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Dossier de Casos | Variosecaths1.s3.amazonaws.com/tya/1013705739.dossier.pdf · A los seis años fallece su madre, de Lupus Eritematoso, enfermedad que no sabe que es ni de que se

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La droga: una respuesta a la culpa

Se trata de un hombre de alrededor de 30 años, casado, dos hijos. Si doy los datos de su

estado civil es porque tanto el matrimonio como la paternidad, son una referencia

permanente en el caso.

R. es reacio a hablar en las primeras consultas, ha hecho otros tratamientos y si bien no

descarta el valor y la importancia de volver a iniciar un tratamiento, simplemente, dice, no

tiene ganas.

Me consulta empujado por la angustia de su mujer quién casi llega a rogarle que se trate.

No bajo ninguna amenaza sino bajo la forma de la súplica.

Llega a una de las primeras consultas golpeado, con moretones en la cara y un corte en la

mano. Me cuenta que había ido a comprar cocaína a un villa y aunque no recuerda bien el

desarrollo de los hechos sabe que en algún momento alguien sacó una navaja, lo golpearon,

al defenderse se cortó la mano. Puede evocar que había llegado allí borracho, se sentó en

una despensa del lugar pidió cerveza y esperó a que llegue alguien que venda cocaína.

Estos episodios son regulares. Por lo general es confundido con la policía, o está tan

borracho que lo golpean y le roban. Me cuenta que en verdad sabe que tiene “pinta de cana”

y a veces se viste para parecerlo más.

Su consumo de cocaína y alcohol no es habitual, no tiene una regularidad, pero cuando lo

hace llega a grados de intoxicación complicados, no para por varios días y en rigor se

detiene porque el cuerpo no le da para más. Se duerme, vomita, sin fuerzas acepta detener

su marcha de intoxicación sin sentido.

Su historia con el alcohol se remonta a los 9 años, cuando volvía de jugar al futbol, se

dirigía a la alacena, tomaba vino tinto del pico de la botella. Recuerda que le era agradable

la sensación del vino corriendo por sus labios, empapando su cara.

Desde muy pequeño vivió en la casa de su tío, con su madre, su padre y sus dos hermanas.

A los seis años fallece su madre, de Lupus Eritematoso, enfermedad que no sabe que es ni

de que se trata, pero se siente culpable de esa muerte, no conserva recuerdos, sólo sabe que

ésta enfermedad se desató al nacer él. Vuelve sobre este punto de manera reiterada,

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repitiendo siempre lo mismo, sin ponerlo como causa de su malestar, ni de su adicción. Tan

sólo es un elemento que sirve para el autorreproche de manera pertinaz.

A los pocos meses de la muerte de su madre su padre abandona la casa donde viven y no

vuelve a verlo hasta hace un año, momento en que casi de manera compulsiva se presenta

en la casa del padre para saber si era querido por el. Es echado sin respuesta.

Cada vez que se alcoholiza vuelve sobre estos temas, la muerte de su madre y la partida de

su padre.

La relación con sus hijos y su mujer, lleva esta marca: temeroso ante cualquier enfermedad

de ella, se angustia, no encuentra como responder. Una angina en ella es capaz de desatar en

él días de malestar, alcohol y cocaína.

Durante la primera parte del tratamiento logra quebrar cierto tabú respecto de la enfermedad

de su madre y se entrevista con un médico que le explica de qué se trata el Lupus, se diluye

un poco la idea de culpa respecto de la pérdida de su madre. De todos modos el tema se

mantiene en el centro de su lamento durante sus estados de intoxicación.

Cumplidor y responsable en grado extremo en su trabajo, comienza a sentir el peso de una

exigencia autoimpuesta, exigencia siempre acompañada del sentimiento de inutilidad. Para

sostenerse toma Lexotanil, varios durante el día, los acompaña con cerveza.

Llegado cierto punto la situación se torna insostenible incluso para el. Decido internarlo,

situación que acepta.

Es notorio en ese momento, la pasividad con la que acepta la internación. El efecto de

pacificación es inmediato. Comienza un tiempo de reflexión sobre el porqué recurrir a las

drogas y el alcohol: su primera conclusión es que desde que sus tíos se hicieron cargo de su

educación el se vio obligado a trabajar como modo de agradecimiento. Obedecer sin hablar.

Este mismo modo es el que aplica hoy a las distintas situaciones de su vida: su mujer, sus

hijos y el trabajo. No poder hablar de ello, de sus miedos, de sus molestias, incluso de

aquello que lo alegra (este punto es el más dramático), hace que encuentre en la

intoxicación la descarga necesaria, incluso el llamado de atención que nunca se animó a

pedir a sus hermanas o tíos.

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Incluso llega a interpretar que su permanente posición de inútil se debe a que sigue

obedeciendo y agradeciendo a sus tíos.

R. parece completamente desentendido de sus cosas: no sabe cuánto dinero gana, recibe el

sobre de su sueldo y se lo entrega a la mujer, no tiene idea de cuáles y cuánto son los gastos

de su casa, cómo le va a sus hijos en la escuela, cuánto tiempo trabaja su mujer etc.

Los intentos por adueñarse de estas cosas fracasan, lo superan el orden y la atención que

debe dedicarles.

Con el tiempo va variando sus ideas sobre las causas de su consumo de alcohol y cocaína: si

bien persiste la idea de la muerte de la madre, es sobretodo la ausencia del padre lo que

toma el valor central.

Una nueva internación se impone. Los episodios que derivan en las internaciones parecen

no tener causa, en el sentido de que nada particular se agrega a su vida, ni siquiera la

repetición de ciertas situaciones. De hecho son momentos en que todo parece marchar

“sobre ruedas”. Es en el nivel del pensamiento que ocurren las cosas. Pensamiento

silencioso y sin una forma precisa, R. lo relata como un estado de inquietud, seguido de las

ideas de no ser lo que debería para su familia, para su mujer, se lamenta del abandono de su

padre. No es exactamente una queja, y como lamento o autorreproche surge en el momento

en que la situación alcanza un punto límite, allí se expresa como si hubiera estado

guardando estas ideas durante largo tiempo.

Esta segunda internación no es aceptada en un primer momento, a diferencia de la primera.

Si bien no llega a ser una internación compulsiva, se produce luego de varias horas de

discusión con los médicos de guardia de su servicio médico. Es a instancias de una

intervención mía: si no se interna yo no podía continuar con su tratamiento.

Más prolongada que la primera, ésta segunda internación se vuelve fundamental para el

tratamiento. Allí termina con la idea recurrente de que el padre lo abandonó por ser él el

culpable de la muerte de su madre. Se introduce la instancia del tiempo como un valor a ser

respetado: darle tiempo a los acontecimientos, si su mujer o uno de sus hijos se enferma, es

el médico quién dictamina la gravedad, que una gripe tarda un tiempo en sanar, que

diferentes situaciones requieren de un momento para entender de que se trata, que las

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soluciones pueden demorar. Hay una subjetivación diferente de la urgencia y de la

magnitud de los problemas.

A pesar de participar en las actividades de la internación, colaborar y establecer cierta

relación de proximidad con los otros pacientes, nunca se identifica con el significante que

los agrupa, las tareas son tomadas como transitorias y sin valor. Al salir de allí ningún lazo

queda respecto de la institución o sus compañeros.

El mismo tono desligado tienen sus relaciones en el trabajo, lugar en el que está desde hace

quince años. Si bien la empresa en la que trabaja representa un lugar de presión, un lugar

para la crítica de sus jefes o compañeros, incluso un lugar dónde tener una aventura

amorosa, los lazos establecidos son absolutamente precarios. Al saber que sus jefes habían

mantenido su puesto, que estaban dispuestos una reincorporación lenta, en fin a darle todo

el apoyo necesario para su recuperación, se angustia rechazando la ayuda, no se siente

merecedor de tal apoyo.

La estrategia de la internación había tenido efectos, sus preocupaciones se desplazan sobre

la relación que mantiene con su mujer. A la vez se pregunta la razón por la que yo sigo

atendiéndolo, porqué lo soporto.

Un nuevo cambio profundiza la ubicación de sus conflictos en relación a su mujer. Ante su

tentación de volver a tomar alcohol, o cocaína, incluso ante la situación de un consumo

ocasional, mi intervención es severa sin apuntar a las razones establecidas ni buscar

nuevas.

Se queja de su mujer, de las dificultades sexuales de ella. Habla con ella de estos temas y

logra destrabar la relación durante un tiempo.

Sin embargo rápidamente vuelve a imponerse un estado de malestar, cierta tristeza que ya

no puede relacionar con las ideas vinculadas a sus padres, tampoco a la relación con su

mujer. El argumento ahora es el trabajo. Luego de la primera internación lo transfieren a

pedido de él a otra sección. Al departamento jurídico. Allí su tarea es atender a los

familiares de los socios fallecidos, quienes van a cobrar los seguros de vida. Se desmorona

ante la demora en la entrega de las pensiones, seguros o subsidios. No tolera el

padecimiento de los familiares. Se siente responsable de la prolongación del sufrimiento.

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Vuelve a ser trasladado, ahora la tarea es simple, poco automatizada, y sus compañeros

muestran hacia él gran solidaridad para orientarlo en lo que desconoce. Es bien tratado,

nuevamente este buen trato sin sentido lo abruma.

Comienza a beber al salir del trabajo, sin embargo las intervenciones que sancionan su

regreso a la bebida, detienen el consumo. Su conflicto retorna sobre su mujer.

Allí comienza ahora a abrirse un espacio que no es de culpabilización, esboza cierto

reproche hacia ella, si bien tiene un tinte delirante: la enferma es ella, su represión sexual,

su rechazo - que define como patológico - al alcohol, hace que lo ubique a él como un

enfermo. El paga la enfermedad de ella con sus internaciones. Decide que no va a dejar

pasar estas situaciones, que no va a seguir haciéndole el juego de anteponer la cerveza a los

problemas de ella que se manifiestan en problemas de ellos. No beberá delante de ella, ni

llegará borracho o con olor a bebida a su casa.

Esta decisión lo entusiasma. Cree ver la perspectiva de un progreso que le permitirá reducir

su malestar y disfrutar de su vida. Si ella no responde a este esquema, podrá encontrar otra

mujer

El diagnóstico: ciertos elementos pueden tomarse como el relato de la novela familiar,

centrados en el mito de la madre muerta y la partida del padre que lo toman a este sujeto en

el centro de la escena. Muy bien podría verse aquí la neurosis infantil de un sujeto que

construye el fantasma del niño abandonado.

Sin embargo las escenas que R. despliega a lo largo del tratamiento son siempre las

mismas, no entran en una secuencia dialéctica que de alguna razón de su culpabilidad, ni a

su ser abandonado. El sentido de las escenas se coagula una y otra vez en la aflicción y el

dolor de una existencia, la suya, que se reduce ala miserabilidad subjetiva.

En este sentido puede interpretarse el movimiento que hace R. de “elevar la falta a la culpa

y la culpa a su cargo”. La subjetivación de la pérdida como dolor “moral” es uno de los

datos diagnósticos de melancolía que desarrolla Colette Soler en su texto Pérdida y culpa en

la melancolía.

A su vez los efectos pacificantes de las intervenciones que van en el sentido de la sanción,

parece producirse a partir de un desdoblamiento de la instancia crítica. Que el castigo (uno

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delos modos en que entiende las internaciones) venga del Otro, aquieta en un sentido el

autorreproche.

Llegado a los puntos que resaltan las escenas de la muerte de su madre y la partida del

padre, o bien los puntos de desconcierto en el trabajo, o la inquietud ante los episodios

familiares, la culpa se impone como una certeza. No es una culpa dialectizable.

2- El valor delas internaciones:

Ambas internaciones son precedidas de la pérdida de control respecto de los actos de R. Los

riesgos eran altos. No sólo por el grado de consumo de alcohol y cocaína (lo que me parece

no era tan importante) sino por el nivel de autohumillación tanto bajo los efectos del tóxico

como fuera de estos efectos.

La primera internación, aceptada rápidamente por R., permite detener una marcha que

conducía al pasaje al acto suicida.

La aceptación tiene un marcado carácter de agradecimiento.

El encuentro con otros sujetos adictos, lo lleva a querer pensar su adicción en los mismos

términos que éstos. Tras un período breve, esta identificación se desarma. No encuentra en

ellos el mismo sentido de la culpa que él siente.

Sin embargo descubre que puede hablar de las cosas que siente, o que le pasan, sobretodo

en relación a su matrimonio. La internación genera un punto de anclaje en relación al Otro,

que opera en una doble vía: sus actos no quedan sin sanción, pero a la vez la existencia de

un espacio para discutir el sentido de sus actos lo tranquiliza.

La segunda internación, también es precedida por el desborde. En esta ocasión adquiere

gran dimensión la dificultad para encarar la tarea laboral.

Se aflige y reprocha la demora en los trámites, demoras en las cuáles no tiene posibilidad de

intervención alguna. De un modo más violenta la situación adquiere ribetes trágicos. La

intervención de retirarme si no se interna, lo devuelve a la posibilidad de la sanción de sus

actos, esta vez con la pérdida del Otro.

La internación vuelve a ser una instancia de pacificación y una nueva apertura a hablar lo

que le ocurre. Se abre entonces la dimensión del tiempo que introduce el significante en su

diacronía. El tiempo se prefigura como una nueva variable que apacigua.

Ambas internaciones, hacen posible el trabajo.

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