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Cómo nos toca la guerra No.9

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Estas crónicas recogen diferentes experiencias en torno a las formas en que la guerra se hace presente en nuestra historia personal y colectiva. Son elaboraciones hechas a partir de las vivencias, experiencias o reflexiones del cómo han percibido, experimentado o conocido a través de otros, este proceso de conflicto y violencia en nuestro país.

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¿Cómo nos toca la guerra?

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Vivencias desde territorios en disputa por actores armados, parece ser un denominador común de estas crónicas construidas

desde la voz y la experiencia de estudiantes de primer semestre de la Maestría en Desarrollo Rural. Territorios en disputa

en los cuales el temor se respira, se instala en los recuerdos, eterniza los momentos y agranda las distancias que hay

que recorrer para buscar un lugar seguro. Pesadillas que distorsionan de manera diversa la realidad y fijan en la memoria

situaciones que no se quisieran repetir.

En medio de profundas tensiones y miedos, emergen de manera simultánea voces paralelas que dan cuenta de una

cotidianidad y de cierto acostumbramiento a la convivencia cotidiana con el enemigo, que van configurando experiencias para

manejar situaciones, para ampliar los marcos de referencia de lo que es soportable. Sin desconocer el riesgo y manteniendo

las alertas, se van construyendo formas de vida que se adaptan a tiempos de dominación sin fecha de vencimiento, para

proseguir con actividades productivas, festivas, comerciales.

¿Sentido común y realismo político de adaptabilidad frente de

lo inmanejable? ¿Pragmatismo? ¿Formas de resistencia? Quizá todas

las anteriores y muchas otras explicaciones inadvertidas están allí

para combinar con sabiduría, tejida a punta de dolor y valor caminos

intermedios para transitar por el filo de la incertidumbre.

Esas múltiples caras de la vida y la muerte, narradas aquí por

testigos y protagonistas, articulan tiempos presentes con historias

de más larga data. Forman parte de las pistas para comprender esta

sociedad y de comprendernos como parte de ella hoy y en el futuro

que forjamos desde el ahora.

Flor Edilma Osorio Pérez

TABLA DE CONTENIDO

Puerto Wilches, 45 grados a la sombra del conflicto

CÓMO CONSUMIMOS GUERRA Y DECIDIMOS VOMITARLA

Colombia: más guerra para conseguir la paz

DESDE LA SUCURSAL DEL CIELO

EL PUEBLO MÁS GRANDE DEL MUNDO

NO ME HABÍA DADO CUENTA, LO MUCHO QUE ME HA TOCADO LA VIOLENCIA

DE LA TRANQULIDAD Y LA PAZ A LA SOSOBRA

NOS TOCÓ LA GUERRA: PERO AQUÍ ESTAMOS

MIS PEORES RECUERDOS

LOS ROSTROS DE LA VIOLENCIA

LA GUERRA MUY CERCA A BOGOTÁ

La Frontera

UNA CRÓNICA SOBRE EL ESTIGMA

DE SER LIBERAL

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¿Cómo nos toca la guerra?

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Puerto Wilches, 45 grados a la sombra del conflicto

Temperatura de color rojo. Rojo como la sangre. Rojo como

un atardecer en Puerto Wilches. Rojo como la inmensidad

de su ausencia. Estamos en septiembre de 1.996 y un niño

de seis años atraviesa una capilla atestada de gente en medio de

un silencio solo interrumpido por uno que otro llanto. Tiene la piel

blanca y el cabello negro, un andar templado a pesar de su corta

edad y sobre todo, tiene la adultez que sólo el dolor puede otorgar.

Gracias por escucharme -se aclara la voz y prosigue- gracias

por escucharme, hoy también yo quiero decir unas palabras sobre

mi papá, Alberto Jiménez Rojas. Mi papá era el médico de Puerto

Wilches, también era el director y también era un buen padre. A

pesar de que siempre atendía a sus pacientes, si era de noche o

si era de día, si era domingo o si era lunes, siempre tuvo tiempo

para mí y para mi hermanito. Recuerdo mucho sus juegos, su risa y

que siempre me tomaba del pelo cuando yo me ponía serio. No lo

olvidaré nunca y ustedes tampoco, porque NADIE puede olvidar a

un hombre tan especial, a un amigo, a un hermano, a un hijo, a un

tío, tan, tan, especial. Quiero que lo recordemos con su gran sentido

del humor, con su gran amor por todos y por saber de todo tanto y no

dárselas nunca. Estoy muy orgulloso y lo estaré siempre. Gracias

a todos ustedes por acompañar a mi mamá, a mi hermanito, a mis

abuelitos, tíos y primos en este día, Alberto desde donde esté los

está viendo ahora. Gracias.

¿Cómo nos toca la guerra?

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Se bajó del púlpito de la capilla del Colegio de la Salle, lugar

donde Alberto había estudiado la primaria y la secundaria en los

años setenta en Bucaramanga, Santander, un Departamento con

una historia siempre marcada por la violencia.

Me quedé estupefacta: un niño de seis años nos daba a

todos, familiares y amigos, una enseñanza de sobriedad y dignidad

en medio del dolor. Sus abuelos y su tío Luis lo abrazaron y la

ceremonia de velación prosiguió. Unas doscientas personas y otras

tantas afuera, asistíamos a la despedida de este mundo de uno

de los nuestros. Nuestro por ser familiar, amigo, santandereano,

pero sobre todo por ser un ciudadano de bien, como dice la gente.

Nuestro porque cada uno de nosotros se había apropiado de un

pedacito de su ser, dependiendo del grado de cercanía. Nuestro

porque el médico del pueblo de Puerto Wilches, también había

ejercido la profesión en Bucaramanga, en Girón, en Pie de Cuesta,

en Barranca, en el río, en la montaña, en el campo y en la ciudad.

Nuestro porque era un colombiano más que entraba a engrosar la

larga lista de crímenes perpetrados por los actores en conflicto, y

esto sólo por decir la verdad, por denunciar la corrupción y por curar

sin mirar origen ideológico, partido, frente o pelotón.

Veinticuatro horas antes había recibido una llamada

anunciando que Alberto Jiménez Rojas había sido asesinado. Que

su primo, su amigo, su cómplice, ya no era parte de su ahora porque

unos canallas infames decidieron que debía morir. Morir hace parte

del ciclo natural de nacimiento, desarrollo y muerte de cualquier ser

humano. Morir por la voluntad de terceros, por cálculo de canallas

cuya única misión es eliminar a quien esté en desacuerdo con su

seudopolítica; eso es injusto, eso es absurdo, eso es la realidad de

un país abocado a la sinrazón de unos pocos sobre muchos.

¿Quiénes lo mataron? ¿La guerrilla o los paramilitares? Gritó

casi en un desesperado esfuerzo por comprender lo incomprensible.

Lo mataron los paracos, lo cogieron a mansalva por detrás, fue

hace unas horas, sólo lo supimos hace un rato, pues tardaron en

avisarles a Rosa y Andrés. Ya le dijimos a Alejandro; lo siento, por

favor tranquilícese y véngase que la necesitamos, usted es muy

importante para ellos, para su familia, véngase, ¿puede esta misma

noche viajar?

Rodrigo, su tío y hermano menor de Laura -su madre-, le

dijo de un solo tiro, con su marcado acento santandereano la única

noticia para la cual no estaba preparada, pues después de vivir

¿Cómo nos toca la guerra?

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ocho años en Colombia y de estudiar periodismo, las noticias de

la violencia eran asunto diario. Tema de investigación diaria, tema

de confrontación diario, tema de cuestionamiento diario, pues

cómo entender que muchos se enfrenten contra otros porque unos

pocos decidieron que había que matar a todo el que no estuviese

de acuerdo con ellos, con demagógicos argumentos “por el pueblo

y para el pueblo” o con otros no menos mentirosos como “por la

defensa de nuestra tierra y nuestras familias es necesario acabar

con la subversión”.

¿Cuándo voy a

endurecerme? aunque sin perder

la ternura -como decía el Che

Guevara-, ¿qué mierda es esta?,

¿cómo se atrevieron si él no era

una amenaza para ellos?

Se ahogaba en un grito

silencioso, no podía, no quería

creer que la violencia acababa de

entrar por la puerta grande a la

casa de todos ellos, de su familia,

de sus amigos, de todos los que lo queríamos.

Pensaba y recordaba sus interminables debates -durante

años- con Alberto, pues aunque ambos convergían con la ideología

de izquierda, ella pronto entendió en su primera visita al Magdalena

Medio que la ideología iba por un lado y el negocio por el otro. Y

sobre todo, que la impunidad de los atentados de las FARC era

aceptada en igual proporción que la impunidad de los vejámenes

de los genocidios perpetrados por las AUC.

Alberto era su cómplice

desde que ella tenía ocho

años e iba a visitar a su

abuela Marieta, sus tíos

Rodrigo y Efraín, sus tías

abuelas Amanda y Oliva y

la casa de al lado, la de la

familia de Alberto: Rosa,

Andrés y el hermano de su

abuela y padre de Alberto,

Alejandro; Marcela, Vicky,

Patricia y José Miguel…Y

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Manuelito, el hermano menor de su abuelo quien también vivía con

ellos. Sus compañeros de juego eran Alejandro y Marcela. Pero su

primo preferido, el único que sabía hablar francés y que la trataba

como una amiga y no como la prima, era Alberto. Igual, cuando

decidió hacer el año rural de medicina en el Magdalena Medio -en

la jeta del lobo, como decía ella- respetó su decisión.

Edmundo ya no era, ni estaba. No cabía ni siquiera la

esperanza de una herida. Había sido acribillado con AK47, por las

mismas armas que la guerrilla utilizaba, sólo que eran paramilitares

los que habían disparado tres veces por detrás y luego otras tantas

por el frente, en el pecho y luego el tiro de gracia en la frente,

para asegurarse de que estuviese bien muerto. Contaron que los

pobladores se acercaron, pidieron auxilio, llamaron a Rocío, la joven

que en esos días de soledad absoluta -pues se había separado

de su esposa- era su compañera. Rocío acudió en minutos, pues

Puerto Wilches era un municipio que en aquel entonces se recorría

a pie en máximo una hora, y eso porque los vecinos saludaban,

pedían noticias, hacían visita y de paso se tomaba uno un juguito.

Puerto Wilches, 25 de septiembre de 1.995, 10 horas, 15: una vida

es reemplazada por sangre, vacio y llanto. Unos meses antes Alberto

había denunciado ante la inspección municipal que el Alcalde, el

Tesorero y el Juez del pueblo habían tratado de sobornarlo para

que el dinero que había sido destinado a la nueva sala de cirugía del

Hospital San José, fuese a parar en un clásico “serruchazo” como

se llama la usual práctica de sacar provecho de dineros públicos.

Ante su negativa y la amenaza latente que comenzó a pesar sobre

su cabeza fue a la inspección departamental, con igual suerte pues

este funcionario también estaba untado. También había sido concejal

y durante el ejercicio de su gestión había denunciado la corrupción

y malos manejos del presupuesto así como de las transferencias

nacionales e incluso había indagado en las ganancias por regalías

por el petróleo. También había alertado a las autoridades sobre los

desplazamientos forzosos, las desapariciones y los atropellos a

los que estaban siendo sometidos los campesinos labradores de

palma de aceite, que reemplazó por completo los diversos cultivos

aledaños a Puerto Wilches. Pero lo peor y lo que no le perdonaron

las AUC fue que siendo médico cirujano nunca renunció a atender a

cuanto paciente llegara y a la hora que fuese y siendo de la facción

que fuese. No importaba si era guerrillero, paramilitar, militar,

policía, campesino, hombre, mujer, niño, anciano, loco o cuerdo.

¿Cómo nos toca la guerra?

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Y esta fue la razón por la que años después de llegar a Puerto

Wilches, Alberto Jiménez Rojas fue asesinado. En sus agendas

escribía en código y en francés para que si eran descubiertas sus

indagaciones, sólo las entendieran Laura -mi madre- y yo, pues

sólo nosotras entendíamos en la familia esta lengua.

En abril, en mayo, en junio escribió frases de El Principito haciendo

alusión a la frase del zorro sobre domesticación de la amistad y

otras tantas sobre la Rosa que le pedía que no se fuera del planeta

y que además de cuidar los volcanes no se olvidase de ella. Por

Laura sabía que yo había aprendido a los tres años a leer en francés

y que este libro insigne era el primero que había leído. También que

al aprender el español había leído su traducción al español. Uno

de nuestros primeros intercambios siendo yo niña y él adolescente

había sido en francés y con la obra de Saint Exupéry, él había

decidido aprender francés pues admiraba profundamente a Laura y

su avidez de conocimiento y sobre todo su profunda admiración a

la nación que había promulgado los Derechos Humanos.

En agosto fue a Bogotá para uno de sus congresos de cirugía

anuales, los cuales nos daban también el pretexto de vernos,

conversar y compartir unos momentos de sosiego en vidas tan

dispares. Alberto en plena zona roja y yo, en la capital donde el

conflicto solo se sentía en la periferia y eso, pues la esquizofrenia

del país -en esos años y aún en estos- impedía a la gente del común

darse cuenta de que la guerra estaba todos los días a apenas dos

horas del centro. Nombres como Sumapaz, Guataquí, Topaipí,

Fundación, Miraflores, Florida, Puerto Nariño, Quibdó, Aguachica,

Tierralta, Puerto López, Bello, Trujillo, Marquetalia, hacían parte de

la cartografía roja, así como tantos otros acribillados por el diario

acontecer de un conflicto viejo, de más de sesenta años -según los

¿Cómo nos toca la guerra?

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violentólogos-, que se remonta a mucho antes del nacimiento de las guerrillas y paramilitares, a los años

cincuenta cuando liberales y conservadores por trapos azules unos y rojos otros se mataban y mandaban

a matar en las ciudades, municipios y veredas del país de las esmeraldas, del buen café y de Macondo .

Único consuelo: minutos después de perder Alberto el último aliento de vida, Rocío, joven estudiante de

enfermería y aprendiz de flauta, interpretó toda la noche y hasta que llegó el helicóptero por el cadáver,

sonatas, adagios, minuettos e innuendos para Alberto.

Muchos meses después y después de cambiar varias veces de fiscal, la justicia colombiana, de manera

muy excepcional no dejó impune este crimen, el cual es uno de los raros casos donde la familia, su esposa

Clara, sus hijos Rafael y Ángel Andrés obtuvieron reparación, es decir manutención hasta los 18 años y

para Clara, pensión de por vida. Hoy 11 de agosto de 2.011, su hijo Rafael - quien pronunciara las palabras

con las que inicié este relato- tiene 21 años. Yo tengo 43 años y ni un solo día de mi vida desde el 26 de

septiembre de 1.996 dejo de vivir en carne propia la sinrazón de este país que quiero y odio al mismo

tiempo, pues se siguen cometiendo crímenes de lesa humanidad, violaciones a los derechos humanos,

genocidios, desplazamiento forzado, desapariciones, falsos positivos y asesinatos a personas del común

que como usted –lector- decimos lo que pensamos y creemos que es posible un mundo mejor. Que con

nuestra cotidiana perseverancia y consecuencia ejercemos la solidaridad, fraternidad y respeto del Otro,

quien quiera que sea y cuales quieran sean sus creencias, origen, etnia, ideología y opción de vida. Este

país hermoso, apasionante, contradictorio, violento es a partir de la muerte de Alberto, “Absurdistán”.

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La guerra la consumió –literalmente- mi mamá, cuando a su casa llegó un queso envenenado cuyo objetivo era matar a toda la

familia Montoya Medina, todo porque mi abuelo pertenecía al partido liberal y era un hombre sin miedo a denunciar cualquier

injusticia que estuviera en contra de sus principios.

Todos comieron del queso y mi mamá mucho más porque era la

niña menor, una pequeña de dos años a la cual todos querían darle un

“pedacito”. “Hay que ponerlos a vomitar a todos” -decía el médico-. “Eso

fueron esos godos hijueputas” -decía mi abuelo-.

Nadie de la familia murió en ese momento.

Mi mamá murió hace tres años de un cáncer en su hígado ¿Sería el

queso, que después de 53 años, recobró su veneno?

Cada uno enfrenta sus propias guerras, sus tristezas. Cada quien

elige cómo sobreponerse al dolor. Yo, decidí un día hacer una campaña

para recoger tapas plásticas y colaborarle a una fundación que ayuda a

niños y jóvenes con cáncer.

Este fin de semana llegó a mi casa no un queso envenenado, sino

16.000 tapas para llevarlas a la fundación, provenían de niños de diferentes municipios que hoy me ayudan con la causa.

Yo continúo en campaña: Es mi manera de vomitar esta guerra de la ausencia.

CÓMO CONSUMIMOS GUERRA Y DECIDIMOS VOMITARLA

¿Cómo nos toca la guerra?

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Yo debía tener catorce o quince años cuando por primera

vez les pregunté a mis padres por qué hablaban de guerra y

de violencia a propósito de Colombia. Yo los oía comentar

sucesos ocurridos en el país, noticias sobre muertos, asesinatos,

bombas y drogas. Pero no lograba asociar esas palabras con las

vacaciones que pasábamos una vez al año en Bogotá. Me parecía

que se trataba de hechos ajenos a esa realidad, hechos que debían

suceder en otro lugar, en otro país, con otras personas. Eso no era

lo que yo veía cada vez que veníamos a Colombia, para mí las

vacaciones en Colombia eran un viaje esperado, anhelado, más

que todo porque mi hermana vivía en Bogotá y esos momentos que

pasábamos juntas una vez al año, eran para mí de total felicidad.

No podía entender lo que me contestaron ese día en que

pregunté por qué en Colombia había guerra, o qué era lo que pasaba

allí; no recuerdo con exactitud lo que me dijeron, pero sí recuerdo

que me hablaron de un Estado que intentaba negociar la paz con

las guerrillas (previa explicación de lo que era una guerrilla, con la

Colombia: más guerra para conseguir la paz

aclaración de que en Colombia la ideología le había cedido el lugar

al narcotráfico y a la crueldad más absoluta). Un Estado que también

hacía parte de conflicto, porque permitía - y a veces promovía- la

existencia de grupos armados para luchar no solamente contra las

guerrillas sino también y sobre todo contra grupos y personas que

se oponían al poder, estudiantes, profesores, líderes.

Finalmente me explicaron que una de las razones por las

cuales no se lograba la paz era que la guerra se había vuelto

un negocio donde todos ganaban, los vendedores de armas, los

comerciantes, los intermediarios. Pero me llamó mucho la atención

algo que me dijeron, que no entendí del todo en ese momento, pero

que hoy tristemente cobra sentido al mirar lo que sigue ocurriendo

en el país. Me dijeron que el menos interesado en que el conflicto

terminara era el propio Estado, porque la presencia de la guerra

le permitía posponer la guerra contra la pobreza y la desigualdad,

le permitía justificar la poca inversión en lo social, en la ciencia

y tecnología, en la salud, en la educación, porque gran parte del

¿Cómo nos toca la guerra?

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presupuesto se invertía en gasto militar para garantizar la

seguridad de los ciudadanos luchando contra el terrorismo.

Un gasto militar que sin embargo no permitía acabar con

la violencia, ni lograba proteger a los ciudadanos. Hoy me

doy cuenta que además de todo esto, el Estado ha ido

convenciendo poco a poco a la sociedad colombiana de

que la guerra es necesaria, una guerra permanente contra

el mal, contra el enemigo, un enemigo común. Y gran parte

de la sociedad del país se siente en una cruzada contra

el mal, en la cual debe aliarse con el poder para luchar

contra ese enemigo, a toda cuesta, cualquiera que sea el

precio que se deba pagar, incluyendo acabar con muchas

vidas inocentes, como un mal necesario para acabar con el

enemigo. En lugar de tener una sociedad que busca la paz,

tenemos una sociedad que ve en la guerra y en la “mano

fuerte” la única manera de acabar con la guerra.

Varios años después, estudiando sociología en París, empecé a enterarme mucho más de lo que estaba pasando en Colombia.

Gracias a internet, tuve la posibilidad de leer muchos documentos: informes sobre la situación de los derechos humanos en el país de

varias organizaciones nacionales e internacionales, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, informes del Colectivo José Alvear

Restrepo, reportes de Noche y Niebla del CINEP, entre otros.

¿Cómo nos toca la guerra?

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Con toda esta información, yo ya no sentía el conflicto como algo

lejano y ajeno; lo que leía relataba acontecimientos escabrosos que

ocurrían a personas de carne y hueso, en algunos casos a escasos

kilómetros de las calles donde cada año yo había deambulado sin

sospechar la tragedia que otros vivían, a unas horas de allí. Pero

lo que me parecía más escabroso era que esas cosas siguieran

ocurriendo sin que pasara nada, sin que se hiciera justicia, sin que

se condenara a los culpables. Y todo eso estaba ocurriendo en un

país que se decía democrático, con un Estado Social de Derecho,

que tenía desde 1.991 una Constitución que proclamaba que el

Estado era el garante de los derechos de todos los ciudadanos

colombianos. Qué pasaba entonces con los cientos de víctimas

que morían o desaparecían? Con los campesinos despojados de

sus tierras? Con todos aquellos ciudadanos que morían en silencio

sin que la sociedad reaccionara, saliera a las calles a reclamar la

verdad y a protestar en contra de la impunidad? Si no pasaba nada,

no sería porque para el estado y para la sociedad había ciudadanos

de segunda categoría, que no importaban, cuya muerte no era un

escándalo inadmisible sino un número más en una base de datos?

Fuera de mis padres, y de un par de amigos, no tenía con quien

compartir estas preocupaciones, pues los pocos colombianos que

conocía en París hacían parte de aquellas personas que piensan

que el único riesgo que se corre en Colombia es el de enamorarse

del país, según la expresión del mismo embajador de Colombia en

Francia en ese entonces. Estas personas decían que en Colombia

ciertamente hay cosas malas, hay muertos, desapariciones,

despojos, etc. pero que eso no es lo único que hay en el país,

que también hay cosas maravillosas y bellas. Argumentaban estar

“cansados” de que en el extranjero solo se viera el “lado malo”

de Colombia, mientras que el país tiene tantas cosas bellas por

mostrar y ofrecer.

Este discurso (que de hecho muchos comparten también

dentro del país) quiere ciertamente mostrar que en Colombia no

solo hay narcotraficantes, paramilitares, guerrilleros. Que también

hay gente “normal”, honesta y trabajadora, alegre y jovial, paisajes

extraordinarios, una fauna y flora sin igual, una gran diversidad cultural

y étnica, unas riquezas que hacen que este país tenga muchas

cosas hermosas que no solo enamoran sino que son un potencial

para el desarrollo y el bienestar de la población. Pero esta realidad

no se puede mirar dejando a un lado los sucesos de la guerra que

¿Cómo nos toca la guerra?

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justamente la agreden y la violentan. Y no sólo se trata de la violencia

generada por el conflicto, se trata también de la agresión a la gente

y al ambiente provocada por los megaproyectos destructores, por

la ausencia de un Estado que garantice condiciones de vida digna

para la mayoría de los colombianos. Claro que hay que rescatar

las cosas hermosas del país, pero esto no se logra ignorando y

obviando una realidad cruel y haciendo una defensa romántica

con aires de amor a la patria, sino mostrando las contradicciones

que existen en el país y mirando cómo se puede lograr proteger

y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones de ese país

maravilloso que justamente están sufriendo las consecuencias de

la violencia.

Unos años después, tuve la oportunidad de trabajar un

tiempo en el Programa Desarrollo y Paz del Magdalena

Medio, un programa que apoya iniciativas sociales y

comunitarias que promueven, en medio del conflicto

armado, espacios de convivencia y paz, y el desarrollo

sostenible.

El Magdalena Medio es un territorio situado en el

Nororiente de Colombia, y atravesado de sur a norte

por el río Magdalena. Lo conforman territorios de los

departamentos de Santander, Bolívar, Cesar y Antioquia.

Por su localización privilegiada, el Magdalena Medio

es una zona de importancia geoestratégica nacional.

Es un territorio rico en recursos naturales y humanos.

Esta región es un territorio de colonización interna,

¿Cómo nos toca la guerra?

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donde la ocupación poblacional y las diferentes dinámicas sociales

generadas por estos procesos, no han sido acompañadas de

una sólida presencia estatal que cumpla funciones de equilibrio

territorial, de cohesión social y de regulación. Así mismo, a lo largo

de la historia, en la región se han asentado y fortalecidos grupos

armados ilegales, que han intentado sucesivamente reemplazar al

Estado, generando diferentes formas de violencia contra la población

y desarticulando las sociedades campesinas. En los últimos años,

los cultivos de coca se han convertido en otro factor de violencia,

por ser una fuente de ingresos para el campesino pobre y un medio

de financiación de la guerra.

La consecuencia es una agravación de la crisis humanitaria

en la región. La guerra ha dejado un gran número de personas

ejecutadas extrajudicialmente, desaparecidas, torturadas,

amenazadas y desplazadas forzosamente, entre otras violaciones

a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario.

Durante el tiempo que estuve en el Programa, tuve la oportunidad

de conocer organizaciones sociales, organizaciones juveniles, de

mujeres, de campesinos, y también actores institucionales, que

se movilizaban para defender los derechos humanos: el derecho

de permanecer en el territorio, de no colaborar con ningún grupo

armado; actores que protegían su vida frente al desplazamiento y al

despojo de las tierras por los actores armados o los megaproyectos;

que buscaban oportunidades de empleo y de ingresos para los

jóvenes; en resumen, que propendían por la paz y por un desarrollo

que no excluyera a las comunidades. El compromiso y el valor de

todos ellos me causaron y me causan aún gran respeto y admiración.

A pesar de las dificultades propias del contexto, de las amenazas,

de los asesinatos, estos grupos seguían con su labor, logrando

resultados significativos para las comunidades de la región.

El haber estado en el Programa Desarrollo y Paz, y el haber

conocido de cerca la situación de una región marcada no solamente

por la violencia sino por la pobreza y la exclusión confirmaron el

proyecto que tenía de regresar a Colombia para poder contribuir de

alguna manera al esfuerzo de muchos actores del país que trabajan

por el mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones

marginadas.

Desde hace varios años vivo en Bogotá, trabajando en

varias iniciativas y proyectos de promoción del desarrollo local. Aún

si por momentos siento mucha impotencia frente a la situación del

¿Cómo nos toca la guerra?

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país que empeora día tras día, es esperanzador constatar que mediante el fortalecimiento de las

capacidades de actores institucionales y de las comunidades, se logran resultados en términos de

mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones pobres. Y siento que el hecho de participar en

acciones de promoción del desarrollo es una forma indirecta de trabajar por la paz en el país. Confieso

que por momentos siento la necesidad de hacer algo más en el sentido de un mayor compromiso con

las comunidades afectadas por la violencia, pero sé que un compromiso mayor y explícito frente a la

denuncia de la situación de derechos humanos o a la defensa de los mismos comporta riesgos, pues

en este país defender la vida puede costar hasta la muerte.

Tengo tendencia a pensar que el final del conflicto no se dará en un futuro cercano. La evaluación

de la dinámica de la violencia muestra que los actores armados, vinculados a los dineros del narcotráfico

y la mafia, lejos de buscar una negociación y una desmovilización, siguen delinquiendo y cometiendo

crímenes en un marco de absoluta impunidad, en un país donde el Estado no ha hecho una apuesta

real y comprometida con la búsqueda de la paz y el bienestar de la población.

¿Cómo nos toca la guerra?

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En el año 2.003 mis días pasaban recorriendo cada uno de

los rincones de la comuna uno -Sector de Ladera- de la

ciudad de Cali. Participaba en un proceso que tenía como

propósito principal trabajar en la inclusión de la población pobre

y vulnerable al sistema financiero legal y alejarlos del sistema de

financiación de la usura y del “gota a gota”. Desde mi rol, apoyaba a

la comunidad a formular planes de negocio, gestionarles un crédito

y apoyarlos con capacitación y asesoría empresarial. En uno de

esos días, me encontraba en la tienda de Don Saulo, un paisa que

durante diez años había levantado su negocio con mucho esfuerzo.

Ese día él me estaba presentando a Don Rodrigo, un vecino y amigo

que se dedicaba a la venta de arepas de chócolo en las calles del

barrio Terrón Colorado de Cali. En su rostro se veía el desgaste

al que día a día tenía que someterse para vender la producción

de arepas y en su piel estaba la marca del inclemente sol de la

sucursal del cielo.

El trabajo de reconocimiento del negocio lo inicié con la

pregunta, ¿cómo inició su negocio de venta de arepas de chócolo?

La verdad su respuesta me sorprendió y me conmovió totalmente:

Mire Doctor, yo soy desplazado por la violencia y vengo de Necoclí,

Antioquia, allá yo tenía mi tienda, así como la que usted ve que tiene

hoy Don Saulo, y con ella yo podía darle de comer a mi esposa y

a mis cinco hijos; pero todo se puso muy difícil porque uno de los

grupos alzados en armas comenzó a buscarme como proveedor de

víveres y cómo iba a negarme si lo primero que dijeron fue que si no

lo hacia mi familia corría peligro, que pensara en mis hijas que ya

estaban jóvenes y en mis dos hijos mayores, que ellos eran los que

iban a llevar del bulto. Y pues cada ocho días me tocaba llevarles

víveres hasta el camino que se pierde entre el monte, y pues para

mí no era pérdida porque me pagaban todo lo que les llevaba y a

veces me daban más del costo real de la mercancía.

DESDE LA SUCURSAL DEL CIELO

¿Cómo nos toca la guerra?

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Yo me acostumbré a eso, sin medir

consecuencia, porque lo vi como algo de

comercio, y estaba ganando con eso. Mi

negocio lo veía surtido y había bastante trabajo

por esos días; hasta que llegaron los del otro

bando y comenzaron a pedirme plata y plata y

cada vez más plata, hasta que comenzaron las

amenazas para que saliera del pueblo, hasta

que nos sacaron corriendo a toda la familia,

ese día salimos y dejamos todo allá y con sólo

unos cuantos pesos en el bolsillo. En el camino

solo pensé en Cali como lugar de destino final.

Después de varios días de viaje, de pasar

de un bus a otro, llegamos a Cali en buscar

unos parientes que estaban por acá, recuerdo

que sólo me quedaban $10.000 pesos en el

bolsillo cuando llegamos al terminal, donde

tomamos una buseta que nos trajo a este barrio, donde nos encontramos con un pariente; le contamos lo que nos pasó y nos ayudó a

buscar una pieza entre los vecinos del sector; él nos ayudó a pagar los $50.000 del primer mes de arriendo y nos prestó unas colchonetas

para poder acomodarnos con los hijos. Ese mismo día con mi esposa decidimos que teníamos que hacer algo rápido para darle de comer

Pedro Ruíz. Vendedores Ambulantes. http://oronatural.wordpress.com

¿Cómo nos toca la guerra?

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a los muchachos, y que no podíamos vivir de la caridad de nadie.

Enseguida nos fuimos para la tienda más cercana, aquí donde

estamos sentados doctor, y con la poca plata que nos quedaba

compramos un maíz, aceite y otras cositas. Nos fuimos para la casa

donde estábamos y le pedimos permiso al dueño para hacer unas

masitas de chócolo y salir a venderlas; en menos de una hora

mi hija de 17 años, mi hijo de 15 y yo estábamos recorriendo y

vendiendo nuestro producto por las calles del barrio. Así pasaron

muchos días mientras la gente en el sector nos conocía y conocía

nuestro producto; los niños comenzaron nuevamente a estudiar

y en su tiempo libre nos ayudaban con el negocio, ellos sabían

que de esa forma es que nos ganábamos la papa todos los días,

y que no se podía bajar los brazos. Poco a poco, y en una casa

alquilada, con nuestros ahorros nos hicimos a una parrilla para

asar arepas de chócolo, con lo que ya teníamos dos productos que

comercializábamos puerta a puerta por todo el barrio en las horas

de la tarde.

Ahora hemos abierto mercado entre los restaurantes que

quedan en la salida de la vía al mar, hace poco yo mismo llevé

unas muestras a cada uno de los restaurantes y dejé un papel con

mi nombre y con mi teléfono para cualquier pedido, y al parecer

las muestras gustaron porque me han estado llamando y me han

hecho pedidos al por mayor, especialmente los fines de semana;

imagínese doctor son como seis restaurantes que me hacen pedidos

de cien arepas cada uno. Eso me ha ayudado mucho, pero me ha

costado mucho esfuerzo atenderlos. Mire que como quedan en la

vía, me toca pagar mil pesos de transporte para ir de un restaurante

a otro y a veces me toca caminar de uno a otro porque la buseta

no pasa o se demora en pasar, y mire como tengo de hinchadas

las piernas, y eso sin contarle que para cumplir con esos pedidos

me toca madrugar para tener la producción lista. Es por eso que

yo lo estoy buscando a usted para que me ayude con una plática

para hacerme a un medio de transporte, una moto que me facilite el

trabajo y la entrega de los pedidos. Dígame doctor, ¿es posible esa

solicitud que le estoy haciendo?

Después de revisar los números actuales y esperados a

partir de la posible inversión, de analizar una y otra vez el caso, de

conversarlo con mis amigos, y hasta con Don Saulo, lo presenté a

un comité de crédito y logré su aprobación con la condición de que

¿Cómo nos toca la guerra?

20

yo mismo tenía que acompañar el proceso de compra de la moto y dejar los papeles a nombre de la

institución que hacia el crédito.

Después de entregar la moto, pasaron 15 días y Don Rodrigo llegó a pagar la primera cuota de

su crédito, me llamó la atención su responsabilidad, y le pregunté cómo le había ido y me respondió

diciendo:

Mejor no me ha podido ir, mis ventas se han multiplicado, ahora estoy atendiendo más rápido a

mis clientes y les llevo un producto más fresco, y he llevado muestras a más restaurantes del sector y

les ha gustado el producto.

Don Rodrigo con su moto pudo desarrollar a gran escala las habilidades de negociante que

algún día lo caracterizaron en las tierras del Urabá antioqueño. En menos de seis meses se estaba

vendiendo diez veces más de lo que se vendía aquel día en que lo conocí y a medida que pasaba el

tiempo logró convertir su negocito en una empresa que distribuye arepas de chócolo a un gran número

de restaurantes de diferente nivel en la ciudad de Cali. Su facturación por ventas no tiene muchos ceros

a la derecha, tiene a toda su familia empleada en la fábrica y genera más de seis empleos formales a

personas de la comunidad. Todo gracias a su perseverancia, su esfuerzo, su constancia. Para finalizar

se me queda una frase suya:

Mire doctor a mi me desplazaron de mi tierra, me quitaron mis cositas, y para recuperarme

nunca tuve que ir pedir ayuda a la UAO.

¿Cómo nos toca la guerra?

21

Sí, en este hermoso país a veces uno se pregunta, cómo

hay gente a la que aún no la ha tocado, si ha estado en

todas partes.

Para el año 1.999, me encontraba prestando mis servicios

profesionales en un rinconcito al Occidente del departamento de

Antioquia, un pequeño municipio, localizado al final de una vía

terminal, al cual sólo ingresaba un bus a eso de las 9 p.m. y volvía

a salir a las 5 a.m. El casco urbano no poseía más de cuatro calles,

entre ellas un muy larga que llamaban Cola de Gurre. El pueblito

tenía la forma de una parrilla para calentar arepas y esa cola se

asemejaba al mango o cogedera. Cuando llegué allí, de inmediato

se me hizo saber la continua presencia de los actores armados.

Se contaban las famosas historias, de por aquí entraron, por allí

salieron, se llevaron a doña fulana, a don fulano, en fin, “lo normal”.

Sin embargo, dejó de empezar a ser normal cuando un compañero

de trabajo me contó que había el rumor de que a los funcionarios

públicos nos iban dizque a pedir plata, que a él le habían tocado la

puerta tarde en la noche pero que él no había salido. Desde ese

momento podría decir que empezó mi zozobra. Fueron muchas las

noches en que no pegaba los ojos esperando a que llegaran por

mí; empecé a dormir en sudadera y con las botas plásticas listas

por si alguna cosa. Ya conocía la historia de una Señora que se

llevaron y que la veían pasar presa de la guerrilla con los pies en

carne viva. La sacaron de la casa en chanclas.

Así pasé más de seis meses hasta que empecé a compartir

un apartamento con otra compañera. Lamentablemente la dicha

duró muy poco, ella se fue, pero la verdad ya no pensaba tanto en

el asunto. Ya vivía, según yo, en un sitio mucho más seguro.

Fui cogiendo tanta confianza que ya ni prestaba atención cuando

quien me apoyaba como secretaria me contaba de las “visitas” que

llegaban. Por cierto, eran muy organizados y cada ocho o quince

día máximo llegaba un grupo diferente, hoy la guerrilla, luego

pasaban los paras y cuando no estaban ellos de pronto se asomaba

el ejército. Todo esto a “espaldas de la policía” que permanecía

EL PUEBLO MÁS GRANDE DEL MUNDO

¿Cómo nos toca la guerra?

22

cumpliendo con su deber en el comando. En fin como ya lo había

mencionado, era tanta la confianza que partí en una comisión hacia

un corregimiento llamado Oro Bajo, a unas trece horas del casco

urbano en bestia.

Salí con tres compañeros y el profesor, tan sólo con la ilusión

de brindarle algún apoyo a aquella comunidad, que en el transcurso

del recorrido me contaron lo que había padecido y que además

pude imaginar con sólo ver los calvarios en el camino. Sin embargo,

el plato fuerte fue al llegar a la escuela de aquel sitio a orillas del río

Cauca. Después de terminar la reunión con la comunidad, al calor

de unas cuantas velas, de haber escuchado su sentir e intercambiar

ideas y propuestas de cómo poder proveer un poco de pan coger,

ya que sólo vivían de la pesca artesanal y el barequeo. No puedo

dejar de contar la desolación que sentí cuando como intrusa me

entré a algunos ranchos y encontré en las ollas, ciruelas cocinadas

para que los niños comieran al regresar de la escuela mientras sus

madres regresaban del río y aquí pude ver lo que faltaba, solo había

un hombre y el profesor, el resto de la población eran mujeres y

niños, debido a que los paramilitares a la cabeza de su comandante

(un muchacho muy joven al que llamaban Piscino) había llegado

una noche y había masacrado a todos los hombres. El que quedó

vivo fue porque fingió estar muerto, también murió una señora con

su hijo de cinco años que huyó al río para salvarse y se ahogó.

Antes de seguir quiero contar que a este comandante le

había salvado la vida el cacique de esta comunidad (una pequeña

comunidad de ancestros indígenas, que le entregaban el oro a su

jefe, su médico, su líder, su todo y el venía al pueblo a vender el

oro y a mercar para todos), un día llegó hasta allí ese joven muy

¿Cómo nos toca la guerra?

23

mal herido y el cacique lo salvó, en ese entonces era guerrillero.

Por qué la guerrilla había matado a su padre. Después de sentirse

abandonado por ellos, ingresó a los paramilitares y volvió para

vengarse, dizque porque allá auxiliaban a la guerrilla.

Pasó mucho tiempo y yo me preguntaba permanentemente

qué clase de persona era ese hombre y me generaba más angustia

al oírle decir a las muchachitas del pueblo que era muy hermoso “que

parecía un niño Jesús”, aún no puedo concebir dicha comparación.

Bueno, un día cualquiera llegó un enviado de este personaje con el

mensaje de el comandante mandaba a solicitar la moto (medio de

transporte de la Secretaría de Agricultura y Medio Ambiente), dizque

para una vueltecita. No puedo decir que no me dio miedo responder

pero fui muy clara “bien pueda y dígale, que si la necesita yo sé que

él se la lleva, pero que sepa que no vuelvo a salir al campo, donde

los campesinos me necesitan, yo no me voy a hacer matar de los

otros dizque por colaborarle a él, qué el verá”, gracias a Dios nunca

volvieron ni por la moto ni con razón alguna.

Allí se respiraba una tensa calma. De todas maneras,

cuando salía a visitar las veredas sabía que me estaban vigilando,

pero como teníamos Comando de la Policía, uno dice aquí está

la “autoridad”. Desafortunadamente, para principios del año 2.000,

se llevaron a los agentes de algunos municipios entre ellos éste

que ahora si quedaba en el abandono total. Como consecuencia

de la partida de los agentes del orden, ya las “visitas” eran más

frecuentes, entraban unos apenas salían los otros. De otro lado

se le dio rienda suelta al uso del machete, cada ocho días la fiesta

terminaba roja en el hospital, a la gente parecía que no le daba

miedo, cartas iban y venían pidiendo la policía, pero nunca paso

nada; es decir, no regresaron.

Una noche, por los alrededores del mes de Junio, estaba

en la oficina trabajando en unos proyectos en compañía de mi

secretaría, una niña oriunda de allí, cuando de pronto empezaron a

sonar las cortinas metálicas de los contados negocios de la plaza.

Nos pareció extraño y ella se asomó, de pronto entró en la oficina

y dijo: “Doctora, no es por asustarla pero es mejor que apague el

computador y nos vamos, el pueblo está lleno de guerrilla”. Como

un resorte obedecí la orden y salí, ella me dijo: “camine tranquila,

no mire para los lados, están en todas las esquinas, en todas las

aceras”. Confieso que ese día yo juraba que estaba en el pueblo

más grande del mundo, pues nada que veía la calle en que yo vivía,

¿Cómo nos toca la guerra?

24

caminaba y nada que llegaba, y no eran más de tres cuadras. Sólo

le dije: “quédese y me acompaña, tengo mucho miedo”. La pobre

respondió: “no puedo, tengo que buscar a mi hermano”. Él se había

ido con la guerrilla primero y luego con los paracos. De allí también

se salió y se fue para la policía. Un hermano que era agente le

ayudó, pero como se voló un dedo de un tiro, lo devolvieron para la

casa; hasta que un día la guerrilla lo encontró y lo mató.

Recuerdo que yo crucé la puerta y le puse todas las aldabas.

Subí volada y me encerré en la habitación; quietecita, sentada en

la cama. Cuando de pronto se empezaron a escuchar los balazos,

uno tras otro y yo a rezar, era lo único que podía hacer; ni siquiera

pensar en llamar a mi madre por que la mataba del susto. Llamé a

la secretaria y le dije que tenía mucho miedo y ella me dijo: “métase

debajo de la cama y quédese quietecita y esperemos a ver qué pasa,

ya mi hermano está aquí encerrado, rece mucho y que la virgen la

acompañe”. Eso hice unas dos horas, hasta que el cansancio me

venció y me acosté. No volví a escuchar más balazos; el último lo

sentí en la puerta de la casa donde vivía.

Cuando amaneció lo primero que hice fue llamar a la

secretaria para preguntarle qué hacer, ella me dijo: “bajemos a

la oficina, mataron a la mona” (una comerciante cuyo almacén

quedaba en toda la esquina donde yo vivía, ese fue el tiro que oí

en la puerta). Lo pensé y finalmente decidí ir a la oficina, le pedí el

favor a la secretaria que me recogiera y nos bajamos juntas. Cuando

llegamos a la Alcaldía, me encontré con que la única persona con

algún “rango” importante dentro de la Administración que estaba

presente en el pueblo era yo. No estaba ni el Alcalde, ni el Secretario

Baldomero Lillo. Sub Terra y Sub Sole.

¿Cómo nos toca la guerra?

25

de Gobierno, ni el Personero, ni otro secretario de despacho, nadie,

sólo el Inspector y yo.

Recuerdo que a ese pobre le tocaron los levantamientos, a

los cuales obviamente me invitó. Invitación que de ninguna manera

acepté. Sí, la guerrilla entró por Cola de Gurre; allí mataron a

dos hermanos, dejando dos viudas, una madre y un reguero de

huérfanos- eran como nueve-, desocuparon todas las tiendas y

graneros, la única farmacia del pueblo, subieron y mataron a la

mona y se llevaron secuestrado a un niño de once años, hijo de

una de las poquitas familias acomodadas del pueblo.

Ante este panorama, se me ocurrió llamar a la Red de

Solidaridad. Por fortuna logré comunicarme, pues en esa época

no había celular. Tenía dos compañeros de la universidad que

amablemente me orientaron en qué hacer. Con el dolor del alma,

mandé a buscar a las viudas para que me llevaran las cédulas de

los difuntos, de ellas, de la suegra, registros de los muchachitos y

cuanto papel se ocurriera para poderlos reportar ante la red, esto

debía ser lo más rápido posible, pues por indicación vía telefónica

del Alcalde, yo debía ir hasta el siguiente pueblo vecino en la

camioneta de la Alcaldía para entregarle el cadáver de la “mona” a

su hijo, ya que él no debía ir por allá. Yo me seguía para Medellín

y tenía que llevar los papeles. Ese mismo día al final de la tarde

los entregué. Como también había dado aviso en la Cruz Roja

Internacional me dijeron que fuera por unos mercados para los

familiares de los dos muchachos difuntos. Así fue. Me dieron 63

raciones. Se me arruga el corazón al recordar lo que sentí al ver a

las viudas, la madre y lo huérfanos debajo de unos plásticos a la

entrada del pueblo esperando la ayuda. No puedo describirlo y no

eran mis parientes. Qué sentirían ellos al ver como los asesinaron

en frente suyo. Cuando regresó el Alcalde, ya se buscó la forma de

ayudarles con un arrendamiento y alimento.

Posterior a este episodio era normal que entraran y salieran.

La verdad yo sentía pánico. Un día viajé a Medellín y tuve la mala

suerte de que pararon el bus y nos retuvieron más de una hora,

mientras decidían a quienes se llevaban o si no se llevaban a nadie.

En fin, hoy todavía pienso si tal vez era sólo una trama para producir

terror. Pero en ese momento yo sentía que sudaba a chorros, para

mí era real. Por fin llegué a Medellín y tomé la decisión de renunciar.

Sentía que no soportaba más el miedo.

¿Cómo nos toca la guerra?

26

A la fecha no he regresado. Hace por ahí un año me contactó quien fuera mi secretaria y me

contó algunos avances y progresos de su pueblo, ya llegan dos buses al día. Pero lo que ella realmente

quería que yo supiera era que después de casi diez años, por fin les había llegado el auxilio del Estado

que yo les había tramitado a las viudas. No sabía expresar mis sentimientos, uno se podría alegrar de

la labor cumplida, pero me pudo más el pesar por que eso no debió suceder.

Gracias a esta situación, abandoné mi empleo y estuve desempleada por un buen tiempo.

Gracias a este escrito hoy puedo decir, la guerra no sólo me dejó sin empleo sino que me hizo ver

el mundo muy diferente y enamorarme cada vez más de mi profesión e impulsó en mí el deseo,

que gracias a Dios hasta hoy ha persistido, el de ayudar a la población rural, siento que tengo ese

compromiso desde donde esté. Yo tuve la opción de renunciar, una gran mayoría de ellos nunca ha

tenido opción ni de pensar en cómo les toca la guerra ya que viven permanentemente en ella.

¿Cómo nos toca la guerra?

27

Colombia es mi país y lo quiero mucho, así como a mi

Departamento, el Caquetá, que tiene paisajes, recursos

naturales y gente maravillosa. Sin embargo, desde que

recuerdo, ha sufrido una violencia y un conflicto interno que afecta

a toda su población.

Vengo de una familia de tradición campesina, criado entre la

finca y el pueblo, mi padre fue víctima de una amputación de una

pierna a causa de un tiro de fusil por parte de un militar en estado

de embriaguez, por lo tanto mi padre nunca pudo correr ni jugar

fútbol con nosotros ya que esto sucedió cuando yo tenía 3 años de

edad. Esto sucedió en el Municipio de La Montañita (Caquetá) en

Diciembre de 1.979. Siempre fue, es y será por varios años una

zona de orden público delicado donde siempre el campesino está

en medio de los grupos armados (legales e ilegales).

He vivido muchas situaciones peligrosas, de abusos, de

humillaciones y de incapacidad, para este documento me voy a

enfocar en algunas y relacionaré las otras.

NO ME HABÍA DADO CUENTA, LO MUCHO QUE ME HA TOCADO LA VIOLENCIA

Estaba en Florencia cuando se presentó la toma de la Guerrilla,

estuve presente en tomas guerrilleras de El Paujil y de Valparaíso

en el Caquetá.

En tres oportunidades he sido extorsionado por la Guerrilla

y obligadamente he tenido que pagar vacunas, que yo mismo he

entregado en lugares muy retirados luego de varios días de viaje,

so pena de perder todo lo que he trabajado o la vida misma.

Una vez llegué a la finca con mi esposa y había un grupo de militares

con un lanza cilindros que había dejado la guerrilla debajo del

tablado de la casa de nuestra finca, ellos estuvieron intimidándome

y amenazándome con enviarme a la cárcel por auxiliador de la

guerrilla; por último, luego de todas las respuestas a sus preguntas,

me dejaron ir sin ninguna consecuencia al comprobarles que yo no

me había dado cuenta que habían dejado eso allí.

Un tío fue asesinado por la Guerrilla y ese mismo día

secuestraron a otro tío, robándole todo el ganado de la finca.

Estaba administrando una finca ganadera en el Municipio de

¿Cómo nos toca la guerra?

28

Puerto Rico (Caquetá), un fin de semana llegaron cinco hombres

fuertemente armados a la casa de la finca, donde nos encontrábamos

con el mayordomo, su esposa, sus dos hijos menores de edad y

un trabajador más. Nos amenazaron y nos tuvieron secuestrados

por tres días dentro de la casa, mientras tanto dos de ellos nos

cuidaban y tres reunieron todo el ganado del cual seleccionaron el

mejor. Lo robaron llevándolo en cuatro camiones al segundo día;

durante el tercer día sólo nos cuidaron y aprovecharon para viajar

con el ganado que nunca se encontró. Al parecer era delincuencia

común porque nunca se identificaron, cuando se fueron nos

amenazaron diciendo que no debíamos poner la denuncia, a lo que

no obedecimos porque el ganado no era nuestro y teníamos que

rendir cuentas al señor Cabrera, propietario de la finca.

Luego de haberme graduado como Ingeniero Forestal

regresé a trabajar en la Asociación de Caucheros del Caquetá,

en ese entonces -en el año 2.002- estaba en el Municipio de

Valparaíso haciendo siembras de caucho en un proyecto operado

por Chemonics y la Asociación para sustitución de cultivos ilícitos

por caucho.

Pablo Picasso. Hombre Desnudo

¿Cómo nos toca la guerra?

29

Un día llegué a un caserío llamado Santiago de la Selva,

ese día me acosté temprano “con las gallinas” (a las 6 de la tarde)

porque en el pueblo había un grupo grande de paramilitares y yo les

tenía miedo. El día siguiente salí a las 5 de mañana para revisar

la erradicación voluntaria y las siembras de caucho…De repente

comencé a ver una fila muy larga de personas uniformadas y pensé

¡Son muchos paramilitares!, pero no eran paramilitares, era guerrilla.

De un monte me saltaron siete guerrilleros encañonándome a la

cabeza con sus armas, me tiraron al piso con moto y todo y me

golpearon mucho, tratándome como paramilitar. En medio del

problema les pude explicar quién era y me llevaron a un corral

donde había más civiles. En este corral había una guerrillera que

nos decía que ellos venían a recuperar esa región y a matar a todos

los paramilitares, que ellos venían 2.200 de cinco frentes y que

los otros eran sólo 800, que nos encontrábamos en un cordón de

seguridad y que no nos pasaría nada, que nos tenían allí para que

les ayudáramos a cargar muertos, heridos y equipos y bueno todas

las demás instrucciones y cuidados que debíamos tener para salir

bien de eso.

Comenzó el combate pasadas las siete de la mañana

y veíamos como disparaban, como avanzaban, como caían

personas heridas y muertas, durante todo el día. A las cinco de

la tarde aproximadamente, ya el combate se escuchaba en cuatro

lugares lejos de donde estábamos y ya no observábamos personas

uniformadas cerca. El hambre, el dolor y la duda de qué harían con

nosotros me hicieron salir del lugar en donde nos habían dejado.

Corrí hasta la carretera por mi moto, la prendí y avancé en dirección

opuesta al pueblo y más adelante, aproximadamente a unos diez

kilómetros, me detuvo nuevamente un grupo de guerrilleros. Allí me

fue peor. Me requisaron y me llevaron a un monte, me amarraron a

un árbol y me dijeron que estaba secuestrado y que me tenía que ir

con ellos, que la coca era el negocio de ellos y que no estaban de

acuerdo con la erradicación, así fuera voluntaria.

Como a las siete de la noche llegó una guerrillera indígena

de baja estatura escoltada por tres muchachos muy jóvenes, tal

vez menores de edad, ella me vio y llamó al que me había hecho

amarrar y le dijo: “Viejo Roña y este man qué?” él le explicó cuál era

mi trabajo, a lo que ella respondió: “hermano, usted se va a meter

en problemas por haber cogido a este man, nosotros estamos

¿Cómo nos toca la guerra?

30

en combates y si llegan a salir paramilitares hacia este lado tenemos que pelear y con civiles nos

encartamos, otro día nos ponemos a otras cosas pero hoy estamos en lo que estamos, además esta

gente tiene permiso para hacer este trabajo…usted verá”.

Fue mi salvación, unos treinta minutos más tarde Roña me dijo: “Mono, se le apareció su ángel

de la guarda, puede irse”.

Me fui en un carro como pasajero, la moto me la quitaron y me la hicieron llegar a la oficina en Florencia

como a los dos meses.

Actualmente vivo en Bogotá pero tengo finca en San Vicente del Caguán. Constantemente me encuentro

con la guerrilla. Allá sólo un guerrillero me encargó un libro, un Diccionario de Ciencias Política, yo se

lo envié y me mandó a dar las gracias. He tenido que llevar algunas veces en el día o en la noche a

guerrilleros a lugares muy apartados, también he tenido que prestar mi vehículo para sus movimientos.

Bueno, ahora estoy acá, viendo otras formas de violencia y de competencia.

¿Cómo nos toca la guerra?

31

En 1.990 Rubén Giraldo emprende un viaje de Bogotá a Belén de

Bajirá, ubicado en el Municipio de Mutatá, en el Departamento de

Antioquia, en busca de una nueva vida. Llega a la finca de su primo

Silvio quen le había ofrecido trabajar allí en las diferentes labores

de esta finca que producía leche, carne, quesos y madera. Durante

tres años de trabajo duro, logra ahorrar algo de dinero para comprar

unos cerdos que su primo le deja tener en la finca y empieza a

engordarlos con el suero que queda de la elaboración del queso y

que su primo le regala. Luego inicia un negocio de venta de cerdos

en el cual le va muy bien y toma la decisión de independizarse y

montar su propio negocio. Ya en 1.995 cuando el negocio de la

venta de cerdos iba muy bien, decide iniciar uno nuevo, el de la

elaboración de quesos frescos para la venta. Con la experiencia

que ya tenía en esta agroindustria empieza a comprar la leche a los

campesinos de las veredas cercanas y a producir queso fresco de

muy buen sabor y calidad, el cual vende con bastante facilidad. El

negocio empieza a crecer y crecer.

Con el dinero ahorrado durante estos años en compañía de

su gran amigo John Jairo deciden comprar una finca 1.997, en la

cual producen la leche para la elaboración del queso que no sólo

venden en el pueblo si no que en una lancha lo distribuyen, por todo

el Rio Atrato, a todos los pueblos del Urabá Antioqueño. Hasta este

momento la vida de Rubén Giraldo era sólo felicidad, tranquilidad y

mucho trabajo.

Rubén Giraldo conoce a Ludivia y se enamora de ella, se

casan y tienen dos hijos, un niño llamado Elmer y una niña llamada

Sara. Su vida era tranquila y feliz, el pueblo vivía en paz; dicen

que había presencia guerrillera pero que no eran molestados por

ellos. Hasta que a finales de 1.998 llegan los paramilitares en

cabeza de Carlos Castaño y se desata una guerra por el poder. Los

paramilitares por medio de masacres logran sacar a la guerrilla de la

zona y ya con el poder en sus manos empieza a apoderase de todas

las fincas productivas de la región, ofreciéndole a los propietarios

cualquier peso por sus tierras y obligándolos a vendérselas; entre

DE LA TRANQULIDAD Y LA PAZ A LA SOSOBRA

¿Cómo nos toca la guerra?

32

esas fincas se encuentra la de Rubén Giraldo quien decide no vender. Así empieza un calvario para él

y su familia, quienes son amenazados constantemente por los paramilitares diciéndoles por medio de

cartas que si no se van de Belén de Bajirá los matarán.

Rubén Giraldo era una persona conocida y querida en el pueblo y por esta razón alguien

conocido le informa que el 2 de julio del año 2.000 los paramilitares han dado la orden de matarlo a

él y a su primo Silvio quien tampoco quiso vender su finca. La información que le dan es la siguiente:

“Usted ya está sitiado, rodeado y lo van a matar esta noche y no

tiene como salir del pueblo porque está todo rodeado”. En estas

circunstancias el primo Silvio llama a Medellín a un familiar militar

a pedirle ayuda, él envía un camión lleno de tropa para sacarlos

del pueblo. Escondidos en una bodega de queso, camuflados en

sacos dentro de un camión el ejército los saca del pueblo a las

ocho de la noche y son llevados a Medellín. Al día siguiente toda

su familia debe abandonar el pueblo dejando su finca y todas

sus pertenencias y dirigirse a Medellín a encontrarse con Rubén

Giraldo quien debe empezar de cero una nueva vida con su familia

en una ciudad ajena a ellos.

¿Cómo nos toca la guerra?

33

Esta crónica es un homenaje a las personas que salieron

desplazadas de sus tierras, de sus casas, de sus vidas,

pero que no se quedaron como víctimas sino que están

dignificando al ser humano que es el desplazado.

Comenzar es difícil y sobre todo para mí que desde la ciudad

veo todo en blanco y negro, que hasta hace unas pocas horas

decía que el ser desplazado en Colombia era un negocio. Pero he

aquí dos frases de dos historias que me narraron: “Hay unos que se

quedan pidiéndole al Estado y para otros que el ser desplazado nos

impulsó a seguir adelante, a que no nos vieran como los pobrecitos,

sino a generar ideas”; “Yo antes era muy brutica de verdad, pero

aquí estoy, he aprendido a hablar en público y a cuadrar mi tiempo,

si me hubiera quedado allá no sé qué habría sido de mi o de mis

hijas”.

Es muy difícil narrar los hechos y resumir en pocas palabras

la historia de dos vidas, dos personas diferentes, que fueron

desplazadas de Puerto Rico Meta. No se conocieron estando allá,

pero hoy son líderes, voceros y amigos que generan condiciones

para la dignificación del desplazado y hacen parte del Comité de

Impulso. Son víctimas de esta guerra en donde “la mafia y la ley

del más fuerte todavía rige”, pero cómo les tocó, cómo la vivieron y

cómo surgieron de ella, las encontramos en estas, sus historias.

“Soy doblemente desplazado por los paramilitares y por la guerrilla”

“Soy desplazada por los paramilitares sin yo haber hecho nada,

simplemente por el hecho de ir a ver a mi hermano y pensar en todo

lo que ese hecho desencadenó”, son historias trágicas de violencia,

injusticia, de rumores de escondites, de camuflaje; son historias

que con sólo un hecho -de los muchos que me contaron- se pueden

hacer tres películas, pero esto es lo que no quiero resaltar, porque

con eso sólo vuelvo a victimizarlos, es volver a recordarles un

pasado. Ahora les resalto su lucha por seguir adelante, por generar

procesos que han contribuido al mejoramiento, al reconocer en el

NOS TOCÓ LA GUERRA: PERO AQUÍ ESTAMOS

¿Cómo nos toca la guerra?

34

desplazado a una persona que lucha cada día por vivir dignamente, que busca generar ideas para

mejorar su vida en esta ciudad, para resaltar “una propuesta de nuestra mesa de trabajo es que si

Acción Social, que es la que nos ayuda, contratara con nosotros solo el 30% de su personal, de aseo,

secretarias, nosotros tendríamos dignidad de

trabajo, no estaríamos pidiendo el 1.800.000 que

nos dan, porque eso se queda en los tres arriendos

que debemos y en la comida que necesitamos”

son palabras y propuestas de dos personas que

les tocó la guerra, pero que no se quedaron como

víctimas si no que están actuando para cambiar y

dignificar al desplazado. En sus propias palabras,

“somos gente campesina, pero con muy buena

crianza. Sólo buscamos refugio de amor, paz y de

Confianza”

Pedro Ruíz. Emperador Azul. http://oronatural.wordpress.com

¿Cómo nos toca la guerra?

35

En la fecha del 16 de diciembre del año de 1.984, llega

al municipio de El Retorno, Guaviare, al área rural de la

vereda La Vorágine, el Señor Celedonio Rincón con su

núcleo familiar, con expectativas de trabajo y propiedad de finca,

todo con el principal objetivo de brindar a su familia un mejor futuro

económico y social.

Hasta el año de 1.989 se ocupa como raspachín en los

cultivos de coca, que para esta época se daban a notar como la

única actividad productiva de los colonos y con mayor rentabilidad

y en un tiempo corto.

Como fruto de su trabajo y ahorros adquiere una finca

a finales de este año de 50 hectáreas, la adquiere mediante el

sistema de trueque con ganado. La actividad principal de su finca se

limitaba a los cultivos y procesamiento de la hoja de coca, además

su habilidad y saber también se concentraba en este proceso.

En el año de 1.990 -y con un capital considerable- toma la decisión

de convivir con su esposa y demás familiares en su finca. Hasta el

año de 1.993 todos los integrantes de la familia realizan actividades

de siembra y procesamiento de la hoja de coca; para este tiempo

se presentan los primeros grupos armados en esta región y son

quienes controlan el negocio y a la comunidad habitante de las

diferentes zonas.

Para el año de 1.993 el Estado con pleno conocimiento de

la dinámica ocupacional de este territorio entra con un programa

lícito PDA “Plan de Desarrollo Alternativo” con el fomento de las

plantaciones de caucho natural. En este momento siembra en su

finca las primeras cinco hectáreas de cultivo lícito, el programa es

aprovechado sólo por un pequeño número de finqueros. Se evidencia

la necesidad de la creación de una Asociación de Productores

Caucheros del departamento, y se crea ASOPROCAUCHO, de la

que hace parte como tesorero de la junta directiva, se constituye

con diez cultivadores.

Era notorio que este primer esfuerzo del Estado, representaba

para la comunidad beneficiaria sólo un subsidio, y no fue tomado

MIS PEORES RECUERDOS

¿Cómo nos toca la guerra?

36

con la importancia que se merecía, de lo contario comenta el

entrevistado “la economía y estilo de vida hubiera sido totalmente

diferente y más digno para cada uno de los habitantes de la región”,

continúa, “cada una de las personas sembró su cultivo y nunca fue

manejado y en ocasiones fue sembrado con la coca en las calles y

tumbado en el momento en que le generaba ya mucha sombra a la

principal actividad y se veía afectado su producción y rendimiento”.

La dinámica del orden público era

liderado por la guerrilla, y hasta el año

de 1.995 aún existía el respeto pero con

el previo pago de la cuota por finca; las

personas que cometían “faltas” en la misma

comunidad como “robo, muertes y consumo

de drogas” eran sujetos a la desaparición

y muerte. Para esta época comenta el

entrevistado “eran quienes ponían el orden

en la región”.

Para el año de 1.997 su capital creció

enormemente y el estilo de vida era como

el de una persona con una economía ilícita

que no demandaba mayor esfuerzo. En este año, el personaje sufre

un accidente de gravedad, viéndose en la necesidad de empezar a

vender su patrimonio ganadero para cubrir el costo de la atención

médica y sostenimiento de la fina. Transcurrieron seis meses en

los que los cultivos de coca decayeron, sus operarios empezaron

a dar mal manejo y a no dar cuentas al propietario. Se presentan

las primeras aspersiones aéreas en los cultivos de coca y, paralelo,

en las plantaciones de caucho; inician los

primeros conflictos de orden público de

gran magnitud en el municipio y empiezan

las represiones y controles de salidas en el

perímetro urbano y rural; también empiezan

a darse las masacres.

Cuando regresa a la finca la encuentra

desolada, sin cultivos de coca, sin ganado

y con la plantación de caucho fumigada

también; en este momento “reflexiono y tomo

la decisión de continuar con sólo actividades

lícitas en mi finca”.

¿Cómo nos toca la guerra?

37

Para el año de 1.980 se presentan los primeros grupos

paramilitares. Antes de esa fecha, sólo se tenía a la guerrilla. Es allí

donde empieza la guerra por el poder y control del territorio. Con

entusiasmo y conociendo las bondades económicas del cultivo de

caucho natural y haciendo uso del Certificado de Incentivo Forestal

–CIF-, programa del MADR, siembra 20 hectáreas de caucho

natural y erradica totalmente las áreas de cultivos de coca. En este

año y después de sembrado el cultivo de caucho natural, la guerrilla

empieza a extorsionar al entrevistado y le quita nueve cabezas de

ganado e impone una cuota de cuatrocientos mil Pesos mensuales

por finca. También hace control estricto de las salidas, se debía

informar si salía a la capital del departamento y si entraba con

mercado e insumos y qué destino tenía. Resalta el entrevistado,

“quien desobedecía las ordenes lo mataban”, era normal y cotidiano

encontrar en las vías cadáveres.

“Yo continúo con mi trabajo legal y con mi entusiasmo en el Caucho”.

Al existir estos dos grupos armados en un mismo territorio,

la comunidad se encontró en la mitad de estos dos y si saludaban

a uno o intercambiaban comentarios con otros, eran sujetos a la

muerte. Este panorama era en todo el departamento y la coca era

comprada por estos grupos armados y al precio impuesto. Empieza

cada uno de los propietarios de las finca a vender el ganado.

Hasta el año de 1.999 continúa en la finca trabajando legalmente

y acompañado por el hermano de la esposa, en este año asesinan

a seis personas vecinas. El 23 de agosto de 1.999 recuerda -con

mucho sentimiento y tristeza- “la muerte del cuñado muy cerca

de la finca, el suceso ocurre en el momento en que se desplaza

a cobrar la plata de la venta de dos novillos y es amarrado y lo

matan”. Los levantamientos de los cuerpos debían ser autorizados

por la guerrilla o los paramilitares, eran ellos quienes lo hacían.

El impacto emocional para la familia fue muy grande, no

había tranquilidad y se comentaba que también estaba amenazado

de muerte, que también “estaba en la lista” dice el entrevistado.

En este momento sale de la finca, de la vereda, del municipio y del

departamento, “no quería saber de nada”. Vende el ganado y parte

de la finca y se desplaza con toda su familia para el Departamento

de Cundinamarca en donde compra una finca pequeña cafetera, se

encuentran con restricciones e imposiciones por la guerrilla y por el

clima la familia no se amaña.

¿Cómo nos toca la guerra?

38

Se trasladan a la ciudad de Lérida, Tolima, y compra una casa. Empieza a trabajar en transporte

urbano intermunicipal, además con la compra y venta de plástico con un socio; pero nuevamente y

huyendo de sitio a sitio, comenta, “se encuentra los grupos armados asediándome”.

En esta actividad productiva transcurren cinco años con la familia y es estafado por el socio,

dejándolo sin capital y evadiéndose con la plata y la mercancía. En el año 2.004, se entera por televisión

de un Consejo Comunal realizado en el municipio de San José del Guaviare en donde resaltan el control

y la pasividad del orden público, además reactivan el fomento del caucho natural; encontrándose sin

plata en ese momento, toma la decisión de regresar al Guaviare e inicia de ceros como taxista, “se

notaba el regreso de las personas a la fincas”. Transcurridos dos meses y con ahorros económicos

vuelve a la finca y se encuentra con que los vecinos habían tumbado el caucho, no habían potreros,

“me encuentro con la finca abandonada”.

Inició nuevamente con la reactivación de la finca y sin querer saber nada de los cultivos de coca,

a pesar de que todos sus hermanos sólo sabían hacer eso.

Desde el año 2.004 se dedica a actividades lícitas, principalmente con el caucho natural y a la

fecha sus ingresos se limitan a éstas y su vida personal y familiar está tranquila.

Resalta, “estos momentos de mi vida son mis peores recuerdos, toda mi familia giraba alrededor

de los cultivos de coca y este fue la principal fuente de generación de la violencia y de una cultura

inmediatista de la comunidad rural de mi región.”

¿Cómo nos toca la guerra?

39

Debo pensar un poco qué momento específico de la historia

referir, ya que la guerra no declarada que ha vivido el país

desde el siglo pasado ha tenido diferentes efectos directos

e indirectos en mi núcleo familiar.

Empezando con la violencia partidista de los años cincuenta,

por la cual mis abuelos debieron abandonar su pueblo natal,

Puente Nacional, su trabajo y su gente, para trasladarse a Bogotá

a buscar refugio de la persecución de los pájaros conservadores

que dominaban un amplio territorio de las provincias de Vélez en

Santander y Ricaurte en Boyacá. Posteriormente, con el retorno a la

normalidad de sus vidas y nuevamente en su pueblo, por la acción

de los grupos insurgentes con las tomas del pueblo y el continuo

paso de las tropas por las fincas en los años setenta y ochenta;

hasta el último y tal vez el más personal de los encuentros con la

guerra que he vivido.

En enero de 2.001 entré a cumplir las funciones de Director

de la UMATA de Albania. Como médico veterinario recién graduado,

representaba un sueño asumir este reto, más en un pueblo de esos

olvidados por el Estado, el Departamento y la historia. A cinco

horas de viaje en bus desde Chiquinquirá, ya que por Santander

la vía es intransitable en época de lluvias y no cuenta con servicio

regular de transporte en el verano -menos en invierno-. Desde el

mismo momento que entré al bus que me llevaría a mi primer día

de labores noté algo extraño, algunas de las personas que estaban

en el bus me saludaron con un “buenos días Doctor.” Extraño, a

sabiendas que los únicos que sabían de mi llegada eran el alcalde

y el tesorero del municipio. Como siempre, el viaje a un lugar nuevo

se hace más largo de lo normal, al llegar al pueblo -un lugar de

dos manzanas y seis calles- me acerqué a un uniformado, que a

primera vista lucía como un miembro del ejército y le pregunté por

la Alcaldía, este me respondió amablemente: “Doctor, la Alcaldía

está a una cuadra, bajando a un costado del parque” y al mover su

brazo para darme las indicaciones, pude ver que en su brazalete

negro estaban escritas las iniciales AUC-BCB.

LOS ROSTROS DE LA VIOLENCIA

¿Cómo nos toca la guerra?

40

Llegué a la Alcaldía y le pregunté al secretario de gobierno y al

alcalde, por qué había tanto ejército en el pueblo, ellos me miraron

asombrados y me dijeron: “Miguel, esos son es paracos y están

acá desde hace dos años para controlar el paso hacia la zona

esmeraldera”. Meses después me contaron que la guerrilla se

había tomado el pueblo, destruyendo el puesto de policía y una

cuadra completa de casas cercanas al mismo; en el combate, que

se prolongó durante toda una noche, murieron cinco agentes. Los

compañeros de estos, al quedarse sin municiones, se rindieron e

iban a ser ejecutados en la plaza del pueblo, pero la población se

opuso, obligando a los guerrilleros a retirarse del pueblo dejando

en libertad a los tres agentes que sobrevivieron la noche. Esto

facilitó la entrada de los paramilitares -que ya dominaban la zona

esmeraldera y el rio minero- a controlar este nuevo territorio que se

extendía hasta los municipios de Florián, La Belleza, Sucre, Jesús

María en Santander.

Como director de la UMATA, mis labores diarias se enfocaban

principalmente a atender las necesidades de los usuarios de las

zonas rurales. Durante los dos años en los que estuve en esta

actividad noté que la única presencia de autoridad era la que

traían los paramilitares. Ellos determinaban, a partir de su lógica,

la solución de los conflictos entre vecinos, autorizaban o negaban

el tránsito hacia ciertos sectores del municipio, aplicaban “leyes”

para castigar delitos menores como robos o eran contundentes en

sus “juicios” al fijar los plazos para abandonar el pueblo para los

sospechosos de colaborar, en épocas anteriores, con la guerrilla.

¿Cómo nos toca la guerra?

41

En varias ocasiones debí presenciar situaciones fuera de lo normal. Al momento de desplazarme con los técnicos por las veredas,

algunas veces nos dejaban mensajes con personas en el camino, indicando a qué sitios se podía y a cuales no se podía ingresar.

Ver en pleno casco urbano como jóvenes acusados de robar gallinas o frutas, barrían las calles o la plaza principal, con un cartel

en la espada que decía “por ladrón” o como el alcalde debía desplazarse hacia las veredas para interceder por alguna persona

que iba a ser desplazada o ajusticiada ante la denuncia de un anónimo de su supuesta colaboración con la guerrilla.

A finales del 2.002 llegó al pueblo nuevamente la Policía Nacional, con una presencia inicial de veinte carabineros que -dos

meses después- quedó reducida a cinco agentes. Con su presencia lo único que cambió fue la forma de vestir de los paramilitares;

ya no permanecían en el casco urbano con sus uniformes militares sino vestidos de civil; su campamento se desplazó hacia una

vereda cercana, pero su accionar continuó siendo el mismo, teniendo ellos el monopolio de la fuerza y la justicia.

Por fortuna, no presencié en esos dos años actos de violencia extrema por parte de los paramilitares, pero si sentí -como

una sombra constante- su vigilancia y seguimiento; el temor de los pobladores ante sus reacciones o sus decisiones era palpable;

su influencia en la administración del municipio se notaba en las decisiones del concejo o en la asignación de los contratos. Esto

si bien puede no catalogarse por algunos como una afectación directa de la guerra, si representó una convivencia obligada con

uno de los actores del conflicto, que me permitió entender el riesgo que representa la falta de la presencia de las instituciones del

Estado en una población, sometiéndola a las determinaciones de un grupo de personas con intereses particulares muy distintos

al bien común y la convivencia pacífica, arriesgando su vida en cada decisión que tomen o dejen de tomar, algo que no se justifica

en un Estado Social de Derecho como el nuestro.

¿Cómo nos toca la guerra?

42

En un municipio a tan sólo dos horas de Bogotá, por el

año 2.000, donde gobernaba el Presidente Pastrana, se

empezaron a ver personas no conocidas, hombres entre

30 y 45 años, con buen estado físico.

En las mañanas se veían caminando, rondando las veredas,

dando vuelta al pueblo, preguntaban -casa por casa- quienes

habitaban allí, en pocos días ya tenían un informe de las veredas,

sabían quienes eran propietarios, quienes trabajaban por jornal,

quienes eran los dueños de las grandes fincas, qué jóvenes

estudiaban y cuáles no.

Se empiezan a ver grupos de esta gente desconocida reuniéndose,

algo estaban planeando.

La gente de la vereda empieza a tener miedo; no saben qué

pasa, pero se rumora que estos desconocidos son de la guerrilla,

piensan tomarse una de las veredas. Es estratégico dominar la

vereda ya que es un paso que lleva comercio, un punto agrícola con

potencial, de fácil acceso por la cercanía a Bogotá, poca presencia

de la fuerza pública, un punto estratégico por su equidistancia con

el Magdalena centro, el Tequendama y municipios del Occidente.

La Guerrilla empezaba a gobernar.

Los dueños de las fincas prácticamente no volvieron, algunos

dejaron recomendadas sus tierras y otros las abandonaron; otros,

de escasos recursos, no tuvieron otra opción que quedarse en su

tierra, quedarse en su único medio de vida. Se empezó a ver un gran

desplazamiento por la presión que ejercía esas fuerzas oscuras.

Personas habitantes de la misma vereda se prestaron para dar más

fuerza a este grupo guerrillero; empiezan los secuestros, papeleos,

robos, violaciones.

Cansados de tantas injusticias e invulnerabilidad, un grupo

de pobladores influyentes del pueblo busca apoyo en fuerzas

paramilitares y empiezan a entrar poco a poco en la zona; empiezan

las masacres y las persecuciones en la población dejando como

LA GUERRA MUY CERCA A BOGOTÁ

¿Cómo nos toca la guerra?

43

consecuencia que familias enteras desaparecieran por completo.

Me causó curiosidad los que habitaban en la casa vecina, dos

señoras no mayores a 45 años y un señor por la misma edad, tenían

apellido García y eran muy amigos de un anciano llamado Luis, que

vivía en una vereda cercana. En esta casa había cría de cerdos,

tenían marraneras de más de cincuenta cerdos y todo el día era el

ruido de estos animales. Con el tiempo, empecé a ver que entraban

armas, hacían reuniones y esta casa poco a poco se convirtió en

un punto de llegada de cabecillas guerrilleros: alias Julio y alias el

Tatareto. Era una casa que se prestaba para secuestro y extorsión

de personas, tras los ruidos de los cerdos se escondían gritos de

personas secuestradas.

El ejército empieza a entrar a la zona, no están

tiempo completo pero se empieza a ver que dan vueltas,

que pasan camiones con militares y este punto se convierte

en una guerra con tres frentes de combate, el ejército tiene

identificada a los servidores de la guerrilla, el ejército se

concentra en la guerrilla. Después, con el tiempo, entendí

por qué no se metieron con los paramilitares.

Los García en un día domingo sacaron todos los

marranos y en la madrugada del lunes lograron la huida, se

fugaron.

Una de las personas sospechosas de haber dado

información al ejército era su amigo Don Luis y su esposa,

un par de ancianos de setenta años aproximadamente,

quienes un día amanecieron descuartizados en su casa de

bahareque.

¿Cómo nos toca la guerra?

44

En la esquina de la vereda había una tienda y una carnicería, allí atendía Don Efraín, que también era

colaborador de la guerrilla, ayudando a robo de ganado. Igual final tuvo, fue acribillado dentro de su

tienda un domingo después de la venta del fin de semana. Los paramilitares también empiezan a dar

pasos para acabar con la guerrilla.

Una época horrible, donde no se sabía quién mandaba, ya la gente no salía, no hablaba y lo

único que se pensaba era en los jóvenes que ya no iban a la escuela y en los que ya habían tomado

parte en algún grupo armado. Todos los días se sabía de alguna muerte impactante, creando zozobra

dentro de los pocos habitantes.

Vino la época de gobierno de Álvaro Uribe y el ejército entra con mucha más fuerza, lo que

se vio es que los paramilitares le abrieron el espacio al ejército; la fuerza pública empieza a retomar

la gobernabilidad del pueblo y de las veredas. Nadie lo sostiene, pero los paramilitares ayudaron -de

una u otra manera- a acabar con la guerrilla y fueron los que le abrieron paso al ejército para retomar

espacios, por lo menos en este pueblo y sus veredas.

Finalmente mucha gente murió, muchas injusticias pasaron en este lugar muy cercano a Bogotá,

donde finalmente lo que se veía a futuro, era una toma guerrillera para Bogotá.

Actualmente el pueblo recuerda sus muertos, pero la fuerza pública es la que domina el territorio;

la calma regresó al igual que muchos habitantes desplazados.

¿Cómo nos toca la guerra?

45

En el sur del país, bajo un extraordinario paisaje andino

y como una de las entradas a la Selva colombianas en

límites con Ecuador y Putumayo; en donde aún es posible

contemplar bosques con muy poca intervención, refugio de gran

variedad de especies animales y aves, se esconde el municipio de

la Victoria.

Zona cuya economía depende principalmente de la

agricultura y la ganadería y es por esta última que tengo la fortuna

de conocer la región. Trabajábamos con los pequeños productores

de leche y es así como tengo la oportunidad de conocer un poco

más de su cultura y sus creencias, ambas con cierta influencia del

vecino país. El clima es frio pero con cierta humedad, lo que lo hace

algo acogedor.

Cada momento que visitaba la zona era una incertidumbre

de no saber qué podía pasar, ya que como en muchas montañas de

Colombia, están inmersos grupos armados que se sienten dueños

de la tierra y las personas que allí habitan deben estar sujetas a sus

decisiones. El trabajo con las comunidades siempre le enseña a

unos miles de cosas, tal vez más de las que nosotros les podamos

dejar a ellas, y fue entonces como nos hicimos parte de una sola

familia, buscando una estabilidad en los ingresos pero orientados

a vender productos de buena calidad principalmente la leche, que

era mi campo de acción, aunque no sabíamos cuando iba a ser el

último viaje que podíamos hacer a la zona, ya que el conflicto cada

vez era más intenso.

Recuerdo mucho una de tantas visitas, en que estando en

la cabecera municipal, en una mañana de sol resplandeciente,

comenzaron a sonar como truenos, pero que en realidad eran

ráfagas de fusil y claro siempre con la amenaza de hostigamientos

y demás, comenzó un panorama desolador en el pueblo. Si ese día

se hubieran hecho competencias de atletismo, muy seguramente

tendríamos marcas mundiales. Los padres de familia parecían

centellas y parecía que no fueran a alcanzar a llegar al colegio y la

escuela del pueblo para recoger a sus familiares y tratar de llevarlos

La Frontera

¿Cómo nos toca la guerra?

46

a un lugar seguro, o bueno, por lo menos estar reunidos por lo que

fuera a pasar. Era un ruido ensordecedor entre balas y motores de

moto por todos lados, hasta que solamente predominó uno de ellos,

el de las balas.

No pasaron más de diez minutos cuando tuve la oportunidad

de conocer un pueblo fantasma. Y es que en el pueblo no quedó

nada abierto y menos pensar en ver gente rondando. Cada uno

en su casa, escondido. Con el miedo que impone la guerra pero

sin formas de reaccionar. Claro, como la leche es un producto

perecedero, no daba espera y debíamos partir hacia Ipiales pero

con la incertidumbre de saber que debíamos atravesar la montaña

en medio de tanta zozobra.

Pasaron varios meses en volver,

algo así como dos o tres meses,

hasta que la situación estuviera un

poco más tranquila y la comunidad

en ese sentido lo protege a uno y le

recomienda cuando es prudente ir

o no. Así seguimos nuestro trabajo

con ellos, pero comenzaron las

extorsiones hacia la empresa y era una

situación que se complicaba aún más.

Ya el tema no era sólo de territorio,

ahora se sumaban necesidades de

¿Cómo nos toca la guerra?

47

financiación y eso lo hace a uno más vulnerable. Poco tiempo después, nos dirigíamos a la región y nos

encontramos en la vía con un enorme cráter ocasionado por la explosión de cuatro cilindros en puntos

estratégicos, lo que obligó al regreso por parte de nosotros y a la comunidad a buscar alternativas

locales con sus productos, ya que quedaron incomunicados, sin posibilidad de sacar sus productos y

obtener ingresos para sus necesidades, por un periodo de seis días.

Es entonces cuando se toma la decisión de no seguir comercializando en la zona, el momento

de recoger los equipos de enfriamiento y cerrar. Desde ese día no he vuelto a la zona pero siempre

tengo la esperanza que ese maravilloso paisaje y clima encantador, pueda ser conocido por miles de

personas en el país, así como su maravillosa cultura que nos deja muchas enseñanzas.

¿Cómo nos toca la guerra?

48

UNA CRÓNICA SOBRE EL ESTIGMA DE SER LIBERAL

“[…] Como yo no me le avasallé en sus pretensiones resolvió declarar desde el púlpito que el cementerio de Riosucio había, estuvo y estaba profanado y que para hacerlo bendecir, era necesario sacar de ahí los restos del profanador. Este no era otro que mi padre, quien profesó en vida la creencia luterana,

con respeto por el catolicismo de su esposa y de sus hijos” (Gärtner, Álvaro, 2009. El último Radical).

Quien relató esto fue Carlos Gärtner Cataño, a saber mi

bisabuelo, oriundo de Supía, residente la mayor parte de

su vida en Riosucio y liberal.

Así era el ambiente político que se respiraba por los años de

1.896, durante la Regeneración de Núñez y gobiernos posteriores

de hegemonía conservadora, donde persiguieron sin tregua a los

liberales, desde todos los ámbitos, siendo el púlpito el escenario

donde los sacerdotes dictaminaban que el enemigo de la patria y de

la religión y la causa de todos los males eran quienes profesaban

esta corriente ideológica.

No creo que exista en el país una sola persona a la que

la guerra no lo haya tocado; puede ser que existamos personas

afortunadas que en la historia reciente no le hayamos entregado

un ser querido ni a los narcotraficantes, ni a los guerrilleros, ni a los

paramilitares, ni a la delincuencia común o ningún otro representante

de la violencia. Pero todos, en mayor o menor medida, hemos

sentido la zozobra, el miedo, el desconsuelo, la desconfianza, la

discriminación… En fin, tantas sensaciones amargas que hemos

padecido a través del tiempo los colombianos.

Pertenezco a una generación, como muchas otras, de

sobrevivientes; en mi juventud, podría decir que me salvé de

“chiripa” muchas veces de ser una víctima inocente más de las que

puso este país en la guerra sin sentido de los mafiosos contra el

¿Cómo nos toca la guerra?

49

gobierno, de los mafiosos contra la sociedad, de los mafiosos contra

ellos mismos. Sin embargo, al pensar en desarrollar esta crónica,

me incliné mejor por la historia familiar. ¿Por qué? No lo sé, tal vez,

porque al hacerlo, le hago mi pequeño homenaje a los ancestros,

a aquellos que a pesar de los golpes de sus contradictores fueron

fieles a sus convicciones, sacaron adelante familias de bien, con

absoluta sensibilidad social, apostando por el valor de las ideas y el

progreso, sin dejarse nunca amilanar por la adversidad.

Es pertinente pues, intentar hacer una pequeña reseña

histórica de los orígenes de la familia en Colombia e ir avanzando en

el tiempo con ella, contextualizándola dentro de la historia del País

del Sagrado Corazón para entender la posición ideológica de sus

integrantes y que pudieron incidir en lo que, robándome una frase

de Fito Páez, “soy hoy en revelado”.

El asunto con el cual comencé este escrito, el del cementerio,

no fue un hecho aislado que tuvo que soportar la familia, pero sí uno

de los más grotescos para mí. Hace parte de la persecución política,

que muchas veces rayó con la infamia de la que fueron sujetos desde

la llegada del alemán hasta bien entrado el siglo XX, por parte de los

conservadores más sectarios de esos tiempos. Veamos…

La historia de los Gärtner en el país se remonta al año de

1.846 o 1.847, cuando Georg Heinrich Friedrich Gärtner, de tradición

familiar minera y alemán de nacimiento, proveniente del pueblo

de Clausthal-Zellerfeldt en el antiguo reino de Hannover, vino a

la Nueva Granada de América para vincularse laboralmente con

la empresa Colombian Mining Company en Marmato. Toda la vida

trabajó como empleado, independiente de los cambios constantes

que en materia de dueños tenían estas minas del antiguo Cantón

de Supía; gracias a Dios nunca le faltó el trabajito, pero eso sí,

visión empresarial nunca tuvo, pues muchos de sus coterráneos,

e ingleses que vinieron con él, formaron sus propias empresas

mineras.

Decidió no regresar a su país y se casó con María Columna

Cataño (originalmente Castaño pero en la iglesia le cambiaron el

apellido y eso se quedó así) oriunda de Supía, tras tener que firmar

promesas ante la iglesia de permitir que los hijos de ellos serían

educados según los mandamientos de la Santa Iglesia Católica,

Apostólica y Romana, ya que era Luterano y las exigencias contra

estos profesantes denotaban claramente la intolerancia hacia otros

credos, no sólo en Europa por parte de la Corona Española, sino

¿Cómo nos toca la guerra?

50

Débora Arango

aquí, en la colonia. De este matrimonio nacieron 8 hijos, siendo uno

de ellos Carlos, el protagonista de esta historia.

Carlos nació el 6 de septiembre de 1.854 en Supía, pero

se crió en Marmato y a los 12 años su padre lo mandó a estudiar

al colegio en Medellín, donde además de recibir su formación

académica, recibió también formación militar pues el partido

conservador, encargado de la dirección del colegio del Estado de

Medellín, estaba ampliando su reserva de soldados en vista de la

inminente guerra civil que tendría a cabo, dada la inconformidad de

este partido con las reformas liberales. Cinco años más tarde, optó

por retirarse del colegio, pues se reusó a seguir las exigencias del

cuerpo docente de volverse conservador.

Decidió irse para Bogotá y se graduó en Derecho en el

Colegio Mayor de Nuestra señora del Rosario y al terminar volvió a

su tierra para ejercer allí en medio de un clima político muy agitado,

con enfrentamientos entre facciones internas al liberalismo (los

radicales en el gobierno y los independientes amangualados con

los conservadores) y los curas haciendo política desde el púlpito, lo

que llevó a los liberales a decidir no volver al templo donde ya se les

había prohibido ser padrinos de cualquier ceremonia religiosa.

¿Cómo nos toca la guerra?

51

Para ese entonces tenía el cargo de Juez del Circuito de Riosucio,

luego de delegado de Instrucción Pública de Provincia, (que

abarcaba desde Marmato hasta Anserma Nuevo) y la pelea entre

unos y otros se hacía cada vez peor, pues los liberales iban

impulsando, entre varios proyectos, su programa de escuelas laicas

y los conservadores obligando a los padres a sacar a sus hijos

de estas instituciones bajo amenaza de cometer pecado mortal.

Entonces, empezó la guerra el 11 de Junio de 1.876.

A pesar de estar en contra de la guerra y de tener

inmunidad por su cargo público, a Carlos Gärtner no le quedó de

otra que enfilarse en las tropas liberales, pues los combatientes

conservadores que eran muchos y estaban muy bien armados, les

tendieron una emboscada a los liberales, inferiores en cantidad,

y que contaban sólo con un rifle de precisión y puro machete. Allí

murió un tío de Carlos. Le tocó huir a Bogotá pues la amenaza de

ir a la cárcel por cuenta de su ideología era constante y tuvo que

enfilarse como soldado para poder comer. Después de ocho meses

de guerra, el partido liberal triunfó, pero a medias, porque a cada

rato estallaban brotes de guerritas, donde parientes y amigos eran

asesinados.

Cumplir las funciones políticas de su cargo en la delegatura

de educación no fue fácil, pues según él, a los funcionarios públicos

los movía más su aspiración electoral que el progreso de la región.

Sin importar las consecuencias y sin discriminación partidista,

denunció a aquellos funcionarios ineptos que entorpecían el avance.

Para su sorpresa, fue nominado a diputado por el Estado del Cauca

y resultó elegido. Durante su legislatura impulsó exitosamente

reformas al sistema fiscal y obras públicas para el desarrollo de las

regiones.

Terminada su legislatura, se devolvió para Riosucio para

casarse en 1.879 por la iglesia católica la cual profesaba a su

manera. Pero el sacerdote Hoyos, en venganza por sus acciones

en torno a la educación laica y su participación en la guerra se

negó a casarlos y les tocó casarse por lo civil, con autorización

de los padres de la novia, confiando que cuando el clima político

fuera otro, lo harían por la iglesia. La ceremonia civil tuvo lugar a

las ocho de la noche, para evitar las habladurías que en esa época,

generaban estos acontecimientos.

Ya casado y con necesidad de tener mejores ingresos, se

dedicó a la práctica privada, pues en esa época el empleado del

¿Cómo nos toca la guerra?

52

estado no se enriquecía como hoy en día. Sin embargo, no pudo

alejarse de la vida pública, pues era constantemente elegido por

los cuerpos colegiados de la época. Mientras podía, ejercía ambas

funciones, públicas y privadas. Siendo representante en el Congreso

Nacional, se sacó la espinita y, previa

audiencia con el Delegado Papal (nuncio

apostólico de apellido Agnozzi), le narró

los sucesos de su matrimonio y obtuvo una

exigencia de este al cura Hoyos de Riosucio,

acompañada de la expresión por parte

de Su Excelencia: “esos curas son unos

imbéciles”. (Ídem, p. 67), para que él mismo

oficiara el matrimonio católico. Al cura no le

quedó de otra y el acontecimiento se dio

cuatro años y medio después de que había

tenido lugar el enlace civil. Fue así como no

pudo objetar cuando se bautizaron a todos

los hijos que habían nacido hasta entonces

y que no habían podido ser bautizados,

siendo padrino incluso el padre de Carlos,

que era luterano, no olvidemos. Incluso al morir éste, Jorge Enrique

Federico Gärtner, nombre que llevó aquí, fue enterrado en el

cementerio de los católicos de Riosucio sin ceremonia religiosa.

Con la Regeneración de Rafael Núñez, el ambiente para

los políticos liberales no era la mejor.

Carlos se retiró de la vida pública y

siguió con la abogacía donde tuvo socios

liberales y también conservadores a

los que admiró, formando sociedades

de extracción de minas de oro, carbón,

plomo, sal y adquiriendo y montando

fincas, siendo Trujillo, a orillas del Río

Cauca, un referente familiar hasta el día

de hoy; destinada a la crianza de ganado,

lo mismo que Palermo en la parte alta de

la cordillera de Riosucio.

La persecución conservadora se dio

con saña por todos los frentes: desde la

iglesia, los periódicos, los gobernantes,

los civiles etc. Fue para este tiempo,

¿Cómo nos toca la guerra?

53

en 1.898, que ocurrió el suceso de los restos de su padre que

descansaban en el cementerio de Riosucio, siendo ya párroco el

tal cura Clímaco, y no Hoyos, el que se había reusado a casarlos.

Como vemos, las cosas no mejoraban, sino que empeoraban…

Carlos se dirigió al gobierno y al delegado apostólico para

que intercedieran ante el Padre Clímaco, con la única finalidad de

dejar descansar en paz a su padre; sin embargo, no obtuvo ninguna

solución por parte de ellos y escribe al entonces Nuncio Apostólico

Antonio Vicco:

Convencido pues de la falta de aquella protección (del

gobierno colombiano) y no habiendo podido obtener de S.E. una

resolución favorable, mi familia ha determinado hacer cementerio

propio, para ella, independiente de la iglesia católica, adonde no

llegarán las bendiciones de ésta, pero sí la misericordiosa mirada

de Dios. (Ídem, p.88).

Estas cartas fueron publicadas en el periódico El Espectador

de Medellín, el 14 de Enero de 1.899, como un gran gesto de

humanidad de un amigo entrañable de Carlos, don Fidel Cano, para

generar reacciones en la sociedad ante la ineptitud del gobierno, en

momentos en que ya se iniciaba la Guerra de los Mil Días.

Carlos exhumó entonces los restos de su padre y de otros

familiares y los trasladó a un recinto que mandó a construir en un lote

que tenía. Pero la persecución del curita no paró. Puso trabas a los

bautizos de los niños Gärtner o los dejó sin padrino en virtud de sus

creencias o afinidad política. Cada vez que tenía oportunidad, los

curas se despachaban en amenazas contra los liberales, imponían

a los candidatos conservadores, instaban a la guerra.

A los años, llegó al pueblo otro sacerdote con instrucciones

por parte del obispo para que devolvieran otra vez los restos al

Cementerio de Riosucio, pero Carlos ya no quiso, por temor a que

la historia se repitiera y también porque ya otros parientes que

habían muerto, descansaban ahí. En 1.911, este padre se ofreció

a bendecir el cementerio Gärtner, convirtiéndose así, en el único

camposanto civil católico del país.

No sé si logre representarles la imagen que conservé por

años en la cabeza, desde que era muy pequeña: un pueblo en

una gritería horrible, donde unos diablos gigantes se le acercaban

a uno (Enero, Carnaval de Diablo), generando en mí un pánico

indescriptible y a eso sumémosle la visitica al cementerio… no

lograba yo entender, cómo el tatarabuelo, el bisabuelo y tantos

¿Cómo nos toca la guerra?

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otros familiares estaban enterrados en ese lote lleno de maleza.

Si yo admiraba tanto a mi papá que, siendo

médico también le jalaba a la política, y a mi

abuelo que era “muy importante”, ¿por qué

los otros estaban en ese rastrojero? ¿Qué

clase de personas eran mis antepasados que

estaban ahí tirados? Algo malo tenían que

haber hecho. Y para mí, ir allá era una mezcla

de miedo, vergüenza, pena ajena, tristeza,

incomprensión, etc.

Incomprensión porque a esa edad

no tenía idea de lo que era ser liberal o

conservador (y hoy para mí esos conceptos

están mandados a recoger), mucho menos

ser luterano y las guerras las veía como algo

tan lejano! En mi disco duro solo tenía cierta

información que cogía de las conversaciones

de “los mayores” y concluí que si estaban ahí

por liberales, ser liberal era una abominación.

Pero entonces, si era tan horrible ser liberal,

¿cómo era posible que mi abuelo y sobretodo mi papá que para

mí era un Dios, fueran liberales? Qué

enredo! Y para rematar, empieza uno a

adquirir conocimientos un poco superfluos

al principio del colegio y en clase de

historia le hablan a uno de los liberales

y los conservadores y cómo la ideología

liberal es de izquierda y la conservadora

de derecha y uno que ya se cree todo un

intelectual empieza a hacer asociaciones:

la guerrilla es de izquierda, por ende los

liberales son todos guerrilleros, o sea que

mis ancestros eran guerrilleros! Dios mío,

qué vergüenza de familia!

***Me parece admirable cómo, a pesar de

las escasas por no decir nulas garantías

que tuvo el partido liberal por más de 50

años, siguieron unidos como colectividad

¿Cómo nos toca la guerra?

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buscando siempre el bien común por encima de los intereses personales, aún a costa de la propia vida,

“poniéndose la camiseta por la causa”. Tal vez es por eso que hoy no creo en partidos políticos, pues

hoy en día los veo como el barco de moda, en el cuál todos se quieren montar según la popularidad de

quien lo mande, a ver qué pueden chupar de ahí, pero cuando las cosas se ponen difíciles, todos se tiran,

dejando hundir el barco con el capitán (aunque a veces el que se tira es el capitán y deja a la tripulación a

su suerte), se cambian de partido como cambiar de zapatos e incluso arman partidos pegados con babas,

que se desbaratan enseguida. Y el problema no es en sí la cambiadera de bando, sino que es que en

ese juego cambian también súbitamente las percepciones de lo que deben ser los ideales de progreso y

justicia para todo el pueblo.

Alguna vez en un almuerzo familiar, alguien salió con el chisme de que la gente que pasaba por Palermo,

veía esa casa abandonada y con un letrero que decía: “En esta casa espantan”. ¿Podrá acomodarse

esta manifestación simple y espontánea a la realidad de nuestra célebre Colombia? ¿Espantarán los

grandes gestores de cambio que estamos esperando en ella? ¿O será que es ella la que espanta a los

grandes gestores, porque a ciertos sectores de su población, desafortunadamente los que tienen el poder

para lavar más cerebros, este cambio les queda grande o peligra su privilegiada posición? ¿Seguiremos

tratando a todo aquél que se salga del molde como un transgresor de la “limitada visión” que se tiene del

deber ser y hacer? ¿No saldremos nunca del siglo antepasado? Con razón reza en el lenguaje popular:

En este país se muere más gente de envidia que de cualquier otra cosa!