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carta de un jesuita carabajo

Aceptar la muerte

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Lo dice hasta la religión incluyendo la católica. Se acepta la muerte para no tener la desesperación de ser inmortal e incluso llegar a destruirse uno y a los demás en ese intento. La aceptación según el catolicismo da como paso de la fe de creer en otra vida u estado en la relación con Dios. En verdad ¿qué es aceptar la muerte?: es el no poner como relieve de la trascendencia lo que se hace o consigue en la vida,… es decir que no se busca lo que se hace sino como trabajo para crecer, alimentarse y hacer el bien. Esto significa que cuando hay vanidad lo que se está haciendo es querer sobresalir para negar la muerte y dominar a otros en ello. Lo que es complicado porque los otros van a intentar cambiar el resultado. Esa justicia es real y necesaria porque se cree que lo que se identifica con uno es mejor que los demás para generar el sentido de eternidad en vida. La eternidad en vida es siempre a costa de el que se ve sobrepasado por esa ambición. El actor y las víctimas ambos están siéndolo y no solo las víctimas. El actor se ve sobre su propio límite permanentemente, por que no profesa la fe. Aun así hay mucha gente que dice ser creyente o tener fe, la mayoría, y en verdad usan la religión también para sobresalir y dominar. Es decir lo convierten elemento de trascendencia en vida lo cual no lo hace religión porque burla el aceptar la muerte. La muerte es muy parecida a la humildad. Es el desprenderse de los símbolos del poder más no de intentar ser mejor en lo propio. El esfuerzo hace al que con fe y a pesar de que va a morir pone interés en la vida tal cual es y sin esperar más que dar y recibir en ese lapso de tiempo de unas decenas de años. Esto hace que la religión tenga un principio totalmente sano que es no exigir al hombre que haga méritos extraordinarios como para ganarse un ¨ exclusivo más allá ¨. Y es claro que esos méritos cuando sí se buscan y no se subliman a la muerte colapsan los sistemas del egoísmo que afrenta a los demás y genera venganzas y permanentes estados de violencia de ida y de vuelta. El pecado es el momento en que se pierde la fe y es muy frecuente porque se tiene miedo de perder frente a otros. Es legítimo y sano y perdonable ante Dios. Legítimo y sano porque abandona la pasividad y se esfuerza en idear la manera de creer pero sin perder lo que le da de vivir y hasta de no ser derrotado por tentaciones contagiosas en las que participa de a ratos con los que quieren no morir. En verdad el principio de justicia está claro como valor de equilibrio para que en todos exista la muerte aunque hagan uso de la fuerza y la nieguen para matar al que no la acepta o al que la acepta. Es lo que se conoce como destino. Es decir que todos los estados del éxito como fin son temporales. Y si se muere en éxito o en deterioro hecho por otros el mundo va confiándosele en la tarea de dar una muerte ecuánime a los que la sustentaron como inmortalidad y a los que perdieron la vida sin poder defenderse a través de hechos que van sucediendo y corrigiendo errores ante los vivos. Esto es lo que se conoce como purgatorio. Y es el paraíso el estado ecuánime de igualdad dinámica en la que se empareja lo acontecido por malas prácticas. Es un mecanismo que no requiere de aceptarlo. Simplemente sucede y se lo relacionan con la aproximación a hechos que dejan sin su poder al que lo tenía, por mecanismos básicamente sociales elementalmente efectivos y propios de la especie. En el sufrimiento está también el sentir la muerte como una verdad relativa a desgracias temporales. Eso se subsana con la religión y sus prácticas directas o laterales, siendo estas últimas, muchas veces, motivo de problemas interpretativos y de subjetividades, a veces ciertas de manera empírica, y otras veces erróneamente

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obcecadas en tener un punto de vista tan propio como ajeno al hecho de la muerte y la humildad, como ejercicio del sustento de la hermandad. La hermandad es un punto de equilibrio que soluciona a través del amor la extrapolación del ejercicio del mal hacia los demás. En esto el mal parece no ser universal como concepto pero en verdad tampoco es verdadero y subjetivo de sistemas sino la dinámica del resultado. Evangelizar es transmitir lo que deriva en el sentido de hermandad. La fuerza del ejercicio del culto ayuda al misterio de lo que une en la expectativa de un después de la muerte pero con la aceptación de la misma como valor inequívoco no sujeto a autoengaños. Así como de la fe en un dios que salva luego de confiarle la transitoria etapa en el mundo. En este paradigma de triunfos y derrotas se sopesa el sentido en que se van corrigiendo los hechos que contrarían la verdad universal. La respuesta a la aceptación de la muerte tiene muchos hechos que son o parecen reclamos de vida en destrabarse al destruir necesidades de evitar ser partícipes de la justicia ante dios. El ser humano tiende naturalmente a pensar y ahí está el eje del regularse los aspectos adversos. No hay una voluntad individual hacia un mejor resguardo pero sí la de un inconciente colectivo. El deseo de matar impetuoso es tan instintivo que solo se explica por el deseo de no morir. Si el comprender se hace lugar es el inconciente colectivo sin oportunidades de llegar al darle un arma a alguien o la libertad de someter al humilde. Se logran desprender una sucesión de condiciones que se adosan a lo que levemente e imperceptible a veces acompaña al aceptar la muerte y tener fe. Es claro que en la evolución histórica hasta la iglesia no estaba preparada para evitar ser instrumento de muertes por la fuerza. Solo aceptando la muerte se sujeta la raza humana a derechos y deberes en torno a eso. Es decir, hay cosas que hay que hacerlas y otras que no se pueden o deben hacer a la luz de ello. Para cuidar el deseo de vivir en la aceptación de la muerte se verá que los dogmas ayudan a creer en ello y no son algo impuesto como a veces se los quiere hacer ver. No es que tenés que hacer esto, aquello y lo otro. Es que lo querés hacer porque es lo mejor para vos. Y pedís ayuda a dios porque sabés que necesitas fuerzas y entonces pensás en él y las dificultades se solucionan con su intervención en tu pedido. Con dios es así. Tenés que renunciar a todo por seguirlo a él. Es una prueba y vos no lo sabías. Una sinceridad. Y él te dirá qué tenés que hacer. Si pasada la prueba de tu amor cuando él vio tu entrega te sopla al oído el seguir o si hacer algo que sea más agradable para él. En todo caso se trata de que en lo que a la humildad se refiere ofrecerle tu vida en humildad es un acto de grandeza que él en nuestra sinceridad nos retribuye alentándonos a veces a que sigamos, si lo estamos, en el camino correcto. Con el aditivo de que esta vez él nos acompaña y nos da fuerza y valor para seguir nuestra tarea ya comenzada y dejar todo por cumplirla hasta el final. Eso es la conversión. El ofrecerle lo que tenemos a cambio de seguir lo que es su palabra dentro de su templo y después ver que él nos dice que está bien y que nos va a ayudar. Lo importante es estar en sus planes y no solo en los nuestros. Confiarle nuestra debilidad para crecer sin él en pequeños pero enormes actos de fe en lo que buscar cambiar y ser aceptados para lo que él nos diga, hasta que muchas veces confirma nuestro trayecto ya avanzado y nos confía su manera. En todo caso ya somos instrumentos de él que obra en nosotros. El decirle ¨ que se haga tu voluntad ¨ ya nos hace partícipes de su palabra. Hacer lo mismo nos cuesta diez veces mas si él no nos dice que sí. Lo que le ofrecemos es cambiar en lo que el tome de nosotros porque así él es el que toma la responsabilidad de nuestros actos y nos quita el peso de encima. Pero antes hay que darle lo que para nosotros ya es demasiado, para que él nos guíe. Es el modo no de un momento de entrega sino de la misma pregunta que le haremos toda la vida ya que se la entregamos a él y así ya no es muerte. Es vivir en dios. Es creer que

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con él todo se puede porque él nos ayuda a no equivocarnos si depositamos todo en sus manos, lo que es el acto de humildad que él nos pide.