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1 Ruy Pérez Tamayo, Ciencia, paciencia y conciencia, p. 38.2 El autor distingue entre ciencia y tecnología, como quien distingue entre ciencia básica y ciencia aplicada. En este sentido, la primera es una actividad humana que busca la comprensión de la naturaleza y que produce conocimiento y la segunda es la utilización de dicho conocimiento. De esta forma, “la tecnología es una actividad transformadora cuyo objetivo es el aprovechamiento de la naturaleza y cuyos productos son bienes de consumo y de servicio”. Ibídem, p. 34. Al respecto también puede consultarse la obra del mismo autor titulada Cómo acercarse a la ciencia, CNCA-Limusa-Fondo Editorial de Querétaro, México, 1989.

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¿ Qué es la ciencia? ¿para qué sirve? ¿qué rasgos la caracterizan? ¿cómo y dónde aprenderla? ¿cómo y dónde enseñarla? ¿bajo qué circunstancias? ¿con qué medios? ¿tiene sentido enseñar ciencia(s) en educación básica? ¿a quién o quiénes beneficia su enseñanza?

¿qué repercusiones tiene o puede tener no enseñar ciencia(s) en un país como el nuestro? ¿contribuye la ciencia a fortalecer la identidad nacional? ¿ayuda aca-so a resolver los “grandes problemas nacionales”?

Muchos son los obstáculos que enfrenta la ciencia en nuestro país. Ruy Pé-rez Tamayo, en su libro Ciencia, paciencia y conciencia, ha dicho que aún priva en México la ausencia de una tradición científica y la carencia de una Política Nacional –así, con mayúsculas– respecto a la ciencia y su funcionamiento, su coordinación y su prospectiva. También advierte sobre los peligros de la buro-cratización y los efectos de un mesianismo científico que considera la ciencia como una panacea, como “[…] la única fuente del conocimiento humano, como el último árbitro de la moral y de la ética, como la solución de todos los proble-mas que aquejan a la humanidad”.1

Esta última situación, más bien atribuida a la ciencia que consustancial a ella, es lo que él llama “prostitución de la ciencia”, pues la permanencia en nuestras mentes de que la ciencia es un fin en sí misma y de que su esencia y único va-lor radica en su utilidad, impiden tener una visión más amplia de lo que a esta actividad atañe.

Otros problemas son, sin duda, la disminución de los recursos oficialmen-te asignados a la investigación científica y todo lo que ello implica: becas in-suficientes para apoyar a más jóvenes investigadores, cierre del mercado de trabajo, sueldos miserables –sobre todo si los comparamos con personas que perciben jugosos salarios y que no han tenido la necesidad de prepararse tanto para desempeñar su actividad–, fuga de cerebros, desintegración de la comuni-dad científica, confusión aún prevaleciente entre ciencia y tecnología2, etc. En

Germán Iván Martínez GómezCatedráticoEscuela Normal de Tenancingo, Estado de Mé[email protected]

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relación con este último punto, Ruy Pérez Tamayo, apunta:La confusión entre ciencia y tecnología hace que la mayor parte de las veces, cuando los funcionarios y administradores creen estar hablando de ciencia, en realidad se están refiriendo a la tecnología. Esto es lamentable como manifestación de ig-norancia, pero tiene consecuencias trágicas para la ciencia porque se traduce en políticas específicas que restringen su desarrollo.3

3 Ibídem, p. 56.

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No obstante la magnitud de los problemas arriba referidos, posiblemente el más fuerte, advierte el también autor del libro En defensa de la ciencia, es la formación de nuevos científicos. Es este, desde mi perspectiva, un verdadero problema de educación. Y es que la única forma de librarnos de nuestro subde-sarrollo científico es apostarle a la ciencia y emprender una serie de acciones muy concretas. Entre ellas están:

1º Hacer de la ciencia una prioridad nacional. Esto implica educar a los propios políticos para que vean la ciencia más allá de su utilidad y sus posibles aplicaciones.

2º Reconocer la importancia de la ciencia como un medio y no como fin en sí misma. Esto está relacionado con la posibilidad de concebir la ciencia como un esfuerzo humano por comprender el mundo y comprendernos mejor a nosotros mismos. Tiene que ver, también, con la posibilidad de transformar dicho mundo y transformarnos con él para integrarnos mejor y vivir inteligentemente. En resumen: reconocer la importancia de la ciencia es reconocer, como dice Ruy Pérez Tamayo, esta actividad humana como una “conquista espiritual”.

3º Traducir el reconocimiento que hacen los políticos respecto de la importancia de la ciencia en apoyos reales y consistentes, particularmente, aumentando el gasto nacional destinado a ella. Esto mismo debe hacerse en las instituciones educativas. Priorizar la enseñanza de la ciencia conlleva a dotar a dichas instituciones de los recursos, materiales y humanos, necesarios para que la investigación y el apego a la ciencia florezcan; implica, también, que se atraigan, retengan y formen, cada vez más y mejor, a los docentes que habrán de atender a nuestros jóvenes.

4º Depositar la investigación científica del país en manos de los propios científicos, para que ellos determinen sus ámbitos de estudio, distribuyan los recursos destinados por el Estado, tengan su marco de acción y prioricen estrategias para logar mejorías en la coordinación de sus instancias de funcionamiento y organización. Asimismo, es urgente generar mecanismos para incrementar y fortalecer su comunidad, atender sus áreas de desarrollo, apuntalar los rubros menos favorecidos y decidan, sin más, el rumbo que habrá de seguir la ciencia en México.

5º Urge integrar la ciencia a nuestra cultura y, lo que es más difícil, impulsar la generación de una cultura científica.

6º Reformar la manera en la que se ha aprendido y enseñado la ciencia en nuestro país para con el propósito de atender, con prontitud, la formación de

jóvenes investigadores, científicos y tecnólogos.

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Particularmente, este último punto tiene que ver con iniciar lo que consi-dero debe ser una verdadera “cruzada nacional” para reclutar a jóvenes inte-ligentes que se interesen en la inves-tigación científica. Para ello, no sólo será necesario revisar la manera en la que nuestros estudiantes han apren-dido y aprenden lo relacionado con un quehacer considerado demasiado “serio”, sino que es preciso integrar, como lo hemos dicho ya, la ciencia a nuestra cultura. En este sentido, la ciencia debe

[…] asociarse con otras cosas, aparte de (o además de) la tecnología; puede asociarse a la educación, lo que no sólo mejora sino hasta ennoblece a ambas; también puede asociarse a las humani-dades, para producir lo que en nuestro tiempo es un individuo verdaderamen-te civilizado; incluso puede asociarse con la cultura, para penetrar hasta los recovecos más profundos de nuestras creencias y costumbres y eliminar de ellas todo lo irracional, todo lo protegido por el miedo y la ignorancia.4

Debemos, además, ver la ciencia como una ocupación intelectual más y hacerla atractiva para nuestros alum-nos. Al respecto, lo que verdadera-mente importa es despertar un gusto por la ciencia, una philia, un deseo, una sensación agradable al entrar en contacto con ella. Incluso, diría que es necesario ver la ciencia desde una perspectiva hedonista, tal y como lo plantea Martín Bonfil Olivera en su libro La ciencia por gusto. Una invita-ción a la cultura científica. Así, enten-deríamos que este modo peculiar de apreciar la realidad llamado ciencia, es una actividad no sólo placentera sino divertida.

Lo que se busca entonces –o debie-ra buscarse– es que nuestros alumnos aprendan a saborear la ciencia, a de-gustarla, a probar este tipo de saber y lo hagan despacio y con deleite. Pero, ¿cómo aprender y enseñar ciencia(s)

4 Ibídem, pp. 34-35.

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con grupos saturados? ¿cómo hacerlo sin la infraestructura suficiente? ¿cómo sin el apoyo necesario? ¿cuál debe ser nuestro papel en esta tarea? ¿cuál el de los alumnos? ¿cuál el de las autoridades educativas? ¿cuál el de los padres? ¿cuál el de la comunidad científica nacional? ¿cuál el de la clase política? Yo, como usted, amable lector, tengo más preguntas que respuestas; sin embargo, me parece fundamental apuntar que sin el apoyo necesario a la ciencia y sin la atención de los aspectos arriba señalados, y otros que la propia comunidad científica debe fijar, será difícil escapar del analfabetismo científico al que esta-mos condenados.

De ahí que Martín Bonfil insista en señalar que urge una cultura científica en nuestro país. Pero no una cultura “general” y “obligatoria” respecto de lo que es la ciencia, su lenguaje, sus características, utilidades y ventajas. Más allá de eso, el autor propone ir en busca de esta cultura a partir del interés y del placer; de este modo, propone convertir el valor pragmático de la ciencia en valor estético. Así, dice, “[…] la ciencia es muy interesante –incluso fascinante–, y por ello vale la pena compartirla”.5 No obstante, él mismo reconoce que ha sido la difusión de la ciencia la que ha resultado no sólo artificial, sino perjudi-cial y dañina. La ciencia ficción, por ejemplo, más que fortalecer una formación científica sólida y motivar el aprendizaje de este saber, ha generado prejuicios y malentendidos.

En este sentido, resulta fundamental señalar que la creación de una cultura científica depende en gran medida del ambiente familiar, de la escuela y los docentes pero, sobre todo, del interés de saber cada vez más. Este interés, pienso, debe prevalecer en todos nosotros, particularmente en nuestros jóve-nes. Son ellos quienes están en contacto directo con la ciencia todos los días o, al menos, con la aplicación del conocimiento científico. En este sentido, si bien no son productores, sí son consumidores de tecnología. Pero entender cómo funcionan la radio, la televisión o el celular que usamos para comunicarnos; el saber cómo se confecciona la camisa o el pantalón que nos ponemos, no sólo nos permitirá librarnos en parte de la ignorancia que nos amenaza sino que po-sibilitará entender mejor nuestro mundo y disfrutarlo.

Para alcanzar una cultura científica será fundamental que la comunidad cien-tífica asuma su compromiso con el conocimiento y su responsabilidad con la sociedad. Pero también será esencial el trabajo que realicemos los docentes dentro y fuera del aula. A nivel estructural, será vital revisar el número de mate-rias científicas que se cursan en las escuelas y, si no es posible aumentarlas, por lo menos deberá atenderse que exista entre ellas un vínculo estrecho que nos permita tener una visión global de la realidad que estudiamos.

También será prioritario revisar la pertinencia de los conceptos científicos que empleamos, la sencillez o complejidad de los mismos; esto, con el propósito de no hacer más abismal el lenguaje común y el científico, situación que repercute en el interés de abordar o no un texto de esta índole. Y es que la documenta-ción científica, tal y como apunta Ana Eugenia Díaz de León, “no está dirigida a provocar emociones o a la obtención de cierto disfrute […] La documentación científica proporciona datos acerca de la realidad”.6

De esta manera, el papel del docente para acercar a los jóvenes al conoci-miento científico es primordial. Ruy Pérez Tamayo, menciona al respecto, lo que él llama cinco cualidades esenciales de un buen maestro.7 La primera, dice, es que el maestro sea un investigador científico activo. Según sus propias pala-bras, “es prácticamente imposible enseñarle a un estudiante a hacer algo que su maestro no hace”.8 La segunda cualidad es que el maestro debe estar genui-

namente interesado en la enseñanza, es decir, concebir su labor como una actividad centrada en sus estudiantes. La tercera aspira a que el maestro sepa estimular al alumno para que desarro-lle sus propias ideas. Esto implica abrir la oportunidad de que los estudiantes aprendan, por una parte, a buscar in-formación, seleccionarla y analizarla pero, sobre todo, que se atrevan a pensar por sí mismos, despertando con ello su creatividad, imaginación y buen juicio. La cuarta cualidad, dice el autor del libro Acerca de Minerva, es no estorbar. Esto quiere decir que el buen maestro tiene que saber deter-minar el momento oportuno para su intervención pedagógica. Finalmente, la quinta cualidad es aceptar y promo-ver que una de las metas más nobles de la educación es que los alumnos superen a sus maestros. Ya Friedrich Nietzsche decía en el siglo XIX: “Cada maestro sólo tiene un alumno y éste generalmente le es infiel, pues está destinado a ser maestro como él”.

A estas cinco cualidades del buen maestro debemos agregar la importan-cia que tiene el papel del alumno para acercarse a la ciencia. Al respecto, comparto el punto de vista de muchos estudiosos que han concluido que si algo no nos gusta, no lo aprendemos y que si estamos motivados para apren-der aprendemos más y mejor. En este sentido es que me atrevo a afirmar que la ciencia con gusto entra.

Juan Manuel Gutiérrez Vázquez, ha dicho al respecto que “nadie va a aprender si no quiere aprender”.9 Este autor hace énfasis en un hecho fundamental: antes que el aspecto cognoscitivo, se halla el afectivo. Así, nuestra motivación personal y dispo-

5 Martín Bonfil Olivera, La ciencia por gusto. Una invitación a la cultura científica, p. 18.6 Ana Eugenia Díaz de León, Guía de comprensión de lectura. Textos científicos y técnicos, p. 15.7 Cfr. Ruy Pérez Tamayo, Cómo acercarse a la ciencia, CNCA-Limusa-Fondo Editorial de Querétaro, México, 1992. 8 Ibídem, p. 80.9 Juan Manuel Gutiérrez Vázquez, Aprendiendo a enseñar y enseñando a aprender, p. 38.

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10 José Antonio Millán, “La lectura y la sociedad del conocimiento” en Vamos a leer. Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Octubre de 2005, Número 418, p. 5. 12 Cfr. Ignacio Pozo Municio, Aprendices y maestros. La nueva cultura del aprendizaje, Alianza, Madrid, 2005.13 Cfr. Georges Charpak, Manos a la obra. Las ciencias en la escuela primaria, FCE., México, 2005. En esta obra, el autor no sólo aborda la enseñanza de las ciencias naturales en las escuelas primarias de Estados Unidos, sino que convierte sus reflexiones en interesantes rubros que quedan pendientes en la educación científica que priva en nuestro país. De esta forma, no sólo apunta que los experimentos y, por ende, la manipulación son esenciales para aprender, sino que nos recuerda que la ciencia es una mirada sobre el mundo que implica un papel protagónico por parte de los padres de familia y de lo él llama una escuela de debate, objetiva y demócrata.14 Juan Manuel Gutiérrez Vázquez, Op. cit., p. 37.

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sición para aprender resultan esenciales en ese trance que implica ir de la in-formación al conocimiento. Pero, ¿cuál es la diferencia entre una y otra? José Antonio Millán nos ayuda haciendo una distinción interesante:

LA INFORMACIÓN EL CONOCIMIENTO

Es algo externo

Es informe

Es rápidamente acumulable

Se puede automatizar

Es inerte

Es interiorizado

Es estructurado

Sólo puede crecer lentamente

Sólo es humano

Conduce a la acción10

El mismo Gutiérrez Vázquez subraya que “el conocimiento implica estructu-ración, organización y ordenamiento”.11 De esta forma, el cometido nuestro es lograr que los alumnos den ese salto cualitativo y entiendan que el conocimien-to es un constructo, es decir, una edificación propia que implica un esfuerzo y una estructuración mental. A nosotros nos toca reconocer que dicha estructu-ración se da de forma distinta en cada ser humano. Esto es lo que los psicó-logos llaman estilos cognitivos y los pedagogos estilos de aprendizaje. Pero, independientemente de los términos con que se califiquen, lo que es cierto es que se refieren a las distintas maneras en las que los humanos asimilamos la información y logramos el conocimiento.

Así, lo que debemos buscar respecto al aprendizaje y enseñanza de la cien-cia, más que concentrarnos en dar un cúmulo de conceptos inconexos y una serie de pasos para intentar justificar la aparición de la ciencia a partir del méto-do científico, es despertar en nuestros estudiantes el amor por este tipo saber y su disposición para aprenderlo. En el ámbito educativo, esto es ir, según ex-presión de Ignacio Pozo Municio, “[…] del aprendizaje de la cultura a la cultura del aprendizaje”.12

Si enseñar es ayudar a otros a aprender, enseñar ciencia(s) es ayudar a la hu-manidad entera a crecer en la comprensión de sí misma. De ahí la importancia de enfatizar que su aprendizaje no sólo contribuye a la formación de nuestra personalidad, tal y como advirtió Georges Charpak13, sino que es un delicioso pretexto para experimentar, descubrir y despertar un asombro enmohecido que debe ser constantemente asumido y renovado.

Gutiérrez Vázquez ha dicho maravillosamente que “Un buen maestro puede facilitar, orientar, organizar y consolidar procesos de aprendizaje en sus alum-nos, pero no puede aprender por ellos”.14 En este sentido, un buen maestro de ciencia(s) será aquel que motive a sus estudiantes a responsabilizarse en gran parte de su proceso de aprendizaje. Eso que hoy tan pomposamente se llama “aprender a aprender”.

BIBLIOGRAFÍABIBLIOGRAFÍA

Bonfil Olivera, Martín, La ciencia por gusto. Una invitación a la cultura científica, Paidós,

México, 2004, 196 pp.

Charpak, Georges, Manos a la obra. Las ciencias en la escuela primaria, F.C.E., México, 2005, 144 pp.

Díaz De León, Eugenia, Guía de comprensión de lectura. Textos científicos y técnicos, SEP-ANUIES,

México, 1988, 143 pp.

Gutiérrez Vázquez, Juan Manuel, Aprendiendo a enseñar y enseñando a aprender, Trillas,

México, 2006, 107 pp.

Millán, José Antonio, “La lectura y la sociedad del conocimiento” en Vamos a leer. Gaceta del Fondo

de Cultura Económica, Octubre de 2005, Número 418, pp. 4-9.

Pérez Tamayo, Ruy, Ciencia, paciencia y conciencia, Siglo XXI, México, 1991, 152 pp.

Pérez Tamayo, Ruy, Cómo acercarse a la ciencia, CNCA-Limusa-Fondo Editorial de Querétaro,

México, 1989, 151 pp.

Pozo Municio, Ignacio, Aprendices y maestros. La nueva cultura del

aprendizaje, Alianza, Madrid, 2005, 383 pp.