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Los intelectuales constituyen una categoría social de difícil precisión. En efecto, la relación histórica entre intelectual y vida pública está asociada a un momento preciso de la cultura eurooccidental: ese momento de fines del siglo XIX en que la controversia sobre una decisión del Estado, y más específicamente del poder judicial, provocó la acción colectiva de reputadísimas figuras científicas, artísticas y literarias de Francia, encabezadas por Emile Zola, seguido de otros como Anatole France y Marcel Proust. El episodio es conocido simplemente como el ‘Affaire Dreyfus’, y el pronunciamiento público como el Manifiesto de los Intelectuales (1898). Los intelectuales habían puesto en aquellas circunstancias al servicio del interés general de la sociedad lo que se ha considerado su privilegio, el ser depositarios de un capital específico, el capital cultural, un capital cuya característica esencial es que no se gasta tanto a favor de sus propietarios sino de causas que comprometen la sociedad en un momento determinado. Los signatarios, convencidos todos de la inocencia del oficial francés de origen judío, Dreyfus, acusado de espionaje a favor de los alemanes, tomaron partido por Dreyfus, es decir, le apostaron a la verdad y a la conciencia, frente a quienes, invocando la razón de Estado, se negaban a reconocer el error judicial y sus consecuencias. Cuál es su relación con el Estado, con el pasado nacional, con sus lealtades de clase y de partido, y cuál el alcance y límites de su autonomía, son las preguntas a las cuales desde entonces han tratado de responder, con diferentes enfoques teóricos y metodológicos, autores como Max Weber, Antonio Gramsci, Julien Benda, Robert Merton, Jean-Paul Sartre, Norberto Bobbio, Pierre Bourdieu y muchos otros. Más allá de cualquier definición, el tema de los intelectuales es un tema esencialmente político. Fue, por consiguiente, un debate decisivo en la lucha por la democracia el que constituyó a los intelectuales como ‘hombres públicos’, como actor colectivo que se expresa no sólo a través de la escritura y de la representación, sino a través de la movilización. Se ha dicho que la convocatoria como forma típica de protesta de los intelectuales contra la opresión y la guerra, es lo que la huelga a los obreros. 1 Desde luego que El compromiso social y político de los intelectuales Gonzalo Sánchez Gómez Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) Universidad Nacional de Colombia JILAS Journal of Iberian and Latin American Studies, 7:2, December 2001 ~

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Los intelectuales constituyen una categoría social de difícil precisión. Enefecto, la relación histórica entre intelectual y vida pœblica estÆ asociada aun momento preciso de la cultura eurooccidental: ese momento de fines delsiglo XIX en que la controversia sobre una decisión del Estado, y mÆsespecíficamente del poder judicial, provocó la acción colectiva dereputadísimas figuras científicas, artísticas y literarias de Francia,encabezadas por Emile Zola, seguido de otros como Anatole France y MarcelProust. El episodio es conocido simplemente como el �Affaire Dreyfus�, y elpronunciamiento pœblico como el Manifiesto de los Intelectuales (1898). Losintelectuales habían puesto en aquellas circunstancias al servicio delinterØs general de la sociedad lo que se ha considerado su privilegio, el serdepositarios de un capital específico, el capital cultural, un capital cuyacaracterística esencial es que no se gasta tanto a favor de sus propietariossino de causas que comprometen la sociedad en un momento determinado.Los signatarios, convencidos todos de la inocencia del oficial francØs deorigen judío, Dreyfus, acusado de espionaje a favor de los alemanes,tomaron partido por Dreyfus, es decir, le apostaron a la verdad y a laconciencia, frente a quienes, invocando la razón de Estado, se negaban areconocer el error judicial y sus consecuencias. CuÆl es su relación con elEstado, con el pasado nacional, con sus lealtades de clase y de partido, ycuÆl el alcance y límites de su autonomía, son las preguntas a las cualesdesde entonces han tratado de responder, con diferentes enfoques teóricos ymetodológicos, autores como Max Weber, Antonio Gramsci, Julien Benda,Robert Merton, Jean-Paul Sartre, Norberto Bobbio, Pierre Bourdieu ymuchos otros. MÆs allÆ de cualquier definición, el tema de los intelectualeses un tema esencialmente político.

Fue, por consiguiente, un debate decisivo en la lucha por la democracia elque constituyó a los intelectuales como �hombres pœblicos�, como actorcolectivo que se expresa no sólo a travØs de la escritura y de larepresentación, sino a travØs de la movilización. Se ha dicho que laconvocatoria como forma típica de protesta de los intelectuales contra laopresión y la guerra, es lo que la huelga a los obreros.1 Desde luego que

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Gonzalo SÆnchez GómezInstituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI)

Universidad Nacional de Colombia

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hubo hombres de letras y escritores desde mucho antes. Pero fue porprimera vez en 1898, y a raíz de aquel episodio, que esos hombres de letras,científicos e ideólogos hablaron en representación de heterogØneas fuerzassociales y de valores históricos de la cultura occidental, como los derechosdel hombre, la verdad y la democracia, valores bÆsicos de la sociedad queprobablemente en una nación en crisis como la nuestra no sean losdominantes.

Independientemente, entonces, de cualquier definición normativa osociológica que se adopte, tres serían, de acuerdo con lo anterior, loselementos constitutivos de la relación originaria: la interpelación a laopinión pœblica, el distanciamiento o ruptura frente al poder estatal, y elrecurso a la acción colectiva, todo ello con el propósito bien definido derestablecer la justicia quebrantada, por encima de cualquiera otraconsideración.2 Son temas que siguen aœn vivos al lado de tendencias queadvierten sobre el declive del poder de los intelectuales. En los EstadosUnidos comenzó a hablarse desde hace un tiempo del destronamiento eincluso de la desaparición de los intelectuales de la escena pœblica. Desdeluego es una dramatización de Russell Jacoby en su The Last Intellectuals,que casos como el de Noam Chomsky, o Edward Said, obligarían a matizar.Pero no deja de ser una apreciación muy significativa que apunta alproblema mismo de la identidad colectiva de los intelectuales hoy. Muydiferente es la trayectoria y la perspectiva latinoamericana.

Premisas generales

Antes de adentrarme en el tema, unas breves consideraciones sobre mienfoque. En Colombia, y en AmØrica Latina en general, la preocupaciónreciente pero tambiØn creciente en torno a los aspectos culturales de lapolítica o a la intervención política de los intelectuales, se producejustamente en un momento de enormes tensiones en la redefinición de supapel, en la bœsqueda de su identidad. Como lo ha seæalado Jesœs Martín-Barbero,3 los macrosujetos a partir de los cuales hablaba el intelectual�laNación, el Estado, el Pueblo�han entrado en crisis y han dejado alintelectual en una especie de suspenso. Esta es una primera constatación.Segunda constatación y premisa esta vez de orden metodológico: cadamomento histórico desarrolla formas características de intervención de losintelectuales y criterios de validación propios de esa intervención. Estoquiere decir que la participación y el compromiso del intelectual depende nosólo de la ubicación de Øste como categoría social, sino tambiØn del tipo desociedad en la cual se materializa su intervención, y de su entronque con laorganización de la cultura. Su historia es parte de la historia social de lacultura. Tercer presupuesto: vamos a asumir que cuando hablamos de�intelectuales� nos estamos refiriendo a los intelectuales pœblicos,4 es decir, a

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aquØllos cuyo quehacer opera como referente en el debate y en la formaciónde opinión ciudadana.

Retomando los elementos enunciados, se puede afirmar que la categoríaintelectual integra los siguientes componentes: una definición intrínseca ala propia comunidad de intelectuales (su autopercepción); una organizaciónpara la acción colectiva; y una relación específica con el poder-Estado. Es laconjunción de los tres la que permite diferenciar al intelectual del simpleacadØmico, científico o artista. Dentro de las anteriores premisas generales,voy a enunciar e ilustrar un esquema histórico de la relación de losintelectuales con la política en la era republicana, centrado en Colombia,pero en diÆlogo permanente con la historia cultural del subcontinente. Mevoy a referir a cuatro momentos y modalidades de esa relación: losintelectuales letrados; los intelectuales maestros; los intelectuales crítico-contestatarios; los intelectuales ciudadanos o intelectuales para lademocracia (los intelectuales mediadores).

El poder de los letrados y los letrados en el poder

En AmØrica Latina la inserción de los intelectuales en la política requiriómenos argumentos que en otras latitudes. Desde el momento de laIndependencia la asociación e incluso la fusión entre elites culturales ypolíticas fue manifiesta. La formación de una conciencia americana ynacional es el punto de condensación de esas recíprocas influencias, y se lapuede rastrear, como lo ha hecho el crítico uruguayo Angel Rama en sunotable La Ciudad Letrada, en próceres como Antonio Nariæo, divulgadorde los fundamentos democrÆticos de la emancipación, y en la tarea deeducadores tan notables como AndrØs Bello y Simón Rodríguez, este œltimoel maestro de Bolívar. Los caudillos culturales de entonces luchaban porromper el desencuentro entre, por un lado el mundo de la gramÆtica y elorden jurídico formal, que era el mundo de los abogados, escribanos yburócratas, y, por el otro lado, la �confusa realidad social�.5

Desde esta perspectiva resulta apenas lógico pensar que, si las letras (amenudo asociadas a las leyes) eran la fuente del poder, el medio mÆs idóneopara contrarrestarlo, sin subvertirlo, era tambiØn educarse: �paz,instrucción y progreso material bajo la Constitución de Rionegro�, fue uno delos lemas de la era radical. Como lo han seæalado Aline Helg y JaimeJaramillo Uribe, la creencia en el poder rectificador de la educación semanifestaba, por ejemplo, en el hecho de que despuØs de cada guerra seformulara frecuentemente una reforma educativa,6 y de ser posible, paraguardar el culto a las formas, una nueva Constitución, desde luego.Educación para la democracia, es una consigna típicamente republicana, ycomo instrumento de promoción y nivelación compite con, o se constituye enalternativa a, la fortuna y el linaje. Instrucción pœblica, gratuita y

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obligatoria es quizÆs la bandera mÆs consistentemente agitada durante elperíodo liberal-radical que va de 1850 a 1880. La educación, como motorcivilizatorio, jugarÆ un papel central no sólo a lo largo de la segunda mitaddel siglo XIX, sino tambiØn en las primeras dØcadas del XX entre lossectores populares y revolucionarios, incluidos los anarquistas, no sólo enColombia sino en toda AmØrica Latina.

No obstante estos esfuerzos democratizadores, a menudo con efectosperversos, como en el caso de la educación respecto a los pueblos indígenas,durante el período de la Regeneración, que cubre las dos œltimas dØcadasdel siglo XIX, se logró tejer en esa Colombia todavía agraria y pastoril, unaestrecha relación entre los letrados dedicados a las lenguas y a la culturaclÆsicas, la filología y la gramÆtica en particular, y el ejercicio del poder y elprestigio social.7 Del bien decir y del bien escribir debía fluir de maneranatural el buen gobernar, parecía ser la concepción de esta mirada elitistasobre la sociedad, la cultura y la política. Pureza de la raza, pureza de lalengua y pureza del cuerpo de la nación, eran elementos estructurantes dela metÆfora civilizatoria.8 En la pugna de ordenadores simbólicos de lacultura terminan imponiØndose pues en el œltimo cuarto del siglo XIX, laGramÆtica y la Filología en estrecho maridaje con la política. La figuraemblemÆtica es Miguel Antonio Caro, fundador de la Academia Colombianade la Lengua y luego Presidente de la Repœblica. Pero no fue el œnico. LagramÆtica y el estudio de la lengua en general, sumados a una visióncatólica y jerarquizada de la sociedad, eran un componente esencial delorden socio-político: �La letra�, dice el crítico uruguayo Angel Rama en suCiudad Letrada, apareció como �la palanca del ascenso social, de larespetabilidad pœblica y de la incorporación a los centros de poder�.9

La relación entre las letras y la política resultaba tan natural durante elsiglo XIX, y en su forma extrema en Colombia, que los especialistas de lasramas aparentemente mÆs apolíticas de las letras son los responsables delas grandes decisiones políticas en el trÆnsito del siglo XIX al XX. Basteevocar cuatro filólogos-gramÆticos en cuatro momentos cruciales: MiguelAntonio Caro es el artífice de la Constitución de 1886; JosØ ManuelMarroquín, presidente de Colombia durante un tramo de La Guerra de losMil Días y facilitador del proceso que llevó al desmembramiento dePanamÆ; Marco Fidel SuÆrez, gestor del restablecimiento de las relacionescon Estados Unidos, deterioradas con la pØrdida de PanamÆ; Miguel AbadíaMØndez, œltimo presidente de la hegemonía conservadora, administradordurante la crisis económica mundial del 29. Daba la impresión de que estospersonajes, mientras mÆs distantes, evasivos e incomunicados sepresentaran frente a la sociedad real, tanto mÆs exitosos resultaban en suspretensiones políticas.

La importancia del idioma, se ha sugerido, estaba dada por el hecho de queØste constituía para la visión conservadora el vínculo directo con el pasado

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hispÆnico y colonial. La Iglesia podía encargarse de hacer el resto. Enefecto, a las restricciones y al elitismo que imponía el culto al idioma, sesumaba otro factor de selección cultural: el que la Iglesia realizaba a travØsdel fatídico ˝ndice, uno de los mÆs poderosos y abusivos instrumentos decontrol ideológico, pariente de la Inquisición, y mediante el cual se decidíasobre lo que podía o no leerse o almacenarse en las bibliotecas o exhibirse enlas librerías. La Regeneración y, a la larga, la Repœblica Conservadora,significaban por consiguiente una incuestionable interrupción en el procesode acercamiento al mundo experimental que se había iniciado desde lostiempos de JosØ Celestino Mutis y de Francisco JosØ de Caldas, en laspostrimerías de la era colonial. Una verdadera transición regresiva, uncontragolpe cultural, con su visión tirÆnica y homogeneizadora de la culturay de la sociedad. Los fundamentos materiales de ese tipo de visión, que sevieron reforzados por el formalismo y la retórica de los hombres de leyes,sobrevivieron con el cambio de siglo. Gramaticalidad y formalidad jurídicaeran componentes indisociables del mismo universo mental. Había desdeluego opciones estØticas, idiomÆticas y culturales alternativas, como las queirrumpían en Antioquia en confrontación abierta con el centralismo políticoy cultural de BogotÆ; pero eran sólo destellos, sin continuidad estructural.

Frente a esa transición regresiva en Colombia surgió el paradigmalatinoamericano mÆs generalizador de la transición de la hegemoníacultural francohispana a la anglosajona ejemplificada en Ariel (1900) deJosØ Enrique Rodó.10 El panamericanismo aparece en la coyuntura de fin desiglo XIX simultÆneamente en su doble expresión: como factor liberador (enla guerra hispanoamericana que da la independencia a Cuba), y como nuevaexpresión del expansionismo, especialmente para Colombia, con el papeldecisivo de los Estados Unidos en la desmembración de PanamÆ. JosØ Martíen Cuba y JosØ María Vargas Vila en Colombia actuarían como guardianesy voceros de la integridad latinoamericana.

Los intelectuales maestros � la lucha por la autonomíacultural

SubterrÆneamente a la cultura elitista y dogmÆtica de las postrimerías delsiglo XIX hay dos corrientes que van a comenzar a diferenciar y a cambiarde manera decisiva el panorama cultural colombiano, los sistemas derepresentación y las sensibilidades. La primera corriente cultural es la queel historiador norteamericano Frank Safford hace remontar a los esfuerzosborbónicos por introducir en la Nueva Granada los llamados �conocimientosœtiles�. Se trata, en el esquema de Safford, de la consolidación de un �idealde lo prÆctico�, cuyos valores y condiciones económicas sólo vinieron acristalizarse, inicialmente, con la creación de la Universidad Nacional(1867) y, luego, con la fundación de la Escuela de Minas de Medellín (1888).

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Esta œltima, sobre todo, marcaba un incipiente desplazamiento hacianuevas influencias culturales norteamericanas, creaba bases firmes para laformación de una Ølite tØcnica y empresarial (no necesariamente teórica,científica o intelectual) opuesta a la hegemonía política y cultural de laselites bogotanas, aunque estrechamente asociada a los patrones culturalesde la Iglesia católica. Conjuga, entonces, de manera muy original, invenciónempresarial con tradición religiosa. El culto a la escritura y a la palabrasiguen latentes, pero comienzan a verse desafiados por una nuevaracionalidad y por el culto a la producción material y a la gestiónadministrativa. El papel de los ingenieros, de los tØcnicos, de loseconomistas y de los pedagogos comenzó a ser cada vez mÆs notorio en lasaltas esferas político-administrativas del país y en el anÆlisis mismo de larealidad nacional, en claro reto a la tradicional supremacía de abogados yde mØdicos. Ingeniero fue el mÆs influyente líder conservador del siglo XX,Laureano Gómez; ingeniero y rector de la Escuela de Minas fue tambiØn elposterior presidente conservador Mariano Ospina PØrez; economista fue elreformador de los aæos treinta Alfonso López Pumarejo. Perfiles muydistintos a los letrados del siglo XIX.

La segunda corriente innovadora es la que se insinœa, a comienzos de losaæos treinta del siglo XX, con la fundación de la Facultad de Ciencias de laEducación cuyos efectos fueron mucho mÆs profundos y duraderos en lacultura nacional y en la formación de las nuevas comunidades científicas(antropólogos, sociólogos, historiadores). La idea subyacente a estapropuesta intelectual era la de concentrar en dicha Escuela NormalSuperior los mejores cerebros del país y formar las nuevas generaciones enese nuevo espíritu de la Øpoca, cuyo momento inaugural para el efecto sueleubicarse, internacionalmente, en el movimiento reformador de Córdoba(Argentina) en 1919. Se trataba por lo demÆs de una gran empresa cultural,coetÆnea de otros movimientos militantemente innovadores, en las artesplÆsticas, con su sello indigenista, los BachuØs, y tambiØn en mœltiplesvariantes del vanguardismo literario, que incluyen a figuras tan disparescomo el poeta León de Greiff, el novelista JosØ Eustasio Rivera (LaVorÆgine, 1924), al ensayista Baldomero Sanín Cano (Crítica y arte, 1932) ya reformadores del sistema educativo como GermÆn Arciniegas. El temaomnipresente en las dØcadas del treinta y cuarenta era el de la pedagogía yla construcción del Estado, con los intelectuales como mediadores de esaconstrucción. Todas estas bœsquedas y expresiones eran coetÆneas,finalmente, de un proceso general de ampliación de la ciudadanía en elplano político, de un trÆnsito claramente identificable al pluralismocultural, Øtnico y social, en expresa reacción contra las exclusiones ysectarismos. Como en muchos otros países latinoamericanos, y dentro de lasmÆs variadas vertientes ideológicas, fue Øste el período de grandes temas enel debate intelectual, como la cuestión social (campesina, obrera e indígena),la pluralidad cultural; la diversidad regional y las condiciones de

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explotación de los recursos energØticos. Se trataba de temas dominados porpreocupaciones en torno a la identidad y la cuestión nacional, cuyacentralidad en la agenda de los intelectuales ya se había hecho patentedesde el siglo XIX.11

El intelectual de esta generación (estamos en los aæos treinta) y de losperfiles que hemos ilustrado, era cada vez mÆs autónomo de los partidos ydel poder estatal y tenía obviamente mayores vínculos orgÆnicos con lasociedad que los letrados, pero centraba su mirada en la perspectiva de latransformación, no de la sociedad en su conjunto, sino de uno de susmecanismos de reproducción, el aparato educativo, como punto estratØgicopara la transformación de la sociedad. La Escuela Normal Superior, ideadasobre el modelo de su contraparte francesa, formaba maestros, Intelectuales-Maestros. No era función exclusiva pero sí distintiva de la Escuela NormalSuperior. Allí, abanderada de esta mutación cultural, se vincularonmaestros de varias generaciones, dentro de los cuales numerososextranjeros, algunos de ellos fugitivos del Nazi-fascismo-franquismoeuropeo. Entre maestros y alumnos, la Escuela Normal Superior albergabaa la mayor parte de las grandes figuras de las ciencias socialescontemporÆneas en el país. Hay que insistir que se trata, en general, y adiferencia de los letrados, de figuras mÆs bien esquivas a la política, y encambio muy receptivas y propensas a la indagación científica y a lasecularización.

En todo caso, el movimiento de renovación cultural es abruptamenteinterrumpido el 9 de abril de 1948, día del asesinato del candidatopresidencial Jorge EliØcer GaitÆn, que es tambiØn un hito en laconfrontación de mentalidades. La intemperancia política y cultural de LaViolencia obliga al cierre de centros de debate intelectual y de prestigiosaspublicaciones y provoca el retorno a sus sitios de origen de algunos de losinmigrantes extranjeros que en dØcadas precedentes habían llegado aColombia perseguidos por los gobiernos de sus propios países. Esteestrangulamiento cultural podría asimilarse a una especie de contra-revolución preventiva, que es la caracterización que del fascismo hacían losanarquistas italianos. Y se produce en el preciso instante en que florecíanlos centros acadØmicos de otros países latinoamericanos, como El Colegio deMØxico, fundado en 1940; o se afirmaban tempranos procesos deinstitucionalización de las ciencias sociales, como el de Brasil, que habíacontado con el apoyo directo de figuras como Fernand Braudel, Claude LØvi-Strauss y Roger Bastide. Colombia, por el contrario, entraba en un silenciocultural de casi dos dØcadas, entre 1945�1965, y eso, en el contexto de laaceleración temporal del siglo XX, era mucho tiempo.

Para la cronología intelectual, La Violencia representa simplemente unelevadísmo �lucro cultural cesante�, una generación perdida, o al menos una�generación invisible�, como la llamó el poeta Jorge GaitÆn DurÆn. Desde el

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poder hay incluso un intento expreso de romper la continuidad histórica, dematar la memoria de este período, de hacer de ella un muerto mÆs. Enefecto, por una orden del Ministerio de Gobierno, se declaró en 1967 como�archivo muerto�, y aquí el lenguaje burocrÆtico coincide con el simbólico, elde los aæos de 1949 a 1958, el período de La Violencia.12 La precisión de lasfechas deja ver claramente que el problema no era el �ambiente de olorinsoportable� y el estado �horrible� de la oficina, como se arguyó, sino lapestilencia de la Øpoca que había que suprimir. El despojo de la memoriacolectiva y por lo tanto de la identidad durante La Violencia hizo muyarduo, demasiado arduo, el proceso de reconstrucción de los espacios para lacreación y para la crítica.

Los intelectuales críticos � la misión profØtica

Cerrado el parØntesis de La Violencia, se inicia en los aæos sesenta ysetenta un proceso de modernización de la sociedad (educación,secularización, clases medias) y del aparato productivo y cultural, unproceso que tambiØn se observa a lo largo del continente, pero sobrepremisas diferentes. Dichos procesos estÆn acompaæados a su vez de por lomenos tres grandes signos de renovación, que en diferentes momentos hancaracterizado el desarrollo intelectual latinoamericano: (1) una ampliaciónde las instituciones culturales (universidades, bibliotecas, museos,editoriales, revistas); (2) una ampliación del mercado de bienes simbólicos(libros, prensa cultural, galerías, cineclubes, discos, etc.); (3) una ampliaciónde la demanda de analistas sociales y políticos.

Estos, podríamos decir con el sociólogo Lewis Coser, son los nuevosescenarios democratizadores a partir de los cuales los �hombres de ideas� serelacionan ahora con sus pares y con la opinión pœblica, que constituye surazón de ser.13 Ellos, los hombres de ideas, recordØmoslo, sonsimultÆneamente producto y productores de opinión pœblica. En todo caso,en Colombia, despuØs del eclipse de La Violencia, los aæos sesentarestablecen la continuidad perdida con la Escuela Normal Superior con losmaestros y estos encuentran el espacio para la institucionalización denuevas disciplinas sociales que rompen su cordón umbilical con la matrizjurídica. La Universidad puede volver a indagarse sobre su papel en laproducción de ciencia, cultura y tecnología. Es tambiØn el despuntar de lasmÆs notables figuras contemporÆneas de las artes y las letras colombianas:Alejandro Obregón, Edgar Negret, Ramírez Villamizar, Fernando Botero,Gabriel García MÆrquez.

En el contexto de liberalización relativa y de evidente modernizacióncultural, se abre paso un tercer tipo de intelectual, el Intelectual Crítico,independiente de los partidos y del Estado. En el caso concreto colombiano,el intelectual crítico es el intelectual que ha asimilado la experiencia

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histórica de La Violencia, que la ha vivido como barbarie cultural, y que sepropone en cierto modo disecarla. Es lo que se hace desde la Facultad deSociología de la Universidad Nacional, con la cual se inicia lo que podríamosllamar la anatomía de La Violencia. Y, es preciso recordarlo, en su momentola sola descripción tenía una fuerza demoledora, subversiva. Sociólogos,antropólogos y geógrafos confluyen en La Violencia: disecan, diagnostican yproponen, en general para instituciones pœblicas, como el InstitutoColombiano de Reforma Agraria y otros. Desarrollo agrario y desarrolloindustrial, movimiento campesino y movimiento obrero, fueron los ejes deldiÆlogo mÆs o menos fecundo de economistas, sociólogos e historiadores.

Por la vía de la aproximación crítica a La Violencia, este intelectual seencuentra y choca con la realidad externa al mundo universitario, alsistema educativo. Se encuentra con partidos, con campesinos, conhacendados, con guerrilleros, con clases, con estructuras sociales, con unpoder político. Su blanco y tambiØn su reto es la sociedad global. Sucompromiso político es una clara prolongación de sus actividadesintelectuales. Es el momento de surgimiento de una nueva concienciapolítica de los intelectuales, de la crítica política del orden existente y de laaspiración a erigirse, como lo quería Wright Mills, en conciencia moral de lasociedad. Es tambiØn, para ponerlo en tØrminos de Jack Newfield, elmomento de las �minorías profØticas�, que hablan a nombre de losdesheredados, llÆmense obreros, campesinos, indígenas o pobladores de lasbarriadas. El intelectual de los aæos 60 estÆ ligado, mucho mÆs que hoy, auna intensa vocación de poder, de poder alternativo, incluso en sumanifestación mÆs descarnada de poder armado.

Es pues en esta atmósfera cultural de la Øpoca en donde, casi sin advertirlo,se encuentran el intelectual y el guerrillero. Pero no es, desde luego, laœnica forma de compromiso o de fusión de la teoría y la prÆctica. Elcompromiso asume tambiØn variantes inØditas como la de �los piesdescalzos� (los intelectuales que se unen a las masas) y la de la�investigación-acción�. En Colombia, las fronteras entre el pensamientocrítico del acadØmico y la acción revolucionaria del guerrillero llegan a sumÆxima tensión precisamente en la vida y obra de Camilo Torres, el cura almismo tiempo profesor de la Universidad Nacional, analista de La Violenciay combatiente. Tal tipo de desarrollo no dejó de tener su efecto perverso: ladebilidad de una intelectualidad de derecha. La ausencia de unaintelectualidad orgÆnica de la derecha en la Universidad, a mi modo de ver,afectó profundamente la maduración de la intelectualidad de izquierda. Laintelectualidad de izquierda no tenía contendientes en los estradosuniversitarios. En consecuencia no había debate. Y en consecuencia laintelectualidad de izquierda hablaba para sí misma, aunque su pretendidointerlocutor fuera el �pueblo�.

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Intelectuales para la democracia

El tipo de intelectual, crítico de la sociedad y deliberadamente marginadode la actividad estatal, que era el que había campeado en el panoramacultural desde los aæos sesenta, comenzó a ser desplazado desde comienzosde los aæos ochenta, a raíz de algunos virajes importantes en la políticanacional y en el contexto internacional.14 El principal de ellos en el planonacional, tiene que ver, por supuesto, con el replanteamiento de lasrelaciones entre la insurgencia y el Estado (iniciación del proceso dereconciliación) que llevó tambiØn a los intelectuales a establecer nuevasrepresentaciones de la sociedad, nuevas representaciones de las relacionesentre los intelectuales y el Estado, y nuevas alternativas para enfrentar lacrisis de legitimidad de las elites y las instituciones vigentes. Fue, en efecto,la iniciación del proceso de reconciliación política durante el gobierno delpresidente Belisario Betancur el que permitió que se aflojaran los vínculosorgÆnicos, las colaboraciones o las simpatías, de numerosos nœcleosintelectuales con la insurgencia. Aquí estÆ probablemente el meollo demuchas de las recientes transformaciones en nuestra cultura política: elcomienzo de un nuevo pacto político de la insurgencia con el Estadopreparaba un nuevo pacto cultural, el de los intelectuales con el Estado, sinque el primero, el de la insurgencia con el Estado, implicara renuncia a laspretensiones de transformación de la sociedad por parte de los antiguosinsurgentes, ni el segundo, el de los intelectuales con el Estado, implicarauna abdicación de la función crítica o de sus vínculos orgÆnicos conproyectos alternativos por parte de los intelectuales.

En este contexto, muchos intelectuales empezaron a ejercer su podersimbólico de manera muy distinta a como lo habían hecho en las dØcadasprecedentes e incluso entraron a jugar un papel, de facilitadores informalesde la comunicación entre el Estado y la insurgencia, o de actorescomprometidos con la consolidación de los procesos ya formalizados depacificación. Desde este punto de vista, no disimulan ellos su pretensión,por limitada que sea, de incidir en las políticas estatales (�intelectuales delEstado�), en los actores políticos y en la construcción de institucionesdemocrÆticas (�intelectuales en la política�), o en el acompaæamiento a losnuevos movimientos sociales (�intelectuales de la nueva ciudadanía�), ointelectuales societarios, que pretenden convertirse en los voceros de losmarginados. Todo esto sin menoscabo necesariamente de la autonomía queles confiere su pertenencia al campo cultural.15 Esta confluencia defunciones de los intelectuales quizÆs estØ asociada tambiØn con lastransformaciones que se han producido en los contenidos de la política.Como ha seæalado insistentemente Norbert Lechner, la �política ya no es loque fue�, ya no representa �el vØrtice ordenador de la pirÆmide social�, las�luchas políticas ya no logran representar a la diversidad de interesesfocalizados�. Lo cual de paso transforma tambiØn el contenido del �ser

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ciudadano�, amplia su sentido, porque ya no se refiere tan sólo a la políticainstitucional, al Estado y al sistema político, sino progresivamente a la vidasocial.16

El replanteamiento de las relaciones Estado-Intelectuales-Universidad queha facilitado el reencuentro de la academia con la política, a partir de unconcepto abierto de intelectuales para la democracia, o de intelectualesciudadanos, como diría Chomsky, (ligados ya sea al Estado, a la política o alos movimientos sociales) que piensan que la actividad de diagnóstico de unprograma o gestión gubernamental, e incluso la vinculación a una funciónpœblica, no presupone necesariamente la renuncia a una posicióncontestataria. Se trataría de una perspectiva en la cual no importaexclusivamente el lugar de su actuación (Estado, Academia, sociedad) sino,y de manera decisiva, su función. Esto es porque, contra toda visiónesencialista, es preciso reconocer que desde el Estado se pueden cumplirtareas democratizadoras (en los entes de fiscalización, como laProcuraduría, en las Consejerías de Paz y en las oficinas de DerechosHumanos), que por lo demÆs no implican abandono de los quehaceresintelectuales y que a la inversa, desde la insurgencia, pueden alimentar yde hecho alimentan actitudes, prÆcticas y visiones despóticas de la sociedad.Sobre la base de este reconocimiento se diversifica enormemente el abanicode posiciones intelectuales. Claro, todo ello con extrema precaución, porquecomo diría Coser, si antes la queja era por el rechazo de la sociedad oficial,ahora deben temer que se les acepte con demasiada rapidez.17

Al reflexionar sobre estas diversas formas históricas del papel de losintelectuales, no se estÆ estableciendo una secuencia lógica segœn la cual lasnuevas formas supriman las anteriores, sino que se estÆ subrayando lasformas dominantes en cada momento. De hecho, la presencia mœltiple detodas ellas es deseable y necesaria. MÆs claro aœn: no se puede prescribirque la función del intelectual deba ser revolucionaria, pero a nadie deberíaprohibírsele o inhibírsele adoptar una posición revolucionaria; tampocosería aconsejable prescribirle a nadie ser conservador; pero deberíafacilitÆrseles a los intelectuales expresar esa posición. Como dijo KarlManheim, por allÆ en los lejanos aæos treinta del siglo XX, en su famosaIdeología y utopía, el hecho de que los intelectuales no estØn socialmenteadscritos a una determinada clase o sector de la producción, les permitehacer una verdadera elección: o tomar partido o aprovechar su ventajaestratØgica de la equidistancia para construir una perspectiva total sobre laestructura social y política. Pero en cualquier caso las fuerzas de uno y otrobando deberían permitir que los conflictos de intereses se convirtieran enconflictos de ideas,18 porque cuando los conflictos de intereses no se puedentransformar en conflictos de ideas, como es el caso en la Colombia de hoy, elconflicto de intereses se vuelve confrontación armada, terror, exiliointelectual. Asimismo, una negociación sin controversia sería un

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contrasentido. Las preguntas del gran sociólogo americano Robert Merton, afines de los aæos 40, siguen siendo muy vÆlidas:

¿QuØ roles estÆn llamados a cumplir los intelectuales? ¿QuØ conflictos yfrustraciones han experimentado en sus esfuerzos por desempeæar esosroles? ¿QuØ presiones institucionales se ejercen sobre ellos? ¿QuiØndefine sus problemas intelectuales? ¿CuÆles son los típicos problemasque resultan de mantener líneas de comunicación entre los políticos y losintelectuales.19

En la segunda mitad del siglo XX y hasta el presente, Colombia ha estadoen permanente desfase con el resto del continente. Si se piensa en loscontextos político-culturales que han amenazado la estabilidad de muchosde los grandes centros o al exilio de sus líderes intelectuales, puedeconstatarse que en Colombia vivimos tempranamente bajo La Violencia, elautoritarismo anti-intelectual, que luego se difundió por gran parte de lageografía latinoamericana, alimentado directamente por el Estado o poractores estatales. Observemos tambiØn que en Colombia la expansión decentros, actores y productos culturales se produce en los 70 y 80, encontravía de las tendencias de los países del Cono Sur y de loscentroamericanos que pasan por las peores dictaduras. La misma asintoníase detecta en los œltimos lustros: en el momento en que se expanden yconsolidan los procesos de democratización en AmØrica Latina, en Colombiaresurgen las amenazas al mundo cultural. Lo que hace tambiØn que LaViolencia se viva como una experiencia ininterrumpida.20

No se aboga desde luego por una defensa corporativa de los intelectuales encontraposición a otros sectores que se van organizando cada día enColombia para ponerse al margen del conflicto, reclamando especificidadeso privilegios frente a los seæores de la guerra. Tampoco se olvidan de los 25mil muertos al aæo por la violencia, que se traducen en la mÆs alta tasa dehomicidios en el mundo despuØs de El Salvador; tampoco del millón y mediode desplazados de la œltima dØcada que nos ponen al lado de SudÆn,AfganistÆn y Angola; ni de los secuestrados cuyas cifras en Colombiaascienden al 50 por ciento del total de secuestrados en el mundo; tampoco seignoran las continuas y flagrantes violaciones a los derechos humanos de losque no tienen voz; y mucho menos podría omitir entre los datos estratØgicosde la guerra en este momento, que Colombia fue en 1999 el tercer mÆsgrande receptor en el mundo de asistencia militar americana, despuØs deIsrael y Egipto, con una ayuda equivalente a la recibida por toda la AmØricaLatina y el Caribe juntos; y en el horizonte inmediato cuenta con 1.600millones de dólares para el llamado Plan Colombia cuya aprobación estÆ aconsideración del Congreso de los Estados Unidos, bajo el escrutinio de losmas diversos sectores de la sociedad americana y colombiana.

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La importancia de los intelectuales, si alguna les queda frente a estepanorama, estÆ en la capacidad que tengan para convertirse en agentes delensanchamiento de la sociedad civil, de ese centro del cual ellos son parte, yque ha venido creciendo tímida pero persistentemente a travØs de mœltiplesformas de acción colectiva: llÆmense pronunciamientos, protestas, marchas,incluidas las multitudinarias contra el secuestro. Era la perspectiva por laque abogaba el historiador y economista asesinado Jesœs Antonio Bejarano.Claro que hay signos contrarios que apuntan mÆs a la defección ocontracción de la sociedad frente a los actores armados, que a unaexpansión de sus recursos de poder y de su autonomía. Asediada por laviolencia, la sociedad cada vez hace mÆs concesiones: (1) negociación enmedio de la guerra, es decir resignación frente a la violencia; (2) si no sepuede ganar la guerra, hay que civilizarla, pobre papel para el DerechoInternacional Humanitario; (3) se agotaron los argumentos políticos ymilitares, hay que convencer y convencernos de que �la paz es rentable�, esdecir, pongÆmosle una buena dosis de utilitarismo al proceso; (4) ruptura detodas las barreras Øticas frente a fenómenos como el secuestro, al cual seacepta ponerle sólo restricciones nominales de edad (los ancianos y losniæos) y hasta se acepta considerar la posibilidad de prolongarlo hasta queno se obtengan recursos alternativos para sus ejecutores.

En AmØrica Latina, y especialmente en la Colombia de hoy, con realidadescomo Østas, para el intelectual no es una opción sino una necesidad estar enla política. Incluso la neutralidad se les enrostra a los intelectuales y se lescobra como traición. No se les acepta al margen de la polis. Por eso, a losintelectuales se les intimida hoy no tanto por estar de un lado o del otro,sino porque no quieren estar ni con el uno, ni con los otros. Lo cual seasociaba tambiØn a un hecho central en las dos œltimas dØcadas: el dØficitde intelectuales en los actores armados e idØntico dØficit en elEstablecimiento. Asistimos así a lo que podríamos llamar una �des-substanciación� de la confrontación, es decir, a una guerra sin política y auna política sin ideas.21 Con todo, resultaría apremiante la necesidad depensar en una categoría o función propia de intelectuales para el momentoactual, que pudieran inscribir su acción y su pensamiento no en laperspectiva de legitimación y conservación de una sociedad en crisis ytampoco del escalamiento de la guerra sino de negociación, superación de lacrisis y terminación de la guerra. Es posible que los intelectuales ya nopuedan, como en los tiempos del �Affaire Dreyfus�, apoyados por la opiniónpœblica, prevalecer sobre los hombres del poder y de las armas. Tal vez seademostrable que efectivamente han sido desplazados en muchos aspectospor la mediatización y privatización de la cultura y por las formas decomunicación audiovisual que los han atomizado y les han anulado en partesu carÆcter colectivo y su función de guías de costumbres y valores de lacotidianidad privada y política,22 aunque a decir verdad estos recursostambiØn han potenciado su visibilidad. Pero aœn así, con sus limitaciones,

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los intelectuales tal vez tengan importantes tareas que cumplir comoactores de la esfera pœblica, mucho mÆs desde luego en sociedades como laslatinoamericanas que aœn conservan una saludable carga de politización dela cultura.

Un buen punto de partida para repensar las funciones del intelectual esquizÆs la categoría que el filósofo y a la vez militante político italianoNorberto Bobbio ha llamado los intelectuales como mediadores dinÆmicos,intelectuales específicos para una sociedad en abierta confrontación. Sutarea, dice Bobbio precisando la propuesta, es situarse, no por encima de lalucha, ni siquiera fuera, sino en el fondo de la misma, con el fin de buscarentre los contendientes, en la medida de lo posible, una solución pacífica.23

No es desde luego una tarea fÆcil, un espacio ya ganado, pues la situaciónde guerra suprime de hecho las dinÆmicas propias del despliegue de laacción de los intelectuales, a saber, la disidencia y la controversia. El puntoes claro: si se pierde este espacio de autonomía, de intervención sin sersujeto a la mordaza o a la liquidación física, la reconstrucción de nuestraposguerra, el diseæo de la nueva sociedad serÆn elaborados a punta de fusily de balas, no de ideas, concepciones o modelos. No se sabe hasta quØ puntolos intelectuales colombianos estØn entrando en una etapa de silenciotÆctico mientras la sociedad civil toma el relevo haciendo escuchar su voz enla movilización callejera.

Pero lo que sí es seguro es que la academia y el mundo culturalnorteamericano en particular, pueden jugar un papel muy importante en lageneración de esos espacios, que necesitamos preservar y fortalecer enAmØrica Latina, con dos condiciones mínimas: por un lado, que Colombia yAmØrica Latina rompan con esas imÆgenes ya instaladas e interiorizadas deperiferias mirando al centro y se proyecten, por el contrario, como potencialcultural para los Estados Unidos, como factor dinamizador de preguntas, deenfoques, de actitudes frente a la sociedad; y, por otro lado, que los analistasnorteamericanos se decidan a repensar el largo trecho que existe entreintelectuales y acadØmicos.24 Mirado desde AmØrica Latina, el mundouniversitario americano da la impresión de haber aceptadoconfortablemente un creciente empobrecimiento de su lugar en la sociedad.Encerrados en su torre de marfil, el compromiso de los acadØmicos se limitaen buena medida a su reproducción: conseguir fondos para producir ypublicar para conseguir mÆs fondos, o en el mejor de los casos, a labœsqueda de una verdad sectorial, o territorializada, de manera honrada ymodesta, pero poco imbuida del espíritu de comprender el mundo derelaciones en que se desenvuelve su vida. Hay que aspirar a mÆs. Si algopertenece al sentido y a la tradición de lo que es ser un intelectual, esprecisamente la capacidad y la voluntad de enunciar preguntas y de tratarde responderlas a una audiencia que no es exclusivamente acadØmica, y lagenerosidad para actuar independientemente o aœn a costa de sus propiosintereses. �Quien habla sólo de sus intereses�, nos dice Beatriz Sarlo, �no es

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un intelectual sino el portavoz de una fracción social o de sí mismo�.25 Losintelectuales, son �anfibios culturales� que se mueven en muy distintosplanos y diferentes niveles de discurso.26 No son simples expertos,funcionarios o burócratas; no permiten que otros definan por ellos las metasde sus actividades y los problemas a resolver, sino que son, en todo elsentido de la expresión, �diseæadores de modelos culturales�, que elaboranprincipios de acción. A la politización de los intelectuales en AmØrica Latinaen dØcadas recientes ha correspondido una institucionalización yacademización de los intelectuales en los EEUU, y mÆs grave aœn unahiper-especialización que ha llevado a lo que podríamos llamar una�balcanización del conocimiento�.

Este panorama sobre la historia política de los intelectuales en Colombia sedebe ver como una invitación a los colegas americanos a repolitizar la visiónde su papel y de su objeto. Y puesto que el objeto fundamental se llama aquíAmØrica Latina, cabría una segunda cadena de reflexiones, ligadas a lasanteriores: AmØrica Latina puede ser abordada, por los acadØmicos, comocaso o desviación de un modelo, o como ilustración de una hipótesis, conmediaciones que pueden incluir o no, la política, pero que no la reclaman.Para los intelectuales, por el contrario, las preguntas estaríanintrínsecamente ligadas a valores Øtico-políticos, como la democracia, losderechos humanos, las reformas económicas y los efectos de la guerra. Eldía en que se asuma de manera plena y generalizada que ser estudiosos deAmØrica Latina conlleva compromisos Øticos inevitables, ese día habrÆempezado a cambiar, al menos en un terreno específico, la relación centro/periferia. Ese día tambiØn habrÆ empezado a cambiar la conciencia y laidentidad colectiva de los intelectuales norteamericanos. Es la aproximaciónque de alguna manera ya se ha iniciado con el plan integrado de reflexión yde acción que estÆ poniendo en marcha el Instituto Kellogg sobre Colombia,en campos como los seæalados, perspectiva que uno quisiera vermultiplicada en otros centros de Estados Unidos. Si iniciativas de Østasprosperaran y si logramos universalizar la crisis colombiana, en el sentidode asociarla a las experiencias traumÆticas de otros pueblos, Colombiadejaría de ser vista como la rara excepción de AmØrica Latina, y afloraría ensu lugar, por un lado, ciertamente el papel de prefiguración de los malesque habría que evitar en otras latitudes; pero, por otro lado, tambiØnColombia habría sido la ocasión para el redescubrimiento de las bases de unnuevo y fecundo diÆlogo interamericano. Eso contribuiría a la superacióndel desencuentro entre las dos AmØricas, mediante la construcción de unanueva relación y una nueva mirada sobre AmØrica Latina. Con el tiempoquizÆs tambiØn los latinoamericanos, puedan construir una nueva miradasobre los Estados Unidos.

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NotasThis paper was presented as the Diskin Memorial Lecture for the LatinAmerican Studies Association and Oxfam America, �For the Integration ofScholarship and Activism�, Miami, March 2000.

1 Norberto Bobbio, La duda y la elección. Intelectuales y poder en la sociedadcontemporÆnea, Barcelona, Paidós, 1997, p. 47.

2 Para una genealogía del concepto, vØase: Christophe Charle, Naissance des<<intellectuels>> 1880�1900, París, Editions de Minuit, 1990; HumbertoQuiceno, Los intelectuales y el saber, Cali, Colombia, Centro EditorialUniversidad del Valle, 1993, pp. 9�16, especialmente.

3 Jesœs Martín-Barbero, Conferencia en el Instituto de Estudios Políticos,BogotÆ, 1997.

4 Jacoby Russell, The Last Intellectuals, New York, The Noonday Press, 1987,p. 221.

5 Angel Rama, La Ciudad Letrada, Ediciones del Norte, 1984, p. 49.

6 Jaime Jaramillo Uribe, Manual de Historia de Colombia, t. III., BogotÆ,Colcultura, 1980, p. 260.

7 VØase de Malcolm Deas, El poder y la gramÆtica, BogotÆ, Tercer MundoEditores, 1993; y de Marco Palacios, Estado y clases sociales, especialmente elprimer capítulo �La clase mÆs ruidosa�, BogotÆ, Procultura, 1986.

8 Jean Franco, �Latin American Intellectuals and Collective Identity�, en LuisRoniger and Mario Sznajder (eds), Constructing Collective Identities,Brighton, Sussex Academy Press, 1998.

9 Ibid., p. 74.

10 Para una visión panorÆmica de estos temas, vØase el libro de la historiadorasuiza Aline Helg, La educación en Colombia 1918�1957, BogotÆ, FondoEditorial CEREC, 1987. El título en francØs es mÆs diciente: Civiliser lepeuple et former les Ølites.

11 Fernando Uricoechea, �Los intelectuales colombianos: pasado y presente�, enAnÆlisis Político, No. 11, BogotÆ, Instituto de Estudios Políticos y RelacionesInternacionales, Universidad Nacional de Colombia, 1990, p. 62.

12 Los ejecutores de esta determinación fueron: la Jefe del Grupo de ArchivoElvira de Chaparro; el Jefe de División Administrativa Gerardo VesgaTristancho y el Secretario General del Ministerio, Jacobo PØrez Escobar, entreotros.

13 Lewis A. Coser, Hombres de ideas, MØxico, Fondo de Cultura Económica,1968, pp. 19�25.

14 Se retoman aquí algunas de las ideas esbozadas en la sesión inaugural delSimposio �Democracia y Restructuración Económica en AmØrica Latina�,celebrado en Villa de Leyva en abril de 1994, y convocado por el IEPRI de laUniversidad Nacional de Colombia.

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15 JosØ Joaquín Brunner & Alicia Barrios, Inquisición, mercado y filantropía,Ciencias Sociales y Autoritarismo en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay,Santiago, Flacso, 1987, p. 183.

16 Norbert Lechner, �Nuevas ciudadanías�, en Revista de Estudios Sociales,Facultad de Ciencias Sociales Uniandes/Fundación Social, No. 5, p. 25.

17 Coser, Hombres de ideas, p. 371.

18 Karl Manheim, Ideología y utopía, MØxico, Fondo de Cultura Económica,1941, p. 141.

19 Robert Merton, �Role of the Intellectual in Public Bureaucracy�, en SocialTheory and Social Structure, New York, The Free Press, 1957, pp. 262�63.

20 Permítanme ser un tanto personal para ilustrar Østa que es una vivenciacolectiva: nací en plena Violencia a fines de los aæos 40 en una de las zonasmÆs convulsionadas del país, el Tolima, y creo que sobreviví por azar. Nopodría contar hoy los vecinos y coterrÆneos muertos. Dos de mis compaæerosde salón en la Universidad, el senador Ricardo Villa Salcedo y el defensor depresos políticos Eduardo Umaæa Mendoza, fueron asesinados en distintosmomentos de la dØcada del noventa; dos compaæeros de generación estudiantiluniversitaria, el antropólogo y profesor de la Universidad de Antioquia,HernÆn Henao, y el economista y ex-Consejero de Paz, Jesœs AntonioBejarano, fueron asesinados en su oficina y en el aula respectivamente en elsegundo semestre del 99; un alumno, a quien dirigí su tesis de Maestría,Darío Betancourt, fue desaparecido y salvajemente asesinado a mediados delaæo anterior; colegas del Instituto donde trabajo han salido del país poramenazas de distinta procedencia, y el Director del mismo Instituto aquípresente, Eduardo Pizarro, sufrió un atentado en vísperas de Navidad, al cualsobrevivió de milagro. Por eso nadie se sorprendió cuando a raíz de uno deestos episodios nuestro Instituto levantó esta consigna: �que el pensamientodeje de ser objetivo militar�. Difícil por tanto para las gentes de mi generaciónescapar a la idea de que hemos vivido casi sin pausa la violencia a lo largo dela segunda mitad del siglo XX.

21 Gonzalo SÆnchez G., �Los intelectuales y la política�, en AnÆlisis Político, No.38, BogotÆ, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales,Septiembre/Diciembre 1999, pp. 37�38.

22 RØgis Debray, Le pouvoir intellectuel en France, Paris, Editions Ramsay,1979. Ver tambiØn Beatriz Sarlo, �Intelectuales, un examen . . .�, en Revista deEstudios Sociales, Facultad de Ciencias Sociales Uniandes/Fundación Social,No. 5, enero 2000, p. 12; y Jean Franco, �Latin American Intellectuals andCollective Identity�.

23 Norberto Bobbio, La duda y la elección. Intelectuales y poder en la sociedadcontemporÆnea, Barcelona, Paidós, 1998, p. 10.

24 Las observaciones que siguen surgieron de una comunicación con JuanGabriel Gómez.

25 Beatriz Sarlo, Revista de Estudios Sociales, Facultad de Ciencias SocialesUniandes/Fundación Social, No. 5, enero 2000.

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26 Antanas Mockus, �Anfibios culturales y divorcio entre ley, moral y cultura�, enAnÆlisis Político, Instituto de Estudios Políticos, Universidad Nacional deColombia, No. 21, enero/abril de 1994, pp. 37�48.

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