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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com EMAIL: [email protected] AÑO 9 NÚMERO 71 EDICIÓN DIGITAL OCTUBRE 2015 1 Una teoría más o menos probada afirma que la mayoría de los seres humanos prefiere mirarse y que le miren el lado izquierdo de la cara. Aparentemente, una decisión sin mayores consecuencias para nuestras vidas de simples mortales. En los setenta Pink Floyd rindió un pequeño tributo a la cara que la luna no nos quiere mostrar y dio un salto gigantesco al estrellato. En la lucha de egos en que devino la banda luego de publicar The Dark Side of The Moon (1973), David Gilmour eligió verse y ser visto como forjador del sonido que la distinguiría. Su fina guitarra tuvo como perfecto aliado al teclado sobrio y melancólico de Richard Wright. Mientras tanto, Roger Waters convertía sus traumas en buenos argumentos conceptuales. Hombre de pocas palabras, Gilmour admite que extraña a Wright, fallecido en 2008. Lo confiesa con la desolación de quien ha sufrido una pérdida que sabe dolorosa pero que aún no se atreve a medir. Frente a semejante ausencia, la idea de grabar un nuevo disco, el cuarto como solista, no habrá sido fácil de concretar. De Gilmour se espera que suene como Pink Floyd. Un efecto de su propia opción, que paradójicamente también lo obliga a surfear la ola del auto- plagio. Otra misión casi imposible. Matisse consideraba que nada era más difícil para un buen pintor que pintar una rosa, porque antes tenía que olvidarse de todas las rosas que se han pintado hasta ese momento. Gilmour tiene unas cuantas rosas que olvidar. Con sus pinceladas de trazo más grueso y tonos vivos Rattle that Lock se acerca más a About Face (1984), su segundo acto solista, que a su antecesor On an Island (2006), una obra más homogénea e introspectiva, y con menos matices también. Esa proximidad no es mera cuestión de estilo, en ambos se vislumbra una búsqueda. Gilmour editó About Face cuando Waters, la otra fuerza dominante de la banda, decretó unilateralmente su final. Rattle that Lock es el primer disco de Gilmour desde su propio réquiem para Pink Floyd (al parecer, el rock también tiene sus debates eutanásicos). Libre de toda pretensión de modernidad, Rattle that Lock envejecerá mejor que aquel intento de los ochenta y mostrará que Gilmour supo desprenderse de su estigma sin desestimar el pasado, se abrió tímidamente a nuevos formatos como el jazz (“The Girl In The Yellow Dress”) y hasta dejó colar cierta aura conceptual con la explícita referencia al libro “Paraiso Perdido” de John Milton. Él mismo dice “haber encontrado su paso…”, aunque concede que puede ser “bastante tarde para empezar...". Lo cierto es que no siempre nos ven como queremos que nos vean, que probablemente nos pasemos toda la vida buscando el lado izquierdo de nuestra cara, que la luna no tiene un lado oscuro, y que hace rato le vimos la cara oculta. JORGE CAÑADA David Gilmour - “Rattle That Lock” (2015) CARAS OCULTAS, PEQUEÑOS PASOS Y GRANDES SALTOS

Discos y otras pastas 71(octubre2015)

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 71: álbum y concierto de David Gilmour (Pink Floyd), el lado menos amable de Lou Reed, exposición sobre el Punk, poema de Roger Santiváñez y libros de Leonard Cohen, Selva Almada y Gustavo Torres.

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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com EMAIL: [email protected]

AÑO 9 NÚMERO 71 EDICIÓN DIGITAL OCTUBRE 2015

1

Una teoría más o menos probada afirma que la mayoría de los seres humanos prefiere mirarse y que le miren el lado izquierdo de la cara. Aparentemente, una decisión sin mayores consecuencias para nuestras vidas de simples mortales. En los setenta Pink Floyd rindió un pequeño tributo a la cara que la luna no nos quiere mostrar y dio un salto gigantesco al estrellato. En la lucha de egos en que devino la banda luego de publicar The Dark Side of The Moon (1973), David Gilmour eligió verse y ser visto como forjador del sonido que la distinguiría. Su fina guitarra tuvo como perfecto aliado al teclado sobrio y melancólico de Richard Wright. Mientras tanto, Roger Waters convertía sus traumas en buenos argumentos conceptuales. Hombre de pocas palabras, Gilmour admite que extraña a Wright, fallecido en 2008. Lo confiesa con la desolación de quien ha sufrido una pérdida que sabe dolorosa pero que aún no se atreve a medir. Frente a semejante ausencia, la idea de grabar un nuevo disco, el cuarto como solista, no habrá sido fácil de concretar. De Gilmour se espera que suene como Pink Floyd. Un efecto de su propia opción, que paradójicamente también lo obliga a surfear la ola del auto-plagio. Otra misión casi imposible. Matisse consideraba que nada era más difícil para un buen pintor que pintar una rosa, porque antes tenía que olvidarse de todas las rosas que se han pintado hasta ese momento.

Gilmour tiene unas cuantas rosas que olvidar. Con sus pinceladas de trazo más grueso y tonos vivos Rattle that Lock se acerca más a About Face (1984), su segundo acto solista, que a su antecesor On an Island (2006), una obra más homogénea e introspectiva, y con menos matices también. Esa proximidad no es mera cuestión de estilo, en ambos se vislumbra una búsqueda. Gilmour editó About Face cuando Waters, la otra fuerza dominante de la banda,

decretó unilateralmente su final. Rattle that Lock es el primer disco de Gilmour desde su propio réquiem para Pink Floyd (al parecer, el rock también tiene sus debates eutanásicos). Libre de toda pretensión de modernidad, Rattle that Lock envejecerá mejor que aquel intento de los ochenta y mostrará que Gilmour supo desprenderse de su estigma sin desestimar el pasado, se abrió tímidamente a nuevos formatos como el jazz (“The Girl In The Yellow Dress”) y hasta dejó colar cierta aura conceptual con la explícita referencia al libro “Paraiso Perdido” de John Milton.

Él mismo dice “haber encontrado su paso…”, aunque concede que puede ser “bastante tarde para empezar...". Lo cierto es que no siempre nos ven como queremos que nos vean, que probablemente nos pasemos toda la vida buscando el lado izquierdo de nuestra cara, que la luna no tiene un lado oscuro, y que hace rato le vimos la cara oculta. JORGE CAÑADA

David Gilmour - “Rattle That Lock” (2015)

CARAS OCULTAS, PEQUEÑOS PASOS Y GRANDES SALTOS

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 2 OCTUBRE 2015

ESCRIBE: JORGE CAÑADA Al Royal Albert Hall hay que abordarlo lentamente, asomarse para reconocerlo. La primera visita es la rara cruza entre una cita romántica y la ceremonia de pesaje previa a un combate de box. Se dicen puras tonterías, porque en realidad todo está en las miradas. Aquí no hay romance ni fuerzas que medir, este monumento al arte siempre se impone con la mera presencia. Hay que llegar con tiempo, tratar de anticiparse a lo que tenga que ocurrir, y lo que sea que vaya a ocurrir seguro es algo que esperaste años. Leíste ese nombre mil veces en la portada de tantos discos y en las reseñas de todos los conciertos que quisiste ver. Estás parado justo en las puertas del Cielo. Una vez adentro, detenerte en alguno de los bares es la mejor decisión para asimilar el primer impacto antes de empezar a dar vueltas interminables por los pasillos circulares hasta que te atrevas a entrar a la sala. Luego, enmudecer y girar varias veces sobre tus talones para tratar de atrapar el momento es algo que no recordarás haber decidido hacer. Si tuvieras que pedir algo, pedirías ayuda para mirar y le darías gracias a Eduardo Galeano por crear semejante metáfora. A media luz, 'Mr Screen', la emblemática pantalla circular, domina la escena y confirma que estás en el lugar indicado. * * * El agua, casi suspendida en el tiempo, debe haber sugerido la idea del río sin fin que le dio nombre a la despedida de Pink Floyd (The Endless River). Como esos torrentes que se alistan para el salto final en forma de cascada, el caudal se pierde y vuelve a fluir en cada suave curva que el Támesis dibuja en este paraje a media hora de Londres. Quizá esa eterna repetición de principio y final encubra el secreto de la infinitud, como en esos acordes que se “muerden la cola” al final de “Echoes”. A Hampton Court se llega en tren, y si se llega hasta ahí, hay que descender del tren sí o sí. Las vías del ferrocarril se interrumpen a pocos

metros del río, como si alguien hubiera decidido que nada era suficiente para superar ese accidente de la naturaleza. En esta orilla, enfrentado a la estación del tren hay un caserío y un pequeño centro comercial, uno más, como cualquier otro de los que uno fue dejando atrás en el camino. Al otro lado del río sobresale el palacio con sus jardines ocultos a la vista de los mortales, cientos de intrigas, unas cuantas leyendas, y el fantasma de una de las seis esposas de Enrique VIII, a la que él ordenó decapitar, que aún merodea por los desiertos recintos cortesanos. En algún lugar cercano de este suburbio del suroeste de Londres reposa el Astoria, el centenario bote que Gilmour convirtió en su usina creativa para escapar del oscuro encierro de los tradicionales estudios de grabación. Este bucólico paisaje es el principio y fin de la última encarnación de Pink Floyd. * * * Con puntualidad inglesa suena el punteo de "5

A.M." y nadie extraña la orquestación de Zbigniew Preisner, porque todo el cosmos está concentrado en el reducido espacio en el que se mueven esas dos manos que todas las miradas siguen como hipnotizadas. Todos los actos, todos los tiempos sin superposición y sin transparencia están ahí. Sonarán en el orden del disco la contagiosa “Rattle That Lock” y el vals circunspecto de “Faces Of Stone” pero seguimos hechizados, paralizados en la misma posición en la

David Gilmour en vivo – Royal Albert Hall, 24 y 25 de setiembre de 2015

DAVID GILMOUR Y EL SUEÑO HECHO REALIDAD

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 3 OCTUBRE 2015

que nos sorprendió el suave fade out de luces justo antes del primer acorde. Solo con el saludo de Gilmour, anticipando que es el turno de una canción que todos conocemos, llegan las primeras señales de relajación. ¿Pero cuántos segundos puede durar esa distensión si lo que comienza a desgranar con su Taylor es la introducción de “Wish You Where Here”? *** El agua, quizá la de este mismo río, cobra el ritmo cadencioso de los remos de un gondolero veneciano en “A Boat Lies Waiting”, tema clave de Rattle that Lock y probablemente el momento más emotivo en estas noches en las que David Gilmour y su banda rinden sentido tributo a Richard Wright. Las notas inaugurales de la canción, grabadas hace casi dos décadas, son un bien logrado reflejo del estilo con el que el tecladista añejó el sonido de Pink Floyd. Cada una de esas notas parece inspirada en el preciso instante previo a ser ejecutada, como si el intérprete fuera descifrando sobre la marcha el derrotero que los dedos de Wright habrían de trazar sobre las teclas. En cada nueva audición se tiene la sensación de que la próxim nota puede desentonar. Sin embargo, esta noche Kevin McAlea, el elegido para ocupar un lugar imposible de llenar, hará que siempre suene la nota adecuada. La ausencia definitiva de Wright nos condena a esta eterna incertidumbre, así como nos brinda la certeza de que su voz será irremplazable en el reprise de “Breathe”, aún en esta nostálgica versión que sirve de remanso luego de la carrera contrarreloj que sigue siendo “Time” y cuyo eco aún resonará cuando nos empecemos a despedir de la segunda velada londinense del tour. *** “The Blue” es la elección más consecuente desde On an Island,

melódicamente irrefutable y continuadora de una metáfora náutica sin naufragios, es la antesala del primer tándem de canciones desde The Dark Side of The Moon y la prueba rotunda de que la banda se apropia de los clásicos con soltura.

Claro que Joe Carin y Guy Pratt probablemente hayan interpretado estas canciones tantas o más veces que el propio Roger Waters. Como contracara, João Mello está rindiendo sus primeros exámenes. El saxofonista se sumó a la gira a partir de estos shows, y si bien sus intervenciones dejan entrever la tensión natural del debut, la carga emotiva de su interpretación es tal que el balance termina realzando los pliegues de “Money” para servir en bandeja “Us And Them”. Después de un intervalo se dispara un bloque para deleite de los nostálgicos. La memoria de Syd Barret se pasea durante el feroz arranque de “Astronomy Domine” y hace presagiar el momento más esperado de la noche, la primera mitad de “Shine On You Crazy Diamond” llega para cumplir todos los sueños, el sueño. *** Desde la otra rivera, el palacio es omnipresente, pero si se sigue el sendero que tuerce hacia la izquierda, peregrinando media hora por un sendero angosto que bordea la ruta se llega al destino esperado. Desde Garrick’s Lawn, esa construcción octogonal que homenajea a Shakespeare en el idílico parque contiguo al amarre del Astoria y el punto más cercano desde el cual un transeúnte puede divisarlo a través de una barrera de

arbustos y cipreses, el fluir del rio parece aún más lento, confundiendo realidad y fantasía, cientos de guitarras flotan sobre el agua como en la pantalla detrás de la banda durante “High Hopes”. Levanto la vista, veo a la distancia la torre de una iglesia. Doblan las campanas.

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 4 OCTUBRE 2015

Contracultura. Performance. Música. Moda. Videoinstalaciones. Muralismo. Fanzines. El artista como obra de ¿arte? “La cultura no me interesa”. “El diseño es el mal de este mundo”. Lo escatológico. El mal gusto. Lo inadecuado. Anarquismo. Nihilismo. Provocación. Eslóganes vomitados. Horror vacui. Alienación. Destrucción. Terror. Pánico. Arrogancia. Insulto. Oposición. Desmantelar. “I fought the law”. Insatisfacción. Inconformismo. PUNK.

1974 Ramones tocan en el CBGB de Nueva York. 1976 Sex Pistols la lían en la televisión británica. 1978 Último concierto de Sex Pistols en San Francisco, “¿Alguna vez os habéis sentido estafados?”, Johnny Rotten. Aquella explosión no solo fue determinante en la música sino también en el arte, originando una auténtica conmoción social y cultural en todo el planeta. Un joven armado (Gavin Turk como Sid Vicious) nos

recibe en el inicio de la exposición ‘Punk. Sus rastros en el arte contemporáneo’, que presenta el trabajo de más de sesenta artistas. “Kill your idols”. La desacralización de los ídolos. Destruye los iconos. De material altamente inflamable. Quema a tus ídolos. Douglas Gordon. Los artistas punk como íconos y objetos de consumo. El arte es mierda. La mierda como arte. Colectivo Gelitin. El artista es una prostituta. El arte es una práctica sexual remunerada. Do It Yourself. El Hazlo Tú Mismo como vía de escape a la rabia, la frustración y el malestar. “Para decir algo la primera premisa es tener algo que decir”. Antonio

Ortega. Poner en duda el sistema. Burlarse del sistema. Cuestionar el sistema. Salirse del sistema. El sistema injusto y

represor hace germinar la violencia. “Der samen der radikalitat”, las semillas del radicalismo. Jonathan Meese. Herramientas de la destrucción. En los billetes de 5 libras la Reina de Inglaterra lleva nariz

roja de payaso. Hans-Peter Feidmann. En los billetes de 10 libras la Reina de Inglaterra se enfrenta a su calavera. Carlos Aires. La Reina Isabel con esvásticas nazis. La Reina Isabel con imperdibles. Jamie GFReid. God Save The Queen. No al poder opresor. No al sistema establecido. No a la imposición. “There's NO FUTURE for you”. “Feel lucky, punk?”. Clint Eastwood fue el primero en pronunciar la palabra punk en el cine. Christopher Draeger. Huye de la madurez. Huye de la responsabilidad. “Don't Trust Anyone Over Thirty”. Dan Graham, Tony Oursier, Laurent P. Berger. Violencia: una constante. El cuerpo como lienzo de golpes, moratones y heridas. Sangre, contusiones. Jordi Mitjá y Jimmie Durham. La sexualidad extrema y las adicciones como intento de escapada. Nan Goldin. Dientes apretados. Rabia. Rechinar de mandíbulas. Las paredes hablan, de rabia. Jean-Michel Basquiat. Violencia: Praying for… Libia, Irak, Siria, por el mundo. Balas. Patria o muerte. Ikea o muere. Valentin Duceac. Punk y discos. Música punk. Punk en las portadas de discos. Raymond Pettibon. Black Fag y Sonic Youth. Y Viviane Westwood. Valerie Solanas. Killing Joke. Mabel Palacín. Johnny Rotten. Joâo Onofre. The Clash. Dead Kennedys. Tracey Emin. Charles Manson. Eskorbuto. Sex Pistols. Fugazi. Johan Grimonprez. Kortatu. Martin Arnold. Suicide. Paul McCarthy. Sid Vicious.

JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO ESCRIBE: CONX MOYA

Exposición ‘Punk. Sus rastros en el arte contemporáneo’. Centro de Arte Dos de Mayo. Móstoles, Madrid. Comisariado por David G. Torres.

EL PUNK (NO) HA MUERTO. ¡VIVA EL PUNK!

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 5 OCTUBRE 2015

ESCRIBE: ROGELIO LLANOS A Justo Holguín, amigo entrañable de ayer y de ahora. “Una mala persona…”. Así de categórica es la definición sobre Lou Reed que Victor Bockris incluye en su libro Las transformaciones de Lou Reed (1997) y que pertenece a uno de sus muchos entrevistados a los que acudió para construir ese mosaico de contraluces y claroscuros que fue la vida del compositor de Dirty Boulevard. Esa frase resume las muchas opiniones negativas que, una tras otra, se van sumando en el recuento apasionado que hace el escritor del itinerario vital del cantante neoyorquino al que admira y parece odiar al mismo tiempo. Y si nos remitimos a la investigación de Bockris es, precisamente, porque no es ningún neófito en el oficio de la escritura. Más aún, habiendo éste encarado las biografías de Andy Warhol y William Burroughs, ambos personajes ligados al desarrollo artístico e intelectual de un buen número de autores, compositores literatos y cantantes asiduos a sus talleres o factorías, afluimos a su texto con el convencimiento de estar ante un perfecto conocedor de ese mundo subterráneo en el cual habitó, gozó, peleó y sufrió el compositor y cantante Lou Reed. Durante gran parte de su vida Lou nunca dejó de ser el chico malo del barrio, el violento y gruñón líder de una banda a la que él se juntaba por la absoluta necesidad de contar con la ayuda del soporte musical para poder expresar, a través de sus canciones y con gran fidelidad, sus sentimientos, sus pasiones, sus ideas. Y también sus historias. Sí, era el muchacho malo en toda la extensión de la palabra. Hay quienes piensan que el arte se origina o se nutre únicamente de lo sublime o de lo hermoso. Otros creen que el artista es o tiene que ser un dechado de virtudes y que como una extensión de la criatura cuasi perfecta, la obra proyectada irradia belleza y emoción. En la naturaleza humana nada adquiere la condición de absoluto, no existen las verdades definitivas. Y Lou Reed fue la prueba viviente

de que el arte -su arte- nacía del odio, de la venganza, de los celos, del conflicto. La poesía de Lou Reed, sencilla y bella, tuvo como crisol el sórdido mundo de las bajas pasiones. Las de él y las de los otros. Quizás, entonces, no fue coincidencia que conociera a Lou Reed en los noventa,

en la época del atentado a Tarata. Fueron años oscuros, en donde los habitantes de esta Lima gris -entre ellos yo- supimos del miedo y la inseguridad. Para expresarlo a la manera de José Alfredo Jiménez, en nuestra querida Lima, la vida no valía nada. Sin embargo, la noche que se extendió sobre la ciudad poco o nada tenía que ver con la expresión viril del gran compositor mexicano. Las entrañas de nuestro mundo se estaban pudriendo. Había corrientes de odio acumuladas en las alcantarillas de nuestra sociedad y, con la llegada de las sombras, se revelaban con sus destellos de violencia, pánico y muerte. La noche que se extendió sobre la ciudad tenía que ver, más bien, con los versos de Lou Reed. La música de Lou fue la perfecta banda sonora para estos tiempos sombríos. Ese mundo interior torturado, atenazado por las drogas y los excesos, era la exacta correspondencia a esa visión tenebrosa del mundo en el que se movía. “Oleadas de miedo invaden la noche / Oleadas de asco, visiones repulsivas / Mi corazón a punto de estallar / Mi pecho se encoge / Oleadas de miedo, Oleadas de miedo”. En el escenario que miro a través de la magia del vídeo, Lou expulsa cada verso de sus canciones con una energía apenas contenida. Richard Quine, el austero guitarra líder, toma esos versos en el aire y los arropa con los sonidos inquietantes que nacen de las cuerdas de una guitarra que oscila entre la

complicidad y el desafío. Es el Waves of Fear (Oleadas de Miedo), que marca el punto más alto de su recital de 1983 en el Bottom Line de New York, que fue para el gran Lou una suerte de retorno a casa. Para mí, el Waves of Fear era el himno de esos tiempos lúgubres que estábamos viviendo ahora en los noventa, que se anunciaron en los ochenta (y no les hicimos caso),

LOU REED: ALMA DE ROCK N’ ROLL

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 6 OCTUBRE 2015

pero que se incubaron mucho, mucho tiempo atrás. “Oleadas de miedo / latidos de muerte / Maldigo mis temblores / Me sobresalto con mis propios pasos /el terror me acobarda / Odio mi propio olor / Sé dónde debo estar / Debo estar en el infierno / Oleadas de Miedo / Oleadas de Miedo” Para Lou, los sesenta fueron los años de la Velvet; los setenta -aún con esa obra maestra que se llamó Berlín- fueron los años de la incomprensión; los ochenta - y por ahora allí nos quedaremos- fueron los años de la reivindicación, de las oportunidades. Pero a Lou nunca le interesó realmente el éxito, si bien, aparentemente, lo buscaba y lo necesitaba para sobrevivir. Lou fue siempre fiel a sí mismo y, por encima de las diferentes situaciones y circunstancias vividas, nunca dejó de ser el muchacho díscolo, perverso y levantisco que imprimió su impronta profunda a la gran banda de sus orígenes: The Velvet Underground. Hay una frase referida a esa mítica banda atribuida a Brian Eno y que yo la interpreto así: No tuvo muchos seguidores, pero los que prestaron oído a sus sonidos y se dejaron hechizar por sus juegos y relatos perversos, salieron directamente a formar sus propias bandas o a dejar su alma en los escenarios. Iggy Pop, David Bowie, Patti Smith, pero también los Joy División y otros más, en su momento, comprendieron de inmediato que lo que cantaba Lou Reed en complicidad con Cale, Morrison y Tucker, no provenía de una imaginación afiebrada y una actitud impostada preparadas para impresionar a su auditorio. Ellos entraron en rápida sintonía con la banda y, especialmente con su voz líder, porque descubrieron que la extraña poesía que viajaba por el aire envuelta en sonidos tan extraños como subyugantes provenía de un universo vivo y palpitante, sórdido y cruel, duro y apasionado, dentro del cual habitaban unos seres humanos cuyo cronista estaba allí en el escenario, frente a ellos, guitarra en ristre y voz lacerante. Estaban frente a un hombre singular, tan tierno como violento, tan sensible como auténtico. “¿Cómo os creéis que me siento cuando os oigo pedirme una canción como Heroína? La insidia de esa droga, no os la podéis ni imaginar. Cuando digo que es mi mujer y es mi vida, ¿creéis que estoy bromeando?”, gritó en una ocasión a un público sorprendido y acostumbrado a puestas en

escena preparadas para impresionarlo. Para Lou Reed, el escenario era una extensión de su vida cotidiana, con la música acunando su corazón y él dejándose llevar por ella, tal como lo dice tras bambalinas al final de su concierto en el Bottom Line de NYC en 1983. Ni complaciente, ni comprensivo. Lou Reed jamás dio tregua a tirios y troyanos. Él actuaba como quería y como le venía en gana. Que Andy

Warhol le impusiera a la bella Nico como una manera de hacer atractivo el show de la Velvet, pues ¡Maldita la gracia que tal decisión le hizo! Su espíritu rebelde lo llevó a hacerle la vida imposible a Nico y, sin embargo, tierno y contradictorio, compuso para ella tres hermosos temas: “Femme Fatale” -en homenaje a la musa de Warhol, Edie Sedgwick-, “All Tomorrow’s Parties” -o la Cenicienta de la ilusión perdida y sin redención posible- y, especialmente “I’ll Be Your Mirror”, que fue una dulce respuesta a la actitud seductora de Nico que no dudó en decirle: “Oh Lou, yo seré tu espejo”. Tampoco tuvo escrúpulo alguno para

deshacerse de John Cale, responsable en gran medida del sonido, entre experimental y enigmático, de las composiciones de la banda. Simplemente, consideró que Cale era un obstáculo en su camino y decidió -en complicidad con Steve Sesnick, el manager de The Velvet, luego de la partida de Andy Warhol- dejarlo fuera, sin darle oportunidad alguna de

opinar. A Morrison y a Tucker, los otros dos miembros de la banda, les informó fríamente que Cale estaba fuera de ella y que si había alguna oposición la banda quedaba liquidada. Después de la salida de Cale, hubo sólo tres álbumes más en estudio: White Light /White Heat (1967), The Velvet Underground (1969) y Loaded (1970). Sin la viola de Cale y sin su vocación experimental, todas las nuevas composiciones de Reed para la Velvet, limaron aquellas aristas impregnadas de desafío y provocación. Las críticas adversas no se hicieron esperar y éstas se extendieron hacia una obra solista empezada en

los setenta. La crítica de la época fue implacable con Lou Reed (1972), su primer disco en solitario, algo más concesiva en Transformer (1972), desconcertada ante el magistral y desazonante Berlín (1973), dividida ante el Metal Machine Music (1975), menos agresiva frente a un reposado Coney

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DISCOS Y OTRAS PASTAS 7 OCTUBRE 2015

Island Baby (1975) y más dispuesta a aceptarlo en Rock and Roll Heart (1976), Street Hassle (1978), el en vivo Take No Prisoners (1978) y The Bells (1979). Los setenta

fueron una década muy convulsa en la vida de Lou. Impulsivo, caprichoso y violento, siempre terminó imponiendo su criterio y su manera de vivir, arrasando con productores, amigos y conocidos. Nunca se arrepintió de lo que hizo y de los amigos que perdió. Jim Jacobs, compositor norteamericano, resume así este estado de cosas: “… En aquella época iba de speed y su ambigüedad sexual era un asunto complicado. No sabía si se iba a emborrachar y pasar la noche con un hombre o emborracharse y pasar la noche con….” Lou caminaba ahora más que nunca por el lado salvaje de su existencia.

PLACER* Ven a mí sabor de mi alma negra robusta saca la risa con hueco que me diste una vez olvida las ofensas prefiere la caricia humedece tus ojos como soledad en la cimbreante madrugada si sales a tomarle el pulso a la noche a veces hallas tristezas de muchacho abandonado con su chica de quince deambulando sin tener dónde ir y aún resuena algún tono perdido entre la tierra la poesía justifica tu lujuria insatisfecha el miedo a la cola de chancho el fraude de la historia es tu síndrome irreal cosmos donde habita tu amargura discreta porque ya no es tiempo del escándalo ahora solo la seria sonrisa en tu recuerdo es el aire que me das aunque no quieras a fuer de frescar la sombra de tu rosa falda fonte frida de tus nalgas triunfa la calatería "estoy haciendo un artículo"-dijo por llamar a su hermano en / y le contó que solo hasta el mediodía / se saltó la cinta se soltó la cinta escucha mi casete y luego tócame prepara un toque suenan tus cavidades se abre el mar arde la mixtura de tu nombre qué linda se te veía con tu blanco imaginario atardecer puro en la declaración directa del símbolo erecto tierna postura de tus curvas invioláceas amar ser destruir la muerte darte vida tu cuerpo no respiras con tu humanísima condición de muchacha Oh belleza no te decía porciúncula era el aire de tu enredado cuore que alegró mi martes trece rico como tú y triste por tu amor queridísimo. ROGER SANTIVAÑEZ *Poema extraído de “Symbol” (1991). Edición 2015.

En los setenta, en una Lima que recién empezaba a acomodarse a las normas de un gobierno de facto, diferente en su lenguaje y dinámica a la de otros regímenes militares, pero autoritario al fin y al cabo, ignorábamos la aventura musical del neoyorquino. Aquí, a través de una radio repetidora del hit vendedor y de moda y de una televisión parametrada, novelera y chismosa, seguíamos con la resaca sesentera de la Nueva Ola donde la juventud gozaba de la playa, el sol y el mar y era feliz. Y a muy pocos les importó que Carlos Santana y su banda fueran expulsados del Perú en una infeliz, pero no extraña confluencia de pareceres y actitudes entre la Federación Universitaria de San Marcos y el Gobierno Militar. En los setenta, si el “Evil Ways” no pudo prevalecer ante el Limeña, que tienes alma de tradición y Santana fue expulsado del Perú, precisamente de malas maneras, discos con los tracks de Venus in Furs o Heroin habrían sido incinerados públicamente en nuestra Plaza de Armas por intentar subvertir las buenas costumbres de una sociedad occidental y cristiana, además de revolucionaria. (CONTINUARÁ)

EL VIENTO QUE ARRASA AUTOR: SELVA ALMADA (ARGENTINA) Esta nouvelle trata sobre un predicador y su hija, juntos emprenden un viaje hacia un pueblo rural cercano a Rosario y en el camino conocen a un hosco mecánico y a su prístino hijo, antagónicos al principio, con mucho en común al final. Esta narradora tiene mucho talento para describir hasta

los detalles más mínimos, la alegoría y la metáfora son empleadas con mesura y una precisión de cirujano, que sirve incluso hasta para recrear el viento que nos refresca o el sol que nos abrasa. Un debut que no ha dejado indiferente a nadie. Literatura de provincia he leído por ahí, pero con carácter universal. HENRY A. FLORES

EL GATO DEL PUEBLO AUTOR: GUSTAVO VARGAS TORRES (PERÚ) Historia de abusos, de pueblos oprimidos, de luchadores y represores, de vencidos y rendidos. Una simpática pequeña novela para adolescentes y niños con la cual podemos enseñarles a nunca darse por vencidos y a no conformarse con la realidad imperante. A pesar de algunas frases

trilladas y ciertos diálogos inverosímiles e inocentes, “El gato del pueblo” se presenta como una buena opción a tener en cuenta para el público al cual está orientado. HENRY A. FLORES

LEONARD COHEN – LA BIOGRAFÍA AUTOR: ALBERTO MANZANO (ESPAÑA) Cohen siempre ha dicho que fue un español quien le enseñó a tocar la guitarra y que los poemas de García Lorca fueron fundamentales para su vocación literaria. Por eso una biografía realizada completamente en español, por un español y editada en España, nos despierta aún más la curiosidad. Estamos ante un bien surtido libro que

aporta mucho con datos bibliográficos y eso ya parece ser suficiente para el autor: la cronología de la obra musical y literaria del genio canadiense, sus colaboradores, sus proyectos paralelos, algunos de sus amores. Vargas es amigo del artista, por eso se echa de menos sus opiniones personales sobre Cohen y su obra o algunas anécdotas que los relacione, para así conocer un poco más al Cohen ser humano, a través de la mirada de un conocido. Este libro funciona como una enciclopedia narrada. HENRY A. FLORES

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DIRECTOR: HENRY A. FLORES

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