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carmen-maria-perez
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Versión en español
Cada experiencia que nos es legada por quienes amamos logra de alguna
manera, aún cuando no nos demos cuenta, dejar su huella.
Conservo aún vivo el recuerdo de tantas noches transcurridas, cuando niña, sentada junto al fuego en una casona en el campo,
escuchando las conversaciones de los mayores.
Hablaban sobre hechos y acontecimientos de tiempos pasados, sobre personas ya
desaparecidas, pero lo hacían recordando episodios felices donde se hacía presente el afecto que se mantenía vivo y tangible.
De esos relatos no surgía el concepto del alejamiento
definitivo, sino una sensación de ternura afín a la nostalgia, o al
máximo a una dulce melancolía.
Yo no entendía por entonces el sentido real del alejamiento definitivo; eran personas para mí desconocidas que entraban en mi vida a través de otros, y esos episodios ajenos se
tornaban míos al acercárseme como recuerdos afectuosos.
Nacía para mí, sin darme cuenta, una cadena de afectos ignotos aunque de
innegable presencia.
Lamentablemente, alguna vez en nuestras vidas sucede que debamos
experimentar en forma directa ese alejamiento, sin excepciones.
Llega entonces, ineludible, esa sensación desgarrante
que nos hace enmudecer, cuando el dolor sorpresivo nos
paraliza.
No existen las palabras para describir, o para confortar:
la angustia nos estrecha en sus brazos y el dolor sangra por los poros ante la pérdida de alguien a quien amamos.
Las reacciones son varias: desesperación, incredulidad, marasmo,
apatía o llanto..
Son todas manifestaciones de la humana debilidad, que no acepta reconocer un hecho natural pero
que nos llena de congoja, y es por ende negado y rechazado.
Solamente el tiempo puede darnos la sensatez necesaria para razonar, cicatrizar las heridas, y retomar
lentamente nuestro camino.
Aunque nada volverá a ser como antes, el tiempo enseña a enfrentar lo que no
se puede cambiar, permitiéndonos comprender que ni siquiera el dolor
resulta estéril, pues toda experiencia por amarga que sea deja una enseñanza.
Vuelven a mi memoria los relatos de mi niñez: ahora comprendo que la
enseñanza estaba allí, en la transmisión de los ejemplos de vida
de aquéllos que se habían ido:
su contribución a la evolución humana aún persiste, fue dejado en nuestras manos para que actuemos
como eslabones entre las generaciones pasadas y las futuras, que de otro modo no los conocerían.
Éste es probablemente el modo mejor para honrar a nuestros muertos,
conservándolos presentes en el afecto de nuestros corazones y en el
recuerdo cotidiano.
Siempre con nosotros.Música: “Cavalleria Rusticana” – Intermezzo- Pietro Mascagni-
Orch. James Last
Testo e grafica:[email protected]
Versión en español: [email protected]