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CÓMO NOS TOCA LA GUERRA? COMPILACIÓN NÚMERO 4 MAESTRÍA EN DESARROLLO RURAL. SEMINARIO DE PROBLEMAS RURALES PRIMER SEMESTRE, 2009

CÓMO NOS TOCA LA GUERRA? - PROBLEMAS … · experiencias de la guerra que vivimos en nuestro ... cual solo nos enteramos del conflicto por noticias y nos vemos ... sentimos la guerra

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CÓMO NOS TOCA

LA GUERRA?

COMPILACIÓN

NÚMERO 4

MAESTRÍA EN DESARROLLO RURAL. SEMINARIO DE PROBLEMAS RURALES

PRIMER SEMESTRE, 2009

1

Continuamos en la valoración profunda del

testimonio personal para ir documentando

experiencias de la guerra que vivimos en nuestro

país.

¿Cómo nos toca la guerra? Es una pregunta por

nosotros, pero sin duda es una pregunta en donde

los otros afloran como parte de nuestra memoria

personal y colectiva.

La guerra analizada desde múltiples perspectivas,

adquiere un sentido particular y vital cuando es

nombrada y rememorada desde nuestras vivencias,

desde las marcas que su paso deja en nuestra

cotidianidad.

En efecto, pasamos del recuento anecdotario a la

reflexión crítica, en donde nos incluimos como

sujetos activos de esta historia de guerra, pobreza y

exclusión. Así damos cuenta de procesos más

profundos, de vivencias que atraviesan las vidas

propias y ajenas y nos invitan a la reflexión activa

sobre tiempos y lugares llenos de miedo y de

incertidumbre, pero desde los cuales es posible

también construir espacios de esperanza y

resistencia.

1. LA GRAN INCERTIDUMBRE

Ahora que discutimos el tema de cómo nos ha tocado la

guerra, es cuando nos sorprendemos de que tan indiferentes

somos a ella por diferentes motivos, entre ellos está el vivir en

una gigante y sólida cúpula de cristal llamada Bogotá, desde la

cual solo nos enteramos del conflicto por noticias y nos vemos

ajenos a ella. Como Bogotana, pensé que la guerra no me

tocaría tan cerca! Pero mis cálculos fallaron....

Por mi profesión y por cuestiones de trabajo me enviaron al

Meta, a unos municipios y veredas cuyo nombre prefiero

omitir. Viajamos varios profesionales. Yo dirigía la salida de

campo y todo estaba muy bien planeado, tanto el manejo del

personal como de los recursos que nos acompañaban:…

Nos dirigimos al lugar donde nos hospedábamos, el cual solo

nos brindaba el servicio de alojamiento (no en casa), puesto

que nos permitieron guindar nuestras carpas al alrededor la

casa. Como éramos tantos (33 personas), teníamos que buscar

lugares que nos protegieran de las condiciones climáticas

complejas, dado que nos encontrábamos en invierno. A

nosotras las mujeres nos tocó en una cochera, el cual fue un

lugar estratégico, que a pesar del fétido olor, nos protegió del

aguacero.

La salida de campo se realizó en 10 días, y para ello se

contrataron nueve (9) baquianos, quienes nos colaboraron

2

durante toda la investigación. Estas personas eran de la

región, por lo tanto eran reconocidas por los pobladores y así

mismo eran conocedoras del área. Entre estos baquianos había

uno muy especial, que en este caso lo llamaremos “Cobra”, el

cual se notaba a distancia que era el líder de todos ellos, es

decir, el que mandaba. En algunos casos pude observar que él

siempre se encontraba ubicado en lugares especiales y el trato

era diferente. Por ejemplo, un día nos quedamos sin carne y

estábamos en medio de la nada y a pesar de eso, él era el

único que comía pescado. Era un gran personaje, que a decir

verdad, cuando lo conocí me dio algo de temor, pero que con

los días empezó a acercarse a nosotros, siendo muy gentil y

servicial y ni que decir de su buena chispa! Era una personaje

que al pasar los días, cada vez nos caía mejor…Esta historia la

retomaremos posteriormente, dado que en ese viaje

ocurrieron dos acontecimientos que me hicieron crecer como

persona y como madre…

Por otra parte, el grupo de campo estaba avanzando sus

labores a pasos agigantados, puesto que la persona que

terminaba con su tarea le colaboraba a los demás. Por tal

razón nosotras las coordinadoras finalizamos nuestras labores

rápidamente y podíamos colaborarle a los otros. Nos faltaba

realizar una tarea: la caracterización en el extremo norte del

área, que se localizaba a tres horas y media del lugar donde

nos alojábamos. Para realizar esta tarea nos fuimos en una

camioneta: mi compañera, un baquiano, un conductor y yo, y

nos dirigimos a un lugar especifico para realizar un aforo de

un caño. Ese día cuando íbamos en la camioneta, yo sentía

algo extraño… sentía como que nos fuéramos a encontrar algo

dentro de esos caños (laboratorios o algo similar), puesto que

poseen una vegetación muy densa y en todo el área no había

acceso a señal de celulares, ni radios, ni de nada, estábamos

completamente incomunicados.

Llegamos al caño y nos bajamos de la camioneta y nos

dirigirnos hacia el bosque con el baquiano, el chofer se quedó

en la camioneta. A los 20 minutos de haber ingresado al

bosque, llegaron dos camionetas y empezaron a indagar al

chofer sobre nosotros y nuestras actividades, mientras tanto

nosotros en medio de esa vegetación estábamos muy

asustados “ahí Dios! nos rastrearon” pensamos los tres.

Esperamos a que se fueran y salimos corriendo hacia la

camioneta, el chofer estaba muy asustado y comentaba:

“Ingenieras esos personajes me hicieron varias preguntas,

estaban indagando sobre quiénes éramos, qué hacíamos,

cuántos somos, de todo… entonces le dije: “No se afane, más

bien salgamos rápido de este lugar, diríjase a la casa”.

Así lo hicimos, pero al pasar aproximadamente 15 minutos de

transcurso en el carro, nos encontramos con una laguna

hermosa y de una gran extensión, la cual no se encontraba

georeferenciada en la cartografía, así que nos vimos obligados

a detenernos dos minutos y tomar las coordenadas y las

respectivas fotos… cuando estábamos en esas, llegó un tipo

3

sin dientes, sin camisa y sudoriento, por el otro lado de la

camioneta. No lo vimos llegar. Tenía boqui-toqui y empezó a

hacernos una serie de preguntas de quiénes éramos, qué

hacíamos, entre otras…. En ese momento sentí un gran frío en

todo mi cuerpo y con mayor razón pensando en mi hijo.

Nosotros le estábamos explicando con palabras sencillas

nuestras actividades y nos dice: “Que bien monitas!… nosotros

también podemos ayudarles con la información que necesitan,

pero con mucho gusto les colaboraremos desde la casa de mi

“patrón”” y el tipo se va montando al platón de la camioneta, y

empieza a gritar… “!me van siguiendo, nos vamos para la casa

de mi patrón inmediatamente¡”… Dios mío!… lo que sentí en

ese momento fue inexplicable, solo se me vino a mi mente el

retrato de mi bebe de 7 meses en ese entonces… y me

preguntaba a mi misma: ¿quién va a saber que estamos

acá?…¿quién se va a imaginar que nos está sucediendo todo

esto?

Seguimos las instrucciones del tipo y como en el programa de

televisión “El cartel de los sapos”, en medio de la nada había

una hermosa hacienda, la cual tenía dos colinitas pequeñas a

sus dos lados y en cada una de ellas había un árbol de gran

tamaño. Cuando llegamos al lugar vimos como un montón de

tipos empiezan a bajarse de los árboles y salen corriendo

hasta donde estábamos nosotros. Cuando llegaron a la

camioneta, puede verles sus ojos, llenos de muerte, tristeza y

avaricia. Todos tenían una mirada que jamás había visto y

tenían una serie de equipos sofisticados, entre ellos avanteles,

binoculares y unos aparatos que no pude descifrar.

En medio de eso, nos abren las puertas de la hacienda y

entramos la camioneta, apenas lo hicimos, empezaron a

colocar unas cadenas y candados…., ahí sí que dije: “Dios mío,

solo estamos en tus manos”. Solo le rogaba a Dios para que

me comunicara con ellos sin demostrarles el miedo que me

estaba invadiendo en ese momento y así fue.

Nos bajamos de la camioneta y llegamos a donde el “Patrón”,

el cual estaba rodeado de aproximadamente 16 hombres y

empezaron a hacernos una serie de preguntas referentes a

nuestras actividades. En medio de eso, empecé a hacer chistes,

dialogando con ellos con mucha seguridad y el tipo al

escucharnos, decía: “ustedes son como bacancitas” y lo

repetía… Luego se quedó pensando y posteriormente

comentó: “¿Saben? No veo problema a que sigan con sus

actividades, pero eso si tengan mucho cuidado al andar por

acá!”, es decir, que nos dieron una gran oportunidad!! Dios

mío! el sentimiento que se generó en esos instantes es

indescriptible. Ahí mismo, nos fuimos para la casa, pero fue

una angustia enorme la que sentimos.

Por otra parte, volvamos a la historia del baquiano diferente a

todos. Desafortunadamente quedó enamorado de la persona

que está escribiendo esta historia y por lo tanto inició su

respectiva búsqueda, seguimiento mediante llamadas,

4

mensajes y otras más. Fue un tema de mucho cuidado y

cautela.

En estos momentos es que nos damos cuenta que la guerra

nos puede tocar la puerta cuando quiera y cuando pueda. Es

increíble la realidad que uno vive fuera de la capital, en la cual

todas las situaciones de nuestro país son expuestas en un

segundo plano y por tanto, somos totalmente indiferentes a

aquellas situaciones.

En este caso, la guerra intentó tocarme, pero gracias a la

oportunidad que nos dio Diosito podemos decir que es muy

diferente la realidad rural a la urbana, tanto en sus actores,

como actividades y negocios que se manejan. Nosotros nos

cerramos a la realizad de nuestro país y solo nos importa

resolver nuestros problemas particulares y así mismo nuestros

propios intereses.

Es muy fácil juzgar a los demás, cuando decimos: “mínimo esa

persona está viviendo la situación actual porque se lo ha

buscando” o algo parecido. Pero en el momento de haber

vivido esta historia pensaba que esto le puede suceder a

cualquier persona en el mundo sin importar su estatus, su

raza, su intelecto.

En esa experiencia se evidenció que las comunidades

pertenecientes a estas veredas tienen en un concepto diferente

a los grupos al margen de la ley, puesto que comentaban que

estos grupos les han brindado cierta seguridad rural y

generación de empleo, mientras que en la capital tenemos a

estos grupos en otro concepto y solo vemos benéfico al

personal del ejército.

En términos generales, vemos la guerra como un hecho lejano,

que se ve reflejada en el número de víctimas, en la prohibición

de acceso a ciertas áreas y en los precios de los alimentos. La

visualizamos de manera real e irreal, es decir, sentimos la

guerra cuando vemos las víctimas en el noticiero, sus familias,

sus comunidades, pero realmente somos ajenos a tal realidad

puesto que no estamos en los zapatos de ellos.

En muchas ocasiones creemos que el Estado es el responsable

de solucionar tal problemática, pero no identificamos cuál es

nuestro papel en ella, por lo cual lo mínimo que puede hacer

cada ser humano, es realizar una introspección de sí mismo,

para identificar sus respectivos conflictos internos, dado que

estos son la semilla generadora de sentimientos,

pensamientos y acciones violentas. En nosotros esta prevenir

estos resentimientos y también podemos ser los generadores

de libertad y paz.

2. EL DIA QUE FUI A RIOMANSO

Toda mi vida ha transcurrido en Ibagué, la he visto crecer y

ella también a mí. Y aunque tengo acumuladas un buen

número de millas de viajero preferencial por los territorios de

5

mi departamento y de mi país, siempre mi centro de

operaciones ha sido la ciudad musical. En mis cientos de

recorridos he escuchado historias y relatos de la violencia y la

guerra que ha padecido esta tierra. Relatos a nivel de anécdota

que intentan olvidar las situaciones vividas, realidades que

parecen esconderse por vergüenza o tal vez por temor,

experiencias, propias o ajenas, que han terminado moldeando

mi vida y comportamiento. Uno de esos recorridos fue a

Riomanso.

La experiencia me ha enseñado que en el Tolima, los centros

rurales poblados o inspecciones de policía, como Riomanso,

han estado desaparecidos del imaginario colectivo de las

políticas públicas y de las estrategias de los gobiernos,

inclusive de los gobiernos locales, prevaleciendo el apoyo de

las inversiones en los cascos urbanos municipales. El

desconocimiento de las realidades rurales de dichos territorios

ha alejado la presencia del Estado Colombiano y por ende la

solución de los problemas y de los conflictos que allí se viven.

Podría decirse que existe un círculo vicioso en donde la falta

de presencia Estatal no ha apoyado la solución de los

conflictos y éstos a su vez han alejado al Estado. Dicha

ausencia ha permitido la presencia de grupos al margen de la

ley, quienes debido a su accionar no han permitido avanzar

en la disminución de la pobreza, el aumento de la

productividad agropecuaria y la disminución de las

necesidades básicas insatisfechas.

Conscientes de esta realidad se diseñó desde la Secretaría de

Desarrollo Agropecuario del Tolima, un plan piloto

denominado “Recuperación Social del Territorio”, que suma los

esfuerzos de las diferentes secretarías departamentales y la

participación activa de la comunidad con el propósito de que

dichas poblaciones sean sujeto de derechos. Se escogió -para

desarrollar el piloto- a un pueblito perdido en la cordillera

central, el cual suma a trece veredas en lo que se conoce como

Corregimiento de Riomanso.

Noé, presidente de la junta de acción comunal al inicio de la

ejecución del piloto tenía la siguiente visión: “siempre nos ha

preocupado la falta de presencia del gobierno, acá solo vienen

por los votos, de resto pare de contar, si son alcaldes no

vuelven, lo mismo los gobernadores y ni se diga los

congresistas”. Los sentimientos nadan entre la incredulidad en

el Estado y la sumisión obligada a los grupos ilegales.

1 Inmediatamente el presentador de noticias radiales recordó

que éste fin de semana se cumplía un año del bombardeo por

parte de la fuerza aérea colombiana al campamento del

comandante guerrillero “Raúl Reyes” se vino a mi mente el

recuerdo de cómo me entere de la noticia y de la confusión

que todos teníamos al ver el reporte extra del noticiero de

Caracol.

6

Ese día, sábado primero de marzo de 2008, me encontraba en

la sala de espera del despacho del alcalde del Municipio de

Fresno a la espera de poder saludarlo antes de que llegara el

Gobernador y se iniciara el consejo comunal de gobierno

programado a las 9:00 a.m. La noticia llamó la atención de

todos los allí presentes y de inmediato Luis Fernando corrió a

subirle el volumen al televisor. La atención fue total, al fin y al

cabo ese municipio cafetero durante muchos años había

padecido la presencia de grupos al margen de la ley. Ellos

tenían familiares y conocidos que habían sufrido el drama del

secuestro y la extorsión. Parecía increíble que el reportero

estuviera informando que había sido dado de baja el segundo

hombre del secretariado de las FARC.

En medio de mis recuerdos le subí el volumen al radio de mi

carro para concentrarme en lo que el presentador comentaba y

a medida que manejaba rumbo al aeropuerto de la ciudad a

tomar el helicóptero que me llevaría, junto con otros

compañeros de trabajo, a Riomanso, pensaba cómo esa

operación había cambiado el rumbo del conflicto armado en

Colombia. “Esta visita no habría podido hacerse hace un año,

ni mucho menos todas las actividades que durante cuatro

meses han realizado algunos de mis compañeros de trabajo en

ese corregimiento”, pensé.

La cita era a las ocho de la mañana, faltaban diez minutos para

esa hora, cuando tome la vía que del parque deportivo lleva al

aeropuerto. Manejaba con precaución debido a que por la

carretera transitaban, como es tradicional, varios ciclistas que

aprovechaban la asoleada mañana para hacer ejercicio, de

repente sonó mi teléfono celular, era Rodrigo; “te demoras”

preguntó, ¿por qué, ocurrió algo? conteste, “lo que ocurre es

que Martha me está diciendo que el helicóptero arpía ya está

en la zona y parece que tenemos que irnos ya”, comentó. ¡En

dos minutos estoy allá! Le afirmé. Aceleré y lo que hasta ahora

había sido un paseo se convirtió en una carrera contra el reloj.

En menos de un minuto llegué y en el corredor de espera vi a

mis compañeros.

Después de estacionar mi carro en el parqueadero, ingresé a la

zona de abordaje, el helicóptero ya estaba listo pero no todos

habían llegado, lógico porque aun no eran las ocho. Al minuto

llegó el último de los pasajeros citados y el afán de Rodrigo y

Martha se convirtió en ansiedad.

2 A medida que el helicóptero se alejaba del aeropuerto Perales

y se encumbraba sobre el batolito de Ibagué, el paisaje

empezaba a cambiar. De las grandes arroceras de la meseta de

Ibagué, primer productor de arroz Riego en Colombia, en

menos de dos minutos pasábamos a pequeñas fincas de

recreo y turismo ubicadas en la zona del Totumo y casi de

inmediato a pequeñas fincas, en las cuales no se diferenciaban

con claridad el predominio de los sistemas productivos. Al

ascender un poco más, casi que por arte de magia el paisaje

cambió y las fincas cafeteras establecidas en las montañas

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rovirenses mostraban con orgullo viviendas rurales dispersas.

El sistema productivo era evidente como también lo era la gran

riqueza hídrica de la región. La zona se caracterizaba por una

gran biodiversidad y belleza natural. Al occidente se divisaba

majestuoso, imponente, el nevado del Tolima y al otro lado,

escoltándonos, volaba el helicóptero arpía. La verdad hace

algún tiempo no pasaba por mi mente que yo estuviera en

medio de un operativo como este.

Pasados 10 minutos, abajo ya se veía un pueblito. Sobresalía

en el paisaje un pequeño y único parque, y al lado de este,

carpas blancas instaladas en el único polideportivo de

Riomanso. La gente miraba con inquietud el helicóptero

preguntándose si en el vendría el Gobernador. Al fin y al cabo

era la primera vez, desde que se tiene memoria, que un

gobernante departamental visitaba a este corregimiento.

Después de descender del cerro en donde aterrizó la aeronave,

acompañado de los presidentes de juntas de las trece veredas

del corregimiento, nos recibían pequeños niños y niñas de la

escuelita del pueblo, algunos sonrientes, otros como

regañados y algunos despistados. Y aunque saludé a un buen

numero de ellos, no me atreví a preguntarles si estaban allí

obligados, tal vez por temor a que la respuesta fuera que sí.

A medida que caminábamos, tal vez un kilometro, Martha, la

Secretaria de Gobierno, le comunicaba a Pilar que por

instrucciones del comandante del ejército, el sitio del evento

había que cambiarlo “por seguridad”, del parque principal a la

escuela. Pilar, la funcionaria de la secretaría de desarrollo

agropecuario que se había apersonado del trabajo en

Riomanso, atendió la indicación sin objetarla, aunque muy

seguramente por su mente habrá pasado el desconsuelo de

ver el esfuerzo de toda una mañana de trabajo logístico

perdido.

3 Luis Fernando había llegado desde el día anterior a Riomanso.

Se había hospedado en el único hotel del pueblito y después

de saludarnos me puso al día sobre los últimos

acontecimientos. “Todo va muy bien, aunque por ahí hay

algunos milicianos”, me comentó, “están por el lado del

billar… bueno eso es lo que algunos dicen, a mi no me consta”

agregó. “Lo que pasa es que desafortunadamente la gente

prejuzga mucho, cuando uno está acostumbrado a la gente de

Multicentro” le conteste, “mejor démonos una vuelta que

quiero conocer”.

A unos metros estaba la iglesia del pueblo. Pilar me había

contado que el Padre era hincha número uno del programa de

Recuperación Social del Territorio no solo por la acciones que

se habían adelantado y el cambio que se había logrado en la

comunidad sino porque desde que estábamos yendo los

domingos, la gente iba más a misa y las limosnas eran

mayores. Entramos a rezar un momento, la verdad es que

siempre lo hago cuando voy a un pueblo, la iglesia era muy

pequeña, modesta, sencilla, nada ostentosa. Saliendo, llegó el

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cura párroco e iniciamos una amena charla. “El plan fachada no

solo vuelve bonito al pueblos sino que crea lazos de amistad y

fraternidad” nos comentó.

Después de despedirnos del Padre, caminamos hacia el billar,

estaba diagonal a la Iglesia, en la otra esquina. El señor de la

tienda de al lado nos preguntó si se nos ofrecía algo. Casi

todos pedimos Coca Cola. “la mía al clima” le dije, pensando

en no torear la gripa que me acompañaba desde hace semanas

debido al permanente cambio de clima y de regiones por

nosotros visitadas. Hablamos con algunas de las personas que

se encontraban en ese sitio y claro que internamente me

preguntaba sobre si seria cierto o no que esas personas

podrían ser actores del conflicto de la región. A los minutos ya

se oía a lo lejos el sonar del helicóptero. En ese llegaba el

Gobernador y los comandantes de la policía y el ejército.

Apenas aterrizó nos dirigimos a la escuela mientras desde el

altavoz el presidente de la junta llamaba a las personas para

que se dirigieran al sitio de la reunión.

4 Al entrar el Gobernador Barreto a la Institución educativa

Riomanso, ya acondicionada para el evento, y después de éste

saludar a quienes se encontraba de camino a la mesa

principal, se dio inicio al acto. Primero los Himnos, el de

Colombia y el Bunde del Tolima, seguidamente, el saludo del

sacerdote y del Alcalde, luego la intervención de los

comandantes de la policía y el ejército. Al momento del saludo

del Gobernador el patio de la escuela estaba totalmente lleno y

a continuación de su intervención, éste procedió a darle la

palabra a la comunidad, primero los jóvenes y después los

presidentes de la juntas de acción comunal. Mientras tanto,

con satisfacción escuchaba los reconocimientos que le hacían

a Pilar y a su trabajo, y de paso pensaba cómo mejorar el

programa de recuperación social del territorio. La decisión,

replicar este programa en diez centros poblados rurales en el

2009. El próximo a intervenir, Las Delicias en Lérida, al norte

del Tolima y en su época epicentro del accionar del

paramilitarismo.

Hacia las tres de la tarde, el capitán Salgar, oficial de enlace

del gobernador, me informaba que era hora de que el primer

grupo partiera a tomar el helicóptero que nos llevaría de

regreso a Ibagué.

5 Veinte minutos más tarde, mientras manejaba de regreso a mi

casa, en medio del bullicio y los trancones de la ciudad (ya

extrañaba la paz y sonidos del campo), me preguntaba qué

tanto me ha tocado esta experiencia y otras similares en el

marco del conflicto armado que vive el departamento.

Mi primer recuerdo de la televisión es del Presidente Julio

Cesar Turbay hablando del ejército y la guerrilla, el detalle no

es tan claro, pero lo que sí, es que a uno de niño eso lo puede

marcar, aunque eso no se compara para nada con lo que debe

ser el recuerdo de miles de jóvenes que han vivido su niñez en

9

medio del conflicto, y que inclusive han sido actores de éste,

niños y jóvenes como los de Riomanso.

Esa noche me encontré con mi familia para comer fuera de la

casa. Fuimos a un Centro comercial de la ciudad. El contraste

fue brutal, por primera vez sentí la diferencia, no solo por la

cultura sino porque era evidente que allí nadie tenía ni la

remota idea de lo que pasaba en pueblitos como el que yo

acababa de visitar, pensaba en lo diferente de nuestra

sociedad, de cómo existen poblaciones que realmente

necesitan una mayor atención del Estado y de solidaridad del

resto de la sociedad. Miraba a mis hijas y me acordaba de los

rostros de los niños que nos esperaban justo cuando

aterrizamos. No son tan diferentes, parecieran expresar los

mismos sueños.

6 La mañana siguiente esperamos hasta la una de la tarde para

poder volar a Santa Isabel, lugar de la jornada de ese domingo.

El clima no ayudó y como dicen en mi tierra, nos quedamos

con la maleta lista. En otra ocasión iremos.

3. EL PACÍFICO… LUGAR HERMOSO E

IMPREDECIBLE.

En nuestro país desafortunadamente a todos nos toca vivir

las consecuencias de la guerra. Directa o indirectamente

nuestras vivencias están condicionadas por los diferentes

hechos que ocurren a nuestro alrededor. Miles de familias se

ven obligadas a desplazarse y dejar no solo cosas materiales,

si no también vivencias, tradiciones, costumbres y seres

queridos, algunos de los cuales no tuvieron tiempo de

despedirse, otros que desaparecieron y otros que les fueron

asesinados.

En las zonas rurales o campos como los llaman sus

moradores, sus habitantes no tienen libertad para trabajar,

educar a sus hijos, para vivir. La presencia de grupos armados

los involucra en una guerra absurda.

El Sur Occidente Colombiano, especialmente la Costa Pacífica

de Nariño, aproximadamente en el año 2001 se convirtió en

un punto estratégico para los diferentes grupos armados. La

presencia militar era prácticamente nula, el territorio era

dominado y disputado por la guerrilla y los paramilitares. El

puerto de Tumaco, “remanso de paz” y zona turística fue

invadido por la intranquilidad y la zozobra de la violencia,

causada por la bonanza de la coca, reflejada por la lucha de

territorio, el florecimiento de las guerrillas y grupos

paramilitares, los desplazamientos forzados e incremento de

muertes violentas.

El conflicto armado que se libra por el control de los territorios

del Pacifico Sur Colombiano ha venido ganando en intensidad.

No es una guerra abierta entre dos ejércitos que se enfrentan

convencionalmente. Es una guerra que en ocasiones es

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silenciosa -hay hostigamientos, voladuras de torres o

combates esporádicos- y en otras ocasiones hay ejecuciones

estratégicas y otras veces pueden haber combates abiertos

que producen grandes desplazamientos y crisis humanitarias.

La única vía terrestre de acceso al Puerto de Tumaco, zona

agrícola e industrial es la que conduce desde Pasto, capital del

departamento de Nariño, pasando por ciudades como

Túquerres1 donde se cultiva papa y se explota ganadería para

la comercialización de leche y transformación de productos

derivados de la misma.

En ese entonces, para salir a la capital del departamento,

tocaba pasar por inesperados retenes de la guerrilla y de

paramilitares. Las zonas de influencia eran repartidas de

acuerdo a su ubicación estratégica. La guerrilla dominaba

desde el kilómetro 40 hasta el Kilómetro 96 en la vía Tumaco-

Pasto y los Paramilitares en el área de influencia del Puerto de

Tumaco y desde donde comienza la sierra (Junín)2 hasta las

goteras del municipio de Ricaurte.

Nunca había tenido contacto con los grupos armados al

margen de la Ley. Lo único que conocía era lo que pasaban por

la televisión, la radio y los periódicos. Trabajo en la región

1 Túquerres: Cabecera municipal, ubicada a hora y media de la ciudad de San

Juan de Pasto, capital del departamento de Nariño.

2 Junín: Vereda correspondiente al Municipio de Barbacoas Nariño, ubicado a

dos horas del Puerto de Tumaco.

desde hace 10 años y por relatos que son el tema común entre

los trabajadores y pobladores de la zona, como también las

noticias locales, he conocido toda clase de desplazamientos,

venganzas y muertes. Las extorsiones a las empresas y

secuestros a personas con dinero e influencia eran tema de

cada día. Las amenazas a personal de las empresas hizo que la

deserción al trabajo aumentara. Hubo un momento en que se

llegó a pensar que la no presencia de la fuerza pública por la

zona era por arreglos con los insurgentes.

Algunos comentaban que en varias de sus salidas hacia la

ciudad de Pasto, les tocó ver en los diferentes retenes sobre la

vía, como paraban a los buses de trasporte público, bajaban a

los pasajeros con lista en mano y se los llevaban selva adentro

y en algunas ocasiones a manera de presión realizaban

bloqueos e incineraban carros de personas que lo único que

hacían era ganarse la vida trasportando gente de una ciudad a

otra o llevando alimentos y mercancías como medio de

subsistencia.

El control del territorio se empezó a evidenciar más por la

bonanza cocalera y las rutas que sobre el Pacifico se mueven,

en complicidad o no de la fuerza pública. Los desplazamientos

y muertes por ajustes de cuentas, por venganzas o cobros,

hizo que Tumaco se convirtiera en el territorio más violento

sobre el Pacífico. Comienzan las desapariciones y torturas con

desmembramiento de los cuerpos para enterrarlos en

diferentes partes y así no ser encontrados con facilidad.

11

En predios de varias empresas se encontraban personas

muertas y enterradas en bolsas negras con signos de tortura.

A finales del 2001 se presentó una masacre de una familia de

8 miembros en la localidad de Llorente3 que fueron

encontrados mutilados y dispersos. Los moradores

temerosamente atribuían el hecho a las AUC. Las autoridades

no han esclarecido los hechos hasta el momento.

¿Cómo nos toca la guerra? El relatado anterior hace pensar que

la guerra nos toca a todos, directamente a los que están

dentro del conflicto e indirectamente a los que no tenemos

nada que ver. Desde su contexto dinámico, se vive entre varios

escenarios. Escenarios que con el tiempo han cambiado de

locación pero que al final han sido los mismos, más fríos y

más violentos.

4. QUÉ ES LO QUE PASA CAMALEÓN?

El iba caminando por esos sitios donde nadie va, donde nadie

trabaja. En las selvas, donde los civiles no van, donde

atemorizan los uniformes camuflados, las botas, allá el

investigador, como lo hace tantas veces y todos los de su

género, allá, él va.

3 Llorente: Corregimiento del Puerto de Tumaco, ubicado a 40 minutos sobre

la vía entre Tumaco-Pasto.

Caminaba y pensaba en tantas veces que le dijeron, que tal

que esta vez si se le aparezcan estos o aquellos?, y él

contestaba, pero si estamos trabajando por una causa noble.

Tantas otras veces su familia y amigos le advirtieron “después

no diga que no se lo advertimos” y el investigador respondía,

“pero si así es mi vida, eso es lo que sé hacer, eso es lo que

hago, qué otra cosa podría hacer?” Esa es mi vida.

Y sí! Andando por ahí, suaz!, que lo cogieron, anda que lo

interrogaron, qué es lo que pasa camaleón?, qué es lo que

pasa camaleón?, lárguese, váyase, y él pensaba, será que

todavía puedo optar. A quién le caigo bien?, a quién no?, quién

quiere cobrar por mi?, o acaso: alguien quiere hacerme

pedacitos? Y suaz! que lo agarraron. Ten cuidado con el

camaleón!

Su hijo no aparecía y su madre imploró: oh! No! a mi ángel no!

Lo lloraron su esposa, sus hijos, pero por qué a papá? y suaz!

que agarraron a otro y de nuevo, otra madre decía, a mi hijo

no!, otra esposa, a mi esposo no!, a papá no!!, por qué no?,

dirían los camaleones, uno tiene precio, el otro no vale nada y

por qué sí o no?, para quién tiene precio? para quién no vale

nada?

A uno lo cogieron los del cobro, al otro lo cogieron los que

alguien les cae mal por cualquier cosita, porque trabaja con las

comunidades, alguna cosita así…

12

Y se desapareció… Dirían ellos: ese no valía nada!

Al otro se lo llevaron, estuvo mucho tiempo en la selva y luego

lo regresaron. Cuando llegó, intentó interceder por otros y lo

inculparon las autoridades, le pusieron alias, lo enviaron a la

cárcel y continúo aún peor su desgracia.

El investigador y nosotros que lo conocemos, pensamos que él

es lo que es, lo que fue para los demás, un hombre altruista,

que hasta honores recibió. Sin embargo, a los ojos de los

otros, pudo llegar a ser lo que se le ocurrió a los demás y así

lo hicieron ver públicamente, para que el mundo entero lo

repudiara y hablaran mal de esa gente de la universidad y

hasta donde conocemos, no hemos sabido del primer

investigador mutante.

Esta ha sido una verdadera injusticia a manos de la justicia.

5. REPASES INCONCLUSOS.

“Antes el puerto estaba lleno de norteños e italianas que traían

regalos y “montaban” a sus familiares, y no había tanta inseguridad

en las calles, todo paquete puede ser una bomba, hasta zonas

vedadas hay para el personaje del común y corriente…Que tristeza,

se nos daño el pueblo”

“Y el señor le dijo a mi papá…. Siéntese allí. Y le dispararon y lo

mataron”.

La zona rural es peligrosa y hay muchos problemas. ¿A usted no le da

miedo?

“Hasta la fecha ningún miembro de la comunidad me ha dicho que

hay riesgo y que no debo de ir a la zona a hacer mi trabajo”

Era un municipio por demás como todos los del país del

sagrado corazón de Jesús, pero con una gran potencialidad

por su ubicación geográfica. Es eminentemente rural, su casco

urbano solamente lo constituye el 5% del área total del

territorio, el restante 95% se extiende a través de una compleja

trama de ecosistemas que van desde estuarios, esteros,

manglares, bosques de galería, bosques húmedos…Se halla

ubicado en el Valle del Cauca, cubre toda la margen costera de

este importante departamento, su nombre es Buenaventura.

La población es un 90% de etnia negra, un 2% pueblos

indígena, y un 8% son colonos o mestizos. Todas cohabitan en

armonía, en unos territorios donde, de acuerdo a la nueva

constitución, se adelantan interesantes procesos organizativos

con las comunidades negras al reafirmar la legalidad ancestral

de la tenencia de la tierra para los cabidos indígenas.

El municipio goza de condiciones bastante disímiles entre las

personas, las cuales interactúan en diferentes ocupaciones

productivas, extractivas y de servicios. Por su condición de

puerto (de importancia nacional y mundial) es

permanentemente visitada por personajes de diferentes partes

del mundo. Algunos, dada la alegría y hospitalidad del nativo

13

de la costa pacífica, optaron en muchos casos por echar ancla

y establecerse en la municipalidad.

Las diferentes actividades propicias para las zonas marinas y

costeras hacen que intervengan diferentes actores e intereses.

No obstante, los años 80 y 90 estuvieron marcados por

fenómenos sociales como la proliferación de “norteños e

italianas” los cuales eran habitantes, como Juan Pablo y

Chanita los hijos de tía Juana, vecinos y amigos del barrio,

que se “arriesgaron” a buscar lo “suyo” y mediante diferentes

formas de movilización -de polizontes- o en forma legal,

lograron integrarse a la sociedad norteamericana y al país

europeo, convirtiéndose en un referente social de importancia

por los giros y remesas que enviaban con regularidad.

Constituyéndose en el soporte económico de sus familias.

El alboroto era cada diciembre o mediado del año en que éstos

aparecían y se formaba la rumba y el despilfarro por el

corrinche del recibimiento, aunque todos en el barrio

sabíamos que las actividades que estos muchachos hacían por

fuera del país, no eran del todo aceptables por el resto de los

habitantes del barrio.

En esta misma época, la actividad del narcotráfico era bastante

soterrado y en el “monte” los movimientos de extrema

izquierda (insurgencia guerrillera) si bien hacían presencia en

la zona rural principalmente, la comunidad cohabitaba con

indiferencia, silencio o con el temor que hacía una curiosa

“coexistencia o estancia cuasi-pacifica”.

En mi barrio las agresiones físicas que originaban lecciones o

la muerte en algunos casos, se presentaban por disputas o

diferencias entre los mismos vecinos y sus intereses propios.

Pero en la mayoría de los casos se lograba solucionar a partir

del diálogo entre los adultos. No obstante, en el resto de la

ciudad crecía la tendencia a dar solución a los problemas por

cuenta propia, al margen de la ley.

A finales de la década del 90, hubo un incremento en las

actividades del narcotráfico y se evidenció una especie de

unión entre los actores armados ilegales y comercializadores

de estupefacientes. Estos grupos mediante cooperación mutua

se fortalecieron, facilitando sus actividades y accionar.

Económicamente ambos se beneficiaban y extendieron su

poder y control sobre las zonas estratégicas para la actividad

ilegal. Esta situación de unión entre narcos y guerrilleros hizo

que se agudizara la inseguridad en las comunidades urbanas y

rurales del municipio.

A partir del 2000, se empezó a evidenciar la presencia y el

avance de otro actor que hasta esa fecha, los bonaverenses lo

referenciaban a través de las noticias e informaciones que

llegaban de sus acciones en las zonas de la costa atlántica y

Córdoba y la lucha por el control del territorio con la guerrilla.

14

Me refiero a la entrada en acción de las autodefensas unidas

de Colombia –AUC- a través de un bloque llamado “Calima”.

Esta presencia se fue percibiendo a través de jornadas de

terror y ajusticiamiento de personas que se presumieran

“tuvieran vínculos con la guerrilla, carteles de gasolina, o con

algún antecedente judicial”. En cuestión de meses la ola de

acciones de intimidación, como las desapariciones y masacres,

se incrementaron considerablemente. Más adelante vinieron

los atentados con bombas y otros artefactos explosivos que

nos sumieron a mí y mis familiares, vecinos y al resto de la

municipalidad en una psicosis permanente y una afectación

psíquica que propició el éxodo y la movilidad interna y

externa. Es decir, hubo desplazamiento de familias entre

barrios y entre ciudades muchos de mis vecinos se trasladaron

a ciudades intermedias o centrales.

La incursión de estos actores armados –AUC- tuvo su punto

más referenciado a partir de acciones que se presentaron en

forma frecuente y recurrente en las comunidades de Zaragoza

y Triana, en la carretera Cabal Pombo así como en las que

conforman el corregimiento N°8 en la carretera Simón Bolívar.

Esto originó que muchas familias campesinas se desplazaran

al casco urbano del municipio. Se calcula que para esa época,

el 45% de la población de estas comunidades cambió de

residencia y solo unos pocos grupos de mujeres y líderes de

procesos se quedaron haciendo la resistencia para apoyar a

la comunidad en medio del temor.

Las instituciones municipales y nacionales así como las

agencias de apoyo internacional, dejaron de llegar a estas

zonas ocasionando sentimientos de desesperanza en estos

grupos de personas resistentes. Se destaca en este punto una

estrategia diseñada por algunas personas y que permitió

mantener el vínculo con el territorio y su medio. La estrategia

fue simple y básica pero de gran significancia por el resultado:

el campesino estaba en la zona durante el día, dándole vuelta

a sus pertenencias, fincas o sistemas productivos y una vez

iniciada la tarde retornaba al casco urbano, es decir no

pernoctaba.

En este quehacer y desde la época de los años 90 me he

venido desempeñando como agente de extensión rural. He

laborado en diferentes comunidades del área rural del

municipio, por esta razón mis desplazamientos son frecuentes

a la zona, lo que se constituía en un profundo riesgo de

prejuzgamiento de ser “mensajero” de información. En muchos

casos fui investigado, revisado, cuestionado y evaluado por los

actores que convergían en los diferentes sitios que debía

visitar con alguna regularidad.

Mi estrategia para esa época, para enfrentar el temor, reducir

los riesgos y poder continuar con los trabajos propios que

debía realizar, fue mostrar independencia con respecto a las

doctrinas y pronunciamiento que cada actor planteaba como

justificación a sus acciones.

15

Pero la que considero de mayor importancia y quiero resaltar

en este relato es la estrategia de articular mis desplazamientos

a la zona de trabajo con la dinámica organizativa de las

comunidades. De esta forma las visitas, los recorridos y /o

actividades de campo, se concertaron en forma previa, a través

de la información precisa, oportuna y coordinada con los

lideres y miembros de las comunidades. Para el caso de los

procesos de las comunidades negras, debidamente

organizadas, que tímidamente empezaban a desarrollarse en

estas localidades, toda visita o actividad que había de

desarrollarse era informaba con anterioridad y se consultaba

con la junta de los consejos comunitarios de tal forma que

éstos acompañaban en forma permanente el desarrollo de la

actividad, se buscaba siempre proteger solidariamente la

integridad personal.

Cabe señalar la inmensa responsabilidad y riesgo asumido por

líderes y miembros de las comunidades pero sobre todo, el

pleno convencimiento de defender la institucionalidad, una vez

se generaba el espacio de confianza y se hubiese establecido

el reconocimiento sinérgico entre las partes hacia un propósito

común.

Se desprende así la posibilidad de recomendar y sugerir a

todos los interesados en incursionar, interactuar o interlocutar

en el trabajo con las comunidades urbanas y rurales, en el

municipio de Buenaventura, que la mejor forma de hacer la

inmersión en la vida socioeconómica de la comunidad y

superar estados de riesgo por violencia interna, es a través de

los procesos o formas de gobiernos que se presentan en el

territorio, motivo de estudio o intervención. Es decir, el primer

paso para abordar cualquier trabajo con una comunidad que

tiene características de identidad y visión de territorialidad, es

partir de reconocer y comprender las formas como está

organizada la comunidad y/o su situación político-

administrativa en el territorio.

En el caso de las comunidades negras con el representante

legal, el coordinador general o algún otro miembro de la junta

del consejo comunitario. Y en el caso de los cabildos

indígenas, a través del gobernador o junta de gobierno. En el

sector urbano, con el miembro de la JAL, o el presidente de la

Junta de Acción Comunal.

Con esto se puede abordar el segundo paso que es la

conversación y el planteamiento del objeto de la visita, con

representantes de la comunidad para que a su vez transmitan

al resto de la colectividad.

Siguiendo esos simples pasos de protocolo de intervención y

reconocimiento a las formas de organizarse de las

comunidades, seguramente nos evitaremos muchos

problemas, optimizaremos tiempo y recursos y podremos

interactuar en forma adecuada aún en los espacios donde las

situaciones de inseguridad o inestabilidad -por factores

16

generadores de violencia en sus manifestaciones más

críticas- ha hecho difícil la intervención institucional.

Los fenómenos de violencia hoy nos involucran, ya sea por

acción o por omisión. Por esta razón todos los mecanismos

que nos permitan la interrelación con los procesos

organizativos debemos aterrizarlos a los contextos reales de

cada situación. Se requiere un reentrenamiento o una

flexibilidad en la interpretación de nuestro papel o rol en la

sociedad o comunidad que frecuentemos por trabajo,

diversión o simplemente por causalidad. Cualquier

manifestación de fuerza, que impida o desdibuje la cordial

concertación de las versiones o el equilibrio de los intereses es

una manifestación de vulnerabilidad y propensión a la

violencia. Por esto nos toca, nos involucra y debemos tener

alternativas o desarrollar acciones, para enfrentar una realidad

innegable en nuestro accionar como seres humanos, que

tenemos diariamente una profunda necesidad de interacción

con otros grupos y nos expone todos los días al debate y la

comparación de ideales divergentes, en donde el diálogo y la

concertación deben primar, todo esto porque en últimas, lo

más importante es la preservación y conservación de la vida y

de la especie humana, aún en medio de todas las dificultades

habidas y por haber.

6. ES MUCHO LO QUE SE PIENSA EN UN MOMENTO TAN

CORTO.

Ya es tarde, son más de las 5:00 p.m. y creo que es la hora

de regresar, pues no es bueno dejar coger la noche para viajar

por estas carreteras. Aún a pesar de la aparente calma que se

siente, no es conveniente que se oscurezca y nosotros todavía

andando en estas carreteras solas y destapadas.

Cuando ya nos alistábamos para salir y con la alegría del deber

cumplido, sucedió algo que nunca nos hubiéramos imaginado

y para lo cual no sabes en el momento qué hacer, qué pensar.

De todas maneras no puedes decidir… ellos deciden por ti.

Justo en ese momento, llegan unos hombres con un herido y

te dicen que debes llevarlo al hospital de la cabecera

municipal. Éste es acomodado en la parte trasera de la

camioneta en la que nos transportábamos. En medio de toda

esa confusión y ya sobre las 5:30 p.m. lo único que hicimos

fue darnos la bendición y rezar por todo el camino para que no

sucediera nada en ese difícil trayecto.

Una vez en la carretera mi compañero de trabajo aceleró lo

que más se puede y sobre todo en ese tipo de carretera, con el

fin de llegar lo antes posible. En la parte de atrás de la

camioneta, el herido manifestaba que no lo dejáramos morir,

17

que él sabía quién lo había herido, que él nos decía su nombre

para que le informáramos a su familia.

Cuando ya llevábamos más de 15 minutos de trayecto, en

medio de la carretera, divisamos dos motociclistas. Ante esta

terrible situación de no saber a qué tipo de personaje traes,

quién es? qué hace? en qué trabajara? quién lo quiso matar?

por qué? qué hizo para que lo hirieran de esa manera? son

tantos los interrogantes que se tejen en ese instante que lo

único que se te ocurre es pedirle a Dios que te proteja y que si

te pasa algo que por favor cuide de los tuyos.

Una vez vemos este panorama y fuera de pensar en un

desenlace fatal, mi compañero dice, lo cierto es que si toca

echarles el carro yo lo hago. Lo que sea, yo no le paro a nadie.

Yo lo único que dije fue “haga lo que usted crea que deba

hacer y que sea lo que Dios quiera”.

Por fortuna para nosotros esas personas solamente estaban

esperando el paso de la camioneta para cuidar que el herido

llegara a salvo al hospital, uno de ellos estaba con la camisa

manchada de sangre y estaba armado.

En ese preciso momento el temor volvió y fue como más difícil,

debido a que ya nos imaginamos que el herido debía ser una

persona importante, pues para enviar gente para su seguridad

y correr cualquier tipo de riesgo y de paso ponernos en riesgo

a nosotros. Solamente de imaginar qué podría suceder en caso

de que aparecieran los que hirieron al sujeto y que estuvieran

abordando más adelante para rematarlo. La verdad es que

esos minutos que pasaron fueron los más eternos, sin saber

quiénes estaban detrás de todos estos sucesos y cual sería

nuestra suerte si algo de lo que nos imaginábamos llegara a

ocurrir.

No sé cuantos minutos transcurrieron, desde la carretera

veredal hasta a la carretera principal. El recorrido normal dura

cincuenta minutos aproximadamente, pero gastamos

alrededor de 35 o 40 minutos. Para nosotros fue una

eternidad, cuando llegamos a la carretera principal, los sujetos

que venían en las motocicletas, se devolvieron sin decir nada

ni preguntarnos nada.

Cuando nos dimos cuenta que las motocicletas no estaban, el

compañero de la camioneta aceleró y llegamos en menos de

cinco minutos al parqueadero del hospital. Allí estaba la

policía como si ya ellos estuvieran avisados. Empezaron a

hacer preguntas, nosotros solamente le dijimos de donde

habíamos traído al herido, pero no comentamos nada con

respecto a los sujetos de las motocicletas. La verdad la

mayoría de veces uno no puede decir todo lo que se ve porque

regularmente en el ejercicio de su profesión o de su labor

debes desplazarte por muchas veredas y si se comenta algo

ellos lo van a saber y tu vida puede estar corriendo peligro.

18

Una vez entregado el herido nos dispusimos a limpiar la

camioneta, pues la verdad estaba muy untada de sangre y

como en la vía que comunica a Florencia con el municipio de

Belén, hay dos retenes de policía y uno militar, era mejor no

dejar ningún rastro para evitar interrogatorios.

La verdad mientras nos desplazábamos hacia nuestra capital,

no atinábamos sino hacer comentarios: qué si hubiese pasado

esto, o aquello, que si nos había sucedido algo así alguna vez

etc. Yo comenté que la verdad uno vive una y otra cosa pero

nunca como esta situación tan difícil, pero mi compañero de

trabajo dijo que en medio de todo lo que ha visitado y lo que

ha visto nunca había sentido tanto temor por la suerte que

pudiéramos correr, ya que hubiese podido suceder que al

finalizar la carretera destapada podían haber estado esperando

a ese señor y se presentara un enfrentamiento, hubiese sido

fatal.

Es mucho lo que se piensa en ese momento tan corto, pero a

veces la imaginación te hace pensar más cosas de lo normal y

comienzas a reaccionar y a razonar qué tan importante es para

ti la vida y lo poco que vales para los demás.

7. AL SALIR DE LA CAJITA DE CRISTAL.

Yo viví los primeros 23 años de mi vida en una cajita de

cristal. Para mí la guerra era algo que tan solo veía en los

noticieros y que leía de vez en cuando en los periódicos.

Durante las vacaciones de los últimos semestres de mi carrera,

viajaba con un grupo de amigos con organizaciones dedicadas

al ecoturismo, con la esperanza de hallar el lugar ideal para

realizar mi trabajo de grado, y fue así como conocí la Serranía

de los Paraguas. En este lugar encontré todo lo que estaba

buscando: un ecosistema estratégico, paisajes impresionantes,

gente extremadamente amable, apoyo por parte de las

instituciones locales y pocas investigaciones, lo cual

garantizaba que con mi trabajo lograría hacer un gran aporte.

Fue en este lugar donde me di cuenta lo poco que conocía la

realidad del país.

Don Pedro fue la primera persona que conocí, desde el primer

momento hizo que me enamorara del lugar, hablaba con tanta

pasión y tenía tantos proyectos: convirtió su finca en una

reserva natural digna de admirar, se preocupaba por controlar

la cacería en la región y era considerado un líder en la zona

pues además de promover la conservación de la Serranía,

siempre se preocupaba por el bienestar de sus vecinos. A

partir de esa primera visita en Diciembre de 2001, volví cada

semana que tenía libre en la universidad, en compañía de

19

varios amigos y profesores a conocer la Reserva Natural de

don Pedro y otros lugares de la Serranía. En Junio de 2003, mi

mejor amiga y yo, empezamos nuestro trabajo de grado, con

el apoyo de la organización ambiental local con la cual nos

contactó don Pedro y para ese entonces su familia ya era

nuestra familia adoptiva.

A él lo respetaban mucho en el pueblo y así como había gente

que lo apreciaba mucho por todo lo que hacía, había gente

que por las mismas razones lo quería lejos.

En marzo de 2004 fue asesinado en un municipio cercano en

presencia de su hijo mayor, su familia fue amenazada y nunca

más pudo volver a la reserva. La pérdida de mi familia adoptiva

era tan solo el primer golpe de la guerra que sentía tan cerca.

Después de que él se fue, empezaron a escucharse rumores

acerca de la presencia de la guerrilla en el municipio. Para ese

entonces yo ya había finalizado mi trabajo de grado y me

encontraba apoyando a la organización ambiental local en la

coordinación de un proyecto de conservación. Cierto día

durante un recorrido por la zona en compañía de los

interventores del proyecto aparecieron dos hombres armados,

quienes se presentaron como miembros de “X” frente de las

FARC y solicitaron hablar con alguien de la organización. Se

llevaron a uno de los miembros del grupo para hacerle unas

preguntas acerca del equipo de trabajo, el proyecto y del

trabajo que llevábamos a cabo con los campesinos, ya que

ellos supuestamente estaban ahí para “velar por su bienestar”.

Estuvimos retenidos por casi media hora que para mí fue

eterna, y finalmente solicitaron el teléfono de la organización

para comunicarse con el director ya que necesitaban una

“ayuda”. Nunca llamaron y dos meses después fueron

capturados en el municipio vecino. Durante su estancia en el

municipio secuestraron a un campesino de edad, y

actualmente no se conoce su paradero, su familia también

tuvo que huir del pueblo.

Este fue el primer y único encuentro directo con los grupos

armados. Durante los cuatro años siguientes, viví la guerra a

través de testimonios que igualmente me marcaron para

siempre. La Serranía ha sido históricamente un corredor de la

guerrilla, aunque su presencia no ha sido permanente, las

huellas que han dejado en sus habitantes si lo son.

Durante los talleres en las escuelas de la región, escuchaba las

historias de los niños, la guerra en su cotidianidad, el miedo a

perder su casa, su familia, sus amigos. En las visitas

escuchaba también el temor de los padres a perder lo único

que tenían, ¿qué iban a hacer si se llevaban a sus hijos como

se habían llevado a los hijos de don Pablo, el vecino? ¿Qué iban

a hacer si los obligaban a irse de su tierra? ¿Qué iban a hacer

en una ciudad cuando lo único que sabían hacer era trabajar

en el campo? ¿Dónde quedaban todos los sueños que tenían?

20

Cuando lo escuchaba en los noticieros era diferente, porque

veía todo tan lejano, tan ajeno…Todas las personas que conocí

en la Serranía me hicieron parte de sus vidas y se convirtieron

en parte importante de mi vida, con ellos crecí personal y

profesionalmente, y a lo largo de cuatro años y medio que

estuve allí, los lazos de amistad se hicieron cada vez más

fuertes, entonces a pesar de que solo escuchaba los

testimonios de la guerra, me dolían y los vivía con ellos porque

me sentía impotente, ¿qué podía decirles yo? ¿Qué podía

hacer?

La ultima vivencia de la guerra, antes de regresar a mi “cajita

de cristal” fue el asesinato de Duberney -el guardabosques de

la reserva natural de la organización- un domingo cuando se

dirigía al pueblo a mercar. Dos hombres se interpusieron en su

camino, lo bajaron del caballo y le dispararon sin importar la

presencia de sus dos pequeños hijos y su esposa. Nunca se

supo el motivo, las autoridades no querían hacer presencia en

el lugar por temor a la guerrilla, de la cual no había indicios

desde hace varios meses.

Todavía tengo en mi mente a su familia, su esposa era menor

que yo pero sin duda había vivido más. Durante las visitas a la

reserva durábamos horas conversando en la cocina acerca de

su vida y sus planes. Los niños eran muy inteligentes,

reconocían el sonido y el rastro de cada animal del bosque, su

papá se los había enseñado, y por lo que yo veía, lo adoraban.

Durante el funeral de Duberney, estuve todo el tiempo con los

niños quienes hablaban del perro, de las gallinas; ni una

lágrima, ni una queja, ni un reclamo, y siempre me he

preguntado ¿con qué mentalidad van a crecer ellos después de

lo que tuvieron que vivir…con rabia, resentimiento?

Finalmente también dejaron el campo y no he tenido noticias

de ellos desde hace dos años.

Ahora, nuevamente en la cajita de cristal, veo todo diferente,

los cuatro años en Paraguas me cambiaron la vida, cambiaron

mi visión del campo, del país, del futuro, de mi futuro.

8. ESTE AMOR QUE ME VIO NACER.

“Es despertar y romper el bozal y las cadenas…Es conjugar y sentir el

verbo amar sin fronteras…Es conseguir que la luna nos de su pan y

su beso cuando libremos la tierra del que encarcela los sueños”

luis Enrique Mejía Godoy describe muy bien la historia que

quiero contar. Esta es la historia de mi amor, que va de la

mano de la historia de esta guerra, y que no termina sino

hasta cuando nuestro amor se dé la mano en ese sueño que

queremos construir.

El camino de comprender la guerra tomó un cierto tiempo. En

realidad, se llevó varios años… y se llevó tantos, que el

despertar se hizo sorprendente, se hizo de un amanecer

21

cargado de esperanza, de sueños y de ilusiones que ya no

pueden desaparecer.

Este despertar comenzó con unas miradas, que más que

miradas, parecían un juego… uno de esos que el destino nos

hace jugar y que termina siendo para siempre. Tú me mirabas,

yo te miraba, pero no había señales de que estos ojos fueran

determinantes para el futuro. Luego de las miradas, vinieron

las brujas o mejor dicho la fiesta de ellas. Nos hicieron

encontrar, nos pusieron a cantar y nos dieron un lugar para

decir que teníamos ganas, que valía la pena dejar que una

canción y unas miradas nos dieran el espacio para decir que

íbamos a caminar.

Y así empieza este camino que hasta hoy parece el camino de

lo inmenso, y como siempre te lo he dicho, es un espacio

gigante de tiempos cortos, que se llena cada día con esos

pasos sencillos.

Como dije atrás me hiciste despertar y hoy esa luz no va a

desaparecer. Desde ese día todo transcurre más rápido, los

momentos se me han vuelto más complejos y sin lugar a

dudas he conocido a muchas personas que me han llenado la

vida de algo que no conocía o que al menos no era un motor

principal de mis pasos: la capacidad de indignarme.

Y es que eso es lo que más he aprendido de la guerra. A verla

no solo en el conflicto armado, sino como el conflicto político

y social que a diario tenemos que vivir. En la exclusión de los

más y en la maldad de los menos. En las mentiras, en los

engaños y en la persecución. En esa guerra solapada, la que

persigue, la que asesina y la que desplaza y no sale en las

noticias. En la guerra que no cuentan, ni van a contar nunca

Caracol o RCN. La del hambre que mata a los niños, que cierra

las puertas a los jóvenes y la que considera a los ancianos

como una carga insoportable para sus finanzas.

Creyendo eso te conviertes en un blanco. Cuando no quieres

pensar que las cosas están bien, te conviertes en un peligro,

porque en este país -en donde todavía nos consagramos al

sagrado corazón- el crimen de opinión es una constante,

nunca ha dejado de existir, la santa inquisición continúa en

nuestro diario vivir. No hay juicios ni defensa, eres culpable y

tu castigo es la pena de muerte. Si no quieres someterte a la

condena te tienes que esconder, tienes que empezar a hablar

bajito y dejar de pensar…Porque pensar es subversivo, pensar

es dañino… Y querer transformar: aún peor…

Y ese crimen le dio una condena a este amor y dijo que no

podíamos estar juntos, que teníamos que dejar de creer, y que

ese amor tenía que dejar de crecer. Pero cayeron en el error, y

se olvidaron de que a nosotros nos mueve el amor, ese amor

que aún en tiempos de guerra es inmortal, porque la guerra

nos ha enseñado que dar la vida es poco cuando lo que se

quiere construir, es todo un futuro cuando los pasos que se

22

quieren dar tienen que ver con la transformación del mañana y

son inaplazables.

Esa es pues la forma en la que me ha tocado la guerra: me ha

tocado porque nunca antes había sentido que la muerte y el

peligro podían estar tan cerca, porque nunca había sentido la

persecución de quien te acecha, quien quiere que no pienses,

que no hables, que no escribas…

Pero también me toca mantener mi esperanza intacta.

Levantarme cada día y seguir construyendo un sueño, y sobre

todo en este amor, que me vio nacer y que no desaparece,

porque no importa la distancia o el tiempo, solo el amor

convierte la maravilla.

9. OPORTUNIDADES.

A principios de los años 80 la familia de Don Nicolás,

compuesta por su esposa y cinco hijos provenientes del

departamento de Córdoba, se establecieron en una finca

abandonada que fue invadida por la guerrilla y dividida en

partes iguales para un número de campesinos que recién

llegaban a la vereda El Zarzal, ubicada en el municipio de

Barrancabermeja.

Sus dos hijos varones ya mayores de edad, laboraban como

jornaleros en trabajos adjudicados a su padre. La hija que

estaba en la adolescencia ayudaba a su madre en los trabajos

del rancho y dos hijos menores que aprendían del trabajo de

los mayores sin perspectivas de una educación básica.

A mediados de esa década dos hijos mayores entraron a las

filas del frente guerrillero que operaba en la zona, no por

engaño o convicción, sino tal vez por falta de oportunidades.

Casi al mismo tiempo su única hija se enamora de un

guerrillero y se la lleva a vivir.

Así transcurrieron varios años, los hijos menores llegaron a la

adolescencia y se dedicaron a trabajar como jornaleros en

fincas de la zona, sin la posibilidad de acceder a estudios. Por

su parte, Don Nicolás sobrevivía con su esposa sembrando

yuca, maíz y del arriendo de potreros de su parcela, puesto

que sus hijos mayores solo aparecían por la zona

esporádicamente, con el fin de realizar operaciones de su

organización.

Comenzando la década del 90 el ejército da de baja en una

operación nocturna a alias Pedro, el hijo mayor, quien ya era

conocido en la vereda como líder rebelde. Al poco tiempo su

hermano y compañero de armas, alias Manuel, fue muerto en

un combate, no sin antes incorporar en las filas guerrilleras a

su hermano Mauricio, quien luego llevaría el alias de Pedro, en

honor a su hermano mayor. Pedro fue utilizado para realizar

trabajos de inteligencia en la vereda. El accionar del grupo

guerrillero no estaba basado ni en el secuestro ni en la

23

extorsión a los pequeños finqueros de la vereda, eso nunca

fue permitido por su comandante, un profesional egresado de

la Universidad Nacional. A mediados de esa década, el

comandante del frente es dado de baja por el ejército con

ocho integrantes de la organización. El grupo está diezmado,

pero no desaparece. A esto se suma la inminente llegada de

grupos paramilitares, provenientes del Magdalena Medio, a la

zona. Asesinan a Pedro quien en ese memento se encontraba

en el Rancho de sus padres con su esposa, dos hijos y su

hermano menor Samuel. Con su muerte, don Nicolás decide

vender su parcela y regresar a su tierra natal con su esposa.

Samuel se queda en la zona trabajando como jornalero y

conviviendo con su esposa e hijo.

La historia refleja que la falta de oportunidades en

determinadas zonas rurales no deja otra alternativa para

quienes allí conviven, que hacer parte de las filas de grupos

armados que ejercen influencia en la zona. Esto no solo

sucedió con la familia de Don Nicolás, fue un factor

predominante en las familias de esta vereda. La ausencia del

Estado se vio reflejada en la pésima calidad de vida de los

campesinos de la zona sin salud, educación, servicios básicos

y posibilidades de trabajo, no dejaron otra alternativa para

muchos jóvenes que la vía de las armas.

Aunque en la actualidad la vereda se encuentra sin presencia

de grupos armados, no cuenta con una vía en buen estado y

carece de servicios básicos. Ya funciona una escuela de básica

primaria construida por el Municipio, a la cual asisten la

totalidad de los hijos de campesinos e incluso propietarios de

pequeñas fincas.

Esta corta historia nos recuerda que es la educación la que

finalmente brinda todas las oportunidades a las familias

campesinas para que sus hijos salgan adelante y aporten al

progreso de su región.

10. UN NUEVO AMANECER

Amanecía, mi madre y mis hermanos nos despertábamos

con el cantar de los pájaros, ellos nos decían que llegaba la

hora de labrar la tierra. Como de costumbre, nos

encontrábamos desayunando y haciendo chistes, olvidándonos

un poco de la tarea laboriosa que nos esperaba. Tarea bonita

pero que poco a poco nos desgastaba.

Era una mañana casi perfecta, asoleada. El viento movía las

ramas de los árboles y golpeaba mi rostro mientras pensaba

en la tranquilidad y la serenidad que nos brinda el campo y

como todos los días le daba gracias de haber nacido en este

lugar.

Concentrado en mi trabajo y mientras escuchaba la radio

donde informaban la violencia que se vive a diario en nuestro

país, este país que lo tiene todo pero a la vez nada, alguien me

interrumpió, era un señor con botas negras empantanadas, un

24

Jean azul desteñido por los años, su camisa gris medio

abotonada y su rostro que aun no sé cómo describirlo. Solo

me impresionó. Usted donde vive? Me preguntó. En el fondo

de mi ser no sabía qué responder. Dónde vive usted? En un

tono amenazante volvió a preguntar, le respondí con voz

temerosa, porque en el fondo sabía quién era, y solo pensaba

en mi madre cuando en realidad y a la final ella no iba ser

nuestra preocupación. Se alejó sin decir nada y se fue

perdiendo en medio de las montañas.

Llego a las seis de la tarde, con hambre, cansado, mis manos

desgastadas, ya no aguantaban por ese día un trabajo más, me

dirigí a mi casa, mis hermanos y yo esperando que mi madre

nos sirviera la comida. Ahora recuerdo con nostalgia los

momentos sagrados que era para nosotros la hora de cenar y

con rabia porque ellos no solo robaron nuestro hogar sino la

tranquilidad y el sustento diario de mi familia.

Acostumbrados acostarnos a las 8 de la noche rendidos por el

cansancio, apagamos las luces, cuando de repente se

escucharon unos disparos que retumbaban las paredes y

ventanas, abrieron la puerta, y ahí estaban ellos, con sus

rostros de odio, de rencor o al menos eso interpretaba. Mi

madre solo suplicaba piedad por nuestras vidas. Ver su

expresión en su cara fue lo que más me ha impactado, lo que

más recuerdo, lo que no puedo olvidar. Ellos sabían que

éramos tres hermanos, dijeron “dos se van con nosotros y uno

se queda con la mamá. Prepárense mañana venimos por

ustedes. La desesperación fue tan grande que sin pensar esa

misma noche dejamos nuestra tierra. A dónde iríamos? No lo

sabíamos, lo único cierto era que teníamos que huir.

Caminamos, no sé cuántas horas. Mi madre rendida y con las

lágrimas en su rostro solo decía que no la abandonáramos que

nos quedáramos siempre a su lado. Eran las 6 de la mañana

cuando nos subimos a un camión que nos llevaría a la capital,

nunca pensé que estas cosas nos pasarían. Ahora era un

desplazado más en este país y sabía que íbamos a estar

desprotegidos. Angustiados llegamos a la ciudad,

preguntamos donde quedaba la oficina que atiende

desplazados por la violencia, llegamos al lugar y hasta ahora

después de tres años no hemos recibido ayuda alguna.

Nos refugiamos en un barrio de desplazados, nos atendieron

con amabilidad, pero eso en realidad era lo de menos, lo

preocupante era que mis hermanos y yo solo sabíamos

trabajar la tierra, qué íbamos hacer en la ciudad? De qué

íbamos a vivir? Eran interrogantes que me atormentaban.

Pasaron los días, los meses. Empezamos a trabajar como

obreros en una construcción y mi madre cada día se

enfermaba, su mal era de tristeza, extrañaba el campo,

extrañaba su vida.

Hoy me pregunto ¿es justa la vida? Mi madre ya convaleciente,

añorando regresar al campo, mis hermanos trabajando en lo

que sale a diario y yo conductor de un bus. La comida nunca

25

nos faltó, con rabia y dolor recuerdo a esos hombres que nos

quitaron la felicidad, ahora solo anhelamos algún día volver a

ver el amanecer, escuchar los pájaros cantar, volver a nuestra

vida y sobre todo volver a nuestra tierra, esa tierra que nos vio

nacer.

11. DOCTORA, USTED LE TIENE MIEDO A LA

GUERRILLA?

Hace unos años hice una visita técnica a un predio ganadero,

el recorrido fue largo y se hizo más complejo cuando hubo

que cambiar de medio de transporte -de un jeep a un caballo-

Llegamos al sitio acordado con el dueño del predio, Don Uriel.

Ya en esta compañía dimos paso a subir en búsqueda de la

casa, estuvimos conversando de lo difícil que es la vida en este

sitio máxime cuando no solo son visitados por el ejército sino

por la guerrilla. Al llegar al predio sale la familia a saludar.

Está conformada por la señora y dos niños, un hombrecito de

8 años y una niña de 3 años. Niños con rostros característicos

de esta zona, tez completamente rosada. Atendidos con gran

comida y una amabilidad incomparable. En medio de la

conversación me di cuenta que el niño asistía a la escuela y en

las tardes ayudaba en el cultivo de papa, iban al pueblo cada

dos meses para hacer la remesa, ir más seguido les aumentaba

los gastos. Llegó el momento de revisión técnica de la

ganadería, objeto de la visita. Antes de empezar invite a Don

Uriel a mostrar sus registros y luego corroborar en campo.

Sentados en el comedor familiar se me queda mirando y me

pregunta: ¿Doctora usted le tiene miedo a la guerrilla?, mi

respuesta inmediata fue si, y pregunto por qué?, me dice

“acabo de ver que vienen varios hacia la casa, lo que vamos

hacer Doctora es que voy a decir que usted es mi sobrina y

que me ayudará a revisar los animalitos”. En este momento

quería salir corriendo de la finca, pero estaba completamente

encerrada, pensé en mi Familia. Efectivamente llegaron varios

guerrilleros al establo, inmediatamente la señora de la casa les

trae una bebida y se volvió como una visita muy familiar, que

fue la visita más larga que puede haber tenido, me sentí

respalda por la niña que no se separó de mi ni un solo

instante, concluí que había sido mi Ángel de la Guarda ese día.

Después que los visitantes salieron, Don Uriel se atrevió a

contarme que hacía pocos meses el ejército lo había acusado

de auxiliador de la guerrilla y la remesa que hacía para los dos

meses había sido decomisada. Que en ese momento se sentía

mejor con la guerrilla que con el ejército.

Cuál puede ser el futuro de unos niños que nacen rodeados de

hombres armados, que visitan su casa y el Padre de familia es

estropeado? Cómo hace una familia para vivir, con guerrilla y

ejército cerca?. Mientras se está cerca de este escenario todo

se volverá normal: las muertes, las acusaciones y demás

maltratos. Muchos padres deciden enviar a sus hijos a los

pueblos, previendo la muerte y el reclutamiento para la

guerrilla. Me atrevería a decir que este es uno de los factores

por los cuales los jóvenes no quieren estar en el campo.

26

12. LA GUERRA QUE NOS ALIMENTA

Vivo en la tierra del chontaduro, del borojó, del agua de coco,

de la piangua, del pepadepan, del mil pesos, del naidi, del

pianguil, de la jaiba, el calamar, el cangrejo, el toyo, la pata de

burro, el camarón, la papachina, el tapado de pescado, el

munchilla y el biche. Tierras de Palmeras, de mujeres

exuberantes con sus mil y un peinados de trenzas, caminos

ensortijados, coronas, moños y mechas lisas. De caderas

voluminosas y pieles negras. Tierras de los hombres de la

madera, de la pesca, hombres fuertes, trabajadores, de la

minería, del puerto, muchos de ellos provenientes de todos los

rincones del Pacífico, algunos descendientes de reyes

africanos.

Vivo en Buenaventura, en el quinto piso de un edificio ubicado

entre la gran avenida Simón Bolívar, la única vía que atraviesa

la ciudad de punta a punta de norte a sur, a lo largo de la cual

la ciudad se levanta, y la vía alterna- interna, que comunica la

carretera Buenaventura Cali con la entrada al Puente el Piñal,

el que une el continente con la Isla, por donde pasa el 80 % de

las mercancías que entran y salen del país. Desde el balcón del

quinto piso, se observa a menos de 200 metros la carretera

del Ferrocarril del Oeste y al frente el Barrio Salimar. Como

muchos de los barrios han sido construidos sobre escombros

ganándole terreno al mar. La primera “cuadra” que colinda con

el riel está construida sobre tierra firme, adelante se observa la

escuela, que se levanta sobre dos construcciones de

palafitos, sus grandes chontas separan el contacto del mar con

la tabla, material con el que están construidas la mayoría de

las casas de estos barrios de baja marea. Al fondo, el mar. La

calle del frente del edificio comunica con una carretera que va

para el antiguo cementerio. Al costado este, en un mojón de

pasto se encuentra la “cancha de fútbol”, justo colindando con

el riel del tren y a media cuadra del cementerio.

Los sueños

Es este entramado de referentes de infraestructura vial, la del

ferrocarril, la de las carreteras, la del muelle, que se

entrecruzan y confluyen en el mismo punto: el puerto. Zona

geoestratégica del Pacifico, por su gran potencial portuario,

que desde tiempo atrás el Estado y las trasnacionales vienen

pensando en reconvertirlo en un polo megaportuario, con

grandes canales, malecones, centros turísticos y náuticos. Si,

ese es el sueño de la globalización por el Pacifico para

Buenaventura. La idea de progreso se materializa en cada una

de las maquetas de planeación. Entre estas demarcaciones y

acercando un poco el lente desde el quinto piso, dejando

como puntos de demarcación estas vías, a menos de las dos

primeras cuadras, este paisaje se mezcla con la vida de la

gente de los barrios. Lo que aquí se ve, es otra realidad. No de

cemento y hierro sino de madera, plástico negro y verde,

tejados de cinc ocre por el deterioro que produce la humedad,

los escombros de las basuras que alimentan los sedimentos de

la tierra, se vuelven visibles, la piedra del mar se revuelve con

los desechos. La tierra de los caminos entre los espacios de

27

comunicación de las casas se reconstruye cada día con las

huellas de sus habitantes, la mayoría de los niños y muchos de

los pobladores, caminan a pie limpio en sus calles. Los

hacedores de sus barrios, de sus casas y de sus vidas, viven

entre el fragor de la pobreza y la del conflicto armado.

MALECÓN DE BUENAVENTURA

PISCINAS DE LECAFUENTE: WWW.GOOGLE.COM

AREA DE INTERVENCION

Fuente: Proyecto Malecón- Buenaventura. Foto: Universidad del Valle,

Fundación Sociedad Portuaria, Alcaldía municipal (feb.2008)

Entre la penumbra

Estos se posesionan como dueños y señores de los barrios. La

pobreza salta a la vista, ella da cuenta de cómo cada quien

hace su casa, si es de tabla, de madera de Nato, de tablilla de

techo de plástico, de tejado de zinc, o de retales de ambos.

Da cuenta de cómo se cocina, si con leños o con gas. Si la

casa tiene alguna división o hay un solo espacio en el que

todos conviven. El uso de un sitio de baño no es frecuente y

menos una zona de ducha. Sin embargo, ésta es solo es la

fachada. La pobreza impregna la vida de los pobladores y las

relaciones de las familias. Las niñas y niños mayorcitos de 5 y

6 años, quedan al cuidado de los más pequeños que son

desde bebes en adelante. Ellos tienen que asumir el cuidado

de la familia, generalmente quedan encerrados bajo candado o

al “ojo de la vecina”. Ellos se encargan de darles de comer a

los menores cuando la madre ha dejado algo preparado, de lo

contrario juegan adentro mientras esperan que ella llegue al

final de la tarde. Padres y madres muy jóvenes, buscando algo

que hacer, un día de lavada de ropa ajena, un día de

construcción, un día cargando y descargando en el muelle, un

día cuidando carros y motos en un sitio de parqueo

improvisado, un día de ayudantes del conductor de un carpatic

o de un colectivo. Esta que no es una guerra, pero que para la

gente representa “una lucha” interminable por conseguir un

peso, se libra día a día y a su paso, también va dejando

profundas devastaciones. Así se consigue lo del diario, cuando

se consigue y mañana “será otro día”.

La guerra del conflicto armado, la que se libra en los barrios,

“se vive”, es una guerra invisibilizada ante los ojos de los

foráneos, ahí agazapada actúa por los intersticios, sólo

quienes la padecen, la ven, la perciben, la sienten, la mueren.

28

En el mismo barrio de Salimar, de donde soy vecina, en una

reunión de la Junta de Pobladores, unos muchachos armados a

plena luz de la tarde, amenazaron la comunidad: que si alguno

de los vecinos avisaban a las autoridades sobre su presencia y

actividades, quedaba bajo su responsabilidad su vida porque

ellos se “encargarían del sapo no importa en presencia de

quien”. Así en el ejercicio de las armas y de las amenazas, este

grupo de personas armadas se abroga el derecho de imponer

a sus habitantes su voluntad: hasta qué hora pueden llegar a

sus casas, no se permite la visita de personas ajenas al barrio,

el que hable con la policía motorizada que eventualmente

circula por el barrio queda señalado como informante y otras

más que nunca sabremos, lo que si entendemos es que la vida

depende de la “obediencia” y del silencio de sus moradores.

Sislia, residente del barrio, venía desplazada del Choco y salió

nuevamente desplazada del barrio, porque vivía en el sector de

Baja marea en una casita sin luz ni agua que la junta le cedió

para que viviera mientras recibía la atención del Estado y se

organizaba. Ocurrió que una de esas noches con la penumbra

de la luz tenue de una vela vio que unos hombres armados

botaban al mar el cadáver de una persona. Sislia llena de

miedo por lo que vio, empezó a buscar ayuda para irse para

otra parte. Ella pudo irse con su familia, pero… y los que

tienen que quedarse.

La ubicuidad de la guerra

A muchos de los que la guerra toca se la vuelven a encontrar

en el camino. Tocaya se vino de uno de los ríos, no por su

voluntad sino por los bombardeos de una confrontación entre

las fuerzas armadas legales y otras ilegales. Allí tenía su

casita, vivía de la pesca artesanal, de sus cultivos de

chontaduro, papa china y borojó. Llegó desplazada a la ciudad

junto con sus hijos menores, la niña de dos años y el niño de

seis. Se instaló en uno de los barrios de Baja Marea, en el que

ahora están pensando un proyecto de reubicación de 3.400

familias para un total de 27.000 que piensan “desalojar” para

iniciar un megaproyecto de construcción de un malecón en

inmediaciones de la Isla Cascajal. Si, tal vez históricamente

podamos pensar que el “progreso” pasa por encima de ríos de

sangre, dolor y muerte, que a su paso va dejando… claro

cualquier “parecido con la realidad es pura coincidencia”.

29

Tocaya un día dejó a sus hijos en la guardería, se fue a vender

chontaduro de la galería del mercado hacia el centro,

caminando hasta vender todo el platón que carga sobre su

cabeza. Ese día la venta rindió y se fue a su casa. Hacia las

11:30 de la mañana empezó una balacera en la cuadra, el

ruido seco y sordo de los proyectiles de bala, la aterrorizaban

mientras buscaba resguardarse debajo de su cama. Momentos

más tarde, atravesada por el miedo y la incertidumbre oyó que

la policía llegó a la cuadra y vio como de una casa de la misma

cuadra sacaban el cadáver de un muchacho. Sin pensarlo dos

veces y de la mano de una de sus vecinas tomó las pocas

cosas que pudo cargar en sus manos y se fue del barrio a la

casa de una tía. Le pidió a ella que la dejara quedar en su casa

mientras podía organizarse mejor, pero que ella a ese barrio

no volvía. En la tarde recogió sus hijos y se fue para San

Colma. Pensó que solo sería cosa de días mientras le pasaba el

susto, pero el susto no se fue, al contrario se fue instalando en

su cuerpo y habitando en su mente. Aterrorizada por el miedo,

dejó de trabajar unos días, el chontaduro se puso caro y con

los gastos de vivir en casa ajena, se terminó la plata y el gas.

La alternativa de conseguir leños y cocinar el chontaduro y las

comidas, la obligó a la búsqueda infructuosa de palitos de

madera muy húmedos por el clima. La platica del negocio se

la gastó, era mucha la plata que tenía que gastar en los

pasajes de los niños para la guardería, en la plata que le

pagaba a una amiga para que la dejara lavar y lo peor era el

desgaste de tener que buscar baño ajeno para que sus hijos y

ella pudieran acceder a un lugar para cubrir sus necesidades.

Poco tiempo después su salud se deterioro, la que hace poco

tiempo caminaba vigorosa con la cadencia de sus caderas y su

platón en la cabeza ofreciendo sus chontaduros, yace ahora

como una niña desamparada. Muy delgada y con la mirada

pérdida, su pelo que hace parte de la exuberancia y beldad de

las mujeres afrocolombianas, se le cayó.

En menos de dos meses, Tocaya estaba irreconocible, su vida

nuevamente había sido desbastada por el conflicto, a pesar de

sus esfuerzos de buscar apoyo, con los que pudo comprar el

gas, iniciar una venta de pepas, comprarse un pelo de ocho

mil pesos y comer con ayudas esporádicas de vecinos y

entidades. Un mes más tarde, logró trastear para donde una

amiga, ahora vive en Milosal en una casita donde paga cien mil

pesos de arriendo y tiene agua y baño. Sin embargo, ahora

cuenta con más responsabilidades porque su hijo de 12 años

que había dejado al cuidado de una prima en la zona de los

ríos, le fue devuelto y esto implica otra boca más que no tiene

como mantener. El niño, muy afectado por el cambio de

escuela y las imposiciones de la ciudad, ya no ha querido

estudiar porque no cuenta con uniformes y zapatos del

colegio.

Ella hoy, transformada, con un dolor que raya con la amargura

y que impregna su mirada, con un dejo de escepticismo, pero

muy comprometida con la vida de sus hijos, piensa en volver a

trabajar vendiendo la pomarrosa y las pepas, que poco es lo

30

que le dejan, diez mil pesos para el diario de la casa. Como si

quisiera borrar su pasado no quiere saber nada del

chontaduro, que según ella le botó el pelo y a quien ella

atribuye que de su carestía dependió en gran medida su

colapso vivencial.

Del sonido sordo de las balas… al silencio mudo del dolor.

El sonido de las balas, puede detonar el de tantos temores

escondidos, el acumulado de una vida de soledades, las

nostalgias del cuerpo, de los territorios ampliamente amados,

trabajados, vividos y compartidos, ese que hay que abandonar

como si de una muerte querida se tratara. Ese cuerpo- tierra-

casa que hay dejar como un cadáver perdido. Del que

amándolo profundamente hay que salir porque la vida propia y

de los hijos está en juego. No hay tiempo que pensar, el

cuerpo puede expresarse en el miedo y este puede ser más

sensato que todo ese acumulado de vida y relaciones que

tenemos que abandonar. No obstante, el miedo se enquista en

el cuerpo y en el alma y muchas veces como aparece en la vida

de Tocaya, se queda habitando allí.

El silencio que exigen los actores armados, el silencio que

exige el haber sido testigo de un acto de guerra o de un acto

de barbarie, el silencio que se exige ante una amenaza de

muerte, el silencio que hace cómplices a los que no han

elegido por su voluntad participar en la guerra sin sentido. El

silencio que es el único garante de muchas vidas, las del

barrio, las de los niños, las de mujeres como Sislia que vieron

lo que vieron, en esta guerra. Esa que muchos quieren explicar

y otros quieren confundir. En la que se cruza la llamada crisis

social con la crisis humanitaria, es decir en español castizo la

pobreza que se cruza con la guerra. La que “otros” quieren

confundir la de las llamadas “bandas criminales al servicio de

los narcotraficantes”, la de la “delincuencia común”, la de los

“grupos post-desmovilización” porque según ellos los

paramilitares se desmovilizaron y los que quedan son reductos

que se han vuelto a rearmar pero cuyas estructuras militares y

políticas han desaparecido. La guerrilla que ya no es un actor

subversivo sino un actor terrorista al servicio de la

delincuencia y el narcotráfico. Y entonces qué queda de todas

esas explicaciones que nosotros, los ciudadanos de a pie y del

común nos damos. Las causas estructurales del conflicto

armado en este país, la pobreza, la desigualdad, la exclusión

quedan sedimentadas en fosas comunes, los actores del

conflicto quedan reducidos a delincuentes y héroes,

recordemos los héroes en Colombia si existen.

Los mismos héroes que quedaron al desnudo cuando se

descubrieron las ejecuciones extrajudiciales coronadas con

medallitas y reconocimientos a estos héroes nacionales –los

que si existen-. La seguridad nacional que reactivó el “viaja

feliz, vive Colombia”, el ejército está en la carretera. La misma

que quedó al descubierto ante el escándalo del seguimiento

del DAS a actores de la vida política de la oposición y a la más

alta corte de Justicia del país. La misma seguridad democrática

que niega que en Colombia exista un conflicto armado y que

31

negocia su plan patriota con Estados Unidos para invertirlo en

el andamiaje de la Política de Defensa Nacional.

La guerra que nos alimenta

Si la guerra que alimenta nuestro “patriotismo”, si la misma

que se pasa por las imágenes mediáticas, la que nos alimenta

a todos, a Uribe con su mano dura, que sube su rating en las

encuestas nacionales, su amplio carisma mediático del que

nos alimentamos al verlo en los “consejos comunitarios”, en

los que pasa el pueblo en pleno, pero el que dejan entrar, es

decir, el que puede ejercer su libre expresión siempre y

cuando no se oponga a la lógica del establecimiento. Y que

conste, lista en mano van entrando al escenario del consejo.

Esa es una de las expresiones de la profunda democracia

“selectiva” del máximo gobernante.

Ni qué decir de nosotros los colombianos los que dejamos que

el sombrero “volteado” se convierta en un símbolo de

identidad de nuestro país agenciado por Artesanías de

Colombia y su representante Jerónimo Uribe, como si todos

comulgáramos con los ganaderos Cordobeses. Ni qué decir del

poncho, con el que sale disfrazado el no tan distinguido

presidente.

Así, que no hay tema del que más nos alimentemos los

colombianos que no sea el de la guerra, del que nos da que

hablar los noticieros... De la mano de Ríos y no hubo un

pronunciamiento ético sobre los derechos humanos, ahí está

tal cual “denunciar paga” a riesgo de cualquier cosa, de la

dignidad de los seres humanos, de la profanación de un

cuerpo, del homicidio premeditado. Aquí todo se vale y que

conste que no estamos en un conflicto armado sino en una

guerra contra el terrorismo, por poco y quedamos iguales que

en la guerra Palestina-Israel. Ni que hablar de la guerra

convertida en espectáculo, la OPERACIÓN JAQUE, fue una

operación perfecta… sí, que la repitan… que vuelvan a

convertir al DIH y al Comité Internacional de la Cruz Roja en

blanco de cualquier ataque, si que siga su operación perfecta

como lo hicieron con las acrobacias de los sobrevuelos de las

fuerzas armadas en la entrega de los últimos secuestrados y

por segunda vez involucrando a la Cruz Roja Internacional.

Que no se diga que los Héroes en Colombia si son los

responsables de las ejecuciones extrajudiciales, que estos

Héroes si son cumplidores del DIH como sucedió en el reciente

flash informativo sobre la presunta guerrillera de las FARC, en

combates en la Paz-Guaviare en la que recibía atención

médica, en toma de primer plano, por parte de los mismos

héroes, como si se tratara de una película. Seguramente que

será tenida en cuenta como un documento informativo en los

informes internacionales del Gobierno que da cuenta del

cumplimiento del DIH en Colombia. Los héroes con sus

tácticas amigables con la población que lo que hacen es poner

en peligro a los habitantes con sus jornadas cívico militares en

la que convierten a los ciudadanos en informantes.

32

Ahora bien, ni qué decir los que materialmente nos

alimentamos de la guerra, periodistas de guerra,

investigadores, trabajadores humanitarios, defensores de

derechos humanos. Los que filman la guerra, los que

investigan el conflicto, los que interpretan las causas, las

dinámicas, las interacciones, las lógicas, los discursos, las

narrativas de la guerra, los que intervenimos en las

emergencias y en las crisis humanitarias, como yo, que desde

el quinto piso del edificio donde vivo puedo estar en un

contexto de guerra sin que la guerra me toque, puedo apagar

el televisor y otros medios de comunicación y no dejar que la

guerra entre en mi casa, puedo sencillamente cerrar el balcón

y dejar de “ver” en la distancia a mis vecinos de Salimar con

sus sueños y sus pesadillas. Puedo escuchar el relato de

Tocaya y sentir que soy una mejor persona porque mi trabajo

me permite prestar un servicio humanitario de escucha y

acompañamiento.

Sí, nosotros los que nos abrogamos el derecho a mostrar, a

interpretar, a contar por ellos, a explicar por ellos, a entender

a pesar de ellos, los que somos testigos privilegiados de su

tragedia, de su pesadilla, pero también de sus esperanzas, de

quienes realmente han sido los “rehenes” de la guerra, los que

deben aguantar y aguantar en el silencio.

Cesantes y vacantes

Y si la guerra se acaba en este país, me alegraría mucho.

Todos nosotros, los que están en la guerra, los que están

fuera de la guerra y los que también vivimos de ella, todos

quedaríamos vacantes y cesantes. Cuando los derechos

humanos dejen de ser discurso para convertirse en práctica,

cuando el conflicto cese y rebele sus atrocidades. Pero claro

eso no basta, solo si se avanza en la transformación social y

económica de las profundas desigualdades, de la estructura de

la distribución de la tierra, de la pobreza, de los intereses

políticos y los transnacionales, de la falta de inclusión de la

sociedad en la construcción de comunidades políticas

democráticas.

Cuando la justicia social deje de ser un ideal y se afiance en

una ética del ser humano, de la responsabilidad pública, del

ciudadano, del desarrollo desde las comunidades. Es decir,

cuando recuperemos la esperanza de que si podemos

construir y vivir en un país diverso y posible.

Ojala, esta maldita guerra, que corroe el alma de quienes SÍ

han sido tocados por ella, se acabe. Para que al fin, ellos

puedan gritar, puedan contar, puedan hablar con nombre

propio, puedan relatar su dolor, puedan evidenciar lo que

pasó, sin que las razones sean otras, sin que las explicaciones

sean las que les niegan las posibilidades de superar lo que

viven, como lo expresa Hannah Arendt: “…en la medida en

que realmente puede llegarse a “superar” el pasado, esa

superación consistiría en narrar lo que sucedió…”.

33

13. ¿QUIÉNES ERAN?

En esa soleada tarde de un jueves de octubre, el regreso por

la polvorienta vía de Herrán a Ragonvalia era tranquilo, yo

venía satisfecho porque todo resultó de acuerdo con lo

planeado.

De repente, fue como si estuviéramos viendo la escena de una

película, aunque pronto nos daríamos cuenta que éramos

protagonistas principales del guión. Una compañera de

trabajo, tres funcionarios de la CORPONOR (dos hombres y una

mujer), incluido el conductor del campero y yo, estuvimos

visitando parcelas de reforestación y reunidos con la

comunidad de la zona, en compañía del Asistente Técnico de

la UMATA de Herrán, con quien dos meses atrás habíamos

realizado el mismo recorrido, cuando visitamos la región por

primera vez.

Esperándonos a la vuelta de una curva, tres hombres

fuertemente armados nos apuntaron, obligando al conductor a

detener el vehículo oficial donde viajábamos. ¡¡“Señor,

protégenos”!!, fue lo único que alcancé a musitar cuando

levanté las manos.

Los hombres que nos apuntaban ocuparon rápidamente el

vehículo, uno de ellos (el más joven) al mando del mismo;

otro, que parecía el jefe del grupo, se hizo al lado de la puerta

delantera del pasajero y el último se acomodó en la parte de

atrás, intimidándonos con el arma que llevaba. Ocho personas

apretujadas en el reducido espacio, a casi 40 grados de

temperatura, con los nuevos ocupantes despidiendo todo tipo

de olores y, lo que era peor, sin saber qué pasaría con

nosotros. Aquí empezó nuestro calvario.

Durante el silencioso trayecto, los pasajeros de otros vehículos

que transitaban por la misma vía nos miraban como si

supieran qué pasaba, pero sin poder hacer nada para

ayudarnos. Más adelante, desviaron el vehículo por una trocha

montañosa y se oyó la voz del comandante del grupo,

preguntando quién traía celular. Como previendo la situación,

ninguno de los funcionarios de la Corporación llevaba

teléfono, sólo mi compañera, quien lo entregó, y yo. Como un

acto de pasiva rebeldía o ingenuidad tal vez, me quedé callado

y no entregué mi celular, lo que me costó después un “regaño”

por parte de uno de los compañeros de angustia, para quien

este hecho pudo habernos causado mayores problemas.

Cuando la noche se venía encima y el camino no terminaba, no

aguanté más y me volví hacia el hombre apostado atrás y le

pregunté nerviosamente: ¿Para dónde nos llevan? ¿Por qué no

nos dejan aquí?. “Tranquilo que no les va a pasar nada”, era su

imperturbable respuesta, una y otra vez, hasta cuando decidí

quedarme callado.

34

Ya entrada la noche, los hombres al mando de la situación

detuvieron el carro y nos hicieron bajar del mismo para

interrogarnos. Estábamos en mitad de la trocha, solamente

iluminados con las farolas del vehículo, a merced de unas

personas que no sabíamos quiénes eran ni las intenciones que

tenían.

Al descender del carro, luego de estar medio hacinados dentro

del mismo, a la vez que sentí un gran alivio, me di cuenta que

llevaba puesta una camiseta manga corta y, producto del frío

intenso o de la situación misma, comencé a temblar. En ese

minúsculo intervalo, cuando descendimos, un funcionario de

la Corporación nos dijo a los “rolos”, mi compañera y yo, lo

que debíamos responder: trabajábamos con ellos y nuestro

sueldo era el mínimo en esa entidad. En el estado de nervios

que nos encontrábamos, este “pequeño plan” nunca se llevó a

cabo.

“De dónde vienen?”, “Quiénes son ustedes?”, “Sabemos que

ustedes son gente de plata”, con estas palabras transcurrió la

mayor parte del interrogatorio. Ellos parecían disponer de todo

el tiempo del mundo y el nuestro les pertenecía.

El jefe que nos interrogaba -en medio de la charla con cada

uno de nosotros- se retiraba para hablar por un radio que

llevaba consigo. Supuse que le informaba y/o pedía órdenes a

algún superior. Mientras esto ocurría, el hombre más joven se

quedaba con nosotros preguntándonos qué íbamos a hacer o

dónde creíamos estar en un futuro, cuándo la situación

estuviera “vuelta mierda”, según sus propias palabras. Todos

callados. Nadie se atrevía a responder nada. Es que ni siquiera

sabíamos a qué grupo pertenecían.

Luego de un tiempo, no sé por qué me pareció que los

hombres no sabían qué hacer con nosotros. Este hecho me

animó a pedirle al interrogador que nos dejara ir con el

argumento que podríamos convertirnos en una carga y que

estábamos cumpliendo, únicamente, con nuestro trabajo.

Ya después, en medio del tira y afloje, el jefe del grupo nos

decía que ¡¡él era responsable de nuestras vidas y si nos

dejaba ir, en medio de la noche, podía pasarnos algo!!

Casi a medianoche, decidieron llevarnos hasta un rancho

donde, a las personas que abrieron la puerta, se les notaba el

temor y la intranquilidad por recibirnos, aunque no podían

objetar nada.

Aquí nos metieron a todos en un reducido cuarto y nos

pidieron los papeles, direcciones y teléfonos. Yo dudé: ¿les

invento las direcciones y teléfonos? Recordando lo del celular,

decidí darles la información correcta y pensé que, en caso

dado, a ellos no les resultaría difícil averiguar los datos

verdaderos. Sin embargo, mi compañera de trabajo les entregó

la dirección y el número telefónico de sus padres, lo cual la

atormentaría después. Sólo se me ocurrió pedirles el favor que

35

a esa hora no llamaran a mi casa, que no fueran a preocupar a

mi familia, a lo que contestaron que ellos sabían cómo hacer

las cosas.

Encerrados en el cuarto, pidiendo permiso para ir al baño,

mirándonos como pensando cada uno su situación y sin poder

descansar (yo ya respiraba por la boca debido a que el frío me

había tapado la nariz), empezamos a comentar las cosas,

preguntándonos el por qué estábamos allí y que parecía como

si aquellos hombres estuvieran pendientes de nuestro paso

por la vía. Atando cabos, coincidimos en el extraño

comportamiento del técnico de la UMATA que nos

acompañaba, quien se retiraba varias veces en su moto y al

regreso siempre preguntaba si demorábamos un tiempo más o

si ya regresábamos a Cúcuta.

Prácticamente en la madrugada, cuando no escuchamos las

voces de los hombres afuera, decidimos abrir la puerta e irnos.

Los dueños del rancho estaban despiertos, nos ofrecieron

tinto, unas mantas para protegernos del frío y nos entregaron

una pequeña linterna para el camino; luego, nerviosamente,

nos “rogaron” que saliéramos rápido de allí, lo cual hicimos.

En la bajada veníamos, prácticamente, a oscuras y tropezando

ya que la luz de la linterna escasamente alcanzaba un metro.

Sobre la vía estaba parqueado el carro en que viajábamos, al

acercarnos vimos en el asiento del conductor el celular que se

habían llevado. Íbamos a intentar abrir el vehículo cuando

alguien dijo que lo mejor era seguir a pie ya que, de pronto,

podríamos encontrarnos con alguna sorpresa.

Dos o tres horas después, en el amanecer, llegamos al camino

donde había comenzado este incidente. Aquí, cansados,

esperamos un carro o algo que viajara hasta Ragonvalia, luego

seguir hasta Chinácota y después llegar a Cúcuta. En

Chinácota nos sentimos un poco más seguros. No obstante, la

funcionaria de la Corporación resolvió hacer una llamada a su

casa; en la misma, se alteró y sufrió un ataque de nervios que

acabó por convertirla en un mar de lágrimas.

En Cúcuta reportamos lo sucedido y, aunque todavía teníamos

dos días más de visitas, mi compañera y yo hicimos las

diligencias para regresarnos a Bogotá esa misma tarde. Al

llegar a Bogotá, sentí bastante alivio por encontrarme “alejado”

del problema y, ya en la oficina, presenté un informe de lo

ocurrido. Quería olvidar los desagradables momentos y

dedicarme a llevar mi vida con la normalidad de antes.

Esto no ha sido fácil. Las primeras noches no pude dormir bien

y, ante cualquier repique nocturno del teléfono, pensaba que

sería alguna llamada de estas personas, para intimidarme o

exigirme cualquier cosa. Imaginaba que me acosaban, me

preocupaba mi familia; más aún, al dirigirme a trabajar

siempre miraba a todos lados a ver si algún extraño se

encontraba cerca o pendiente de mí. Uno de los funcionarios

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de la Corporación, que vive en Cúcuta, tuvo que cambiar el

número telefónico de su residencia.

En una oportunidad -pasados varios días de los

acontecimientos- en un noticiero nocturno informaron sobre

enfrentamientos armados en esa zona del país y mostraron

imágenes de algunas personas muertas. Allí pude reconocer la

cara del hombre que se situó en la parte de atrás del carro y,

sólo en ese momento, tuve cierta idea del grupo armado al

cual pertenecían.

Ahora, analizando los eventos con la calma que brinda el

tiempo, me siento afortunado. ¿Por qué? En primer lugar,

agradezco a Dios por la fortaleza que me dio en esos

momentos difíciles y, por otra parte, pienso que contamos con

la suerte de que esos hombres iban, seguramente, al acecho

de otros objetivos más urgentes e importantes.

Estos hechos reales, transcurridos por espacio de 2 días, han

llevado a cuestionarme y plantearme algunos interrogantes:

Por qué esos campesinos se arriesgaron y nos ayudaron a

huir? Podemos imaginarnos la angustia y preocupación de las

familias cuyos seres queridos duran años retenidos? Podemos

imaginarnos la desesperanza de estos últimos cuando ven

pasar el tiempo y su situación no cambia?