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Felipe Trigo, Cuentos ingenuos

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  • hispiraLIBROS HISPNICOSPA7AL0S SITI0S,10

    m)

  • CUENTOS INGENUOS

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  • OBRAS DE FELIPE TRIGO

    LAS INGENUAS, novela, dos tomos (novena edicin).LA SED DE AMAR, novela (sexta edicin).ALMA EN LOS LABIOS, novela (cuarta edicin).LA altsima, novela (cuarta edicin).DEL fro al FUEGO: Ellas a bordo, novela (tercera edicin).LA BRUTA: Hroes de ahora, novela (cuarta edicin).LA DE LOS OJOS COLOR DE UVA.REVELADORAS.LOIRREPARABLE, tres novelas en un tomo (cuarta edicin).

    SOR DEMONIO: El honor de un marido hidalgo y metaflsico,NOVELA (sexta edicin).

    EN LA CARRERA: Un buen chico estudiante en Madrid, nove-la (cuarta edicin).

    SOCIALISMO INDIVIDUALISTA, estudio (cuarta edicin).EL AMOR EN LA VIDA Y EN LOS LIBROS, BBTUDIO (cuarta

    edicin).LA CLAVE, novela (tercera edicin).LAS EVAS DEL PARASO, NOVELA (cuarta edicin).LAS POSADAS DEL AMOR, novela (segunda edicin).CUENTOS INGENUOS (cuarta edicin).EL MEDICO RURAL, NOVELA (sexta edicin).LOS ABISMOS, NOVELA.EL PAPA DE LAS BELLEZAS, novela (segunda edicin).JARRAPELLEJOS: Vida arcdica, feliz e independiente de unespaol representativo, novela.

    CRISIS DE LA CIVILIZACIN.LA GUERRA EUROPEA

    .

    ASI PAGA EL DIABLO.A PRUEBA.EL GRAN SIMPTICOtres novelas en un tomo (segunda edicin).

    SI S POR QU, NOVELA (tercera edicin).EN MI CASTILLO DE LUZ.

  • LA NINA MIMOSA

    Ests? S, corriendo.Y corriendo, corriendo, azotando las puer-

    tas con sus vuelos de seda, desde el tocadoral gabinete y desde el armario al espejo, siem-pre en el retoque de ltima hora; buscando elalfiler o el abanico que perdan su cabecillade loca, volvindose desde la calle para ce-ir a su garganta el collar, hacindome entrartodava por el paolito de encaje olvidado so-bre la silla, salamos al fin tedas las nochescon hora y media de retraso, aunque con luzdel sol empezara ella la archidifcil obra deponer a nivel de la belleza de su cara la deli-cadeza de su adorno.

    Gracias haba que dar si cuando al primerfarol, ella, parndose, me preguntaba: "Qutal voy?", no le contestaba yo: "Bien, muyguapa", con absoluto convencimiento; porquecapaz era la nia de volverse en ltima ins-tancia al tribunal supremo del espejo, y en-

  • 6 FELIPE TRIGO

    tonces, adis, teatro!..., llegbamos a la salida.Como ocurra muchas veces.

    Ella muy de prisa, 3^0 a su lado, un pocodetrs, no muy cerca, con mezcla del respetogalante del caballero a la dama y del respetograve del groom a la duquesita. Cuando en lavuelta de una esquina rozaban mi brazo suscintas, yo le peda perdn. Mirbala sin que-rer a la luz de los escaparates, y cuando al-guna mujer del pueblo quedbase parada flo-rendola, yo la deca: "Mira, oyes?", y son-rea ella triunfante como una reina.

    No hablbamos. Todo el tiempo perdido encasa procuraba, desalada, ganarlo por el ca-mino. Llegaba l teatro sin aliento. Y all, porltima vez, en el prtico vaco, analizndoserpida en las grandes lunas del vestbulo,mientras yo entregaba los billetes:"Estoybien, de veras?"me interrogaba para quecontestase yo indefectiblemente y un muchoorgulloso de su gentileza: "Admirablel"Porque, eso s, ella confiaba en mi rigor.

    Le hubiera dicho la verdad, al menor detalleque artsticamente no juzgase digno de sufigurilla aristocrtica, aunque nos hubieracostado renunciar a la funcin.

    Los gemelos la buscaban.Quin es? deban preguntarse unos a otros

    en las butacas, en los palcos. Algunos amigos

  • CUENTOS INGENUOS 7

    mos se acercaban a saludarla en los entreac-tos esperando intilmente la presentacin. Niella la quera ni me agradaba a m, no s porqu causa. Y los que en el Crculo por la tar-de me haban preguntado con reticencias odescaradamente quin era la seorita que lanoche antes me acompaaba, una evasiva ob-tenan incapaz de disiparles la curiosidad. Mihermana?... Nada se pareca a m. Mi mu-jer?... Era muy joven. Mi querida?... Ja-ms, la pureza de la virgen resplandeca enaquel semblante de colegiala tmida y cu-riosa.

    Y qu le importaba a nadie?La verdad es que no s por qu ella tena

    aficin al teatro. Miraba al pblico de reojo;ignoro si por cobarda de sus diez y sieteaos o por desdn nativo en su alma. De laescena, nica cosa que le interesaba, el chis-te que a todos haca reir consegua de su bocaapenas una dilatacin placentera; y como llo-raba en los dramas, de propsito no bamosms que a piececillas y tal cual noche a oiropereta al fresco de los Jardines.Apenas cruzaba conmigo la palabra. Sen-

    tada junto a m, sin mirarme, yo era quiennicamente por todo hablar sola decir decuando en cuando:Mira, all hay uno mirndote, sabes?Dnde?

  • 8 FELIPE TRIGO

    En un palco. En el tercero. No te quitalos gemelos.

    Volva los ojos fugazmente al sitio indicado,y sonrea, sin volver a acordarse en toda lanoche del tenaz admirador.De los tenaces admiradores. Fueron mu-

    chos. No consiguieron una mirada de grati-tud, de esas con que hasta las menos coque-tas dan las gracias. nicamente yo, con la so-licitud de esclavo que corta flores para suduea, en arrojar una por una aquellas admi-raciones a sus pies me complaca. Era un de-leite intenso, pero inconsciente y vago comoel placer de un ensueo, como la alegra deuna primavera.

    Ella me pagaba siempre con su sonrisaleve. Yo le compraba bombones. Y nada ms.

    Bonita?S. Creo que s. Que era excepcionalmenle

    bonita; pero yo no hubiera podido definir subelleza ni entonces ni ahora. La miraba mu-chas veces cuando estaba delante de m. Lue-go nos separbamos y no me acordaba msde ella. Pero volvamos a reunimos y volvaa mirarla. Un claror fosfreo de sus ojos me-dio cerrados, semejante al de la cresta de laola en los mares luminosos, una transparen-cia de su faz que me cegaba de dulzura, im-posibilitaban mi anlisis.A la luz elctrica del teatro, cayendo como

  • CUENTOS INGENUOS 9

    una inundacin sobre aquella cara de ncar,slo poda darme cuenta de una cosa: de queen aquella cara los labios rojos parecan msrojos que todos los labios en todas las carasde mujer que yo he visto.En eso comprendo que deba gustarme mu-

    cho toda ella. En que no sera capaz de des-cribirla. Cuando un espectculo arroba, aduer-me y hace soar: ese es el xtasis.

    El teln caa por ltima vez. Todo el mundoen el teatro empezaba a removerse para salir.Echbala sobre los hombros el abrigo elegan-tsimo, que ocultaba su cuello y su barba re-donda en gorguera de rizadas sederas, y asque se aclaraba un poco el pasoespera em-pleada por m en averiguar si haba estadocontenta y entretenida, porque necesitaba cer-ciorarme de ello para estarlo yo salamosatravesando en la puerta las filas de curiosos,que entre todas las hermosas mujeres que porios pasillos, por las amplias escaleras ibanafluyendo al foyer lleno de claridad y de re-flejos, fijaban sus miradas, de preferencia, enla que conmigo cruzaba graciosa y ligera me-dio escondida la cara monsima entre el som-brero y el cuello como en ramilletes de pluma.Seguamos buen trecho con la procesin de

    gente; contemplbala yo an, en los cuadros

  • lO FELIPE TRIGO

    de luz que algn caf lanzaba por sus venta-nas, y bien pronto, perdidos fuera del centro,en solitarias calles donde nuestros pasos re-sonaban, la ofreca mi brazo, que aceptaba pormiedo, por ir ms cerca de m en la semiobs-curidad y el desierto de la media noche.

    Iba tranquila, confiada en m; yo, delicada-mente afanoso de llevarla a su gusto, calcu-lando el paso para no fatigarla, sujetndolo alsuyo, lo mismo que debe ir el recluta el dade su primera marcha en filas.Perdona! volva a replicarla siempre

    que una vacilacin me haca rozar siquiera elvuelo de su falda. Y embriagado de su perfu-me, del suavsimo violeta de su tocador, quepareca exhalarse de ella ms penetrante conel fresco de la noche, como el perfume de lasazucenas, el silencio a su lado me enojaba; ypor hablar cualquier cosa con aquella colegia-la divina que no sabia nunca qu decir, la entretena hacindola notar lo caprichosamenteque se iban nuestras sombras alargando cadavez que dejbamos atrs una farola.

    La desped un da en la estacin, con sufamilia. Se iba lejos. Yo no sent su marcha.Pero si en cualquier momento de los aos quepasaron me hubiese puesto a escribirle, hu-bicrale escrito cortsmente, como a una res-petada y queridsima amiga.

  • CUENTOS INGENUOS II

    De mes en mes, acaso ms de pronto enpronto, quizs ms de tarde en tarde, yo solaacordarme de ella en mis tristezas y en missoledades. iNada! Acordarme.

    Era tan niall

    Todava me pregunto algunas veces:Seor, por qu, con ella, ms chiquilla

    que nadie, y siendo tan amiga ma, no pudetener jams la confianza descuidada de laamistad?Entonces no supe que la adoraba. Ahora

    tampoco s si la he adorado mucho desde en-tonces.

  • TU LLANTO Y MI RISA

    Te acuerdas?Era como hoy. Un capricho, un enojo de tus

    celos de vanidosa.Era cualquier maana, quiz hermosa y

    sonriente, en que yo, mirando un ra3^o de soly contemplando el cielo, esperaba, tras los en-sueos dulces de la noche, a que las vidrierasde tu cuarto se entreabriesen mostrndomeen la gloria de tu faz la alborada de mi alma.T perezosa, yo impaciente, a veces con mie-do de turbar tu sueo, entraba de puntillashasta el lecho. Dormas. Te besaba en los ojosy estremecindote como en una convulsin,me volvas la espalda sin mirarme, sin hablar,rebujndote hasta la frente en la seda ^zul yen los encajes.

    |E1 enfado!Hablarte?... intil. Besarte ms, en el cue-

    llo, en la oreja, en el nudo de oro de tu pelo?Cada beso era una descarga elctrica para au-mentar tu rabia*

  • 14 FELIPE TRIGO

    Qu tenas? Bah, cualquier motivo insig-nificante e injusto, que me manifestabas al finseco apostrofe de desprecio, con tenacidadconvencida de histrica, rebelde a toda expli-cacin. La intentaba yo, aunque saba su ine-ficacia de antemano, y herido luego en lagrandeza de mi cario por las pequeneces detu espritu de mujer, me alejaba de ti y de tucuarto, altivo como t, pero ms triste...Las once, las doce, la una... No se haba

    dignado levantarse la seorita. Frente a m,en la mesa, estaba tu silla vaca... Bien. Yo meiba al campo, lejos, a vagar... Al Circulo des-pus, hasta las dos de la maana... Volva aalmorzar solo al da siguiente; y all a la horade cenar, tarde, muy tarde, sola encontrarteen el comedor con cara de indiferencia. Ni mehablabas ni te hablaba. Pero, aun sin mirarte,poda notar que me mirabas t estudiando enmi cara mis impresiones. Por lo pronto habascuidado de adornarte ms... Slo que espe-rando mi primera palabra de reconciliacin,solas engaarte. Tu orgullo apareca en unadis desdeoso, y cada uno nos retirba-mos a la respectiva habitacin. Un mutuo ju-ramento de no ceder llevaban nuestros la-bios...

    Era una fiesta, visitas, cualquier cosa. Con-vidados y ajenas alegras alrededor; es decir,

  • CUENTOS INGENUOS I5

    tu disgusto subrayndose por el buen humorde los dems, y mi pena disfrazndose de iro-na en conversacin a raudales, en amabilidadcon tus amigas, en algn calculado elogio aunos ojos negros... Te levantabas, no podasms... hubieras arrojado a todo el mundo dela casa. Nadie, sino yo, en la animacin de latertulia, adverta tu ausencia, y nadie sino yo,sonriendo de placer infinito, escuchaba sobreel escndalo de la charla aquellas notas levesy nerviosas que hacan llorar de rabia a tupiano con pedal bajo...

    Notas de cristal, que iban rompindose enel aire. La ingrata... Notas de Weber, des-pus... aquellas que desesperaban a Margari-ta Gauthier, la escala explosiva, con todo elenojo de tu espritu...Yo sonrea. El pobre muchacho a quien dis-

    pensaba la honra de no escucharle, pagaba misonrisa inefable con otra sonrisa idiota. Perome hablaba, me hablaba... y t tocabas siem-pre, insultndome, mordindome con tus ale-gros y tus escalas; derramando amarguras so-bre mi corazn con aquellas notas sublimesdel andante que reservabas para el supremoesfuerzo de tu coquetera mimosa y traicione-ra... Iba a ti, al saln obscuro y solitario, y teabrazaba la cintura por detrs de la banquetadel piano, estampando un beso en tu boca. Tte levantabas sorprendida, huyendo de m. con

  • l6 FELIPE TRIGO

    un mohn de repulsin que era de tu coquete-ra la venganza deseada...

    Entonces, al revs: t, con los dems, a rer,para que yo lo oyera; yo, en cualquier butacadesplomado, en el colmo de la desesperacin,vindome miserable juguete de tus caprichos.

    Cenabais, y no iba a cenar. Segua escu-chando los arpegios de tus carcajadas; seguaall, solo, en la obscuridad, maldiciendo labendicin de conocerte... Y deba el vino dehacerte compasiva, porque al fin, t misma,una, dos, tres veces, te tomabas la molestiade ir a invitarme a cenar. Secamente la pri-mera, con dulzura despus, perdonando, ro-gando, pidiendo caridad; toda la transicin enpoco tiempo hecha en la paradoja eterna de tualma... Pero te oa yo?... Un gran fro me ha-ca temblar, un fro de espanto, asomado a lasprofundidades de tu veleidad y de nuestroamor. Luego s, tu mano tiraba de mi mano.Te segua al comedor y me sentaba de lamesa lejos, en el divn; desde donde te veaenfrente, muy seria, muy triste, entre el albo-rozo del jerez en las caras de los otros, queno se cuidaban ni de ti ni de m, por fortuna.Contagios de la alegra cados en mi pena,

    y ms borracho yo de amargura que de vinoaqullos, rea luego tambin... Una risa de susrisas, una burla de sus burlas, un desprecio

  • CUENTOS INGENUOS I7

    soberano hacia todo, y hacia ti, reina ma, yhacia m el primero... Risa cortada, ms alta,ms hueca, que dominaba las dems y con-clua por acallarlas, convirtiendo hacia ella laextraeza y desconcertando a todos... Risaque me ahogaba, que me sacuda todo el cuer-po en latigazos de nervios, que brotaba locay espantosa de mi garganta, que llegaba a misojos y los haca verter lgrimas, y que enllanto cruel y alegra lamentable dejaba en tucorazn hundir sus agudas notas, con ms fe-rocidad an que en mi corazn los prfidoslloros de tus andantes dulcsimos...

    Sala de all, silencioso ya, con el paueloen los ojos, y me seguas t, y me abrazabas,y me arrancabas el perdn a besos, de rodi-llas, de rodillas t a mis pies, alma del alma!

    Era, como hoy, un capricho, un enojo detus celos de vanidosa.Como no te puedo oir, no s si lloras arran-

    cndole al piano las notas fugaces de cristal.Como no me ves, no sabes si ro.

  • EL ORO INGLES

    Lea yo, acostado, tratando de dormirme,El Imparcial. De pronto, sobre el cielo rasosonoro como el parche de un tambor

    oh es-

    tas casas nuevas de ladrillo y de hierro!sent los pasos menuditos. Aquella noche meintrigaron ms. Por la tarde haba sostenidoeste dilogo con la camarera de la fonda:Quin duerme arriba?La inglesita.Qu inglesita?Una joven que ocupa dos habitaciones.

    La contigua para su institutriz. No la conozco,Come en su cuarto. Sin embargo, ha de-

    bido usted de verla en la playa todas las ma-anas.

    Guapa?La mar.Dej caer el peridico, y me qued fijo en

    el techo.

    Si fuese de cristal!

  • 20 FELIPE TRIGO

    Las maniobras de siempre. Mi habitacintena la cama en un ngulo del fondo. Igualestara colocada la cama en la de encima, yall se haban dirigido los pasos: la inglesitalevantara el embozo... Despus sent el dulcey picado taconeo hacia el rincn opuesto. Eltocador?... Ella, frente al espejo, se quitaralas peinetas, las sortijas el leve abrigo de se-das con que habra vuelto acaso de oir en elbulevar los conciertos de orfeones... Se des-pojaba. Media hora. La nia se extasiaba consu imagen. Era, pues, cuando menos, lo me-nos coqueta que puede ser una joven cuandono es tonta, aunque sea inglesa.- Vag en seguida por la alcoba. Mis ojos laseguan con toda precisin en el techo... Ah,si fuese el techo de cristal! No muy alta, nimuy gruesa, sin duda, a juzgar por el pesoleve de sus pasos; aunque s nerviosa y viva-racha. Cruzaba de uno a otro lado con esemariposeo de toda mujer bien vestida al des-nudarse; por consecuencia, un dato ms: ele-gante.

    Volvi al centro, y an roce indefinible mehizo adivinar su vestido y su enagua ca3'endoa sus pies. Habra jurado que la estaba vien-do, toda recta an en el ruedo de estas ropaspor el suelo, desenlazarse el cors: doblarsedespus a recogerlo todo y llevarlo a la per-cha taconeando ms ligera... en camisa, no sin

  • CUENTOS INGENUOS 21

    lanzar de vuelta una caricia de mimo a su es-cote, en el espejo... Y qu estupidezl... heaqu una cosa que yo no vea bien: cmo ten-dra los senos una joven inglesita; anchos,semiesfricos, de amplia base, como las espa-olas? Separados y rebotantemente movibles,como las francesas? De media toronja, comolas indias de aquel Ceiin de mis ensueos deun da?...

    Tornaba, tornaba la inglesita a mi vertical;es decir, a su lecho, que chirri al sentarseella en el borde. Iba a descalzarse. Un golpeseco: una bota al suelo. Una bota pequea,dulcsima, que habra dejado al aire un piecalentito, cubierto por una media de seda ten-sa como un guante, y azul Luzbel, de seguro.Una pierna sobre la otra... |Oh, cmo mirabayo de abajo arriba y cmo la virgnea miss nosupondra qoe era el tedio de cristal!La otra bota al suelo. Y la cama volvi a

    crujir inmediatamente, en gemidos amorososdel sonimi al recibir el cuerpo. Mas era en-tonces que se acostaba con medias?

    Nada... al poco. Ella que fantaseara supie-se Venus qu cielos de juventud, y yo en misolitario cuarto, con El Imparcial sobre lacolcha, con los ojos fijos en aquel techo blancoque no tena un escotilln por donde yo... bah,qu idiotas hosteleros y qu techos tan est-pidos!

  • m FELIPE TRIGO

    Me quedaba la imaginacin proponindomeproblemas. Recorra el desorden delicioso delcuarto aquel de mi extranjera vecina con elvestido en la butaca, con el cors a medio col-ear del niquelado clavo de la percha, dejandocaer sus broches de las ligas sobre el blan-qusimo pantaln orlado de encajes; con aquelaire oliente a perfumes de tocador y de chi-quilla bonita, con aquella cama en que ella alfin dormira derramando por la almohada sucaballera de oro britnico, y abandonando so-bre la cubierta cielo sus desnudos brazos del-gados y flexibles...

    Diosl Gran Diosl El oro britnico! El orofamoso ingls que yo no conoca ni en librasesterlinas, ni en amorosos rinconesl... Porquehay tremendos detalles en que la imaginacinse pierde: por ejemplo, la ma, sobre las laxasy lisas y doradas cabelleras inglesas, no po-da concebir los rizados breves... s, s, lo quefuera horrible en una corta laxitud!... Horri-blel, horrible!

    La imaginacin es una solemnsima embus-tera y una infeliz inocente.

    Aquella vez tan slo no me haba engaadoen que la nia era preciosa y delgada y ado-rable. Pero ni el tocador estaba a la izquierda

  • CUENTOS INGENUOS 23

    de la puerta, ni ella dorma nunca con los bra-zos fuera del embozo, ni se sentaba en la ca-ma para descalzarse jams, ni sus medias eranazul Luzbel... sino negras, caladas.

    Ah! y adems no debe uno aventurar teme-rarias deducciones sobre la laxa y lisa cabe-llera de las dulces inglesitas.

  • PARASO PERDIDORECUERDOS DE MINDANAO

    Esto es un parasome dijeren cuandollegu al campamento; y para certificar la com-

    paracin, no tuvieron mis ojos ms que ten-derse en derredor.Una vivienda de ipa, junto a una huerta,

    en rnitad de una explanada circular dondegrupos de soldados troceaban banos a hacha-zos; cerca, los fusiles, por si los moros salta-

    ban de una mata, como tigres.Por Occidente, a algunas millas, el mar; y

    rodendonos, el bosque; el bosque virgen, defantstica frondosidad, cayendo por todosladc?. desde nuestra altura enorme, comomanto soberano cuya cola regia e eternoverdor se tenda por las montaas festonean-do sus crestas en la lejana sobre el azul pro-fundo y tranquilo de los aires.Desde las primeras horas de la llegada pu-

    de observar que mis compaeros revelaban

  • 20 FELIPE TRIGO

    una especie de paralizacin extraa, de x-tasis.

    Se separaron, crda cual por un sitio, ocu-pndose unos en acariciar a los mastines, otrosen jugar con los monos y las ctalas, y losms en pasear, leyendo peridicos dos mesesatrasados o cogiendo flores en la huerta. Te-na esto algo de calma paradisaca; y tal vezun tanto fatigado mi espritu por las luchas dela vida, se dispuso a sepultarse en aquella pazcelestial, desperezndose al borde de la Na-turaleza antes de entregarse a ella, como lahastiada impura junto al lecho del descanso.Las semanas pasaron.Seguame fascinando aquella monotona de

    grandiosidad...

    Yo me volva como los dems. La perezano tard en invadir mi cuerpo y mi alma. Unlugar solitario, un rincn de rboles, una ha-maca; no anhelaba otra cosa aquel ansia insa-ciable y vaga de mi pecho.Una siesta, en que a la sombra de los pl-

    tanos me balanceaba en la red de abac, es-cuchando en el silencio absoluto del humanovivir el chiflar poderoso y uniforme de laschicharras del bosque, cuyas primeras colum-natas de rboles se me ofrecan cerca, re-crendome los ojos con sus cortinajes de lianay sus volanderas cuerdas de bejucos revesti-das de trepadoras y ornadas con florones de

  • CUT09 INGENUOS 27

    parsitas, todo lo cual, en sus huecos de ver-dosa luz, bajo las bvedas de follaje, a que sedescolgaban gritando algunos simios o quecruzaban con pausado vuelo de una a otrarama algunas aves de pechuga azul, me pare-ca el prtico de colosales palacios encanta-dos; esa tarde, digo, en que doliente desde mihamaca miraba a ratos el lejano mar, siguien-do en su gris superficie inmvil la estela delsol, que como una senda de luz condujo a mifantasa ms all del horizonte, ms all, mu-cho ms all, a, aquella Espaa hacia que via-jaba entonces el astro de oro... yo comprendde improviso mi nostalgia. Unas notas fugiti-vas, un perfume de nctar, una silueta entrebrumas de no s qu distancia ni qu espa-cios. jElIal Mi visin de la mujer!

    Ella... era quien faltaba en nuestro paraso.La mujer, el amor, el adorno supremo de laNaturaleza, para cuyo esplendor estn hechaslas grandezas de todos los escenarios.

    Con cunta pena segu en mis eternos dascontemplando aquellos paisajes de bellezaintil)

    El fastidio mortal dijrase que nos inspira-ba en el desdn de unos a otros un odio in-consciente de camarada a camarada; el can-sancio del vivir ante la inutilidad de la exis-tencia sin ilusiones. A qu, ni para recibir l

  • 28 FELIPE TRIGO

    agrado de quin, por nada esforzarse? A quhablar siquiera?Noches de soberana hermosura, noches de

    los trpicos, en que tumbados en las ampliaslonas de sillas como catres, formbamos si-lencioso y disperso corro, cara al cielo, mi-rando cada cual su lucero favorito, entre lasestrellas que fulguraban como ascuas. Las lu-cirnagas volaban en las copas de los aroma-dos iln como llamas de plata. Alguna pren-da en su mariposeo de luz nuestras miradas,perdalas en el espacio... y quin sabe trasella en qu memoria de mujer perdase tam-bin el recuerdo!

    Oh, sil Un sarcasmol Un insulto de tantosregios esplendores a nuestro deseo! El alba;aquellos amaneceres serenos, en que sobre lainmensa alfombra verde de los hondos vallesse levantaban, siguiendo el curso de ros ocul-tos, cendales de niebla, que se extendan has-ta el mar, como doseles de nubes sobre unaprocesin de diosas desnudas para el bao...La siesta, con sus horas incitantes en el

    bosque, en la espesura de la sombra, entrelos laberintos escondidos por los abanicos enhoja de las palmas, con sus grutas de enreda-deras en los bambes, al pie de las fuentes deagu*a helada, cuyos asientos de pea parecanel lugar de enamorada cita con mujeres queno llegaban jams...

  • CUENTOS INGENUOS 29

    Las tardes, aquellas tardes de poesa em-briagadora, de limpio ambiente que dejabahasta el fin penetrar la mirada por las monta-as desiertas, onduladas por el fofo ramaje dela arboleda como un ocano de cuajadas olasverdes; que permita seguir las praderas in-terminables sin encontrar sobre sus tonos deesmeralda ia casita que nos mintiese el queri-do hogar...Las tardes de puesta de sol con celajes in-

    crebles, con nubes de todos los colores, conreflejos metlicos de prpura en fondos mimo-sos de cielo verde, verde como las praderasy los mares de Oriente...De qu. servan si no pudieron jams ins-

    pirar la frase trmula de pasin a la mujeralumbrada por sus luces de ncar?...Y era tanta la hermosura de tales sitios, que

    ni dejaban al alma herida que los odiase fran-camente.

    Un da, cuando otro camarada lleg, cuan-do despus de dejar el caballo, fatigado porla cuesta, l se puso a contemplar el grandio-so espectculo desde la altura, yo me acerquy le dije, a pesar mo:

    [Esto es un paraso!Slo que, recordando mi desolacin, aad

    rpidamente;Un paraso perdido, un paraso estpido.

    Sin una Eva siquieraL.

  • LA PRIMERA CONQUISTA

    Me haba dado mi ta dos reales y comprcon ellos todo lo siguiente:

    Cinco cntimos de pitillos.Dos cntimos de fsforos de cartn.

    Ocho cntimos de americanas.Diez cntimos de peladillas de Elvas.

    Y un mi buen real de confetti, porque eraCarnaval.Con todas estas cosas, convenientemente

    repartidas por los bolsillos, excepto un ciga-

    rro, que echaba en mi boca ms humo queuna fbrica de luz, me dirig a San Francisco

    por la calle de Santa Catalina abajo, marchan-

    do tan arrogante y derecho, que no pude me-

    nos de creer que era un capitn, que durante

    un rato fu detrs, pensara:

    Ser militar este muchacho.El paseo estaba animadsimo. Pronto hall

    amigos y caras conocidas entre las nenas. Yoreservaba mis confettis (que entonces no se

  • 32 FELIPE TRIGO

    llamaban as) para Olimpia, la morenilla queiba a ia escuela frente al Instituto. Pero So-ledaita, una rubia traviesa que al brazo consus compaeras nos tropez en la revuelta deun boj, se dirigi a m resueltamente, mordisu cartucho de papeles y me los reg por loshombros.Soledad era muy mona (y aun creo que lo

    es). Yo sal del lance lleno de vanidad; y ha-ciendo una vuelta hbil por los jardines, volva encontrarme frente a frente con ella. Lle-vaba en cada mano dos cartuchos, me adelan-t hacia la rubilla traviesa y ios sacud consaa sobre su cabeza, que quedaba poco des-pus, y los encajes de su vestido de mediolargo, como si les hubiera cado una nevadade copos de mil colores. Mis papeles eranfinos; de lo ms caro que se venda, con mu-cho rojo, azul y dorado... Cuando Soledadpudo abrir los ojos, limpindose entre carca-jadas los papelillos de las pestaas, la ofrecalmendras. EUa me dio un caramelo de losAlpes.

    Declrate, no seas tontol dijeron misamigos con envidia. Y sobre todo, con inte-rs egosta, Juan, que rondaba a otra mucha-cha prima de Soledad. As pasearamos jun-tos la misma calle.

    Fui al aguaducho de enfrente, donde teniamis ciertos coi acimientes, porque all nos

  • CUENTOS INGENUOS 33

    convidamos unos a otros a ans en tiemposde exmenes, y escrib en el mejor papel quepude:

    "Seorita: Hace mucho tiempo que mi co-razn, impulsado por los resortes misteriososdel amor, se agita extraordinariamente en elocano de las incertidumbres. S, desde quevi la divina luz de sus ojos perd el sosiego;y si le interesa a usted la felicidad de un po-bre desesperado de la vida, dsela usted conun anhelado s de bienandanza a quien porusted se muere a la vez que se ofrece su msrendido servidor, q. s. p. b..."Diez minutos despus, sombrero en mano

    y con toda la finura posible, estaba delante deSoledad:Seorita, ser usted tan amable que

    quiera aceptar esta carta? Pronto, que nos va a ver mi criada!

    dijo arrebatndola y guardndosela arruga-,da en el peto de la blusa.Uno de mis amigos, que vigilaban la esce-

    na escondidos en los rosales, grit en este,momento: '

    C, c!As lo hubiera partido un rayo.

    '

    Y diga usted, seorita, cundo me en^tregar usted la ansiada contestacin?Maana.Aqu?

  • 34 FELIPE TRIGO

    S, hombre. No sea usted pesado.Y dio un revuelo y se uni a las otras.Yo me qued como tonto, sintiendo unos

    calambres del corazn, admirado de mi osa-da y encantado de m fortuna. No habl msen toda la tarde y hubiese dado todas las al-mendras y los cacahuets que me quedabanporque llegara en seguida la siguiente.Pero aquella noche fui con mi familia a ver

    Don Juan Tenorio, que ponan en el teatrofuera de poca, no s por qu. Y a la salidapill unas anginas como para m solo. Ochodas de cama, con fiebre. Los autores no hanpodido averiguar si en los delirios de mis cua-renta grados puse el nombre de Soledad; perolo que s recuerdo bien es que al tercer dade convalecencia se me entreg una cartasuya, con todos los signos en el sobre de ha-ber sido abierta, y con todas las seales en lacara de mis parientes de haberse redo de lacarta y de m.

    "Caballerodeca la carta, a la rendidapasin que me pinta usted en la suya, y queyo creo sinceramente, no puedo ofrecer otropremio que el de la amistad. Si usted sabeganarse mi corazn, slo Dios puede decir elporvenir que nos reserva; s. s. s., Soledad."Y aada por debajo:"No pase mucho por mi calle, porque mi

    pap pudiera berlo y hecharle a husted unja-

  • CUENTOS INGENUOS 35

    rro de agua el domingo al anochecer puedehusted hablarme en mi bentana."Bueno, salvo la letra, que era de segunda, y

    la postdata, que era original, la epstola noestaba mal copiada.Era precisamente el modelo que continuaba

    a la ma en el Epistolario del amorpara uso dedamas y galanes.

    Desde entonces, Juan y yo rondbamos jun-tos a las primitas. Fueron nuestras noviasmuchos meses. Siempre que anochecido lasencontrbamos reunidas en la reja, nos dete-namos. Cuando en la reja estaba una y pas-bamos los dos, tambin; y hasta se dio el casode que uno solo se parase en la ventana conambas.Lo que no lleg a ocurrir jams fu que

    uno solo se atreviera a acercarse cuando sunovia estaba sola.Una vez me sucedi a m, por excepcin y

    por pura sorpresa, y pas las de San Quintn.Qu demonios iba yo a decirla?

  • TEMPESTAD

    "Voy con Mara. Espranos.

    Octavio."

    Mara era mi amante.Octavio, el escritor neurtico de palabra

    helada, estaba medio loco. Por su modo extra-o de sentir y por su modo extrao de adorarla belleza pagana de su esposa.Un escptico que crea en todo.Cuando lleg el exprs y vi a Mara en un

    reservado, corr a saludarlos; pero ella,abrien'do la portezuela y separndose para mostrar-me el fondo, dijo desoladamente:

    All vena l.Octavio!

    Muerto respondi tan bajo y tan seca-mente, que apenas la o.

    Luego, sin derramar una lgrima, salt alandn, me suplic silencio, indic por seas aun mozo que nos siguiera con el equipaje, en-tre cuyos objetos reconoc el sombrero de miamigo, y nos dirigimos al hotel a la carreradel mnibus.

  • 38 FELIPE TRIGO

    En cuanto estuvimos solos en un gabinete,cuyo balcn daba a la playa, sepult Mara lacara entre los brazos y llor mucho. Yo, abru-mado en la butaca^ cerca de la suya, lanzabala vi-sta idiotamente a la inmensa curva dondese unan el mar y el cielo; ste encapotado degruesas y blancas nubes, aqul tranquilo y deun fuerte azul plomizo, sin un vapor, sin unavela en su vasta y comba superficie.No osaba mirarla. Qu cuentas iba a darme

    aquella histrica de la muerte de su marido?Al fin pudo hablar, y dijo, estrechando mi

    mano entre las suyas, blandas y calientescomo las de un nio:Cogi tu carta. Tu ltima carta, que yo

    guardaba en el pecho. Me la cogi dormida...y se mat. Nunca me haba amado tanto comoen este viaje. Mi amor y la tormenta horriblede esta noche produjeron en su alma efectosespantosos. Oh, era preciso haberle visto!Y dnde est?- me atrev a preguntar.|All! dijo la joven, sealando al Ocano.Durante algunos segundos vi los dedos de

    la pobre mujer temblando sobre el paolito,que llev a los ojos. Las comisuras de su bocasaltaban en nerviosas convulsiones.Cuando logr serenarse, habl as, con voz

    cansada, de apacible y triste monotona:Ignoro si influ decisivamente en el desti*

    no de Octavio o si fui nada ms la ftil oca-

  • CUENTOS INGENUOS 39

    sin del rapto que le arranc la vida: cargapara l, de todo cansado y hasta de s propio.T sabes cmo me quera. Con desesperacio-nes que me daban miedo, con exaltaciones in-sensatas. Cuando ayer tomamos el tren, esta-ba alegre, expansivo, contento de vivir, comopocas veces. Nadie deba acompaarnos, l yyo solos, en un reservado. Habl mucho todoel da, y a poder haberse escrito cuanto medijo, sera sin duda lo ms hermoso de todolo que jams pasara por su imaginacin. Elera feliz, y yo, a qu negrtelo?, contagiadade aquella eterna sonrisa de ventura que ju-gaba en sus labios, tambin lo era. Tambinfeliz, muy feliz...!Al anochecer, despus que comimos en el

    restaurant de la estacin ms alta de la cordi-llera, paseamos un rato. El paisaje solitario einmenso nos pareca hecho para el xtasis denuestra dicha.

    Todo nos mova a la ternura. Y como si lamquina que nos haba arrastrado a tantosdeleites pudiera entender nuestra gratitud, lamiramos juntos, con su negra mole finamentefileteada de reflejos de luna, encendidas ya ensus topes las farolas blanca y roja. Estbamosdelante de ella, escondidos del andn por loschorros de vapor de sus grifos, cuyas nubesnos rodearon como un apoteosis de amor,cuando la campana anunci la marcha. No s

  • 40 FELIPE TRIGO

    por qu me pareci que Octavio, abrazado am, hubiera querido permanecer en los rieles...Recuerda que una de sus mximas era sta:

    No se debe morir acosado por la vida, sino des-precindola, en plena felicidad.Subimos al reservado. De nuevo el tren

    empez a correr en la soledad de las monta-as, huyendo por la cinta que cortaba sus la-deras. Yo iba junto a la ventanilla, abiertapara respirar el fresco, y Octavio a mi lado,rodendome el cuello con el brazo, murmu-rando a mi odo, que rozaban sus labios, dul-csimas palabras. La pantalla de la lmparaobscureca el interior del coche. Estaba la no-che esplndida. La luna, que pareca ms altasobre la enorme profundidad del valle, vertasu luz tranquila sobre los pinares de la sierra,

    y arrojaba sobre los desmontes la sombra deltren, que corra despeado cuesta abajo.

    Senta la cara de Octavio rozando con lama en los bamboleos de la marcha. Sus ma-nos acariciaban mi cabello y mi garganta.Perd la conciencia y no s cunto nos duraquel mareo de ventura; pero creo que msde una vez nos alumbraron las linternas depequeas estaciones, cruzando a escape, yslo recuerdo que ya no vea la luna en lassombras del cielo, cuando al fin, reclinada enel hombro de Octavio, que besaba todava elcabello de mi frente, me fui quedando dormi-

  • CUENTOS INGENUOS 4I

    da entre la presin suave de sus brazos, llenael alma de celtste paz, sin temores, sin me-moria, sin ms vida que la de aquel momentoy la de aquel estrecho espacio del carruaje,blando, solo, nuestro como un nido de amor,trepidando siempre y envuelto en el estruen-do de la carrera del tren por la solitarianoche...

    Una luz blanca, intenssima, rpida, que mehiri dormida, me hizo despertar en la obscu-ridad para escuchar un estrpito formidable.Es decir, la obscuridad no era a mi alrede-

    dor completa; el farolillo del coche, aunquetapado por la pantalla azul, permita ver lascosas esfumadas. Octavio no estaba juntoa m.

    La luz elctrica de un relmpago volvi ailuminarlo todo. Entonces vi a Octavio al otroextremo, tirado sobre su asiento, con el her-moso cabello negro levantado en rizos por elvendaval y mirando por las abiertas ventani-llas el horror de los cielos... Un nuevo relm-pago, tan grande que me hizo exclamar unDios me valga!, dibuj y me mostr en loslabios de mi marido una sonrisa diablica.Sus ojos haban mirado fijamente la nube ne-gra que se ray de fuego, y cuando un truenopavoroso estall seco sobre nuestras mismascabezas, l, Octavio, con una serenidad in-

  • 42 FELIPE TRIGO

    doncebible, con una satisfaccin parecida a ladel escengrafo que oye los bravos para susdecoraciones, me oblig a ocupar otra venta-na, sac un brazo fuera y dijo:Esto s que es grande! Esto es inmenso!Podra jurar que un rayo caj' sobre los

    hilos del telgrafo. Tembl. El sonri otra vez.Qu hermosa esta luz!me dijo, y el

    trueno ahog sus palabras.; Caia la lluvia en gotas gruesas como unagranizada de balas. El huracn ruga con in-cesante rabia. El tren, en direccin opuesta alviento, volaba a toda mquina por una curva,silbando y lanzando espumarajos de vapor; demodo tan intenso resplandecan los relmpa-gos, que pude ver netamente, sobre el negrorodaje de la locomotora, la biela y la manive-la, limpias y brillantes, movindose con elvaivn furioso de los brazos de un loco. ;E1 mar! El Ocano!

    grit Octavio deimproviso, queriendo sobreponer la satnicaalegra de su voz al trueno que inund losespacios.

    Y en efecto, otro relmpago habanos des-cubierto el mar por entre un desfiladero derocas. Dirase que la mquina marchaba des-peada hacia l, con su temblorosa cadena decarruajes y sus ruidos de metal.No s qu temor me invadi y me estre-

    cha Octavio. Pero al cogerle la mano tro-

  • CUENTOS INGENUOS 43

    pec con un papel que me hizo retroceder.Era tu carta. Sbitamente comprend que

    su mano, guiada a mi corazn por el cario,la encontr mientras yo dorma. Y comprendtambin con espanto la tempestad que encompetencia con la del cielo hubiera provo-cado en su alma. El terror me helaba.Al fatdico serpear de una centella que in-

    cendi los aires, vi que el tren comenzaba asalvar sobre el mar un ngulo de la costa porun puente colgante. Las olas se estrellabanall abajo contra las peas, deshacindose enespuma; el huracn, mecindose en las con-cavidades de granito, arrancaba un bramidocontinuo, montono en sus cambios; las nubesse abran incesantemente despidiendo fuegosobre el mar, y el trueno retumbaba cada vezms potente, como creciendo en su grandeza.Y el tren, entre la obscuridad y la luz, entreel viento y la lluvia, segua y segua, haciendoretemblar la frrea trabazn del puente consu carrera sin freno y sus resoplidos de mons-truo, envuelto en lumbre y vapor.Un relmpago.. .1 Otro...! Ah!, de pronto

    brese la portezuela. Octavio arrjase por loalto de la barandilla del puente, y... s, Diosmo, otro relmpago, an me lo mostr allabajo al ser arrebatado por las olas...! Al mar!Yo ca rodando por la alfombra del reser-

    vado...

  • PAGA ANTICIPADA

    Pasaba una corta temporada en un pueblo

    donde me aburra espantosamente. No conoca

    a nadie, y sola dedicarme a pasear solo y de

    noche. Una, vagando por las calles al azar, ysintiendo ya nostalgias de mi Madrid de mi

    alma, llegu a una plazoleta que ofreca un

    bonito efecto de luz. Frente a m, una casa

    ms alta que las dems, de construccin ve-tusta, de anchas rejas y balcn panzudo, sobre

    el cual una hornacina contena una Virgen

    alumbrada por un farol. Se destacaba en el

    resplandor de la luna que empezaba a salir, ya todo lo largo del caballete y de los aleros

    del tejado, que volaba amplia y graciosamente

    las esquinas, vease negro, enrgico, el enma-

    raado dibujo de los jaramagos a la traslum-bre del cielo.

    Aquello era una decoracin teatral; y os juro

    que tan profundamente me ensimism en su

    contemplacin con ojos de artista, que me

    cost algn trabajo no creer que, en efecto,

  • 46 FELIPE TRIGO

    estaba en un teatro, cuando lleg a mis odosuna voz de contralto, extensa y pura, quecantaba:

    II segreto per esser felicese io per prova...

    El pasaje de Lucrecia, letra ms o menos.Me acerqu a la casa de donde sala la voz,

    y pegado a la ventana escuch hasta la ltimanota del brindis, tras de las que enmudecieroncantatriz y piano.A la noche siguiente volv a matar el tiem-

    po rondando la ventana de mi admirada ydesconocida contralto. La sesin fue ms lar-ga. La sinfona del Guillermo, despus trozossueltos de Gioconda, y por ltimo, cantada,Lucrecia.

    Yo, que insensiblemente haba concluidopor acercarme a la reja, trataba de descubrira la artista

    pues tal nombre mereca

    porlos entreabiertos cristales. No vea ms queun lado del piano. Iba a empujar las puertascautelosamente; pero alguien se acercaba enla desierta calle. Era un hombre, que entr enla casa, contemplndome antes con tenacidad.Luego ces la cancin, y me fui a dormir,

    dndome la norabuena por haber descubiertoaquel caprichoso e inofensivo pasatiempopara las noches que me quedaban en elpueblo.

  • CUENTOS INGENUOS 47

    No faltaba una; y eso que, pocas despus laluna, acudiendo a la cita tambin, cada vezms presurosa, me dejaba sin el amparo delas sombras; circunstancia molesta, porqueempec a llamar la atencin de los pocos tran-sentes de la plazuela, y, sobre todo, del ca-ballero que entraba y sala de la casa. Y qu?Me era tan grato escuchar aquella voz llenade poder y de frescura, que se cea a los acor-des del piano gil y ondulosa como una ser-

    piente de colores... Me resultaba tan vagamen-te tentador aquel ofrecimiento, tantas veces

    repetido, desde el misterio, por una mujerdesconocida y a la que yo no deba conocer,"del secreto para ser feliz, que ella saba por

    experiencia y lo revelaba a los amigos*sen-tido todo esto en la soledad de la noche, en elinterior de aquella casa romancesca, destaca-da en silueta Lobre el fondo claro del cielo,

    con sus rejas caladas y rematadas por cruces,con su farolillo santo alumbrando a una ima-gen que pareca aguardarjuramento de amor...Hablaba tanto aquello a los impulsos idealesque fuera de Madrid se permita este coraznun poco fatigado...!

    ** *

    Voy por la calle, tropieza conmigo un suje-to, y en vez de excusarse, me da una bofeta-

  • 48 FELIPE TRIGO

    da, que contesto con un bastonazo, tomndolepor loco. Me entrega su tarjeta y se la tiro alas narices. Se aleja, pero recibo inmediata-mente la visita de dos amigos suyos, y quierasque no, tengo que batirm.e. Al otro da, un sa-blazo en este brazo. Noticias de mi rival...?Propietario, hombre extravagante, distingui-do y fro. No pude averiguar ms.La herida, de bastante importancia, iba a

    retenerme en el pueblo ms de lo que hubie-ra deseado. Esto, y el no poder explicarmetan original desafo, me irritaba.

    A los pocos das, me sorprendi mi adver-sario, visitndome.Vengo a pedirle mil perdonesme dijo.

    Usted sabe quin soy?No tengo ese gusto... es decir, s; un loco

    o un camorrista de profesin.Ni lo uno ni lo otro. Soy, sencillamente, el

    dueo de la casa en cuya reja encontraba austed siempre. Y pues que tras ella estabami mujer, que es tan honrada como joven, letom a usted por un impertinente a quien mepropuse escarmentar. Lo menos que puedehacer un marido, aunque est segurocomoyo lo estoyde la virtud de su esposa, al ver

    que un hombre asedia su casa, recatndose enla obscuridad, es tenerle por inoportuno yprofesarle antipata.

  • CUENTOS INGENUOS 49

    Bienrepuse asombrado; pero es quemi objeto...No se moleste en explicrmelointe-

    rrumpi tranquilo y galante mi adversario.Se lo acabo de escuchar al mdico de usted,hablando confidencialmente de nuestro duelo,que todo el mundo achaca a genialidad ma.Usted iba a escuchar a Amalia, No canta mal,efectivamente, y merece la pena. Mas comolas apariencias han hecho que yo pague unadeferencia de usted a un mrito de mi mujercon una estocada, al saberlo me creo en elcaso de reparacin. Lo menos que debo hacer,si usted se digna perdonarme, es presentarlea mi mujer para que pueda usted oira cantar,cmodamente sentado, y para que pueda elladarle las gracias por las veces que fu a oiraaguantando el fro y las molestias de la calle.Tend la mano a mi interlocutor, pero re-

    nunci delicadamente a su proyecto. Insisti.Era, pues, absolutamente necesario.Y fui presentado.Amalia Rosi, italiana de origen, morena,

    menudita. Deliciosas veladas. Cuando la vol-v a oir cantar "el secreto para ser felices lo

    enseo a mis amigos", me daba cuenta de queyo... era ya su amigo!; y recordando mi brazoen cabestrillo, en pago a deudas de honor queyo no contraje, y al verla, efectivamente, tanlinda y tan joven como su marido me haba

    4

  • 5 FELIPE TRIGO

    dicho, acab por empearme en averiguar siera tan virtuosa como el marido afirmaba. Estono poda comprobarse fcilmente; pero yoquera a todo trance darle a aquel hombre larazn de sus palabras y de sus actos.Me dola tanto el brazol

    Una noche, a los dos meses, pues ya era im-posible demorar mi marcha, contempl la casapor ltima vez. Tambin haca luna y el farolde la Virgen desparramaba su claridad rojizapor la fachada. Amalia, en el balcn, momen-tos antes, me haba jurado por la Virgen queno me olvidara.

    Quedamos en eso.Y el marido y yo, en paz.

  • LA TOGA

    Para muchos nios hay en muchas capita-les, Madrid entre ellas, una escuela ms p-blica que las escudos pblicas: la calle.Su rector es la miseria, sus aulas el descui-

    do y la ocasin, sus bedeles los guardias. Estabierta siempre.A media noche, cuando cruzis las anchas

    calles desiertas, un poco encantados de oirvuestro taconeo en la acera y de tener paravosotros nada ms las luces brillando, comolas que en avenidas de imperial palacio aguar-dan la retirada del seor, una cosa se os ponedelante y se os enreda entre las piernas. Esun peridico extendido, que anda solo, detrsdel cual se divisan luego los pies, la cabeza ylas manos del que lo sostiene, como en lasclsicas vietas anunciadoras. Seolito, el Helaldoldice un chicuelo

    tan alto como el peridico.Ha surgido de un portal, del biombo de For-

  • 52 FELIPE TRIGO

    nos, donde del fro se amparaba, tendido sobreun montn de nios, que pisan los trasnocha-dores. Un brazo que se retira o una pata quese encoge: esto es todo. Los golfos, piensael que sale; y por los miembros entrelazadosall, es tan incapaz de calcular el nmero demuchachos como de averiguar por las roscasmovibles y viscosas el de un pelotn de lom-brices.

    Y me he fijado alguna vez en los chiquillosdel Helaldo. Los hay rubios, con caras bonitasy tan dulces como la de todos los nios de tresaos. Sus bocas sonren con ingenuidad con-fiada, y sus ojos son vivos e inteligentes. Pi-den una pelilla o brindan su mercanca alar-gando la manita aterida, a no importa quin,con la amorosa gracia con que pediran unbeso a sus padres, si los conocieran. He bus-cado con insistencia entre ellos al criminalnato, de Lombroso, para conocerlo as, peque-ito. En vano. Frentes abultadas y sortijillasde seda... como todos los nios, en fin.

    "Los golfos!" es cuanto dice al verlos el

    hombre grave, lo mismo que dice bajo los r-boles del Retiro: "jLos mosquitos!" El quems, recuerda en ellos el Gavroche; los hallachistosos y simpticos, y se figura que van aser eternamente gorriones de la gran ciudad,para dormir en los huecos de las estatuas ysaltar de da al frente de los batallones. Est

  • CUENTOS INGENUOS 53

    bien, pues; que no hagan nada; ya servirn deefecto armnico a los poetas, como las golon-drinas y las hierbas de las tapias. El orden so^cial, que por dos pesetas se encarga un guar-dia de representar, mira a los golfos y les dauna patada de cuando en cuando.

    (Ah, pero se es injusto en tratarlos as, deharaganes! Distan de serlo. Esos pobres niosdel Hdalio y La Colespondencia muestran lacuriosidad y la voluntad de aprender que to-dos los de su edad, cuando se empieza a des-plegar su alma. La tienen blanca, de ngel, ycon ella han empezado su carrera y se aplicanen su primera enseanza.

    Y que no les ensean los puntapis de or-den pblico! A los seis aos ya saben correry quitar pauelos, mirando con un ojo al bol-sillo y con el otro al guardia. Es el ingreso debachillerato. Mientras lo cursan, los agentessiguen observndolos con atencin, llevndo-los tal cual vez a recoger diplomas en la Pre-vencin del distrito, y repartindoles trompa-das y pescozones. Aunque con filosofa: "anno estorban", dice la sociedad. Y como no es-torban, hasta los quince o veinte aos, filiadosya en los gubernamentales registros, se pa-san la vida, a fuer de estudiantes alegres, co-rriendo de los guardias en la calle y convi-dndolos a cariena en las tabernas.

    Facultad Mayor. Se indica por el ingreso

  • 54 FELIPE TEIGO

    del educando en la crcel, a consecuencia deun robo o de un navajazo en quimera. Cosa le-ve y grandes adelantos. El que no es completa-mente imbcil, saca la licenciatura en tresaos, y como ya esta hecho lo ms, he aquque viene un da el saqueo del palacio de unmarqus, en cuadrilla, con asesinato deldueo...

    La sociedad se conmueve.Ese hombre dice frunciendo el ceo

    ante el asesino estorba ya. Vengumonos;ha terminado su carrera.Y efectivamente, entra poco despus en el

    calabozo; le pesan y miden los antroplogos;encuentran que tiene la frente deprimida, elpelo lanoso y spero, las orejas en asa y lospmulos salientes. No recuerdan ya que cuan-do pequen tena la cabeza de los angelillos,cuando pregonaba el Helaldo, ni recuerdanque la ferocidad de su sonrisa con dientes decaballo haba sido primero, "en boca de nio,sonrisa de amor".Criminal nato!

    gritan los antroplogos.Porque, eso s; la ciencia es rotunda.Ha terminado su carrera. Se le viste la hopa

    y el birrete de los ajusticiados.Es decir, la toga.

    Cuando menos eso me pareci a m unatarde muy triste en que yo pude contemplar a

  • CUENTOS INGENUOS 55

    un hombre con bonete y sotana negro, senta-do junto a un palo, agarrotado por el pescue-zo y con la lengua fuera.Tena yo tambin recin ganada mi toga, y

    no s qu extraos giros de pensamiento hi-cironme ver un poco de vergenza en mitraje talar y un poco de grandeza entre lospliegues de aquella tnica que envolva aaquel muerto con la cabeza tronchada y elgesto de apocalptico reproclie...

    Quiz emprendimos la carrera al mismotiempo! Yo, en el regazo de mi madre. l, en eldesprecio de la Humanidad.Y me estremec al pensar que si hubiese

    sido lo contrario, yo sera entonces el ahorca-do, y el ahorcado el doctor.

  • POR AH

    Domingo?Caramba, da de divertirse.Cunta gentel Todos suben, se alejan del

    centro. Yo me acerco, al revs.Encontrarme desde mi casa en el Retiro, a

    los quince metros, no tiene lance de paseo.Sol hermoso; coches y tranvas atestados;

    Espartero dominando la calle desde su caballode bronce.

    Adis, general!Es muy amable este Espartero, con su som-

    brero en la mano, eternamente saludando ala acera derecha, desde donde nadie le res-ponde. Lbreme Dios de pasar sin correspon-der finamente al saludo, y los dems que ha-gan lo que gusten.Y vengamos a cuentas, para no andar en

    balde: adonde ir? Hay que pensarlo sobrela marcha, entre pisotn y codazo.

    Dinero no falta, en buena hora lo diga, si

  • 58 FELIPE TRIGO

    no para comprar un reino, con el que quizsno sabra qu hacer, para comprar media do-cena de mujeres, que bien sabr qu hacercon ellas.

    Pero tal vez lo s demasiado.La tarde es larga, la vida imposible. Refle-

    xionando, principalmente. Algo, pues; nece-

    sito algo que rne distraiga; y estoy en la cor-te, donde dicen que sobran las diversiones.En la plaza gran atraccin. Un toro y un

    elefante. Ira, pero luego no resulta ningunade las barbaridades prometidas. Fieras con-tra fieras? Tigres, toros, leones y elefantes?

    Bah, para atrocidades los hombres, y ya losveo por la calle... y ya me ven.

    |La Cibeles!Decididamente, me son simpticos estos

    caballos de bronce y estas virtudes de mrmol.All, por las baldosas de Recoletos, desfila

    un cordn de gente. Sombreros monumenta-les, flores, nias en situacin, tal cual levita...;

    los de a pie, dndoselas de aristcratas des-montados, los de a caballo mirando a los lan-dos, y los landos al trote. El xito de la tarde

    es un cab tirado por once perros de Terra-nova.

    Hay concierto? Beethoven, Wagner, cienviolines, dos arpas... Yo quisiera oirlo sin ver-

    lo. Desde una hamaca oscilante en la bveda.

    En las butacas acabara por preocuparme de

  • CUENTOS INGENUOS 59

    la postura; en los paseos estara de pie y mo-lesto; en el paraso... nada de parasos!Y nada de conciertos ni de msicas. La

    msica miente, me dira dulzuras, llevara mipensamiento a lo que no puede existir. Unmundo desavenido con la llima nota? Unngel vuelto a caer al pisar la calle? Jams.Prefiero seguir en la realidad.

    Adelante. Arriba, arriba calle de Alcal. Larealidad puede ser un teatro cualquiera, deteln afuera o de teln adentro. Slo que enla sala seguramente no me importara lo quepasara en la escena. El colmo. Buscar inters

    por un espejo a lo que en s mismo no intere-sa nada. Desde una butaca no sabra esta tar-de si el drama o la comedia estaba delante dem o alrededor mo o... dentro de mi alma.

    Alma. Habr dicho una barbaridad?Una limosna al ciego.Toma.Dios se lo pague."^Biieno. Pero te advierto que son dos

    pesetas... por si eres ciego.

    No es limosna. Es que doy el dinero que mehubiese costado no divertirme en el teatro.Gano todava y ese infeliz me da las gracias.{Estpido!

    El sol, rasando sus rayos desde el tejado dela Equitativa, envuelve en polvo de luz la ca-lle. Maldito si veo a nadie de tanta gente como

  • 6o FELIPE TRIGO

    tropiezo... Siempre es un favor. Seoras ensilueta, amigos al traslumbre... y yo, sombre-ro a los ojos 3'- hala, hala... Vuelvo la cabezay veo a la seora de un amigo. Pero por laespalda. Qu historia me recuerda! Ella loquiso. Punzante, casi dulce, breve. Un epi-grama. Una instantnea.

    Bien y qu? Maisn Dore. Qu adelantocon entrar? Caf. Mis terrones y mi sitio. Co-nocidos, todo mi crculo. Poetas y autores,polticos, novelistas, empleados y periodistassin empleo, un pintor, celos, mentiras en cir-culacin, la farsa, lo de siempre... Adems,que sera una lstima callarlos si me estnponiendo como un trapo. Volver. Hay tiempode cobrarse. Yo suelo quodarm.e de ios l-timos...

    Pero este dinero?...Ah, ya encontr mi diversin! jCochero!Seor.Al campo, al aire, al sol...Se est poniendo.No importa. Llvame adonde quieras,

    aunque no haya nadie, con tal que haya ca-llos y vino. De prisa. Revienta el jaco, por-que me da igual llegar en diez minutoso a media noche. Lo importante es ir deprisa.

  • CUENTOS INGENUOS 6l

    Camarero, una racin de callos y otra dealegra.

    -Eh?S, hombre, s. Una botella!... jParece

    mentira que no sepis lo que estis ven-diendo!

  • EL SUCESO DEL DlA

    Celso Ruiz, la prudencia misma, cmo hapodido provocar al caballero Alberti, duelistaclebre, tirador maravilloso que parte las ba-las en el filo de un cuchillo?Acabo de encontrar a mi amigo en su des-

    pacho, tumbado en el divn, el cigarro en loslabios.

    Te bates? le he preguntado.Me suicido.Verdad. Tanto vale ponerse con una pis-

    tola frente a ese hombre.Es igual. Necesito demostrar que no soy

    un cobarde.

    A quin?A todos; a m mismo, porque hasta yo

    empezaba a dudarlo.Ests loco!Se incorpor Celso, me hizo sentar, y dijo:Escchame. Toda una confesin. La vida

    exprs de la corte no tiene la slida franque-

  • 64 FELIPE TRIGO

    za de nuestra provincia, donde el tiempo so-bra para depurar la amistad. Aqu, las gentessomos a perpetuidad conocidos de ayer; ami-gos, nadie; de modo que tenemos el derechode recelar unos de otros, de engaarnos rau-tusmente y de juzgar a cada cual por el trajecon respecto a su posicin, por su ingeniosi-

    dad con respecto a su talento, y por su proca-cidad con respecto a su hidalgua. La mesadel caf, de concurrencia volante, nos atraepor su esprit y nos repugna por su cinismo.La dejamos con disgusto, quedando siempreun jirn de amor propio entre las tazas, y vol-vemos, sin embargo, al otro da, como a unatertulia de prostitutas, a fumar y estar tendi-dos. Tiene razn el que habla ms fuerte, y elargumento supremo es una botella estrelladaen la testa del contrario.

    --Ecce homo. Y algo as es tu lance conese duelista, medio juglar y medio caballero?El motivo, a lo menos. Aguarda. T,

    cuando vine, hace un ao, me presentaste enesos crculos, cuya animacin me cautiv,pues no falta en ellos el ingenio, l'u un ale-

    grn. All, en el destierro de nuestra ciudad,

    imposibilitado de juntar seis personas conquienes establecer cambio de ideas sin adua-nas de ignorancia, pensaba en Madrid, en elMadrid ntimo, intelectual y exquisito; soabaun cenculo de hombres de corazn, donde

  • CUENTOS INGENUOS 65

    estuvieran proscritas las preocupaciones, ydonde el pensamiento pudiera brotar y dila-tarse libremente como el humo de un vaporen el aire limpio de los mares... Mi sorpresa,pues, no tuvo lmite al descubrir que entreestas gentes del talento se alzaban con cada

    palabra intransigencias mil veces ms ruinesque las dlos ignorantes. La frase inofensiva,con tal que fuese afortunada, la retorca lavanidad y la converta en insulto; el triunfoajeno lo trasformaba en odio la envidia; el ra-zonamiento feliz era rechazado con la bruta-lidad del sectario; y todo esto, como trmite

    fatal, conduca al botellazo primero y al lancede honor algunas veces.Pongamos un medio por ciento.Es mucho.No. Exacto. La proporcin de esos desa-

    fos en que paga las tarjetas rotas el camare-ro. Uno por doscientas botellas... Pero dimede una vez, por qu es tu lance?A eso voy; precisamente por haber esqui-

    vado aquellos otros y los argumentos de cris-tal. Como yo creo que no haba de conven-cer a ningn polemista rompindole la cabe-za, ni haba de quedar convencido porque mela rompiesen a m; como creo que nunca pue-de constituir caso de honra una disputa decaf, que no es ordinariamente sino un casode vanidad, ms digno que de uu lance de ho-

    5

  • 66 FELIPE TRIGO

    or, de algunas explicaciones sensatas o deldiscreto desprecio, y como pienso, adems,que en odio y en amores no caben trminosmedios, por lo cual no concibo el odio regla-mentado que de antemano se da por satisfe-cho con ver una gota de sangre, y por lo cual,en fin, no concibo tampoco ms que los lancesde honor de veras, donde se va a matar o amorir probablemente, y de seguro a no per-donar una imperdonable herida de honra... deah que todas estas razones me obligasen a novolver ms por los cafs como medida pre-ventiva.

    Lo aplaudo, aunque no te imite.Yo me aplaud igualmente el primer da.

    El segundo y el tercero los pas fatales, a so-las con mi susceptibilidad, que despert enforma reflexiva. No ser esto, en el fondo

    me preguntabauna debilidad? Si la vida esas, aunque debiera ser de otro modo, y porel estilo de la del caf es la mayora de lagente, la que tratamos para nuestros negocios

    y la que tratamos por nuestras relaciones, hade renunciarse a la sociedad, encerrndoseuno como un cenobita, slo por el hecho depensar con cordura?Esa idea es de Schopenhauer.Casi. Qu haba, pues, en mi prudencia

    e racional, y qu pudiera haber de cobar-da?... Examin mi vida entera. Me tranquili-

  • CUENTOS INGENUOS &]

    z el examen. Por miedo no he retrocedidonunca en ningn propsito; mi biografa, t lasabes, no es precisamente la de una monja.Y para probarlo en el caf, como si el

    caf fuese el mundo... zas! desafas a...No. Ten calma. Entonces me encontr se-

    guro de ser capaz de dar la vida por mi de-ber, por mi madre y por mi amante, y te re-pito que qued tranquilo. La idea que yo tenade m mismo en ese punto me bastaba que latuviesen tambin mis personas queridas...Una gran tristeza hizo doblar a Celso el

    cuello al pronunciar estas palabras.Esas personas? le interrogu.Son como las dems en este punto. Mi

    Claudia, mi buena Claudia, confunde tambinla insensatez y la estoicidad de la barbariecon el verdadero valor. No comprende que sepueda estar plido con el corazn sereno.Ayer iba con ella en el faetn, por el campo;yo guiaba. Se planta delante un mendigo bo-rracho y me pide limosna insolentemente; pa-lidec, rogndole que se apartara; mas habal tomado las riendas, y le descargu un lati-gazo que encabrit al caballo, arrancndoledesbocado, despus de arrollar al importuno.En la carrera cre estrellarla, a mi Clau-

    dial... Cuando por la noche refera ella el in-cidente, dijo: "Qu miedo pas ste! Sequed como el mrmol!." Claudia^ sin pararse

  • 68 FELIPE TRIGO

    a considerar la clase de temor que pudo asal-tarme, ha sospechado, por primera vez, quesoy un cobarde. Lo comprend en no s quasesinamente compasivo de sus ojoslnahora despus desafiaba yo a Alberti. El bote-llazo, razn de caf, fcil, terminante. Proba-r mi valor, puesto que es indispensable.Perdnamele dije

    ; lo que as prue-

    bas, por primera vez, es tu cobarda. Te sui-cidas.

    De un modo teatral. En un escenario, conamibos y pblico en los palcos, a la ltima.Slo que me suicidarn de verdad; y el sui-cidio es de valientes: esta idea, si no es deSchopenhauer, debiera serlo.Me ha sido imposible convencer a Celso de

    su temeridad, y me he separado de l abra-zndole con pena, como a un sentenciado.

    Sin embargo, quien sabe! El desafo es ma-ana. Ms que el pulso de un desesperadopuede temblar el de un bravo de oficio...

  • MI PRIMA ME ODIA

    Habremos de almorzar en casa de los pri-mos de mi mujer. Pero yo he llegado antes;mi mujer no est todava, y no est ms quela mujer de mi primo. Y la mujer de mi primo,es decir, del primo de mi mujer (mi prima sios place, mi bella prima, arrogantsima) hahuido del saln, al sentirme, refugindose enel gabinete.

    Es terrible esta prima ma, tan rubia. Estremendo que mi boda haya venido a conver-tirme inesperadamente, desde hace meses, enpariente de mi antigua enemiga cordial deltranva, de mi antigua y desconocida enemigamortal de por esas calles.Pero es preciso terminar esta situacin de

    una vez, y me resuelvo. Entro en el gabinete.La he sorprendido? La he asustado?... El

    libro cae de sus manos a la alfombra. Yo, mesiento. Ve en mi cara una osada decisin, y suorgullo y su altivez la obligan a callar, miran*dome, mientras la contemplo. Es lista, y adi-

  • 70 FELIPE TRIGO

    vina que va a hablarla su antiguo enigmaodioso de otro tiempo.Vaya, prima, seamos francos: usted rae

    odia con todo su corazn.Yo?... iQu escucho!S. Usted me detesta, me aborrece.Se engaa usted, querido primo.Principalmente desde que el azar nos ha

    ligado en parentesco, su odio a m se ha vuel-to intolerable, prima, as obligada a verme ysoportarme.

    |Por DioslMi presencia y mi conversacin la irritan,

    y quisiera usted, sin duda, poder causarmealgn dao, en forma tal, que nadie sino yosupiese que usted me lo causaba... puesto quesu odio es ntimo y absurdo y secreto entrelos dos, de alma a alma.Mi odio!... Acaso es usted un poco fatuo.Tal vez.Desde que se cas habremos hablado seis

    veces, entre gentes, como extraos; y antes ni

    le conoca siquiera. A lo sumo pudiera haberde m hacia usted simpata o... antipata: esoque instintivamente nos inspira toda nuevarelacin. Pero odio?, por qu? No piensausted que el odio es un honor que no puedeconcedrsele a cualquiera?Razn por la cual, de usted, yo tena el or-

    gullo de ser el hombre ms odiado del mundo.

  • CUENTOS INGENUOS 7I

    No comprendo esa ilusin.Pues es raro, porque dicen que tiene us-

    ted talento. Gracias. Tambin dicen que lo tiene

    usted.

    Slo, pues, los dos, ignoramos mutua ydirectamente esto que dicen. Quiere que in-tentemos convencernos?Bien.Hablemos, entonces, por primera vez. Las

    otras seis no sirven para nada. Hablemos...con franqueza. Usted es capaz?Por qu no, querido primo?{Oh, no... no es usted capaz!... Sindolo,

    habra dicho... odiado primo!Le encuentro testarudo, a ms de fatuo.Menos mal. Ya con eso empieza a serme

    franca. Correspondo, y digo que usted no erasincera al afirmar que no me conoca antes decasarme. Me conoci usted en el tranva. Hacelo menos dos aos.No recuerdo. Quiere tener la bondad?...Con mucho agrado. Noche mala, de vien-

    to, de lluvia, y tranva de Salamanca, de estebarrio. Un poco tarde, y solo yo en el tranva.Una dama que lo para al poco, y que sube: erausted. Iba usted elegantsima: abrigo de pielcaf, gran sombrero y plumas de color de pen-samiento, terciopelo pensamiento... Ah, sil

  • J^ FELIPE TRIGO

    Recuerda ahora?No. Slo recuerdo que tuve esas prendas.Adems, tan perfumada, que el olor de

    sus esencias hizome levantar los ojos del pe-ridico. Fui sin leer un momento, absorto porla gentileza de usted... Y usted, a lo largo delcoche vaco, haba entrado a sentarse en unngulo de la delantera, diagonalmente opuestoal que ocupaba yo. Tom usted, con rapidsi-ma ojeada, nota de mi admiracin, y la desde- en seguida... volvindose a mirar por elcristal de la plataforma... Yo persist en mirar"la, absorto por su arrogancia y su belleza...

    Gracias, otra vez.Usted volvi a advertir mi atencin, y la

    despreci ms, volvindome la espalda.-S?Era, prima ma, amiga ma, el odio que

    usted empezaba a concederme, por dems...Por dems... qu?Por dems... generosamente. Y sonre.Bueno, ya lo dije; usted es algo fatuo.

    Cualquiera otro que no lo hubiera sido, nica-mente habra visto en mi desdn... el que con-viene a los tenorios de tranva.Si me perdona, prima, yo le dira a usted

    que les conviene mejor la indiferencia. El des-dn as marcado es ya una pequea entregade atencin... Y yo sonre, sonre... por eso...form mi juicio de u^ted... y volv a enfrascar-

  • CUENTOS INGENUOS 73

    me en mi lectura; por no volver a mirarla...jQu tormento entonces! iQu rabia para us-ted!... Se acuerda?... Es verdad, no se acuerda.Yo s, en cambio; solos, solos siempre en eltranva; el viaje, largo... En la Cibeles, ustedhabra dado no s qu porque yo volviese amirarla. En Coln, y nadie entraba!, habausted tosido tres veces^ dejando caer dos elpauelo, y hablando con el cobrador para queoyese el abismado lector imperturbable su vozseductora... Una voz divina, clara, que yo obien... pues lo que menos me importaba era elperidico, todo empeado en hacer rabiar austed con mi indiferencia... porque le dirtambin, si usted me lo consiente, que es laindiferencia el mejor castigo contra las desde-osas del tranva. En fin, usted baj; tena yotan tendidos los pies, que tuvo usted que pe-dirme al pasar: Permite usted? Horror,mi odiada prima!... se acuerda?... Yo recoglos pies sin contestarla, sin alzar los ojos delHeraldo, cuya "lectura" no interrump...

    Falso!... Usted me mir; y de tal mane-ra, que aun volva por el vidrio la cabezacuando yo avanzaba hacia mi casa!Cmo? Eso s lo recuerda?Lo recuerdo. Vea usted lo que son las

    cosas!

    Y no recuerda asimismo que otras no-ches desde entonces nos volvimos a encontrar

  • 74 FELIPE TRIGO

    en el tranva, con ms gente, con menos gen-te, y que siempre yo... lea el Heraldo?Y no recuerda usted, odiado primo, que

    en el tranva y en la calle, dondequiera quenos volvimos a encontrar, yo cuidaba hacerleadvertir la primera mi desprecio?Su odio.Sea! Mi odio!Un odio de mujer. Amor inverso.Cree usted?...Tanto, que le tema a esta inevitable ex-

    plicacin, como a una declaracin... amo-

    rosa.

    Seor moll

    -QulQue yo no puedo consentir... Schistl ;mi

    marido!Entra el marido, me saluda.Sale el marido a dejar el abrigo y el bastn.Hay un silencio.Deca usted?... Siga, siga.Deca que usted ver si para dejar de

    odiarme le conviene amarme..., no hay otramanera. Por mi parte, siento muchas veces laintencin de darla un beso.Oh, pero usted se me rinde, infeliz! No

    ha previsto que desvanece mi odio, suponien-do que lo tuve, al confesarme su maoso in-ters en sus lecturas del Heraldo? Usted, laintencin de darme un beso; yo, la voluntad

  • CUENTOS INGENUOS 75

    de negarlo, y heme aqu vengada, curada demi odio... radcalsimamente.No, Porque yo dir en seguida que no me

    importa que me lo niegue... y usted me segui-r odiando.Como usted a m por consecuencia?El odio es amor inverso. No renuncio al

    orgullo de su odio. Le digo, prima, que noquedan ms caminos que odiar... o amar.Queda otro. Confesarles nuestro mutuo

    odio inextinguible a su mujer, a mi marido...y no vernos ms. Es lo prudente.Tiene usted razn: es lo prudente. No

    hay motivo alguno para que nos sigamos so-portando.Ah viene mi marido!Y mi mujerlMi bella y blonda prr a se levanta, vacila...

    vuelve a m desde la puerta.No les diga nada an!me advierte.jPues jure que me odia con toda el almalCon toda el almall

    Sale, y yo permanezco un instante respi-rando sus esencias, sacudidas al vuelo de sussedas.

    Mi prima me odia.Tiene talento mi prima, qu diablol

  • EL RECUERDO

    No haba andado Juana la mitad del caminohacia la via, con un cesto de mimbres alcuadril, cuando entre las encinas de la sierrase present Chuco de sopetn, diciendo:Ma t, Reina, vengo escapao porque te

    vide llegar desde las pizarreras donde tengola cabr. Te qui decir una cosa. Maana yasabes que me voy a la ziud, a la melicia;pues, vlaqui lo que traigo.Chuco entreg un papel a su novia.Calla! Y quin este santo...? |Eres tul

    -

    exclam ella admirada.Y toas qu'es verd... Y que ma retratao

    el seorito ese, amigo del amo, ca veno detmpora al cortijo. Le trompec ayer tarde enla ermita, pintando toa la facha y toos los r-boles y too... Liamos un cigarro, y aluego dijoque quera retratarme; yo le dije que bueno;me puso el garrote asina, como ests viendoah, y en menos de na, que toma, que dejarque raya p'arriba que raya p'abajo, ya tena

  • 78 FELIPE TRI0

    too el mueco formao. Iba a largarse, despusde parlar un rato, cuando, sin saber por qu,me acord de t. Por qu no me haba de ha-cer otro retrato pa ti...? Se lo dije lo mesmoque lo pensaba, y l, que debe ser mu larg,se ech a reir y lo hizo en segua. Ese es,Reina, pa que lo guardes mientras ando yopor esos mundos... Pues, bueno; yo no he dor-mo ni migaja en toa la noche pensando alrespetive qu'es menester que t me des ta-min un retrato.Y yo... cmo?

    pregunt Juana dejandode mirar el de Chuco.Escucha, asina: vete en cuatro brincos a

    la alamea de la Tabla Grande del ro, que allse par don Luis hace un poco, al salir el sol,y aprepar los chismes como pa pintar el mo-linillo, y amate pa ve cmo pu retrtate.Anda, Reina; no me voy a se sordao si al lle-varos esta noche la jarra de leche no me letienes... Lo oyes? Que se me ha meti en lachola, y no me voy aunque sepa dar en unpresillo!

    Gran Dios! Y con qu cara iba la Reina apresentarse a don Luis, sin haberle habladouna vez siquiera...?

    Chuco adivin esta idea; pero adopt unaire resuelto preguntando:No irs?Juana permaneci muda.

  • CUENTOS INGENUOS 79

    -^Que no?insisti el cabrero con su ex-tremea terquedad.y como su novia continuaba en silencio,

    echse el garrote al hombro, se acerc a ella,hizo una cruz, y despus de decir: "Por sta,que me llevan a presillo", se las toc a pasolargo, dejndola atnita e inmvil.La Reina (mote que Juana haba heredado

    de su madre, a quien se lo dieron por limpia

    y buena moza) se llen de pena comprendien-do que Chuco cumplira su promesa al pie dela letra. Tras algunos momentos de duda, seenjug los ojos y mir al valle, donde se divi-saba el umbroso follaje de la ribera; suspir,y alegre al poco

    que para algo haban deservirle sus diez y siete aos, parti ligeracomo una saeta hacia la Tabla Grande.

    Bah! Si no conoca al seorito Luis, tam-poco iba a pedirle un reino...! Entre corriendo

    y andando, cruz el encinado, salv el puentedel arroyo, dejse atrs la huerta y los pina-res, y agazapndose en la pradera para es-quivarse del to Juan, que volva del lugarcon el carro, entr por fin en la alameda, re-corrindola hasta darse de manos a boca, opunto menos, con el pintor, que de pie juntoa la silla de tijera, tena delante un caballete.Juana se par, y, arrepentida, trat de escon-derse. Pero el seorito Luis la haba visto ya;era intil... Entonces, lanzando una impercep-

  • 8o FELIPE TRIGO

    tibie carcajada, a un tiempo medrosa y atre-vida, roja como una grana, se acerc a l,solt el covanillo, y clavando los ojos en elsuelo, exclam casi sin voz:Yo... soy la novia de Chuco.El seorito Luis haba soltado los pince-

    les y miraba con sorpresa a la recin lle-gada.De Chuco...! Qu Chuco, hija?

    pregun-t en el colmo de la extraeza.No conoca a Juana, que habitaoa en el cor-

    tijo las dependencias de la servidumbre.De Chuco el cabrero..., del que usted pin-

    t ayer en la sierra de la ermitaaadiJuana.

    Aguarda! Conque t eres,..! Pues tieneChuco una novia como una perlamurmurel joven sonriendo. Bueno, mujer; t dirs loque deseas.Al escuchar Juana el elogio, levant la mi-

    rada hacia el seorito Luis... y la bajo vien-do que sus ojos derramaban sobre ella unincendio. Sin embargo, aquella flor y aquellajovialidad dironla alientos para continuar: S, me lo dijo. Por eso me pidi un retrato

    para dejrtelo. No te lo ha dado?Vlaqui ust; me lo ha dao ahora que me

    encontr cuando iba yo por uvas a la via; ydijo que viniera al vuelo en busca de ust...porque me hizo la cruz para no dirse ms que

  • CUKNTOS INGENUOS 8l

    atao, en tanti yo no me diera maa pa... darleotro retrato que ust me haga.Bravo! Si no es ms que por eso, no hay

    que atarlo, porque no desairar nunca a unamuchacha tan salada. Sintate. Esto va a sera escape! Y a fe que me alegro, pues as esta-rs en mi lbum junto a l.La noticia arranc a Juana, que estaba ra-

    biando por rer, una carcajada de alegra.Oye dijo Luis en cuanto prepar los l-

    pices y el lbum , t eres muy guapa y quie-ro hacer un retrato bonito. As no ests bien;en vez'de continuar sentada vas a echarte, sal-drs mejor. Tu retrato ser todo un cuadro.As diciendo, la levant del cesto, se le puso

    de cabecera, obligndola a adoptar una pos-tura caprichosa, le cruz los pies despus deacostarla de lado y la hizo reclinar la cabezasobre un brazo y rodersela con el otro. Sa-tisfecho de la actitud de la joven, que tembla-ba a su contacto y segua con el recelo en losojos y el carmn en la cara esta maniobra, sefu a la silla sonriendo, sobrecogido por lainspiracin de la belleza extraordinaria de laReina,Dibujaba Luis con el arrobamiento del ar-

    tista que se deja absorber por su obra, y unatras otra, sin saberlo, dejaba escapar frasesde admiracin ardiente cada vez que su an-lisis descubra un tesoro de los mil de la be-

    6

  • 82 FELIPE TRIGO

    lleza a la par atrevida y delicada de la Rei-

    na... Sus palabras clavbanse en el corazRde Juana como flechas de oro...! y Juana (porqu no decirlo?) empezaba a impresionarse...Vea en el pintor la adoracin a su hermosu-ra, y ella, que siendo mujer, nunca haba sidoadmirada, no se daba cuenta, la pobre, de queel amor principia as. El amor, es decir, algo

    grande, algo que jams sinti junto a Chuco,en su cario de hermanos, descuidadote ytranquilo, cuyas races se perdan en el tratode la infancia.Bien visto, el seorito Luis era un cabal

    mozo; tendra veinticinco aos, y Juana en su

    vida estuvo al pie de un hombre tan guapo,tan simptico, tan amable... Vaya si saba de-

    cir algunas cosas...!Decididamente ella se encontraba a gusto

    en la alameda. Hasta el misterio del sitio, que

    al pronto le haba causado un vago temor, co-menzaba a placerla. Un vientecillo juguetnrizaba la amplia superficie del agua, pren-diendo al sol en cabrilleos de oro y haciendotemblar en la opuesta orilla la imagen de lospintorescos matorrales de espinos y adelfas

    que la bordaban, por detrs de los cuales elcielo extenda su fondo de puro azul. En mi-tad del ro, como una gaviota nadando, se

    destacaba la casita blanca del molino, al ex-

    tremo de una isleta vestida de sauces, cuyas

  • CUENTOS INGENUOS 83

    ramas colganderas se derramaban y mecancon languidez sobre la corriente apacible. Ex-

    ceptuando el rumor lejano de la presa, el su-surro de las hojas y el atronador ruido de lospjaros en los rboles, nada turbaba all el si-lencio, si es que del silencio no son tambinlas armonas de las brisas, de las aves y de lasondas.

    Slo necesitaba ya los ltimos toques el di-bujo; Luis lo termin mientras deca con suacento medio apasionado y medio ligero:Oh, chiquilla! Si te vieras a ti misma...!

    Eres inimitable... Qu diantre, la suerte andamuy mal repartida; de andar mejor, t esta-ras donde tu hermosura fuese el encanto detodos. Mujeres como t no deban nacer paramorir como las margaritas del campo; no ad-mito, no concibo que Dios ha3'a creado cosatan linda para esconderla... Ea! Ven a veresto; ya se ac b.Juana se levant y recibi el lbum que

    mostraba Luis, ponindose a contemplar el re-trato con curiosidad. Se agradaba a s misma-Nunca haba tenido ocasin de mirarse en unespejo mayor que la palma de la mano, y nosaba cunta era la gentileza de su talle. Du-daba de que la hermosura aquella fuese unreflejo de la suya; el seorito Luis, sin duda,haba hecho la imagen tan graciosa nica-mente por halagarla.

  • 84 FELIPE TRIGO

    Esta soy yo?Esa eres. Chuco gana contigo el ciento

    por ciento. Qu diablo, no has sabido esco-ger novio! Qu muchacha ms tonta! Ahoravoy con la copia para l: trae el lbum.Por segunda vez coloc Luis bajo su lpiz

    un papel blanco, empezando a copiar el boce-to, del que pensaba hacer despacio una pre-ciosa acuarela. La Reina no se saciaba de mi-rarlo.

    Por encima del hombro del joven, rozndo-le alguna vez con los cabellos, observaba lasoltura con que trazaba lneas que iban repro-ducindola.En su propia cara senta Luis respirar a

    Juana, que absorta en la contemplacin, no te-na conciencia de otra cosa. Luis sufra. Elaliento aquel le deleitaba como el perfumepursimo e intenso de la flor de jara en lassiestas de la solitaria montaa. "Cuando yaest hecha la acuarelapensaba

    , le pondr

    un ttulo que ser un perfecto recuerdo: Ten-tacin"De improviso, alargando el papel y volvin-

    dose, dijo:Toma.Y le dio el retrato..., y un beso que estall

    como una palmada en la purprea mejilla dela Reina.La sangre toda afluy al rostro de la mu-

  • CUENTOS INGENUOS 85

    chacha. Sinti que se desvaneca, pero se re-puso, y sin pronunciar palabra, rpida comola luz, llevando el retrato en la mano y arre-batando el cesto al pasar, desapareci entrelos lamos.

    *

    Cuenta la fama... (es decir, no lo cuenta lafama, porque es un secreto que slo puedecontar la que lo aguarda) que har tres me-ses, la noche de la boda de a Reina y Chu-co, cuando las amigas de aqullas atribuansu llanto a las naturales cosas que hacen llo-rar en estas ocasiones, ella oprima contra sucorazn el retrato trazado en la alameda de laTabla Grande del ro, y suspiraba acarician-do los recuerdos indelebles de las impresio-nes sentidas y de las palabras del pintor, quehaban hecho desfilar ante sus ojos fugacesvisiones ms brillantes que una lluvia de es-trellas.

  • PRUEBAS DE AMOR

    Mi amigo Csar es un analista insoportable.Pudiera ser feliz, porque tiene talento y bue-na fortuna, y es el ms desdichado de los hom-bres.

    Todo lo mide, lo pesa y lo descompone, elplacer y el dolor, el llanto y la alegra, el amory la amistad. Su corazn, sensible hasta lo in-finito, se deja tocar por las ms pequeas co-sas; pero el eco levantado en el corazn, pl-cido o triste, grande o fugaz, es entregado in-mediatamente al pensamiento, que al profun-dizarlo por todas partes lo deja destrozado.Llorando ante el cadver de su padre, pen-

    saba si en su afliccin extrema no habra algode hipocresa consigo mismo. Y ces de llorar.Pero en seguida le pareci fanfarronada defortaleza su dolor sin llanto. Y llor, llamn-dose miserable.Estren una comedia. Y cuando el pblico

    le aclamaba, se encontr a s propio desmedi-damente fcil de halagar por los aplausos.

  • 88 FELIPE TRIGO

    Pal a evitarlos, se neg a salir a escena porsegunda vez, se larg a su casa, se meti enla cama y no pudo dormir, reflexionando quela brusquedad de tal determinacin tuvo mu-cho ms de vanidosa que el haber seguido re-cibiendo los aplausos.Cuando saluda a un personaje aljase medi-

    tando si en el saludo no puso algn servilis-mo. Y, por si acaso, cuando le halla otro da,lo esquiva.

    Vive solo, hurao, perpetuamente dedicadoa vacilar, a destruirse las ilusiones.

    Es un loco, sin duda.

    Recuerdo que har tres aos lo encontruna tarde en el Retiro, sentado de espaldas ala gente, con la silla recostada en un rbol yentretenido en mirar el desfile de los coches.Me sent con l y no hablamos. De pronto, alpaso lento de los carruajes enfilados, porqueestaba en el paseo el de la Reina, cruz juntoa nosotros una victoria, en cuyo interior iban

    dos mujeres, saludando a Csar,Una lindsima, elegante, joven.Ves aqulla?me dijo sealndola, cuan-

    do ya no pudo vernos . La adoro. Estoy des-esperado. La vi en la Comedia, en un palco.Verdad que es divina...? Tiene alma de artis-ta. Despus de la presentacin, no he vueltoms que dos das a su casa, jh, si yo pudiera

  • CUENTOS ING-NUS 89

    llevarla a la ma, hacerla mi mujer...! Creme.El ideal es esa Aurora Rub: pero es hija deun hombre muy rico.En seguida me cont que Aurora haba es-

    tado con l atentsima, quiz ms que con na-die; pero quesin embargo, y a pesar de quela quena cada vez ms, teniendo en cuenta laalta posicin de aquella familia, no se atreve-ra a intentar nada. Yo hcele notar a mi ami-go que teniendo l una carrera brillante y unnombre literario conocidsimo en Madrid, de-ban tenerle sin cuidado los miles de durosdel suegro. Mucho menos cuando, a juzgarpor el modo de saludar de Aurora, cuyos ojosse haban fijado en Csar con inimosera sin-gular, la nia estaba de su parte. Continuamoshablando del asunto mucho rato a la vueltadel paseo, y ya de noche, en la Puerta del Sol,dej a Csar con sus cavilaciones eternas yeternas dudas y desconfianzas.

    En Marzo volv a verle en una platea del Es-paol, con Auroia y su familia. En toda la no-che cesaron de hablar, cubierta ella la caracon el abanico de seda, sin importarles unpito la representacin. Y despus, durantetodo el verano siguiente, le encontr siempre

  • go FiLIFE TRIGO

    acompandola en los teatros, en los paseos,enamoradsimos ambos, segn las muestras.Tena ganas de hablar con Csar para darlemi enhorabuena, y una tarde que yo estabaen la Moncloa, adonde fui de puro aburri-miento, le hall sentado en un banco, la caraseria, entretenido en golpear las piedrecillasdel suelo con la contera del bastn.Te felicito le dije.Por qu? Por quin...? Por Aurora?

    No, no; todo lo contrario.No es tu novia?-S.No la quieres?Como un insensato, y su familia me acep-

    ta, y ella es adorable sin par; y, por lo tanto,me tiene vuelto el juicio. Puedo casarme cuan-do se me antoje; pero...Pero qu?Pero... no me da la gana!Dijo esto con dureza extraa, como imposi-

    cin hecha por su voluntad a su invencibledeseo.No quiero. No me da la gana de casarme

    repiti enfadado.Yo me re. l se calm luego. Mira, tme dijo, la quiero tanto que

    yo necesito a toda costa saber que ella mequiere con delirio; necesito saber que meadora y que me adora como una loca; que me

  • CUENTOS INGENUOS 9I

    adora por m mismo, no por la vanidad de minombre, ni siquiera por la gratitud de miamor. En una palabra: necesito que me sacri-fique cuanto es y cuanto vale: su tranquilidad,su orgullo, su porvenir y su honra.Ests chiflado.Chiflado o no, eso la he dicho: que quiero

    todos esos sacrificios, que si yo soy su dios,como ella repite a cada instante, su dios le pideel honor y la vida para hacer de ellos lo queguste: probablemente devolverlos; pero quinsabe si entregarlos hechos jirones a la publi-cidad para ver si la adoracin resiste a todo,hasta al martirio y la deshonra!Pero hablas formal?no pude menos

    de preguntarle a mi amigo.Tan formal, que hace cuatro das que no

    la veo. La he jurado que la amar siempre,aunque probablemente nunca nos casaremos.-Y ella?Lucha, la infeliz. Mira, al fin esta tarde

    me llama. S, s, empiezo a creer que me ido-latra; que podremos casarnos...; despus.

    Al cabo de medio ao, he vuelto ayer a tro-pezarme con Csar. Estaba en un caf y leacompletamente absorto una carta de renglo-nes cruzados.

  • 92 FELIPE TRIG'J

    Aurora est en Santander.Oyeme dijo Csar tras de contarme

    muchas cosas . Es horrible mi situacin. Yoque tanto la adoro, no puedo acabar de con-vencerme de su amor, y ya menos que nunca.Yo leo esas cartas llenas de ternura, de con-fianzas dulcsimas, y pienso, a pesar mo, queaunque as deben ser las que dicta el coraznde una mujer enamorada, as pueden sertambin las que dirige el miedo de una po-bre nia a quien le guarda el tesoro de suhonra.

    Que entreg por amor.Y que puede obligarla a mentir en el ol-

    vido! Oh, si as fuera, si ella me hubiese ol-vidado, cunto me estara ofendiendo al creerque yo no sera capaz de devolverle estascartas, estos recuerdos de nuestra escondidafelicidad, que no tienen valor para m de pren-das de venganza contra la ingratitud, sino dereliquias santas de la nica mujer que he que-rido y querr con toda mi alma, aun ante laconfesin de su olvido... Y si me ama conti-nu Csar exaltado, yo quiero saberlo. Perocmo, Dios mo, si me ha dado todas, todas laspruebas de amor que puede dar una mujer...y no son bastantesl

    Yo dej a Csar por no decirle que escruel, brutal, con la infeliz y enamorada

  • CUENTOS INGENUOS 93

    nia que as se ha hecho la esclava de unloco.

    Porque no me cabe duda que Csar tieneuna locura no estudiada en los libros to-dava.

  • MUJERES PRCTICAS

    Pleg Alfredo La Correspondencia que a laluz del tranva vino leyendo desde Pozas, ymir dnde se encontraba: calle Mayor. Oh!Y a fe que le haba ensimismado el peridi-co. El coche iba bien de mujeres. Lo que sedice, cuando e da est de bonitas, se ve cadacara como una gloria.

    Junto a l, mam respetable, cincuentona yde libras, pero hermosa, y con dos nias a laizquierda... que hasta all. Se adverta a la pe-quea, molesta en la estrechura del asiento,aguantada casi por aquel empleadete de levi-tn rado, personilla de pelele medio ocultaentre las gasas de la joven por un lado y bajoel mantn de corpulenta chula por el otro;sta era la cua de la tanda. En la de enfren-te dos o tres seoras todava, una con su ma-rido, guapa ella y retrechera. Pero a la mshermosa fueron los ojos de Alfredo, guiados

  • 96 FELIPE TRIGO

    por la nariz, por un rastro de heliotropo quele caa de muy cerca, envolvindole en nubede sutil voluptuosidad; alz la vista y vio depie a la puerta de la plataforma delantera unarubia esplndida, de continente altivo de prin-

    cesa, buena moza, enguantada, llena de lujo,de brillantes.Alfredo se levant y le ofreci el sitio. Ella

    dio las gracias sonriendo, clavndole los gran-des ojos de oro tambin como el pelo abun-dantsimo. Iban a llegar, no mereca la pena.Insisti Alfredo, y la elegantsima dama seinclin gentil, mostrando en la sonrisa lablancura de papel de sus dientes; fu a dar

    un paso, y con la velocidad del tranva per-di graciosamente el equilibrio. Alfredo lasujet por el brazo, contacto leve que bajo laseda hizo constar carne resbaladiza, elstica,

    tentadora.

    Sola. Quin sera?... El joven, que, embo-rrachndose de amor en su perfume, la con-templaba, hubiese jurado que transparenta-ban algo de suprema aristocracia aquella des-envoltura, aquella singular expresin de aplo-mo, de experiencia y ansia ie placer. Cintura

    delgada, caderas anchas, pecio alto. Una de-licia. Razn poderosa del vivir. Por dar unbeso en tal encanto de boca, se comprendatodo.

    Ohl Y nunca podra dar Alfredo un beso

  • CUENTOS INGENUOS 97

    en cada boca de mujer hermosal Nunca! Esdecir, que se morira habiendo deseado be-sar tantas mujeres... Qu penalPar el tranva. La dama pas delante del

    joven, inclinndose llena de gracia; sus ojoslargos, de pupilas amarillas de oro, volvierona meterle en el corazn languideces de muer-te. Descendi y atraves, rpida y garbosa,la Puerta del Sol, sorteando coches, hasta laacera de enfrente. All su marcha fu untriunfo: los hombres se paraban, las mujeresvolvan la cabeza. Alfredo iba detrs, a dis-tancia.

    Imposible figura ms gallarda. Vista de es-paldas a las luces elctricas de las farolas ylos escaparates, toda aquella arrogante hem-bra, con su traje claro de seda, destellabachispas: de sus brillantes, de los plateados bo-tones de su esbelto talle, de los hilillos deoro de sus encajes, de las peinetas sepultadasen los rubios bucles de su peinado, de loscaireles de su sombrero verde, entre gasasy rizadas plumas. Su andar era fcil, ondu-lado. Sus pies heran el suelo con todo elpeso de la buena moza. Bajo su aspecto deli-cado, casi areo, se adivinaba toda la hermo-sura.

    Torci por la calle de la Montera. Alfre-do lleg a la esquina, se par, y pareca va-cilar. S; por ltimo, hasta el fin del mundo.

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  • C,8 FE' IPE T IGO

    Sabra su casa. Pars bien vala u