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IES Nestor Almendros. 2º Bach Adultos. Historia de España Tema 9. El régimen de la Restauración. Características y funcionamiento del sistema canovista. 1. La restauración de la monarquía borbónica (1875) En 1874 el modelo republicano se había agotado. El gobierno de orden presidido por el General Serrano, nacido de un pronunciamiento militar, no lograba encender el entusiasmo del republicanismo español, ya de por sí débil. Los republicanos estaban profundamente divididos entre sí. Se sumaba a ello la crisis económica, la mala situación de la Hacienda Pública y el mantenimiento de dos focos de guerra: la guerra de Cuba y la guerra carlista. Era el momento idóneo para los alfonsinos, que defendían la restauración de la dinastía borbónica en la persona del hijo de Isabel II, Alfonso. Para las clases acomodadas que deseaban orden era la única alter- nativa política que se les ofrecía. La ocasión fue hábilmente aprovechada por el líder de los alfonsinos, Antonio Cánovas del Castillo. Cánovas era un político malagueño de gran formación intelectual y principios mo- derados. Había formado parte de la Unión Liberal de O'Donnell, redactando el Manifiesto de Manzanares durante la revolución de 1854. Posteriormente había ocupado varios ministerios durante el último período de Isabel II. Cánovas estaba preocupado por dar la mayor legitimidad posible a la restauración monárquica. Para ello su objetivo era restaurar la monarquía por medios pacíficos, consiguiendo su proclamación por las Cortes. Contaba para ello con una ventaja. Alfonso era un joven de apenas 17 años que se había criado lejos de España, concreta - mente en Inglaterra, cuna del sistema liberal. Por tanto, no tenía las enemistades de su madre, podía contarse con que tuviera una adecuada formación política y cualquier político podía confiar en que fuera fácilmente maleable. Para dar a conocer al joven y dar legitimidad a su candidatura, Cánovas redactó para él el Manifiesto de Sandhurst, publicado el 1 de noviembre de 1874 desde la academia militar donde estudiaba. En este manifiesto Alfonso se presentaba como legítimo sucesor al trono, pero también como rey constitucional, convencido de la necesaria colaboración con las Cortes y del necesario equilibrio entre el respeto a la tradición y la adaptación a los tiempos. Se presentaba, asimismo, como un rey para todos los españoles, capaz de superar el enfrentamiento entre bandos políticos y clases sociales. 88

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IES Nestor Almendros. 2º Bach Adultos. Historia de España

Tema 9. El régimen de la Restauración.

Características y funcionamiento del sistema canovista.

1. La restauración de la monarquía borbónica (1875)

En 1874 el modelo republicano se había agotado. El gobierno de orden presidido por el

General Serrano, nacido de un pronunciamiento militar, no lograba encender el entusiasmo del

republicanismo español, ya de por sí débil. Los republicanos estaban profundamente divididos

entre sí. Se sumaba a ello la crisis económica, la mala situación de la Hacienda Pública y el

mantenimiento de dos focos de guerra: la guerra de Cuba y la guerra carlista. Era el momento

idóneo para los alfonsinos, que defendían la restauración de la dinastía borbónica en la persona

del hijo de Isabel II, Alfonso. Para las clases acomodadas que deseaban orden era la única alter-

nativa política que se les ofrecía.

La ocasión fue hábilmente aprovechada por el líder de los alfonsinos, Antonio Cánovas

del Castillo. Cánovas era un político malagueño de gran formación intelectual y principios mo-

derados. Había formado parte de la Unión Liberal de O'Donnell, redactando el Manifiesto de

Manzanares durante la revolución de 1854. Posteriormente había ocupado varios ministerios

durante el último período de Isabel II. Cánovas estaba preocupado por dar la mayor legitimidad

posible a la restauración monárquica. Para ello su objetivo era restaurar la monarquía por

medios pacíficos, consiguiendo su proclamación por las Cortes. Contaba para ello con una

ventaja. Alfonso era un joven de apenas 17 años que se había criado lejos de España, concreta -

mente en Inglaterra, cuna del sistema liberal. Por tanto, no tenía las enemistades de su madre,

podía contarse con que tuviera una adecuada formación política y cualquier político podía

confiar en que fuera fácilmente maleable.

Para dar a conocer al joven y dar legitimidad a su candidatura, Cánovas redactó para él

el Manifiesto de Sandhurst, publicado el 1 de noviembre de 1874 desde la academia militar

donde estudiaba. En este manifiesto Alfonso se presentaba como legítimo sucesor al trono, pero

también como rey constitucional, convencido de la necesaria colaboración con las Cortes y del

necesario equilibrio entre el respeto a la tradición y la adaptación a los tiempos. Se presentaba,

asimismo, como un rey para todos los españoles, capaz de superar el enfrentamiento entre

bandos políticos y clases sociales.

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El manifiesto tuvo una buena acogida, pero la reacción no fue la que Cánovas deseaba.

El 29 de diciembre de 1874 el general Martínez Campos se adelantó a los acontecimientos y

mediante un pronunciamiento proclamó rey a Alfonso XII. De esa forma, la monarquía borbó-

nica fue restaurada mediante un nuevo golpe de estado. Poco después Cánovas asumió la presi-

dencia del gobierno. El 15 de enero de 1875 Alfonso XII realizaba su entrada triunfal en

Madrid. Comenzaba así lo que sería un reinado corto, ya que Alfonso XII moriría de tubercu-

losis en 1885, con solo 27 años.

2. Los fundamentos políticos de la Restauración

2.1. Los principios ideológicos del sistema canovista

El principio fundamental que inspiraba el sistema político implantado por Cánovas era

la búsqueda de la estabilidad política. La paz y el orden eran los máximos valores perseguidos

tras décadas de turbulencias políticas, incluso si ello significaba sacrificar algo de libertad. Un

instrumento fundamental para lograr esa estabilidad era la defensa de la superioridad del

poder civil sobre el poder militar. Uno de los principales objetivos de Cánovas era apartar la

política de los cuarteles, dejarla a los políticos, que eran los legítimos representantes de la

Nación. En ese aspecto, el sistema canovista cosechó un gran éxito, logrando un período de es-

tabilidad sin precedentes y acabando por el momento con la práctica de los pronunciamientos.

Un segundo principio fundamental era el conservadurismo. El conservadurismo es una

doctrina nacida en Gran Bretaña como reacción a la Revolución Francesa y que a lo largo del

XIX había ido caracterizando a la derecha liberal europea. Defiende que el sistema político de

una nación no puede establecerse mediante un mero pacto político inspirado en principios uni-

versales y abstractos, como pretendía la tradición liberal revolucionaria. Por el contrario, las ins -

tituciones políticas de cada nación son el fruto de su propia Historia, hunden sus raíces en la

propia cultura de cada país. Según el conservadurismo, cualquier sistema político que no tenga

en cuenta esa tradición histórica y cultural está condenado al fracaso. Cánovas adaptó el conser -

vadurismo británico al caso español. Inspirándose en el modelo británico, que pese a ser la cuna

del liberalismo político nunca ha necesitado una constitución escrita, desarrolló la idea de que,

aparte de las constituciones escritas, existía en España una "constitución interna", un conjunto

de tradiciones políticas no escritas pero que eran consustanciales a la historia y el carácter

español. Esas tradiciones o principios políticos, a los que él llamaba "verdades madre", incluían

la monarquía, los conceptos de libertad y propiedad, el catolicismo y la tradición del gobierno

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conjunto del Rey con las Cortes. En opinión de Cánovas el buen gobierno consistía en el equili -

brio entre una constitución escrita de tipo liberal y aquellos principios no escritos con los que

esta no debía entrar en contradicción.

El tercer principio fundamental de Cánovas era el pragmatismo o posibilismo canovis-

ta, también inspirado en el modelo británico. La idea era que ningún sistema político podía ser

estable si cada fuerza política intentaba imponer por completo sus planteamientos. Era preciso

llegar a acuerdos, a compromisos. En otras palabras, era preciso negociar y ceder, renunciando a

algunos objetivos a cambio de conseguir lo fundamental.

2.2. El turnismo

La búsqueda de la estabilidad y la actitud pragmática ante la política convenció a

Cánovas de que el sistema político deseable era un sistema basado en el turno pacífico en el

poder de dos grandes fuerzas políticas más o menos equilibradas entre sí. Es el llamado biparti-

dismo turnista o turnismo. La idea se basaba de nuevo en el modelo británico. Lo nuevo de la

idea no era que dos grandes fuerzas políticas dominaran las Cortes, porque eso había ocurrido

durante buena parte del reinado de Isabel II. Lo nuevo era que esas fuerzas aceptaran turnarse en

el poder renunciando a los intentos de monopolizarlo o conquistarlo con ayuda de la Corona, el

ejército o los levantamientos populares.

De esa forma, Cánovas necesitaba no sólo formar un partido sólido que defendiera sus

principios conservadores. Necesitaba enfrente a un partido que representara a la izquierda

liberal más moderada y que fuera liderado por alguien tan pragmático como el propio Cánovas.

De esa forma, Cánovas formó el Partido Liberal-Conservador, posteriormente conocido como

Partido Conservador. Era un partido de derecha liberal en el que ingresaron políticos proce-

dentes sobre todo del antiguo partido moderado y la Unión Liberal.

Frente a él, entre 1875 y 1880 fue creándose un partido capaz de aglutinar al centro-iz-

quierda liberal. Se trataba del Partido Liberal. Su líder era Práxedes Mateo Sagasta. Durante

el sexenio había liderado a los constitucionalistas, el ala centrista del progresismo, y había sido

presidente del gobierno durante la monarquía de Amadeo de Saboya y de nuevo tras el golpe de

Estado de Pavía. Se sumaron al partido liberal antiguos progresistas y unionistas, incluso

algunos demócratas que se habían vinculado al progresismo radical. Sus principales señas de

identidad frente al Partido Conservador de Cánovas era la defensa del sufragio universal, la

división de poderes, las libertades políticas y una mayor separación entre Iglesia y Estado.

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El turnismo pacífico entre estas dos fuerzas quedó definitivamente consagrado en el

Pacto de El Pardo, firmado el 24 de noviembre de 1885 en vísperas de la muerte de Alfonso

XII. Mediante este pacto, conservadores y liberales acordaron apoyar la regencia de la esposa

de Alfonso XII, María Cristina de Habsburgo, que en ese momento se encontraba embaraza-

da del futuro Alfonso XIII. Acordaron, asimismo, alternarse pacíficamente en el poder y hacer

frente común frente a la presión de las fuerzas políticas y sociales ajenas al pacto, tanto de

derechas como de izquierdas, que aprovecharían la ocasión para tratar de conquistar el poder.

2.3. La Constitución de 1876

La Constitución promulgada en 1876 fue el instrumento legal que desarrolló los princi-

pios inspiradores del canovismo. Se trata de una constitución moderada, que busca un equili-

brio entre lo principios moderados de la Constitución de 1845 y los principios progresistas de la

Constitución de 1869. Se advierte en ella una fuerte influencia política británica, especialmen-

te en la definición de la relación entre la Corona y las Cortes. Se trata, finalmente, de una cons-

titución flexible, que no requería procedimientos extraordinarios para su modificación y que

dejaba sin regular aspectos tan importantes como el sufragio.

La forma del Estado es la monarquía constitucional, volviéndose al principio

moderado de la soberanía compartida del Rey con la Cortes. Como en la Constitución de

1845, la división de poderes no es estricta.

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Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897)

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El poder legislativo reside en las Cortes con el Rey. Se mantiene el bicameralismo.

En cuanto al Congreso, los detalles del sufragio se dejaron a posteriores leyes electorales. De

esa forma, la ley electoral de 1878, aprobada por un gobierno conservador, retornó al sufragio

censitario, limitando la capacidad de votar a cerca de un 5 % de la población. El sufragio se

ejercía en distritos reducidos uninominales, cuya importancia para el funcionamiento real de

las elecciones sería determinante. En 1890 el gobierno progresista de Sagasta aprobó una nueva

ley electoral que imponía el sufragio universal masculino, aunque dejó sin tocar lo fundamen-

tal de los distritos electorales. El Senado vuelve a una situación similar a la de 1845, siendo

elegido por los grandes contribuyentes, el Rey y las corporaciones. La Corona interviene en el

poder legislativo de varias formas: sanciona y promulga las leyes, entrega el decreto de disolu-

ción de las Cortes y tiene derecho a veto, siguiendo de nuevo el modelo de 1845. En la práctica

la Corona no hizo uso del veto, pero sí haría un uso muy amplio del derecho de disolución de

las Cortes.

El poder ejecutivo reside en la Corona, que lo ejerce a través de ministros designados

por ella. El Rey es inviolable e irresponsable por las acciones cometidas por sus ministros. A

esta configuración moderada de la posición del rey se añade un matiz progresista tomado de la

Constitución de 1869: los ministros son responsables ante las Cortes.

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Alfonso XII (1857-1885) y su segunda esposa, María Cristina

de Habsburgo (1858-1929).

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En cuanto al poder judicial, pierde la autonomía que había sido garantizada en la cons-

titución democrática de 1869.

La Constitución introduce una declaración de derechos amplia, siguiendo el modelo de

1869. Pero no otorga garantías y subordina el ejercicio real de esos derechos a un desarrollo le-

gislativo posterior, que en la práctica acabó restringiendo numerosos derechos. En cuanto a la

libertad religiosa, se restablece la confesionalidad católica del Estado, aunque se tolera la

práctica privada de otros cultos.

La flexibilidad de esta constitución y la estabilidad política de la Restauración permitie-

ron que se convirtiera en la constitución de mayor vigencia teórica en la Historia de España,

manteniéndose durante los 47 años que van de 1876 a 1923. Sin embargo, en la práctica su fun-

cionamiento teórico fue falseado por la extendida corrupción política del período: el caciquis-

mo. De esa forma, la realidad política estuvo a menudo muy lejos de los principios teóricos que

hemos visto hasta el momento.

3. El funcionamiento del sistema canovista

3.1. Los partidos políticos

El sistema canovista reposó en un mapa político muy estable. Lo dominaban los dos

principales partidos, el Partido Liberal-Conservador de Cánovas, situado en la derecha

liberal, y el Partido Liberal de Sagasta, situado en el centro-izquierda liberal. Fueron llamados

los partidos dinásticos, porque controlaron en exclusiva los gobiernos de la monarquía. Pese a

sus divergencias ideológicas, sus decisiones políticas eran en realidad más parecidas de lo que

aparentaban sus programas. Desde el punto de vista social, representaban a las clases acomoda-

das, aunque el Partido Conservador tenía más seguidores entre la aristocracia y la alta burguesía

rural y el Partido Progresista entre la alta burguesía industrial y la baja burguesía.

Junto a los partidos dinásticos existían otras formaciones minoritarias de ideología

muy similar, formadas en realidad en torno a la personalidad de un político. También hubo

siempre candidatos independientes. A menudo los mismos políticos aparecen en unas eleccio-

nes asociados a una u otra candidatura según evolucionaban sus relaciones personales con los

líderes de los grandes partidos. En realidad, estos partidos no eran más que camarillas que

rodeaban a algunos líderes o notables, que podían llevarse a todos sus seguidores si temporal-

mente rompían con alguno de los partidos. Por eso a menudo no es fácil contar exactamente qué

escaños obtenía cada uno de los partidos mayoritarios.

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Más estables eran algunas formaciones minoritarias de derechas que colaboraron con

el sistema. Una de ellas era la Unión Católica. Ésta representaba a una ideología política en alza,

el catolicismo político, que aspiraba a incorporar en la vida política los principios católicos pro-

pagados por el Vaticano. Era un movimiento muy conservador en lo político, pero tenía una

mayor preocupación social que el conservadurismo liberal.

A la izquierda de los partidos dinásticos se encontraban los republicanos. El republica-

nismo había quedado agotado por el fracaso de la I República y se encontraba profundamente

dividido entre una serie de formaciones agrupadas en torno a algunos de los líderes del período

revolucionario. Los más moderados eran los posibilistas de Castelar, quien en 1890, con la

aprobación del sufragio universal, decidió disolver el partido y recomendar a sus miembros el

ingreso en el Partido Progresista. Ruiz Zorrilla fue condenado al exilio y desde allí trató de or-

ganizar golpes de Estado para restablecer la República. sin embargo no tuvo éxito, ya que se

mantuvo fiel a la vieja tradición de la conspiración militar, alejándose de la naciente opinión

pública española. Nicolás Salmerón, exiliado también por un tiempo, lideró a un grupo de repu-

blicanos moderados en sus tácticas y formados en su mayoría por intelectuales. Pi y Margall,

por su parte, reorganizó el Partido Federal. Casi todas estas corrientes llegaron a presentarse

unidas en una sola candidatura, pero solo por breve tiempo.

Otras formaciones representaban una nueva fuerza política en ascenso, el regionalismo,

que defendía los intereses de algunas regiones concretas y el reconocimiento político de sus ca-

racteres particulares. Pronto el regionalismo comenzó a evolucionar hacia el nacionalismo, que

defendía que las mencionadas regiones constituían naciones que debían ser reconocidas política-

mente en el seno del Estado español. Los dos principales focos regionalistas y nacionalistas

fueron Cataluña y el País Vasco. En Cataluña el movimiento consiguió una mayor unidad de

acción a partir de la creación en 1901 de la Liga Regionalista, de ideología conservadora. En el

País Vasco se fundó en 1895 el Partido Nacionalista Vasco (PNV), que en sus primeros

tiempos representaba una fuerza de extrema derecha, heredera del carlismo, y defensora de los

fueros vascos y el catolicismo político. También surgieron movimientos regionalistas de menor

peso en Galicia o Andalucía.

El andalucismo hundía sus raíces en el movimiento republicano federal, que en 1883

aprobó en Antequera un proyecto de constitución federal para Andalucía. A comienzos del siglo

XX Blas Infante (1885-1936) lideró y dio impulso al andalucismo, que siguió orientado hacia

la izquierda liberal y el federalismo. En 1918 la Asamblea de Ronda puso las bases del andalu-

cismo contemporáneo, incluyendo las actuales bandera y escudo andaluces.

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Enfrentados al sistema político vigente se encontraban los llamados partidos antidinás-

ticos. En la extrema derecha se encontraban los carlistas o tradicionalistas. En la extrema iz-

quierda se encontraba el movimiento obrero. El socialismo marxista logró organizarse a partir

de una asociación de tipógrafos de Madrid, fundándose en 1879 el Partido Socialista Obrero,

más tarde llamado Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Su fundador y líder fue Pablo

Iglesias, que acabaría siendo el primer diputado socialista español en 1910. En 1888 el PSOE

fundó un sindicato marxista, la Unión General de Trabajadores (UGT). Más a la izquierda, y

aún dominando el movimiento obrero español, se encontraban los anarquistas. Estaban dividi-

dos en distintas organizaciones, que nunca aceptaron participar en política. El sector más influ-

yente del anarquismo fue el anarcosindicalismo, que apostaba por la actividad sindical como

instrumento para lograr los fines del anarquismo. Desde 1910 el anarcosindicalismo quedó orga-

nizado en la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), una confederación de sindicatos de

orientación anarcosindicalista.

3.2. La obra política de la Restauración

Esta pluralidad de partidos tuvo poco impacto en la política real de este período, aunque

plantó las semillas de los futuros cambios políticos. Hasta final del siglo XIX la alternancia

pacífica de conservadores y liberales en el poder otorgó a España una considerable estabilidad

política. Una de sus mayores pruebas fue la continuidad que se logró garantizar entre el corto

reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la regencia de María Cristina (1885-1905).

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Pablo Iglesias, fundador del PSOE, durante un mitin en 1909

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En esa línea de estabilidad, entre los logros políticos del sistema canovista hay que

contar el fin de las guerras carlistas (1876) y el logro de un acuerdo, la Paz de Zanjon (1878),

que puso fin por el momento a la guerra de Cuba. Se logró, asimismo, frenar cualquier intro-

misión militar en la política, además de reconciliar a la mayoría del ejército con la monarquía

borbónica. De acuerdo con los planteamientos conservadores de Cánovas, se dio una reconci-

liación entre Iglesia y Estado. Siguiendo la tradición anterior, esta se basaba en el manteni-

miento económico de la Iglesia y el control eclesiástico de la educación. Finalmente, se desarro-

lló una importante legislación, que suponía una vuelta del centralismo (Ley Municipal y Pro-

vincial) y el desarrollo de un marco jurídico estable (Código del Comercio, Código Civil). En

política exterior, el régimen no fue capaz de mantener viva la activa política del período de O'-

Donnell, y fue cayendo en el aislamiento internacional, quedando fuera de los grandes sistemas

internacionales de alianzas, que en aquellos momentos lideraba el Imperio Alemán. Ese aisla-

miento pasaría factura en los acontecimientos que llevaron al desastre de 1898.

3.3. Turnismo, oligarquía y caciquismo

Aunque el turno pacífico entre conservadores y liberales garantizó por mucho tiempo

la estabilidad de España, lo hizo a un alto precio. En realidad, el sistema estaba viciado por una

serie de prácticas políticas que quitaban legitimidad y representatividad al régimen.

En un sistema político sano es el pueblo quien decide quién debe representarlo en las

Cortes y son estas las que deben dar o quitar su confianza al Gobierno. Las Cortes deben reno-

varse cuando cumplen su legislatura o cuando el gobierno está muy desgastado, ha perdido la

confianza de las Cortes y no hay ningún otro candidato aceptable para formar gobierno. De esa

forma el pueblo vuelve a decidir.

Pero la realidad funcionaba en la Restauración justo al contrario que la teoría. Cuando

un gobierno se desgastaba y comenzaba a perder apoyos, o cuando un acuerdo político entre los

dos partidos dinásticos había decidido el turno en el poder, el Gobierno dimitía y la Corona

nombraba a un nuevo gobierno. Con el nombramiento, el Rey entregaba al nuevo Gobierno el

decreto de disolución de las Cortes. El Gobierno entrante organizaba las elecciones, pero antes

pactaba con el otro partido dinástico cuáles debían ser los "resultados" de las elecciones.

Mediante el llamado encasillado los dos partidos y los principales notables dentro de cada

partido pactaban cuántos escaños corresponderían a cada uno. El poderoso Ministro de Gober-

nación era la pieza clave del sistema. El resultado casi siempre era el mismo: el partido cuyo

gobierno convocaba las elecciones las ganaba.

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Escaños obtenidos en el Congreso por los distintos grupos políticos entre 1876-1901

Partidos.1876 1879 1881 1884 1886 1891 1893 1896 1898 1899 1901

Conservadores 329 304 62 311 93 262 63 284 97 243 99

Liberales 49 64 300 77 278 105 281 98 272 130 260

Republicanos 6 14 22 5 23 26 47 4 18 18 17

Tradicionalistas 0 2 4 0 1 8 9 11 7 5 11

Otros 7 8 4 0 0 0 1 0 7 6 15

Total escaños 391 392 392 393 393 401 401 401 401 402 402

Las cifras en negrilla indican al partido vencedor de las elecciones. Las cifras subrayadas indican que el partido

está en el poder a la hora de presidir las elecciones.

Fuente: http://www.historiaelectoral.com

Pero ¿cómo conseguían obtener en las elecciones más o menos los resultados pactados?

La sociedad de la época era en buena medida una sociedad rural, subdesarrollada y analfabe-

ta, que apenas entendía la política ni se interesaba por ella. Esa sociedad estaba dominada por

una oligarquía local, formada sobre todo por grandes propietarios terratenientes, algunos profe-

sionales de prestigio y representantes del Estado y la Iglesia. Esta oligarquía solía conceder

favores a cambio de lealtad y de ella dependían la mayoría de los empleos. Por ello la población

rural estaba acostumbrada a no contrariar a sus oli-

garcas y a menudo estaba muy dispuesta a respal-

darlos. Esta oligarquía local, a la que se daba el

nombre de caciques, debía a su vez favores a oli-

garcas de mayor influencia, los notables, que

vivían fuera de estos núcleos rurales, y así sucesi-

vamente hasta llegar a la gran oligarquía madrile-

ña.

Cada vez que se convocaban elecciones, la oli-

garquía política integrada en ambos partidos daba

instrucciones a sus caciques locales para que se

aseguraran de que el candidato indicado ganara las

elecciones en su distrito. Estos recurrían para ello a

las tácticas caciquiles, que iban desde la persua-

sión amistosa y el soborno a la amenaza y la vio-

lencia, pasando por métodos de manipulación elec-

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toral como el pucherazo, que consistía en llenar las urnas con papeletas manipuladas (el nombre

viene de los pucheros en los que a menudo se escondían estas papeletas antes de las elecciones),

o la falsificación de los censos electorales, en los que se introducía el nombre de habitantes de

otros distritos o de lázaros, es decir, difuntos.

Muchas veces los caciques eran políticos profesionales, que se presentaban como candi-

datos en sus distritos (eran los llamados "caciques" en sentido estricto). Pero a menudo el

cacique simplemente se aseguraba de que el candidato designado, fuera conservador o liberal,

saliera elegido en las elecciones. Ese candidato podía no tener ninguna relación con el distrito

en el que se presentaba, que podía no haber visitado en su vida. A esos candidatos colocados por

conveniencia en distritos con los que no tenían relación se les llamaba (y se les sigue llamando)

cuneros.

El resultado era un proceso marcado por el fraude electoral a gran escala. El fraude

dominaba especialmente en la España rural y era facilitado por el predominio de distritos redu-

cidos uninominales, donde solo había que asegurarse de controlar la candidatura más votada.

De hecho, a menudo se eligieron diputados sin necesidad de votación, por ausencia de adver-

sarios en las elecciones. En las ciudades, donde había una opinión pública más desarrollada y

donde se elegían varios candidatos, era más difícil aplicar las tácticas caciquiles de fraude elec-

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toral y más fácil que salieran elegidos candidatos de partidos no dinásticos. Por eso la contesta-

ción al régimen político canovista fue surgiendo de las grandes ciudades.

4. Balance

En conclusión, se debe reconocer al sistema canovista la capacidad de dar a España una

estabilidad política que no había logrado en décadas. Pero a cambio España quedó aislada in-

ternacionalmente, atrasada desde el punto de vista político y sometida a un régimen fraudu-

lento, dominado por el tráfico de influencias, el "enchufismo" y la corrupción. La "España real"

del atraso rural y el caciquismo era muy distinta de la "España oficial" del sufragio universal y

la monarquía constitucional. A medida que fueron penetrando en las ciudades españolas los

nuevos movimientos económicos, sociales, políticos y culturales que iban triunfando en Europa,

se fue agrandando la brecha entre la "España real" y la “oficial”. Se estaban poniendo las

semillas de la crisis de la Restauración, que estallaría bruscamente como respuesta al desastre

del 1898.

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