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Capítulo LXX Que sigue al de sesenta y nueve y trata de cosas no excusadas para la claridad de esta

Capítulo LXX Que sigue al de sesenta y nueve y trata de cosas no excusadas para la claridad de esta historia

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Capítulo LXX

Que sigue al de sesenta y nueve y

trata de cosas no excusadas para la

claridad de esta historia

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• Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso

escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor de esta

grande historia, qué les movió a los duques a

levantar el edificio de la máquina referida; y dice

que no habiéndosele olvidado al bachiller Sansón

Carrasco cuando el Caballero de los Espejos fue

vencido y derribado por don Quijote, cuyo

vencimiento y caída borró y deshizo todos sus

designios, quiso volver a probar la mano.

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• Carrasco volviose por el castillo del duque y

contóselo todo, con las condiciones de la batalla y

que ya don Quijote volvía a cumplir, como buen

caballero andante, la palabra de retirarse un año en

su aldea, en el cual tiempo podía ser, dijo el

bachiller, que sanase de su locura, que ésta era la

intención que le había movido a hacer aquellas

transformaciones, por ser cosa de lástima que un

hidalgo tan bien entendido como don Quijote fuese

loco.

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• De aquí tomó ocasión el duque de hacerle aquella

burla: tanto era lo que gustaba de las cosas de

Sancho y de don Quijote.

• El duque ya había prevenido de todo lo que había

de hacer, así como tuvo noticia de su llegada y

puso a Altisidora sobre el túmulo, con todos los

aparatos que se han contado, tan al vivo y tan bien

hechos, que de la verdad a ellos había bien poca

diferencia.

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Capítulo LXXI

De lo que a don Quijote le sucedió

con su escudero Sancho yendo a

su aldea

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• Iba el vencido y asendereado son Quijote

pensativo además por una parte y muy alegre por

otra. Causaba su tristeza el vencimiento, y la

alegría, el considerar en la virtud de Sancho, como

lo había mostrado en la resurrección de Altisidora.

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• Don Quijote dijo a Sancho: “De mí te sé decir

que si quisieras paga por los azotes del desencanto

de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena.

Y Sancho, el que quieres, y azótate luego y págate

de contado y de tu propia mano, pues tienes dinero

míos.”

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• Apeáronse en un mesón, que por tal le reconoció

don Quijote, y no por castillo de cava honda, torres,

rastrillos y puente levadiza, que después que le

vencieron con más juicio en todas las cosas

discurría, como ahora se dirá.

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Capítulo LXXII

De cómo don Quijote y Sancho

llegaron a su aldea

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• Todo aquel día esperando la noche estuvieron en

aquel lugar y mesón don Quijote y Sancho, y se

encontaron señor don Álvaro Tarfe.

• Don Álvaro dijo a Sancho: “No sé qué me diga,

que osaré yo jurar que le dejo metido en la Casa del

Nuncio, en Toledo, para que le curen, y ahora

remanece aquí otro don Quijote, aunque bien

diferente del mío.

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• Llegó la tarde, partiéronse de aquel lugar, y a

obra de media legua se apartaban dos caminos

diferentes, el uno que guiaba a la aldea de don

Quijote y el otro el que había de llevar don Álvaro.

En este poco espacio le contó don Quijote la

desgracia de su vencimiento y el encanto y el

remedio de Dulcinea, que todo puso en nueva

admiración a don Álvaro, el cual, abrazando a don

Quijote y a Sancho, siguió su camino, y don

Quijote el suyo.

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Capítulo LXXIII

De los agüeros que tuvo don Quijote al entrar de su aldea, con otros sucesos que adornan y acreditan esta grande historia

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Primer agüero

• A la entrada del cual, vio don Quijote que en

las eras del lugar estaban riñendo dos muchachos,

y el uno dijo al otro que no le canse, Periquillo,

que no la había de ver en todos los días de su vida.

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Segundo agüero

• Queríale responder Sancho, cuando se lo

estorbó ver que por aquella campaña venía

huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y

cazadores, la cual, temerosa, se vino a recoger y

a agazapar debajo de los pies del rucio.

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• Finalmente, rodeados de muchachos y

acompañados del cura y del bachiller, don Quijote

y Sancho entraron en el pueblo.

• Don Quijote se apartó a solas con el bachiller y el

cura, y en breves razones les contó su vencimiento

y la obligación en que había quedado de no salir de

su aldea en un año, la cual pensaba guardar al pie

de la letra, sin traspasarla en un átomo.

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Capítulo LXXIV

De cómo don Quijote cayó malo y

del testamento que hizo y su muerte

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• Como las cosas humanas no sean eternas, yendo

siempre en declinación de sus principios hasta

llegar a su último fin, especialmente las vidas de los

hombres.

• Se le arraigó una calentura que le tuvo seis días

en la cama.

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• Creyendo que la pesadumbre de verse vencido y

de no ver cumplido su deseo en la libertad y

desencanto de Dulcinea le tenía de aquella suerte,

por todas las vías posibles procuraban alegrarle.

• Fue el parecer del médico que melancolías y

desabrimientos le acababan.

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• Don Quijote dijo a todos: “Las misericordias, son

las que en este instante ha usado Dios conmigo, a

quien, como dije, no las impiden mis pecados.

Quiero confesarme y hacer mi testamento.”

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• Don Quijote dijo a los tres: “Dadme albricias,

buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de

la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis

costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya

soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la

infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas

todas las histrorias profanas de la andante

cabellería; ya conozco mi necedad y el peligro en

que me pusieron haberlas leído; ya, por

misericordia de Dios escarmentando en cabeza

propia, las abomino.”

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• Cerró con esto el testamento y, tomándole un

desmayo, se tendió de largo a largo en la cama.

Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en

tres días que vivió después de este donde hizo el

testamento se desmayaba muy a menudo.

• Entre compasiones y lágrimas de los que allí se

hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.

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• Cide Hamete dijo a su pluma que don Quijote,

haciéndole salir de la fuesa donde real y

verdaderamente yace tendido de largo a largo,

imposibilitado de hacer tercera jornada y salida

nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron

tantos andantes caballeros, bastan las dos que él

hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya

noticia llegaron, así en éstos como en los extraños

reinos.

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• Cide Hamete dijo a su pluma: “Por las de mi

verdadero don Quijote van ya tropezando y han de

caer del todo sin duda alguna.” Vale.

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¡Muchas gracias!

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