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Marx, Freud y el caso Ayotzinapa Juan José Abud Jaso Abstract: En este artículo se propone una interpretación de la matanza de estudiantes normalistas rurales acaecida en Iguala, Estado de Guerrero en México, así como del movimiento de protesta que se organizó a partir de ella y en torno a los padres de esos estudiantes que exigen justicia. Se interpreta este fenómeno a partir del psicoanálisis y el marxismo y se intenta contribuir al movimiento al esbozar una orientación a la práctica política que ha generado. Abstract: This article is an interpretation of the killing of rural teacher education students in Iguala, State of Guerrero, Mexico; as well as the protest movement originated from it, and the organized parents of such students demanding justice. This phenomenon is interpreted from a psychoanalytical and Marxist view with the intention of contributing the movement to orientate the political practice that it has generated. Ante una situación de injusticia extrema y radical como la masacre sólo se presentan dos posiciones subjetivas posibles: apoyar al régimen que ha cometido tales injusticias o resistir y rebelarse ante ese mismo régimen para transformarlo de tal modo que convirtamos en imposible la situación de injusticia a la que resistimos. A las prácticas que tienen efectos de conservación de la situación las denomino

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Marx, Freud y el caso Ayotzinapa

Juan José Abud Jaso

Abstract: En este artículo se propone una interpretación de la matanza de estudiantes

normalistas rurales acaecida en Iguala, Estado de Guerrero en México, así como del

movimiento de protesta que se organizó a partir de ella y en torno a los padres de esos

estudiantes que exigen justicia. Se interpreta este fenómeno a partir del psicoanálisis y el

marxismo y se intenta contribuir al movimiento al esbozar una orientación a la práctica

política que ha generado.

Abstract: This article is an interpretation of the killing of rural teacher education students

in Iguala, State of Guerrero, Mexico; as well as the protest movement originated from it,

and the organized parents of such students demanding justice. This phenomenon is

interpreted from a psychoanalytical and Marxist view with the intention of contributing the

movement to orientate the political practice that it has generated.

Ante una situación de injusticia extrema y radical como la masacre sólo se presentan dos

posiciones subjetivas posibles: apoyar al régimen que ha cometido tales injusticias o resistir

y rebelarse ante ese mismo régimen para transformarlo de tal modo que convirtamos en

imposible la situación de injusticia a la que resistimos. A las prácticas que tienen efectos de

conservación de la situación las denomino de derecha; a las prácticas que tienen efectos de

cambio o de transformación las llamo de izquierda. Hay dos maneras de sostener a un

régimen o Estado: apoyarlo activa y conscientemente, de forma tal que suscribamos su

modos de actuar y de gobernar la situación; también, se puede lograr mediante la forma

más generalizada hoy en día: la indiferencia. Es a partir de la indiferencia, de la ignorancia

y manipulación mediática, que millones de personas apoyan a un régimen que sirve a

intereses contrarios a los suyos. De la misma manera, se puede resistir a un régimen o

situación y tratar de cambiarla mediante quejas estériles, o bien, mediante prácticas de

transformación que hagan imposible el Estado injusto y asesino. Sólo mediante prácticas

transformadoras podemos aspirar a un verdadero cambio.

Este texto busca proponer en líneas generales cómo es posible una práctica de

transformación en nuestro país debido a una urgencia: el surgimiento, una vez más, de la

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violencia asesina por parte del Estado mexicano para aniquilar la diferencia. Me parece que

sólo mediante la sustracción absoluta al Estado mexicano y la plena escucha a las víctimas

es cómo podemos no ser cómplices de crímenes tan atroces como el llevado a cabo en

Iguala, municipio del Estado de Guerrero en México. Escucha que significa hacer cuerpo

con las víctimas, no estar con ellos sino ser ellos, poder mostrarnos, no com-pasivos, sino

con-activos con aquellos que son declarados sobrantes por el Estado mexicano y como tales

dignos de ser aniquilados o exterminados. Es en este sentido que la masacre de Iguala del

26 de septiembre del 2014 merece ser escuchada como síntoma.

El psicoanálisis es una práctica de escucha. Quizá se podría decir, sin exageración,

que sabemos escuchar desde Freud debido a que sólo a partir de él sabemos realmente que

el mensaje que nos llega de algún lugar no es enunciado del todo por el emisor y que las

palabras que nosotros proferimos en tanto sujetos no están bajo nuestro control sino que, al

contrario, es ese lenguaje el que habla a través de nosotros. El descubrimiento del

inconsciente implica una nueva conceptuación de lo humano en donde se pone de

manifiesto la heteronomía radical de los seres hablantes con respecto al lenguaje que

utilizan para articular su gozo. El ser humano no puede gozar sin hablar, es un hecho

fundamental de su existencia la enajenación de ella misma al modular su deseo en palabras.

En la infancia, el cachorro humano debe modificar sus pulsiones para que éstas puedan

acomodarse en los significantes sin que las pasiones, la corporalidad, lo animal sea

dominado y absorbido totalmente. El psicoanálisis da cuenta de este drama que cada ser

humano vive de manera singular y diferente los tres primeros años de su vida en los que

forma su yo o personalidad. Desde que se inaugura el campo freudiano, sabemos que los

significantes que sostienen al sujeto están teñidos de pulsiones y que esas pulsiones deben

ser escuchadas e interpretadas para que el sujeto pueda hacerlas conscientes y decidir si

continúa o no con ese síntoma. Como dice Lacan: “o te vas sin remordimiento o te quedas

sin culpa.”

Cuando trabajamos o hablamos otorgamos al Otro algo del valor producto de

nuestro trabajo y algo de goce. Gozamos en lo que hacemos, hablar o trabajar, porque

damos un rodeo a nuestro placer; en lugar de descargar la libido de manera inmediata, la

aumentamos al cederla a cambio de reconocimiento. Para los seres hablantes no se trata de

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buscar comida sino de pedirla; no se trata de estar en celo y aparearse, se trata de

seducción. Así, llevamos a cabo la sublimación de nuestros instintos primarios. Esta

sublimación, a decir de manera muy exacta por Lacan, no es otra cosa que “coger mientras

no estamos cogiendo”, es decir, poner nuestras pulsiones al servicio de otras actividades

que se consideran más elevadas o más humanas pero que también traen consigo la violencia

de la que sólo el animal que habla es capaz. Estas palabras que pronuncio no son la

excepción y se encuentran cargadas de rabia y de indignación, de digna rabia dirían los

zapatistas. Por eso, lo único que se me ocurre es fuego, son palabras que arden sobre

imágenes que arden: niños calcinados en una guardería cuya concesión es corrupta y

dudosa, 43 estudiantes, un autobús, la puerta del Palacio Nacional, una efigie del Presidente

de la república, una casa en un poema de Brecht, un negro en un sueño de Spinoza, un país

que se llama México y que para encontrarlo hay que seguir el rastro de sangre en el mapa.

El fuego, el ardor, no es más que el síntoma de nuestra situación. Marx fue, como es

sabido desde Lacan, el inventor del síntoma. El síntoma que nos atañe el día de hoy es el

del asesinato sistemático, el del exterminio, el de la desaparición en México de las personas

consideradas desechables, excedentes. Todo el discurso de nuestra Nación no es más que el

intento de forclusión de ese Real que es la política de exterminio. El exterminio, la

negación del otro, después de calificarlo como “obstáculo al progreso o a la modernidad” es

la constante en la historia de nuestro país. Sería un largo recorrido enumerar todas las

matanzas y “escarmientos” con los que tradicionalmente ha actuado el gobierno en esta

región, baste decir que desde la época de la colonia, la manera de lidiar con aquel que se

consideraba un lastre era la masacre. En nuestra historia, las matanzas indígenas son

innumerables, en nuestro presente son una realidad agobiante. Aguas Blancas, Acteal,

Feminicidios, normalistas, son tan sólo las recientes manifestaciones de algo que es

sistemático en nuestra Nación y que ahora ha llegado a niveles alarmantes. No se puede

cavar en algún sitio del suelo nacional sin que aparezcan osamentas y cadáveres

inexplicables. Dice Zizek (2001: 81): “…concebimos lo Real como aquello que siempre

regresa al mismo lugar.” Pero, ¿cuál es ese lugar al que siempre regresamos? Se trata del

lugar al que siempre volvemos porque nuestro discurso, el discurso de nuestra Nación, no

puede nombrar, es lo que reprimimos en lo simbólico y que, por ello, regresa siempre en lo

Real. Y aquí, regresar en lo real, si se me permite el lacanés, quiere decir volver a la

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violencia, a la agresión, a la masacre. Regresamos a la violencia, a la agresión al diferente,

al exterminio del otro debido que en el lenguaje no alcanzamos a nombrarlo como un

interlocutor similar a mí, con el que puedo negociar y dialogar en vez de liquidarlo. Lo que

el ser humano no alcanza a nombrar va a tratar de controlarlo por medio de la violencia y,

por medio de ella, suprimirlo de una vez por todas.

En México, el Estado de guerra ya es síntoma porque es repetitivo; la violencia es

algo que se repite y se repite cada vez que algún subordinado intenta tomar la palabra. Al

sur del río Bravo es común que, desde la época de la colonia, esté montado todo un aparato

estatal de represión que busca deshacerse de aquellos que estén en contra de la

“modernización”. Recientemente, Carlos Illades y Teresa Santiago (2014) realizaron un

análisis sobre el estado de guerra imperante en nuestro país en las últimas décadas. De

acuerdo con ellos, hay una constante en esta guerra: la persecución de las personas que no

encajan y están en contra de la modernización, como se les llama en México a la promoción

del interés privado o a la expansión de la empresa privada, como afirman estos autores.

Para ellos, la supuesta guerra contra el narcotráfico fue iniciada por el gobierno

neoconservador de Felipe Calderón contra aquellos que no reconocen el régimen neoliberal

como “natural” y que fueron bautizados por ese régimen como el “México del caos”. El

Caos lo conforman en México principalmente los indígenas, pero también cualquier

opositor como son los estudiantes, los maestros, y todos aquellos que no están de acuerdo

con las políticas privatizadoras. Hacia ellos se dirige toda la violencia de la maquinaria

estatal que se repite cada determinado tiempo.

Esta repetición inconsciente tiene un carácter libidinal, sexual. La sexualidad en el

psicoanálisis no es una sustancia sino que se trata de la estructura formal del fracaso de

todo discurso y actividad que permea cualquier ámbito de la realidad humana. Cuando

llevamos a cabo alguna actividad que no logra alcanzar directamente su objetivo y queda

atrapada en un círculo vicioso, adquiere de inmediato el carácter sexual. Es en este sentido

que toda relación de poder está preñada de sexualidad ya que entre el amo y el subordinado

que no habla hay una repetición teñida de libido en la que uno manda, ordena, es decir,

habla y otro que calla y ejecuta las órdenes. Esta manera asimétrica de comunicarse

constituye tan sólo los síntomas, los puntos ciegos del discurso de aquello que el propio

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lenguaje es incapaz de nombrar pero que actúa en las coordenadas fantasmáticas de

aquellos sujetos a ese discurso. Es en este sentido que debe entenderse la frase “el

inconsciente es el discurso del Otro.”

Y el discurso del Otro en nuestro país, hay que aceptarlo, está plagado de racismo,

de exclusión, de voluntad de poder que no pocas veces muestra, como en Iguala

recientemente, su faceta asesina. Es un lugar común afirmar que nuestra Nación tiene su

origen en el “choque de civilizaciones” que tiene lugar desde 1519. Es menos común

afirmar que este proceso, en vez de ser de mestizaje como se ha dicho para enmascarar la

realidad, es de genocidio continuo. A partir de la Colonia se ha ido desarrollando un Estado

que diagnostica quién sobra en la modernización; un Estado que implementa tácticas y

estrategias para deshacerse de los sobrantes, de aquellos que no encuentran acomodo. Marx

es el pensador con el que podemos empezar a pensar y a explicar las causas y el

funcionamiento de esta violencia que podemos llamar sistémica. La conquista de México es

contemporánea del surgimiento del capitalismo mercantil y como tal, el trabajo, la actividad

vital está reglada y regulada por el capital mismo. La llegada de los europeos y nuestra

conversión a su religión que tiene por Dios al oro, como bien lo notaron los pobladores

americanos en ese entonces, tuvo por consecuencia que fuera declarado sobrante e inútil

cualquier actividad que no generara ganancia o beneficio. Es decir, si no se es productivo

dentro del esquema D-M-D’ no se tiene derecho a existir. En México impera, de manera

burda y desnuda, el principio de beneficio: si algo o alguien contribuye a reproducir el

Capital, este algo o alguien es reconocido y tiene así “derecho a existir”. En caso contrario,

si propia existencia de algo o el hacer o producir de alguien no contribuye a elevar la tasa

de ganancia es declarado sobrante y se puede hacer de él lo que más que convenga a los

propietarios, llegando a los casos extremos de la matanza sistemática.

Desde la conquista del territorio que hoy se llama “Estados Unidos Mexicanos” por

parte del Reino de España, toda la población fue sometida y sujetada con el fin de servir, de

una u otra manera, a la extracción del oro y la plata. Desde 1521 se inauguró, a sangre y

fuego, la temporada de explotación a los seres humanos y de depredación a la flora y fauna

del lugar. La constante en la historia de nuestro país desde que se impuso la religión

cristiana, es la de sacrificar las vidas de los hombres y mujeres por la producción de riqueza

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para unos cuantos. Es posible rastrear las emergencias y mutaciones que ha sufrido el

sistema económico nacional para crear beneficios e insertar violentamente a la gente,

sobretodo indígena, al proceso productivo. Sin embargo, en nuestros días, asistimos a la

fase neoliberal de apropiación de los recursos y explotación de la mano de obra. El

capitalismo neoliberal es una fase ofensiva del Capital, hacia sus propios enemigos ya que,

entre 1917 y 1976, la económica capitalista sufrió varios reveses que lo tenían a la

defensiva frente a otras maneras de entender la economía. El neoliberalismo es el

capitalismo triunfante que supo cómo derrotar a sus enemigos para después llevar a cabo

una ofensiva que, desde hace aproximadamente 30 años, supone una restructuración del

planeta de tal forma que sean “las inversiones” lo que sea protegido y prioritario, incluso

sobre la vida de las personas.

Tanto en el mundo, como en México, la forma de funcionar y de actuar del

capitalismo neoliberal es la guerra. Una guerra que ya no puede tomar la forma de conflicto

entre diferentes Estado-nación como sucedió en las dos primeras guerras mundiales, sino de

una guerra que se lleva a cabo para imponer una lógica económica que privilegia la

propiedad privada por parte de las elites mundiales contra la población civil y sostenida, en

última instancia, por el brazo armado de los Estados Unidos. Estamos presenciando una

guerra entre los intereses privados y los intereses de los pueblos. En México, el gobierno ha

querido insistir en que esa guerra de restructuración del espacio por parte del Capital es una

guerra contra el narcotráfico, como la definió el expresidente Felipe Calderón, cuando

inicio esa guerra con el fin de legitimarse, ya que llegó al poder por medio de un fraude

electoral. Como dice Pietro Ameglio (2014): “Es falsa la imagen oficial de “Guerra contra

el narco”, en realidad, se trata de una guerra (un gran negocio) intercapitalista por el

monopolio de una mercancía ilegal, con bandos que para ello están construyendo su propia

territorialidad y que se caracterizan todos ellos cada vez más por la interconexión entre el

crimen organizado, el sector empresarial y el aparato de gobierno en todos sus niveles,

comprendidas las fuerzas armadas”. Lo que sucede en nuestra Nación es que varios cárteles

del narcotráfico de disputan el territorio para controlar el tráfico de mercancías que, gracias

a su regulación por medio de la ilegalidad, aumentan cada vez su precio y por ello el

beneficio de producirlas y distribuirlas. En este conflicto, el gobierno mexicano es sólo un

cartel más, un actor, privilegiado y poderoso sin duda, pero que en varios territorios

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encuentra su poder disputado. Mientras tanto, se impone el mejor ambiente para los

negocios en todo el territorio, aunque esto sea en detrimento del medio ambiente y de la

vida humana.

En México vivimos realmente un “estado de naturaleza”, tanto en el sentido que da

Hobbes a ese término, ya que hay una debilidad del Estado que ha desembocado en una

“guerra de todos contra todos”. Pero también en el sentido en que los neoliberales piensan

que el mercado es el régimen natural de la humanidad. Es así que en el país, el mercado es

la realidad imperante, ya que rige la competencia. El poder del dinero y el de las armas han

entrado en competencia. A veces, los balazos resuelven las disputas, a veces las urnas, pero

el estado de guerra es generalizado. No hay ninguna manera de distinguir entre Estado y

narcotráfico como quieren hacernos creer. El supuesto narcotráfico se ha convertido, según

el discurso oficial del gobierno y los medios, en aquello que impide nuestro goce total.

Algo parecido a la figura del “judío” en la Alemania nacionalsocialista. Lo que existe

realmente es un proceso de descomposición social debido a la corrupción generalizada y a

las políticas neoliberales de capitalismo salvaje que sólo benefician a los que más tienen, en

detrimento de los más pobres. Así, la sociedad se ha dividido entre predadores capitalistas y

presas que “no sabemos vivir” en las políticas de ¿libre? mercado.

Como ha mostrado David Pavón-Cuellar en su artículo “Estado de excepción: Marx

y Lacan en Ayotzinapa” (2014), los normalistas son aquello que es declarado sobrante y,

como tal, su destino fue normal: terminar en el basurero. Sea cierta o no la versión de la

PGR, es algo significativo en este punto. Los estudiantes para profesores y futuros

enseñantes de campesinos pobres como ellos, eran anticapitalistas, tenían un modo de vida

diferente. Su actividad sobra, no encaja con el esquema de capitalismo global en que

México quiere instalarse para ser “moderno” y, por fin, rico y próspero. La modernidad, la

riqueza y la prosperidad, el “ser como los americanos o como los europeos” es el objeto del

deseo de nuestra Nación, su object a. Por eso, el campesino indígena pobre que busca

concientizar a otros campesinos indígenas pobres es un obstáculo para la búsqueda de esta

satisfacción. Los estudiantes indígenas, por su carácter colectivo y comunitario de existir,

son un obstáculo para los intereses privados. Se trata de aquellos que se oponen a la

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dictadura de la propiedad privada, de aquellos que no se dejan vences y tienen 500 años de

experiencia en la resistencia.

Los estudiantes de las Escuelas Normales Rurales son un ejemplo paradigmático de

lo que se ha llamado un “universal antagónico” ya que, como toda la realidad indígena en

México, son aquello que no puede decirse en el discurso pero que subyace en el interior y

fundamenta a ese discurso. Los indígenas son el inconsciente de México ya que son lo “no-

dicho” lo forcluido o reprimido de nuestro discurso y por ello mismo encarnan lo universal

en México, el proyecto que todos podemos y debemos seguir, un proyecto que los integre y,

así, transforme radicalmente al país. Como dice Mariflor Aguilar (2007: 182): “… el

universalismo posible es sólo el que se construye sobre la base y en relación con algún

grupo social excluido”. Únicamente los nadies, los subalternos, los borrados pueden ser el

referente de algún universal válido. El discurso del poder no escucha, simplemente

administra la vida y la muerte a la vez que se niega a ver y a oír a aquello excluido. Esa

exclusión es el pilar en el que se sostiene y se construye el discurso oficial mexicano.

“Todos somos Ayotzinapa” es el único universal posible en nuestro país, ya que

nombra no solamente a la masacre de Iguala, sino a los feminicidios, a la desigualdad, al

hambre, a la falta de oportunidades, a todas las injusticias que suceden sólo por haber

nacido entre el Río Bravo y el Suchiate. El caso Ayotzinapa es un caso en que el proceso de

hegemonía ha funcionado muy bien y ha podido aglutinar en él a todas las demandas. En

Ayotzinapa estamos presenciando la formación de un Pueblo en el sentido que le da

Ernesto Laclau al término. En este fenómeno se muestra la lógica populista en pleno.

“Todos somos Ayotzinapa” es un significante vacío que nombra el cortocircuito de la

plenitud de la sociedad mexicana. Un significante puede ser portador de una particularidad

y, a la vez, de una significación más universal de la que también es portadora. Un

significante que asume al mismo tiempo la particularidad y lo universal es lo que Laclau,

siguiendo a la lingüística estructuralista y el psicoanálisis lacaniano, llama un “significante

vacío”. Un significante vacío es algo imposible, algo que transforma su propia

particularidad en el cuerpo que encarna una totalidad inalcanzable.

Para Laclau, la categoría de “pueblo” es un significante vacío, cumple una función

agrupadora de la totalidad imposible. El “pueblo” no es una expresión ideológica sino una

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relación real entre los agentes sociales, es una forma de constituir la unidad del grupo. La

unidad más pequeña por la cual comenzar a explicar la formación del pueblo es la de

“demanda social”. Una demanda social, representa una petición, un reclamo. La formación

del pueblo surge de las demandas, de las reivindicaciones, de la negatividad de las

necesidades. El pueblo surge cuando algún individuo o grupo, en tanto agente social,

expresa cosas tales como ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! El pueblo surge de la

carencia de los agentes sociales y de la incapacidad el poder y del sistema por resolver esas

demandas. Una demanda implica una falta y, a su vez, el pedir algo, el pedir algo a

alguien. Las demandas sociales son insatisfechas ya que el poder permanece insensible a

ellas.

Laclau establece una diferencia entre lo que él llama “demandas democráticas” las

cuales, satisfechas o no, permanecen aisladas. En cambio, llama “demandas populares” a

aquellas que, debido a la incapacidad del sistema de atender demandas de manera

diferencial, se establece entre varias demandas particulares una relación equivalencial. De

este modo, una pluralidad de demandas se articulan de forma equivalencial para constituir

una subjetividad social y comienza, así, a formarse, en un nivel muy incipiente, a

constituirse el “pueblo” como un actor histórico potencial. Un pueblo se constituye a través

de la lógica de la equivalencia, englobando las demandas particulares en una sola

equivalencial, pero también a través de la lógica de lo que hemos llamado lógica de la

diferencia, a través del antagonismo. Al definir al adversario y separando claramente al

“pueblo” del poder se divide a la sociedad en dos campos: el pueblo se diferencia a sí

mismo, pues, de la oligarquía, de los saqueadores y parásitos, de los burgueses, de los

explotadores y opresores. Las dimensiones del populismo son, entonces: “la unificación de

una pluralidad de demandas en una cadena equivalencial; la construcción de una frontera

interna que divide a la sociedad en dos campos; la consolidación de la cadena equivalencial

mediante la construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más que la

simple suma de los lazos equivalenciales.” (Laclau, 2006: 102)

Es así, que el pueblo se presenta a sí mismo como una parte de la sociedad, un

componente parcial que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima. El pueblo

está constituido por el conjunto de los menos privilegiados (plebs) con aspiración a ser

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populus, es decir, el cuerpo de todos los ciudadanos. El pueblo, entonces, requiere de la

división dicotómica de la comunidad en dos campos, uno que se presenta a sí mismo como

parte que reclama ser el todo. Esta dicotomía implica la división antagónica del campo

social, al mismo tiempo que el campo popular presupone, como condición de su

constitución la construcción de una identidad global a partir de una equivalencia de la

pluralidad de las demandas sociales. Las demandas parciales de la plebs, de los oprimidos,

se inscriben en el horizonte de una totalidad plena, una sociedad justa que existe

idealmente. Así, estas demandas aspiran a constituir un populus verdaderamente universal

que es negado por la situación realmente existente. El populismo gira entonces en torno a

las siguientes tesis: “(1) El surgimiento del pueblo requiere el pasaje –vía equivalencia-de

demandas aisladas, heterogéneas, a una demanda “global” que implica la formación de

fronteras políticas y la construcción discursiva del poder como fuerza antagónica; (2) sin

embargo, como este pasaje no se sigue de un mero análisis de las demandas heterogéneas

como tales –no hay una transición lógica, dialéctica o semiótica de un nivel a otro-debe

intervenir algo cualitativamente nuevo.” (Laclau, 2006: 142)

Lo cualitativamente nuevo a lo que se refiere Laclau es que el significante “pueblo”

tiene la función de lo que Lacan llama objeto a. Hay una investidura radical en ese objeto.

Esa investidura es la misma operación que se realiza cuando se ama o se odia, significa

privilegiar ese objeto debido a que, o porque creemos que, ese objeto va satisfacer nuestros

deseos o pulsiones. La investidura radical significa que hacemos de un objeto el objeto la

encarnación de la plenitud mítica. El efecto o el goce constituyen la esencia misma de la

investidura; el carácter contingente da cuenta del componente radical de la formula. Ya

decía Freud, citando a Bernard Shaw, que enamorarse es exagerar considerablemente la

diferencia entre una mujer y otra. Enamorarse es un buen ejemplo de lo que es un objeto a.

Debido a la pulsión erótica que tenemos los seres humanos de unirnos con el “gran todo”,

de volver al útero materno y sentirnos con la totalidad natural, (hecho imposible)

investimos en alguna mujer ese deseo con el que particularizamos la pulsión general.

Construir un pueblo es como enamorarse, particularizamos la pulsión de nuestras demandas

en una pulsión general que engloba la universalidad del deseo. Una demanda equivalencial

cumple la misma función que cuando amamos a una mujer, la mujer se convierte en

símbolo de la plenitud total y completa saciedad imposible del deseo, del mismo modo que

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como no podemos alcanzar la sociedad utópica ideal, investimos la demanda popular en su

particularidad con la totalidad de los deseos para poder construir una patria al pueblo que

formamos. Recapitulando, construir un pueblo significa constituir un sujeto político global

que reúne una pluralidad de demandas sociales, así como la construcción de fronteras

internas para antagonizar la sociedad en dos partes, una de las cuales, la de los oprimidos,

busca representar la totalidad de la comunidad.

Como dice El subcomandante insurgente Moisés (2014): “Es terrible y maravilloso

que familiares y estudiantes pobres y humildes que aspiran a ser maestros, se hayan

convertido en los mejores profesores que han visto los cielos de este país en los últimos

años.” Los normalistas nos han mostrado los antagonismos que subyacen a la Nación

mexicana pero, al mismo tiempo, nos han enseñado como resistir si se trata de intervenir

desde abajo. También nos han enseñado como aglutinar las diferentes luchas en una sola y

hacer de muchos dolores un solo dolor combativo que clama por justicia. Repentinamente,

los normalistas se convirtieron en la Nación y el Pueblo se transformó en normalistas. Si

México quiere cambiar tiene que empezar por empezar a tomar a cuenta a gente como ellos

en vez de condenarlos al abyecto silencio de la muerte como sucede actualmente.

La sabiduría popular da en el clavo al afirmar “el culpable es el Estado”, su frase da

con la verdad a pesar de no ser técnicamente exacta, ya que, como es común en México, no

se diferencia entre Estado y gobierno. Según Wikipedia1: “Estado es un concepto político

que se refiere a una forma de organización social, económica, política soberana y

coercitiva, formada por un conjunto de instituciones no voluntarias, que tiene el poder de

regular la vida comunitaria nacional, generalmente en un territorio.” Debe subrayarse el

carácter de “no voluntario” ya que así se pone de manifiesto la relación con el inconsciente.

El Estado, equivalente aquí al concepto de Otro lacaniano, es el lugar donde somos

hablados, somos actuados. Es en este sentido, que el culpable de la matanza de los

1 Citamos a la Enciclopedia virtual por ser, en la actualidad, una especie de Otro virtual en el que el significado de las palabras se fija por medio la participación libre en el sitio. Presenciamos a Otro pseudo-democrático que, en la lógica del capital-parlamentarismo, lo que diga la mayoría siempre coincide con las reglas del juego. ¿No es este el chantaje (también pseudo) democrático de nuestros días? Todos los gobiernos deben ser electos reza la doxa contemporánea, siempre y cuando elijas bien. Si te equivocas al votar por regímenes populistas en América Latina o por el “no a la Constitución europea” tu decisión puede ser revocada. Seguir llamando “democracia” y no dictadura a este modo de proceder, en lo lingüístico, en el saber o en lo político, sólo demuestra quien manda.

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normalistas, y de todas las demás, son las coordenadas de sentido que nos permiten hablar y

actuar. Es la propia fantasía del mexicano la que produce las masacres. La fantasía es el

nombre que en el psicoanálisis denomina a la manera en como estructuramos la realidad

para poder perseguir nuestro deseo, es el lugar donde se anudan el deseo del

reconocimiento y el reconocimiento del deseo. La fantasía da consistencia a lo que

llamamos realidad.

La realidad nacional es una realidad de exterminio forcluido o reprimido. Todo el

discurso del país está organizado para “tapar” o esconder ese Real de los millones de

excluidos y echados a la basura por el metabolismo del Capital que come y defeca seres

humanos pero que es muy rentable para los propietarios. La lógica del libre mercado trae

consigo un doble movimiento que es generador de una riqueza extrema para unos pocos y

de una miseria obscena para los muchos. Aquellos, que, colocados de manera inconsciente

como soportes de este régimen y que exclaman: ¡Pónganse a trabajar! A aquellos que

protestamos y que queremos un cambio de sistema también pronuncian una verdad.

Nuestro trabajo no es reconocido por el Estado, por ese gran Otro que funciona como amo

y que tiene por función determinar qué actividades son productivas y cuáles no. Nuestro

trabajo no valoriza al Capital y por lo tanto es inútil, desechable. Los normalistas

cometieron el grave pecado de la obstinación al querer aferrarse a su identidad de indígenas

campesinos pobres que enseñan y concientizan a otros campesinos indígenas pobres. No

quisieron aceptar su “lugar natural” de subordinados y resignarse a trabajar en las minas, en

Telmex, en Televisa, en McDonald’s, en Domino’s, en un nuevo aeropuerto y así servirle a

los turistas o patrones extranjeros. Su terrible falta fue haber sido quienes son.

No es de extrañarse que este Real reprimido de la realidad indígena vuelva entonces

en forma de sueño, o mejor dicho, de pesadilla. Como aquella que nos cuenta Spinoza en

una carta a Pieter Balling fechada el 20 de Julio de 1664. El filósofo holandés soñó con

“cierto brasileño negro y sarnoso al que nunca había visto antes” (Spinoza, 1998: 158) ¿No

estamos presenciando en esta pesadilla el retorno de lo Real de aquello que es reprimido?

¿El Dios inmanente de Spinoza, que bien puede funcionar como una metáfora del Capital

que se manifiesta en infinitos modos no tiene su límite en este negro sarnoso que no es otra

cosa que el esclavo rebelde? ¿Decir que nunca lo había visto antes no es una manera muy

Page 13: const Web viewLacan decía que “la realidad es para los cobardes que no pueden . soportar sus sueños.” Los normalistas son, hoy en día, el negro sarnoso que reconocemos muy

freudiana de denegación para decir que lo conoce muy bien? Las revueltas de esclavos eran

en esa época lo único que se interponía entre el progreso del capitalismo mercantil que

florecía en ese entonces y que hacía de los Países Bajos una potencia naviera. Los negros

sarnosos eran un impedimento a las ganancias del mismo modo como lo ha sido siempre el

indio en la historia de nuestro país. Por eso, ese “negro” perturba a la única sustancia divina

del pulidor de lentes, es aquello que se resiste a ser modo del sistema monista.

Ese indio regresa periódicamente en forma de revuelta y reviste varios nombres:

Emiliano Zapata, Genaro Vázquez o Lucio Cabañas son sólo algunos de ellos. Los

estudiantes de Ayotzinapa fueron asesinados por personificar aquella subjetividad

reprimida en el territorio que llamamos México desde hace 500 años. Por eso, el discurso

oficial no sólo no reconoce a los normalistas sino que se fundamenta en su negación. Los

normalistas son el “naco”, el “pelado”, aquello que el discurso de nuestro país no puede

digerir y que sólo es una pesadilla para los mexicanos de arriba. Aquello que tampoco

encaja en la moral de los ideales burgueses de vivir en paz, asociarse de manera fructífera,

ser libre de vivir y progresar en nuestro conocimiento, de perseverar en el ser, etc. Es el

indio que interrumpe el curso normal de las cosas.

“Perdone las molestias, pero esto es una revolución”, decía el subcomandante

insurgente Marcos en los días de 1994 en que el EZLN tenía tomada la ciudad de san

Cristóbal de las Casas, en otra irrupción de ese síntoma violento que es el indio. Por esos

días, el EZLN profería su consigna de ¡Ya basta! Y con el rostro cubierto con

pasamontañas o paliacates encarnaban la metáfora de propia falta de rostro. El sistema los

había condenado a ser nadie, ahora esos nadies se tapaban el rostro negado y decidían

contraatacar. El propio subcomandante Marcos era fotografiado con el dedo medio en alto

como seña obscena que desafía al poder. El asesinato de Julio César Mondragón, estudiante

de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, quien fue desollado y al que se le

sacaron los ojos estando vivo, puede verse como la contraofensiva del poder al desafío

lanzado por los zapatistas. El EZLN, como psicoanalista, devolvía su mensaje inverso al

poder; el gobierno, al quitarle el rostro al estudiante para conjurar ese espectro de indio

rebelde, respondía también con ese mismo mensaje al volver, por segunda vez, literal la

metáfora. La fotografía macabra de Julio César habla y nos dice: “deben conformarse con

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su lugar de nadies, ustedes no tienen rostro para nosotros”. No hay que olvidar tampoco que

la práctica de desollar a los rebeldes tiene también la marca de la repetición (y por ello,

sexual como dijimos), ya que es la manera en cómo se acostumbraba reprimir las rebeliones

indígenas en la colonia y en el siglo XIX

La masacre de Iguala es un crimen de violencia sistémica por parte del Estado

mexicano y, como toda violencia, tiene por correlato una impotencia. La impotencia de no

poder tratar, sea incorporando sea eliminando, a esa población excedentaria. Y como toda

declaración de impotencia, sólo logró que lo Real que se trata de conjurar volviera con más

fuerza. Los normalistas que se quisieron borrar han vuelto en forma de millones a lo largo

de todo el país y ahora su grito de justicia es imposible de sofocar.

También el psicoanálisis tiene qué decir acerca del curso que puede tomar la

rebelión. De la misma manera en que el paciente que se somete a tratamiento psicoanalítico

y se recuesta en el diván no puede esperar una simple “reforma” de su yo o ego, es decir,

conservarlo mientras sólo elimina los síntomas y los tics patológicos, sino que hay que

confrontar al paciente con ese ego que no es otra cosa que los síntomas y fantasías que

estructuran su goce para reestructurar completamente su forma de desear. En este caso, de

lo que se trata es de poner en cuestión toda nuestra identidad nacional, ya que esa misma

identidad es la que tiene por síntomas las masacres. Es nuestra manera de ser como

mexicanos, nuestra manera de gozar lo que produce las muertes y la exclusión de millones

de compatriotas.

En la clase del emblemático 15 de mayo de 1968, Lacan exclamaba: “¿Qué espera

de nosotros la insurrección? La insurrección les responde: por ahora, lo que esperamos de

ustedes… ¡es que nos ayuden a arrojar adoquines!” (Stavrakakis, 2010: 33) ¿Qué significa,

en el contexto de nuestro movimiento, arrojar adoquines? Me parece que debe ser el

nombre de una sustracción radical con respecto al poder que estructura nuestro deseo. La

mejor forma de lanzar un adoquín simbólico a este sistema que funciona excluyendo y

matando es responder a la manera de Bartleby “preferiría no hacerlo”. Es decir, se trata de

“no hacer nada” para soportar este sistema, y, otra vez, son nuestros adversarios los que nos

muestran la verdad, las marchas y los paros “no sirven para nada”. No sirven para nada. No

es gozo que entregamos al Otro, no es trabajo que nos extirpa el patrón, es gozo tan sólo

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para nosotros mismos, que hemos decidido formar cuerpo con esa Escuela Normal de

Ayotzinapa y, así, incorporarnos a ellos, formar parte de esa "parte sin parte" que es salvaje

y que por eso asusta a los súper-yoes de muchos que les molesta que la libido que invierten

en reproducir el sistema establecido sea interrumpida.

Detenernos en este no hacer nada sirve para lograr la identificación con este síntoma

que son los normalistas. Se trata de hacer o de conformar un nuevo cuerpo con ellos de tal

modo que aquello que permanecía innombrado y reprimido de tal forma que todo el sistema

que produce seres humanos desechables sea transformado radicalmente. El 3 de diciembre

de 1969 Lacan respondía a los histéricos que lo que buscaban es un nuevo amo. Es

precisamente lo que buscamos y lo que vamos a tener, pues se trata de una transformación

radical de nuestro país, en los que los sujetos que antes no eran nada, a los que se negaba el

rostro pasen a ser todo, es decir, que se conviertan en el significante amo que comande la

transformación.

Si alguna vez existió un ejemplo de homo sacer, de aquel ser humano que como

plantea Agamben (1998), es sagrado, no puede sacrificarse, pero, al mismo tiempo su

asesinato no es considerado como tal y queda impune, no perseguido por la ley, es el indio

mexicano. A finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando se forjó el movimiento

independista de nuestro país, el mito azteca tuvo una importante función en la formación de

la naciente identidad mexicana. Los aztecas, una civilización ya desaparecida, formaban

una continuidad histórica con los criollos inconformes con la dominación española. El indio

bueno era el indio muerto, ya que los vivos, mayas, tzotziles, zapotecos, yaquis, etc, debían

continuar conformándose con una posición de subordinación. Este pasado indígena paso a

ser algo sagrado, las ruinas de las antiguas ciudades prehispánicas son lugares de culto y de

visita obligada para turistas nacionales y extranjeros mientras que al indio vivo y de carne y

hueso se le despoja de su tierra o es asesinado impunemente.

Como vimos antes, el indígena juega por esto en nuestra actualidad la figura del

“universal antagónico” ya que al ser los excluidos, los sin parte, interpelan a todos. Hacer

cuerpo con ellos, en tanto que son el síntoma, implica una identificación con ellos de tal

forma que el sistema sea transformado de tal modo que esta vez sea reconocida su voz y

puedan ser escuchados. Lacan decía que “la realidad es para los cobardes que no pueden

Page 16: const Web viewLacan decía que “la realidad es para los cobardes que no pueden . soportar sus sueños.” Los normalistas son, hoy en día, el negro sarnoso que reconocemos muy

soportar sus sueños.” Los normalistas son, hoy en día, el negro sarnoso que reconocemos

muy bien y que hay que soportar de tal modo que nos identifiquemos con él.

Identificarnos con los normalistas implica compromiso con el movimiento de tal

modo que nos liberemos de los fetiches, prejuicios y dogmas de nuestra situación actual,

tales como son la democracia o la mayoría, o incluso el diálogo. Debido a que son trabas

que obstaculizan el compromiso. Se trata de admitir que nuestro país está ardiendo y que no

es con palabras que “tapan el agujero” de la política que podemos apagar este fuego, sino

saliendo de esta casa en llamas. En un poema de Brecht titulado “parábola de Buda sobre la

casa en llamas” el dramaturgo alemán nos cuenta la historia de unos discípulos de

Siddhartha Gautama que lo cuestionaban acerca de cómo sería el Nirvana una vez librados

de la Rueda de los deseos. El Buda no tuvo nada que responderles, pero en la noche, frente

a otros discípulos, los comparó con aquellos que estando dentro de una casa en llamas y,

que siendo comedidos a salir por gente afuera, respondían con preguntas tales como: ¿qué

tiempo hace afuera? ¿Corre el viento? ¿Hace calor o frío, para saber que ponerme?, etc.

Brecht finaliza el poema comparando a los cobardes con aquellos que no se atreven a

liberarse de su deseo, con aquellos que: “viendo acercarse ya las escuadrillas de

bombarderos del capitalismo, aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa

y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros después de una revolución, a

ésos poco tenemos que decirles.” (Brecht, 2007: 86)

El militante debe estar consciente de que divide, de la misma manera que el

analizante lleva a sus máximas consecuencias la escisión o clivaje en su subjetividad. Como

dice Alain Badiou: “No ser un conservador sino ser un activista revolucionario en nuestros

días, significa obligatoriamente desear la división.” (Badiou, 2007: 167) Hoy en día,

México está dividido y existen dos bandos, uno conservador y otro que busca el cambio

radical. Cada quien es responsable de su posición subjetiva, pero el cambio sólo puede

venir de la identificación con el excluido, con la víctima. Deleuze y Guattari decían: habrá

que devenir negro para no reencontrarse fascista. Sólo si nosotros ardemos podemos

iluminar el futuro. Hoy en día, las circunstancias nos exigen devenir normalistas si no

queremos descubrirnos priistas.

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