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El fuego de las noches

AUDOMARO ERNESTO HIDALGO

Premio Nacional de Poesía “Juana de Asbaje” 2010

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El fuego de las noches de Audomaro ErnestoHidalgo y el poder de la calidez

Cuando un poeta descubre que sus palabras son un regalo, una brasa quepuede quemarlo o redimirlo —quizás mejor decir que lo redimen alabrasarlo en su poder—, sabe, al principio con duda, luego con una con-vicción de luz, que se ha iniciado un camino donde los seres de cada día,los padres, los abuelos, los animales, y también los espacios que recorrerá,la casa y la noche que cobija y es fuego y promesa y abrazo, no lo dejaránnunca en reposo; lo someterán a una ordalía que cada día le será ofrecidaa este oficiante de un rito antiguo y misterioso.

La poesía de Audomaro Ernesto Hidalgo cumple con creces el cometidode permitirnos descubrir el mundo con una mirada inédita, cariñosa,honda, y la tesitura de estas palabras, sus íntimas cadencias, y su sabiacercanía se nos imponen en este libro, El fuego de las noches, que ha reci-bido el Premio Nacional de Poesía “Juana de Asbaje” 2010.

“Mi corazón crece como un árbol de fuego”, se dice a sí mismo el poeta en“Sombras de otra orilla”, uno de los más conmovedores poemas de estelibro, y la lección de reciedumbre interior, autenticidad, verdad humana ycontención que aflora en estos desnudos versos nos habla de un prodigioque, no por su apariencia sencilla, puede hacernos olvidar el territorio dedonde ha nacido: el de la verdad de un corazón puesto a vibrar en una ca-dencia sublunar poderosa, la que acompaña a la verdadera poesía.

La imagen del padre, el territorio fronterizo entre el día y la noche, elfuego y la calima, las callejuelas con olor a merluza podrida de Valparaíso,un puerto tan semejante a la natal Villahermosa de Audomaro, son crisolde luz que le permite al poema existir en su verdad más esplendente ysugestiva, al captar las vacilaciones o asombros de los hombres con untono mesurado y cariñoso, jamás efectista, que nos hace amar esta poesíade tono afectuoso y cercano.

Los poemas de El fuego de las noches están atravesados por una fuerzaque jamás flaquea, pero que no desea la conquista brutal, en un lenguajedonde la aparente facilidad expresiva es conquistada gracias a que el co-razón y la mente han sido educados en un ejercicio de verdad y humilderazón de amor, que nos enseña a descubrir milagros profundos en los

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escenarios anodinos de las noches luminosas que están en el centro desu existir, y el mar, el río, los deltas, las rojas mujeres que convocan sucanto, la imagen querida de Francisco Urondo o César Vallejo, son el ata-nor por el que fluye esta mirada inocente y, no por ello, ingenua.

La última sección del libro, la cual nombra al poemario, está llena de unabelleza inquietante y conmovedora que nos arrastra en su poder expre-sivo, y nos habla de un mundo poético deslumbrante y cautivador:

“La humedad de los abismos te enseñará a guardar tus pasos, a ser precavidoy a estar sereno cuando amenazantes silben por ti las sombras. Me lo dijeronvoces, que ahora vuelvo a escuchar en esta población de blancas tinieblas,donde las estrellas no iluminan los cuerpos.”

Mar y cordillera, luz y noche, fuego que se hace en la noche verdad delcorazón, juventud y vejez convocadas al unísono por una voz excepcio-nalmente madura, nos hablan de un potente manantial de palabras queencuentra en El fuego de las noches un hogar privilegiado, que invito arecorrer con asombro y gratitud.

Juan Felipe RobledoPoeta colombiano

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Índice

9 Desde la intemperie

19 Memoria paginada

37 El fuego de las noches

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A mi abuelo

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Desde la intemperie

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El hombre siempre solo, con su mirada, suya,con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas.

Vicente Gerbasi

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LOS DÍAS Y EL TRABAJO

Mi padre volvió por estos maderos.Estuvieron sepultados muchos años; soportaron tablas, lluvias, oscurana.Estos maderos flotaron en golfos de humedad;sobrevivieron a generaciones de nombres y de insectos,a los dominios del polvo,pero mi padre volvió por ellos.Cuando los desenterró,apartando cajas, muebles,materiales del olvido,brillaron igual que espadas en la oscuridad.Pronto el golpe del martillo nos llegaba desde el patiohasta la cocina,desde donde observábamos a mi padre trabajar sin prisa;yo veía sus manos sostenerese nuevo cuerpo hecho de sudor, clavos y aire. Algo tienen de infancia y de sueños,de olvido y sol de mayo, de viaje a través del tiempo, estos maderos.Instalada en medio de la salacomo un antiguo trono recuperado,los días pasaron otra vez con la sillamientras imaginaba a su primer dueño:ese abuelo que no conocí leía el periódico, igual que ahora mi padre,quien recuerda cómo años atrássu padre le acariciaba el pelo,y tranquilas pasaban las tardesalrededor de esta silla.

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DESDE LA INTEMPERIE

Los odios se sudan durante las tardes de calima,cuando viejos matrimonios, sentados fuera de sus casas, conversantristemente, y recuerdan aquello que aún se adivina en sus pupilasmientras pasan los habitantes de los parques traídos por el viento.

De noche, el cielo adopta la forma de las ventanasy es más grande, más extensa la tierra y al alcance de la manoestán los astros. Como estatuas de pasiones viejaslas noches se gastan entre insomnios y ventiladores.

Así son los días, brasa irremediable, se incendia el lecho de los amantes, se torna más amarga la cerveza.Aquí el calor hace del cuerpo su mejor alimento.

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DOMINGO

Las calles son mansas a esta hora.Los árboles duermen de pie.

Bajo el agua transparente de la lagunabrillan criaturas solares.

Este solque mantiene cerradas las casas,el parque y el viejo billar sin nadie,

es una gota de sudor que resbalapor la frente de mi abuelo.

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MONUMENTO

Preso por el calor de la mañana, apartando al pájaro de su canto y al árbol de la estatua que siempre lo contempla, te veo emerger entre rostros, entre pasos que vienen y van, siguen y no vuelven.

Empujándose, las palabras se van comiendo unas a otras, caen

igual que monedas incendiadas.

Tus manos dibujan signos en las columnas del día, transparentes signos que habrán de juntarse para decir su artificio sobre las horas calcinadas.

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SOMBRAS DE OTRA ORILLAEntre la noche y el día

hay un territorio indeciso.Octavio Paz

IEsta es la hora del canto en la contemplación individual.Las palabras ascienden de donde fueron sepultadas por la creciente de lo dicho.Es la hora del canto,del despliegue de formas que imponen su hechizodespués de pasar por la quietud obligada.

IIFlota la ciudad con su tripulación de sombras.Ninguna brújula indica la dirección hacia alguna isla.Las horas asaltan a los fugitivos convirtiéndolos en estatuas del sueño.

IIIEscucho todavía voces que el día dispersó,la canción de una mujer mientras acaricia su vientre,el galopar sin rumbo de la nochecongela la tristeza de las putas,que cruzadas de brazos vuelven a sus aposentos.

IVEn el malecón pasos de bebedores salen de abandonados edificios, de cuartos donde sólo hay botellas de aguardiente,maderas hinchadas por el frío.

Mi corazón crece como un árbol de fuego.

VLos faroles son guardianes de las calles.Bajo puentes antiguos y luces neónduermen pordioseros de barbas bíblicas: sueñan con perros en playas soleadas.

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VI A quién le importará nuestra rabiacuando la única certeza vuelva a ser el recuerdoy la fuerza del mar golpeando las costassea la misma furia que reflejen nuestros ojos.

VIIDe pronto es sólo una ventana por donde pasa el viento revolviendo papeles,fracturando la luz breve que cuelga del techo.A un costado, el camastro es un anciano demasiado frágil en los días de aguacero.A lo lejos las aguas del río mecen embarcaciones.

VIIIDescubro que no hay venganzas que ofrecer.Sólo abrazos para los decentes.De otros son las caminatas solitariasescuchando hacia dentro.

IXMañana alguien hablará de la resurrección de la memoria.En casas deshabitadas, alguien abrirá armarios donde aún cuelgan las ropas de sus muertos.Al ver el umbral, uno confiará en la luz.

XAl final de este verso hay una puerta que se abre.

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Memoria paginada

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Vienen del Sur los recuerdos.Jorge Luis Borges

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Más allá del invierno,de los ruidos nocturnos de una ciudad,junto a una muchacha tendida como un sol tranquilo que alumbra la al-coba, lleno de materia favorable mis manos;viajo por un mapa de blancura,atravieso en él mi memoria de puertos, de selvas y pequeños pueblos donde trenes cruzan en silencio cuando anochece.Más allá de las provincias de la lluviay de la ascendencia del calor,más allá de playas oscuras o del mar con espadas transparentes a mediodía,más allá, aún, del deseo;cruzocalendarios de neblina,el agua clara de los sueños;voy hacia abajo y no caigo; con mis ojos recorro líneas geográficas, frente a míinvento vegetaciones,distingo los nombres hasta que la mirada desciendey se instalaen un país donde las montañasson fronteras, donde crecen los mares, nacen los vientos,la materia intacta de otros años.

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SÁBADO EN VALPARAÍSO

Grande y lejano, el sol alcanza a entibiar la mirada. Los barcos pesqueros vienen del Norte y a la ciudad llega el aliento tibio del Pacífico. En la plaza no hay más que restaurantes cerrados y un guardia vigila las altas puertas de la municipalidad. En esas callejuelas viaja un olor a merluza podrida que se mezcla con flores de orín que algunos mendicantes sembraron en las aceras. Es sábado en Valparaíso.

En el puerto descargan sacos de harina, carbón y noticias de otras ciudades. Una grúa mueve estructuras de metal y los pájaros huyen de los árboles como un alfabeto que se ondula para llegar a otros cielos. El viento del mar sube hasta el caserío de techos de lámina, de patios donde las ancianas tienden ropas que permanecen a la intemperie muchos días.

Después de varias jornadas en alta mar, con el cansancio del océano, los capitanes se entregan a la complicidad de los burdeles. Entre vasos de ron y tabaco, junto a señoras gordasde pechos fascinantes, fabulan historias de bestias marinas. Los marineros más jóvenes regresan a casapara descansar en el cuerpo de sus mujeres.

Pienso que cuando los mares del Sur duermen más agitado se encuentra nuestro corazón. Porque en las ciudades con puerto la tormenta lleva en sí otra furia, otras garras. Y cuando llega, la ciudad se oscurece.

Por la ventana miro la ausencia de estrellas. El faro alumbra la playa como a una novia enloquecida y solitaria que aún busca la blancura de su vestido.Me quedo a contemplar el mar, en calma.

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LA PEDRERA

Un mar abierto nos era entregado todas las mañanas hasta que regresábamos con la presencia de la tarde:luz en los palmares, en casas de tablas.Atrás quedaron estaciones, plazuelas donde el viento olvidó su hojarasca.

Junto al puerto, barcos asoleándose, el corredor de mariscos; la sangre y el agua crearon otro color,mágico brillo de escamas en el suelo;al pasar se escuchaba el grito de los pescadores.Lejos, la música de pocilgas sin ventanas donde mujeres de gruesas piernas atendían con el valor del miedo. Era el mes de los pueblos del mar, era un mediodía con cerveza, acentos lejanos y bicicletas calcinadas por la violencia de esa hora.

Entonces llegamos al final de la playa donde el faro parecía un abandonado señor de piedra lamido por la lengua alta de las olas.Mi mirada era parte de tus movimientos. El mar acariciaba con calma tu cuerpo depositando joyas de dioses profundos en tus manos.Después volvías con un ropaje transparente propiciando el delirio de la espuma,antes que los labios se juntaran.

Luego caminábamos despacio dejando atrás el canto del atardecer,la complicidad de las rocas. Caminamos y yo decía nubes, guijarros, miraba tu espalda. Tus cabellos eran una corriente dispersa, color del sol que todavía llegaba hasta nosotrosmientras volvíamos al pueblo por calles de arena.

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A LA DERIVA

Toda la noche había llovido.El agua de esas horas hizo temblar muebles,bombillas opacas;perturbó el sueño blanco de los recién nacidos,la tranquilidad de los cementerios.A otros se los llevó hasta perderlos al final de las calles,cada vez más oscuras.Toda la noche llovió en aquella ciudad,pero en azoteas, en armarios, escaleras,en total soledad,algunos defendíamos el amor.

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REGRESO

A Natalia Picciola

Mirando el barco pasar por el ríomis manos vuelven a ser las de aquel adolescenteque un domingo, como hoy, de calor y mosquitos,pescóa orillas del Paraná,los lazos del sonido y la quietud.

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ITUZAINGÓ

A esta hora de la tardenacía puntual el canto de una muchacha.La imaginaba, al otro lado de la pared,con una toalla, cubriendo sus cabellos,maquillándose frente al espejo.

Un olor, el sonido de una puerta al cerrarse,el ir y venir entre remolinos de sábanas y prendas húmedas en el suelode esa joven mujer que tanto quise,aquellos días en que uno se cansa de dormir en hostales, lejos de todo origen.

Porque ella volverá a cantar, porque estará peinándose,nunca sabrá que la poseo cuando cierro los ojos para escuchar otra vez su canto,nacido de repente en la soledad de esta tarde.

El canto de aquella muchachade la que ignoro el rostro.

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NOCTURNO

Me he detenido a ver el mardesde el silencio de la casa cuando todos se han ido,con la discreción de la neblina cuando invade la carretera y de prontodesaparece. Esta noche es una playa desierta donde vuelves a desnudartemientras el oleaje amenaza mi corazón con sus cuchillos de espuma.Estoy triste, llorocon todo el odio que me producen los hospitales y las terminales deautobús,con ese llanto que pule profundo los huesos.Hoy maldigo el licor solitario, arrojo con fuerza las piedras más negras hacia la arena.

Esta noche de enero escucho tu ausencia, digo tu nombre, regresan aquellas horas en que caminábamos desiertos de nosotrosmismospor malecones apenas alumbrados,cuando el calor de otras noches nos unía.Ahora el viento y la lluvia caen sobre la playa.Desde esta ventana he mirado largamente el mary las embarcaciones estacionadas en el puerto son la nostalgia,misteriosa visitante que llega acariciándonos con su silencio.

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MUJERES ROJAS

En qué país de olvido, entre qué meridianos estarán con largos cabellos y cicatrices en el rostro, acompañadas del aire, andando por la tierra.

Bajo la luz del crepúsculo, rodeadas de antorchas danzan y cantan,amantes, sí, amantes de los árboles, escarban con las manos raíces,

de ellas extraen un pigmento rojizo,

lo ofrendan, lo untan en toda su piel oscura: maravilloso contraste, el rojo que las cubrees la belleza.

Esto les fue dicho por ancianos de su estirpe,espíritus que ahora llevan en la sangre.

Ustedes danzan y cantan,hermoso anillo giratorioen medio del campo,rodeadas de antorchas,obedientes a los astros.

Bellas mujeres, rojas mujeres,conquistadas una tarde por mis ojos,en qué brutal paraíso de sol e insectos se esconden.

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Tal vez en aldeas o valles, ataviadas con alhajas sin resplandor y vestiduras que apenas sirven para cubrirsus poderosos cuerpos.

Mujeres rojas, he perdido el nombre de su tribu, pero también sus pasos hacen girar el mundo.

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FRANCISCO URONDO

Para Analía Gerbaudo

Aquella mañana,los árboles de las calles estaban pálidos y secos.Una noche antes compraste maní tostado, bebiste vino con los amigos y quizá leyeron poesía.Fumando mirabas el cielo de Mendoza desde tu cuarto, y pensabas en la ciudad de calles angostas, en el litoral y la infancia,pensabas en Santa Fey en la costanera cuando de niño tu padre te llevaba los domingos.

Después esa ciudad fue el nombre de una mujer, la que encendía un cigarrillo a tu lado,y te amaba, y se interesaba por tu salud.Sin embargo después huyó por no creer en la libertad que soñaste, esa que también conociste en Villa Devoto.Ahí la palabra extendía el patio y no había murallas.Decías los atardeceres frente al mar, y caminabas otra vez por las playasdel verano.

Pero esa mañana había escarcha en los viñedos, los cristales de las ventanas comenzaban a fracturarse, aguanieve corría por las aceras, el sol no calentaba.Los zaguanes estaban clausurados y en los jardines ecos de risas esperaban a sus antiguos dueños. La ciudad era un cementerio.

Al despertar pensaste:Ellos pudieron ahuyentarla demasiado prontoo con toda facilidad cambiarla para siempre. Entonces sólo se escuchó el zumbido metálico de abejas que aparecían por todos lados.No hubo escudo para ti. Ningún refugio aquel invierno.Aquella mañana de junio nadie vio nublarse el cielo de tus ojos.

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CARTA A CÉSAR VALLEJO

J’ai tant neigépour que tu dormes.

Georgette

Devant moi, il n�y avait pas une ombreet chaque objet, chaque angle,

toutes les courbes se dessinaientavec une purité blessante pour les yeux.

Albert Camus

Vine hasta aquí. Después de mucho buscar, entre nombres, inscripciones y números,guiado por el mapa de la paciencia, te he encontrado.Salvo floreros mohosos, figuras de mármol, un mundo de insectos bajo las piedras, el perfume de la tierra mojada y la luz de un sol pálido que desciende por las ramas, no hay más presencias. Estoy solo,leyendo recados con letras ya borrosas que han dejado para ti.

Es raro, César que toda tu cólera sea ahora esta piedra, que los pájaros bajen y se posen sobre tu silencio. Es raro que hoy esté frente a ti, hablando.En nuestros países aún florece la miseria, los cartoneros son dueños delas calles, y la harina de las panaderías ha adquirido el color de la ceniza.

Pero en las noches cuando las estrellas arden gira el planetarenovando la esperanza.

Cuántos poemas tuyos no habrán escuchado estos árboles, cuántas cosas no le habrás dicho a esta tierra. Seguramente los otros te observan cuando sales de tu muerte a caminar en harapos, seguramente conocen tu poesía, y tú conoces sus sueños.

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Era París en 1923. Llegaste desde el sol que petrifica sus intensas alas sobre tu pueblo, llegaste sin abrigo a un invierno más cruel, cuando en las calles los mercaderes vendían vino barato y algunos fiambres. Por esas fechas, las palabras eran vaho que salía de tu boca durante las caminatas hacia la buhardilla donde Georgette te esperaba con su corazón de furia y llamas.

En el hospital los días eran lentos como gotas de suero; las enfermeras no conocían tu nombre,no sabían que alrededor de la cama estaban de pie los demonios del pasado:la humedad de la celda en Chuco, la pobreza,la orfandad de tu sangre.Tú sabías que la memoria es un mazo de cartas que el corazón nos re-mite,a veces una herida secreta que nos deja el miedo,por eso respondías a esas cartas, a pesar de la tos y la falta de centavos,a pesar de ti mismo, le hacías frente a las grietas de tu alma.

Esta mañana en Montparnasse el canto de los pájaros es una elegía,un coro de sombras, una traducción del aire.

Los vigilantes escuchan la radio, reparten folletos a los que llegan,hablan un idioma que apenas comprendocomo tu deseo por la lluvia, invocada cuando no era tiempo de partir.

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No hay día, luz, no hay nada.Sólo el silencio existe…

Pablo Neruda

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Vivo en la cordillera, donde el vuelo del cóndor y los pasos del hombreson ecos. Por aquí cruzaban trenes, ahora sólo quedan vías oxidadas quedevora el olvido. Mis padres me enseñaron a distinguir los olores quepreceden a las estaciones, me enseñaron a caminar por estos valles. Mispasos suman ya lunas y soles, lluvias, ventarrones. Conozco esta inmensidad como el aire que dispersa el polvo que soy.

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Yo construí esta casa, piedra sobre piedra, de día y de noche. La construípara mi mujer y mis hijos. Sus paredes son de ladrillo, el techo es de teja;al mediodía el sol cae y calienta demasiado, se come la hierba. Le hiceuna ventana por donde miramos el cielo, las estrellas. Frente a la puertasembramos algunas plantas; hicimos también un huerto. Construí la casahace años, y desde hace años vivimos en ella, solitarios.

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El pueblo está a unas horas de distancia. Hacia el Norte, pasando algunascolinas, hay una cueva y dentro de ella, aguas mansas. Conozco la en-trada, sé cómo llegar, pero adentro la oscuridad es antigua, innombrable,sin más claridad que líneas delgadas de luz que se filtran durante el día.El golpe continuo de las gotas que caen sobre los charcos, sobre las rocas,sobre la cabeza, lo conozco también.

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Mis dos hijos se fueron a la capital, después a las ciudades que están delotro lado del océano. Aún hoy, los veo correr cerca de los alambrados,darles de comer a los animales y llegar fatigados a la casa. Aún hoy veo amis hijos ya jóvenes, sentados en una piedra, los veo pensar juntos, ensilencio, mirando más allá de la cordillera.

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Antes mi mujer y yo vendíamos chocolate caliente, artesanías y alfajorescuando los autobuses se detenían y los turistas venían hasta acá. Ahoraya nadie viene. Los letreros yacen en el suelo destrozados por la últimatolvanera. Aquí hemos pasado los años escuchando el rumor del viento,mirando colectivos con gente que no sabe que existimos. En este lugar,la piedad no existe porque no hay a quién perdonarle nada.

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Mi mujer sale de casa. Arroja migas a las aves que sólo existen en su ima-ginación. Me mira y sonríe. Nació en Mina Clavero, rincón de altas cum-bres. Cuando uno llega a ese balcón del cielo se ve la unión de provincias,desiertos de rocas y las rutas de los hombres. Los antiguos sabían quegritar desde ahí es expulsar los odios mientras la voz cae entre colinas. Aese lugar sólo llegan peregrinos descalzos, luego que el cansancio los ali-menta durante varios días.

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AUDOMARO ERNESTO HIDALGO

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He ido al pueblo a traer sémola, arroz y vegetales. Aquel lugar siguesiendo el mismo: en una de las cuatro esquinas está la matanza de reses,en la otra una estación apenas sostenida por quien aún espera el regresode su amante, en la tercera la cantina donde los mineros toman cerveza,ríen estruendosamente y juegan truco con naipes gastados. En la últimaesquina la iglesia. Las ancianas se congregan, entonan plegarias; los niñosjuegan y no saben que el mundo ignora el lugar donde hemos nacido.En la plaza los músicos tocan sus instrumentos de viento.

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Las aguas del Puente del Inca se han congelado. Las vi cuando volvía porel camino de los ventisqueros. Ahora enciendo la leña. En el catre mimujer sueña con la primavera mientras la cubro con frazadas. Miro lallama. Escucho cómo crepita y pienso en este clima que agiganta el des-consuelo.

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Afuera la noche y el vuelo blanco de la nieve. Más allá el Aconcagua esuna bestia dormida.

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Antes de acostarme miro por la ventana, me quedo así un rato. Mis ani-males duermen, el viento que transcurre es débil, roza mis ojos. Tengo lacostumbre de asomarme por la ventana cuando voy a dormir. Qué gran-des son las noches en la cordillera. Cuánto silencio, aquí; allá arriba.

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Sentado frente al fuego mi sombra llega hasta la pared y tiembla. Sentado lo miro crecer y decrecer.

Desde el rincón ilumina la casa, a estas horas el calor es necesario. El sonido crepitante de las brasas me adormece.

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No conozco el mar. Pero en sueños aparece junto a un pueblo de casuchascon techos de palma. Los pescadores corren a la orilla después de la tor-menta, y sólo encuentran cuerpos mordidos por la rabia marina, levan-tan los restos del naufragio. Cuando despierto, agitado, es como si estuviera frente a él, como si pu-diera sentir la fuerza de las olas en mi cuerpo. Frente al mar la noche esvastedad.

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Me he quedado únicamente con todos mis recuerdos. El aliento nocturnorodea la casa. El fuego poco a poco se va consumiendo a sí mismo, comosi descubriera el hambre por sus cenizas. En la mesa hay cacerolas, ollas,pan duro, el mate. A un lado está el horno que construí hace tiempo.Me he acostumbrado a este silencio, a veces invadido por el aullido quebaja de la cordillera, o por los élitros de grillos, esa música oculta que ar-moniza con la naturaleza. Me he acostumbrado a este silencio, y al rebañoque está afuera, mansamente desamparado.

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La humedad de los abismos te enseñará a guardar tus pasos, a ser precavidoy a estar sereno cuando amenazantes silben por ti las sombras. Me lo dijeronvoces, que ahora vuelvo a escuchar en esta población de blancas tinieblas,donde las estrellas no iluminan los cuerpos.

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Tengo setenta y seis años. No volví a saber de mis hijos. Ayer murió mi esposa. El invierno entró alos sueños y encendió cirios en sus ojos. Hoy la enterré cruzando la ca-rretera, junto a las tumbas de mis padres que las alpacas vigilan como sicuidaran a sus indefensas crías.

Tengo setenta y seis años. El fin del mundo comienza en los Andes. Más allá están las capitales delfuego y la metralla. Detrás de estas colinas existen pueblos, no importacómo se nombren, porque no pertenecemos a ninguna geografía.

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Esta publicación es una edición bajo el cuidado de la Unidad Editorial del Instituto Municipal de la Cultura;

de Tlalnepantla, se terminó de imprimir el mes de junio de 2010, con un tiraje de 1000 ejemplares,

más reposiciones.

Impreso en los talleres de ACD 513 S.A. de C.V.www.acd513.com