Cómo Hablar de Dios Después de Auschwitz Edith Stein

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  • 7/23/2019 Cmo Hablar de Dios Despus de Auschwitz Edith Stein

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    Cmo hablar de Dios despus de Auzchwitz?Interpretacin religiosa del holocausto [1]

    Uno de los hechos que ms impactan de Edith Stein es que acepta su propio holocausto en el campo de concentracin de Auschwitz como identificacin total con el

    pueblo judo, en comunin profunda con l, y como expiacin, unida a Cristo, por este execrable crimen de la humanidad. Ante la persecucin juda, ella se haba

    ofrecido ya como vctima: "Desde ahora acepto con alegra y con perfecta sumisin a su santa voluntad, la muerte que Dios me ha reservado. Pido al Seor que se

    digne aceptar mi vida y mi muerte para su honor y su gloria". Este era su testamento espiritual, escrito el 9 de junio de 1939. Todo se cumple el 9 de agosto de 1942en el campo de exterminio de Auschwitz.

    Dios no est ausente de este hecho trascendental de su existencia. Es el acto supremo de la ofrenda de su vida, de su inmolacin para la salvacin de todos. Es la

    prueba suprema de amor, porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). Es, en fin, el testimonio ms elocuente de la fe cristiana,

    cuya verdad resplandece en el martirio ("mrtir" significa "testigo") en todo su esplendor. As interpreta Edith Stein su propio holocausto.

    Esta es tambin la interpretacin que da Juan Pablo II, cuando afirma: "El acontecimiento que ha marcado el mximo del dolor y de la divisin entre los pueblos y las

    personas, ha resultado para los cristianos una ocasin providencial para tomar conciencia de la profunda comunin en el sufrimiento y en el testimonio. Bajo la cruz

    de Cristo, miembros de todas las Iglesias y comunidades cristianas han sabido resistir hasta el sacrificio supremo. Muchos entre ellos han desafiado ejemplarmente,

    con las armas pacficas del sufrido testimonio y del amor, a los torturadores y opresores. Junto a los dems creyentes y no creyentes, hombres y mujeres, han

    lanzado muy alto, por encima de la marea creciente de la violencia, un mensaje de fraternidad y de perdn" [2].

    Pero esta interpretacin religiosa no basta para acallar las voces que se preguntan: Por qu Dios ha permitido esta tragedia humana? Cmo es posible seguir

    hablando del Dios bueno, justo y poderoso de la revelacin, despus de Auschwitz? Cmo explicar que Yahv es "nuestro Dios, nuestro Seor y nuestro Padre", el

    Dios de la salvacin, que est en medio de su pueblo? Se puede seguir creyendo en Dios, despus que l ha dejado a unos hombres que se mostrasen como

    dueos absolutos de la vida de sus hermanos?. El Holocausto se convierte as en un problema religioso-teolgico, que ha sido particularmente debatido en el marco

    del judaismo americano: Buber, Heschel, Wiesel.

    Hans Kng, en su obra reciente sobre el judasmo[3], habla de tres tipos de respuesta al problema religioso del Holocausto:

    La primera es "la increencia de quienes creen encontrar en Auschwitz un fuerte argumento contra Dios", negando la omnipotencia, la bondad y la justicia de Dios.

    Pero es una respuesta que en realidad nada explica. El atesmo no aporta solucin alguna al problema. Acaso se explica el mundo mejor sin Dios?

    La segunda es "la creencia en Dios de quienes consideran Auschwitz en la perspectiva de una especulacin trinitario-teolgica, e intentan superarlo en una dialctica

    intradivina del dolor". El Dios trinitario habra hecho suyo el inmenso dolor humano de Auschwitz. Pero es que le va mejor al hombre porque Dios haya asumido su

    dolor? Tampoco esta respuesta explica la causa ltima del sufrimiento.

    La tercera es "una indestructible confianza en Dios, a pesar de todo, no irracional, sino plenamente razonable: la fe en un Dios que sigue siendo la luz en medio de

    una abismal oscuridad. Porque existe Auschwitz, dice el incrdulo, la idea de Dios me resulta insoportable. Y el creyente, judo o cristiano, puede replicar: slo porque

    existe Dios soy capaz de soportar la idea de Auschwitz".[4]

    Esta es la respuesta que Hans Kng propone como "va media" entre las otras dos: "En vez de comprender tericamente el sinsentido del dolor, confiar y resistir... Elexorbitado dolor, el sufrimiento inocente y sin sentido individual o colectivo no puede entenderse tericamente, sino s/o soportarse en la prctica".[5] Es la

    respuesta prctica al problema, que tanto para judos como para cristianos tiene una raz bblica:

    "En situaciones de extremo dolor, los judos y tambin los cristianos, tienen la figura de Job que les muestra una doble vertiente: Dios es y ser siempre

    incomprensible para el hombre y, sin embargo, el hombre cuenta con la posibilidad de encontrarse con este Dios incomprensible, no ya desde la resignacin o

    desesperacin, sino en un incondicional acto de confianza. A partir de Job, el hombre puede confiar en que Dios aceptar incluso su protesta contra el dolor,

    manifestndose al fin como su creador que le redimir del sufrimiento".

    "Para los cristianos por qu no tambin para los judos? emerge, en situaciones de extremo dolor (por encima de la, en el fondo, ficticia figura de Job) la figura

    verdaderamente histrica del 'Siervo de Dios', que sufre hasta la muerte, del varn de dolores de Nazaret. Su prendimiento, flagelacin, escarnecimiento, su lenta

    agona en la cruz [hasta el abandono de Dios] son como una triple anticipacin de la horrible experiencia de las vctimas del holocausto".

    Hay que aadir a esta interpretacin que solamente en la perspectiva de la una vida nueva y de la resurreccin futura, "adquiere 'sentido' el sinsentido de esta muerte

    en el abandono de Dios". As aparece la muerte del Crucificado, como fuente de esperanza y de salvacin. As vive, de hecho, el creyente su fe en la fuerza

    salvadora de la Cruz (1 Cor 1,23-24). Y sta es "la ciencia de la cruz", que Edith aprende "experimentando a fondo la [misma] cruz".[6]

    A partir de la Cruz de Jess, es posible reconocer que Dios, aun en medio del dolor aparentemente sin sentido, sigue misteriosamente presente y nos salva; y que

    incluso, en medio del aparente abandono, nos guarda en el dolor, pues es un Dios de vivos y no de muertos! Esta realidad salvadora por la Cruz de Cristo se hace

    presente histricamente en la experiencia del dolor humano (tambin en la experiencia trgica del holocausto) y espiritualmente, por la noche oscura del espritu, que

    Edith Stein interpreta como participacin en el misterio de muerte y resurreccin de Jess.[7]

    No hay que olvidar tampoco que Dios es el "totalmente otro"; desborda todas nuestras representaciones, como ensea San Juan de la Cruz y ratifica su discpula

    Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith). l no est ligado a lo humanamente posible. Su accin salvadora rompe todos los esquemas. Nada ni nadie podr

    separarnos de su amor: "Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ngeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la

    profundidad ni otra criatura alguna podr separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jess, Seor nuestro" (Rom 8,38-39).

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    Respuesta de Edith Stein

    A travs de cuanto acabamos de afirmar, se entrev ya la respuesta de Edith a la cuestin del Holocausto judo. Es una respuesta desde la vida y desde su

    pensamiento.

    Ante todo, ella toma decisiones muy firmes para evitar la tragedia: su carta al Papa Po XI, pidindole su intervencin (abril de 1933), y su negativa a dar su voto al

    programa de Hitler en las elecciones del 10 de abril de 1939. Pero este rechazo no la impide asumir los hechos, cargan- do sobre sus espaldas la Cruz del Seor, y

    que no es otra que la cruz que ha cado sobre su pueblo: "Bajo la cruz comprend el destino del pueblo de Dios, que ya entonces comenz a pronunciarse".[8]

    Al tener conocimiento de "las crueldades que se cometan contra los judos",cuando a principios de 1933 se erigi el 'Tercer Reich", comenta: "Entonces me vino

    como una luz, que Dios nuevamente haba dejado caer su mano pesada sobre su pueblo y que el destino de este pueblo era tambin el mo".[9]

    Su amor y entrega a la Cruz quedan reflejados en su mismo nombre religioso: Teresa Benedicta de la Cruz. Ser el programa de su vida, que la llevar hasta la

    inmolacin, consumada en el holocausto de Auschwitz. As vive, de hecho, su vocacin al Carmelo.[10] Siente esta llamada como una participacin en el misterio

    redentor de Cristo, como testimonia una de sus cartas, ya antes de su ingreso en el Carmelo de Colonia:

    "Existe una vocacin al sufrimiento con Cristo y, a travs de eso, a colaborar en su obra redentora. Si estamos unidos al Seor, somos miembros del cuerpo mstico

    de Cristo; Cristo contina viviendo en sus miembros y sufre en ellos; y el sufrimiento soportado en unin con el Seor es su sufrimiento, insertado en la gran obra de

    la redencin y, por eso, fructfero. Este es un pensamiento fundamental de toda vida religiosa, pero especialmente de la vida del Carmelo; interceder por los

    pecadores a travs del sufrimiento voluntario y gozoso, colaborando de este modo a la redencin de la humanidad". [11]

    Cuando ya, dentro del Carmelo, recibe la encomienda de preparar una pltica para la comunidad, con motivo de la renovacin de sus votos religiosos el da de la

    Exaltacin de la Cruz, se hace eco de la misma vocacin redentora a travs de la Cruz, relacionndola voladamente con la persecucin del pueblo judo: "El mundo

    est en llamas. El combate entre Cristo y el Anticristo ha estallado abiertamente. Si te decides por Cristo te puede costar la vida".[12]

    Repite hasta tres veces la expresin "el mundo est en llamas" y exhorta vivamente a apagar estas llamas por la propia inmolacin en la cruz, haciendo suyos los

    gemidos de los atribulados:

    "El mundo est en llamas. Deseas apagarlas? Mira a la Cruz. Desde el corazn abierto brota la sangre del Redentor. Ella apaga las llamas del infierno. Haz libre tu

    corazn con el fiel cumplimiento de tu profesin, entonces se derramar en tu corazn el caudal del Amor divino hasta inundar y hacer fecundos todos los confines de

    la tierra, Oyes el gemir de los heridos en los campos de batalla del Este y del Oeste? T no eres mdico, ni enfermera, y no puedes vendar sus heridas. Tu ests

    encerrada en tu celda y no puedes alcanzarlos. Oyes la llamada agnica de los moribundos? T quisieras ser sacerdote y estar a su lado. Te conmueve el llanto de

    las viudas y de los hurfanos? T quisieras ser un ngel consolador y ayudarles. Mira al Crucificado. Si ests esponsalmente unida a l en el autntico cumplimiento

    de tus santos votos, es tu sangre su sangre preciosa. Unida a l eres omnipresente como l. T no puedes ayudar como el mdico, la enfermera o el sacerdote aqu o

    all. En el poder de la Cruz puedes estar en todos los frentes, en todos los lugares de afliccin; a todas partes te llevar tu amor misericordioso, el amor del corazn

    divino, que en todas partes derrama su preciossima sangre, sangre que alivia, santifica y salva". [13]

    "Sor Teresa Benedicta no solamente escribi pginas profundas sobre la 'ciencia de la cruz', sino que recorri hasta el final el camino en la escuela de la Cruz".[14]

    La unin con el Crucificado la permite hacerse presente en todos los frentes, para curar, consolar y salvar. Es la interpretacin redentora de la Cruz y la primera

    respuesta de Edith al tema del Holocausto. Esencialmente se basa en la interpretacin bblica del valor salvfico del sufrimiento del creyente, del justo, del mrtir de la

    fe, del Siervo de Yahv. Sufrimiento, que llega a su cspide en el Crucificado. Son los sufrimientos mesinicos, que humanizan a la humanidad y hacen avanzar la

    historia.

    Esta es tambin una de las lneas de interpretacin religiosa del Holocausto judo: "El Holocausto es la ltima expresin de una redencin vicaria. Israel es el Siervo

    de Yahv que sufre por los dems (Isaas 53) y as reconcilia los pecados de los dems. Unos mueren para que otros puedan ser purificados y vivir" (S. T. Katz).

    Una segunda interpretacin es la que se desprende de la dea de Dios que gua la historia. Para Edith Stein, como hija de Israel y como cristiana, es el "Divos vivo y

    verdadero", el Dios de la salvacin, que cumple siempre sus promesas, aunque los hombres no comprendan muchas veces sus caminos. Ya lo dice el Profeta: "Mis

    caminos no son vuestros caminos" (Is 55,8).

    Ella, desde que en su conversin se encuentra con l, se abandona enteramente a su voluntad, que se manifiesta misteriosamente en su vida. Aprende as a "vivir en

    las manos del Seor", como repite frecuentemente. Aunque esto le exige un despojo interior, encuentra aqu una fuente de paz y de fortaleza: el verdadero camino de

    salvacin.

    Al producirse la subida de Hitler al poder, se ve obligada a interrumpir bruscamente sus clases en el Instituto de Mnster, por ser juda. Acepta con mucha paz interior

    esta profunda contrariedad. Cuando le comunican que no podr seguir impartiendo lecciones, escribe: "Recib el comunicado muy serenamente. No necesitaba ser

    consolada.[15] Con la misma serenidad se lo comunica a su amiga y madrina Hedwig Conrad-Martius: "Creo que detrs hay una grande y misericordiosa

    Providencia" (Ct 131). Lo mismo le confa a Maritain, citando el texto de San Pablo (Rom 8,28): "A los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Ct 134).

    A medida que se acerca la hora de su holocausto, crece ms su confianza en Dios y anima a todos a descubrir su presencia en la historia: "El mundo espiritual est

    gobernado por la gracia... Dios no es majestad lejana que se comunica con nosotros por medio de sus mensajeros, sino amor desbordan- te".[16] Teniendo a Dios,

    "en ningn lugar nos faltar nada":

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    "Dios, toda la Santsima Trinidad, est en nosotros. Si llegamos a comprender que podemos construirnos una celda cerrada en nuestro interior y recogernos all tan a

    menudo como sea posible, entonces en ningn lugar del mundo nos faltar nada. As tienen que animarse tambin los sacerdotes y religiosos que est en prisin.

    Para aquellos que comprenden bien esto, ser gran tiempo de gracia. Esto lo hemos escuchado ya de algunos". [17]

    Los ltimos aos de su vida, refugiada en el convento de Echt (Holanda), a causa de la persecucin nazi, intuyendo ya el trgico desenlace, exhorta a verlo todo a la

    luz de la eternidad (Ct 296), pues "aqu no tenemos morada permanente... y que se cumpla la voluntad de Dios: In manibus tuis sortes meae [En tus manos est mi

    destino]".[18] As interpreta la voluntad de Dios:

    "Como una llamada para la realizacin de una expia- cin especial. Dicha llamada es una gracia extraordina- ria... Ante Dios es como un verdadero martirio" (Ct 292).

    Es "sacrificar a ella inclinaciones personales [y] tomar parte en el sacrificio de Cristo" (Ct 296). "No desea otra cosa sino que se cumpla la voluntad de Dios y... se

    deja guiar por l sin resistencia" (Ct 301). El Espritu Santo nos otorga "todos sus dones y frutos: amor, paz, alegra, que nadie puede robarnos y que nos

    independizan de todos los sucesos exteriores" (Ct 303). "No se puede desear la liberacin de la cruz, cuando alguien tiene el ttulo 'de la cruz'" (Ct 306). "Hemos de

    estar agradecidas por la unin en el Reino, que no conoce fronteras ni limi- taciones, separacin ni distancia... La esperanza en la futura claridad es mi gran alegra"

    (Ct 310).

    Desde esta interpretacin de la voluntad de Dios, exhorta una vez ms, en una de sus plticas sobre la Exaltacin de la Cruz, a pedir por la paz. Pero para que esta

    peticin sea escuchada, es preciso cargar con la Cruz del Seor:

    "La Cruz se eleva de nuevo ante nosotras. Ella es signo de contradiccin. El Crucificado nos contempla desde all: "Tambin vosotras queris abandonarme?" El da

    de la renovacin de los votos tiene que ser siempre un da de un serio examen personal. Hemos sido consecuentes con lo que una vez profesamos con fervor?

    Hemos vivido como conviene a las esposas del Crucificado, del Cordero inmolado? En los ltimos meses hemos odo muy a menudo quejas de que las muchas

    oraciones por la paz no surtieron todava ningn efecto. Qu derecho tenemos nosotras a ser escuchadas? Nuestro deseo de paz es, sin duda, autntico y sin- cero.

    Pero, nace de un corazn totalmente purificado? Hemos rezado verdaderamente "en el nombre de Jess", es decir, no slo con el nombre de Jess en la boca,

    sino en el espritu y en el sentir de Jess, buscando la glora del Padre y no la propia? El da en que Dios tenga poder ilimitado sobre nuestro corazn, tendremostambin nosotras poder limitado sobre el suyo".[19

    Ella misma se haba ofrecido ya como "vctima propiciatoria por la paz verdadera", a los pocos das de su llegada al convento de Echt:

    "Por favor le dice a su Madre Priora, permtame Vuestra Reverencia ofrecerme al Corazn de Jess como vctima propiciatoria por la paz verdadera: que el poder

    del Anticristo, si es posible, se derrumbe sin una nueva guerra mundial, y que pueda ser instaurado un nuevo orden de cosas". [20]

    Este es el marco de confianza y de entrega como vctima propiciatoria, en el que Edith se prepara para el holocausto, en plena comunin con su pueblo. "Vayamos al

    encuentro con nuestro pueblo", le dice a su hermana Rosa, cuando son detenidas por la Gestapo.

    Es el mismo marco en el que, segn ella, cabe interpretar el Holocausto judo. Es, sin duda, un hecho dramtico y un crimen execrable. Pero Dios, que no est

    ausente de la historia del hombre, aunque parece que guarda silencio, no deja de hablarnos y nos guarda en el dolor. Dios no abandona a los que se confan a l.

    Esta idea de Dios, que rige misteriosamente los destinos de la historia, a la que responde la actitud confiada del hombre, es la idea del Dios bblico, el Dios personal,

    el Dios de la salvacin, que cuida de su pueblo y de todo el que cree en l. Es el Dios al que se abandona enteramente Teresa Benedicta de la Cruz, en medio del

    drama de su pueblo y del suyo propio.

    Esta es la comprensin de Dios, en la que muchos tratan de encontrar la clave para la interpretacin religiosa del Holocausto. Es, en definitiva, la vuelta al "Dios vivo

    y verdadero", que gua la historia humana: el Dios vivo y personal de la revelacin. Esto significa la superacin de la idea de Dios, impuesta por el pensamiento

    racionalista de la Ilustracin, por el liberalismo religioso y posteriormente por la secularizacin, como un Deus ex machina, manejado segn criterios humanos, para

    intereses personales, que funciona a la medida de nuestras necesidades. Un Dios, en fin, que ha hecho el hombre a su imagen y semejanza, pero que el hombre se

    empea en hacerlo a imagen suya. Este "Dios" es el que ha muerto en Auschwitz y del cual ya no se puede seguir hablando. Ms an conforme a algunas

    interpretaciones, esta comprensin del Dios de la Ilustracin, encarnada por el positivismo Kantiano[21], sera una de las explicaciones de la masacre juda. No se

    puede seguir creyendo en esa idea de Dios, que condujo a semejante tragedia humana.

    Conocemos ya la reaccin ante el positivismo kantiano, encarnada por la corriente fenomenolgica y, particularmente, por la misma Editn Stein, con sus estudios

    sobre "La Empata" y "El ser finito y ser eterno". Se basa en el paso del racionalismo y moralismo kantiano a la experiencia del "Dios viviente de la Biblia". Este es el

    Dios de la fe, en quien estn nuestros destinos, ms all de la vida y de la muerte. l se hace presente ms all de los acontecimientos de los que el hombre

    pretende ser nico protagonista, provocando as la presencia de Dios. Es una presencia, que no anula la libertad humana, pero que la interpela.

    Esta es la interpretacin que hace del Holocausto el filsofo judo Emil Fackenheim, cuyo pensamiento resume O. Gonzlez de Cardedal:

    "El [Dios] estaba en Auschwitz, no anulando la historia de los poderes de este mundo, pero s asistiendo, dndose a conocer, apoyando a sus siervos. Y all fue

    revelacin para los que perecieron y para los que supervivieron. A estos los impera a sobrevivir, a no dar razn a sus aniquiladores, a mantener su existencia

    testimonial en la historia, a no desesperar de la redencin, a no sucumbir al cinismo, a no abdicar de su responsabilidad en el mundo dejando a ste en manos de los

    poderes demonacos que hicieron posible Auschwitz. La revela- cin de all consiste en obligarnos a decir no a Hitler y s a Dios".[22]

    Otro dato importante, que se desprende de esta interpelacin, es el ocultamiento de Dios en la historia, como "condicin para la existencia de la dimensin moral del

    hombre y para el ejercicio de su libertad". Segn esto, el Holocausto no es slo un reto para la fe en Dios, sino tambin para la libertad humana. As lo proclama otro

    escritor judo: "El Holocausto es la expresin mxima del mal humano, el precio que la humanidad tiene que pagar por la libertad humana. Los Nazis eran hombres

    no dioses. Auschwitz es un reflejo ignominioso de lo que es el hombre y en nada afecta a la existencia o perfeccin de Dios" (S. T. Katz).

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    En esta misma lnea hay que destacar la interpretacin teolgica del escritor judo Ignaz Maybaum: "El Holocausto... es una convulsin de toda la con- ciencia

    humana, que as percibe su maldad, reconoce su degradacin y su destino, y avanza. El hace pasar al hombre definitivamente de la edad media, en cuanto

    autoritaria y violenta respecto de la conciencia y libertad humanas, a la modernidad en la cual ya jams sern humanamente pensables ni la coaccin interior ni la

    violencia exterior. Dado que la conciencia moderna slo entiende la redencin en trminos cristianos de sangre y sustitucin para descubrir el perdn de Dios y con l

    sus inhumanidades y pecados, el pueblo judo sacrificado en Auschwitz ha tenido que ser el nuevo crucificado, para que la actual humanidad redescubra su real

    inhumanizacin".[23]

    Tampoco esta interpretacin est lejos del pensamiento de Edith Stein. La libertad, precisamente, es uno de los temas ms estudiados por ella. La preocupa, sobre

    todo, la formacin de la libertad humana, de manera que no se produzcan ms aberraciones en la historia como la de Auschwitz. Para ella, la formacin de la libertad

    pasa necesariamente por un proceso de interiorizacin, que conduce hasta "el ms profundo centro del alma": "El centro ms profundo del alma es tambin el cen-

    tro de la ms perfecta libertad".[24] Es aqu donde se gestan las grandes decisiones del hombre, que configuran su existencia y la historia humana.[25]

    La libertad aparece tambin ntimamente unida a la voluntad de Dios, fuente de libertad, que alcanza su ms alta expresin en la unin con l: "No es una limitacin,

    sino la ms alta expresin de libertad, libre obsequio de amor esponsal". [26]

    La libertad es, en fin, esa joya escondida en lo ms interior del hombre, que nadie nos puede quitar, pero que es necesario redescubrir, como el tesoro escondido del

    Evangelio (Mt 13,44-46). Es el santuario ntimo de nuestra interioridad, al que slo Dios y la propia persona tienen acceso. Nadie ms puede franquear la puerta.[27]

    Por eso la libertad es la frontera, donde convergen todas las dems fronteras. Por eso la espiritualidad Edith Stein es esencialmente una espiritualidad de frontera

    Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz) fue la mujer que encontr la libertad en la verdad, de la que aqulla es inseparable. Una verdad, como la de San

    Pablo, fundada en la Cruz de Cristo: "En cuanto a m, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Seor Jesucristo!" (Gal 6,14). "El misterio de la Cruz

    dice Juan Pablo II poco a poco fue envolviendo toda su vida, hasta impulsarla a la entrega suprema. Como esposa en la cruz. Sor Teresa Benedicta no slo

    escribi pginas profundas sobre la "ciencia de la cruz'; tambin recorri hasta el fin el camino en la escuela de la Cruz... A travs de la experiencia de la Cruz, Edith

    Stein pudo abrirse camino hacia un nuevo encuentro con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Padre de nuestro Seor Jesucristo". [28]

    Desde este reencuentro con el Dios de nuestros Padres en la fe, desde la plena identificacin con el misterio de la Cruz y, ms concretamente, desde su apasionada

    bsqueda de la verdad y de la libertad, Juan Pablo II termina su alocucin, el da de la canonizacin de Teresa Benedicta de la Cruz, proponindola como ejemplo y

    testimonio de dilogo interreligioso entre judos y cristianos: "Que la nueva Santa sea para nosotros un ejemplo en nuestro compromiso al servicio de la libertad, y en

    nuestra bsqueda de la verdad. Que su testimonio sirva para hacer cada vez ms slido el puente de la mutua comprensin entre hebreos y cristianos'.

    Como conclusin, queremos destacar la profunda unidad que se da en ella entre pensamiento y espiritualidad, entre teologa y mstica, entre su condicin de hija de

    Israel e hija de la Iglesia, entre su bsqueda de la verdad filosfica y la verdad cristiana. Su itinerario espiritual, marcado por esta bsqueda, la hace particularmente

    cercana al hombre contemporneo en su "camino de busca de la verdad". Destacan en ella tres grandes etapas de esta bsqueda: la filosfica, la teolgica y la

    mstica. De ninguna de ellas reniega, a medida que las descubre. Aparecen armnicamente integradas en su vida y en su pensamiento. Cada una es asumida en la

    etapa siguiente, y todas ellas en la etapa final, que culmina en su entrega suprema el martirio, donde resplandece particularmente la verdad de Cristo. Por eso el

    Papa, con motivo de su canonizacin, la ha propuesto como ejemplo elocuente de la bsqueda de la verdad.

    P. Ciro Garca OCD

    [1] Artculo tomado del libro Edith Stein: una espiritualidad de frontera. Editorial Monte Carmelo, Burgos: 1998. pag. 209 223.

    [2] Juan Pablo II, 50 Aniversario del final en Europa de la segunda guerra mundial: 8 de mayo de 1995.[3] HANS KNG, El judaismo. Pasado, presente y futuro, 2a edicin, Madrid 1998, pp. 549-571 ("El Holocausto y el futuro del discurso sobre Dios").[4] Ibid., pp. 570-571.

    [5] Ibid., p. 568.[6] Autorretrato epistolar, Ct 320, a la Madre Ambrosia Antonia Engelmann OCD; diciembre de 1941.

    [7] cf. La Ciencia de la Cruz, pp. 71-230[8] Autorretrato epistolar, Ct 277, a la Madre Petra Brning OSU: 9 de diciembre de 1938[9] "Cmo llegu al Carmelo de Colonia, en Obras, p. 194.

    [10] cf. C. GARCA, Edith Stein. O la bsqueda de la Verdad, pp. 162-168.[11] Autorretrato epistolar, Ct 117, a Anneliese Lichtenberger: Navidad de 1932.[12] "Exaltacin de la cruz", 14.09.1939, en Obras, p. 222.

    [13] Ibid., p. 224.

    [14] JUAN PABLO II, Homila en la canonizacin de Teresa Benedicta de la Cruz (11 de octubre de 1998).[15] "Cmo llegu al Carmelo de Colonia", en Obras, p. 197.[16] Autorretrato epistolar, Ct 257, a Walter Warnach: 6 de junio de 1938.[17] Ibid., Ct 268, a Sor Agnella Stadtmller OP: 20 de octubre de 1938.

    [18] Ibid., Ct 290, a la Madre Petra Brning OSU: 16 de abril de 1939.[19] "Las Bodas del Cordero", 14.09.1940, en Obras, pp. 232-233.[20] Autorretrato epistolar, Ct 286, a la Madre Ottilia Thannisch OCD: 26 de marzo de 1939. "Comprendi dice Juan Pablo II que era muy importante para ella 'ser

    hija del pueblo elegido y pertenecer a Cristo no slo espiritualmente, sino tambin por los lazos de la sangre" (JUAN PABLO II, Homila en la canonizacin de TeresaBenedicta de la Cruz (11 de octubre de 1998).

    [21] El filsofo judo Hermann Cohn (1842-1918), con su intento de convertir la razn cientfica y las ciencias exactas en norma suprema de conducta, llev elkantismo a su mxima expresin.[22] O. GONZLEZ DE CARDEDAL, Dios en la historia. El holocausto como lugar y problema teolgico en el judaismo, "Salmanticensis" 30 (1983) p. 213.

    [23] O. GONZLEZ DE CARDEDAL, I. c., pp. 214-215.

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    [24] La Ciencia de la Cruz, p. 194

    [25] cf. Ser finito y ser eterno, pp. 451-453; La Ciencia de la Cruz, pp. 192 ss.[26] Autorretrato epistolar, Ct 296, a Sor Agnella Stadtmller OP: 29 de octubre de 1939.[27] cf. Ciencia de la Cruz, pp. 196-203.

    [28] JUAN PABLO II, Homila en la canonizacin de Teresa Benedicta de la Cruz (11 de octubre de 1998).