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DIOS El Buda el hombre que despertó a la realidad Buda es una palabra sánscrita que significa "el que despertó". Éste es el término que se le asigna al fundador del budismo. Él no era un dios ni era un profeta ni un mesías. El Buda nació como un ser humano normal que, a través de su esfuerzo, alcanzó un estado de perfecta sabiduría y completa sensibilidad hacia todo lo que existe. Dicho en otras palabras, él despertó a su propio potencial y a la naturaleza verdadera del mundo que le rodeaba. A este estado tradicionalmente se le denomina "Iluminación" y es la esencia de la enseñanza budista. Todas sus doctrinas y prácticas están hechas para ayudar al ser humano, hombre o mujer, a llegar a su propio potencial de Iluminación. Desde los tiempos del Buda muchos otros hombres y mujeres también han alcanzado el estado de iluminación, sin embargo, el título de "el Buda" se reserva generalmente para el pionero, Siddharta Gautama, el hombre que descubrió el sendero a la iluminación y que indicó el camino para que otros lo siguieran. PROFETAS Angulimala el que renunció a seguir el camino del mal Habían pasado veinte años desde la iluminación del Buda. Cada año pasaba la temporada de lluvias en el Bosque de Jeta, en Savatthi. Una vez, ocurrió que un cruel ladrón y asesino andaba rondando por el reino de Kosala. Era un sujeto que atacaba, robaba y mataba de manera indiscriminada a cualquiera que se atravesara por su camino y a cada una de sus víctimas le cortaba un dedo. Con esos dedos se había hecho un grotesco collar y por eso se le conocía como Angulimala, el del “collar de dedos”. Por donde quiera que se le veía la gente huía aterrada, de modo que aldeas y pueblos enteros habían quedado desiertos. Una mañana, después de mendigar su alimento en Savatthi, el Buda emprendió el camino rumbo al distrito en el que se sabía que Angulimala sembraba terror. A medida que el Buda pasaba por ahí, los granjeros, ganaderos y viajantes le advertían que no siguiera por ese camino. Grupos de diez, veinte, treinta y hasta cuarenta personas habían intentado atravesar por esas sendas, con la esperanza de que al formar un conjunto numeroso estarían seguros, pero todos habían caído en las crueles y temibles manos de Angulimala y así habían perecido. El Buda

BUDISMO

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DIOS

El Budael hombre que despertó a la realidad

Buda es una palabra sánscrita que significa "el que despertó". Éste es el término que se le asigna al fundador del budismo. Él no era un dios ni era un profeta ni un mesías. 

El Buda nació como un ser humano normal que, a través de su esfuerzo, alcanzó un estado de perfecta sabiduría y completa sensibilidad hacia todo lo que existe. Dicho en otras palabras, él despertó a su propio potencial y a la naturaleza verdadera del mundo que le rodeaba.A este estado tradicionalmente se le denomina "Iluminación" y es la esencia de la enseñanza budista. Todas sus doctrinas y prácticas están hechas para ayudar al ser humano, hombre o mujer, a llegar a su propio potencial de Iluminación.Desde los tiempos del Buda muchos otros hombres y mujeres también han alcanzado el estado de iluminación, sin embargo, el título de "el Buda" se reserva generalmente para el pionero, Siddharta Gautama, el hombre que descubrió el sendero a la iluminación y que indicó el camino para que otros lo siguieran.

PROFETAS

Angulimala el que renunció a seguir el camino del mal

Habían pasado veinte años desde la iluminación del Buda. Cada año pasaba la temporada de lluvias en el Bosque de Jeta, en Savatthi. Una vez, ocurrió que un cruel ladrón y asesino andaba rondando por el reino de Kosala. Era un sujeto que atacaba, robaba y mataba de manera indiscriminada a cualquiera que se atravesara por su camino y a cada una de sus víctimas le cortaba un dedo. Con esos dedos se había hecho un grotesco collar y por eso se le conocía como Angulimala, el del “collar de dedos”. Por donde quiera que se le veía la gente huía aterrada, de modo que aldeas y pueblos enteros habían quedado desiertos. Una mañana, después de mendigar su alimento en Savatthi, el Buda emprendió el camino rumbo al distrito en el que se sabía que Angulimala sembraba terror. A medida que el Buda pasaba por ahí, los granjeros, ganaderos y viajantes le advertían que no siguiera por ese camino. Grupos de diez, veinte, treinta y hasta cuarenta personas habían intentado atravesar por esas sendas, con la esperanza de que al formar un conjunto numeroso estarían seguros, pero todos habían caído en las crueles y temibles manos de Angulimala y así habían perecido. El Buda escuchaba sus recomendaciones pero no se dejaba persuadir y proseguía en silencio. Angulimala había conseguido situarse en un lugar ventajoso desde donde vigilaba el camino a Savatthi, pero durante varias horas lo único que vio fue a un perro perdido y algunos animales silvestres. La ruta estaba totalmente vacía. De pronto, a lo lejos, atisbó una figura solitaria que se dirigía a paso lento rumbo a su escondite. Conforme se aproximaba la figura Angulimala pudo ver que ésta vestía el manto de un monje. No podía creer que un monje fuera tan tonto como para adentrarse solo por un sendero en el cual se sabía que él había derrotado a caravanas de hasta cuarenta viajeros. ¿Acaso nadie le había advertido? ¿Esperaba que sus dioses lo protegieran? A Angulimala no le importó. Ya se tratara de un valiente o un imprudente, él le quitaría la vida. Tomó su espada, su escudo, su arco y sus flechas, descendió y caminó en pos de él. Por fin frenó y le gritó al Buda: “¡Detente, monje! ¡Detente!” El Buda le respondió: “Ya me he detenido, Angulimala. ¿Ahora tú también debes detenerte!” y siguió caminando. Esto desconcertó a Angulimala todavía más. Por la apariencia de ese hombre adivinó que se trataba de un seguidor del Buda. Se suponía que sus

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discípulos jamás mentían. No obstante, este monje le dijo que ya se había detenido y seguía caminando. En cambio, le decía a Angulimala que él debía detenerse también siendo que ya estaba quieto. Le pidió al monje que se explicara. “Angulimala, ya he dejado de ejercer cualquier violencia hacia todos los seres, pero tú no has sabido refrenarte. Es por eso que ya me he detenido y tú no lo has hecho”. Estas palabras sacudieron a Angulimala. Supo que por fin, aquí, en este monje intrépido, había un maestro al que podía respetar. Había llegado la hora de que renunciara a sus malvados métodos. Arrojó lejos sus armas y se tendió a los pies del Buda, rogándole que lo aceptara como discípulo. Entonces, con la cabeza afeitada y vistiendo el manto remendado de un monje del bosque, Angulimala retornó con el Buda a Savatthi. 

Nanda y las Ninfas

Suddhodana no perdió el tiempo y pronto los invitó a su palacio, justo el mismo día en que se celebraba el próximo casamiento de Nanda, medio hermano del Buda, con una bella y noble mujer shakya. En la comida, ambos hombres se sentaron juntos y cuando el Buda se levantó para marcharse le entregó a Nanda su cuenco de mendicante. Nanda no supo muy bien qué hacer, pero como era respetuoso y bien educado siguió al Buda y llevó consigo el cuenco. Salieron del palacio y caminaron hasta el bosque, fuera de la ciudad, donde estaban morando el Buda y sus seguidores. Cuando Nanda salía del palacio su prometida le pidió, “vuelve pronto, príncipe”, pero pasó mucho tiempo antes de que volviera a verlo. Cuando ellos llegaron al bosque el Buda le preguntó a Nanda si no le gustaría abandonar la vida hogareña y seguirlo. Todo había sido tan rápido que Nanda se sentía confundido. No tenía una gran inclinación hacia la vida espiritual pero sí mostraba un gran respeto por su medio hermano y fue por eso que accedió y enseguida recibió la ordenación como monje. Entonces, el Buda tomó a Nanda del brazo y lo llevó en un instante a un mundo celestial, donde vieron quinientas ninfas danzantes de una belleza exquisita, las cuales tenían delicados pies de color rosa. 

“¿Ves a esas quinientas ninfas, Nanda?”. 

“¡Vaya que las veo, señor!”. 

“Dime, entonces, ¿es más atractiva tu joven shakya que estás quinientas ninfas?”. 

Nanda no tenía ninguna duda. En comparación con aquellas ninfas su bella shakya era como un mono al que le hubieran mutilado la nariz y las orejas. “¡Disfruta, pues, la vida espiritual, Nanda y te garantizo que tendrás quinientas ninfas como ésas!”. “¡Si el Buda me puede garantizar quinientas ninfas como éstas por supuesto que disfrutaré de la vida espiritual!”. 

Kisa Gotami: Vida y muerte en una semilla de mostaza

El Buda miró con dulzura a Kisa Gotami y al difunto hijo que traía en sus brazos. “Sí”, le dijo, “puedo ayudarte, pero para hacer la medicina necesito que me traigas algo. Necesitamos una semilla de mostaza”. Fascinada, Kisa Gotami estaba a punto de correr a buscarla. En cualquier casa de la India había una vasija en la cocina donde se guardaban semillas de mostaza. Pronto tendría la medicina para su hijo. “Sólo que hay una condición”, siguió diciendo el Buda. “La semilla debe venir de un hogar donde nadie haya muerto”. Sin pensarlo más, la joven se puso en marcha llena de esperanza. Llamó en la primera casa que se encontró y preguntó si le podían regalar una semilla de mostaza. La mujer que le abrió estaba dispuesta a ayudarle con gusto. Entonces,

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Kisa Gotami recordó las palabras del Buda y le preguntó a la señora: “¿Entre las personas que han habitado en esta casa ha muerto alguien ya?” “Apenas el mes pasado murió mi abuelo. Por favor, no traiga a mi memoria tan triste recuerdo”. De ese modo, Kisa Gotami anduvo de casa en casa y en todas partes encontró a personas que querían ayudarla con la mejor voluntad, pero siempre escuchó la misma historia. Aquí una esposa, allá un marido, un hermano o una hermana, una madre o un padre, un hijo o una hija. No había una casa que no estuviera familiarizada con la muerte. “Pocos son los que quedan vivos; muchos los que ya se han ido. No reavive nuestras congojas”. Así le dijeron una y otra vez. Lentamente, Kisa Gotami se fue dando cuenta que a todos los visita la muerte y que ella no era la única que lamentaba una pérdida. Calmada y sobria, miró a la criatura que traía en los brazos y terminó por aceptar que la vida había abandonado su cuerpo. Lo llevó al terreno de cremación, se despidió de él y regresó a buscar al Buda. 

Dhammadina: ética, meditación y sabiduría

El Buda consideraba que Dhammadina era la maestra del Dharma más sobresaliente entre las monjas. No sabemos mucho de su vida pero su enseñanza, sobre todo en cuanto a la espiral y a la naturaleza cíclica de la existencia condicionada, ha desempeñado un papel muy importante en el desarrollo del pensamiento de Sangharákshita. Cuando Dhammadina retornó al Bosque de Bambú para pasar una temporada cerca del Buda, Visakha fue a visitarla con mucha curiosidad, pues quería saber lo que su ex-esposa había conseguido con su práctica intensiva. El Sutra Culavedalla del Majjhima-Nikaya relata cómo se reencontraron. Visakha interrogó a Dhammadina con mucha atención. Posiblemente al principio no la tomó muy en serio. Quizá sólo estaba probándola para ver si había aprendido algo en realidad. Sin embargo, muy pronto resultó evidente que lo cierto es que ella lo estaba instruyendo y él no quería perder detalle.

Ananda el compañero fiel del Buda

Durante los últimos 25 años de su vida, el Buda tuvo siempre la estrecha compañía de su primo Ananda. Según afirmó el Buda, Ananda sobresalía por cinco cualidades. Era el mejor de sus asistentes, era el más avanzado entre aquéllos que habían “escuchado mucho”, tenía la mejor memoria, era el que mejor manejaba la estructura secuencial de las enseñanzas y era el más constante en el estudio. Asimismo, era muy querido en la sangha, a la cual le había dedicado la mayor parte de su vida Un día, el Buda pidió a sus monjes discípulos que se reunieran y les dijo, “en mis 20 años como líder de la sangha he tenido muchos asistentes pero, en realidad, ninguno ha satisfecho el cargo a la perfección. Una y otra vez ha surgido algún capricho. Ahora ya estoy viejo y requiero un asistente confiable”. De inmediato, los discípulos más aventajados le ofrecieron sus servicios pero el Buda no aceptó a ninguno de ellos. Ananda se mantuvo apartado. “¿Por qué te resistes a probar?”, le preguntaron. “¿No crees que deberías ofrecerte para el cargo?” Era verdad que le habría gustado ser el asistente de su querido primo, pero también era demasiado modesto como para acercarse a sugerirlo. En todo caso, confiaba en que el Buda sabría elegir al más adecuado. El Buda sabía lo que Ananda estaba pensando. “Me complacería que mi asistente fuera Ananda”, declaró y fue así como comenzó una estrecha camaradería que habría de durar hasta la muerte del Buda. 

Modgalyayana un discípulo con poderes paranormales

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Desarrollando una gran disciplina, Modgalyayana alcanzó por fin el samadhi en el que no ocurre ni el pensamiento ni la percepción. Durante este período, siempre que lo invadía algún desánimo, el mismo Shakyamuni se le aparecía en una visión y lo alentaba a perseverar. Cuando sus esfuerzos lo llevaron finalmente a la completa iluminación declaró, “alcancé la iluminación gracias a la enseñanza y el estímulo de mi maestro. Por lo tanto, he nacido de mi maestro”. A partir de entonces podía establecer comunicación con el Buda sin importar la distancia que hubiera entre ambos. En una ocasión, cuando el Buda fue a la Alameda de Jeta, en Saravasti y Sariputra y Modgalyayana permanecían en el Bosque de Bambú, en Rajagraha, Modgalyayana miró a su amigo y le refirió una conversación que acababa de sostener con el Buda.

“¿Pero cómo que acabas de hablar con él, si el Bendito partió hace días hacia un sitio muy lejos de aquí, más allá de muchas montañas y ríos?”, preguntó Sariputra. “No fue que yo me transportara milagrosamente para estar con él”, respondió Modgalyayana, “ni que él se acercara a mí pero, de algún modo, a través de sentidos sobrenaturales hablé con él y me contestó, diciéndome que tenía que ser diligente”. 

“Debes merecer el respeto de todos cuantos siguen el Dharma”, le dijo Sariputra. “Debemos permanecer cerca de ti y esforzarnos por llegar a ser como tú, así como una piedra pequeña se asemeja a las grandes montañas del Himalaya que están junto a ella”.

Sariputra: el discípulo sabio

Un día, Asvayit, un discípulo del Buda, fue a pedir limosna en Rajagraha. Sostenía con mucho respeto su cuenco de mendicante y se comportaba con una concentración serena, energética, modesta y digna. Este monje causó una profunda impresión en Sariputra cuando lo vio pasar. “¿Será posible que este hombre haya alcanzado la iluminación que busco?”, pensó, “o quizá su maestro lo haya logrado”. De modo que siguió a Asvayit con la esperanza de poder conversar con él. 

Una vez que Asvayit terminó su ronda de pedir limosna y tomó sus alimentos, Sariputra se le acercó y lo saludó según la costumbre. “Amigo”, le dijo, “en verdad que me ha impresionado tu apariencia. ¿Quién eres? ¿Y quién es tu maestro?”.

“Soy Asvayit”, contestó el monje. “Dejé el hogar y seguí al Tathágata, el gran maestro iluminado que viene de la tierra de los shakyas”. 

“¿Cuál es la doctrina de este gran maestro iluminado?”, preguntó Sariputra, mientras empezaba a estremecerse por la emoción. 

“No te lo puedo decir con detalle”, respondió Asvayit, “hace muy poco tiempo que decidí seguirlo y aún me falta mucho por aprender”. 

“Pero, por favor, me bastará con escuchar los puntos principales”, insistió Sariputra. Asvayit reflexionó unos instantes y luego, mirando de frente al joven, pronunció lo que habría de convertirse en una de las más famosas citas en todo el cuerpo de enseñanzas budistas. 

De aquellas cosas que surgen por alguna causa, el Tathágata ha dicho cuál es la causay también señaló su punto final. Ésa es la doctrina del Gran Renunciante.

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(Citado por Nyanaponika Thera y Hellmuth Hecker, Great Disciples of the Buddha, Wisdom Publications, Boston 1997, p. 7. El relato completo se encuentra en el Vinaya i.39 en adelante)

Sariputra se cimbró cuando escuchó esto. En un destello, la verdad de la doctrina del origen dependiente impregnó su ser y una percepción liberadora inundó su mente. En ese mismo momento se convirtió en un entrante a la corriente. 

Kasyapa: el maestro de las austeridades

Cuando Kasyapa y su esposa Bhaddha se separaron la tierra tembló bajo la fuerza de su renunciación. El Buda percibió esto y supo que un destacado discípulo llegaría pronto, de modo que se dispuso a conocerlo. Partió para encontrarse con él y una vez en el camino se sentó a esperar bajo la sombra de una higuera india. Su aura iluminaba la zona. Cuando Kasyapa vio al Buda sentado ahí con toda su gloria se dio cuenta enseguida que ese hombre era el maestro que buscaba y se postró a sus pies. “¡El Bendito, Señor, es mi maestro y yo soy su discípulo!”, exclamó. El Buda lo recibió como discípulo y le dio tres reglas que debía seguir para su entrenamiento: 

Así deberás adiestrarte, Kassapa: “Estará presente en mí un vehemente sentimiento de vergüenza y temor de cometer algún mal (hiri-ottappa) hacia los monjes de mayor edad, hacia los novicios y hacia los de rango intermedio en la orden. 

“Cualquier enseñanza que escuche y que conduzca hacia algo bueno la escucharé con oído atento, la examinaré, reflexionaré sobre ella y la absorberé con todo el corazón. 

“¡No menospreciaré la atención consciente del cuerpo ligada al contento!”. Es así como habrás de seguir tu entrenamiento. (Del yataka 469, citado en Great Disciples of the Buddha, p. 118) 

DOCTRINAS

Una guía para seguir en el camino hacia la iluminación

El comportamiento acarrea consecuencias kármicas que afectan el progreso a lo largo del camino. Sin embargo, hasta que alcanzamos la iluminación, no siempre podemos estar seguros de que nuestros actos de voluntad son positivos. En ocasiones nosotros mismos desconocemos los motivos verdaderos. Por esta razón se precisan ciertas directrices éticas, como la lista de los cinco preceptos. Esta guía describe el comportamiento natural y espontáneo de una persona iluminada. Si queremos alcanzar la iluminación debemos intentar emular dicho comportamiento, puesto que modificando nuestra conducta también cambiaremos nuestro nivel de conciencia. 

Principios de adiestramiento

Los preceptos no son normas ni mandamientos. No existe ningún ser superior que nos observa desde arriba para comprobar si seguimos el buen camino. A diferencia de otras listas, como los Diez Mandamientos, los cinco preceptos no indican “lo que todos los budistas deben hacer”, sino que se adoptan de forma voluntaria, en calidad de “principios de adiestramiento”. Los cinco preceptos, que presentamos aquí traducidos del pali clásico, son los más comunes: 

Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de matar.Acepto el principio de adiestramiento de no tomar lo que no me ha sido dado.

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Acepto el principio de adiestramiento de apartarme de malas conductas sexuales.Acepto el principio de adiestramiento de apartarme de la mentira.Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de ingerir intoxicantes.

Una formulación positiva para Occidente

Algunos budistas occidentales han formulado los equivalentes positivos a dichos preceptos: 

Con acciones de amor y bondad purifico mi cuerpo.Con generosidad purifico mi cuerpo.Con tranquilidad, sencillez y contento purifico mi cuerpo.Con una comunicación veraz purifico mi habla.Con una conciencia clara y lúcida purifico mi mente.

Realizamos un cambio en nuestro modo de vivir

Como directrices de entrenamiento, los preceptos son la extensión, en la vida cotidiana, del proceso de buscar refugio en las Tres Joyas. Los preceptos lo hacen efectivo al dotarle de una expresión práctica. No se trata sólo de que quisiéramos dirigirnos hacia la iluminación sino que, adoptando los preceptos, empezamos a cambiar nuestro comportamiento para que concuerde con nuestros ideales. Al igual que existen cuatro niveles de búsqueda de refugio, existen cuatro niveles correspondientes de práctica de los preceptos. 

Cuatro niveles de práctica de los preceptos

En el nivel étnico, los preceptos se reducen a las normas de conducta de un grupo o sociedad. Como tales, sólo forman parte de la moralidad convencional y no se adoptan como reglas de adiestramiento en la senda espiritual. En el nivel provisional, los nuevos budistas asumen los preceptos e intentan vivir de acuerdo con ellos para alcanzar una mejor comprensión del budismo, es decir, intentan practicarlos para comprobar cómo afectan a sus vidas. En el nivel efectivo, el individuo se compromete a vivir según los preceptos y, aunque todavía se siente atrapado en el samsara, realiza un esfuerzo coherente para vivir de acuerdo con la ética. En el nivel real, las acciones se corresponden con los preceptos de forma natural y devienen una expresión del modo de ser del individuo. Así, los preceptos describen el comportamiento natural, libre y espontáneo de los miembros de la arya sangha.

El respeto a la vida

Acepto el principio de adiestramiento de abstenerme de matar. Con acciones de amor y bondad purifico mi cuerpo 

Verse privado de la vida significa privarse, al mismo tiempo, de todo cuanto uno quiere. La voluntad de vivir es común a todas las cosas vivas. No aceptar este principio representa la contradicción más importante de la regla de oro que reza: “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti”. 

A todos los seres vivos les aterroriza el castigo.Todos temen a la muerte.Si todos somos iguales, nadie debería matar al prójimo.A todos los seres vivos les aterroriza el castigo.Para todos, la vida es un bien preciado.Si todos somos iguales, nadie debería matar al prójimo.* 

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En el budismo, la regla de oro no se circunscribe al dominio exclusivo de la humanidad, pues respeta la voluntad de vivir de todos los seres sensibles. Cuando matamos o dañamos al prójimo de cualquier forma consciente dejamos de identificarnos con él como seres vivos, lo vemos sólo como un objeto intrínsecamente separado de nosotros. Esto refuerza la dicotomía sujeto/objeto y nos conduce a un estado de penosa limitación. Así pues, cuando matamos, no sólo privamos a otro de lo que le es más preciado, sino que también nos dañamos a nosotros mismos. El amor, identificación emocional de los demás con nuestro yo, difumina las fronteras entre nosotros y el mundo, proporcionándonos una experiencia más rica y profunda de la vida. Los budistas no sólo se abstienen del asesinato y otros actos de violencia, sino que tampoco abortan ni fomentan el aborto. Por lo general son vegetarianos, les preocupa el medio ambiente y el bienestar de otras especies y no toleran el comercio de armas o cualquier otro producto que perjudique a los seres vivos. 

CEREMONIAS Y RITOS

Todos las escuelas budistas tienen ceremonias. En las países tradicionalmente budistas toman formas muy variadas según el entorno cultural donde se encuentran. Puedes leer una buena descripción de la esta asombrosa variedad en este texto de descarga gratis ¿Hay un budismo o varios? de Sangharákshita.

En AOBO también reconocemos el valor de las ceremonias para involucrar nuestras emociones en la vida espiritual.

El artículo ¿Qué es puya? explica un poco nuestro enfoque.

Aunque nuestras ceremonias y se basan en las tradicionales, intentamos hacerlas más simples y accesibles para las personas occidentales. Hemos puesto los textos de algunas de estas ceremonias en línea... 

El puya de las tres etapas ::  Puya significa “reverencia” y los puyas son una forma de orientarnos hacía el Buda – símbolo de nuestra propia potencial de ganar la iluminación. Este puya fue compuesto por Sangharákshita.

El puya de las siete etapas ::  Este puya tradicional se basa en el Bodhicharyavatara - un canto poético que expone el camino de los bodisatvas, quienes renuncian a la paz de una liberación individual y se comprometen a trabajar para la liberación de todos los seres.

La dedicación :: Esta ceremonia - compuesto por Sangharákshita – se usa cuando vamos a iniciar un retiro u otra actividad y por primera vez se usa una sala para meditar.

Los mantras :: Son sonidos sagrados en sánscrito que son “símbolos sonoros” de la Iluminación. Normalmente los recitamos a final de un puya u otra ceremonia. 

Los preceptos :: Versos en la lengua Pali que son los principios éticos budistas. Normalmente los recitamos durante un puya o antes de meditar.

Ti Ratana Vandana :: Versos en la lengua Pali que expresan reverencia a las Tres Joyas - el Buda, su enseñanza y la comunidad de sus discipulos. Normalmente lo recitamos antes de meditar durante un retiro.

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