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Revista de Pedagogía ISSN: 0798-9792 [email protected] Universidad Central de Venezuela Venezuela Jáuregui, Luis Bravo Reseña de "Crítica de la Razón Cínica de Peter Sloterdijk: Cinismo y pedagogía" Revista de Pedagogía, vol. XXVI, núm. 76, mayo-agosto, 2005 Universidad Central de Venezuela Caracas, Venezuela Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=65913205007 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

Crítica de La Razón Cínica de Peter Sloterdijk

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Crítica de la Razón Cínica de Peter Sloterdijk: Cinismo yPedagogíaEdiciones Siruela. Madrid, 2003Luis Bravo JáureguiEscuela de Educación, Universidad Central de Venezuela; [email protected]

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Page 1: Crítica de La Razón Cínica de Peter Sloterdijk

Revista de Pedagogía

ISSN: 0798-9792

[email protected]

Universidad Central de Venezuela

Venezuela

Jáuregui, Luis Bravo

Reseña de "Crítica de la Razón Cínica de Peter Sloterdijk: Cinismo y pedagogía"

Revista de Pedagogía, vol. XXVI, núm. 76, mayo-agosto, 2005

Universidad Central de Venezuela

Caracas, Venezuela

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=65913205007

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Crítica de la Razón Cínica de Peter Sloterdijk: Cinismo y Pedagogía

Ediciones Siruela. Madrid, 2003

Luis Bravo Jáuregui

Escuela de Educación, Universidad Central de Venezuela; [email protected] ¡Qué ironía… tan cínica! Debo hacer algo que no puede ser hecho. Pero lo hago, pese a todo. ¿Es el cinismo pedagógico, quizás, lo que me permite intentar lo imposible? Doblemente: el texto es extremadamente complejo y carezco del entrenamiento necesario para producir una revisión adecuada de él. A la vez que tengo la sagrada obligación de decirle a otros que conozco una obra importante y exótica, según la he leído yo primero. Las mieles del poder son a veces amargas para el que tiene el poder del conocimiento. Estoy muy por debajo del tema, y el autor ayuda poco. Pues el tema remite prácticamente a toda la historia conocida de la filosofía, cosa que ni muy lejanamente domino. Y el texto de Sloterdijk tiene unos requiebros extremistas, idas y venidas, gesticulaciones argumentales supremamente elaboradas y soprendentes, que nieblan la posibilidad de que un aficionado, no un filósofo profesional y cultivado, pueda aprovechar plenamente la lectura. Pero, y he ahí el quid del asunto, sólo con una buena dosis de cinismo es posible atacar el compromiso (que conscientemente he asumido –ironía– aunque pese) de presentar ante la comunidad académica avisada este texto de filosofía pura. ¡Sí… y qué! Hagamos (hago) como que dominamos el tema para animar una discusión que movilice a los expertos para que lean esta obra y conozcan al autor para que un trabajo mejor que éste pueda ser hecho con toda propiedad. Y es que en el fondo, estos menesteres de decirle a otro lo que tiene que saber de… es un asunto que se explica dentro del juego saber es poder. Y que puede ser resuelto decorosamente apelando al como si, vale decir al actuar como si supiésemos mucho de lo que hablamos. Tanto, que tiene que ser acatado. O admirado como una verdad que si bien provisional resulta sugestiva para la propia construcción del saber. Tan cínicos como los que más. Tan químicos –cinismo con el cuerpo todo– como lo permitan los buenos usos y costumbres académicas. Y… si no lo aceptan… peor para ellos… Entonces yo, definitivamente, no nos, no nosotros, YO, en yo grande (¿egocéntrico?, puedo hacer que sé mucho porque he leído antes el texto y tengo la maña de hacer como si supiese mucho). Desde lo que sabemos, empezamos por decir, atrevidamente, que si hay algún filósofo contemporáneo que está en sintonía con los avatares del pensamiento actual es este profesor de la Hochule für Gestaltung de Karlsrule, Alemania. Lo está por tres razones: porque es capaz de meterle el diente a un tema central de la vida-pensamiento que a todos nos atormenta. Como lo es… si ciertamente estamos pasando de una época a otra en las formas que conocemos de representar la existencia humana, o no. Además, porque es capaz de interrogarse sin disimulos retóricos, de si el escenario adecuado para plantearse las dudas y las hipótesisrespuesta que se levantan respecto a lo que vemos en la sociedad contemporánea es la filosofía y la universidad que tenemos. O hay que hacerlo en los medios de comunicación y en la calle, reventando las

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estrecheces de la moral y las buenas costumbres, que campean en la palestra filosófica y universitaria. Y, finalmente, si acaso es cierto que la insolecia irónica como estandarte del pensamiento crítico se agota en los desplantes de los artistas y de los profesionales de la irreverencia, o es una posibilidad cierta para desenmascarar las perversiones que se derivan del anquilosamiento que protagonizamos quienes nos ocupamos de criticar lo que está, en el momento preciso de probar o reprobar la máxima eterna según la cual saber es poder. Lo hace a la manera de Sloterdijk. Desmigaja la forma instituida de mirar lo que existe y queremos que se dé, bajo una manera muy filosófica, criticando los métodos y resultados de los otros, que han sido, marcando una perspectiva personal, desde, por supuesto, lo que los otros han dicho y gesticulado:

Desde hace un siglo, la filosofía se está muriendo y no puede hacerlo porque todavía no ha cumplido su misión. Por esto, su atormentadora agonía tiene que prolongarse indefinidamente. Allí donde no pereció convirtiéndose en una mera administración de pensamientos, se arrastra en una agonía brillante en la que se le va ocurriendo todo aquello que olvidó decir a lo largo de su vida. En vista del fin próximo quisiera ser honrada y entregar su último secreto. Lo admite: los grandes temas no fueron sino huidas y verdades a medias. Todos estos vuelos de altura vanamente bellos –Dios, universo, teoría, praxis, sujeto, objeto, cuerpo, espíritu, sentido, la nada– no son nada. Sólo son sustantivos para gente joven, para marginados, clérigos, sociólogos (pedagogos, agregaríamos gustosamente, desde nuestra pretensión de lectores asomados) (SLOTERDIJK, 2003: 13).

A la manera alemana, –sin quererlo quizás– conjurando los excesos de la tentación alemana de producir ideología, de modo tan apasionado y descuidado de sus consecuencias, tratando de conjurar los pecados de una ilustración tardía y quizás escasa en ideas originales. Reivindicando el método de los antiguos griegos descontentos con la pacatería del pensamiento prefabricado de raíz platónica y aristotélica, que se hacia en la Academia o el Liceo, el Ágora o los salones de los guerreros y comerciantes privilegiados, que se fue haciendo, fuera de polvo y paja, por los siglos de los siglos. Amarrándose a la insolente gesticulación cínica, o química, ocupándose más del lenguaje del cuerpo que de las palabras escritas. Resaltando el desplante, la insolencia de un gesto oportuno, cuando el poder quiere saber y se le da una bofetada, que si bien duele, ¿a quien le gusta el desaire?, tiene la capacidad de mostrar la claridad de la luz que significa la anécdota que habla de un Diógenes diciéndole a Alejandro Magno que se aparte porque le tapa el sol, en el medio de la calle a la vista de todos. Se coloca Sloterdijk, o hace como si se colocara, o le saca la lengua a los más doctos, colocándose ahí, a la par de Nietzsche y Marx, más del primero, por supuesto:

La decisiva autodesignación de Nietzsche, a menudo pasada por alto, es la de cínico. Con ello, él se convirtió, junto con Marx, en el pensador más influyente del siglo. En el cinismo de Nietzsche se presenta una relación modificada al acto de decir la verdad: es una relación de estrategia y de táctica, de sospecha y de desinhibición, de pragmatismo e instrumentalismo, todo ello en la maniobra de un yo político que piensa en primer y último término en sí mismo, que interiormente transige y exteriormente se

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acoraza (SLOTERDIJK, 2003: 16).

Si Sloterdijk lo hace imitando a Nietzsche y Marx, ¿por qué no puedo hacerlo yo, atrevido ignorante y por tal audaz?, pese a las dudas, acorazado en una lectura apasionada de sus ideas y refugiado en la primera vez que ello se hace en nuestro país… que sepamos. Al fin y al cabo: ¿de qué se trata? Pues de ser intermediarios entre un escritor endiabladamente complejo, lleno de contradicciones, que quiere ser Nietzsche pero que no desea que desde sus pensamientos se levanten fascismos postmodernos; que quiere ser influyente como Marx, pero sin propiciar bolchevismos trasnochados. Se trata de que leímos y muchas veces padecimos un largo libro, un ladrillo más coloquialmente, y quisiésemos que más personas lo leyeran, para discutir a gusto sobre los más complejos temas, libremente. Un libro que recuenta la historia de la filosofía, como suele ser corriente en los filósofos de alto vuelo, para decir que lo que se hace hoy, traiciona, cuestiona severamente a la ilustración y sus instituciones (la filosofía y las universidades), al menos lo que él personalmente hace. Él mismo lo dice, con descaro químico, como sacándole la lengua a los doctos, cuando escribió esta Crítica de la razón cínica:

Lo que aquí proponemos, bajo un título que alude a una gran tradición, es una meditación sobre la máxima saber es poder; precisamente la que en el siglo XIX se convirtió en el sepulturero de la filosofía. Ella resume la filosofía y es, al mismo tiempo la primera confesión con la que empieza su agonía centenaria. Con ella termina la tradición de un saber que, como su nombre indica, era teoría erótica: amor a la verdad y verdad del amor. Del cadáver de la filosofía surgieron, en el siglo XIX, las modernas ciencias y las teorías del poder –en forma de ciencia política, de teoría de las luchas de clases, de tecnocracia, de vitalismo– que, en cada una de sus formas estaban armadas hasta los dientes. Saber es poder. Fue lo que puso el punto tras la inevitable politización del pensamiento. Quien pronuncia esta máxima dice por una parte la verdad. Pero al pronunciarla quiere conseguir algo más que la verdad: penetrar en el juego de poder (SLOTERDIJK, 2003: 14).

¿Entonces? ¿Todo esta dicho respecto a la lo que escribe Sloterdijk? Ni de lejos, como se habrá dado cuenta quien se haya tomado la molestia de enterarse de lo que dicen los números de páginas que acompañan los textuales seleccionados para remachar nuestras ideas sobre lo que dice el autor, porque hasta ahora no hemos pasado de la introducción y el libro bucea hondamente la filosofía contemporánea en 786 apretadas páginas en letra 10 y a espacio y medio. Razón por la cual cambiamos de estilo, hablaremos menos académicamente con y del texto, mediante una hipotética conversación que nunca ocurrió y por donde van los tiros… nunca ocurrirá –¡tamaño cinismo se ve pocas veces! – Her Profesor Doctor… buenos días, amigo Peter… – Gutten Morgen, Her Profesor. – Hace un día espléndido, no lo cree así.

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– No se trata de que lo crea, sino de que así parezca, y sea… y yo acepte libremente que es un bello día. Despojado de ataduras tontas, sin que medien las convenciones, según las cuales un día soleado tiene que ser un día bello. Puede ser feo para un fotofóbico. Puede ser feo para una amante de la niebla y las nubes negras. Para quien se conmueva más con la lluvia que con el radiante sol. Puede ser sólo bello para quien siente un especial regusto por lucir sus costosos lentes oscuros, Ray Ban, sin que le hagan chistes por la carencia de luz en el ambiente. El asunto es no abusar del cinismo estúpido de convenir que el día es bello porque alguien, reputado de sabio lo diga. O que lo códigos establecidos lo impongan. No, éste es un día bello porque a mi me parece así, sin más… Tampoco es un día bello porque demagógicamente quiera complacer tu discurso de presentación. A mi me da la real gana de que sea un día bello. – ¡Coño! Peter, vino con la recta de humo, afilada, sin tapujos, entra en el tema, desgarrante para las inteligencias frágiles. O permítame una metáfora deportiva más a gusto de los alemanes, me metió un gol de chilena. De espaldas a mi arquería, aprovechando mi descuidado trajinar en estos menesteres. – Sí, ¡cinismo omnipresente, duelen los ojos de tanto leerte en la filosofía contemporánea! Ese, no lo creo así, pero lo afirmo para que no digan… Ese, sí y qué… Ese, así soy pero me comporto de otro modo. Ese documentado discurso que no es otra cosa que ocultamiento de la vida, es la mía… y los demás que se jodan. Sólo la de otros es vida cuando me dejan a mí vivir. Que yo los dejo con la suya, por muy miserable que sea. Dejen tranquila mi mismidad, que con la suya no me meto. Ya lo dijo Heine, mejor que yo:

¡Toca el tambor y no temas

y besa la barragana!

En esto consiste toda la ciencia.

Tal es el más profundo sentido de los libros.

– Pero eso lo entiende Ud. o los alemanes… la filosofía alemana que tanto les atormenta a Uds. Siempre la están criticando, pero eso es lo que en definitiva vienen haciendo desde hace mucho: construir una filosofía nacional, más que otra cosa. – Pues, no. Te equivocas, yo no… porque:

El gran defecto de las cabezas alemanas consiste en que no tienen ningún sentido para la ironía, el cinismo, lo grotesco el desprecio y la burla.

Bien lo dijo Otto Flake… –Bueno, pero es que a Ud. le duelen los ojos de tanto cinismo, es que no lee a los alemanes.

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– Es que los alemanes hacen eso, sin saberlo, sin quererlo. – Me abruma Peter… tanta sabiduría y tanta arrogancia juntas… – Quizás más arrogancia que lo otro, porque como verás… todos esos libros que leí para escribir esta Crítica de la razón cínica, fueron tanto que me dio vergüenza señalarlos de una vez, en páginas aparte, como dictatorialmente lo imponen los Yankees por intermedio de las normas APA… sólo me sirvieron para mostrar mis convicciones más profundas frente al cinismo campeante y defender una vuelta al quinismo chocante y desenfadado. Como bien lo hizo Nietzsche, sin medir mucho las consecuencias… Es que lo mío es moral:

La crítica de Nietzsche –sin tener en cuenta el familiar «envenenamiento de Dios», reacciona a la atmósfera sofocante del tardío siglo XIX cuando los imperialismos internacionales se visten con el ropaje del idealismo y del podrido cristianismo para someter al resto del mundo. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue ansiada en secreto por numerosos contemporáneos que con ella prometían un baño de limpieza moral». Las edificantes mentiras piadosas del imperialismo cristianizado se habían hecho demasiado asfixiantes. El eco que Nietzsche encontró en los imperialismos tuvo su fundamento moral en el cinismo de la autodesinhibición. Este cinismo posibilita, en efecto, la continuidad entre la una filosofía sutil y una política brutal. La huida a la confesión pertenece a los movimientos característicos de la conciencia moderna que intenta sacudir la ambigüedad existencial de toda moral. Ella es la que en su frente amplio abre la conciencia moral al cinismo. Según digo en las páginas 95 y 96.

– ¿Ud, tú, reaccionas a qué? – Reacciono, con el cuerpo, saco la lengua, tuerzo la boca con sonrisa maliciosa –mi boca amarga, pequeña, carcajeante y fanfarrona; a veces: serena y tranquila. Reacciono mirando con golpes de ojo, y veo los senos, los culos, los pedos, la mierda, los desperdicios humanos, los genitales, de las gentes que son como yo… y a veces no me respetan. – ¿Propones algo nuevo, desde tu desenfadada postura? – Creo que si supongo que sí, en ello van mis desvelos, propongo una suerte de cinismo ecológico que dé al traste con los cinismos untosos de los que me rodean: los militares, los brurócratas, los asexuados, los médicos, los curas, los sabios… propongo una lógica para entenderlos y desplazarlos de las alturas del poder… desde una empírea negra… sabia y maliciosa. – ¿Eso es todo? ¿No es muy poquito para tanta palabrería? – No. Porque creo que tengo pistas ciertas de dar con el paradero de la insolencia perdida, del hombre perro, filósofo y vagabundo que fue Diógenes de Sínope, y que hoy camina redivido por los pasillos de la vida contemporánea. Yo lo descubro… aquí está y cuidado con los que sigan tapándo(me) el sol… por muy podersosos que sean.

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– Esta bien, me ganas, no puedo evitar el descubrirme frente a tu insolencia ilustrada. Pero y arrimando la brasa para mi sardina, tanto que hablas en los comienzos de tu discurso de la beatería de la Universidad para luego olvidarla y apenas en un apéndice marginal de tu discurso contra los cinismos cardinales, la calificas de obradora de cinismo secundario, con un cinismo más propio de los marginales que de un profesor exitoso, autor de una obra muy leída aunque más comprada. – Ciertamente… pues lo que ocurre es que vivo de la universidad… no para la universidad… la academia me asfixia por eso cuando me ocupo de ella haciendo una fenomenología de los cinismos secundarios, la postro como una escuela de la arbitrariedad, al lado de los cinismos de la informática y la prensa. – Supones que la escuela, la universidad, de hoy es el reino de la arbitraridad. – Aunque te duela, tú que dices ser académico. Un marginal ilustrado y asalariado por el Estado. A mí también me puede pasar, pues como dijo Oscar Wilde: Quien dice la verdad, más tarde o más temprano es cogido en ella… Pero tienes que convenir en que la universidad es una fábrica de conciencia, como son todas las mediaciones entre los sabido y el por saber. No digo más, apenas te repito lo que escribí en la página 451, a propósito de los medios de educación: A conciencia que por doquier se hace informar todo le resulta problemático y todo le da lo mismo. Un hombre y una mujer dos sinvergüenzas simpáticos, tres en un bote, cuatro puños para un aleluya, cinco grandes problemas de la economía mundial, se(is)xo en el trabajo, siete amenazas para la paz, ocho pecados capitales de la humanidad civilizada, mueve sinfonías con Barajan, diez negritos en el diálogo norte sur pero también podían ser los diez mandamientos de Charlon Heston. No los tomamos tan en serio. – Cáusticamente poético te pusiste. Pero la verdad verdadera es que en tu texto, pese a las arremetidas iniciales y lo que diluyes dentro de esa mordaz crítica a los medios, está una crasa falta de interés por el tema educativo. Máscaras afuera, a ti, a ti mismo, te importa un carajo la educación y las escuelas… mucho menos hablar de cuánto de cinismo puede contener tu Pedagogía… simplemente no es lo tuyo y ya… Incluso te digo que haces bien, porque meterte en honduras pedagógicas como hicieron tus admirados Nietzsche y el mismo Hegel, sería a estas alturas un verdadero desastre. Pues Uds. los filósofos de alta factura –te habla un pedagogo– cuando se meten a polemizar en estas arenas del desierto pedagógico, ofrecen poco más que petulante superficialidad. No le dan agüita fresca al sediento de sabiduría pedagógica, más bien un puño de sal… – ¡No te pongas así… no entres en honduras que poco conoces. Lo que ocurre es que los filósofos para saber de todo, tenemos que aparentar que sabemos todo. Pero haces mal en calificar de superficialidad petulante mis textos sobre educación. Lo que ocurre es que me refiero a la zona de convivencia entre la escuela y la realidad mediática. No me refiero exactamente a la institución escolar de tus desvelos. Eso lo haré cuando trabaje un texto que tengo por ahí… y sólo entonces haré como casi todos los alemanes, que terminaré escribiendo sobre la fuente de mi salario que es la escuela. Porque filósofo que no sea maestro se muere de hambre, pues los éxitos editoriales tardan mucho… cuando llegan. No te olvides que la Paideia fue escrita por mi conterráneo Werner Jaeguer, y los alemanes, pese a nuestra brutal eficiencia, que muchas veces nos enturbia la conciencia, somos capaces de verle el hueso a los temas que trabajamos. – Bueno Peter, ya está dicho lo esencial, a mi ver, transitar más lejos sería una

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temeridad de mi parte, porque mi lectura de tu texto es todavía frágil, para seguir interpelando tu sabiduría. Prefiero dejar esto así, ahora que caracoleamos el tema educativo. Que sean otros lectores quienes te pregunten a ti y a tus numeros textos las dudas que los acosen. Yo simplemente me despido agradeciendo tu atención, cortante, pero de una alemana gentileza, que se agradece. – Hasta la vista…