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Cultura Afrocubana

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  • CAPTULO I

    ABOLICIONISMO, ANEXIONISMO Y REFORMISMO: 1845-1868

    La esclavitud es un mal que contamina el sistema social del pas donde existe, que degrada al amo tanto como al esclavo, y va en el inters tanto como en el honor de toda nacin que lo sufra, po-nerle fin lo antes posible.

    LORD PALMERSTON

    La esclavitud no es otra cosa que la negacin de los derechos de la humanidad, la infraccin de los preceptos divinos, la superpo-sicin de la fuerza y el agravio sobre la debilidad y la justicia.

    FRANCISCO DE ARMAS Y CSPEDES

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    Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990

  • Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990

  • Era inevitable: tras la crisis, el reajuste. En los aos que siguen inmediatamente a los terrores de La Escalera, todos los grupos sociales de la Isla (y los extranjeros interesados en ella) reexami-nan y readaptan, en muy variadas formas, sus relaciones recpro-cas. Los esclavistas y sus esclavos; los criollos libres (blancos, negros y mulatos) y sus dominadores hispnicos; el gobierno espa-ol (en Madrid y en La Habana) y los de Estados Unidos y la Gran Bretaa; los negreros y los abolicionistas: todos buscan un nuevo acomodo en la nueva circunstancia histrica. En consecuencia, se producen algunos cambios de indudable importancia, aunque las estructuras sociales y polticas bsicas permanecen inclumes por lo menos hasta 1868. Vamos a ver por qu.

    Vacilaciones de la burguesa: esclavitud y servidumbre contractual

    A lo largo de toda su historia, debido a su privilegiada posicin estratgica y su gran riqueza, Cuba ha sido centro de innumerables intrigas de las potencias internacionales. Despus de 1844, los tres factores decisivos de la ecuacin diplomtica en que se vea envuel-ta la Isla eran Inglaterra, Estados Unidos y Espaa. La primera, por aquella poca en la cumbre de su podero, trataba de imponerle al gobierno de Madrid su antitratismo radical, tanto por razones de inters econmico como por la necesidad poltica de prestar aten-cin a la vigorosa corriente abolicionista que se agitaba en su seno. Estados Unidos, que desde los tiempos de John Quincy Adams, a principios de siglo, vea en Cuba una fruta madura lista a caer en su regazo, ahora, en los tiempos de James Polk y de Franklin Pierce, sala abiertamente al mercado y presionaba a Espaa para que le vendiera lo que por pura gravitacin no acababa de separar-se del rbol metropolitano. (A este respecto, se enfrentaban las dos

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  • potencias anglosajonas. Antes de que Cuba cayese en manos norte-as, Inglaterra prefera que siguiera en manos hispanas). Por su parte Espaa, empantanada en una prolongadsima crisis poltica, se aferraba con todas sus fuerzas a la posesin de una colonia que le produca ingresos fiscales de decisiva importancia. Y maniobraba sin cesar, tratando de dividir a sus adversarios para as conservar a Cuba en su poder. Sobre ese trasfondo internacional, que la en-marca y condiciona, la esclavitud entra en nuevo perodo de desa-rrollo a mitad del siglo XIX, precisamente cuando en lo interno una honda revolucin tecnolgica estremeca hasta sus cimientos a la industria azucarera del pas.

    Bajo el peso de esa crisis diplomtica, la poltica social de Madrid en Cuba deviene un tiovivo en giro desbocado. Una muestra: para compensar la coaccin norteamericana, el gobierno espaol acude en busca de ayuda a la Gran Bretaa y sta accede a defender el status quo siempre que Madrid respete los viejos tratados antitra-tistas. Ahora bien, cada vez que Espaa intenta hacer cumplir la ley internacional, los negreros y hacendados de Cuba protestan indignados, amenazan con el anexionismo... y Espaa cede ante su presin^ En 1845, por ejemplo, se aprueba la Ley Penal de Repre-sin del Trfico de Negros^, donde se establecen penas de presidio, destierro y multas contra quienes participasen en ese ilcito comer-cio. Obviamente, Inglaterra se haba anotado una victoria. El trfi-co disminuy de forma sustancial. Basta comparar las cifras de Humboldt, Aimes y Prez de la Riva sobre la importacin anual de esclavos en Cuba para comprobarlo^:

    1. Sobre los vaivenes de este rejuego entre las potencias y su influjo en el proceso poltico cubano, vanse: Ramiro Guerra, En el camino de la independencia y La expansin territorial de los Estados Unidos a expensas de Espaa y de los pases, hispanoamericanos, passim; tambin: Herminio Portell Vil, Historia de Cuba en sus relaciones con los Estados Unidos y Espaa, sobre todo Vol. I, captulo VII y Vol. II, captulos I y II.

    2. Pichardo (1971), Vol. I, pp. 327-330. 3. Vanse las tablas del captulo III. Segn los reportes anuales do la Comisin

    Mixta de La Habana, las cifras son: 1844 10.000 1845 1.300 1846 1.500 1847 1.000

    . 1848. 1.500 (Public Record Oflice de Londres)

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  • Ao

    1844 1845 1846 1847 1848

    Humboldt

    10.000 1.300

    419 1.450 1.500

    Aimes

    3.000 950 500

    1.450 1.950

    P. de la R.

    9.000 1.200 1.500 1.300 1.500

    Sin embargo, muy pronto los negreros y los dueos de esclavos descubren en la Ley Penal una evasiva que abra los caminos para burlarla: el famoso artculo noveno de la misma, segn el cual en ningn caso ni tiempo podr procederse ni inquietar en su posesin a los propietarios de esclavos con pretexto de su procedencia. De acuerdo con la interpretacin esclavista del texto, lo posedo antes de 1845 era inviolable. Y los esclavos que estaban en la Isla al promoverse dicha ley no podan ser liberados aunque se probase que su entrada haba sido clandestina^. A partir de 1848 la Ley Penal es casi letra muerta. El nuevo capitn general, Federico Roncali, considera a la trata como una garanta contra la agitacin separatista: al aumentar la poblacin esclava creca entre los blan-cos criollos el temor de que cualquier insurreccin antiespaola desatase la de los negros, con resultados como los de Hait. El nefando comercio se intensifica. Estas son las cifras aportadas al respecto por las autoridades britnicas, Humboldt, Aimes y Prez de la Riva:

    Ao

    1849 1850 1851 1852 1853 1854

    Aut. Brit.

    8.700 3.100 5.000 7.924

    12.500 11.400

    Humboldt

    8.700 3.500 5.000 7.924 7.329

    Aimes

    3.500 2.500 3.600 4.500 2.000 6.000

    P. de la R.

    7.800 2.800 4.500 7.200

    12.000 12.500

    Hay autores que atribuyen la disminucin de la trata en este perodo ms que nada, a la posibilidad de adquirir esclavos directamente en Cuba de los cafetales aiTuinados por factores diversos. Sobre la crisis de la caficultura cubana en esta poca vase Marrero, Vol. Di (1984), sobre todo pp. 121-123.

    4. Pichardo (1971), Vol. I, p. 327.

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  • Sin embargo, pronto se produce nuevo giro del tiovivo. Ese aumento del trfico provoca indignacin en la Gran Bretaa. La cancillera de Londres amenaza abiertamente a la de Madrid con la prdida de la Isla si no cumple los tratados. El general Valentn Caedo, que gobierna en Cuba desde abril de 1852, recibe rdenes superiores: hay que intensificar las pesquisas sobre los bozales re-cin introducidos. Y, pese al artculo noveno, ordena que las auto-ridades penetren en las fincas cuando fiere necesario para encon-trarlos. Caedo comprueba que han entrado varias expediciones clandestinas y esos bozales son confiscados por el gobierno. El negrero ms rico y recalcitrante de La Habana, Julin de Zulueta, es arrestado y recluido en la fortaleza de La Cabana. Pero los tratantes de esclavos no se dan por vencidos. Mueven los infinitos resortes de su influencia, a un lado y otro del Atlntico. Y no slo sacan a Zulueta de la crcel, sino que logran la remocin de Caedo a fines de 1853. No cesan los vaivenes. El gobierno hispano, bajo la intensa presin de los Estados Unidos, parece hundirse en la de-sesperacin. Jos Luis Sartorius, que en ese momento lo preside, adopta la consigna de los espaoles ultrarreaccionarios de La Ha-bana: Cuba ser espaola o af-icana. Antes que ceder la Isla a Norteamrica y a los anexionistas cubanos, Espaa prefera entre-gar su control a la poblacin de color sin importarle las conse-cuencias. Y como instrumento de esa poltica enva a Cuba como Capitn General al ex gobernador de Puerto Rico, Juan de la Pe-zuela, conocido enemigo de la trata y decidido partidario de mejorar el tratamiento que se daba a los negros.

    A poco de llegar a la capital cubana, Pezuela dict un bando, fechado el 3 de mayo de 1854, en el que se garantizaba la conti-nuacin de la esclavitud pero se afirmaba que era deber sagrado de las autoridades hacer cumplir la ley, es decir, poner fin al contrabando, insistiendo en que era imposible conservar por ms tiempo en la fuerza y espritu que hasta entonces se le haba dado al artculo noveno de la Ley Penal de 2 de marzo de 1845. En consecuencia, el artculo primero de la Ordenanza suspenda la inviolabilidad del domicilio rural, facultando a las autoridades para entrar en las fincas de toda clase que les fuesen sospechosas, pasar lista a la dotacin y recorrer y examinar aquellas como tuviese por conveniente. Y en los cinco artculos siguientes se ordenaba el empadronamiento anual de los esclavos, embargndose y decla-rndose los bozales; se estipulaban castigos para quienes se deja-sen sobornar admitiendo la entrada ilcita de negros y se anunciaba que toda persona convicta de participar en el trfico prohibido sera

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  • expulsada de la Isla por trmino de dos aos. La medida provoc otra explosin de pnico entre los negreros y los propietarios de esclavos. Y el pavor aument cuando tres semanas despus otro bando de Pezuela autorizaba la renovacin de los batallones de voluntarios de pardos y morenos libres, lo que significaba que la tercera parte del ejrcito estara formada por hombres de color.^ Era evidente: Espaa buscaba aliados entre los negros y los mua-1 tos para oponerlos a los blancos criollos. El descontento entre Ios-blancos ricos se torn masivo. Hasta los espaoles adinerados proclamaron su hostilidad contra el gobierno y algunos de ellos (como Ramn Pint, por ejemplo) se lanzaron a la conspiracin anexionista, segn tendremos ocasin de ver enseguida.

    Las actividades antiesclavistas de Pezuela logran positivos re-sultados. Once expediciones clandestinas fueron interceptadas en 1854, emancipndose 2.684 esclavos. Pero antes de terminar el ao tiene lugar otro viraje de la poltica espaola: O'Donnell y Esparte-ro derrocan al gobierno y hasta 1856 controlan el poder. Vctima inmediata de este cambio fue el general Pezuela, a quien se le depuso, sustituyndole el general Concha. Este, tan pronto lleg a La Habana, anunci pomposamente que seguira persiguiendo el inmoral y perjudicialsimo trfico, pero que volvera a aplicar el artculo noveno de la Ley Penal dndole la antigua interpretacin favorable a la oligarqua esclavista. El resultado inmediato fue que los africanos siguieron entrando en Cuba impunemente durante los cinco aos del gobierno de Concha. Y en proporciones escandalosas, como lo prueban estas estadsticas del Foreign Office britnico:

    IMPORTACIONES ILEGALES DE ESCLAVOS EN CUBA

    1854 11.400 1855... 6.408 1856 7.304 1857 10.434 1858 16.992 1859 30.473

    5. En 1854 haba en Cuba 14.400 soldados espaoles. Las milicias de negros y mulatos so organizaran en 32 compaas de 240 hombres cada una, con un total de 7.800 plazas. Vase: Guerra (1971), p. 554.

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  • Conviene advertir que a mediados del siglo pasado, la vacilacin y el titubeo caracterizaban no solo a la poltica social de Espaa en Cuba, sino tambin al pensamiento y la accin de la clase rica criolla. La conciencia burguesa fue hondamente afectada por el estallido de La Escalera. La respuesta de los hacendados a la tremenda conmocin tom formas muy complejas. Muchos de ellos lamentaron sinceramente el bao de sangre, por motivos estricta-mente ticos. Tomemos el caso de Miguel de Aldama, representante de la fortuna azucarera ms slida de Cuba por aquel entonces. Su reaccin detalladamente reflejada en su correspondencia fue una mezcla de variados y contradictorios sentimientos: de temor, de pnico, de verdadero espanto ante los alzamientos masivos de los esclavos, de alivio al comprobar que stos haban sido aplasta-dos, de horror y de asco ante la brutalidad con que fueron reprimi-dos por las autoridades, de repugnancia ante las brutales medidas disciplinarias que los amos aplicaban en sus fincas para defenderse del odio de sus siervos, de indignacin ante la ciega poltica oficial que no saba ir a la raz de esos males, de escepticismo con respecto a soluciones racionales de la crisis estructural que conmova el sistema socioeconmico cubano.. El miedo le lleva a exagerar los peligros en una carta a su cuado Domingo Delmonte, en la que le dice: Una horrorosa conspiracin de negros en la cual estn com-prendidos sin excepcin todos los esclavos y libertos de la Isla estaba en los crticos momentos de estallar cuando el gobierno empez a hacer prendiciones y a tomar declaraciones. Ms de dos-cientas fincas tienen con prisiones gran parte de sus negradas (las nuestras inclusas), habindose pronunciado a favor del motn como les era natural. Las crceles rebosan de negros libres tanto en Ma-tanzas como aqu y no ha quedado desde all hasta Macuriges un solo negro" libre contra quien no hayan declarado las negradas de las fincas. Las declaraciones de los libertos son an ms horrorosas que las de los esclavos pues estos eran guiados por aquellos y los primeros por la mano poderosa de Inglaterra: el plan era tan maquiavlico como bien combinado, pero ha querido Dios que por lo pronto se les haya frustrado... Filntropos o miserables, especula-dores, ellos han conseguido hacer an ms miserable la suerte del infeliz esclavo, pues el estado actual que disfruta el desgraciado esclavo es, comparado al anterior, como el infierno al cielo. Las ideas que les han sugerido han conseguido tan solo que pasen su existencia en perpetuas cadenas teidas de sangre propia. Se ha visto que ya no se pueden tener sin someterlos al extremo rigor y as horroriza hoy ver una finca cualquiera. Un propietario es hoy

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  • verdugo, pues infeliz de l si no toma medidas enrgicas: l y todos sus operarios seran inmolados y su propiedad sera quemada y arrasada. Tal es el estado actual de nuestra Isla...".

    El uso indiscriminado, intensivo y brutal del ltigo conmueve a Miguel de Aldama profundamente. En otra carta de nueve de abril de 1844 le cuenta a Delmonte: Las crceles rebosan de negros cabecillas de la conspiracin. Slo en Matanzas existen en cadenas 843 negros esperando la conclusin del sumario. De ellos las 7/8 libertos. Y aqu el nmero tambin es muy grande y figuran en la lista Manzano, Ble Rely, Plcido, Ceballos, Brindis y cuantos ne-gros o mulatos hay de algn viso o talento. El modo de declarar o, por mejor decir, de hacerlos declarar, es verdaderamente salvaje. Se les aplica el ltigo sin distincin de clase, libre o esclavo, pobre o rico y elazote inquisitorial los hace declarar la horrorosa conspira-cin que estaba pronta a estallar. Porcin de ellos han sucumbido al rigor del castigo. Otros han muerto de pasmo o de gangrena, pues ha habido hombre que ha recibido 1.600 azotes bocabajo, a estilo de lo que acostumbran a dar nuestros mayorales. A quin no horro-rizan semejantes hechos? Son nuestros enemigos, y como a tales debemos tratarlos, pero la humanidad se resiente y la sangre que tan vilmente se les hace derramar creo que pedir venganza. As ve Ud. los negros todos de las ciudades emperrados y soberbios, al grado que me hacen temer que exasperados den el grito que ha de llenarnos de luto y miseria. Es verdad que las medidas tomadas por O'Donnell pueden evitar algn golpe, pero siempre es temible un pueblo desesperado y decidido a morir. O sea, que los hacendados haban creado un monstruo y luego no podan dormir tranquilos y disfrutar de sus riquezas por el miedo que le tenan. Aldama le envidia a su cuado el exilio en que se ve obligado a vivir. Le expresa en la propia carta: En fn, querido Domingo, d Ud. gracias al cielo por estar en un pas civilizado, donde puede el hombre dar libre albedro a su talento y abandone Ud., por lo pronto, toda idea de sacrificarse por esta malhadada tierra. Goce Ud. en Francia, Inglaterra e Italia lo. que pueda, pues esos pases le brindan a Ud. un campo vastsimo para su felicidad, mientras que al contrario Espaa slo le har a Ud. conocer desgracias, persecu-ciones y horrores.

    La actitud del gobierno espaol en Cuba le parece a Aldama

    6. AHC-CE, Vol. VI, p. 12: carta del 10 de mayo de 1844. Todas las cartas de Miguel de Aldama citadas ms adelante aparecen en ese tomo del Centn Episto-lario de Delmonte. Pueden ser localizadas fcilmente por sus fechas.

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  • ciega y suicida. En la carta del 10 de marzo le expresa a su cuado: Ud. preguntar cules son las medidas que toma el gobierno. Yo no las s, pues mucho se dice sin que nada se haga hasta ahora ms que permitir que se introduzcan negros (dos mil han llegado en este mes). Y en otra misiva (fechada el 9 de febrero de 1844): A todo esto, querido Domingo, nuestro imbcil y estpido gobierno no toma medida alguna para precaver alguna prxima y casi inevita-ble desgracia. Desengaado quizs ya de que nuestro mal no tiene cura, t ra ta para enriquecerse, de apurar nuestra subsistencia aumentando el nmero de esclavos, pues hoy con la gran crisis poltica que tenemos se preparan y llegan cargamentos, no bajando de diez mil los que se esperan por momentos; La opinin pblica contfa tan inicuo comercio se ha fortalecido muchsimo, pero la frula del despotismo est en todo su vigor, cerrndonos l puerta enteramente a toda representacin, mxime cuando se t ra ta de... una cosa tan humara y necesaria como es el fin del trfico... de lo cual nicamente depende nuestra salvacin. Aldama, bajo la in-fluencia de Delmonte se haba propuesto experimentar con el tra-bajo libre en un ingenio que servira como modelo del futuro que en la industria azucarera ambos consideraban inevitable. Pero la crisis del ao 44 le oblig a posponer indefinidamente sus planes. Le dice don Miguel a don Domingo: Ud. creer, sin duda, que estos acon-tecimientos que llevo descritos habrn hecho que yo apresure nues-tro grandioso proyecto de ingenio modelo con brazos libres. Lejos de eso, creo que en el estado actual sera una locura emplear caudales en bienes races pues sera botarlos ciegamente sin esperanza de utilizar en nada nuestra situacin. Creo ya la medicina demasiado tarde para el enfermo y que una medida general sera slo lo que, por lo pronto, lo salvar. El sensitivo hacendado parece bordear los lmites de la desesperacin. Pero de pronto, unas lneas ms ade-lante (vaivenes y ms vaivenes) saca fuerzas de flaquezas y procla-ma: Yo no desespero, pues existen hoy gran nmero de hacendados que estn decididos a tener colonos y de algn punto, as sea de la Siberia los hemos de traer... Estos hacendados son la generalidad hombres de carcter, qu ni comprarn esclavos ni dejarn arrui-nar sus fincas por falta de brazos que las cultiven. Mientras tanto, los acontecimientos que son ya tan frecuentes entre nuestros escla-vos irn formando la opinin y los traficantes de carne humana sucumbirn a la fuerza de la opinin... Qu irona! Un lder de la burguesa progresista poniendo sus esperanzas de convencer a los retrgrados mediante la presin de las masas esclavas radicaliza-das! Por algo se viva en Cuba en un polvorn.

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  • Hemos citado tan extensamente porque esta visin de la com-pleja realidad cubana, procedente de la pluma de un hacendado criollo, no slo pone al desnudo la conmocin ideolgica que sufri la burguesa cubana a mediados del siglo XIX, sino que explica ade-ms, las dificultades con que tropezaba la integracin ya en proceso de los diversos factores clasistas y raciales delpas en un nico conglomerado nacional. Sin contar.con que el mecanismo aculturativo sufra retraso tambin, ante el aislamiento de los distintos sectores sociales en departamentos estancos a consecuencia de los temores, los odios, los resentimientos y los recelos provocados por los terribles acontecimientos de 1844. La nacionalidad es, ante todo, un'estado de conciencia: un saberse prtele un t r o ^ o comn, un" pecliar~seirse solidario de los dems seres humanos con qmees~se"covivrAora~biirs'i miramos hcia'l xtrefrTopues-to'Hel'liacendado en el espectro socialde Cuba, es decir, hacia el bozal recin llegado de frica, cmo poda ste sentirse parte de una nacionalidad cubana? Ni su lengua, ni su tradicin, ni su religin, ni su familia, ni su modo de vida lo ligaban al resto de la poblacin, a la que lo haban incorporado a l a fuerza. Y adems, se vea marginado de ella por una poltica que lo acorralaba y perse-gua como una fiera salvaje. Sus amos lo explotaban sin misericor-dia y lo despreciaban sin medida. Era considerado como extrao, radicalmente forastero y, encima de eso, inasimilable. El bozal no saba leer, ni siquiera entenda el espaol, pero senta, eso s, senta, por el trato que le daban, que gran parte de la poblacin blanca lo exclua absoluta y definitivamente de su mundo, por entender (como Jos Antonio Saco) que la nica nacin cubana verdadera era la integrada exclusivamente por blancos. No era natural que ante este rechazo y ante las brutalidades que con ellos se cometan, estos bozales no se considerasen como parte de ese proyecto de vida en comn que, como dijo alguna vez Jorge Maach, es el sello distintivo de toda identidad nacional? No era lgico que se separasen espiritualmente del grupo social que los maltrataba, marginaba y oprima, reconcentrndose y recluyndo-se en su propio mbito cultural, en el cultivo de su propia lengua, de su religin, de sus tradiciones y costumbres, hasta donde se lo permitiera la realidad en que vivan? Jams un grupo de inmi-grantes ha encontrado en su nuevo pas una situacin aculturativa tan difcil y tan trgica. Lo verdaderamente extraordinario es que la poblacin africana de Cuba no solo sobreviviera estas feroces cir-cunstancias, sino que en plazo relativamente breve acabara por integrarse dentro de la unidad poltica nacional y, como de paso,

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  • crease adems una cultura peculiar y propia, compartida en mu-chos de sus riqusimos elementos lingsticos, literarios, musicales, religiosos y artsticos por los dems sectores demogrficos del pas'.

    Ya hemos visto anteriormente cmo, movidos a la vez por la filantropa; el temor al predominio numrico de la raza negra y al deseo interesado de propiciar la reproduccin natural de sus escla-vos, los dueos de^iigenios iniciaron por esta poca una poltica de buen trato, que sin duda mejor la suerte material de sus dota-ciones. Adems, la crisis social de la dcada del cuarenta empuj a buena parte de la oligarqua azucarera hacia un abolicionismo moderado (dirigido tan solo a la supresin de la trata) que, aunque circunstancial y momentneo, pues pronto fue abandonado, sirvi de todos modos para poner en evidencia que el sistema laboral cubano haba entrado en una profunda crisis y que la burguesa azucarera no encontraba fcilmente el camino para resolverla. Veamos algunas muestras de ese fugaz antitratismo. Encabezados por uno de los hombres ms ricos de Cuba, Domingo de Aldama, un centenar de hacendados de la provincia de Matanzas en una expo-sicin que en vano quisieron hacer llegar a las manos del capitn general en noviembre de 1843, demandaron que se suprimiese el ominoso contrabando de africanos que se vena realizando a despecho de la humanidad, de la justicia, de los ms solemnes tratados de nuestra nacin y de distintas reales rdenes de nues-tros benficos monarcas*. Dos aos antes, otro potentado, el conde de Santovenia, haba presentado al gobierno un plan gradual de reformas para ir modificando la institucin esclavista hasta lograr su eventual exterminio. Para ello era preciso, ante todo, poner fin a la trata clandestina de africanos; adems, introducir trabajadores blancos de Espaa y las Canarias; y hasta fundar colonias agri'colas donde el trabajo esclavo estuviese absolutamente proscrito. Santo-venia urga al gobernador Valds a tomar tales medidas inmedia-tamente pues pensaba que una terrible tempestad amenazaba la estabilidad del pas y era preciso ponerle remedio antes de que fuera demasiado tarde'. El 21 de febrero de 1844, en pleno hervor de La Escalera, el dueo del ingenio El Tringulo, Jos Pizarro Gordn, se dirige a O'Donnell resumiendo lo que seguramente era el criterio de muchos hacendados cubanos en aquel moriiento: ...La

    7. Pero aqu nos estamos adelantando a los acontecimientos. Ya volveremos sobre el tema en el tercer tomo de esta obra.

    8. Saco (1938), Vol.IV, p. 195. 9. Vase el Driiish and Foreign Anti-Slavery Reprter del 14 de julio de 1841.

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  • esclavitud de la Isla entera est contaminada y pervertida... y el trmino ha llegado en que pueda ni deba prudentemente confiarse , ni menos fundarse en ella... la esperanza de su fomento... Querer aumentar el nmero de esclavos, equivale a querer tambin explo-tar una mina en el crter de un volcn que ruge... No ms africa-nos, Excelentsimo Seor!'". Y hasta algn que otro contraban-dista de esclavos se ha de incorporar con el tiempo a este coro, como lo hizo Urbano Feijo, al indicar que para el hacendado resultaba ruinoso el tener que congelar un cuantioso capital en las dota-ciones: Hay que evitar, si se puede, esa capitalizacin del trabajo diario que tenemos que arrostrar comprando esclavos... No pode-mos ya soportarla...".

    Ante todas estas evidencias, pudiera tal vez pensarse que la clase rica criolla haba aprendido su leccin en 1844 y se dispona, aun a costa de grandes sacrificios, enterrar al monstruo que haba creado, aplicando las medidas de transformacin social que la situacin demandaba. Pero no ocurri as. Salvo algunas pocas excepciones, los hacendados cubanos exhibieron una profunda in-consistencia ideolgica y una intensa miopa poltico-social. En vez de avanzar firmemente por el camino de las reformas, tan pronto se presentaron los primeros obstculos cayeron en sus habituales vacilaciones. Y cuando pas lo ms agudo del gran susto retorna-ron al status quo ante. Contradiciendo con hechos deleznables sus ms hermosas palabras, siguieron comprando esclavos como lo haban hecho siempre. Es indudable que, ante el cmulo de dificul-tades que la esclavitud les creaba, casi todos los hacendados la-mentaban tener que usar el trabajo servil. Y muchos sentan es-crpulos al respecto. Sin embargo, fieles a los valores de su tica clasista, siempre acababan por colocar la utilidad, el inters, lo que consideraban el imperativo econmico, por encima de los princi-pios morales. Esta contradiccin se.expresa abiertamente con fre-cuencia. Citemos aqu tres ejemplos. Considerando los peligros que amenazaban a Cuba como consecuencia de la accin britnica contra la trata, el conde de Villanueva, Claudio Martnez de Pini-llos, intendente de Hacienda, le comunicaba al Capitn General que, por lo mismo, desearn los cubanos que nunca se hubiera establecido la esclavitud de la Isla, o que fuese practicable la manumisin de los esclavos sin perjudicar la propiedad, seguridad

    10. Cit. por Marrero (1983), Vol K, p. 98. 11. Urbano Feijo, Isla de Cuba. Inmigracin de trabajadores espaoles, La

    Habana, 1853, p. 48.

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  • y libertad de los amos; pero como eso no es posible bajo el orden actual de cosas, derivado de una necesidad que no crearon, y cuyas resultas y responsabilidades no los tocan, prefieren y deben pre-ferir la existencia y libertad de su raza a la africana, y no quieren exponerse en un conflicto a la cruel alternativa, o de exterminar sta, o de entregarse a la discrecin de ella, y sucumbir bajo su yugo, variando la fisonoma de la sociedad y su actual modo de existir...'^ Nada ms claro y definido. Aqu no se dirimen valores. Aqu se plantea descarnadamente el conflicto: o ellos o nosotros, sin ms alternativas. La esclavitud podr ser ticamente objetable, pero ningn hacendado va a renunciar a su riqueza para afirmar ese principio. Business is business. Es triste. Pero es as.

    Idntico criterio priva en la exposicin a la J u n t a de Fomento de 27 de febrero de 1841 que firman, ademis de Pinillos (su presiden-te), todos los dems miembros de la institucin: traei- a Cuba un nmero de trabajadores blancos suficientes para abaratar los jor-nales era el nico sistema de acabar enteramente con el trfico negrero sin aniquilar la produccin, y de preparar gradualmente cuantas mejoras pensara dictar el gobierno con su sabidura y prudencia, para libertarnos un da de la fatal e imprescindible necesidad en que estamos de abrigar una poblacin numerosa de esclavos.'^ Todava ms elocuente es el testimonio de Miguel de Aldama, que antes citamos. Recurdese, sobre todo, ese prrafo de su carta a Domingo Delmonte en el que comenta: Se ha visto que ya no se puede tener (esclavos) sin someterlos al extremo rigor y as horroriza hoy ver una finca cualquiera. Un propietario es hoy verdugo, pues infeliz de l si no toma medidas enrgicas; l y todo,: sus operarios seran inmolados y su propiedad quemada y arrase da.''' La tica de la guerra de clases, que la superpolarizada socie dad esclavista llevaba inevitablemente en su seno, queda aqu expuesta en toda su brutal crudeza. Qu triste es contemplar la tortura de esos esclavos salvajemente atropellados, a los que Alda-ma califica de verdaderos mrtires de la libertadl Cmo horroriza el rigor a que estn sometidos en las fincas! Pero no queda otro remedio: sin esclavos no hay azcar, sin azcar no hay ganancias; sin ganancias no hay fortunas enormes, ni palacios principescos en la capital ni dinero para sostener en Pars y en Madrid a los

    12. Marrcro (1983), Vol. IX, p. 80. 13. En Saco (1938), Vol. IV, p. 57. 14. AHC-CE(1953), Vol. VI, p. 12

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  • Delmonte y a los Saco, es decir, a los idelogos de la oligarqua. Es triste, pero es as. Dura lex, sed lex. Y el mercado clandestino

    de carne humana, tan condenado en las letras, sigue funcionando en la prctica impunemente. Despus del corto parntesis (o ms bien, casi parntesis) de la dcada del cuarenta, el nmero de esclavos introducidos en Cuba se eleva a escandalosas cifras rcord. La media anual del quinquenio de 1836 a 1840 fue de 13.861 importaciones. La del quinquenio de 1856 a 1860 fue de 18.020. Y en slo cuatro aos (de 1858 a 1861) entraron en Cuba de contra-bando (y fueron comprados por los burgueses que lamentaban la fatal e imprescindible necesidad de poseerlos), casi cien mil escla-vos (ms exactamente: 96.324, segn datos del Foreign Office lon-dinense). Mientras la media anual para el perodo de 1820 a 1866 fue de 9.033 bozales, en estos cuatro aos (del 58 al 61) subi a 24.081. Eso despus de casi medio siglo de prdica antitratista! La poltica laboral de la oligarqua criolla revelaba, en el fondo, las graves contradicciones que carcoman la estructura bsica de la industria azucarera cubana. Es un lugar comn, tan viejo como la historia de la economa: no es fcil conciliar la conciencia y el inters en el mundo de los. negocios.

    Una clara muestra de la crisis que atravesaba el rgimen escla-vista de Cuba desde la dcada,de 1840, reside en los esfuerzos entonces realizados por sustituir al trabajo esclavo, siquiera par-cialmente, por otras formas ms o menos disimuladas de servi-dumbre. La crnica escasez de brazos haba tradicionalmente des-pertado en la Isla, como contrapartida de la t ra ta africana, el inters por la colonizacin blanca, que en 1817 se convierte en poltica oficial del gobierno espaol. La Real Cdula de 21 de octubre de ese ao. conceda tierras.a los colonos blancos que vinie-ran a Cuba y les garantizaba a aquellos que fuesen extranjeros, los mismos derechos que gozaban los espaoles, la naturalizacin a los cinco aos y la exencin de pago de diezmos por un plazo de quince aos.'^ Estos empeos no fueron muy productivos, entre otras razones, porque con el desarrollo del siglo las autoridades espao-las se inclinaron ms y ms deliberadamente hacia lo que O'Donnell llam una vez el equilibrio raca/.que consista en mantener en Cuba aquella proporcin entre blancos y negros, libres y esclavos que le facilitase a Espaa conservar su dominio poltico en la Isla. Pese a la resistencia oficial no faltaron proyectos privados de inmi-gracin blanca. Uno de ellos fue el de Gaspar Betancourt Cisneros

    15. Ernchun (1858), pp. 1051-1055. '

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  • en sus fincas camageyanas en 1843. De acuerdo con sus ideas progresistas, El Lugareo trataba a los inmigrantes canarios como hombres libres, les daba tierras para cultivar y a los que ganaban jornal los pona a trabajar junto con los negros, sin establecer distinciones, o como l deca: Mismas horas, mismos trabajos, mismos alimentos, etc., y no hay ltigo, ni cepo, ni nada.'^ El plan fracas en parte por la miopa de las autoridades espaolas. Se cumpla as lo que el propio Betancourt Cisneros haba dicho en 1841: Es intil pensar en colonizacin blanca mientras haya si-quiera esperanza de traer negritos de frica... Nada ganamos con predicar, sino que nos miren con mala voluntad, que nos sospechen de bajezas que slo estos perros negreros son capaces de incurrir.^' Poco antes del fracaso del Lugareo en sus fincas, se haba produ-cido algo parecido tambin en Puerto Prncipe, a donde Miguel Estorch haba llevado 90 trabajadores de Catalua a fines de 1840. Los catalanes trabajaban vigorosamente, pero atrados por las ciudades o por el deseo de poseer tierras, pronto se dispersaron'*.

    Despus de La Escalera, los proyectos de inmigracin adquieren un carcter distinto. No se buscan colonos, sino braceros. Y stos se traen no como hombres libres sino como siervos. Curiosamente, mientras en los Estados Unidos los indentured servants preceden a los esclavos negros, en Cuba sucedi lo contrario: fue en los tiempos finales de la esclavitud cuando se recurri al sistema de servidum-bre contractual, tratando de sustituir los brazos de origen africano, cada da ms caros, con otros procedentes de Europa o de Asia. En 1853, por ejemplo, Urbano Fijo de Sotomayor fund una compa-a titulada Sociedad patritico-mercantil para llevar a Cuba tra-bajadores de Galicia, contratados por un perodo de cinco aos. La compaa entregara estos sirvientes escriturados a los'hacendados mediante el pago de 119 pesos por cada contrato. No nos toca entrar aqu en detalles de este miserable experimento. Los primeros 2.000 gallegos que Feijo condujo a La Habana fueron concentrados en campos de aclimatacin, donde sufrieron terriblemente. Muchos se sublevaron, mientras que otros huyeron. (La rebelin de los siervos no tiene color). Y el resultado de esta aventura fue un pleito judicial que a la postre puso fin a la compaa. Algunos de los gallegos pasaron a servir en el ejrcito espaol de Cuba o recibieron empleo

    16. Le Riverend (1981), p. 338. 17. Cit. por Deschamps Chapeaux y Prez de la Riva (1974), p. 142. 18. Le Riverend (1981), pp. 341-342.

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  • en las obras pblicas de la Isla.'^ Tambin gran nmero de canarios fueron llevados a Cuba ilegalmente a travs de enganchadores y capitanes de barcos sin conciencia quienes los convertan tempo-ralmente al menos en verdaderos esclavos. El puerto de Nue-vitas, al norte de Puerto Prncipe, fue uno de los favoritos para este tipo de trfico, en gran parte determinado por la sequa y la conse-cuente crisis econmica que cclicamente azotaba a las Islas Cana-rias.^"

    A partir de 1847 el trabajo de tipo contractual entra en una nueva etapa en Cuba al iniciarse la importacin de siervos escri-turados procedentes de Asia. La primera cargazn de 206 chinos arrib a La Habana en la fragata espaola Oquendo el 29 de julio de 1847 y unos pocos das despus lleg el segundo cargamento de 365 cules en el barco ingls Duke ofArgyle. Esta primera expedicin haba sido gestionada por el negrero Julin de Zulueta y aprobada por la Comisin de Poblacin Blanca de la Junta de Fomento. Estos trabajadores venan contratados por ocho aos y deban recibir ocho pesos mensuales, aunque de acuerdo con el reglamento de 10 de abril de 1849 esta paga se les redujo a la mitad. Los chinos eran adquiridos por unos 150 pesos. Resultaban mucho ms baratos que los negros, aunque desde luego legalmente no eran propiedad de quienes compraban sus contratos. Se inicia as una nueva trata, la trata china, en ocasiones tan brutal y tan brbara como la africana. Los horrores de la travesa provocaban sangrientas rebeliones a bordo de los buques. Y una vez en Cuba, la situacin de los cules no era mucho mejor. Tena plena razn Jos Antonio Saco cuando al referirse a este nuevo tipo de trabajador escribi: Si es innegable que el chino en Cuba no es esclavo en el sentido legal de la palabra, se dir que es enteramente libre? Yo no lo afirmar. Es por ventura enteramente libre el hombre que compromete su libertad por el largo espacio de ocho aos y que empieza por renunciar a gran parte de los derechos civiles de que goza? Es enteramente libre el hombre que, siendo mayor de edad, nunca puede compare-cer en juicio sino acompaado d un patrono o empleado pblico que lo represente? Es enteramente libre el hombre que sin con-sentimiento, ni consultar su voluntad, puede ser cedido o traspasa-do del poder de uno al poder de otro? Pues tal es el chino en Cuba. Pero si l no es enteramente libre, tampoco es enteramente escla-vo...^* En el artculo 11 del Reglamento de Colonos Asiticos de

    19. Feijo (1853), passim. Le Riverend (1981), p. 343. 20. Marrero (1983), Vol. K, pp. 165-167. 21. Saco (1881), p. 192.

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  • abril de 1849 se estipula: El colono que desobedezca la voz del superior, sea resistindose al trabajo, sea a cualquiera de sus obligaciones, podr ser corregido con 12 cuerazos; si persiste, con 18 ms, y si an as no entrase en la senda del deber, se le pondr un grillete y se le har dormir en el cepo.^^ Parecidas disposiciones aparecan en el reglamento de trabajo para chinos y yucatecos dictado en 1854. Tena razn el Informe del Ayuntamiento de Ma-tanzas de 1865 cuando deca: La raza asitica libre, como se complace todo el mundo en llamarla, sufre absolutamente la misma existencia que el esclavo en nuestras fincas.^^

    Todo parece indicar que ms de cien mil chinos fueron trados a Cuba entre 1847 y 1868. Los chinos respondieron al maltrato que reciban ms o menos como los negros, esto es, rebelndose y alzndose como cimarrones. Y en nmero notable participaron luego en las luchas por la independencia. A la trata china hay que agregar \a yucateca. A partir de 1848 fue introducido en Cuba un nmero sustancial de indios de Yucatn, territorio entonces con-movido por la sangrienta contienda social llamada la Guerra de Castas, que dur casi una dcada. El gobernador yucateco, Miguel Barbachano, vendi los prisioneros indgenas a negociantes cuba-nos y no faltaron expediciones destinadas a capturar prisioneros en la vecina pennsula para traerlos a Cuba como siervos. En 1861 haba en la Isla, segn el censo, 1.046 supervivientes de esta inmigracin forzada. Y aun a estas formas alternativas del trabajo esclavo tradicional con que experimentaban los hacendados cuba-nos hay que agregarle una ms: la contemplada en los llarnados proyectos de colonos africanos libres que, por razones que luego veremos, requieren un acpite aparte.

    El movimiento anexionista: 1845-1855

    La inseguridad y las vacilaciones de los sectores dominantes de la opinin pblica criolla se evidenciaban no slo en las oscilaciones laborales que acabamos de describir, sino tambin (y muy elocuen-temente) en el terreno poltico. La unidad que haba caracterizado al liberalismo burgus a partir de 1834 se quebr totalmente des-pus de los sucesos del 44. Algunos de los representantes y voceros ms ilustres e ilustrados de la clase, como el gran pensador Jos de

    22. Betancourt Cisneros (1849), p. 11. ' 23. Cit. por Moreno Fraginals (1964), Vol. I, p. 154.

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  • la Luz y Caballero, por ejemplo, se retiraron totalmente de la arena poltica. Profundamente desilusionados y escpticos, dedicaron todos sus esfuerzos a una lenta campaa de educacin intelectual y moral del pueblo con resultados propuestos a muy largo plazo. No falta-ban, por otro lado, los partidarios de la separacin radical entre Cuba y Espaa, con el fin de constituir a la Isla en pas indepen-diente. Pero en la dcada que sigue a La Escalera, la tendencia predominante en los crculos burgueses del pas fue, sin duda, la que propona la anexin de Cuba a los Estados Unidos.

    El anexionismo fue siempre fuente de muchas divisiones. No slo provocaba vigorosas reacciones negativas de carcter nacionalista, como la de Saco, sino que adems, internamente, distaba mucho de constituir una entidad homognea. Haba anexionistas que vean en cualquier rompimiento de los lazos que ataban a Cuba con Espaa el prdromo de una futura ^y muy deseable indepen-dencia absoluta. Otros pensaban que la poblacin blanca libre del pas, en el seno de la Unin Norteamericana, disfrutara de los derechos civiles y polticos que all prevalecan y que, en Cuba, el rgimen colonial les escatimaba. Reclamaban ciertamente el reina-do de la democracia, pero slo para un sector de la poblacin, pues I no estaban dispuestos a extender esos privilegios a los mulatos o a ^ los negros. Y otro nmero importante de anexionistas cubanos lo eran por motivos aun ms materiales y egostas. En primer lugar pensaban que con la supresin de los aranceles que gravaban el comercio entre Cuba y los Estados Unidos se favoreceran en grado sumo los intereses econmicos de ambas partes pues Norteamrica iba diviniendo la verdadera metrpoli comercial de la Isla. Adems (y eso era fundamental) la anexin eliminara el peligro de que Espaa cediese a las presiones de la Gran Bretaa y aboliese en Cuba la esclavitud, provocando as lo que estos magnates azucare-ros consideraban una espantosa catstrofe para sus intereses. El propsito de conservar la esclavitud, derrotando las tendencias abolicionistas internas y externas cada da ms amenazantes, fue probablemente el ms poderoso, aunque no el nico, motivo propul-sor de la tendencia anexionista en los aos que siguen a La Escale-ra en algunos estratos de la clase rica criolla y de la espaola radicada en Cuba, cuyo temores volvieron a intensificarse en 1848 con motivo de los trascendentales acontecimientos ocurridos en Europa en ese ao de tremendas conmociones revolucionarias.

    No es necesario para el estudio del abolicionismo (que es aqu nuestro tema) entrar en amplios detalles sobre la complejsima historia del movimiento anexionista. Citemos, slo de pasada, al-

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  • gunos de sus episodios ms destacados. Esta tendencia poltica cubana que desde 1842 se encontraba, por decirlo as, en el am-biente comenz a integrarse en movimiento conspirativo por 1846 y culmin en 1847 con la fundacin en la capital de la Isla del Club de La Habana, dirigido por hacendados azucareros de tanta rique-za y prestigio personal como Miguel de Aldama, Jos Luis Alfonso, Cristbal Madan y otros. Sus planes de conseguir el traspaso pac-fico de Cuba a los Estados Unidos mediante el pago de una fuerte cantidad de dinero o, alternativamente, si esto resultaba imposible, mediante una campaa militar rapidsima y contundente, usando las tropas norteamericanas prximias a ser licenciadas en 1848, despus de su victoria en Mxico, pronto terminaron en total fraca-so. El gobierno norteamericano presidido por Polk, deseoso de comprarle la Isla a Espaa y temeroso de que una revolucin frus-trase sus planes, se propuso decapitar el proyecto invasor del Club. Y maniobrando con rapidez y habilidad logr anularlo plenamente. La agitacin separatista no se circunscriba a La Habana. Tambin

    . se conspiraba en el centro de la Isla. En 1848 se descubri en Las Villas la conspiracin de la Mina de la Rosa Cubana o de Manicara-gua, dirigida por el venezolano Narciso Lpez, quin se vio obligado a huir a Norteamrica. Mientras tanto, en los Estados Unidos funcionaban varios grupos localizados en Nueva York, Nueva Orle-ans y varios pueblos de la Florida, con numerosos contactos en Cuba, sobre todo en Camagey y Santiago de Cuba. El centro de este movimiento cuaj en Nueva York bajo el nombre de Consejo Cubano, a cuyo frente se encontraban Gaspar Betancourt Cisneros, Jos Aniceto Iznaga y otros. Acogido a la libertad de imprenta que reinaba en Estados Unidos, el Consejo realiz una intensa propa-ganda a travs de su peridico La Verdad (que circulaba clandesti-namente en toda Cuba) y por medio de innumerables panfletos, proclamas y folletos. Con la colaboracin, ms o menos firme y resuelta, o ms o menos dubitativa y recelosa, de todos los grupos envueltos en la conspiracin, el general Narciso Lpez organiz en 1849 una expedicin invasora en Isla Redonda, cerca de Nueva Orleans. Pero el nuevo presidente Whig de los Estados Unidos, Za-chary Taylor, representante de los intereses de los estados del norte, al tomar posesin de su cargo en marzo de 1849, aunque vir la poltica de Polk respecto a Cuba, hizo que los barcos alquilados por Lpez fuesen confiscados y los expedicionarios desbandados.

    Lpez no se dio por vencido. Mientras el Club de La Habana buscaba infructuosamente un general norteamericano que organi-zase la expedicin anexionista, el venezolano complet una nueva

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  • empresa invasora y en el barco Crele la condujo a Cuba, desem-barcando en Crdenas el 19 de mayo de 1850. Al no recibir el apoyo que esperaba, Lpez tuvo que reembarcar sus fuerzas pero ya en noviembre se encontraba de nuevo en Nueva Orleans, preparando otra invasin que deba arribar a las playas cubanas a bordo del Cleopatra. El presidente Fillmore que haba sucedido a Taylor al fallecimiento de ste, desbarat esos planes. Pero los anexionistas cubanos no cejaron en sus empeos. Dentro de la Isla continuaron conspirando, sobre todo en el centro. El 4 de julio de 1851 se alza Joaqun de Agero en Camagey, y el 24 del mismo mes lo hace Isidoro Armenteros en Las Villas. Mientras tanto en los Estados Unidos, Lpez burla la vigilancia de las autoridades norteamerica-nas y lleva a Cuba su cuarta expedicin, la del Pampero, desem-barcando en el Morrillo, cerca de Baha Honda en la costa norte de Pinar del Ro. Todos estos movimientos fueron derrotados y sus jefes perdieron la vida en el intento de unir a Cuba con los Estados Unidos. Al ao siguiente se descubri la llamada Conspiracin de Vuelta Abajo y los esfuerzos de una nueva Junta Cubana consti-tuida en octubre de 1852 en Nueva York resultaron estriles. Una gran ola anexionista surgi de nuevo en 1854. Fue provocada por las concesiones espaolas a Inglaterra (a que hicimos referencia en el acpite precedente). Hasta los espaoles ricos de la Isla se vieron envueltos en ella. Los planes de africanizacin de Cuba que Espaa agitaba contra la insurreccin, lejos de aplacar, encendieron los nimos, provocando la unin de muchos ricos peninsulares y crio-llos en un solo frente. Pero todo culmin en otro fracaso. El general Concha que volvi a la Isla para sustituir a Pezuela, logr aplastar el movimiento. La vctima ms destacada del momento fue el acaudalado hombre de negocios espaol Ramn Pint, a quien Concha, pese a ser su amigo personal, no quiso perdonar.

    Una de las razones capitales del fracaso anexionista fue que por diversos motivos ese movimiento nunca recibi el apoyo qu esperaba de parte del gobierno de los Estados Unidos, pas envuelto a la sazn en una profundsima crisis social y poltica sobre el destino de la esclavitud en los estados del sur. Adems, al anexio-nismo le perjudic muy seriamente la campaa dirigida contra l por algunos lderes destacados de la burguesa criolla, sobre todo Jos Antonio Saco. Los opsculos antianexionistas del proscrito ha-yamos circularon libremente en Cuba (pues a Espaa le interesaba utilizar su enorme influencia para combatir la nueva amenaza) y contribuyeron a dividir profundamente a la opinin pblica cuba-na. Por lo dems, la falta de consistencia del anexionismo sobre la

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  • cuestin esclavista, no slo dificult siempre la accin coordinada de los diversos sectores del partido, sino que le alien sistemtica-mente el favor de las masas populares del pas, en particular el de los negros y mulatos libres y el de los esclavos. As y todo, la corriente anexionista no qued liquidada en Cuba hasta que la abolicin de la esclavitud en los Estados Unidos durante la Guerra de Secesin elimin el principal incentivo que poda ofrecerle a los hacendados cubanos. Aunque todava sac brevemente la cabeza de nuevo en 1868, al comienzo de la Guerra de los Diez Aos y otra vez despus de la guerra hispano-cubanoamericana de 1898.

    Pese a las excelentes intenciones de algunos de sus lderes (como sucedi, para citar slo un ejemplo, con El Lugareo} e\ anexionis-mo result negativo para el proceso de integracin nacional y retras, al debilitarlos, tanto el movimiento independentista como la abolicin definitiva de la esclavitud. Influy as como un factor ms en la separacin espiritual entre los dos grupos tnicos fundamentales del pas, aumentndola y ahondndola. Dada la ecuacin racial imperante en Cuba en la segunda mitad del siglo XIX, no haba movimiento poltico y social de importancia que no influyese, de un modo u otro, sobre el intenso proceso transcultu-rativo que sistemticamente vena producindose en el subsuelo. Todo lo que afectase el contacto con la matriz cultural africana a travs de las alzas y bajas de la trata, todo lo que facilitase o entorpeciese la asimilacin de los bozales al conglomerado nacio-nal, todo lo que contribuyese o dificultase la interpenetracin cul-tural entre blancos y negros, necesariamente influa en el proceso formativo de la cultura afrocubana. El anexionismo no poda ser excepcin a esa regla. Y por eso se haca necesaria una alusin, siquiera breve, a su ascendiente e influjo sobre el fenmeno hist-rico que estudiamos.

    Conviene insistir, antes de proseguir, en el carcter marcada-mente heterogneo de este movimiento. En lo que a la esclavitud y la cuestin racial se refiere, las contradicciones que lo caracterizan eran evidentes. Tmese, por ejemplo, el caso de Jos Morales Le-mus. En 1851 estuvo complicado en las tentativas de invasin de Narciso Lpez y en 1855 en la conspiracin de Ramn Pint. Des-pus fue lder de los reformistas. Y en 1868 se exili en los Estados Unidos, fue electo presidente de la Jun ta Cubana de Nueva York y trabaj activamente en favor de la causa independentista hasta su muerte en 1870. Aunque en algunas fases de su compleja carrera poltica estuvo aliado a muchos lderes proesclavistas. Morales Lemus fue siempre un sincero abolicionista y lo demostr dndole

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  • libertad a sus esclavos. Es decir, Morales Lemus fue, desde muy temprano, separatista Y abolicionista convencido, pero acomod sus ideales sociales como mejor pudo al curso de las circunstancias polticas sin hacer jams concesiones de principio al rgimen colo-nial. Tambin puede citarse el caso de Cirilo Villaverde. Miembro de la tertulia de Domingo Delmonte, participa de los criterios abolicionistas del grupo. Y como no era terrateniente, ni abogado de poderosos, sino un escritor pobre, jams se dej tentar por las ideas esclavistas. Su novela Cecilia Valds, como veremos en su lugar, es el monumento literario mximo del antiesclavismo cubano. Sin embargo, Villaverde conspira con Lpez, le sirve por aos de secre-tario y luego es redactor jefe de La Verdad, rgano del anexionismo exiliado. Hasta dnde coinciden sus ideas con las de un Narciso Lpez, por ejemplo? Como bien dice Imeldo Alvarez Garca: Cuan-do se analizan las actividades de Cirilo Villaverde, has ta el final de su vida; cuando se observan sus hechos a lo largo de las dcadas y se estudian sus trabajos polticos y sus ficciones literarias, no es posible arribar a otra conviccin: los sentimientos y la filiacin ideolgica que movieron al novelista no fueron los mismos que mantuviera, entre ceja y ceja el ambicioso venezolano.' Villaverde fue desde temprano separatista. Y todo parece indicar que en la primera etapa de su evolucin ideolgica este objetivo el rompi-miento de los lazos que ataban a Cuba con Espaa era para l primario. Todo lo dems, incluyendo la abolicin de la esclavitud, tendra que venir despus. Luego, como veremos al hablar de Cecilia Valds en otro captulo, ese orden de prioridades se invirti totalmente.^

    Los movimientos anexionistas cubran bajo su manto orientacio-nes polticas y sociales de muy variado rumbo y propsito. Por eso es vlido plantear con respecto a muchos de los lderes del anexio-nismo cubano las cuestiones que alza Sergio Aguirre cuando escri-be: Joaqun de Agero, Isidoro Armenteros, Francisco Estrampes, Ramn Pint, fueron anexionistas. Quines anduvieron movidos

    1. Alvarez Garca (1982), p. 317. 2. Villaverde insisti siempre en que el objetivo verdadero de las conspiraciones

    capitaneadas por Narciso Lpez fue la independencia de Cuba. Vase: Villaverde (1891), pp. 106-115. La polmica sobre el anexionismo ha sido en todo tiempo apasionadsima en la isla. An hoy conduce al vituperio y al insulto personales. As lo han hecho, por ejemplo, varios historiadores marxistas contra el ilustre investiga-dor Herminio Portel) Vil. Slo un examen fro y objetivo, verdaderamente cientfico de la cuestin podr colocar en su autntica perspectiva este complejsimo y a ratos contradictorio captulo de la evolucin cubana en el siglo XX.

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  • errneamente por una sana intencin democrtica? Cules fueron hipotecadores de la nacionalidad cubana en aras del inters escla-vista? Para quines fue la independencia el verdadero objetivo?^ Como se sabe, desde los tiempos de Saco, el anexionismo no era un ideal sino un clculo poltico. Y, en definitiva, cada anexionista sacaba las cuentas que mejor se ajustaban a sus intereses y sus creencias. Un caso tpico, que ilumina como pocos la espinosa cuestin es el de Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareo, al que dedicaremos el prximo acpite.

    Gaspar Betancourt Cisneros, anexionista y abolicionista

    Jos Antonio Saco redact este epitafio para su tumba: Aqu yace Jos Antonio Saco, que no fue anexionista porque fue ms cubano que todos los anexionistas. He ah una flagrante inexacti-tud. Porque por lo menos hubo UN anexionista que, pese a serlo sin duda alguna, fue tan cubano o ms cubano que el famoso bayams. Nos referimos a su ntimo amigo y, a la vez, adversario poltico, Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareo (1803-1866). Cegados por su odio a los Estados Unidos, algunos historiadores cubanos le han negado al ilustre camageyano la sal y el agua de la historia. Por ejemplo, Ral Cepero Bonilla en Azcar y abolicin dice al efecto: Los anexionistas, me atrevo a afirmar que sin excepciones, eran esclavistas y racistas. En esto fueron feles a la clase de los hacendados y en nada se diferencian de los idelogos antianexio-nistas de la propia clase... Gaspar Betancourt Cisneros sustent parecidas ideas...' Y Cepero cita una frase de Manuel Sanguily segn la cual El Lugareo lleg a ser anexionista fantico, por lo mismo que era esclavista.^ Tanto Sanguily como Cepero estaban equivocados. La verdad histrica es siempre mucho ms complica-da de lo que las generalizaciones unilaterales y simplistas nos quieren hacer creer. El Lugareo fue anexionista, pero su posicin con respecto a la esclavitud fue precisamente la contraria a la que le atribuyen sus gratuitos detractores.

    En primer lugar, conviene poner en evidencia que El Lugareo le dio libertad a sus propios esclavos y dedic sentidos elogios a

    3. Aguirre (1943), p. 168. 1. Cepero Bonilla (1976), p. 53. 2. Cepero Bonilla (1976). p. 50.

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  • cuantos cubanos imitaron su ejemplo. En una carta de 29 de enero de 1843 a su amigo DomingoDelmonte le dice: Os participo que el joven Joaqun de Agero, con mujer, hijos, propiedades cuantiosas, ha libertado ocho negros que tena, sin ms motivo que su concien-cia y el deseo de dar un ejemplo. Ya podis figuraros las censuras de familia (joven de alcurnia y de talento y de moralidad) del pblico, y la vigilancia o acechanzas del gobierno por un acto que las leyes no slo no han prohibido sino que protegen y celebran. Qu tal? Hay camageyanos que valen por todo el Per y Mxico juntos. Ponadle precio a Joaqun de Agero. No temis publicar el hecho, que l mismo escribi un anuncio por la Gaceta, y el Censor no le dio pase, ni lo ha entregado, sino dice que lo rompi, y ac sospechamos que en cuerpo y alma ha ido a manos del Capitn General...^ Es ste el lenguaje de un esclavista?

    Por esa poca don Gaspar est empeado en la tarea de promo-ver la inmigracin blanca en Camagey (principalmente de catala-nes y de canarios o isleos, como en Cuba a stos se les llamaba). Y lo haca no slo mediante artculos periodsticos sino a travs de la prctica en sus propias fincas. Busca as sustituir efectiva y real-mente el trabajo esclavo por el libre. En la misiva a Delmonte del 2 de abril de 1843 le explicaba: Mis colonos siguen perfectamente, contentsimos todos... Trabajan bien, al igual y junto con mis ne-gros, sin distincin, slo que comen aparte en rancho como solda-dos.'' (Los esclavos coman con sus familias en sus respectivos bohos). Por lo dems, sus cartas de estos aos estn repletas de declaraciones antitratistas y de ataques virulentos a los traficantes de esclavos a quienes siempre llama perros negreros. Con perfecta claridad unifica su oposicin a la importacin clandestina de negros con su empeo de poblar al pas de blancos: Es necesario escribe que nos empeemos en acabar con la t rata y en traer blancos: esta es la nica ncora de nuestra esperanza y salvacin.'' Y algn tiempo despus, refirindose a su cuadrilla de Guanches le escribe a Delmonte: Puede usted bajo mi responsabilidad ase-gurar que trabajan ms y mejor que mis excelentes negros, y cuenta que mis negros trabajan voluntariosamente. No doy otra prueba que el trato que tienen, el cual es el mismo que los Guan-ches... Pero la censura no me deja decir nada de colonizacin, ni

    3. AHC-CE, Vol. IV (1930), p. 90. Vase tambin la caita del 2 de abril de 1843 a Delmonte, ibidem, id., p. 92.

    4. AHC-CE, Vol. IV (1930), p. 93. 5. AHC-CE, Vol. IV (1930), p. 85. Carta dM 24 de septiembre de 1842.

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  • publicar nada sobre esta cuadrilla en que hara sin duda compara-ciones de trabajadores a trabajadores. Qu quiere decir esto? Claro est: que no se quiere or la verdad: que slo se quiere meter negros en el pas: que nos llevarn los diablos, si la fuerza de la opinin y moralidad pblica no hace que la gente moderna se deje de cornprar negros, y metan blancos. Es sta la actitud tpica del esclavista cubano?

    Resulta evidente, que el anexionismo del Lugareo no estuvo determinado por el deseo egosta de conservar unos esclavos a los que haba dado espontneamente la libertad. Cul era su origen, pues? La clave se encuentra en el radical, absoluto y sistemtico separatismo que caracteriz desde temprano su pensamiento pol-tico y que puede resumirse en esa frase que encontramos en la pgina primera de su opsculo Algunas observaciones sobre La Crnica de Nueva York: El nico modo de salvar a Cuba es apartarla de Espaa.' Ese antiespaolismo presenta varias vertientes. En primer lugar, supone que la Madre Patria era incapaz de darle a Cuba lo que no posea en la Pennsula. Es decir, que de manos de Espaa, jams le llegara a los habitantes de la Isla siquiera un mnimum de existencia libre. Viven en Cuba medio milln de hombres que gozan de los que all se llaman derechos civiles y polticos; pero que en realidad no son ms que quinientos mil esclavos, que como los dems habitantes de la Isla, trabajan incesantemente para satisfacer los caprichos de sus amos, cada da ms exigentes.* Pero hay ms. El Lugareo estaba con-vencido de que el pueblo de Cuba haba heredado de su metrpoli vicios polticos y sociales que eran muy difciles de extirpar. Sus visitas a varios pases de la Amrica hispana lo llevaron a concluir con tristeza que esas nuevas naciones eran ciertamente indepen-dientes pero no pueblos libres y felices y que (criterio clave) mal que pese a nuestro amor propio, somos los cubanos del mismo barro que ellos...^ Con su castiza crudeza Betancourt Cisneros deca que

    6. AHC-CE, Vol. IV (1930), pp. 94-95. El entusiasmo de El Lugareo por el trabajo libre se refleja en su carta a Jos de la Luz y Caballero del 3 de enero de 1841, en la que ataca adems violentamente a los negreros, de quienes dice que son ms brutos que los brutos y agrega: Estn ya acostumbrados a la sangre y nada les llama la atencin sino el chasquido del ltigo. Vase: Luz y Caballero (1949), p. 192.

    7. Betancourt Cisneros (1848), p. 1. Hemos consultado el ejemplar que guarda el Rare Book Room de la Biblioteca del Congreso, Washington, D.C.

    8. Betancourt Cisneros (1848), p . 4. 9. Vase: Crdova (1938), p. 117.

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  • los cubanos eran como lo expresa en carta a Saco hijos no engendrados, sino cagados de espaoles...'" O, como le repeta a su ilustre amigo el 30 de agosto de 1848: Espaoles somos, y espao-les seremos engendraditos y cagaditos por ellos, oliendo a guachi-nangos, sambos, gauchos, negros. Paredes, Santa Anna, Flores &. &. Qu dolor. Saco mo! Qu semilla!''

    Evidentemente tena la opinin en esto precursora de la de Mart que para salvar a Cuba no slo haba que echar a Espaa de la Isla, sino que adems era preciso sacrnosla de nuestras costumbres, segn la expresin que aos despus acuara el Aps-tol. De ah la necesidad (sostena El Lugareo) de unirse a los Estados Unidos: Don Quijote no ha muerto: est vivo en el espritu que anima a todo el que habla la lengua de Cervantes. Estos hombres slo pueden ser libres y dejar que los dems lo sean en sus opiniones y conciencia, cuando se injerten en otros troncos y dejen de ser a lo menos nueve dcimos espaoles.'^ Por eso la anexin era para l no un sentimiento, sino un clculo. En ella buscaba la garanta, la fianza del gobierno de los Estados Unidos contra las pretensiones de Europa, no menos que contra nosotros mismos.^^ Dado el carcter federal del gobierno de los Estados Unidos, El Lugareo pensaba que al incorporarse al mismo Cuba no lo hara como colonia ni aun como provincia gobernada desde afuera, sino que sera un Estado soberano, tan soberano como cualquier Esta-do del mundo, como cualquier Estado de los treinta unidos, como todos ellos juntos... Los actuales habitantes de Cuba harn su constitucin poltica, porque slo ellos tienen el derecho de hacerla, y la fundarn sobre su pasado, la arreglarn a su presente y la calcularn para su porvenir, enlazndola en su esencia (republica-na) con la constitucin federal de los Estados Unidos, que tiene todos los puntos abiertos y perfectamente dispuestos para recibir una columna ms en el Capitolio de Washington.''' Esa incorpora-cin garantizara a Cuba la seguridad internacional y la estabili-dad interna, evitndole caer en la desgraciada alternativa de dic-tadura o caos que pareca ser el destino de la mayora de los pases hispanoamericanos. Cuba incorporada contara con sus cmaras y

    10. Fernndez de Castro (1923), p. 114. 11. Fernndez de Castro (192:^), p: 89. 12. Ibidem, id., id. 13. Crdova (1938), p. 117. 14. Betancourt Cisneros (1849), p. 18.

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  • asambleas populares propias y tambin con su imprenta libre y sus jurados: Gobernados los cubanos por s mismos, estableceran nuevas leyes, ms perfectas y ms acomodadas con su estado; reduciran sus impuestos a lo absolutamente indispensable... re-moveran luego los obstculos que impiden la emigracin de hom-bres libres en su suelo y sus campos, casi desiertos en el da, se llenaran de hombres activos e industriosos... y Cuba, libre y feliz, en manos de sus propios hijos, vera desvanecerse todos sus peli-gros, aumentarse sus riquezas, triplicarse el valor de sus tierras, mejorarse sus productos y alzarse su comercio a una altura sin ejemplo en la historia.'^

    Y al argumento de Saco de que una vez anexada la Isla perdera su carcter nacional, dejando de ser cubana para convertirse en anglosajona. El Lugareo contestaba que los cubanos no seran absorbidos por los extranjeros que entrasen en el pas, sino que Cuba o la nacionalidad cubana se los absorber a todos. Esos seores y seoras que vengan a Cuba traern ciencias, artes, oficios, capitales con qu trabajar en Cuba; se arraigarn al suelo, crearn riquezas, adquirirn propiedades, se casarn, tendrn hi-jos e hijas que por fuerza habrn de heredar esas ciencias, artes, oficios y propiedades, que real y materialmente se habr absorbido Cuba para sus hijos los cubanos^.. Por abundante que supongamos la inmigracin de americanos y europeos, no podrn ellos absor-berse de repente y como por ensalmo, poblacin, profesiones, reli-gin, costumbres, usos, gustos y hbitos de un milln de habitantes que tiene hoy Cuba.'"

    Estos argumentos podrn ser considerados errneos y dbiles, pero la intencin no era ciertamente deshonrosa. Meter a todos los anexionistas en el mismo saco para molerlos a palos crticos tiene ms de politiquera y propagandismo que de cientfica objetividad histrica. Tena plena razn Manuel Mrquez Sterling, antianexio-nista decidido, cuando escribi: El anexionismo ocupa en la histo-ria patria Un captulo de honor. Si hoy abominamos de esa tenden-cia, para m horriblemente odiosa, es axiomtico que incurriramos

    15. Betancourt Cisneros (1848), pp. 5-6. 16. Betancourt Cisneros (1849), p. 17. La polmica entre Saco y El Lugareo es

    un modelo de decoro y consecuencia. Sin ceder un pice en sus respectivos criterios, los adversarios se trataron siempre con cuidadosa ^ y hasta cariosa cortesa. En vez de insultos usaron argumentos. Y la discrepancia profundsima jams dismi-nuy la amistad recproca. Eran otros tiempos y otras gentes, de maneras muy diferentes... a las feroces que privan en las divisiones de hoy.

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  • en loca profanacin juzgando con tal dureza de criterio a los proce-res que la sustentaron con espritu altivo y noble convencimiento. El anexionista que floreci en los seis lustros de 1840 a 1870 no era un especulador vulgar, no proceda con engao, ni lo estimulaba el egosmo, ni para el logro de sus aspiraciones desviaba al pueblo impulsando la anarqua, el escepticismo y la corrupcin; hijo de una colonia sin ambiente popular, sin opinin pblica organizada, sin tradiciones revolucionarias, consagraba sus influencias, sus ener-gas y su frvido amor patrio al desarrollo de un principio poltico de independencia relativa, pero independencia al fin, que, a su entender, era igualmente til y glorioso, y colocaba el paraso de sus ensueos bajo la sombra de la gran Repblica en donde su mente se haba cultivado al contacto de una civilizacin fascinado-ra'^. El clculo anexionista {clavo ardiendo al que se agarraron tantos cubanos distinguidos en el siglo XIX) nunca apag en El Lugareo el sentimiento nacional. Su postura poltica podra ser errnea, pero sus propsitos eran, sin duda, nobles y patriticos.

    Y ahora podemos volver a la cuestin de la esclavitud. Con la limpia franqueza que lo caracteriza, don Gaspar explica en los siguientes trminos la diferencia de opiniones que sobre la materia reinaba en el campo anexionista: De esta clase de creyentes hay dos partidos, unos que ven en la anexin el medio de conservar sus esclavos, que por ms que lo oculten o disimulen es la mira princi-pal, por no decir la nica que los decide a la anexin; otros que creen ver en la anexin el plazo, el respiro, que evitando la emanci-pacin repentina de los esclavos, d tiempo a tomar medidas salva-doras como duplicar en diez o veinte aos la poblacin blanca, introducir mquinas, instrumentos, capitales, inteligencias que reemplacen y mejoren los medios actuales de trabajo y riqueza'^. No hay que decirlo: El Lugareo militaba en el segundo de esos partidos. El era contrario a la abolicin inmediata de la esclavitud, por entender que provocara el caos en el pas. Pero en todos sus pronunciamientos polticos pona el nfasis en su antitratismo radical e insobornable. Y en la seguridad de que la institucin domstica, una vez eliminada la trata clandestina, acabara por desaparecer rpidamente. Partidario de la revolucin violenta en lo poltico, Betancourt Cisneros era, en lo social, evolucionista. Pre-cisamente consideraba al anexionismo como un paso intermedio

    17. Cit. por Crdova (1938), pp. 114-115. 18. Fernndez de Castro (1923), p. 100. El nfasis en el texto es del mismo

    Betancourt Cisneros.

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  • necesario, porque slo as podra terminarse con el infame comercio internacional de carne humana, que en los Estados Unidos estaba prohibido por la Constitucin y por la ley federal y era perseguido por las autoridades desde 1809. Incorporarse a la Unin nortea significaba la liquidacin inmediata de la trata. Espaa jams lo hara. Por el contrario, el fomento de la poblacin negra esclava era, a su juicio, la gran palanca que utilizaba el gobierno metropolita-no para asegurar su dominacin en la Isla.'*

    Pudiera tal vez argirse que en algunos de sus escritos Betanco-urt Cisneros arremete contra los abolicionistas. Por ejemplo en su famosa impugnacin del folleto de Saco contempla como una de las ventajas de la anexin el que la Unin protegera a Cuba de Espaa, de Inglaterra, de Europa, de negreros, de abolicionistas y de enemigos, en fin, interiores y exteriores^". Basta, sin embargo, leer en su conjunto todas las manifestaciones del ilustre camageyano sobre la esclavitud para comprender que l usaba el trmino abolicionista como sinnimo de partidario de la eliminacin inmediata y violenta, si era necesario, de la esclavitud. Y era su criterio que esa especie de tajante ciruga, en definitiva creara ms problemas que los que se propona resolver. Esto no significaba, en lo absoluto, que El Lugareo fuera esclavista. Reservar el marbete de abolicionista slo para el ala radical de ese movimiento significara eliminar de l a la mayora abrumadora de sus miembros, comenzando por el mismo William Wilberforce. Histricamente hablando. El Lugareo consideraba la esclavitud como una institucin periclitada, es decir, en evidente proceso de progresiva liquidacin. Dominan ya las inteligencias y se desenvuelven cada vez con ms rigor los principios ms liberales, ms filantrpicos o humanitarios: la democracia y la civilizacin cristiana se apoderan de los tronos, y no pueden permitir que a su lado coexista la institucin de la esclavitud. En vano los individuos reclaman con ttulos antiguos la propiedad en el hombre; las naciones responden al reclamo: el hombre es libre! La cuestin ha llegado ya a un punto en donde no puede volver atrs, y tan difcil sera hacer retrogradar los pueblos cristianos al paganismo, como a la esclavitud. La cuestin de principio est resuelta, y slo se trata de la aplicacin prctica.

    19. Botancourt Cisneros (1849), pp. 2-V. 20. Bctancurt Cisneros (1849), p. 19.

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  • que se haga sin desastres, ruinas, ni retrocesos a la barbarie^\ Es ese el lenguaje de un esclavista?

    El Lugareo tena la esperanza y as lo expres en sus escri-tos que en Cuba, una vez incorporada a los Estados Unidos, sucedera lo que estaba pasando en los estados intermedios de Delaware y Kentucky, distritos y territorios que estaban prepa-rndose para la prudente abolicin de la esclavitud y para la gradual emancipacin de sus esclavos. As, uno a uno, siguiendo las huellas de los estados del norte, que estaban plagados de la lepra de la esclavitud no ha muchos aos y ya no lo estn; y marchando con paso lento pero seguro y constante, mano a mano con la civilizacin y el poder de la humanidad blanca, cada estado llegar al trmino de su carrera sin sacudimientos, sin violencias, sin retroceso^^. Se equivocaba el gran camageyano al proclamar su bien intenciona-do gradualismo. La esclavitud ha demostrado siempre ser una de las instituciones ms persistentes, perseverantes y pertinaces de toda la evolucin social de la humanidad. Cuando se le aplasta por un lado, saca la cabeza por otro. Y casi nunca desaparece sin estremecimientos o violencias costossimos. En los Estados Unidos, como es bien sabido, fue necesaria una horrorosa guerra civil para ponerle fin. Pero ese error no, convierte al Lugareo en esclavista. Puede l haber errado en los mtodos necesarios para la extirpacin, sin haber cedido un pice en la limpieza de sus fines: el exterminio de la plaga, de la lepra de la esclavitud.

    Y el andar de los aos no apag en su corazn esa llama. En 1865 se constituye fugazmente en La Habana una sociedad legal contra

    21. Betancourt Cisneros (1849), p. 4. El Lugareo era un burgus dotado de conciencia social. Vase un artculo suyo do diciembre de 1843, en el que dice: Un pensamiento grave, profundo, doloroso, me preocupa constantemente. Por ms que procuro alejarlo, desasirme de l, vuelvo sobre m y se clava en mi mente como la garra del tigre en las entraas del eorderillo. Por qu hay pobres en Cuba?. De aqu un remordimiento. Y por qu un remordimiento? He robado algo a los pobres? He oprimido a algn pobre? Qu culpa tengo yo de no ser pobre para que la presencia del pobre me atosigue el alma y despedace el corazn? Ah!, yo no s; pero esc fatal pensamiento viene siempre acompaado de la tortura de los remor-dimientos. Perdn, Dios mo! Y vosotros, ricos de mi patria, escuchad atentos... [Betancourt Cisneros (1884), p. 2241. Dadas las condiciones polticas de Cuba en 1843, El Lugareo no poda re'ei-irse pblicamente a los esclavos en ese tono. Hubiera sido visto como subversivo. Pero no cabe duda que en sus escrpulos de conciencia ellos ocupaban lugar central. Por eso acab por manumitirlos tratando de aliviai-se de esa carga moral.

    22. Betancourt Cisneros (1849), p. 4. Advirtase que El Lugareo califica a la esclavitud do plaga., de lepra. Repitamos la pregunta: Es ese el lenguaje de un esclavista?

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  • la trata. El Lugareo, que haba regresado a su querido Camagey tras el fracaso de sus planes separatistas, escribe sobre ese tema el que ser su ltimo artculo, una especie de testamento sociopolti-co. Dice ah que por cuarenta y cinco aos los mejores cubanos han venido luchando contra un coloso que hasta la fecha se ha conside-rado como invulnerable e invencible, un coloso que ha violado impunemente todas las leyes divinas y humanas y ha fomentado la inmoralidad y la perdicin del pas: Ese coloso escribe se llama el Negrero; Describe el inmenso podero de ese funesto tipo humano y explica cmo su influencia se ha extendido en todas direcciones por el suelo de Cuba, convirtiendo a todas las clases sociales del pas en cmplices de su crimen, hasta el punto de erigir en axioma negrero este absurdo moral: Cuando todos pecamos ninguno es pecador. Por estos medios aade y en este orden, ha venido la trata, con su squito de iniquidades por ms de 45 aos, infiltrando en la sociedad cubana el veneno de mximas inmorales.de sentimientos inhumanos, de principios cnicos y con-trarios a toda doctrina cristiana, filosfica, moral y econmica, y por decirlo todo, a los principios ms vulgares y comunes de honra-dez y de hidalgua...^^. Y no absolva el articulista a sus amigos los hacendados azucareros de las culpas que al respecto les caban. Explica: He aqu cmo la insaciable codicia del negrero, estimul la codicia del pueblo; y dueo de su alma y de su cuerpo, le hizo cmplice de sus crmenes, partcipe de su mal adquirida fortuna; y he aqu cmo la liga del contrabandista con el comprador ha logrado dificultar, entorpecer y desconcertar toda medida, toda accin del gobierno para descubrir las importaciones clandestinas, o para castigar a los contrabandistas, sus cmplices, asociadosy encubrido-res '^'. Todava en sus aos finales conservaba la prosa del gran polemista todo el calor y todo el filo que tena en su juventud. El artculo termina prometiendo que cuando la sociedad abolicionista se extendiese al interior, Camagey sabra alistarse en la bandera militante del progreso intelectual y moral de la sociedad cubana^^. Como veremos luego, este proyecto fracas. Pero al menos sirvi para poner en evidencia que el viejo luchador era fiel a sus antiguos principios.

    Si algo hay que reconocerle a Gaspar Betancourt Cisneros es la persistente coherencia de su sistema ideolgico. Porque era patrio-

    23. E/Lugareo en Saco (1938), Vol. IV, pp.;i9-370. 24. ' Saco (1938), Vol. IV, p. 370. 25. Saco (1938), Vol. IV, p. 371.

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  • ta era separatista. Porque era humanitario era abolicionista. Y porque no vea otro modo de darle cuerpo a esos ideales era anexio-nista. La unin de Cuba a los Estados Unidos le permitira a Cuba (a su ver) sustituir una forma de trabajo por otra, abrindole as las puertas a las fuerzas econmicas y demogrficas que acabaran por aplastar el rgimen esclavista. Uno de los medios de la transfor-macin sera la atraccin hacia el nuevo estado de la unin de una cuantiosa inmigracin europea: holandeses, irlandeses, franceses, suizos, etc. Con tales hombres, sostena, y con los elementos de riqueza que consigo han de traer se realizar insensiblemente la gran revolucin social que necesita Cuba sin zozobras, sin sustos como los que ahora pasa a cada rato, y no habr dificultades ni trastornos, ni prdidas de ninguna clase. El trabajo libre, el trabajo inteligente y voluntario se ir apoderando del campo, por su propia virtud, por las fuerzas que lleva consigo del derecho y del inters del trabajador; y el trabajo esclavo, el trabajo estpido y forzado llegar a ser innecesario y hasta oneroso. Entonces, entonces se resolver en Cuba el gran problema social y humanitario, cuando los cubanos tengan la inteligencia, y los medios y la fuerza que bajo la tutela de Espaa jams tendrn, porque aun cuando Espaa los poseyese no se los dara nunca '^''. Hemos citado in extenso porque mientras los escritos de Saco se reeditan con frecuencia, aun en la Cuba comunista, el folleto que recoge la posicin hondamente abo-licionista de El Lugareo nunca ha sido reproducido. Se le cita, pero no se le lee, porque slo quedan de l tres o cuatro ejemplares ocultos en las colecciones de libros raros de tres o cuatro bibliotecas de Cuba o los Estados Unidos.

    Aun cuando condenemos la errnea postura anexionista de Be-tancourt Cisneros, si queremos ser justos, debemos reconocer que en su oposicin a la esclavitud fue mucho ms all que Saco, a quien tanto los historiadores de la lnea clsica como la inmensa mayora de los marxistas tienen por abolicionista^'. Ni siquiera al final de su larga existencia traspas Saco los lmites de su posicin moderada, estrictamente restringida a pedir la abolicin de la trata. Por lo dems, en cuanto al destino y la funcin de la poblacin negra de Cuba, los puntos de vista de los dos idelogos eran estrictamente

    26. Betancourt Cisneros (1849), p. 21. 27. Vase, por ejemplo, entre los marxislas, Aguirre (1943), passim. Sergio

    Aguirre califica de positivas, beneficiosas y progresistas las actitudes reformistas de Saco y de la burguesa cubana. Vase particulaiTnentc, ibid., p. 163. Tambin: Aguirre (1946), passim. Y Aguirix; (1960), p. 33 y ss.

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  • opuestos. No vamos a afirmar que sobre la cuestin racial El Lugareo se hubiera liberado totalmente de los prejuicios caracte-rsticos de su tiempo y de su clase. No slo quera l trabajo libre, sino tambin trabajo blanco. Ms arriba hemos visto su posicin sobre la inmigracin europea en Cuba. Pero al considerar el destino de la poblacin de origen africano vuelve a producirse un divorcio entre el camageyano y el bayams. Mientras Saco soaba con sacarla del pas y consideraba a la nacin cubana integrada exclusivamente por la poblacin blanca, Betancourt Cisneros, el anexionista (esas son las ironas de la verdad histrica), no conce-ba a Cuba sin la presencia negra y as lo dijo en el folleto tantas veces citado. A continuacin del prrafo en que le contestaba a Saco el argumento de que una vez anexada a los Estados Unidos Cuba perdera su personalidad nacional, El Lugareo escribe que Cuba no tiene medio milln, sino un milln de habitantes, pues aunque el seor Saco no cuenta con la poblacin de color, ni aun con los doscientos mil libres, estos sin embargo pesan mucho en la balanza de las propiedades, oficios, costumbres, etc., de la Isla de Cuba, es decir, de la nacionalidad cubana"^^.

    Y mientras Jos Antonio Saco jams propuso separar a Cuba de Espaa, El Lugareo no slo convirti al separatismo en la clave de su sistema poltico, sino que fue partidario de la nica frmula prctica capaz de hacerlo posible: la revolucin libertadora. En un discurso pronunciado en el Saln de Apolo, en Broadway, Nueva York, el 19 de octubre de 1852, El Lugareo profetiz: ... Sin revolucin, seores, no hay patria posible; sin revolucin no hay derechos posibles, ni virtudes, ni honor para los cubanos; y vale mil veces ms perecer en una revolucin gloriosa que vivir arrastrados en el cieno de la esclavitud, sin patria, sin familia, sin propiedades, sin derechos, sin virtudes, sin honor, y ltimamente sin esperanzas de dejar a nuestros hijos otros ttulos que el funesto legado de la esclavitud poltica y de nuestra degradacin social... La hora ha sonado para nosotros... Es preciso que todos comprendamos que sin unin no hay victoria, sin virtudes patriticas no hay libertad, sin completa abnegacin de lo personal e individual no hay bien pblico y general; y finalmente, sin revolucin no hay Cuba para los cuba-nos...>>^^. Cuando, al final de aos y aos de luchas y sacrificios, acepta con tristeza que sus planes han fracasado, recoge sus ban-

    28. Betancourt Cisnero.s (1949), p. 17. El nfasis, al final del prrafo, es nuestra.

    29. Crdova (1838), pp. 132-13;i

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  • deras, pero no para siempre. Renunciando al anexionismo procla-ma: La libertad de Cuba y su completa independencia son el nico objeto de nuestra revolucin. Y advierte, mirando hacia el futuro, que la revolucin con entera independencia de sus compromisos pasados y con abstraccin de toda combinacin exterior, sea la que fuese... debe alejarse para todas las eventualidades, y estar lista para apelar en su da al recurso supremo de todos los pueblos esclavizados: la insurreccin!^".

    Al final de su vida, soltando todas las amarras, redimindose de todos los clculos que el posibilismo poltico le oblig a aceptar, en la soledad augusta de su rincn camageyano. El Lugareo se abraza a los dos ideales que, en definitiva, en el fondo de su conciencia cubansima, haban sido siempre el centro de su ideolo-ga social y poltica: la abolicin de la esclavitud y la independencia de su pas. Suscribimos, por eso, enteramente estas justas palabras de Federico Crdova: ...De la lectura y estudio de la produccin as privada como pblica de estos dos grandes cubanos. El Lugare-o y Saco, se llega a esta conclusin que constituye su antagonismo: que el primero jams crey en Espaa ni esper de ella beneficio alguno para los cubanos; y, en cambio, pens el segundo todo lo contrario: que siendo pacficos alcanzaramos las libertades y el bienestar que suspirbamos. La Historia le dio la razn a El Lugare-o; y es, desde este punto de vista, nuestro Profeta, aunque sus laureles de tal no aminoren los mritos del ilustre estadista baya-ms'".

    30. Crdova (1938), p. 184. 31. Crdova (1938), p. 123, El Lugareo no fue el nico anexionista que se

    pronunci contra la esclavitud. Tambin lo hizo, para no citar sino un solo caso ms, Lorenzo Alio. En una conferencia posteriormente publicada en ingls en Nueva York en 1854, Alio se declara abolicionista radical y absoluto. Primero, por razones teolgicas: La esclavitud es contraria a la base del cristianismo, dice en la p. 5. Segundo, por i-azones histricas: Roma segn l se hundi por culpa do esa institucin. Tercero, por razones de economa poltica: El trabajador libre produce ms, mejor y ms barato que el esclavo. (p. 6). En cuarto lugar, por razones morales; En conexin con la esclavitud, la virtud deja de ser virtud. (p. 8). Luego refuta Alio los argumentos pro esclavistas ms comunes (pp. 9-11). Y, por fin, se refiere especficamente a Cuba. Se declara en favor de la anexin de la isla a los Estados Unidos para as asegurarle gobierno estatal propio, republicano y demo-crtico, con libertades garantizadas para todos, inclusive para los esclavos, cuya emancipacin se logi-ara por medio de la abolicin efectiva (y definitiva) de la t ra ta negrera y poi- un sistema de libertad de vientres que hiciera de todo hijo de esclava un ciudadano sin cadenas de ningn gnero. Plan moderado y a largo plazo, es cierto, pero que al fin y a la postre pondra fin a la nefasta institucin. Vase Alio (1854), pp. 5-14. (El nico ejemplar que hemos encontrado de ese folleto se halla en la bibhoteca pblica do la ciudad de Nueva York).

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    Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990

  • Jos de Fras y Juan Poey contra el proyecto de inmigracin africana

    En 1856 Jos Surez Argudn dio a la estampa en La Habana un Proyecto o Representacin Respetuosa sobre Inmigracin Africana. Estaba dirigido al capitn general de la Isla de Cuba a fin de que por su conducto, y mereciendo su aprobacin, pueda ser elevado a Su Majestad.' No era sino uno de varios planes similares que en la dcada de 1850-1860 se elaboraron en busca de aprobacin oficial para resolver el problema de brazos en Cuba mediante la intro-duccin de colonos africanos libres. Argudn peda permiso para traer 40.000 procedentes de Sierra Leona, quienes vendran con-tratados por un perodo de 10 aos. La compaa importadora vendera esos contratos por 170 pesos a los adquirentes. Es decir, que los hacendados podran ahorrarse miles de pesos en la adqui-sicin de mano de obra, pues el precio promedio de un esclavo en 1856 era de unos 900 pesos^. No dejaba de haber cierta lgica perversa en la argumentacin de Surez de Argudn: si se permita traer asiticos contratados por qu no hacer lo mismo con africa-nos escriturados? Sin embargo, el proyecto provoc una intensa ola de repudio en algunos sectores de la clase rica criolla. La Univer-sidad de La Habana y la Junta de Fomento se opusieron a l en sesudos informes. Y el gobierno espaol acab por archivar la peticin sin tomar ninguna decisin sobre ella.

    Este nuevo episodio en el ir y el