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, ARISTOTELES ET FÍSICA Introducción de Miguel Candel Traducción de Patricio de Azcárate "e "--" ES PASA

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Introducción de Miguel Candel a la Metafísica de Aristóteles

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ARISTOTELES

ET FÍSICA

Introducción de Miguel Candel

Traducción de Patricio de Azcárate

"e "--"

ES PASA

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INTRODUCCIÓN

TEMÁTICA Y COMPOSICIÓN DEL TEXTO

No resulta fácil, en una primera lectura, descubrir el núcleo te­mático de la METAFÍSICA, y si el lector se acerca a ella con el pre­juicio, heredado de la tradición escolástica y aún insuficiente­mente desacreditado (Kant y Hegel fueron los primeros en combatirlo), de que la obra filosófica de Aristóteles constituye un cuerpo de doctrina bien trabado y ordenado, sistemático, en una palabra, es inevitable que sufra una decepción.

Lo cierto es que la METAFÍSICA resulta quizá, de todos los es­critos conservados de Aristóteles, el que menos unidad interna presenta y, sin duda, el que más claramente trasluce una composi­ción por etapas, con un ensamblaje bastante rudimentario entre los diversos libros o fragmentos de libros. Éstos, catorce en total, se ocupan de asuntos a primera vista tan dispares y tan dispar­mente repartidos como:

a) Teoría de la ciencia como saber a partir de principios y cau­sas, clasificación de las ciencias y dificultades para la admisión de una ciencia universal (libros I, IL III y VI).

b) Historia de las diversas opiniones filosóficas sobre las cau­sas de lo existente (libro l).

e) Ontología o ciencia de lo que es (ente) en general y discusión de los sentidos en que se dice que algo es (libros IV, VI y VII).

d) Discusión de los principios de identidad y contradicción con­siderados como axiomas fundamentales de toda ciencia (libro IV).

e) Estudio sobre la verdad y la falsedad (libro IX).

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t) Estudio del concepto de substancia y sus clases, como con­tenido central de concepto de ente o ser (libros VII, VII y XII).

g) Estudio sobre los cambios que pueden experimentar las substancias materiales y la naturaleza en general (libro IX).

h) Estudio sobre la divinidad como «motor inmóvil» del uni­verso y acto puro que se piensa a sí mismo (libro XII).

i) Estudio sobre los conceptos de unidad, alteridad, diferencia y contrariedad (libro X).

j) Crítica de la teoría platónica de las ideas y los números (li­bros XIII y XIV).

Los dos libros no mencionados en este índice temático contie­nen, respectivamente, un glosario de los términos filosóficos em­pleados en el resto de la obra (libro V) y una recapitulación de sus temas principales, así como algunos otros ya tratados en la Física (libro XI, probablemente apócrifo).

Por otro lado. la mayor parte de los conceptos que aparecen en este texto están tomados de las otras grandes obras filosóficas del Estagirita, sobre todo del Órganon (tratados de lógica) y de la Fí­sica, donde reciben, por lo general, un tratamiento más pormeno­rizado.

El propio título de la obra parece traducir ya una cierta perple­jidad ante su caracterización temática. Es habitual la interpreta­ción, muy verosímil a la vista de los hechos, de que el primer edi­tor sistemático. Andrónico de Rodas (a quien lo esencial de la obra aristotélica conservada llegó tras una rocambolesca peripe­cia narrada por el historiador y geógrafo del siglo I a. C., Estra­bón, y cuyos hitos serían: abandono bisecular en la bodega de la casa del discípulo de Aristóteles Neleo en Skepsis, Tróade; bi­blioteca de Apelicón de Teos en Atenas; botín del general romano Sila: biblioteca del gramático Tiranión en Roma), situó trece de los catorce libros actuales (el II se añadiría más tarde) tras los tra­tados de Física por parecerle que su contenido presuponía hasta cierto punto el de esta última y los tituló, en función de ello, ME­TAFÍSICA («libros subsiguientes a la Física»): título, pues, que aludiría no tanto a la naturaleza intrínseca de lo tratado (que re­sultaba difícil de precisar) cuanto a su relación extrínseca con otros estudios.

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Sea ello como fuere, lo cierto es que, si algún hilo conductor hay que hilvane los catorce libros, éste no es, como señala acerta­damente Pierre Aubenque (véase bibliografía), el de ningún tipo de saber defmitivo, sino el de un «saber reiteradamente buscado» (€ml;;r¡'tOUJ.!ÉVr¡v 8m<m'¡Jlr¡v), expresión que, con diversas varian­tes, aparece a lo largo de toda la obra,

Wemer Jaeger (v. bibliogr.) fue el primero en señalar no sólo la heterogeneidad, sino también la inestabilidad de las ideas que se exponen en la METAFÍSICA. Su tesis (que Aristóteles. tras una etapa de identificación plena con la filosofía de su maestro Pla­tón, se fue distanciando progresivamente de ella) no ha sido con­validada por los estudios más recientes, en los que predomina la creencia de que en el seno de la Academia existían ya en vida de Platón posturas divergentes en puntos cruciales, como la teoría de las ideas subsistentes, y que Aristóteles se alineó desde el prin­cipio en contra de ella (así, por ejemplo, Enrico Berti: v. bi­bliogr.). Pero lo que no admite discusión es que Aristóteles em­prendió un esfuerzo teórico análogo al de Platón y que, al igual que éste, chocó con una serie de dificultades (o «aporías», en la terminología que él mismo emplea) ante las que no le cupo sino mostrar las dos caras de la moneda que el problema ofrecía sin ser capaz de sintetizarlas realmente.

Porque el verdadero tema central de la METAFÍSICA, que jus­tifica sobradamente el hablar de una obra, por más que fallida, es éste: partiendo de la base de que toda ciencia es la demostra­ción de una serie de tesis derivadas necesariamente de unos principios que esa misma ciencia no puede ni tiene por qué de­mostrar, ¿es posible alcanzar un conocimiento o ciencia univer­sal que permita, si no demostrar, sí al menos garantizar la vali­dez de unos principios generales y, merced a ellos, de los principios de cualquier ciencia particular? La respuesta (o me­jor, respuestas) a esa cuestión es lo que constituye, indi­solublemente ligado a otras cuestiones emanadas de las diversas ciencias, el contenido de la METAFÍSICA, ciencia, en rigor, sin contenido propio y, por tanto, sin nombre propio, aparte del que le sobrevino accidentalmente por un azar de la historia de su transmisión.

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LA DIVISIÓN ARISTOTÉLICA DEL SABER

En el libro VI, capítulo 1, Aristóteles procede a una clasifica­ción de los modos de «pensamiento» (8távow) o, como traduce Azcárate, de las «concepciones intelectuales», donde distingue entre: pensamiento práctico, creativo (o productivo) y teórico. Los dos primeros se distinguen del último en que el «principio» (apxi]) del que parten reside en el sujeto que «piensa», mientras que el principio de la teoría se halla en el objeto pensado (del que el pensamiento es puro reflejo, sin «intervención» en él); por su parte, el práctico y el productivo se distinguen entre sí, según se explica en otros escritos aristotélicos (Ética nicomáquea, I 1, VI 5, etc.), por el hecho de que el objeto del primero es inmanente al sujeto actuante, mientras que el del segundo es trascendente a él, v. g.: son saberes prácticos la ética y la política; productivos, las di­versas artes.

En cuanto al saber teórico, se subdivide a su vez en tres cien­cias: matemáticas, física y teología. La distinción entre ellas se basa, como hemos dicho. en diferencias propias, no de la activi­dad subjetiva, sino de la realidad de sus objetos respectivos, a sa­ber: el carácter móvil o inmóvil, independiente o no-indepen­diente (combinados binariamente) de los entes que aquellas ciencias estudian. Y así, la matemática versa sobre entes inmóvi­les (inmutables como, por ejemplo, la relación de equivalencia entre los ángulos de un triángulo y el ángulo central de un semi­círculo), pero no-independientes (las relaciones y magnitudes matemáticas no existen en sentido absoluto,. sino que necesitan de un soporte material para darse realmente). La física, por el contrario, versa sobre entes móviles (todo ser natural está sujeto a cambio) e independientes (todo ser natural lleva en sí mismo el soporte material que autonomiza su existencia). La teología, por último, gira en torno a entes inmóviles corno las estructuras mate­máticas, pero independientes corno los seres naturales, combina­ción de rasgos que excluye la presencia de materia como soporte existencial y que exige, por tanto, un tipo de existencia de orden superior~ con el que Aristóteles identifica lo que suele entenderse por divinidad. Como se puede ver, Aristóteles pasa en silencio

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una cuarta combinación teóricamente posible: entes móviles como los naturales y no-independientes como los matemáticos; pero es lógico que así sea, según su concepción del saber, pues la suma de esos dos rasgos no dejaría, por así decir, ningún asidero a nuestra capacidad cognoscitiva, al carecer esos hipotéticos entes tanto de la inmutabilidad como de la autonomía que pudieran permitir al pensamiento «fijarlos» o «distinguirlos» mediante una definición, que es, según el Órganon, el principio inmediato de toda ciencia. Esa hipotética realidad. inaprensible es, como expone Aristóteles en la Física, la materia (ÜA.r¡), principio de indeterminación e inin­teligibilidad que limita nuestro poder intelectivo.

Ahora bien, parece obvio que Aristóteles no deja aquí hueco alguno en el que colocar una ciencia universal de los principios de todo saber, que según sus declaraciones programáticas de li­bros anteriores constituiría el objetivo central del tratado.

LA CIENCIA DEL ENTE EN CUANTO AL ENTE

El libro IV se abre con la rotunda afirmación siguiente: «Hay una ciencia que estudia él ser en tanto que ser y los accidentes propios del ser. Esta ciencia es diferente de todas las ciencias par­ticulares, porque ninguna de ellas estudia en general el ser en tanto que ser» (capítulo 1).

Parece, pues, que Aristóteles encuentra en el concepto de «ser», o «ente», la clave de bóveda que da trabazón y consisten­cia a todo el edificio del saber teórico. La «ciencia buscada», la «metafísica», no sería otra cosa que ontología, estudio del con­cepto común a todas las cosas, aquél del que todos los demás par­ticipan (Aristóteles emplea para designar ese concepto el partici­pio griego del verbo ser, ov, que en la escolástica medieval se vertió al tecnicismo pseudo-latino ens, «ente», pero que corres­ponde, como traducción más aproximada en castellano, a una ora­ción de relativo sustantivada: lo que es). En efecto, se diga lo que se diga de cualquier cosa, siempre se expresa su realidad diciendo que es: es esto o lo otro, de este modo o de este otro, pero, en cualquier caso, es.

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Aristóteles no hace aquí sino replantear un viejo tema de de­bate de la Academia platónica que, tomando pie en las afirmacio­nes de Parménides (primer filósofo que usó el término «ser» sus­tantivado para designar el concepto supremo englobante de toda realidad), dilucida la posibilidad o no de sostener con sentido una reducción dialéctica de todos los predicados posibles acerca de las cosas a lo que es o a lo uno o a ambos, y ver, de paso, si am­bos son convertibles entre sí.

Lo cierto es que la versión dada por Platón en su diálogo Par­ménides aboca a numerosas antinomias o paradojas lógicas y se­mánticas (lo que es, si es, no es uno, y si es uno, no es; más aún, la afirmación de cada uno de los dos conceptos sobre sí mismo implica su negación). Aristóteles (que en la Física, I 2-3, analiza y critica esas «aporías») zanja el problema expeditivamente apli­cando un recurso que procede ya, seguramente, de su etapa como discípulo de la Academia (según se desprende de la utilización que de él hace en los Tópicos, una de sus obras primerizas): la ne­gación de que lo que es, el ente, sea el género supremo de todas las cosas, como extrapolación de las relaciones lógicas que se dan entre conceptos englobantes y englobados (entre conjuntos y subconjuntos, diríamos hoy desde un punto de vista extensional). Esta extrapolación, según Aristóteles, es ilegítima, como se en­carga de explicar en los mencionados Tópicos (IV 1 y 6, VI 3 y 6) y en la propia Metafísica (Ill 3) con diversos argumentos que, en sustancia, son los siguientes: lo que es y lo uno no pueden ser ambos géneros supremos, pues ambos se incluirían entonces recí­procamente; ahora bien, un género tiene que ser más extenso que cualquiera de sus especies (o géneros de menor alcance incluidos en él), de modo que si lo que es engloba a lo uno y viceversa, nin­guno de los dos es género del otro, pues ambos serán igual de ex­tensos; pero si ninguno de los dos es género del otro, ninguno de los dos es género supremo, pues el género supremo ha de ser gé­nero de todos los demás. En cuanto a la simple posibilidad de que cada uno de ellos sea género independientemente del otro, tam­poco es admisible, vg.: por lo que respecta a lo que es, si fuera género, habría de poder dividirse en especies mediante la añadi­dura de diferencias; ahora bien, en toda subdivisión de un género

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en especies las diferencias que se añaden son conceptos no in­cluidos en ese mismo género (por ejemplo, al dividir viviente en animal y vegetal añadimos diferencias como capaz o incapaz de desplazarse que no son exclusivas de los seres vivos, sino que es­tán tomadas de familias conceptuales ajenas a la de viviente); de modo que las diferencias que se añadan a lo que es para determi­nar sus diversas especies, al no estar incluidas en ese presunto gé­nero, no se podrá decir de ellas que son, no serán tales diferen­cias ni servirán, por tanto, para subdividir el presunto género de . lo que es.

Ahora bien, si no existe un género supremo, no puede haber ciencia suprema, pues sólo hay ciencia, según Aristóteles, cuando hay definición, y la definición tiene como base el género (META­FÍSICA, lll 3): cada ciencia distinta corresponde a un género dis­tinto. ¿Qué hay entonces de la ontología? ¿Cómo se compadece la conclusión de que el ente no es un género con la premisa de que hay «una ciencia» del ente en cuanto ente?

Ante todo hay que recordar que en esa afirmación, realizada al comienzo del libro IV, no se emplea, al referirse a la ciencia en cuestión, el numeral «una» (en griego sería ¡.IÍa), sino el indefi­nido «Una>> (en griego es nc;): este matiz, sin ser suficiente palia­tivo, quita algo de fuerza a la afmnación, pues cabe interpretarla como la presentación de una ciencia cabal, sino de «algo así como una ciencia». Lo cierto es que Aristóteles reconoce, al comienzo del capítulo siguiente, que «el ser se entiende de muchas mane­ras». Esa concesión, forzosa a partir de la negación del carácter genérico de lo que es, abre paso a la distinción (fundamental en toda la filosofía aristotélica y elaborada también, seguramente, ya en el período académico) de diez sentidos diferentes en el con­cepto de ser, llamados «categorías» o «figuras de la predicación» (oxi¡¡.Ia'ta 'tfíc; lW'tT]yopiac;), y que corresponden a conceptos como entidad ( OUO'Ía, vertido tradicionalmente por «Substancia>> y a veces por «esencia»: Azcárate usa ambos términos, además de «seres»), cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, activi­dad, pasividad, situación y estado. Estos diez conceptos sí son otros tantos géneros y representan los diversos tipos de existencia que puede designar un término en un enunciado. El tipo de exis-

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tencia primordial es el que corresponde a la entidad, única cate­goría autosuficiente como explicación de las cosas, única clase de nombres que pueden figurar como sujetos de una proposición sin requerir aclaraciones ulteriores. Las demás figuras de la pre­dicación, aun constituyendo géneros independientes, derivan su tipo de existencia del de la entidad, a la que de un modo u otro hacen referencia como soporte o sujeto de su enunciación.

La ciencia del ente en cuanto ente será, pues, «algo así como una ciencia» repartida en el estudio de esos diez géneros en los que se diluye («Se contrae», dirán los aristotélicos medievales) el pseudogénero ente, lo que es. Pero su pretensión de ciencia unifi­cada (perenne aspiración, ésta, del saber humano, reeditada en nuestro siglo, por ejemplo, con el también fracasado intento epis­temológico del Círculo de Viena) se mantendrá, hasta cierto punto, aferrándose al carácter no estrictamente homónimo ( equí­voco) de las diversas acepciones de lo que es, ya que todas ellas, por así decir, «apuntan a» (aunque no «se incluyen en») la acep­ción substancial, la de lo que es como entidad. Para explicar esa unidad interna de la ontología, Aristóteles recurre a la compara­ción con la medicina y su relación con la salu,d: ¿o sólo ésta, como estado corporal, es su objeto, sino también aquello que la produce, la preserva o la indica; del mismo modo las modalida­des de ser que complementan y presuponen la entidad formarán parte intrínseca del estudio de ésta (METAFÍSICA, IV 2).

Como señala Enrico Berti (v. bibliogr.), la ontología aristoté­lica entronca directamente con la dialéctica platónica, pero modi­ficando radicalmente sus presupuestos: Platón concebía el saber universal como un árbol de conceptos articulados entre sí a modo de ramas convergentes en un tronco común, de cuya savia (el «concepto» supremo, idea-fuerza más que concepto, el bien) to­dos ellos participarían en mayor o menor grado. Ahora bien, la relación que permitía ensamblar entre sí los conceptos (corres­pondiente a la articulación entre los entes) era para Platón la de inclusión o participación (¡.¡.c'tixnv), unívocamente entendida como unificación (cuando se recorre el camino ascendente de unos conceptos a otros más englobantes) y como división (cuan­do se sigue el camino inverso): de ahí la importancia decisiva que

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parece haber revestido en la fase final de la filosofía platónica la teoría de los números ideales, presididos por el supremo de la unidad (principio de determinación) y su antítesis, la díada inde­finida (principio de indeterminación). El concepto de uno tendría, pues, para Platón preeminencia incluso sobré el de ente (como se pone manifiesto en los desarrollos ulteriores de la tradición neo­platónica, especialmente Plotino y Proclo).

Aristóteles, en cambio, apoyándose en una distinción platónica entre dos tipos de entes, los absolutos o en sí (KaS' ainá) y los relativos a otros (n:poc; aAA.a),acuñada en el Sofista (255 e), am­plía esa primera brecha abierta por ei propio Platón en la univoci­dad del concepto de ente y transforma la categoría genérica de re­lación en una pluralidad de formas relativas de ser y de unidad mutuamente irreductibles y articuladas en tomo al ente en sí y unidad por antonomasia, la entidad. Pero, a la vez, reconoce tam­bién a aquellas otras categorías ontológicas un cierto carácter ab­soluto, en la medida en que su dependencia respecto del ente substancial no equivale a la accidentalidad, a la posibilidad de que se den o no se den como tales: un hombre, por ejemplo, pue­de tener una cualidad u otra (ser blanco o negro), una cantidad u otra (medir tantos o cuantos codos), una actividad u otra (hablar o escuchar), etcétera, pero no puede carecer en absoluto de cuali­dad, cantidad, actividad, etc.

La distinción aristotélica de las categorías presupone una pro­fundización mayor en la estructura del lenguaje. Las proposicio~ nes no se ven ya como formas simples de enlazar entre sí térmi­nos homogéneos. La relación de predicación no es ya una mera y genérica inclusión, sino que encierra distintas modalidades inasi­rnilables a un paradigma único, v. g.: la relación sujeto-predicado que se da en Aquiles es fuerte es ontológicamente distinta de la que se da en Aquiles es alto de cuatro codos; en efecto, Aquiles puede ser más o menos fuerte que otro, pero no puede ser más o menos de cuatro codos que otro. Por algo Aristóteles fue el primero en elaborar una teoría gramatical explícita, refrendada en sus líneas fundamentales por los gramáticos griegos y latinos posteriores. Pero lo decisivo para la ontología no fue tanto que distinguiera entre diversos tipos de predicación, como hemos visto, sino que

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distinguiera radicalmente el sujeto del predicado, no como un simple término incluido en otro, sino como signo de una estruc­tura real más profunda que permite aclarar cuestiones ontológicas fundamentales a la vez que explicar por qué la ontología nunca puede llegar a ser ciencia en sentido pleno.

LA ENTIDAD: PRINCIPIOS Y CAUSAS

Lo que revela en último término el análisis aristotélico de la predicación es que no todos los términos pueden ser invariable­mente predicados de otros. Hay algunos a los que sólo cabe con propiedad ejercer de sujetos. En el libro VII, uno de los fun­damentales de la METAFÍSICA (junto con el I, el ID, el IV, el IX y el XII), Aristóteles establece (capítulo 3) que la substancia o enti­dad, acepción primordial del ente, es precisamente aquella reali­dad a la que corresponde esa clase de términos; dicho rasgo es justamente el que distingue a la entidad de las demás categorías, y lo que justifica la traducción latina de oucría por substantia, es decir, lo que subyace, como el sujeto subyace al predicado al es­tar incluido en él, «cubierto» por él (de hecho, ya el propio tér­mino griego significaba, al margen de su uso filosófico, «bienes raíces» o «hacienda», en clara conexión con el concepto de «sub­sistencia», etimológicamente emparentado con «substancia»).

Pero la misma categoría de entidad encierra una dúplice estruc­tura interna, que se manifiesta cuando se aparta de su función sin­táctica propia para predicarse de un término englobado por ella. Cuando la entidad lo es en sentido primario (no un género subdi­vidible, sino una especie indivisible) sólo puede predicarse de in­dividuos singulares, concretos: hombre de Sócrates, caballo de Bucéfalo, etc. En esos casos la entidad se desdobla en un universal (Ka9óA.ou) perfectamente determinado por su situación en el árbol conceptual al que pertenece y un singular (Ka9' €Kacr'tov) indeter­minable fuera de la experiencia concreta en que se percibe y se enuncia, ajeno a la persistencia intemporal de los objetos de la ciencia. Como dice Aristóteles al comienzo mismo del libro VII, lo que es, en sentido de entidad, puede entenderse como una esen­cia, n f:crn (literalmente: qué es, lo susceptible de defmición), y

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como un individuo concreto, 1:óoe n (literalmente: un esto, lo sus­ceptible sólo de intuición en un lugar y un momento dados).

Esa dualidad intrínseca a toda entidad natural (no considera aquí Aristóteles la cuestión de las hipotéticas entidades divinas, objeto de la teología, sino sólo las entidades sensibles, objeto de la física) la tematiza el filósofo con su distinción entre la materia (í.íA.r¡) o sujeto (Ú1tmcet!lEVov) por antonomasia, principio de pluralidad y variación, concreción espacio-temporal irrepetible, reacia a toda generalización, y laforma (¡J.op<pi¡) o esencia última (1:i ~vd.vm), principio de unidad y constancia, estructura definida, integrable y relacionable con otros contenidos de conocimiento al margen de la experiencia inmediata. Dualidad que cierra definitivamente el ca­mino a toda pretensión de instaurar una ciencia omnipenetrante capaz de reducir toda realidad a estructura transparente, sin reco­vecos inaccesibles a su mirada. Pues la materia, como la «necesi­dad» (aváyKr¡) platónica, constituye un límite insalvable para el intelecto, que no puede reducirla a forma definida.

Aristóteles reconoce ese límite y lo integra, como principio ex­plicativo de igual rango que la forma o esencia, en su concepto de ente primario, substancia o entidad. La oucria en sentido más pro­pio y pleno es, pues, el conjunto unitario (crúvoA.ov) de materia y forma. «Principios explicativos», hemos dicho, y no «Constituti­VOS», pues no es lo mismo, para Aristóteles, principio (apxft) que parte constitutiva o elemento (O"'totxE'iov): así, por ejemplo.las cate­gorías son elementos del ente en cuanto ente, pues el concepto- de ente no se halla entero en ninguna de ellas; por el contrario, tanto la materia como la forma agotan, cada una desde un plano ontológico distinto, la totalidad de la substancia. Aquí reside el nudo gordiano de la problemática ontológica: la entidad natural es una singularidad que sólo puede determinarse como tal desde la universalidad de su esencia inmutable (mientras sea tal entidad) y una universalidad que sólo puede realizarse como tal en la singularidad de su aquí y ahora

Esa misma dualidad de principios que aparece en la considera­ción estática de la entidad se manifiesta igualmente en su análisis dinámico. Entonces (libro IX) la indeterminación de la materia se expresa en la provisionalidad de la potencia ( oúva!ltt;, lo que puede realizarse) y la coherencia de la forma en la perfección del

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acto (f:vépyeta, lo que está realizado). El cambio se explica así mediante una dualidad de principios de los que la potencia corres­ponde al estadio inicial y el acto al final, mientras que al tránsito del uno al otro (el cambio propiamente dicho) le corresponde, se­gún expresión de Aristóteles (esta vez no en la METAFÍSICA, sino en la Física, III 1), el «acto de lo que es en potencia en cuanto tal (potencia)», es decir, el acto consistente ni más ni menos que en una potencia, la posibilidad de una realización que está realizada como tal posibilidad, es decir, como todavía no realizada: con­cepto paradójico como ningún otro de la filosofía aristotélica, y que revela, aún más llamativamente que el de «conjunto unitario de materia y forma», la complementariedad absolutamente indi­sociable de principios ontológicos opuestos pero igualmente ne­cesarios para dar cuenta de la realidad.

A partir de ese análisis del ente en cuanto tal, brota como fácil co­rolario la división cuatripartita de las causas (al. na) cuyo conoci­miento resulta imprescindible para la interpretación científica del mundo. Habrá, por un lado, dos causas intrínsécas al ente causado: la causa material (correspondiente indistintamente a la materia y a la potencia del ente de que se trata) y la causa formal (correspondiente también por igual a la forma y al acto propios del ente en cuestión); por otro lado, habrá dos causas extrínsecas: la causa formal (corres­pondiente a la forma o acto de otro ente distinto del considerado, so­bre el cual influye provocando su mutación) y la causa final (corres­pondiente a la forma o acto en que el ente causado va a desembocar tras el proceso de causación). Este esquema cuatripartito es, según Aristóteles, una contribución básica de la ontología a las ciencias particulares o ciencias propiamente dichas, que habrán de orientarse por él para explicar las realidades y hechos sobre los que versan.

LOS AXIOMAS COMUNES: BASE

PARA UNA CIENCIA COMÚN

Hemos visto, pues, que el ente y el uno como tales no constitu­yen, en virtud de su pluralidad de sentidos, objetos adecuados a ciencia alguna, por universal que ésta se pretenda: el filósofo

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debe conformarse con el estudio de la entidad, que es la acepción primordial de ente y de uno. Estudio que permite analizar colate­ralmente las otras acepciones, referidas directa o indirectamente a aquella primordial. Pero los principios explicativos de la enti­dad son sólo apropiados para clarificar lá naturaleza de ésta, no los demás géneros de lo que es (con la excepción de potencia y acto, que también pueden aplicarse a la explicación de aquellos cambios que afectan a otras categorías distintas de la de entidad, a saber, el cambio cualitativo, el cuantitativo y el de lugar). ¿No hay, pues, principios comunes a todos los planos ontológicos, que puedan ser objeto de una única ciencia, como se pregunta Aristó­teles al comienzo de los libros I y III? En la medida en que la en­tidad y sus principios constituyen el techo máximo de nuestro afán de investigación sobre lo que es y es susceptible de demos­tración a partir de una definición precisa, la respuesta es negativa.

Pero existe otro camino por donde abordar el problema: partir, no de los polos definibles de la predicación (sujeto y predicado), sino del acto de predicación mismo. Como dice Aristóteles en el capítulo 2 del libro m, la demostración científica ( anó8ctl;t¡;) se sirve, en cualquier ciencia particular, de unos axiomas (en griego a/;tffi¡.tO'ta, literalmente: «estimaciones») básicos que garantizan la fiabilidad de sus conclusiones. Se trata de los que posterior­mente dieron en llamarse principios de identidad y de contradic­ción, cuya ley rige todas las formas de conocimiento. Constitu­yen una precondición absolutamente originaria y radical del saber, principios de principios, que dan consistencia, no sólo a los términos de las proposiciones, sino también y sobre todo al nexo entre esos términos y a su referencia a la realidad. Aristóteles los expresa de diversas maneras, correspondientes a sus diversas fun­ciones y virtualidades: {{no es posible afirmar y negar al mismo tiempo una sola y misma cosa» (III 1); {{es necesario afirmar o negar una cosa» (III 2); <{una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo» (ibíd.); {{es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación» (IV 3); {<hay proposiciones contradictorias que evidentemente no pueden ser verdaderas al mismo tiempo y tam­poco al mismo tiempo pueden ser falsas» (IV 8); etc. Pues bien,

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esos axiomas que no explican por sí mismos la estructura interna de ningún concepto, de ningún género de cosas definible (como sí lo hacían, en cambio, materia y forma, potencia y acto) son, sin embargo, el sostén de todas y cada una de esas estructuras y de su interrelación. No son en sí mismos proposiciones significativas (aunque puedan expresarse como tales), ni conceptos, ni estructu­ras reales, pero son la garantía de sentido de toda proposición con sentido, de verdad de todo concepto verdadero, de existencia de toda realidad.

Su naturaleza huidiza de garantes de la validez del discurso científico que actúan en cuanto tales sin aparecer explícitamente en ese discurso como elementos suyos constitutivos hace de ellos los principios por antonomasia: compenetrados totalmente con la realidad de la que son principios, pura presencia del ser como tal que nunca está presente como tal o cual ser.

Es natural, pues, que Aristóteles vea en esos axiomas previos a todo discurso explícito los principios radicalmente fuqdantes so­bre los que debe versar la ciencia fundamental. De ellos, por con­siguiente, con más razón aun que de la substancia o entidad, debe tratar la ontología, ciencia de las ciencias, ciencia común. Y así lo afirma redondamente en el capítulo 3 del libro IV, el más especí­ficamente ontológico de los libros de la METAFÍSICA: «Es evi­dente que este doble examen» (el de la entidad o substancia y el de los axiomas) «es objeto de una sola ciencia, y que esta ciencia es la filosofía».

Pero en ese mismo instante condena Aristóteles la filosofía al suplicio tantálico de perseguir incesantemente un objeto que se aleja en virtud del mismo acto con que aquélla se le aproxima. La ciencia, la zmcr·ríu111, por lato que sea el campo que le abre Aris­tóteles (mucho menos acotado, en todo caso, que el que le corres­ponde según el concepto «positivista» moderno), debe siempre incluir al menos una vertiente deductiva, por la que el o los obje­tos genéricos que le dan contenido desplieguen con rigor apodíc­tico sus implicaciones. Pues bien, está claro que nada de eso es posible en una ciencia que verse sobre principios primeros que, amén de ser indemostrables --«porque es imposible demostrarlo todo» (ill 2) so pena de «caminar hasta el infinito» en busca del

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INTRODUCCIÓN 33

punto de arranque del razonamiento, «de suerte que no resultaría demostración» (IV 4 )-, además de compartir, decimos, con los de­más principios su naturaleza de eslabones primeros, no suspendi­dos de otros anteriores, hacen incurrir en círculo vicioso o peti­ción de principio a los que intentan siquiera su demostración: en efecto, para demostrar los principios de identidad y contradicción es preciso dar de entrada por supuesto que la demostración afirma lo que afirma y no niega lo que afirma ni afirma lo que niega~ que es tanto como incluir entre las premisas la propia conclusión. Sólo indirectamente, por refutación, se puede tener certeza de su validez: pues el que los niegue destruirá ipso jacto su negación, ya que cualquiera, en virtud del mismo argumento que ha llevado a ella, podrá interpretarla como afirmación.

Es, pues, la de esos principios una certeza que, a fuer de radi­cal, no puede reconstruirse objetivamente (como sería competen­cia de un saber científico auténtico), sino sólo recuperarse de forma precaria a partir de las trazas indirectas resultantes de la autodestrucción del argumento que intente destruirla. Es algo que no se puede nunca, como tal, «poner delante» en el discurso, por más que no se pueda dejar de tenerlo «detrás», cual corresponde a lo que no es una preúrisa ni una conclusión del discurso, sino nada más (y nada menos) que su condición. Así también la cien­cia que lo considera: ciencia precaria, pues busca, como si no lo tuviera, lo que las otras ciencias dan por descontado: fundamen­tos. Ciencia precaria pero necesaria, siquiera para tener pleno co­nocimiento de lo que se hace cuando se practican las ciencias particulares.

Aristóteles reconoce implícitamente esa precariedad de su «ciencia buscada», pero se resiste a reconocerla explícitamente así, sin duda ofuscado por la constatación paralela de su sutileza y radicalidad. Sutileza y radicalidad de la metafísica que no debe­rían considerarse, como hace Aristóteles, sinónimos de superiori­dad respecto a las ciencias particulares. El hacerlo así indujo a muchos aristotélicos (seguramente no al propio Estagirita) a creer que la ciencia de los principios es más ciencia que las otras con arreglo al mismo tipo de cientificidad que es propio de estas últi­mas. Aristóteles dice con frecuencia que los principios son «más

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34 MIGUEL CANDEL

conocidos» que las conclusiones que validan (en el plano lógico) y que los entes que explican (en el plano real) sin cuidarse de añadir siempre la distinción entre «conocido por naturaleza>> y «conocido para nosotros» (véase, por ejemplo, Física, I 1) que, sin ser plenamente clarificadora, introduce la necesaria cautela frente a aquella extrapolación. No sólo eso: a veces parece desli­zarse casi involuntariamente hacia la identificación de la ciencia principal del ente con la ciencia del ente principal, la teología (asimilada en el libro XII a la llamadafilosofia primera, tal como corresponde al lugar de privilegio que ocupa en la tripartición del saber teórico expuesta en el libro VI y comentada en la sección 3 de este prólogo).

Esos deslices aparecen, por ejemplo, en el propio libro VI (fi­nal del capítulo 1): «SÍ hay una substancia inmóvil, esta substan­cia es anterior a las demás, y la ciencia primera es la Filosofía. Esta ciencia, por su condición de ciencia primera, es igualmente la ciencia universal, y a ella pertenecería el estudiar el ser en tanto que ser, la esencia y las propiedades del ser en tanto que ser». Universal por primera: suplantación de la filosofía por la teolo­gía, fraude del que Aristóteles parece arrepentirse a última hora introduciendo una apódosis hipotética: <<Pertenecería>> (modo po­tencial que la traducción latina de Guillermo de Moerbeke, utili­zada por Tomás de Aquino, suplanta a su vez por un rotundo modo indicativo: «pertenece»). Los partidarios de hacer de la fi­losofía una esclava de la teología, de hacer pasar la humilde cien­cia del ser común por la pretenciosa ciencia del ser supremo, ne­cesitaban esa suplantación. Por eso hicieron especial hicapié en el libro XI (de cuya autenticidad dudan muchos autores), en el que se identifica sin más el ente en cuanto ente con el ente absoluto o separado: «Hay una ciencia del ser considerado en tanto que ser e independiente de todo objeto material» (capítulo 7). Pero esa iden­tificación, única en todo el Corpus aristotelicum y localizada en un texto sospechoso, no basta, como creyeron sus instrumentali­zadores, para hacer de Aristóteles un metafísico de la ralea de los fustigados por Kant, que hablan del ente como de un ente y, pese a exhibir una agudeza intelectual no desdeñable, han contribuido con su cháchara vacua a que se repita una y otra vez durante nues-

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INTRODUCCIÓN 35

tra era la caída en el olvido o la tergiversación que ya sufrió du­rante los últimos siglos de la era anterior el intento más audaz de la mente humana por explicar sus presupuestos e iluminar, con ese acto mismo, las profundidades de la realidad.

NUESTRA TRADUCCIÓN

La traducción de la METAFÍSICA de Aristóteles que aquí pre­sentamos necesita menos que ninguna otra de presentación. No en vano su texto, salido de la pluma de Patricio de Azcárate (re­presentante de la intelectualidad española más ilustrada de nues­tro siglo XIX, cofundador de la Institución Libre de Enseñanza), es el que desde la fecha ya centenaria de su redacción ha acer­cado más lectores de lengua castellana a las ideas fundamentales del filósofo de Estagira, especialmente desde octubre de 1943, año en que se inició la serie de ediciones (diez contando la ante­rior a ésta) dentro de la colección Austral.

Se trata, pues, de lo que podríamos calificar de «edición popu­lar» de la principal obra filosófica de Aristóteles junto con el Órganon, la Física y la Ética nicomáquea. Popular no sólo por la difusión, sino por el propio carácter del texto, que lima hasta el extremo las aristas de la sintaxis aristotélica a fin de que la difi­cultad de los conceptos no se vea reduplicada por la sequedad de la expresión. Es, por eso mismo, una versión que sacrifica el puro rigor filológico en aras de la legibilidad para un lector actual en lengua castellana, sin que ello desvirtúe el fondo de las ideas fun­damentales de la obra. El traductor pudo manejar y sin duda ma­nejó (como se desprende de sus citas) la clásica edición crítica realizada por Immanuel Bekker bajo los auspicios de la Real Aca­demia de Prusia, en Berlín, entre 1831 y 1870 (la versión de Az­cárate es del año 1874). El manejo de ese texto proporciona hoy por hoy una base suficientemente sólida para garantizar la fideli­dad al original aristotélico, aunque otras ediciones críticas poste­riores la hayan perfeccionado (véase Bibliografía).

Por otra parte, esta versión es la más arropada con notas expli­cativas de contenido filosófico entre todas las publicadas hasta

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m

36 MIGUEL CANDEL

ahora en España: se trata de notas elementales pero útiles, en las que se manejan, directa o indirectamente, fuentes básicas como son los comentarios antiguos a la obra aristotélica, en primer lu­gar el muy autorizado y cuasi canónico de Alejandro de Afrodi­sía, así como los de Simplicio, Filopón y Asclepio, sin olvidar el más discutible y sesgado, pero tampoco desdeñable, de Tomás de Aquino.

En definitiva, tenemos ante nosotros una versión de la META­FÍSICA a la que su antigüedad no resta apenas valor intrínseco y constituye una aproximación útil para no iniciados al pensa­miento de quien durante siglos fue considerado el filósofo por antonomasia y que ha condicionado las pautas de la actividad filosófica y científica propias de las civilizaciones europea y pró­ximo-oriental, por lo menos hasta el siglo XVII e. indirectamente, hasta nuestros días. '

MIGUEL CANDEL

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BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

EDICIONES DEL ORIGINAL GRIEGO

BEKKER, I. (ed.), Aristotelis opera, vol. II, págs. 980-1093, Ber­lín, Walter de Gruyter, 1960 (reimpr. de la edición de 1831): principal edición crítica del conjunto de la obra aristotélica y referencia obligada para citar el texto griego.

Ross, W. D. (ed.), Aristotle's Metaphysics, 2 vols., Oxford, Uni­versity Press, 1958 (reimpresión corregida de la edición de 1924).

JAEGER, W. (ed.), Metaphysica, Oxford, University Press, 1957: la edición más útil; recoge todas las mejoras introducidas por los estudios filológicos posteriores a Bekker.

ÜTRAS TRADUCCIONES ESPAÑOLAS

GARCÍA YEBRA, V. (trad.), Metafísica de Aristóteles, edición tri­lingüe (griego, versión latina de Moerbeke, castellano), Ma­drid, Gredos, 1982 (2." revisada): la versión más rigurosa exis­tente en lengua española, basada en la citada edición griega de W. D. Ross. Existen otras traducciones españolas que. o bien han dejado de editarse hace años, o bien carecen del rigor mí­nimo imprescindible.

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p¡; 17:

38 BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

MONOGRAFÍAS SOBRE LA METAFfSICA Y TEMAS CONEXOS

AUBENQUE, P., El problema del ser en Aristóteles, Madrid, Tau­rus, 1981: el mejor estudio que conocemos sobre la naturaleza y los límites de la ontología aristotélica.

BERTIT, E., Aristotele: dalla dialettica alZa filosofía prima, Padua, CEDAM, 1977.

-, L'unita del sapere inAristotele, Padua, CEDAM, 1965. BRENTANO, F., Van der mannigfachen Bedeutung des Seins bei

Aristoteles, Hildesheim, Olms, 1963 (reimpr.): estudio funda­mental sobre las categorías en su vertiente ontológica.

BUCHANAN, E., Aristotle 's Theory of Being, Cambridge (Mass.), 1962.

CHERNISS, H., Aristotle 's criticism of Plato and l'he Academy, Baltimore (Maryland), 1944: obra fundamental acerca de lapo­sición de Aristóteles en la polémica sobre la teoría de las ideas subsistentes.

CENCILLO, E., Hyle. Origen, concepto y funciones de la materia en el Corpus Aristotelicum, Madrid, 1958.

DÉCARIE, V., L 'objet de la Métaphysique selon Aristote, París, 1961.

GóMEZ NOGALES, E., Horizonte de la Metafísica aristotélica, Madrid, 1955.

GóMEZ PIN, V., El orden aristotélico, Barcelona, 1985. JAEGER, W., Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo

intelectual, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1984 (2." reimpr.): la obra clave sobre la evolución del pensamiento aristotélico, en especial de la Metafísica.

MARX, W., The meaning of Aristotle's Ontology, La Haya, 1954. ÜWENS, J., The doctrine of Being in the Aristotelian Metaphysics,

Toronto, 1957 (2."). REALE, G., Il concetto difilosofia prima e l'unita della metafisica

di Aristotele, Milán, 1961. ZWERGEL, H. A., Principium contradictionis. Die aristotelische

Begründung, Meisenheim, 1972.

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METAFÍSICA

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN de Miguel Can del ................................... .. . 19 Temática y composición del texto .................................. 19 La división aristotélica del saber .................................... 22 La ciencia del ente en cuanto al ente .............................. 23 La entidad: principios y causas .................................... ... 28 Los axiomas comunes: base para una ciencia común ..... 30 Nuestra traducción .......................................................... 35

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA ......................................................... 37

METAFÍSICA

LIBRO PRIMERO

I. Naturaleza de la ciencia; diferencia entre la ciencia y la experiencia ........................................................ 41

II. La filosofía se ocupa principalmente de la indaga-ción de las causas y de los principios ...................... 45

m. Doctrinas de los antiguos sobre las causas primeras y los principios de las cosas. Tales, Anaxímenes, etc. Principio descubierto por Anaxágoras, la inte-ligencia .. .. .. ...... ........ ...... .. .... ..... ..... ........ .. .. . . ..... .. .. ... . 48

IV. Del amor, principio de Parménides y de Hesíodo. De la Amistad y del Odio de Empédocles. Empédo­cles es el primero que ha reconocido cuatro elemen-

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"'~-~~----------------------------,

8

tos. De Leucipo y de Demócrito, que han afirmado lo lleno y lo vacío como causas del ser y del no

iNDICE

ser.......................................................................... 53 V. De los pitagóricos. Doctrina de los números. Par-

ménides, Jenófanes, Meliso .................................. 56 VI. Platón. Lo que tomó de los pitagóricos, en qué di-

fiere el sistema de Platón del de aquéllos. Recapi-tulación ................................................................. 61

VIL Recapitulación de las opiniones de los antiguos.... 63 VTII. Refutación de las opiniones de los antiguos tocan-

te a los principios .................................................. 65 IX. Refutación de la teoría de las ideas ....................... 70 X. Recapitulación final: la Filosofía antigua como

primer tanteo científico ......................................... 78

LIBRO SEGUNDO

l. El estudio de la verdad es en parte fácil y en parte difícil. Diferencia que hay entre la filosofía y las ciencias prácticas: aquélla tiene principalmente por objeto las causas.............................................. 81

II. Hay un principio simple y no una serie de causas que se prolongue hasta el infinito ......................... 83

III. Método. No debe aplicarse el mismo método ato­das las ciencias. La física no consiente la sutileza matemática. Condiciones preliminares del estudio de la naturaleza . .................................................... 86

LIBRO TERCERO

l. Antes de emprender el estudio de una ciencia es preciso determinar qué cuestiones, qué dificulta­des va a ser preciso resolver. Utilidad de este reco-nocimiento ............................................................. 89

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fNDICE

II. Solución de la primera cuestión que se presenta: ¿el estudio de todo género de causas toca a una

9

sola ciencia o a muchas ciencias?....................... 93 ID. Los géneros, ¿pueden ser considerados como ele-

mentos y como principios? Respuesta negativa ... 99 IV ¿Cómo puede la ciencia abrazar a la vez el estu­

dio de todos los seres particulares, de cosas infi­nitas? Otras dificultades que se relacionan con ésta ................................................................. 102

V Los números y los seres matemáticos, a saber: los sólidos, las superficies, las líneas y los puntos, ¿pueden ser elementos?..................................... 109

VI. ¿Por qué el filósofo debe estudiar otros seres que los seres sensibles? ¿Los elementos existen en potencia o en acto? ¿Los principios son universa-les o particulares? ................................................. 112

LIBRO CUARTO

l. Del ser en tanto que ser ..................................... 115 11. El estudio del ser en tanto que ser y el de sus pro-

piedades son objeto de una ciencia única ............ 116 III. A la filosofía corresponde tratar de los axiomas

matemáticos y de la esencia ............................... 121 IV. No hay medio entre la afirmación y la negación.

La misma cosa no puede ser y no ser .................. 123 V La apariencia no es la verdad ............................. 132

VI. Refutación de los que pretenden que todo lo que parece es verdadero .......................................... 138

VII. Desenvolvimiento del principio según el que no hay medio entre la afirmación y la negación ....... 140

VIII. Del sistema de los que pretenden que todo es ver-dadero o que todo es falso. Refutación ............... 142

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JO

LIBRO QUINTO

De las diversas acepciones de los términos fi­losóficos:

fNDICE

L Principio .......................................................... 145 ll. Causa .............................................................. 147

Ill. Elemento ......................................................... 150 IV Naturaleza ....................................................... 151 V. Necesario.......................................................... 153

VI. Unidad ............................................................. 154 Vll. Ser................................................................... 159

VID. Sustancia ...... .. . .. .. ... .... .. .... .. .. .... .. . .. . . .. . .. .. ... .. ... . 160 IX. Identidad, heterogeneidad, diferencia, seme-

janza ................................................................ 161 X. Opuesto y contrario ......................................... 163

XI. Anterioridad y posterioridad ........................... 164 Xll. Poder ............................................................... 166

XIII. Cantidad .......................................................... 169 XIV. Cualidad .......................................................... 170 XV. Relación .......................................................... 171

XVI. Perfecto ........................................................... 173 XVII. Término........................................................... 174

XVIll. En qué o por qué ............................................. 175 XIX. Disposición ..................................................... 176 XX. Estado .............................................................. 176

XXI. Pasión .............................................................. 176 XXII. Privación ......................................................... 177

XXIII. Posesión .......................................................... 178 XXIV. Ser o provenir de ........ ..................................... 179 XXV. Parte ................................................................ 180

XXVI. Todo ................................................................ 180 XXVll. Truncado ......................................................... 181

XXVIll. Género ............................................................. 182 XXIX. Falso ......................................... ....................... 183 XXX. Accidente ........................................................ 185

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ÍNDICE

LIBRO SEXTO

I. La ciencia teórica es la que trata del ser. Hay tres ciencias teóricas: la física, la ciencia mate-

11

mática y la teología ......................................... 187 Il. Del accidente. No hay ciencia del accidente ... 191

m. Los principios y las causas del accidente se producen y se destruyen, sin que en el mismo acto haya ni producción ni destrucción............ 193

IV. El ser como verdad y el no-ser como falsedad .. 194

LIBRO SÉPTIMO

I. Del primer ser . . . ... .. . .. ...... .. .. . .. . .. .. . . . . . . . . . . .. . . . .. . 197 Il. Dificultades relativas a la sustancia ................ 199

m. De la sustancia .............. ................................ .. 200 IV. De la forma sustancial ..................................... 202 V. Continuación ......... ............................. ............. 205

VI. Continuación ................................................... 207 VIl. De la producción ............................................. 209

VIII. La forma y la esencia del objeto no se produ-cen ........................................................................ 213

IX. Por qué ciertas cosas provienen del arte y del azar .................................................................. 215

X. La definición de las partes, ¿debe o no entrar en la del todo? ¿Son las partes anteriores alto-do o el todo a las partes? ................................. 217

XI. De las partes de la especie .. ..... .. .. . . . .. ... .. . .. . . . . . . 222 XII. Condiciones de la definición ........................... 225

XIII. Lo universal no es sustancia ......................... .. 227 XIV. Refutación de los que admiten las ideas como

sustancias y que les atribuyen una existencia independiente .................................................. 230

XV. No puede haber d.efinición ni demostración de la sustancia de los seres sensibles particula-res .................................................................... 231

XVI. No hay sustancia compuesta de sustancias ..... 234

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12 iNDTCE

XVII. Algunas observaciones sobre la sustancia y la forma sustancial ................................. ............. 235

LIBRO OCTAVO

l. Recapitulación de las observaciones relativas a la sustancia. De las sustancias sensibles . ..... 239

II. De la sustancia en acto de los seres sensibles . 241 III. ¿El nombre del objeto designa el conjunto de

la materia y de la forma, o sólo el acto y la for­ma? Consideraciones sobre la producción y la destrucción de las sustancias. Soluciones a las objeciones suscitadas por la escuela de Antíste-nes ................................................................... 243

IV. De la sustancia material. De las causas . . . . .. .. . . . 246 V. No todos los contrarios se producen recíproca-

mente. Diversas cuestiones .... ..................... .... 248 VI. Causa de la forma sustancial ... .. . . .. . . . .. .. . .. .. .. . ... 249

LIBRO NOVENO

l. De la potencia y de la privación ...................... 253 II. Potencias irracionales, potencias racionales -~- 255 m. Refutación de los filósofos de la escuela de Mé­

gara, que pretendían que no hay potencia sino cuando hay acto y que donde no hay acto no hay potencia .................................................... 256

IV. ¿Una cosa posible es susceptible de no existir jamás ni en lo presente ni en lo porvenir?....... 258

V. Condiciones de la acción de la potencia ......... 259 VI. Naturaleza y cualidad de la potencia .............. 261

VII. En qué casos no la hay y en qué casos la hay . 263 VIII. El acto es anterior a la potencia y a todo prin-

cipio de cambio . ... .... .. . . ... . . ... . ..... ... ... .. .. ... .. .. . . . .. 265

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ÍNDICE 13

IX. La actualidad del bien es superior a la potencia del bien; lo contrario sucede con el mal. Mediante la reducción al tacto es como se ponen en claro las propiedades de los seres ........................ ........... 269

X. De lo verdadero y de lo falso ........................... ..... 270

LIBRO DÉCIMO

I. De la unidad y de su esencia ................................. 273 II. La unidad es en cada género una naturaleza par­

ticular; la unidad no constituye por sí misma la naturaleza de ningún ser ....................................... 278

III. De los diversos modos de oposición entre la uni-dad y la multiplicidad. Heterogeneidad, diferen-cia.......................................................................... 280

IV. De la contrariedad ................................................. 282 V. Oposición de lo igual con lo grande y lo pequeño .. 285

VI. Dificultad relativa a la oposición entre la unidad y la multiplicidad ..................................................... 287

VTI. Es preciso que los intermedios entre los contrarios sean de la misma naturaleza que los contrarios .... 289

VID. Los seres diferentes de especie pertenecen al mismo género ........................................................ 291

IX. En qué consiste la diferencia de especie; razón por la que hay seres que difieren y otros que no di-fieren de especie .................................................... 293

X. Diferencia entre lo perecedero y lo imperecedero . 295

LIBRO UNDÉCIMO

l. Dificultades relativas a la filosofía ........... ..... ....... 297 II. Algunas otras observaciones ............ ...... ...... ......... 300

ill. Una ciencia única puede abrazar un gran número de objetos y de especies diferentes ....................... 303

IV La indagación de los principios de los seres mate-máticos corresponde a la filosofía primera ........... 305

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14 INDICE

V. Es imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo ................................................................... 306

VI. De la opinión de Protágoras que el hombre es la medida de todas las cosas. De los contrarios y de los opuestos ........................................................... 308

VII. La física es una ciencia teórica, y lo mismo que ella la ciencia matemática y la teológica .............. 311

VIII. Del ser accidental .................................................. 313 IX. El movimiento es la actualidad de lo posible en

tanto que posible ................................................... 316 X. Un cuerpo no puede ser infinito............................ 318

XI. Del cambio . .............................................. ............. 322 XII. Del movimiento .................................................... 325

LIBRO DUODÉCIMO

I. De la esencia ....................................... .................. 329 II. De la esencia susceptible de cambio y del cambio . 330

III. Ni la materia ni la forma devienen ........................ 332 IV. De las causas, de los principios, de los elementos 333 V. De los principios de los seres sensibles ................ 335

VI. Es preciso que exista una esencia eterna, causa primera de todas las cosas ..................................... 337

VII. Del primer motor. De Dios ·····················-············ 340 VIII. De los astros y de los movimientos del cielo. Tra-

diciones antiquísimas tocantes a los dioses .......... 343 IX. De la inteligencia suprema .................................... 349 X. Cómo el Universo contiene el soberano bien ....... 350

LIBRO DECIMOTERCERO

I. ¿Hay seres matemáticos? ...................................... 355 II. ¿Son idénticos a los seres sensibles o están sepa-

rados de ellos? ....................................................... 357 III. Su modo de existencia .......................................... 360

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ÍNDICE ]5

IV. No hay ideas en el sentido en que lo entiende Pla-tón.......................................................................... 363

V. Las ideas son inútiles ........................................ 366 VI. Doctrina de los números .................................... 368

VII. ¿Las unidades son o no compatibles entre sí? Y si son compatibles, ¿cómo lo son? ........................... 370

VID. Diferencia entre el número y la unidad. Refuta-ción de algunas opiniones relativas a este punto ... : 375

IX. El número y las magnitudes no pueden tener una existencia independiente ....................................... 381

X. Dificultades en punto a las ideas ........................... 385

LIBRO DECIMOCUARTO

L Ningún contrario puede ser el principio de todas las cosas ................................................................ 389

ll. Los seres eternos no se componen de elementos .. 393 ID. Refutación de los pitagóricos y de su doctrina so-

bre los números ..................................................... 397 IV. De la producción de los números. Otras objecio-

nes a las opiniones de los pitagóricos ................... 400 V. El número no es la causa de las cosas ................... 403

VI. Más objeciones contra la doctrina de los números y de las ideas . . . . .. . . . .. . .. . . . ... .. .. . ..... .. . . ... . . . .. . . . .. .. . .. . .. . . 405