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La incómoda verdad ¿Desastre u oportunidad? Análisis histórico, en clave de la opinión del autor, acerca de la implantación de sistemas privados de Salud en España MADRID, 25/12/1975.- El rey Juan Carlos (c) conversa con uno de los niños ingresados en el Hospital-Asilo de San Rafael de Madrid, durante una visita al centro, acompañado de la reina Sofía (2d). EFE/rsa La primera edificación conocida que reúne plenamente las características que identifican a los Hospitales, tal y como son conocidos hoy día, fue construida con dinero público en la pujante Sevilla del Siglo XVI, que en pocos años había experimentado una espectacular explosión demográfica como consecuencia de su importancia en el comercio con lo que aún se denominaba “Las Indias” o “Nueva España”, con las consecuencias derivadas del hacinamiento. Magníficamente provisto de una legión de barberos (hoy cirujanos), sangradores (hoy enfermeros) y religiosas (con funciones equivalentes a las de un auxiliar de clínica), sus amplias salas habitualmente se encontraban atestadas de camastros, que no era excepcional ver ocupados por dos personas (una descansaba su cabeza en los pies de la cama, mientras la otra se encontraba en la disposición convencional) en su mayor parte llegadas de las Américas, con toda suerte de enfermedades, gimiendo, delirando o lamentándose. El aire, según cronistas de la época, resultaba irrespirable en varias decenas de metros alrededor del edificio, debido tanto a los deficitarios hábitos higiénicos de la época, como a la causa más frecuente de ingreso: cuadros diarreicos, que sin la atención adecuada resultaban mortales. Como colofón, el usuario promedio del Hospital de las cinco Llagas, nombre de la Institución, que continuó funcionando hasta 1982, pertenecía al grupo social autodenominado “pobre”, que tan solo muy excepcionalmente tenía la capacidad suficiente para pagar los honorarios de un médico. Como profesionales liberales, los médicos vivían a expensas de la retribución obtenida a cambio de la prestación de sus servicios, y ocupaban un segmento socioeconómico muy similar al que han llegado a principios de la década de 2010: capacidad adquisitiva media, mal vistos por las clases más desfavorecidas (que consideraban sus honorarios abusivos en comparación con los de los barberos o los sangradores), despreciados por la burguesía (su estrato social de procedencia, que, dentro de un sistema social en que la movilidad de clases era excepcional, contemplaba cómo la figura del galeno revestía algún grado de dignidad, en ocasiones cercana a la de los miembros más humildes del clero), y despreciados por la nobleza, que no encontraba diferencia entre un médico y un herrero, prodigándole el mismo trato a ambos, y que encontraba ofensivo que el primero exigiese unos honorarios y consideración más elevados que quien cuidaba de las monturas, de valor práctico en aquel tiempo. En estas circunstancias, la respuesta de los médicos a la prestación de servicios no remunerados en el ambiente hospitalario previamente descrito, resultaba invariablemente negativa. La situación, que no podía ser resuelta a través de un acuerdo económico por la “dignidad” del médico, y aún menos a través del reconocimiento de su labor atribuyéndole títulos nobiliarios (restrictos al alto clero y militares de alta graduación protagonistas de gestas notables), no parecía tener vía de solución, por lo que fue requerida la colaboración del Ejército, que asignó los períodos de guardia de sus sanitarios al hospital, quedando legislado al comprobar cómo las necesidades asistenciales quedaban más que cubiertas por esta vía, que los médicos que deseasen ejercer su profesión en Sevilla deberían de comprometerse a cubrir unos periodos de tiempo, unas “guardias” (término que perdura hasta nuestros días) en el Hospital de las Cinco Llagas, arriesgándose los transgresores a castigos de extrema severidad, extraídos del código de Javier Rodriguez-Vera Médico, Diplomático y Empresario, a sus 41 años Javier Rodríguez- Vera compagina a la perfección sus cargos Directivos (Viceconsul Honorario de España en Portugal, Editor Adjunto de la publicación "Barlavento Médico" y Director Ejecutivo de la firma Demeraux Medical&Consulting Ltd), con los ejecutivos (Médico Internista y de Cuidados Intensivos), sin por ello perder un ápice de su extraordinaria capacidad de transmitir una perspectiva de la realidad forjada en el crisol de sus vastos conocimientos en Medicina, Macroecononomía, Psicologia, Historia, Antropología, Sociología, Política y un largo etcétera, que conjugados dan origen a una lente a través de la cual se dibuja nitidamente un panorama donde las vagas tentativas demagógicas de cualquier signo se disuelven, confiriendo al lector la capacidad de observar la realidad desnuda, sin cualquier tipo de disfraz o tinte que ensombrezca su virginal transparencia. Síguele en Twitter Síguele en Facebook Síguele en Google+ Ver todas sus noticias Visita su web Últimos tweets Autores de USA Hispanic Columna invitada (7 ) Josu Ahedo (3) Maite Ballesteros (20) ÚLTIMAS ENTRADAS ÚLTIMOS COMENTARIOS Arrestan a mujer que retó en Twitter a fiscalía de San Diego Miércoles, 10/jul/2013 Miles de madres hispanas que trabajan en restaurantes ganan salarios de pobreza Miércoles, 10/jul/2013 El papa concede indulgencia plenaria a los participantes en JMJ de Río de Janeiro Miércoles, 10/jul/2013

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La incómoda verdad

¿Desastre u oportunidad?Análisis histórico, en clave de la opinión del autor, acerca de la implantaciónde sistemas privados de Salud en España

MADRID, 25/12/1975.- El rey Juan Carlos (c) conversa con uno de los niños ingresados en el Hospital-Asilo deSan Rafael de Madrid, durante una vis ita al centro, acompañado de la reina Sofía (2d). EFE/rsa

La primera edificación conocida que reúne plenamente las características que identifican a los

Hospitales, tal y como son conocidos hoy día, fue construida con dinero público en la pujante

Sevilla del Siglo XVI, que en pocos años había experimentado una espectacular explosión

demográfica como consecuencia de su importancia en el comercio con lo que aún se denominaba

“Las Indias” o “Nueva España”, con las consecuencias derivadas del hacinamiento.

Magníficamente provisto de una legión de barberos (hoy cirujanos), sangradores (hoy

enfermeros) y religiosas (con funciones equivalentes a las de un auxiliar de clínica), sus amplias

salas habitualmente se encontraban atestadas de camastros, que no era excepcional ver

ocupados por dos personas (una descansaba su cabeza en los pies de la cama, mientras la otra se

encontraba en la disposición convencional) en su mayor parte llegadas de las Américas, con toda

suerte de enfermedades, gimiendo, delirando o lamentándose.

El aire, según cronistas de la época, resultaba irrespirable en varias decenas de metros alrededor

del edificio, debido tanto a los deficitarios hábitos higiénicos de la época, como a la causa más

frecuente de ingreso: cuadros diarreicos, que sin la atención adecuada resultaban mortales.

Como colofón, el usuario promedio del Hospital de las cinco Llagas, nombre de la Institución,

que continuó funcionando hasta 1982, pertenecía al grupo social autodenominado “pobre”, que

tan solo muy excepcionalmente tenía la capacidad suficiente para pagar los honorarios de un

médico.

Como profesionales liberales, los médicos vivían a expensas de la retribución obtenida a cambio

de la prestación de sus servicios, y ocupaban un segmento socioeconómico muy similar al que

han llegado a principios de la década de 2010: capacidad adquisitiva media, mal vistos por las

clases más desfavorecidas (que consideraban sus honorarios abusivos en comparación con los

de los barberos o los sangradores), despreciados por la burguesía (su estrato social de

procedencia, que, dentro de un sistema social en que la movilidad de clases era excepcional,

contemplaba cómo la figura del galeno revestía algún grado de dignidad, en ocasiones cercana a

la de los miembros más humildes del clero), y despreciados por la nobleza, que no encontraba

diferencia entre un médico y un herrero, prodigándole el mismo trato a ambos, y que encontraba

ofensivo que el primero exigiese unos honorarios y consideración más elevados que quien

cuidaba de las monturas, de valor práctico en aquel tiempo.

En estas circunstancias, la respuesta de los médicos a la prestación de servicios no remunerados

en el ambiente hospitalario previamente descrito, resultaba invariablemente negativa. La

situación, que no podía ser resuelta a través de un acuerdo económico por la “dignidad” del

médico, y aún menos a través del reconocimiento de su labor atribuyéndole títulos nobiliarios

(restrictos al alto clero y militares de alta graduación protagonistas de gestas notables), no

parecía tener vía de solución, por lo que fue requerida la colaboración del Ejército, que asignó

los períodos de guardia de sus sanitarios al hospital, quedando legislado al comprobar cómo las

necesidades asistenciales quedaban más que cubiertas por esta vía, que los médicos que

deseasen ejercer su profesión en Sevilla deberían de comprometerse a cubrir unos periodos de

tiempo, unas “guardias” (término que perdura hasta nuestros días) en el Hospital de las Cinco

Llagas, arriesgándose los transgresores a castigos de extrema severidad, extraídos del código de

Javier Rodriguez-Vera

Médico, Diplomático y

Empresario, a sus 41

años Jav ier Rodríguez-

Vera compagina a la

perfección sus cargos

Directivos (Viceconsul Honorario de

España en Portugal, Editor Adjunto de la

publicación "Barlavento Médico" y Director

Ejecutivo de la firma Demeraux

Medical&Consulting Ltd), con los

ejecutivos (Médico Internista y de

Cuidados Intensivos), sin por ello perder

un ápice de su extraordinaria capacidad de

transmitir una perspectiva de la realidad

forjada en el crisol de sus vastos

conocimientos en Medicina,

Macroecononomía, Psicologia, Historia,

Antropología, Sociología, Política y un

largo etcétera, que conjugados dan origen a

una lente a través de la cual se dibuja

nitidamente un panorama donde las vagas

tentativas demagógicas de cualquier signo

se disuelven, confiriendo al lector la

capacidad de observar la realidad desnuda,

sin cualquier tipo de disfraz o tinte que

ensombrezca su v irginal transparencia.

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JMJ de Río de Janeiro

Miércoles, 1 0/jul/201 3

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Justicia militar.

Con el transcurso del tiempo, los avances en todas las áreas del conocimiento modificaron

paulatinamente la metodología empleada en la provisión de cuidados de salud, prácticamente

inexistentes, salvo por los cuidados primarios llevados a cabo por algunas órdenes religiosas y

algún Hospital de Caridad u “Hospital de Pobres”, escasos en número y servicios hasta que la

mentalidad filantrópica, originaria del medio sajón, se extendió a España, ya bien entrado el siglo

XIX, cuando aparecieron varios sanatorios y hospitales construidos y financiados por familias

acaudaladas. Véase como ejemplo el Hospital de Mora (apellido de su financiador, Don José

Moreno de Mora), inaugurado en 1904.

El problema inherente a estas instituciones, además de su escaso número, era la limitación

temporal de su existencia, vinculada a filántropos o familias que, desaparecidos o sin recursos

suficientes para responder a las demandas generadas por la actividad decurrente de su obra,

generaban una crisis en la población atendida y la actividad económica dependiente directa o

indirectamente del funcionamiento de la Institución, que habitualmente acababa siendo

integrada en el seno de las innumerables instituciones dependientes del erario público, que hasta

mediados del siglo XX constituyeron el complejo entramado de la Administración Pública en

España y que, dependiendo de su holgura económica, generaban una compleja red logística que

garantizase a sus funcionarios el acceso en condiciones ventajosas a diferentes bienes y servicios

como complemento de la exigua retribución recibida a cambio de su trabajo.

En este marco, hasta mediados del siglo XX, la prestación de servicios de cuidados de salud

estaba constituida por un laberíntico mosaico de instituciones, religiosas, municipales,

provinciales, estatales, mutuas, etc. La heterogeneidad en su distribución geográfica, la escasa

calidad de los servicios prestados y, habitualmente, la necesidad de que el paciente aportase

medicación, materiales para realización de curas, o dinero para cubrir la vertiente hostelera de

su ingreso, eran los aspectos más característicos de este sistema, que en los primeros años de la

segunda mitad del siglo XX comenzó a experimentar una lenta modificación, jurídicamente

plasmada en la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963, que contenía los principios básicos

que irían a definir la trayectoria del sistema sanitario español de los 50 años siguientes:

Asistencia Sanitaria financiada por el Estado a partir de las contribuciones de los trabajadores,

gratuita y universal.

Esta época, que corresponde a sucesivos gobiernos formados por tecnócratas, en una época en

la que la España franquista, una vez recuperada de la situación ruinosa generada por la Guerra

Civil Española y los años de aislamiento posteriores, presenta paisajes, sol, infraestructuras y

precios extremadamente competitivos, se convirtió en un atractivo destino turístico que generó

una entrada masiva de divisas, hábilmente reinvertidas por los gobiernos de la época en mejorar

aún más las estructuras clave y las condiciones de vida de la población, que contempla con

asombro la transformación de España en un país con industria automovilística propia, carreteras

en buen estado, seguridad ciudadana y acercamiento a la mayor potencia de la época: Estados

Unidos.

A finales de la década de 1960, época en que la Dictadura pasó a ser popularmente llamada

“dictablanda” por la creación de un ambiente político que miraba con simpatía a la Democracia,

que dejaba de ser un adversario para convertirse en objetivo, el trabajador español tenía a su

disposición un sistema de ambulatorios, donde eran atendidos por médicos generales o

especialidades que no requiriesen un soporte instrumental complejo; hospitales provinciales,

donde se trataba las patologías más comunes; y enormes hospitales generales, donde eran

atendidos los casos de mayor complejidad, todo ello de forma gratuita.

Tan complejo sistema requería para su funcionamiento un grupo numeroso de profesionales

que, paralelamente a lo descrito en la dinámica del Hospital de las Cinco Llagas, adolecía de

médicos. Estos profesionales, que subsistieron como trabajadores independientes, se convierten

en piedra angular del símbolo de progreso del país en materia de bienestar social. El Estado, a

pesar de la bonanza económica vivida, difícilmente podía viabilizar un sistema que tenía su

mayor fortaleza en la minimización de los costes relacionados con el personal: mutilados de la

guerra o militares retirados se ocupaban del control y observancia de las normas de convivencia

básicas.

Religiosas, siguiendo la tradición histórica, se ocupaban del cuidado básico de los pacientes,

tareas administrativas y auxiliando al médico en algunas funciones docentes y disciplinarias. La

formación impartida por las religiosas estaba fundamentalmente dirigida a las mujeres que

prestaban el Servicio Social, análogo al Servicio Militar en el género masculino, y que contaba,

entre otras opciones, con la posibilidad de recibir formación en Enfermería, que al fin del

periodo de servicio, y dependiendo de la respuesta de la alumna en formación, confería a la

formando el título de Enfermera, hasta finales de la década de los años 60, limitada a ejecutar las

indicaciones del médico, que asumía el papel de “asociado” a una hospital o unidad, donde

eventualmente asistía (la visita médica) y proporcionaba orientaciones en sentido de dirigir en

uno otro sentido los cuidados y exámenes necesarios en el proceso de estudio y diagnóstico del

paciente, elemento pasivo, sin derecho ni voluntad de manifestarse.

Al igual que medio milenio antes, la retribución en términos económicos resultaba exigua, hecho

compensado por la concesión de un estatus social equivalente al del clero o las Fuerzas Armadas,

los grandes “aliados” del régimen franquista y llave para acceder a oportunidades de crecimiento

Markel Bilbao-Maté (3)

José Daniel Carabajal (12)

Ana Belén Cordero (5)

Julien Cruz Hidalgo (2)

José De Bastos (19)

Erika Domínguez (6)

Say da Eleana (2)

Ignacio Fernández Gutiérrez (2)

Pedro Fierro Zamora (6)

Pablo Gago Pérez (3)

Guillermo E. García Machado (13)

Mariana González (3)

Alfonso González de León Berini (5)

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social, económico y científico. La insignificancia del componente económico era justificada

utilizando el argumento de que el sueldo recibido era tan solo un complemento para el médico,

que inherentemente a la naturaleza de su profesión, debería trabajar en varios centros,

asumiendo que su función en el hospital sería de naturaleza ejecutiva, asistiendo 2-3 veces por

semana para poner orden y orientar el trabajo del resto de la semana. Aquellos que deseaban un

puesto fijo en el sistema, la mayor parte de las veces destinados a áreas rurales, ganaban un

sueldo semejante al de un sargento del Ejército, teniendo opción a duplicar su cuantía si el

facultativo comprometía su servicio a horario continuo, que implicaba permanecer de por vida

en su demarcación.

En esta época, la formación médica, limitada en número de alumnos por el Estado, costosa, y

con expectativas de un futuro económico modesto comparativamente con otras profesiones

liberales, quedaba reservada a un escaso número de estudiosos dotados de becas estatales e hijos

de familias de posición acomodada con espíritu científico. La mitad de los matriculados desistía

en su empeño durante el primer curso, y un 30% adicional emigraba a zonas con mayor

potencial de desarrollo, especialmente Estados Unidos, al finalizar los estudios, por lo que el

mercado laboral en España sufría una elevada demanda de médicos.

El proceso formativo, como consecuencia de lo expuesto, presentaba la peculiaridad de facilitar,

a quienes tenían en perspectiva permanecer en el territorio nacional, un trato cercano con el

personal docente, que habitualmente reclutaba de entre los alumnos a aquellos con mejor perfil

de competencias para, primero actuar como auxiliar, más tarde como sustituto (el pasante) y,

eventualmente, con el devenir de los años, en asociados o “herederos” del consultorio.

En este contexto, en 1970 determinamos dos elementos que irán a ser una constante en la

Medicina de las décadas siguientes en España: :

a) Fuga de cerebros. Pertenecientes a familias con alguna holgura económica, a pesar de gozar de

una perspectiva laboral excelente, en una España necesitada de médicos, las condiciones

salariales y perspectivas de futuro resultaban, por sí solas, disuasorias para aquellos con mayor

capacidad de toma de decisiones y mejor formación, que abandonaban nuestro país con la

perspectiva de ejercer en un medio que posibilitase su crecimiento personal y científico sin

requerir por ello una vida de ascetismo. El éxodo de una parte significativa de los graduados ha

sido un fenómeno presente, y con magnitud creciente a medida que las condiciones de vida para

los facultativos que ejercían en el territorio español se degradaban.

b) Recelo de la población hacia la sanidad pública en favor de la privada. En un estudio llevado a

cabo en 1970, en caso de grave enfermedad, el 36% de las casi 2.500 personas encuestadas iría a

un médico privado, y tan solo el 13% al servicio de urgencias de un hospital. Al ajustar por poder

adquisitivo y clase social, algo más de la mitad de las personas de clase media/alta o alta optarían

por la opción privada, quedando los servicios de urgencias de los hospitales relegados al 10% de

este grupo de población.

La Transición Española

Con pocos cambios, esta situación se mantuvo prácticamente inmutable hasta 1975, año en que

falleció el General Francisco Franco, que había gobernado España durante lo que se dio en

llamar “cuarenta años de paz”, y sentado las bases de la reinstauración de un Régimen

Democrático, con el joven Rey Juan Carlos I como garante de la estabilidad política del país,

cuyos habitantes al igual que sucedió con su predecesor en la Jefatura del Estado, dirigirían su

atención y confianza hacia la figura moderadora y permanente de la Monarquía en lugar de la

sucesión de gobernantes, a veces fugaz, que tiene lugar frecuentemente en los países que sufren

una modificación del régimen de gobierno. Y en efecto, entre 1976 y 1982, Arias Navarro,

Adolfo Suárez y Calvo Sotelo ocuparon el primer escaño, intentando en todo momento

preservar el equilibrio social de una España donde todos utilizaban la palabra democracia,

aunque apenas unos pocos fueran capaces de definir de forma aproximadamente el significado

de este sustantivo.

La España de la noche del 24 de Febrero de 1981 era una Monarquía Constitucional con un

Ejército leal, con un pueblo unido y orgulloso de su Rey, que hasta ese día había sido objeto de

discusiones y observado con recelo. Un sistema de partidos integrados en cuatro grandes

grupos: el socialista PSOE, El Partido Comunista, El centrista UCD, y el democristiano Alianza

Popular. El recuerdo del robo de las reservas de oro y la abducción de millares de niños a la

Unión Soviética al finalizar la Guerra Civil disuadió a muchos electores de izquierdas, que

optaron por un socialismo más moderado, al tiempo que UCD sufría el desgaste de la

inestabilidad política vivida durante la transición, con un trasvase masivo de votantes a Alianza

Popular, que se erigía así en representante del conservadurismo moderado, liderada por un

hombre brillante y excelente político, D. Manuel Fraga, que tenía en 1982 una larga trayectoria

política, que por razones de edad había transcurrido bajo el régimen del General Franco, y que

tras el 23-F tuvo, en su vertiente de personaje histórico, una caída brusca de su popularidad.

La inestabilidad de los gobiernos, las continuas manifestaciones, huelgas y paros debidos a

razones de naturaleza diversa, la proliferación del terrorismo comunista -que asesinaba una

media de un ciudadano por día-, una crisis económica que aumentó el desempleo hasta niveles

nunca vistos hasta entonces y la figura de una Monarquía joven, apática y desconectada de la

realidad social, resultaban en un ambiente demasiado parecido al que desencadenó la salvaje

represión del Gobierno Republicano Socialista de Azaña, que culminó en el Genocidio de Casas

Julien Gray stone (2)

Ana Guardia Conde (8)

Carlos Gutiérrez Argüello (2)

Belén Gómez-Jordana (6)

David Iglesias Pérez (13)

Cristina López G. (4)

Jav ier Martín Rodríguez (7 )

María Méndez Martínez (1)

Patricia Núñez Román (15)

Fabián Pozo (2)

Mónica Pérez Pardo (5)

Rubén Pérez Ramírez (4)

Vanessa Quinde Montero (8)

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Viejas, pueblo obrero exterminado con modernas ametralladoras y que desencadenó la Guerra

Civil Española de 1936.

Ante la apatía generalizada de los poderes legales establecidos, un grupo de altos mandos de las

Fuerzas Armadas planeó una toma de poder hostil en 1981, materializado por el Teniente

Coronel Tejero, que paradójicamente consiguió su objetivo al ser derrotado. En poco más de 24

horas, España pasó de ser un mosaico inconciliable de tendencias políticas a definir cuatro

grandes partidos. El joven Rey Juan Carlos, de noble apático y distante del pueblo, a líder de

todos los españoles y Capitán General de los Tres Ejércitos, que haciendo valer su rango militar,

con sólo una orden encontró a su servicio a las Fuerzas Armadas, insurgentes o no. Y el propio

Teniente Coronel Tejero, que retenía en el Congreso a un nutrido grupo de políticos, ante la

llamada de su Soberano, noblemente depuso las armas sin que mediase el menor gesto de

violencia.

España quería caras nuevas, olvidar la turbulenta transición, que terminó el intento fallido de

golpe de Estado. El grupo poblacional que había vivido en primera persona la Guerra Civil, con

más de 60 años de edad, y quienes podrían conservar algún tipo de recuerdo de la conflagración,

personas con más de 50 años, las tendencias políticas, especialmente aquello que de alguna

manera pudiese recordar la bicefalia que enfrentó a familias en el campo de batalla durante un

trienio.

Analizada la situación desde la perspectiva actual, era un problema de marketing: el triunfo de

Suárez, por la presentación de un nuevo producto, el centro, en un mercado saturado de dos

productos, izquierdas y derechas, que se ofertaban en varias presentaciones, todas ellas con el

mismo sabor aciago, más o menos concentrado. El nuevo producto, de sabor neutro, y por ello

sin entusiastas, el Centro, llegó al poder por rechazo de los dos primeros, mas su sabor anodino y

el dolor de cabeza del 23-F no resultaron del gusto del mercado, que buscó un producto nuevo,

con nueva presentación, y quizá un sabor menos denso que aquellos que ya habían probado: un

candidato joven en cualquiera de los dos partidos, cercano al pueblo y que no transmitiese

sensación de paternalismo, sino lo contrario, era lo que España deseaba en aquel momento. Y

ese producto tenía nombre y apellidos: Felipe González.

En estos años, la formación en Medicina experimentó grandes cambios:

- El número de estudiantes creció exponencialmente como consecuencia de las presiones del

Ejecutivo para materializar la declaración Constitucional de acceso universal y gratuito a la

educación. Este hecho multiplicó de una forma preocupante el número de matrículas en todas

las carreras universitarias, y en especial Medicina, por dos elementos externos y no relacionados

con el ejercicio profesional: de una parte, el estatuto de “privilegiado” u oficialmente

relacionado con el poder, resultado de la creación de la Seguridad Social y el funcionariado del

médico. La segunda razón, tan peregrina como la adquisición por parte de RTVE

(Radiotelevisión Española) de 2 series de televisión -electrodoméstico que aún conservaba su

pátina de “instrumento de alta tecnología”-, ambas relacionadas con el ejercicio de la Medicina,

apareciendo de esta manera el primer experimento masivo de publicidad subliminal en España,

con Dr. Ganong, en antena desde 1969 y una primera versión de Dr. Who. Entre los años 1976 y

1978 el número de matriculados en facultades de Medicina se duplicó.

- Debido a la crisis del petróleo, España sufrió un marcado proceso inflacionista, que a medio

plazo se tradujo en un aumento lineal de los salarios, mientras que los precios de las instituciones

dependientes del Estado, entre ellas las universidades, no actualizaron este parámetro. Como

consecuencia, el coste las tasas universitarias resultó accesible a muchos más bolsillos de lo que

había sido hasta entonces, hecho que acompañado por la desaparición de los números clausos, la

devaluación de la peseta -que encareció considerablemente la “aventura” de comenzar el

ejercicio Médicos en USA, que en esta época concluye su protocolo de colaboración con España

en esta área-, y un perfil diferente de estudiante de Medicina con una mentalidad más

conservadora que la sus antecesores en lo referente a salir de España, contribuyó a la creación,

por primera vez en muchos años, de un excedente de médicos en 1981, 6 años tras la eliminación

de los números clausos, que ese año vuelve a instaurarse para evitar la perpetuación del

excedente de profesionales pertenecientes a este grupo. Es en estas fechas cuando tiene lugar la

primera reunión con representantes del gobierno británico con el objetivo de establecer un

acuerdo en condiciones semejantes al mantenido con los Estados Unidos.

- El estudiante promedio de Medicina en la época de la Transición aspira a convertirse en la

nueva clase media-alta a expensas del ejercicio de su profesión, que continúa con el mismo nivel

retributivo que a comienzos de la década, con la diferencia de que al médico ya no le resulta

posible ejercer su ejercicio en varias instituciones simultáneamente, porque entre los 800.000

parados que alcanza el país en 1977 hay, por primera vez en la Historia, médicos.

La clase política presenciaba con creciente preocupación el aumento del n en el momento

representada por el Presidente Suarez, que comprobaba cómo la situación social y económica de

España se deterioraba cada vez más. Las personas eran despedidas por quiebra asociada a la

crisis mundial e inflación del 20%. Los parados, grupo social que aparece al tiempo que la

democracia, sin una estructura social, económica ni recreativa que les respondiese a sus

excedentes de horas libres, a lo que se añadía el concepto negativo heredado de las décadas

previas, y refrendado en la Ley de Vagos y Maleantes, que el concepto social tremendamente

negativo de sin nada que hacer, se sumaban a las masas que recorrían diariamente las calles de

Javier Rodriguez-Vera (6)

Y oani Sánchez (6)

Mariela Sánchez Martiarena (8)

Jesús Sánchez-Cañete (10)

Pilar Sánchez-Cañete (3)

Felipe Vallejos Mellado (5)

General Ángel Vivas (1)

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todas las ciudades reclamando, unas veces algo que ya tenían, otras pedidos legítimos, que

llegados a oídos de la Administración eran atendidos con alguna rapidez, y finalmente,

exigencias de utopías o absurdos, generalmente en un contexto de violencia urbana, y que

prosperaban debido a la colaboración de los desempleados, resentidos con el sistema que les

había proporcionado unos derechos que no se podían poner en la mesa ni utilizar como moneda

de cambio.

La incorporación potencial a este colectivo de un grupo poblacional joven, dotado de capacidad

de crítica y argumentación lógica, los médicos que no conseguían ejercer su profesión, sugería

un escenario de aumento del rechazo hacia el sistema instituido, documentado por un aumento

progresivo de la popularidad de Franco, que habría obtenido mayoría absoluta en unas

elecciones de haber seguido con vida hasta el intento de Golpe de Estado de 1981. De otra parte,

los costes en Sanidad resultaban cada vez más elevados en relación al PIB, no resultando posible

reducir aún más la pírrica retribución de los facultativos con el argumento de que el ejercicio de

la Medicina requería, por su propia naturaleza, el ejercicio simultáneo en varias instituciones.

Como respuesta a las dos necesidades, rentabilizar la formación de decenas de miles de médicos

que no encontraban ninguna salida laboral y que eran potenciales elementos desestabilizadores

del sistema, y la reducción de los costes relacionados con la salud a través del abaratamiento de

la mano de obra, surge la declaración del MIR (Médico Interno Residente) como único modo de

obtener una especialidad reconocida oficialmente. La denominación de esta nueva figura en el

campo de la salud estaba en relación con la naturaleza de su misión en el hospital: manteniendo

cierto paralelismo con el Servicio Militar, el médico en formación tenía su domicilio en el

interior del hospital durante los dos primeros años, hecho que le facilitaba la supervivencia

debido a que no recibía ningún tipo de retribución ni era considerado personal laboral, siendo

una de sus misiones atender las llamadas internas del hospital en que la presencia de un

facultativo resultara necesaria. Gracias a esta figura de “esclavo por oposiciones”, el

presupuesto asignado a la asistencia sanitaria frenó su crecimiento a pesar de la adquisición de

tecnologías y aumento de las prestaciones sanitarias o número de personas atendidas durante

toda la década de 1980.

El problema de Enfermería

Tradicionalmente a cargo de religiosas y mujeres formadas en el seno del Servicio Social,

equivalente femenino del Servicio Militar, el nuevo régimen -que se autodeclaraba laico e

intentaba eliminar todo signo de la obra de Franco-, encontró varias áreas hasta entonces sin

coste, que en consonancia con los principios declarados en la Constitución de 1978 y las ideas

tácitamente aceptadas por la mayor parte de las facciones políticas -que requerían un relevo

urgente, no existiendo ninguna alternativa con viabilidad a corto plazo-.

En el caso de la atención a la Salud, la respuesta vino de la mano de un colectivo profesional

prácticamente inexistente hasta la fecha, y que experimentó varias remodelaciones hasta llegar

al modelo actual: Los enfermeros diplomados. Aunque constituida en 1952, la figura del

Ayudante Técnico Sanitario (ATS) quedó relegada durante décadas a Auxiliar/Secretaria del

Médico, que le dictaba las medidas que deberían ser adoptadas en cada caso a lo largo de sus

visitas, actividad no muy diferente de la llevada a cabo por las religiosas, pudiendo optar al

título, no universitario, las mujeres que durante el Servicio Social eligieron la vertiente sanitaria

como área de desarrollo profesional.

Constituía, en suma, un colectivo de soporte al médico, que las veía (la práctica totalidad era de

sexo femenino) como “secretarias vestidas de blanco”. Surgió de esta convivencia el sentimiento

de que los ATS eran “el proletariado” de los médicos. Esta auténtica conciencia de clase, que

sentía aversión por el “jefe”, que llegaba, les reprendía severamente, dejaba nuevos encargos y

marchaba, actitud que desde la óptica del facultativo estaba completamente justificada y

reglamentada, insertada en el contexto histórico de la Transición, lejos de incentivar el diálogo y

puesta en común de las perspectivas de cada una de las partes interesadas, tuvo un efecto

estimulante en el colectivo de enfermeros, que reestructuró el cuerpo doctrinal de la profesión,

que dejó de ser un oficio en 1977 con la Diplomatura Universitaria de Enfermería, que formaba

profesionales capaces y autónomos educados para trabajar con, y no para, el médico.

Este último colectivo, con la inercia de centenares de años de existencia, y un cuerpo doctrinal

con orígenes tan antiguos como la propia humanidad, coordinado por la universidad, no llegó

más allá de adoptar una posición defensiva, resistente al cambio que el medio pedía cada vez con

mayor vehemencia. La actitud inmovilista y el aura de “favoritos del régimen franquista”,

justificó sobradamente una dura campaña de desprestigio y degradación socioeconómica, la

“proletarización del Médico”, que en todo momento gozó de las simpatías del pueblo, que

mantenía inmutado el concepto que describimos en el comienzo del texto. Situaciones que

permitieron mantener estable el porcentaje del PIB atribuido a cuidados de salud a expensas de

recortes salariales progresivos y aumento de responsabilidades y funciones.

En 2013, el perfil laboral del enfermero, licenciado universitario, con un salario base 10%

inferior al del médico, y con una sistemática de trabajo esquematizada, detallada, siguiendo unos

patrones bien definidos, incluso en lo relativo a la baremación de sus méritos académicos.

La nueva figura del enfermero desvinculado jerárquica y metodológicamente del médico, que

debía, por el mismo salario que dos años atrás había sido justificado por la ausencia de

obligación de cumplir un horario, al tiempo que ratificado el hecho de que “un médico no podrá

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nunca vivir de lo que gane trabajando en un solo hospital”, se enfrenta a una revolución

completa en lo relativo a su lugar en el nuevo orden. Integrante de los sectores “favorecidos” por

el anterior régimen, una imagen estereotipada de abundancia económica, y una posición dentro

de la jerarquía institucional compatible con la de una dirección de servicio, con independencia y

sin supervisión gracias a su estatuto de colaborador a tiempo parcial, en el curso de pocos años,

sin mediar notificación o justificación, encuentra un hospital que le paga, al igual que antes, una

cantidad mísera, que ha ido devaluándose con las crisis inflacionista; un médico interno, que

atiende a sus pacientes cuando lo requieren; enfermeros que trabajaban junto a él, con su propia

escala jerárquica, con funciones independiente de la actuación de los médicos, formando parte

del equipo encargado de mejorar la atención de la persona enferma.

¿Cómo es la Medicina Privada en 1980?

Si el Sistema Nacional de Salud había seguido una política continuista de las grandes líneas de

actuación marcadas por el General Franco, con la única salvedad de la puesta en marcha de

numerosas, erráticas y fallidas tentativas de encontrar un hacer confluir los centenares de

instituciones independientes que constituían el Sistema Nacional de Salud, de la saturación del

mercado laboral, la Medicina Privada experimenta en este década notables cambios

cuantitativos y cualitativos:

a) Cambio del modelo unipersonal a sociedades. Los honorarios atribuidos a los facultativos,

tradicionalmente exiguos, habían sido compensados por la demanda de servicios y flexibilidad

de los horarios de trabajo, reflejada en informes de la época, que justificaban los menguados

salarios aludiendo al ejercicio en varias instituciones como característica inherente de la

práctica médica, atribuyendo un papel “directivo” o “coordinador” de los procedimientos

diagnósticos o terapéuticos que habrían de ser aplicados a las personas hospitalizadas. El

auténtico valor de la asistencia a los hospitales públicos radicaba en la adquisición de pacientes

para el ejercicio privado.

En una época de transición, con una balanza comercial positiva en los últimos años del régimen

franquista, entrada de información previamente sometida a la criba de la censura oficial, y por

ello acogida con entusiasmo, lo que dio lugar a una culturización de la población, que exigía

mayores estándares de calidad que los ofertados hasta la época. Las consultas atendidas por un

médico resultaban poco resolutivas debido al desarrollo tecnológico y exigencias de los

pacientes. Por otro lado, los tímidos pero constantes esfuerzos de la clase dirigente por crear un

sistema homogéneo, con trabajadores propios con una vinculación sin lugar a fisuras,

comenzaron a dar sus resultados con la transformación de Enfermería en profesionales

cualificados, con tareas propias bien definidas, complementarias pero no dependientes, del

facultativo, que de esta forma venía a perder su estatuto de gestor de procesos para convertirse

en un asalariado más en un sistema donde hasta entonces había sido un privilegiado.

Este fenómeno precipitó la salida de muchos facultativos con prestigio y alternativas laborales,

que adaptándose a las nuevas exigencias del mercado crearon policlínicas en que diferentes

disciplinas trabajando en equipo facultaban al paciente la atención integral solicitada. En algunos

casos, esta nueva incorporación en la oferta de servicios de salud basculaba en torno a una figura

del mundo de la Medicina, reconocida a nivel científico y popular, cuyo nombre confería a la

institución una pátina de virtuosismo y confianza que aportaba un valor añadido (en Economía

denominado “goodwill”), algunas ellas aún en funcionamiento, caso de la Clínica Barraquer y los

Hospitales Pascual.

b) La economía doméstica no acompañaba paralelamente a las nuevas exigencias de los usuarios

de los servicios privados, fenómeno que no pasó desapercibido para las aseguradoras, que

rápidamente adaptaron sus productos a esta nueva modalidad, dando lugar a un nuevo

producto: los seguros privados de salud, individualizados según las necesidades y poder

adquisitivo de cada cliente. De este modo, la familia española que medio siglo atrás no tenía

posibilidades de obtener asistencia sanitaria más allá de los tratamientos prodigados por las

órdenes religiosas y la beneficencia, encontraban a su alcance un sistema gratuito de asistencia

universal, el Sistema Nacional de Salud, y una red de servicios privados rápida, confortable,

eficiente y económicamente accesible.

c) Los primeros conciertos entre el Estado, representado por la Secretaría de Estado para la

Sanidad con entidades privadas, a través de la normativa publicada el 11 de Abril de 1980. De

esta forma, se intentaba aprovechar todo recurso disponible en España para conseguir los

medios necesarios para la atención de una sociedad cada vez más consciente de sus derechos y

exigente con los servicios dispensados.

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