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 Raúl Torrico Redondo 1 Arre borriquito Por Raúl Torrico Redondo Diciembre. Mes del punto y seguido. A veces punto y aparte. Soporte escénico del acto navideño. Indisociables ambos. Familias reencontradas, con extra de amor y kilocalorías; empacho de luminotecnia; abetos engalanados en un macetero; uvas delicadamente desposeídas de su piel y sus pepitas; niños fumigados con regalos. Nieve, en el mejor de los casos. Idílico espectáculo. Y aun así se gasta, de un tiempo a esta parte, en determinados ámbitos, un gradual cambio de actitud, que fluctúa desde el ligero desencanto hasta la clara animadversión, hacia esta celebración ancestral tan cristiana y tan pre-cristiana fijada a todas luces por conveniencia; sucesora de la Saturnalia romana; seguramente también pre-romana; manipulada, más cerca en el tiempo, por los que quisieron instaurar nuevas religiones, por los que quisieron fundar nuevos países; reinventada en la Inglaterra victoriana y orientada hacia los frutos de la moralidad sembrada por Locke; vestida de caridad, amor y bondad prescritos aun más cerca en el tiempo y manipulada, cómo no, por los que supieron convertir en negocio las buenas acciones. Entendamos la cabeza visible de esta revisión popular, con trazas reivindicativas, bien como un rechazo con denuedo a todo aquello con el más tenue aroma a cristianismo; bien como una desaprobación a esa “necesidad innecesaria”  del consumismo inexcusable al que la Navidad nos obliga. Y es que la idiosincrasia navideña de las últimas generaciones está impregnada de valores y costumbres que ya huelen a rancio para el “zeitgeist” del siglo XXI, aun encofrándose. Tal vez prosperen esos pequeños cambios dirigidos hacia el laicismo y un consumo más inteligente o tal vez sea el principio de una nueva revisión de la festividad que la termine convirtiendo, por pendulismo histórico, en un algo diametralmente opuesto. Cualquiera que sea el resultado final, el mero hecho del debate popular de algo con tanto arraigo, revela que el Cambio de nuestros días, no es solamente Climático. Y pone de manifiesto el casi imperceptible proceso mediante el que se consolidan las posturas sociales que estimulan ese Cambio. En la práctica, el humano de a pie apenas repara en este transcurso de ritmo tectónico. No es sencillo salir de uno mismo para contemplar “el eterno tránsito” con una cierta perspectiva histórica más allá de la propia realidad personal o, a lo más, de la referencia de los inmediatos antecesores. Pero hay algo en “uno mismo”, allá en las profundidades del subconsciente, que no pierde detalle del devenir de los acontecimientos. El sensor de los pequeños cambios que todo individuo lleva instalado, cual troyano, “nosesabedónde”,  trabaja con la misma jornada laboral que el corazón, 24/7, escaneando las posturas de los grupos sociales, adaptándolas a la horma personal. Y por alguna poderosa razón compleja y desconocida, las conductas de la colectividad se aúnan en una sola, dejando a cada individuo creer en la emancipación de sus decisiones. Como ocurre con frecuencia, los iconos representativos del objeto, son arrastrados por la dicha o la desdicha del mismo. ¿Son acaso los himnos entonados con fervor o tajantemente rechazados precisamente por su musicalidad? Así, el villancico ha resultado ser uno de los principales damnificados de la cuestión navideña. Definitivamente está demodé. Al menos tal

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Raúl Torrico Redondo

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Arre borriquitoPor Raúl Torrico Redondo

Diciembre. Mes del punto y seguido. A veces punto y aparte. Soporte escénico del acto

navideño. Indisociables ambos. Familias reencontradas, con extra de amor y kilocalorías;empacho de luminotecnia; abetos engalanados en un macetero; uvas delicadamente

desposeídas de su piel y sus pepitas; niños fumigados con regalos. Nieve, en el mejor de los

casos.

Idílico espectáculo. Y aun así se gasta, de un tiempo a esta parte, en determinados ámbitos, un

gradual cambio de actitud, que fluctúa desde el ligero desencanto hasta la clara

animadversión, hacia esta celebración ancestral tan cristiana y tan pre-cristiana fijada a todas

luces por conveniencia; sucesora de la Saturnalia romana; seguramente también pre-romana;

manipulada, más cerca en el tiempo, por los que quisieron instaurar nuevas religiones, por los

que quisieron fundar nuevos países; reinventada en la Inglaterra victoriana y orientada hacia

los frutos de la moralidad sembrada por Locke; vestida de caridad, amor y bondad prescritos

aun más cerca en el tiempo y manipulada, cómo no, por los que supieron convertir en negocio

las buenas acciones. Entendamos la cabeza visible de esta revisión popular, con trazas

reivindicativas, bien como un rechazo con denuedo a todo aquello con el más tenue aroma a

cristianismo; bien como una desaprobación a esa “necesidad innecesaria” del consumismo

inexcusable al que la Navidad nos obliga. Y es que la idiosincrasia navideña de las últimas

generaciones está impregnada de valores y costumbres que ya huelen a rancio para el

“zeitgeist” del siglo XXI, aun encofrándose. Tal vez prosperen esos pequeños cambios dirigidos

hacia el laicismo y un consumo más inteligente o tal vez sea el principio de una nueva revisiónde la festividad que la termine convirtiendo, por pendulismo histórico, en un “algo” 

diametralmente opuesto.

Cualquiera que sea el resultado final, el mero hecho del debate popular de algo con tanto

arraigo, revela que el Cambio de nuestros días, no es solamente Climático. Y pone de

manifiesto el casi imperceptible proceso mediante el que se consolidan las posturas sociales

que estimulan ese Cambio. En la práctica, el humano de a pie apenas repara en este transcurso

de ritmo tectónico. No es sencillo salir de uno mismo para contemplar “el eterno tránsito” con

una cierta perspectiva histórica más allá de la propia realidad personal o, a lo más, de la

referencia de los inmediatos antecesores. Pero hay algo en “uno mismo”, allá en lasprofundidades del subconsciente, que no pierde detalle del devenir de los acontecimientos. El

sensor de los pequeños cambios que todo individuo lleva instalado, cual troyano,

“nosesabedónde”, trabaja con la misma jornada laboral que el corazón, 24/7, escaneando las

posturas de los grupos sociales, adaptándolas a la horma personal. Y por alguna poderosa

razón compleja y desconocida, las conductas de la colectividad se aúnan en una sola, dejando

a cada individuo creer en la emancipación de sus decisiones.

Como ocurre con frecuencia, los iconos representativos del objeto, son arrastrados por la

dicha o la desdicha del mismo. ¿Son acaso los himnos entonados con fervor o tajantemente

rechazados precisamente por su musicalidad? Así, el villancico ha resultado ser uno de los

principales damnificados de la cuestión navideña. Definitivamente está demodé. Al menos tal

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Raúl Torrico Redondo

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como lo hemos conocido hasta ahora. Ancestral piececilla melodiosa; reminiscencia de otra

época en la que el mundo cocía a fuego lento y las coplas de temporada adornaban la

labranza, las cosechas y el calendario religioso; los hijos tomaban el testigo de los padres

porque así había de ser, canturreando las mismas letrillas, los mismos refranes para

aprenderse la vida; ajenos a la necesidad de una lista de éxitos o un nuevo hit cada semana.

Una época que ya no existe; y que, la mayoría de los ahora vivos, hemos visto desaparecer sin

despedirnos. Sin despedirnos; más preocupados en colmar de atenciones a un nuevo mundo

que marcha a todo gas, alumbrado o vomitado entre dolores a lo largo del siglo pasado. Donde

los cambios son inmediatos; las modas efímeras; y lo nuevo se consume en el acto, sustituido

por algo que volverá a marchitarse a la misma velocidad. Donde los hijos ya no necesitan a los

padres para aprenderse la vida, porque son los hijos los que instruyen a los padres. Donde

“tradición” y “costumbres” son palabras tan inservibles como su contenido. ¿Qué sentido tiene

el villancico en un mundo que ya no es el suyo? Una vez más la música ha sobrevivido a su

tiempo, y existirá mientras languidece su quintaesencia, antes de caer en el olvido colectivo,

archivada en el trabajo de investigación de algún futuro y reputado etnomusicólogo. Elatractivo de cantar “Arre borriquito” cada Nochebuena no estriba ni su viva melodía ni en su

verso diligente sino en que es el mismo “Arre borriquito” que cantaban nuestros abuelos y sus

padres con almirez y botella de anís. Cada villancico cantado en su justo momento se convierte

en un portal temporal que nos conecta con el pasado de nuestra genética y deja una huella

imborrable en la memoria. Muy poca música llega a impregnarse de ese código extramusical; a

adquirir tras décadas o siglos de curación ese abolengo que no es equiparable al de ninguna de

las nuevas canciones de navidad que inventan ahora; ni siquiera a las versiones modernas de

los villancicos de siempre.

Pero ni a los viejos, ni a los nuevos villancicos parecen irles bien las cosas. Al final, lo que ha

prosperado, cómo no, una vez más, es la importación. Así, tenemos ya plenamente integradas

en nuestro acervo piececitas de temática navideña tan irresistibles como “White Chirstmas”,

“Deck the halls” o “Jingle Bells”; si bien, a aquellos apegados a la tradición, les quedará la

complacencia de que estas, tan solo son músicas para el centro comercial. En la Nochebuena

de cada casa, si es que aun se canta, todavía se hace entonando “Arre borriquito”.

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