaja de “desculturizar” la
situación, de poner al individuo por encima de la cultura, y no dar por sentado que esa
paciente en concreto vaya a reaccionar de la manera “esperable” en su cultura de origen.
Se trata en definitiva de reconocer que cada cultura contiene muchas culturas, y que
cada individuo pertenece simultáneamente a muchas culturas;29 y de intentar buscar el
28 En Sales (2006) se recogen de forma comparativa los códigos éticos elaborados por diversos organismos dedicados a la interpretación en los servicios públicos en diferentes países, en los que se puede comprobar la falta de unanimidad a la hora de abordar el tema de la neutralidad. Se pueden comparar con los códigos éticos de mediación social comentados por Farré (2004:116-118), o los de mediación intercultural citados por Bermúdez y otros (2002: 120-125). 29 Como dice un refrán árabe citado por Avruch (1998: 105), “las personas se parecen más a su época que a sus padres”.
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equilibrio entre las generalizaciones y los prejuicios. Además, los partidarios de esta
postura podrían plantear que la segunda y la tercera son posturas sobreprotectoras hacia
la paciente, y que en realidad, el posible surgimiento, y posterior solución, del conflicto
pueden ser una excelente fuente de aprendizaje.
La segunda postura, la de explicitar las posibles consecuencias del comportamiento
comunicativo en cuestión, se situaría a mitad camino entre las otras dos. Supone una
intervención activa del mediador, aunque planteando el eventual conflicto como una
posibilidad, es decir, moviéndose más en el ámbito de la generalización que en el de los
prejuicios, y con una carga didáctica mayor que la de la postura anterior. Esta postura
presenta también algunos inconvenientes, como el de la premura de tiempo propia de
muchas de las situaciones en los servicios públicos, o como el hecho de otorgar un
exceso de protagonismo, de visibilidad, al mediador intercultural, que puede convertirse
en una figura excesivamente didáctica.
Finalmente, la tercera postura es la que otorga mayor dinamismo a la interacción, ya
que, en principio evita tanto el conflicto como la explicación. Pero es la que puede
suscitar mayores reparos éticos, porque en este caso el mediador, por iniciativa propia y
sin hacérselo saber a las partes, decide, basándose en sus conocimientos culturales,
cambiar el grado de dirección o el grado de formalidad de las expresiones.
Nos limitamos a apuntar las ventajas y desventajas de estas opciones. Posiblemente lo
que deba hacer el mediador es optar por aquella solución que mejor se adecue a las
circunstancias concretas en las que se desarrolla la entrevista. Entre las circunstancias
que habría que tener en cuenta estarían la del tiempo disponible o la de la actitud de los
participantes. Y también la del tipo de desajuste expresivo en juego, porque el peso
específico de estas tres posturas comunicativas puede ser muy diferente si se da una
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situación como la anteriormente comentada, o si el problema es sencillamente evitar una
palabra tabú, o ajustar los usos del tú y el usted.
Como resumen de lo visto a lo largo de este apartado, en el cuadro 2 se reflejan de
manera esquemática las actividades propias de la mediación intercultural, de las
“mediaciones interculturales”, que se corresponden con los diferentes ámbitos culturales
comunicativos, y sus zonas de transición.
Cuadro 2. Actividades comunicativas de los ámbitos culturales y las zonas de transición
5. Los otros criterios
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Hasta el momento nos hemos venido centrando en el criterio (b) de la lista presentada
en el apartado 2. Basándonos en la clasificación de los ámbitos de la cultura que aparece
en el cuadro 1, hemos intentado precisar lo más posible, tal y como se indica en el
cuadro 2, los tipos de actividades comunicativas a las que en principio se pueden
enfrentar los mediadores interculturales. En este apartado vamos a analizar cómo estos
tipos de actividades se articulan con las posibilidades que generan los otros criterios.
Descartado, por los motivos ya expuestos, el criterio (a), nos quedan los criterios (c) a
(g). Para no alargarnos en exceso trataremos conjuntamente los criterios (c) y (d), y los
criterios (e) y (f), y dejaremos el criterio (g) para el último apartado.
5.1. Cuándo y con cuántas personas se desarrollan las actividades de la mediación
intercultural
Las actividades de los mediadores interculturales pueden desarrollarse básicamente en
tres momentos: antes de la interacción entre el o los usuarios extranjeros con el o los
profesionales de los servicios públicos, durante la interacción, y con posterioridad a la
misma. Y estas actividades pueden centrarse en una persona (y sus posibles
acompañantes) o en un colectivo de personas. Existe entre ambos criterios una relación
más estrecha de lo que en principio cabría pensar. Por un lado, las interacciones entre
usuarios y profesionales de los servicios públicos suelen tener un carácter individual, el
médico atiende a los pacientes de uno en uno. Por otro lado, como inmediatamente
comentaremos, las actividades posteriores a las interacciones suelen tener como eje el
tratamiento de un conflicto que requiere la intervención de un mediador, y aunque estos
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conflictos puede afectar a colectivos enfrentados (por ejemplo grupos de vecinos
autóctonos y extranjeros), lo cierto es que las negociaciones se suelen desarrollar con
representantes individuales de los grupos en disputa, y no con la totalidad de las
personas implicadas.30 Así pues, lo que normalmente se conoce como “mediación
comunitaria”, se podría circunscribir a los periodos anteriores a la interacción. Pasamos
a comentar brevemente las actividades propias de estos tres momentos del desarrollo de
la mediación intercultural.
5.1.1. Durante la interacción comunicativa
Sobre la fase que se desarrolla durante la interacción entre el usuario y el profesional de
los servicios públicos, hay poco que añadir, ya que en realidad prácticamente todo lo
comentado a lo largo del apartado 4 se refería a las actividades comunicativas que se
desarrollan en dichas interacciones. Sin embargo, y moviéndonos en la dimensión
temporal, sí es interesante destacar que las interacciones pueden contar con un breve
prólogo, con una breve reunión del mediador con cada una de las partes por separado, o
con ambas, inmediatamente anterior a la interacción.31 En estas breves reuniones es muy
aconsejable que el mediador intercultural intente transmitir de la manera más precisa
posible cuáles son sus funciones profesionales, ya que puede darse el caso de que
ninguno de los participantes cuente con experiencias anteriores de comunicación a tres
30 Esto no quiere decir que no se puedan dar negociaciones en las que participen amplios grupos de personas. De hecho, es bastante habitual en ciertas culturas. A este respecto podríamos plantearnos si el término “mediación comunitaria” no se aplicaría de una forma más precisa a este tipo de situaciones. 31 En inglés suelen denominarse briefings a estos breves encuentros previos. También se pueden dar debriefings, posteriores a la interacción, aunque son más raros.
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bandas. Algunos autores, como Gentile y otros (1996: 44-54), llegan incluso a plantear
la posibilidad de que los aspectos relacionados con las explicaciones y negociaciones de
carácter cultural sean tratados en estos prólogos (o epílogos), de manera que durante el
desarrollo de la interacción en sí el mediador se centre exclusivamente, y sin
interrupciones, en su labor de intérprete lingüístico. En teoría, esta postura parece
proporcionar mayor agilidad a la interpretación, y separa de manera más nítida las
diferentes actividades del mediador. Sin embargo, cuenta también con varios
inconvenientes. Por un lado, si uno adopta de forma sistemática esta postura, si no
adquiere práctica en ir alternando o simultaneando durante el desarrollo de las
entrevistas las funciones de interpretación, explicitación y negociación, puede
encontrarse con dificultades en aquellas ocasiones (las más) en que no haya posibilidad
de contar con estas breves reuniones previas. Por otro lado, por mucho que intentemos
separar de manera teórica (como estamos haciendo en este mismo trabajo) los diferentes
ámbitos culturales, lingüísticos o de interacción comunicativa, lo cierto es que en la
práctica aparecen estrechamente entrelazados, y es imposible que antes de empezar la
entrevista el mediador sea capaz de prever los inabarcables problemas culturales que
puedan surgir. Esto no quita para que, en determinadas situaciones en las que ya se
cuente con antecedentes sobre determinados comportamientos comunicativos
culturalmente problemáticos de uno de los participantes, el mediador incida
específicamente sobre estas cuestiones. Por ejemplo, si sabe que un determinado
matrimonio ya ha tenido problemas con algún médico por el hecho de que éste haya
mirado directamente a la mujer cuando se dirigía a ella, la reunión previa puede ser un
buen momento para comentar las diferencias de significado que puede tener la mirada
en las culturas implicadas.
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5.1.2. Antes de la interacción comunicativa32
Las actividades que se desarrollan antes de las interacciones entre usuarios extranjeros y
profesionales autóctonos de los servicios públicos (y más o menos al margen de éstas),
se caracterizan sobre todo, como comentábamos anteriormente, por ir dirigidas en su
mayor parte a colectivos. Aunque no exclusivamente, porque es habitual que los
servicios de mediación intercultural establezcan puntos de información, donde pueden
acudir las personas extranjeras, cada una con su caso particular, para asesorarse acerca
de aspectos relacionados, entre otras cosas, con el acceso a los servicios públicos. Se
trata de una tarea que hasta hace muy poco venían desarrollando las ONGs, y que en
algunas localidades también se ofertan de manera oficial, a través de “agentes de
inmigración”. Aunque estos centros de información pueden ofrecer asesoramiento
acerca de aspectos culturales en general, lo cierto es que están dedicados sobre todo al
ámbito de las normas administrativas, a la gestión de documentos. En algunos casos esta
labor puede verse complementada con una labor de traducción de textos escritos.
Pero, como decíamos, esta fase temporal se identifica en gran medida con lo que se
conoce como mediación comunitaria, que se caracteriza sobre todo por el desarrollo de
actividades dirigidas a colectivos, como ONGs, asociaciones de vecinos, asociaciones
culturales de los países de origen, colectivos profesionales, o grupos de potenciales
usuarios de los servicios públicos. Los mediadores pueden desarrollar con estos
32 Las actividades comentadas en este apartado y en el siguiente aparecen expuestas, y ejemplificadas, con mucho detalle en Giménez (2002: 85 y ss.).
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colectivos labores relacionadas con los cuatro ámbitos culturales antes propuestos y sus
actividades correspondientes.
Por lo que respecta al ámbito lingüístico, pueden promover la organización de cursos de
la lengua o lenguas autóctonas, específicamente orientados a su uso en las distintas
áreas de los servicios públicos. Por otro lado, los mediadores pueden participar en la
elaboración y divulgación de folletos informativos multilingües dirigidos a orientar a la
población extranjera acerca de los requisitos burocráticos de los servicios públicos, o de
aspectos más concretos, como fechas de vacunaciones. En esta misma línea, se puede
llevar a cabo la traducción multilingüe de los modelos básicos de ciertos documentos
legales administrativos, como, por ejemplo, los consentimientos legales para llevar a
cabo determinadas intervenciones quirúrgicas. Finalmente, se puede colaborar en la
elaboración y divulgación de vocabularios temáticos multilingües con, por ejemplo, las
expresiones y frases más empleadas en las consultas médicas, que pueden ser útiles (con
sus lógicas limitaciones) tanto para los pacientes como para los profesionales.33
Por otro lado, se pueden coordinar sesiones informativas, más o menos multitudinarias,
dirigidas a explicitar y explicar las diferencias más significativas respecto a las normas
administrativas y otros aspectos culturales, y su posible incidencia en el correcto acceso
a los servicios públicos. Se puede informar, por ejemplo, sobre las diferencias en cuanto
a la alimentación y su incidencia en las estancias hospitalarias. Esta tarea de
explicitación en la fase de mediación comunitaria debería verse apoyada por una labor
de investigación-acción por parte de los mediadores interculturales, en colaboración con
otros profesionales, centrada en las condiciones sociales, económicas y laborales de la
población extranjera, y en los posibles desajustes en el correcto funcionamiento de los
33 De la Morena y Valero (2004) y Torres (2004) son dos excelentes ejemplos.
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servicios públicos.34 Finalmente, las jornadas informativas pueden desarrollarse
situando “cara a cara” a los colectivos de las diferentes culturas, organizando jornadas
culturales, o interculturales, coloquios, mesas redondas, etcétera.35 Estas últimas
actividades serían las que se situarían más cerca del ámbito de la negociación, aunque
ésta es más propia de la etapa posterior a la interacción comunicativa, la que se plantea
a raíz del surgimiento de algún tipo de conflicto, como veremos a continuación.
En general, para llevar a cabo estas actividades el mediador debe formarse en una serie
de técnicas de animación socio-cultural, o colaborar con aquellos profesionales que las
llevan habitualmente a cabo.
5.1.3. Después de la interacción comunicativa
Finalmente, los mediadores interculturales pueden intervenir, a posteriori, para
colaborar en la resolución de algún conflicto surgido a raíz de una o varias entrevistas
entre un usuario extranjero y un profesional de los servicios públicos. Es poco usual que
los usuarios extranjeros requieran o soliciten la presencia de un mediador intercultural
durante las entrevistas, cuando cuentan con un mínimo dominio de la lengua del país de
acogida, o cuando pueden hacerse acompañar de alguna persona de confianza. Pero,
obviamente, como venimos comentando, esto no garantiza en absoluto que no vayan a
surgir problemas de comunicación, incluso lingüísticos, que puedan desembocar en un
34 En Giménez (2002) se insiste en la importancia de esta labor de conocimiento de la realidad social de la población extranjera. En Bermúdez y otros (2002: 30-32) se presentan algunos proyectos de investigación de este tipo. Alguna línea de estudio de la mediación social, como la presentada en Gil (2001: 11-12), prioriza esta labor investigadora. 35 En López y otros (2001) se comentan algunas experiencias de este tipo.
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conflicto abierto. En general es difícil prever con precisión cuándo va a ser necesaria la
presencia de un mediador en una entrevista entre un usuario extranjero y un profesional
de los servicios públicos; sin embargo, nos plantea ciertas dudas la postura mantenida
por algunos autores, según la cual es conveniente reducir al máximo los
“acompañamientos” a la población extranjera, fomentar su autonomía, e intervenir sólo
cuando el problema haya surgido. Es cierto que enfrentarse por uno mismo a conflictos
comunicativos, y resolverlos, puede ser una buena vía de aprendizaje (sobre todo si se
ha hecho una buena labor de mediación comunitaria). Pero una vía que en algunos casos
puede ser muy traumática. Dejar a un niño en mitad de la piscina puede ser una forma
de que aprenda a nadar, pero también de que evite las piscinas durante un buen tiempo.
Da la impresión de que el aprendizaje puede ser no sólo menos traumático, sino más
provechoso, si está supervisado por un profesional que, por su formación, tiene pleno
conocimiento del origen y naturaleza de los diferentes malentendidos. Por otra parte,
acompañar a una persona una vez, o dos, o las que haga falta, no significa acompañarla
siempre, ni coartar el desarrollo de su autonomía.
Muchos de los conflictos para cuya resolución se precisa la presencia del mediador
tienen un origen puramente lingüístico. Una mediadora intercultural nos contaba que en
una ocasión se solicitó su intervención como mediadora intercultural en el caso de un
niño de origen magrebí que presentaba un comportamiento muy conflictivo en la
escuela. Al hablar con el niño se dio cuenta de que este comportamiento no era más que
una barrera defensiva ante la amenaza que le suponía el hecho de hablar muy
precariamente el español. En otros casos el conflicto puede estar motivado por un
sencillo detalle del ámbito de los patrones de acción comunicativa. Por ejemplo, Agustí
(2003: 27) comenta el caso de una relación problemática entre un maestro y un alumno
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de origen subsahariano, motivada por el hecho de que éste no miraba nunca a los ojos al
maestro. En realidad, lo que éste interpretaba como una falta de respeto era, en el país
de origen del niño, una muestra de todo lo contrario. Estos casos, que podrían haber
derivado en graves consecuencias, tenían en realidad fácil solución o prevención, de
haberse contado desde el principio con la presencia de un mediador.
Finalmente, algunos conflictos presentan mayor complejidad y requieren una
negociación más elaborada. En el apartado 4.1.4. hemos comentado las actividades
relacionadas con la negociación, así como sus posibles variantes culturales. A lo dicho
en ese apartado sólo cabría añadir que estas negociaciones a posteriori, en las que se
recurre al mediador cuando los conflictos se hallan más enquistados, pueden requerir un
tipo de indagación algo más complejo. En estos casos la labor puede extenderse en el
tiempo, y el mediador puede llegar incluso a tener que realizar visitas a domicilio, para
conocer no sólo los datos referidos a la cultura de origen, sino también la situación
social, económica, laboral, e incluso anímica en la que se desarrolla el proyecto
migratorio de la persona o personas en cuestión. Una vez más evitaremos caer en la
polémica de los “límites externos” de la mediación intercultural, de las mediaciones
interculturales, en la cuestión de si ésta es una tarea que correspondería exclusivamente
a un trabajador social, o si el mediador debería limitarse a acompañar a estos
profesionales. Lo cierto es que los conocimientos y la posición en la que se encuentra el
mediador le permiten establecer una relación personal más cercana, lo cual puede
redundar muy positivamente en el proceso de indagación y de negociación. Como
comentan Cohen-Emerique y Fayman (2005: 4), durante sus visitas domiciliarias el
mediador o mediadora puede adoptar unos patrones comunicativos de respeto y cercanía
(en su forma de vestir, de hablar, de dirigirse a sus interlocutores) que le faciliten
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enormemente su tarea; si el mediador considera que debe aceptar la invitación de la
familia con la que está tratando para quedarse a cenar, probablemente lo hará,
planteándose menos el grado de profesionalidad que implique esta decisión que los
beneficios que suponga para la resolución de la situación a medio y largo plazo. Los
propios mediadores interculturales, como Laghrich (2004), comentan lo decisivo que
pueden resultar ciertos comportamientos “familiares” como, por ejemplo, obsequiarle
un Corán a un paciente ingresado en un hospital, o llamar por teléfono a la familia del
paciente en el país de origen.36
En cualquier caso, resulta fundamental la experiencia acumulada en el campo de estudio
del trabajo social para el correcto y riguroso tratamiento de este tipo de situaciones.
Experiencia que los mediadores interculturales deben igualmente aprovechar en su
formación.
5.2. Para qué y para quién se desarrollan las actividades de la mediación
intercultural
Después de analizar el tipo de actividades a las que, según sus propios testimonios, se
dedican los mediadores interculturales en Cataluña, Agustí (2003: 95-102) se plantea si
éstas se corresponden realmente con el calificativo de “interculturales”. En muchos
casos, los mediadores se apartan de la figura equitativa del triángulo, para ubicarse 36 De todas maneras no hay que olvidar que, como señala Castiglioni (1997: 55), el mediador debe aceptar que hay diferencias culturales irreductibles, que no podrán ser reconducidas a soluciones armónicas. De acuerdo con Farré (2004: 75), las divergencias identitarias constituyen uno de los elementos más complejos para cualquier estrategia de resolución de conflictos. Las dificultades aumentan en el caso de los conflictos en el seno de las familias, entre la primera y la segunda generación de inmigrantes; véase Manço (2003).
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“entre las partes”, como cadena de transmisión unilateral, y señalar a los usuarios
extranjeros cuál es el comportamiento adecuado, el comportamiento autóctono.37 De
este modo, los mediadores se convierten en simples agentes del proceso de asimilación.
No es éste el lugar para disertar acerca de las diferencias entre asimilación, integración,
multiculturalidad o interculturalidad, que ya reciben una considerable atención editorial.
Desde el punto de vista de la naturaleza de las actividades que debe llevar a cabo el
mediador, vamos a limitarnos a establecer un sencilla correspondencia entre el para qué
y el para quién se desarrollan dichas actividades. Independientemente de la ubicación
precisa del mediador en el triángulo comunicativo, consideraremos que una mediación
tenderá a facilitar el establecimiento de relaciones interculturales, cuando las
actividades tengan, en la medida de lo posible, un carácter bilateral, cuando vayan
dirigidas a ambas partes.38 Precisemos a qué nos referimos con lo de “en la medida de lo
posible”.
5.2.1. Actividades bilaterales en el ámbito lingüístico
Por lo que respecta al ámbito lingüístico, de entrada se da una clara asimetría. Tarde o
temprano las personas extranjeras aprenden la lengua del país de acogida; mientras que
es completamente irreal pensar que entre las prioridades formativas de los profesionales
37 Bermúdez y otros (2002: 133-4) reflexionan sobre las diferentes posiciones que puede adoptar el mediador intercultural en el triángulo comunicativo. 38 Como se verá a continuación, esta mediación bilateral tiene conexiones evidentes con lo que algunos autores denominan mediación transformadora o creativa. Véase Cohen-Emerique (2003: 28), Bermúdez y otros (2002: 132), o, en el ámbito de la mediación social, Folger y Bush (1997: 41-46). Zapata (2006: 166) considera que el mediador intercultural se puede entender como una “figura blanda”, que ayuda a los inmigrantes a integrarse en la sociedad de acogida, o como una “figura dura”, capaz de incidir sobre la estructura social.
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de los servicios públicos puedan llegar a encontrarse las de aprender lenguas no
europeas. Sin embargo, el hecho de que las lenguas de los países de origen de los
usuarios extranjeros aparezcan en folletos oficiales, el hecho de que gracias a los
vocabularios multilingües, un profesional sea capaz de comprender e incluso pronunciar
alguna palabra en la lengua del usuario (aunque sólo sea como un gesto)39, y el hecho de
que la presencia de un intérprete le permita, aunque sea provisionalmente, expresarse en
su propia lengua, tienen un peso específico muy significativo en el proceso de
afianzamiento intercultural. Todos estos procesos tienen el valor simbólico de
“visibilizar” sus lenguas de origen y, sin negar la necesidad de aprendizaje de la lengua
de acogida, de otorgarle a sus lenguas el valor necesario para que los propios hablantes
(y sobre todo sus hijos y nietos) no desarrollen hacia éstas actitudes lingüísticas
negativas. Cada persona, cada familia, cada comunidad decidirá con el paso del tiempo,
y con el fluir de las circunstancias, el grado de mantenimiento de sus lenguas de origen;
pero es importante que esta decisión no se establezca a partir de la constatación de la
total “invisibilidad” de las mismas.
5.2.2. Actividades bilaterales en el ámbito de las normas administrativas
Por definición, el ámbito menos flexible, más unilateral, es el de las normas
administrativas. Adaptar las normas, los códigos, las leyes, a la nueva realidad social y
cultural que se deriva de la generalización de los flujos migratorios, depende en gran
39 Como señala Castiglioni (1997: 54), sólo con que un paciente escuche hablar en su propia lengua al personal sanitario, o al mediador, ya pueden caer muchas barreras psico-comunicativas.
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parte de la voluntad y los intereses políticos; pero también del grado de imposición de la
propia realidad. Por ejemplo, la flexibilización administrativa a la hora de facilitar el
acceso de las personas extranjeras a la sanidad pública es fruto de una voluntad política,
pero también, entre otras cosas, de las situaciones de caos que se podían llegar a generar
en los servicios de urgencias. De hecho, el reconocimiento de la figura del mediador
intercultural, y su paulatina “normalización” en el funcionamiento de los servicios
públicos, es un eslabón más en esta débil “bilateralidad” en la aplicación y adaptación
de las normas administrativas. La reivindicación de su propia figura profesional es parte
de la tarea de mediación transformadora que pueden desarrollar los mediadores
interculturales. Por otra parte, y a un nivel micro-social, los mediadores pueden jugar un
papel más activo en la adaptación intercultural de las normas. Pueden incidir, por
ejemplo, activamente en la adaptación de los horarios de visita o las normas dietéticas
de los hospitales.
5.2.3. Actividades bilaterales en el ámbito de las creencias, las costumbres, la
cultura material y los patrones de interacción comunicativa
Finalmente, el ámbito más delicado, el que provoca mayores susceptibilidades, es el de
las creencias, costumbres, y cultura material; y en menor medida, porque se tiene menos
consciencia del mismo, el de los patrones de interacción comunicativa. Como
comentábamos en el primer apartado, hoy en día, y con el desprestigio del concepto de
raza, existe una clara tendencia a hacer recaer la identidad de un pueblo en sus creencias
y costumbres, y a observar con cierto recelo el mantenimiento de una serie de
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comportamientos culturales que no infringen las normas establecidas, pero resultan muy
“visibles”. Aquéllos que están a favor de la asimilación cultural sin más de las personas
extranjeras,40 y que dan por hecho que ésta se produce automáticamente a nivel
normativo y lingüístico, consideran que la batalla en pro de sus principios
asimilacionistas debe darse en el campo de las creencias y, sobre todo, las costumbres y
la cultura material. Hoy en día, a este respecto, hay abiertos múltiples y agrios debates
en torno a aspectos como el uso del velo, o la capacidad de los padres de decidir sobre
el futuro matrimonio de sus hijos.
La postura bilateral, en este ámbito, pasa una vez más por la “visibilización”, por la
promoción del conocimiento mutuo. Las culturas se mueven entre dos límites, el
personal y el universal. Si queremos expresarlo así, la cultura empieza donde acaban las
características personales, y acaba donde empiezan los comportamientos universales. El
desconocimiento cultural nos lleva a interpretar el comportamiento de “los otros” desde
una perspectiva personal, emotiva, nos lleva a tildar de desconfiados o taciturnos a los
de una determinada cultura y de exagerados o aprovechados a los de otra. Por el
contrario, este mismo desconocimiento nos lleva a considerar como universales algunos
de nuestros propios comportamientos que en realidad son de carácter cultural. El primer
paso para ensayar un tratamiento bilateral de la actividad mediadora en este ámbito
consiste en sacar a la luz el carácter cultural de muchos de los comportamientos, de los
extranjeros y de los autóctonos. Este proceso de explicitación (o “descentralización”,
como dijimos con anterioridad) mutua debería darse, si se sigue este enfoque bilateral,
40 En Sartori (2001) podemos encontrar un buen ejemplo de esta postura.
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en las tres fases de la mediación intercultural antes comentadas.41 Cuanto más explícitos
sean los fundamentos culturales de determinados comportamientos, propios y ajenos,
más sencillo debería resultar llegar a cobrar conciencia de que, en el fondo, las culturas
no difieren de manera tan sustancial, y que pueden coexistir sin que se avecinen grandes
hecatombes.
Evidentemente la puesta en marcha de este proceso bilateral de conocimiento mutuo no
garantiza un equilibrio intercultural, ni siquiera de respeto por la cultura del otro. Es
más, es posible que la actitud de determinados profesionales (y usuarios) ponga serias
trabas a la implementación de esta explicitación de las características culturales. La
actitud de algunos profesionales es uno de los grandes caballos de batalla con el que
tienen que lidiar muchos mediadores interculturales,42 que puede llevar finalmente a
éstos a adoptar la función de simple cadena de transmisión unilateral de la que habla
Agustí. Para estas situaciones, como para casi todas en las que se ven envueltos estos
profesionales, no existen fórmulas sencillas. Una posibilidad consistiría en trasladar el
debate del plano ideológico al plano utilitario, en plantearle a los profesionales que, por
ejemplo, una asistencia sanitaria en la que se tengan en cuenta algunas características
culturales de los pacientes extranjeros es una asistencia sanitaria más eficiente; y que
mejorando la atención sanitaria de las personas extranjeras se mejora la atención
sanitaria de las personas autóctonas, de todas las personas, en definitiva.
41 Obviamente, siempre que la persona extranjera así lo quiera; insistimos en que no hay por qué “culturizar” obligatoriamente ni a las personas ni a sus situaciones. Aunque, como señala Castiglioni (1997: 16), no hay que perder de vista que el proyecto migratorio de muchas personas incluye un pronto regreso a sus países de origen, y que estas personas no tienen ningún interés especial en integrarse en la cultura de acogida. 42 En este sentido es muy importante el hecho de que los mediadores estén contratados por la propia institución. Por cuestiones de espacio no nos detendremos en este polémico tema. Véase por ejemplo Agustí (2003: 73-76).
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6. Conclusiones. Las mediaciones interculturales de la mediación intercultural
Atendiendo al tipo de actividades comunicativas con las que puede enfrentarse un
mediador intercultural en el desempeño de su labor profesional, y como resumen de lo
visto en el presente trabajo, los siguientes son los contenidos y técnicas susceptibles de
integrar un programa de formación en mediación intercultural. Entre paréntesis
indicamos los apartados en los que han sido tratados los diferentes temas.
A. Reflexión sobre la asimilación, integración, multiculturalidad e interculturalidad en
el marco de los actuales procesos migratorios. (5.2.)
B. Ámbito lingüístico
- Conocimientos:
- lingüísticos generales (y dialectales) de las lenguas en cuestión (4.1.1.)
- lingüísticos específicos, relacionados con los servicios públicos y sus
equivalentes en las culturas de origen (4.1.1.)
- lingüísticos específicos, sobre terminología profesional en ambas culturas
(4.2.1. i)
- lingüísticos específicos, sobre terminología administrativa y sus equivalentes
en las culturas de origen (4.2.2. v)
- lingüísticos específicos, sobre los distintos registros y niveles de formalidad de
las lenguas en cuestión (4.2.2. vi)
- Técnicas:
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- de interpretación en general y de interpretación consecutiva en particular
(4.1.1.)
- de traducción a la vista (4.1.1) (4.2.2. v)
- de traducción de textos técnicos y oficiales (4.2.2. v)
- de regulación del desarrollo conversacional (4.2.2. vi)
- de explicitación de términos culturales (4.2.2. iv)
- de explicitación de términos administrativos (4.2.2. v)
- de explicitación de registros y niveles de formalidad (4.2.2. vi)
- de coordinación y dinamización de grupos destinados a la enseñanza de
lenguajes específicos (5.1.1.)
- de elaboración y divulgación de vocabularios específicos multilingües (5.1.1)
C. Ámbito de las normas administrativas
- Conocimientos:
- sobre la realidad socioeconómica de las poblaciones extranjeras (4.1.2.)
- sobre el funcionamiento administrativo y burocrático de los servicios públicos
y sus equivalentes en las culturas de origen (4.1.2.)
- Técnicas de explicitación de las normas administrativas (4.1.2.)
D. Ámbito de los patrones de interacción comunicativa
- Conocimientos:
- generales sobre comunicación intercultural, de los diferentes tipos de patrones
de interacción comunicativa y sus valores sociales (4.1.3.)
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- sobre los patrones de interacción comunicativa generales de las culturas
implicadas (4.1.3.)
- específicos sobre los patrones de interacción comunicativa en los contextos
propios de los servicios públicos y sus equivalentes en las culturas de origen
(4.1.3.)
- Técnicas:
- de análisis (audiovisuales y en vivo) de los patrones de interacción
comunicativa (4.1.3.)
- de explicitación de los patrones de interacción comunicativa (4.1.3.)
- de negociación de determinados patrones de interacción comunicativa (4.2.1. i)
E. Ámbito de las creencias, costumbres y cultura material
- Conocimientos:
- generales sobre creencias, costumbres y cultura material en las culturas
implicadas (4.1.4.)
- específicos sobre la incidencia de las creencias, costumbres y cultura material
en el acceso a los servicios públicos y sus equivalentes en las culturas de origen
(4.1.4.)
- Técnicas:
- de indagación acerca de las causas culturales de determinados conflictos
(4.1.4.)
- de negociación y tratamiento de conflictos (4.1.4.)
- de explicitación de las creencias, costumbres y cultura material (4.2.1. i)
- de negociación con seguimiento de casos (5.1.3.)
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- de negociación propias de los países de origen (4.1.4.)
F. Técnicas comunitarias
- Técnicas de coordinación y dinamización de grupos destinadas a la divulgación de las
normas administrativas, los patrones de interacción comunicativa y las creencias,
costumbres y cultura material (5.1.2.) 43
G. Otras técnicas y conocimientos generales compartidos con otras disciplinas sociales,
con especial atención a las técnicas de investigación-acción (5.1.2.)44
Desde el mismo título del presente trabajo hemos intentado eludir la cuestión de los
límites externos de la mediación intercultural, de lo que es y no es mediación
intercultural, de qué actividades rebasan las competencias de la mediación y deberían
recaer en la órbita de otras figuras profesionales. Sin embargo, la cuestión surge una vez
más al comprobar el carácter abrumador del conjunto de técnicas y conocimientos con
que debe contar un mediador intercultural. ¿Realmente es necesaria una formación de
ese tipo? ¿Deben enfrentarse los mediadores interculturales a todas estas actividades?
Deban o no deban, el hecho es que hoy por hoy, mejor o peor, lo hacen. En estos
momentos la inmensa mayoría de personas extranjeras que se enfrentan a los problemas
comunicativos que hemos venido comentando no cuentan con un mediador intercultural
43 Parece conveniente dedicarle un apartado específico a este tipo de técnicas, que son básicamente las mismas para estos tres ámbitos. Las técnicas comunitarias lingüísticas presentan, como se ha visto, algunas peculiaridades que aconsejan ubicarlas en el bloque B. 44 Como comenta Valero (2005), puede resultar muy útil para los mediadores contar con ciertos conocimientos sobre psicología que les ayuden a enfrentarse a posibles situaciones traumáticas.
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que les eche una mano. Son muy escasos los servicios públicos, tanto en el ámbito del
estado español como en el europeo en general, que cuentan con mediadores
interculturales. En determinadas zonas es todo un logro que un hospital cuente con un
mediador intercultural. Con esta coyuntura resulta poco realista pensar que cada
organismo de los servicios públicos vaya a contar a corto plazo con un profesional
especializado en actividades relacionadas con el ámbito lingüístico, otro en actividades
relacionadas con el ámbito de la explicitación y explicación de normas administrativas,
y comportamientos culturales, otro en actividades relacionadas con el ámbito de la
negociación intercultural, otro en el ámbito de la mediación comunitaria, etcétera.
Sin embargo, se pueden dar varias respuestas a la amplitud y complejidad de las
actividades a las que hoy por hoy puede enfrentarse un mediador intercultural. Por un
lado, resulta decisivo potenciar, ya desde la formación, las capacidades de coordinación
y trabajo en equipo con el resto de profesionales del ámbito social.45 Por otro lado, y
con esto abordamos el último de los criterios presentados en el apartado 2, el criterio
(g), se puede apostar por una especialización según el tipo de servicio público.46 El
hecho de centrar la actividad profesional en un ámbito como, por ejemplo, el de la
sanidad, acota considerablemente el campo de las técnicas y, sobre todo, conocimientos
lingüísticos, culturales y administrativos que debe manejar el mediador intercultural.
Esto redunda no sólo en la delimitación y concreción de los programas formativos, sino
45 En Giménez (2002) se comenta el trabajo de coordinación entre el servicio de mediación intercultural y el resto de servicios sociales del ayuntamiento de Madrid. En Jackson (1998) se presenta una experiencia de mediación-interpretación hospitalaria, basada en el trabajo de equipos integrados por mediadores, personal sanitario y trabajadores sociales. 46 En Giménez (2002: 151), se apunta que la especialización es una tendencia en alza en la mediación, “puesto que contextos específicos presentan problemáticas concretas, rasgos que requieren determinados conocimientos y formas de abordaje especializadas.” En Jackson (1998: 200), se comenta incluso la conveniencia de que los mediadores interculturales del ámbito sanitario se especialicen en áreas como, por ejemplo, la materno-infantil.
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también en la calidad de los servicios de mediación prestados. Por último,
independientemente de si los programas de formación están especializados o no según
el tipo de servicio público, éstos deberían contar con el grado de homologación y
reconocimiento académico que exige el desempeño profesional al que, hoy por hoy, van
dirigidos.
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