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Caperucilii Hoja — el Sol — amenazada por el lüho — la obscuridad. L fl humanidad ha tenido su infancia y, como tal, su libro de cuentos. Un libro muy hermoso, escrito en el cielo. Hoy sabemos que el Sol es un glo- bo de materias candentes, que irra- dia calor y luz, y alrededor del cual, scgiín las leyes de Kepler, da vuel- tas la Tierra. Pero para los antiguos era la altísima divinidad que en su carro de oro, tirado por magníficos corceles, recorría el cielo, dejando co- mo huella de su paso la Via Láctea. Para nosotros, las innumerables es- trellas fijas que pueblan el firmamen- to son soles lejanos cuyas distancias medimos por aflos de luz, y cuyo na- cimiento y desaparición conocem s por ios datos que el análisis espectral y las leyes de la radiación nos propor- cionan. Para los hombres del lejano ayer esos astros eran seres eminentes, hé- roes y heroínas, dioses y diosas, cu- yos nombres todavía encontramos hoy ALGO leyendas ].:,. «.¡i'lc doncellas (Plfya- il' - : i i c r s c m i i d a s por Orion. Caperucita es el sol de invierno que se hunde en las fauces del horizonte helado y obscuro de los bosques del Norte, bos- ques que representan al lobo. En la mitología de aquellos países este lo- bo era Fenris, a quien el poderoso dios Odin aca- baba dando muerte. Pero, aunque nacida en la noche polar, esta le- yenda se extendió por casi todo el planeta y perdura aiín entre los ne- gros africanos, que si- guen creyendo que un demonio maligno, de piel negra, persigue al sol para tragárselo. Por eso antiguamente, durante los eclipses totales, cuando el disco de la luna ocul- taba por completo al sol, las gentes co- menzaban a lanzar gritos y a tocar el cuerno y el tambor con objeto de ahuyen- tar al monstruo que trataba de engullír- selo. En la antigua China esta conducta incluso estaba regida por una ley, y en el año 2137 antes de Jesucristo, cl empera- cn los de sus constela- ciones, recordándonos que cl cielo fué un libro de cuentos en el que inten- taron leer caldeos, babi- lonios, griegos, egipcios y germanos. Y esos cuen- tos que nos deleitaron en nuestra niñez y que de- leitan ahora a nuestros hijos no son otra cosa que aquellas leyendas, más o menos transformadas, forjadas sobre el im pcrio dc las estrellas. ¿Quién no conoce la bella historia de Cape- rucita Roja y del mal lobo? ¿V qué es este cuento si no una leyenda nórdica del sol. de origen tan antiguo que se pierde en la noche de los tiempos?

El Cielo y sus Leyendas

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Este es un extracto del mejor libro de Astronomía que he conocido, que fue escrito por el genial astrónomo alemán Bruno Burgel. Su nombre : "Los Mundos Lejanos".

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Caperucilii Hoja — el Sol — amenazada por el lüho — la obscur idad.

Lfl humanidad ha tenido su infancia y, como tal, su libro de cuentos.

Un libro muy hermoso, escrito en el cielo.

Hoy sabemos que el Sol es un glo­bo de materias candentes, que irra­dia calor y luz, y alrededor del cual, scgiín las leyes de Kepler, da vuel­tas la Tierra. Pero para los antiguos era la altísima divinidad que en su carro de oro, tirado por magníficos corceles, recorría el cielo, dejando co­mo huella de su paso la Via Láctea.

Para nosotros, las innumerables es­trellas fijas que pueblan el firmamen­to son soles lejanos cuyas distancias medimos por aflos de luz, y cuyo na­cimiento y desaparición conocem s por ios datos que el análisis espectral y las leyes de la radiación nos propor­cionan.

Para los hombres del lejano ayer esos astros eran seres eminentes, hé­roes y heroínas, dioses y diosas, cu­yos nombres todavía encontramos hoy

ALGO

leyendas

] . : , . « .¡ i ' lc d o n c e l l a s (P l fya-i l ' - : i i c r s c m i i d a s p o r O r i o n .

Caperucita es el sol de invierno que se hunde en las fauces del horizonte helado y obscuro de los bosques del Norte, bos­ques que representan al lobo. En la mitología de aquellos países este lo­bo era Fenris, a quien el poderoso dios Odin aca­baba dando muerte.

Pero, aunque nacida en la noche polar, esta le­yenda se extendió por casi todo el planeta y perdura aiín entre los ne­g r o s africanos, q u e s i ­guen creyendo que un demonio maligno, de piel negra, persigue al sol para tragárselo. Por eso antiguamente, durante los eclipses totales, cuando el disco de la luna ocul­

taba por completo al sol, las gentes co­menzaban a lanzar gritos y a tocar el cuerno y el tambor con objeto de ahuyen­tar al monstruo que trataba de engullír­selo. En la antigua China esta conducta incluso estaba regida por una ley, y en el año 2137 antes de Jesucristo, cl empera-

cn los de sus constela­ciones, recordándonos que cl cielo fué un libro de cuentos en el que inten­taron leer caldeos, babi­lonios, griegos, egipcios y germanos. Y esos cuen­tos que nos deleitaron en nuestra niñez y que de­leitan ahora a nuestros hijos no son otra cosa q u e aquellas l e y e n d a s ,

más o menos transformadas, forjadas sobre el im pcrio dc las estrellas.

¿Quién no conoce la bella historia de Cape­rucita Roja y del mal lobo? ¿V qué e s este cuento si no una leyenda nórdica del sol. de origen tan antiguo que se pierde en la noche de los tiempos?

ALGO

dor Tschungkangh mandó decapitar a los dos astrónomos de la corte, Hi y Ho, por­que descuidaron anunciar a tiempo un eclip­se de sol, con lo que dieron lugar a que no se ahuyentara al monstruo, el cual es­tuvo a punto de tragarse al sol definitiva­mente.

El polvo estelar, restos diminutos de mundos que navegan por el espacio, cae a veces formando las llamadas estrellas erran­tes. Y de ahi el cuento dc las monedas cn forma dc estrellas que el cielo lanzó a los pies del niño pobre que regaló, a pesar de su pobreza, su pan, su vestido y sus zapatos a un mendigo.

Existe otro cuento en el que un lobo des­empeña un papel importante. Es cl de las. siete cabrillas. Este cuento, en cien for­mas más o menos diferentes, es conocido en todo el mundo. En un sitio son siete patos, en otro siete niños, en otro siete muchachas, pero en todas partes represen­tan el pequeño grupo formado por las sie­te estrellas de la constelación de Tauro, conocida asimismo por el nombre de Pléya­

des. De vez en cuan­do, la luna se acerca tanto a ellas que las cubre, «se las come», hecho del que se han derivado leyendas en casi todos los pueblos. Para los griegos, las Pléyades eran s i e t e doncellas, hijas de At­las, a las que el audaz cazador Orion (unadc las constelaciones más bellas del ciclo tiene este nombre) asedia­ba sin descanso. Zeus, cl padre de los dio­ses, intervino por fin y las dispersó por el cielo, donde todavía las persigue con la mirada el feroz O r i o n .

Mas ¿no es particular que lo mismo en­tre los salvajes de Australia que entre las tribus del Centro de América se considere a las siete cstrellitas como siete doncellas que vivieron antes en la tierra? Coinciden­cias tales apoyan la suposición de la exis­tencia de una antiquísima cultura primitiva

de la humanidad que unió las comarcas más apartadas dc la tierra.

Es vieja creencia la de que todos los grandes hombres — grandes por sabios, por buenos, por valerosos — entran en el cie­lo y, efectivamente, cn él brillan como cla­ras estrellas todas las grandes figuras de los tiempos remotos. Alli tenemos al más grande dc los héroes griegos, a Hércules, cl hijo de Zeus (Júpiter), en medio del ejército estelar con su maza levantada, col­gante de él la piel del león ñemeo y agi­tando en su mano izquierda la • espantosa hidra de las nueve cabezas. Alli está el magnifico y atrevido cazador Orion con su Perro (constelación que contiene la cstre- ¡ lia más clara del firmamento, Sirio), y, i frente a él, el feroz Tauro. Si examinamos '< la constelación de Orion a medianoche, ve­remos que parece un hombre que anda.

Muy al norte, encontramos a Perseo, el hijo de Zeus, vencedor de la espantosa Me­dusa, cuya cabeza, según la leyenda, esta­ba rodeada de serpientes, y cuya mirada petrificaba a los hombres. Cerca de Perseo brilla la amable Andrómeda, amenazada por un monstruo de los mares. Perseo la libró y tomó en matrimonio, y hoy van siempre juntos por el espacio estelar.

LILIENTHAL, EL PRECURSOR DEL VUELO SiN MOTOR

^ mediados del siglo pasado comenzó Otto Lilien-thal sus experimentos. Construyó una gran co­

meta con dos alas y un timón cn la cola, se hizo atar a ella y, colocándose de cara al viento, se lanzó al espacio desde una altura. Ocurrió esto en Berlín. Más tarde, en 1896, convencido ya dc que era fácil volar sin maquinaria ninguna en contra del viento, construyó otro aparato análogo con el que trepó a lo alto de un monte, a pesar de sus años, y tan entusiasmado que no oyó ios gritos de te­mor que su liermano le dirigía. Y v>ló Lilienthal, como era su deseo, puesto que las alas de su apa­rato se extendieron y cl timón funcionó admirable­mente. A pesar dc su peso superior al aire, éste le sostuvo. Fué una sensación indescriptible. Lanzó ^ un. grito de júbilo... Pero, de súbito, una ráfaga volvió de lado al aparato, cl cual se precipitó vio­lentamente contra ei suelo. Su hermano, orgulloso por el éxito evidente, pero intranquilo porque Otto no daba señales de vida, corrió en su auxilio. El inventor estaba muerto. Apenas al­canzado el triunfo, en cl momento más grande dc su vida, tué victima de su talento y de su arrojo.

Pero Lilienthal pasó a la posteridad, y hoy. cuando tanto preocupan los vuelos sm mo­tor, se le recuerda y se le admira, pues él fué c l primer hombre que se lanzo al e s ­pacio provisto de un planeador.

i:l Carso (icl ciBlo, segfm coucei.ciOu c l i ina u-I siglo ii anles de J. C.

La constelación más conocida de nuestro hemisferio es cl Carro u Osa Mayor. Para los antiguos germanos era el carro de Wo-tan, y en China fué considerado como el de cierta divinidad perteneciente a aquel pais.

No encontramos tales leyendas estelares sólo en los pueblos antiguos. Los actuales de África, América, mar del Sur y extre­mo norte, que tienen aún una cultura pri­mitiva, profesan también esta clase dc creencias y supersticiones. Los casutos de América creen que el hombre cuya cara se ve en la Luna procede de la Tierra. Vivía en ésta antes, según ellos, un hábil arque­ro que , logró , tirando siempre de manera que cada flecha se clavase en la lanzada anteriormente, construir una escala que des- j dc la Tierra llegaba a la Luna, por la que subió al satélite. Pero dejó olvidado en la tierra el arco y ya no pudo regresar.

En cl África occidental circulan algunas leyendas de arañas, en las que v¿n ellos gran semejanza con el sol por cl hecho de que así como aquéllas reposan en el pun­to medio de sus redes el sol está siempre también cn el centro de la que forman sus rayos. De aqui deduce la fantasía de aque­llos negros todo un cúmulo de fábulas, en las que cl astro del dia no es sino una gi­gantesca araña divina que se elevó sobre sus luminosos hilos. Y todas las estrellas tienen leyendas semejantes. Por una hebra de la Araña solar subió a la bóveda ce­leste el pájaro carpintero, que empezó allá a picar y hacer los agujeros por los que llega hasta nosotros a través del negro manto de la noche la luz del sol.

También los eclipses tienen su significa­ción para estos negros africanos. Según ellos, el sol y la luna son dos cónyuges que no se soportan siempre, sino que se reúnen de vez en cuando. Entonces obscu­recen el cielo para ocultar su amor.

De este modo cl firmamento ha inspirado siempre a los pueblos primitivos fantasías y leyendas y ha sido el libro abierto de l o s c u e n t o s q u e a u n circulan por el mundo. BRUNO H . BURGEL