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ENFOQUES SOBRE POSMODERNIDAD EN AMÉRICA LATINA

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ENFOQUES SOBREPOSMODERNIDAD EN AMÉRICA LATINA

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C O L E C C I Ó N P E N S A M I E N T O T R A N S D I S C I P L I N A R I O

D I R I G I D A P O R R I G O B E R T O L A N Z

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ENFOQUES SOBREPOSMODERNIDAD

EN AMÉRICA LATINA

ROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ(COMPILADORES)

Martín Hopenhayn

Jesús Martín BarberoRigoberto LanzRoberto Follari

Santiago Castro-GómezAlexander Jiménez

Magaldy Téllez

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ENFOQUES SOBRE POSMODERNIDADEN AMÉRICA LATINAROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ (COMPILADORES)Caracas, 1998

© F© F© F© F© Fondo Editorial Sentidoondo Editorial Sentidoondo Editorial Sentidoondo Editorial Sentidoondo Editorial SentidoParque Central, edificio El Tejar, nivel de oficinas 1,oficina 108. Avenida Lecuna, Caracas, Venezuela.Teléfono: (58-2) 571.9978. Telefax: (58-2) 577.3058wwwwwwwwwwwwwww.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com

Hecho Depósito de LeyDepósito Legal lf25219983012831ISBN 980-07-5294-3

Producción general: Eleonora SilvaServicio de preprensa: ProduGráfica, C.A.Impresión: Italgráfica, S.A.Impreso en Venezuela / Printed in Venezuela

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Presentación

Balance sobrelo posmodernoen América Latina

ROBERTO FOLLARIRIGOBERTO LANZ

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AL COMIENZO DE LA PRESENCIA del tema —hacia mediados de losochenta— pudo parecer una moda frívola: cuestión surgida enEuropa, preponderancia pasajera, con poca relación con la espe-cificidad latinoamericana. Sin embargo, ciertos argumentos secomenzaron a subrayar: no estamos fuera del mapa mundial, lamodernización parcial no nos desacopla de los efectos de las tec-nologías comunicacionales, el aumento de la marginación socialno es contradictorio con un alivianamiento de lo moral.

Ya hacia comienzos de los noventa, surgía dispersamenteun interesante acopio de trabajos sobre la cuestión: comenzabaa dibujarse lentamente un cierto campo de problemática, abier-to no solamente por el interés de los intelectuales a partir desus específicos intereses y enclaves institucionales, sino tam-bién por la modificación visible de los modos de la cultura polí-tica y el ejercicio cotidiano de la población en su conjunto. Latemática dejaba de ser curiosidad de algunos espacios especiali-zados en filosofía y ciencias sociales, para volverse cuestión deactualidad para el cálculo de la eficacia política, para pensar lamassmediatización creciente, la desterritorialización de la ac-ción social, y la desaparición de los aferramientos a los com-promisos que estructuraron durante largos años la ética y granparte de la adhesión ideológica.

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Lo anterior no acallaba las oposiciones —en el campo inte-lectual— por parte de quienes se avenían a tratar el tema paradesmerecer su pertinencia, y aun de aquellos para quienes la sim-ple constatación de la existencia del fenómeno posmoderno en lacultura colectiva les parecía una insoportable remisión al «irra-cionalismo». Los que creen que existe un cuadriculado previopara el uso legitimado de la razón, los que identifican a ésta conla estrechez de las certidumbres instaladas por la modernidad yaen crisis, tienden a suponer que son poco racionales aquellos queutilizan la razón de modos menos esquemáticos; que marchanpor caminos menos asegurados, pero más cercanos a la expe-riencia colectiva de la época y a los fenómenos que ésta hace rele-vantes.

Hoy la pertinencia de la cuestión es menos discutida. Hansido los «estudios culturales» los que, junto a los de participaciónpolítica, han superado las barreras de resistencia intelectual. Nopuede cuestionarse la pertinencia de la temática para pensar elestatuto actual de la temporalidad, del espacio citadino, de losviajes, de la televisión, de las computadoras y los videojuegos. Todoun reacondicionamiento de nuestra cotidianidad está en curso, yfinalmente esto se ha impuesto en el campo de lo teórico. Porcierto, la recomposición de las modalidades de participación po-lítica es también tan fuerte, que es en ese otro campo donde laposmodernización tiene que ser identificada y pensada, y dondelentamente ha ido encontrando espacios para su legitimación te-mática, y para su especificación conceptual.

De modo que los estudios de ciencias de la comunicación—a partir sobre todo del aporte de Jesús Martín Barbero, quiennos acompaña en este libro—, y los de cultura política —porejemplo, por intermedio de Norbert Lechner y sus cuidadosos tra-bajos— fueron definiendo el campo temático, consolidándolo ysuperando aquella oposición cerrada que, no por casualidad, en-contró en los filósofos uno de sus puntos máximos de resisten-cia. Sólo desde la especulación desligada de compromiso con elpresente podría proponerse «dejar la posmodernidad», como hi-ciera alguno de ellos al titular su libro (suponiendo que ella noconstituye un campo interpretativo preconstituido en el cual se

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hace la experiencia cotidiana, sino más bien una especie de elec-ción personal arbitraria, a la cual se podría renunciar sin quedarpara nada implicados por su influencia).

Lo cierto es que hoy la discusión está establecida. Dispersa,pero presente. No faltan, por supuesto, las oposiciones fronta-les, a menudo airadas y nada sutiles.1 Otros tratamientos mues-tran un rechazo fuerte a los indisputables desmoronamientos queimplican los tiempos light en cuanto a compromiso, criticidad,aunque no advierten todo lo que surge de los nuevos tiemposcomo chance (G. Vattimo), o promueven cierta nostalgia ideali-zada de la época disciplinario-revolucionaria.2

Desde el Centro de Investigaciones Post-doctorales (CIPOST),en Caracas, se busca hace tiempo constituir un espacio interco-nectado de discusión sobre la temática. Algo —por cierto— per-fectamente posible pero no intentado por otras instancias, y muyligado al contenido de la cultura posmoderna, con su borramien-to de los enclaves territoriales inmediatos. Los intelectuales sonalgo remisos a las posibilidades abiertas por los medios telemáti-cos, además las facilidades de financiamiento son escasas en La-tinoamérica para facilitar estos emprendimientos. Pero el intentoes —por eso mismo— desafiante, y sin duda vale la pena profun-dizarlo.

Fue en esa tesitura que Roberto Follari pudiera visitar alCIPOST en julio de 1996, y discutir largamente con docentes ydoctorandos algunas de sus propuestas teóricas. Ya habían pasa-

1 «Hay algunos ignorantes que hablan de posmodernidad», sentenció Ma-nuel Garretón en un alarde de efectismo retórico (encuestro organizado porla Federación de Estudiantes, ciudad de Rosario, Argentina, octubre de 1996).Tras este juicio desmesurado, siguió con una argumentación de tintes pocoacadémicos para convencer al público estudiantil de que se sigue usando larazón y —por ello— no existe crisis de ésta. ¿Será necesario aclarar todavíaque la crisis de la razón implica solamente la de sus modos modernos de uso, lade su pretendida neutralidad y omnipotencia? En su contribución con estelibro, Rigoberto Lanz discute y refuta posiciones de Garretón.

2 Los trabajos de Beatriz Sarlo pueden interpretarse desde esta perspectiva.De hecho, ello llevó a una breve polémica sostenida con Roberto Follari (En-cuentro sobre Formación de Profesores, FLACSO, Buenos Aires, junio 1996),quien entiende que lo posmoderno no debiera interpretarse en clave básica dedecadencia cultural.

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do por allí Ágnes Heller, Julio Ortega y otros intelectuales, que ainstancias del empuje de Rigoberto Lanz, iban tejiendo una cier-ta red tanto impersonal como conceptual, en cuanto a especifica-ción de problemas, nudos de discusión, campos irresueltos.

De los contactos así realizados, surgió la idea de un libroque reuniera algunos de los aportes decisivos de la temática en laactual Latinoamérica. Problemática que remite a la discusión mun-dial sobre el tema y sus autores primeros (Lyotard, Vattimo, Lipo-vetsky, etc.), pero que tiene inequívocos tintes locales; en cuantoa la modificación cultural se asienta en nuestro caso en socieda-des con modernidades específicas (para algunos, «truncas»), yestá ligada a procesos de ajuste económico neoliberal rotunda-mente excluyentes y brutalmente privatistas; además de ser con-tinuadora de una tradición mestiza, neohispánica o de inmigra-ción, que es muy diferente a lo que hizo la Europa contemporánea.

Así que este libro es el resultado. Una combinación de pun-tos de vista relevantes sobre lo posmoderno hoy en el subconti-nente, con la finalidad de repensar la filosofía, la teoría política,los conceptos sobre sociología y comunicación social. Artículosque son el efecto de libres decisiones de cada autor y puntos deurgencia temática, de modo que existe una inevitable variedad deacercamientos: habríamos sido incoherentes con la posmoderni-dad misma de haber seguido un camino más rígido.

Por supuesto, no están aquí todos los aportes posibles. Enningún caso ello cabría en un solo volumen, y nuestras posibili-dades institucionales y personales por un lado, y asunciones teó-ricas y valorativas por otro, inevitablemente produjeron algúnrecorte en el universo potencial de autores. Pero, ciertamente, seha tenido en cuenta el espectro prácticamente completo a la horade convocar, dado que los trabajos de recopilación que vienenhaciéndose desde el CIPOST permiten una amplia cobertura de loque se está produciendo en el subcontinente sobre el tema.

Algunos de nuestros invitados, por diversas circunstancias,no pudieron participar: Nelly Richard, Néstor García Canclini,Beatriz Sarlo, entre otros. Sin duda su aporte hubiera resultadovalioso, pero no faltará ocasión de continuar con ellos el diálogoy el debate en el curso de actividades futuras.

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El acopio de la recopilación es —en su conformación final—muy relevante. Participan figuras de las más difundidas que vie-nen trabajando la problemática (Martín Hopenhayn, Jesús Mar-tín Barbero), se plantea síntesis de una de las cuestiones más urgen-tes (Rigoberto Lanz), se rediseña el estatuto actual del fenómeno(Roberto Follari), se conecta la cuestión a temáticas específicas(Magaldy Téllez, Alexander Jiménez) o a la relevante discusiónproducida en los Estados Unidos sobre lo «poscolonial» en Latino-américa (Santiago Castro-Gómez). Los autores remiten a proce-dencias y nacionalidades variadas, y también son polifacéticos tan-to sus puntos de vista, como sus apoyaturas teóricas.

Los aportes tocan diferentes aspectos de lo que hoy impor-ta sobre esta nueva situación epocal y sus efectos. Martín Ho-penhayn nos plantea las actuales formas de imbricación e hibri-dización cultural posibilitadas por lo massmediático y la metrópoliurbana. Ante la des-identificación y re-identificación que surgedesde allí, al despedazarse la continuidad con las tradiciones cul-turales, propone la posibilidad de pensar en términos de «tribus»los nuevos agrupamientos. En este tiempo desasosegado que «con-tiene muchos tiempos» surgidos desde la multiplicidad de la ex-periencia social, la urgencia de asumir el tema de los jóvenes esplanteada: en ellos lo posmoderno encuentra un cumplimientomás alto, en tanto no se formaron en los cánones de la moderni-dad. El autor se pregunta si estos adolescentes que renuevan elarraigo a la figura del Che bajo nuevos significados (una ética, unantisistema, una cierta errancia antiformalista), que no se afe-rran a ideologías críticas ni responden a una conciencia sistemá-tica, pueden reencontrar campo para lo emancipatorio desdeconstelaciones de sentido nuevas, desímbolas, instaladas en elvértigo y el desdibujamiento de los límites.

Por su parte, también dentro de la cuestión de las recon-figuraciones culturales, Jesús Martín Barbero ofrece una matizadalectura de la decisiva incidencia actual de los medios en los modosde percepción y —sobre todo— en los de asociación o —mejor—de deshacimiento progesivo de los vínculos sociales. En primerlugar, argumenta contra quienes desde lo ilustrado pretendenrechazar la televisión como un mal que liquida la preeminencia

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de los intelectuales, sin ofrecer alternativa a cambio. Sugiere asu-mir el peso estratégico de lo visual, y en todo caso revertir lapráctica intelectual teniendo en cuenta estos modos no tradicio-nales de intervención e incidencia. La lectura del presente marcaindicios alentadores, como cierta resistencia individualista a lamasificación generalizada, pero marca a su vez el cariz antitéti-co: puede tratarse de la retirada a lo privado propia del indivi-dualismo neoliberal. En todo caso, también nuestro autor nosinvita a visitar esta «oralidad secundaria» de que se inviste la ac-tual cultura de los jóvenes, si es que queremos entender los nue-vos derroteros de la cultura.

Por su parte, Rigoberto Lanz se propone visitar críticamen-te aportes de diferentes intelectuales relevantes en la problemá-tica para discutir sobre algunos de sus puntos más polémicos. Nose trata de resenciones de autores, ni cuestionamientos globalessino más bien de situar puntos específicos de inserción discursi-va allí donde resultan particularmente álgidos: por ejemplo, la noaceptación por algunos de que exista una condición posmoder-na, ya sea en general o particularmente en el caso latinoamerica-no, la discusión sobre la denominación «posmodernidad» comoacertada, la relación entre moderno y posmoderno, etc. Se tratade la apertura a un diálogo necesario sobre esta producción has-ta hoy teñida de ciertas sorderas mutuas; de una concreta formade hacer ejercicio de construcción del «campo» temático entrenosotros. La asunción de la cuestión posmodernidad como deci-siva en esta época tiñe los diferentes tratamientos, que ademástienen el mérito de acercarnos a una diversidad de aportes nosiempre conocidos.

Roberto Follari presenta algunos de los nudos problemáti-cos que surgen de la discusión. Uno de ellos implica el rechazo almote de «irracionalismo» fácilmente puesto sobre lo posmoder-no, junto a la deconstrucción de la pretensión de situar en unpolo a una supuesta razón universal y en el otro a la anti-razón —locual confundiría burdamente lo posmoderno con lo premodernoo antimoderno en general—. Se asume que Derrida nada tieneque ver con Spengler, ni Vattimo con las derechas totalitarias: loposmoderno radicaliza la deconstrucción moderna del fundamen-

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talismo absolutista. De ninguna manera es una «neorromántica»asunción de este último talante: más bien la diseminación delsentido constituye sus antípodas. Luego, el autor acuña la nociónde «inflexión posmoderna» para referirse a lo que juzga como«fin de la fiesta» al terminar el primer momento posmoderno: yase habría fundado una nueva positividad histórica, que mostraríasus inéditos inconvenientes, falacias y contradicciones. De la «gue-rra al todo» se estaría pasando al «todo da igual», propio de lacarencia de sentido y la falta de horizonte normativo organiza-dor de la experiencia.

Por su parte, el trabajo de Santiago Castro-Gómez liga ladiscusión latinoamericana con la que realiza en los países avan-zados acerca de nuestro subcontinente, con relación a autorescomo Jameson, Mignolo, Spivak, etc. Refiriéndose a la categoríade «poscolonial» acuñada en esa tradición se exploran las reloca-lizaciones producidas por las nuevas tecnologías, que nos hacenciudadanos planetarios a la vez que añorantes de la identidad conel propio territorio. Precisamente el autor asume como objeto latematización que desde la teaching machine estadounidense seteje sobre América Latina y propone que las nuevas condicionesde globalización autorizan la legitimidad de tales enfoques, sinque resulten «exógenos». Más todavía: propone provocadora-mente —con sólida argumentación— que en realidad la «otre-dad» atribuida a Latinoamérica no ha sido sino una de las carasmismas de la dominación colonial, que habría requerido de eseespejo invertido para poder legitimarse.

Alexander Jiménez realiza un fino recorrido por lo efectosperversos de la producción massmediática de subjetividad. Tra-bajando la figura psico-antropológica del «duelo», realiza una mi-rada posmoderna de las modalidades actuales de disolución/re-composición de la sensibilidad y de suplicio público.

Magaldy Téllez realiza un prolijo recorrido por las princi-pales concepciones sobre posmodernidad, y también sobre la no-ción del tiempo que le subyace. Desde Marshall Berman a GianniVattimo y Lyotard, los autores son cuidadosamente disecciona-dos para advertir en qué sentido se abandonaría lo moderno y dequé manera desaparecerían el arraigo a lo nuevo, la teleología y

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la noción de acumulación histórica. Apelando a Foucault, se su-giere una lectura diferente de la cuestión temporal, múltiple, dis-continua y fragmentaria, que abra espacio al acontecimiento y asu especificidad, ocluidos por el peso de la linealidad moderna.

Como se ve, una multiplicidad de vueltas de tuerca a unaproblemática que no deja de reabrirse, en ese comienzo que notermina, o esa reescritura de palimpsesto tan propia de la culturade la época. Lo posmoderno se reinventa teóricamente en la me-dida en que cada vez está obligada a certificar sus credenciales,en que es puesta a prueba como si no alcanzara estatuto suficien-te de legitimidad académica. La inevitable fuerza de las cosas —laimposición del miasma cultural en curso— está finalmente esta-bleciendo su clara pertinencia. Estos textos son parte de la apues-ta, ésa que no está finalizada.

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PARPARPARPARPARTE ITE ITE ITE ITE I

RECONFIGURACIONESCULTURALES

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Tribu y metrópolien la postmodernidadlatinoamericana*

MARTÍN HOPENHAYN

* Esta exposición se basa en textos anteriores propios y quehe editado y rearticulado para la presente publicación. (Notadel autor.)

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1. TEJIDO INTERCULTURAL:DEL MESTIZAJE ORIGINARIO AL MASSMEDIÁTICO

LA IDENTIDAD LATINOAMERICANA debe entenderse a partir de la com-binación de elementos culturales provenientes de las sociedadesamerindias, europeas, africanas y otras. El escritor mexicano Car-los Fuentes señala que tiene, para América Latina, una

[...] denominación muy complicada, difícil de pronunciar perocomprensiva por lo pronto, que es llamarnos Indo-afro-ibero-américa; creo que incluye todas las tradiciones, todos los ele-mentos que realmente componen nuestra cultura, nuestra raza,nuestra personalidad.1

El encuentro de culturas habría producido una síntesis culturalque se evidencia en producciones estéticas, tales como el llama-do barroco latinoamericano del siglo XVIII, o el muralismo delpresente siglo. Este tejido intercultural se expresa también enla música, los ritos, las fiestas populares, las danzas, el arte, laliteratura; también permea las estrategias productivas y los me-canismos de supervivencia.

1 Entrevista en S. Marras: América Latina, marca registrada, Edic. B-GrupoEditorial Zeta, Barcelona, 1992.

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Esta identidad bajo la forma de tejido intercultural ha sidoconsiderada tanto desde el punto de vista de sus limitaciones comode sus potencialidades. Respecto a lo primero, se afirma que di-cha identidad nunca ha sido del todo constituida ni asumida. Tales la posición que asumen, por ejemplo, Octavio Paz y RogerBartra,2 en contraposición con la defensa de las culturas híbridasque hace Néstor García Canclini.3 En la metáfora del axoloteutilizada por Bartra, la identidad mexicana tendría un carácterlarvario o trunco, condenada a no madurar del todo. Como po-tencialidad, la identidad mestiza aparece constituyendo un nú-cleo cultural desde el cual podemos entrar y salir de la moderni-dad con versatilidad, y con el cual podríamos —si asumimosplenamente la condición de lo cultural— tener un acervo desdedonde contrarrestar el sesgo excesivamente instrumental o «des-historizante» de las oleadas e ideologías modernizadoras.

La fractura identitaria que hace de karma o de eterna repe-tición también provee de continuidad a una historia que, de locontrario, no tendría memoria. Es la fisura de la identidad, lacondena a permanecer divididos, lo que asegura memoria. Poreso somos, también, paradoja. Pues nuestra memoria está hechadel material del vacío, del error de traducción, de la falta de cer-teza. Tenemos memoria porque un corte en nuestro pasadodesdibuja el perfil que fuimos. Nuestra memoria nos reinventamuchas identidades posibles hacia atrás para colmar esa brechaque separa el origen de la mezcla. Por fuerza nos hacemos traduc-tores de nuestro pasado, y en tanto tal lo traicionamos porquesiempre lo reinventamos, poblándolo de personajes. La literatura lati-noamericana está inundada de este signo de la ambigüedad en lamirada hacia atrás: ambigüedad que se transforma en invención delpasado, desfile de máscaras que van, al mismo tiempo, ratificando yconjurando esta imprecisión en la historia y en la identidad.

2 Véanse O. Paz: El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica,México, 1978; y R. Bartra: La jaula de la melancolía: identidad y metamorfosisdel mexicano, Edit. Grijalbo, México, 1987.

3 N. García Canclini: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de lamodernidad, Edit. Grijalbo, México, 1990.

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De manera que el tejido intercultural es, al mismo tiempo,nuestra forma de ser modernos y de resistir a la modernidad: nuestracondición de apertura cultural al intercambio con los otros ynuestra manera de incorporar la modernidad siempre de mane-ras sincréticas. Es, a la vez, identidad y des-identidad, o identi-dad y problema de identidad. El reflejo más patente lo ofrecen lasgrandes metrópolis de la región: Ciudad de México, Río de Ja-neiro, Caracas y Lima son grandes metáforas de esta historia hechade mezclas. Desde sus cruces estilísticos y sus superposicionesarquitectónicas, hasta la imagen de caos y los contrastes socialesque presentan, llevan la marca de una identidad sincrética, esapresencia masiva de lo marginal.

Esto no se explica solamente como efecto del patrón pecu-liar de modernización de las economías nacionales. Son fenóme-nos en que una y otra vez se manifiesta, con toda la fuerza insubor-dinable de la identidad, una condición cultural sincrética. Tantoen el desarrollo larvario o desigual que define los mapas y con-trastes en las ciudades, como en la nueva heterogeneidad queimplica a la vez fragmentación y diversidad, y en la que se danmúltiples y precarias relaciones de pertenencia, este tejido inter-cultural resiste la carga homogenizadora de la modernización.

El sincretismo también se expresa en formas de resistenciaa los distintos efectos disolventes que la modernidad ejerce so-bre la cultura tradicional. En el caso de una sociedad tan sincré-tica como la mexicana, lo festivo, el culto a la muerte y la exalta-ción del «relajo» ejemplifican esta carga sincrética antimoderna.Si la modernización tiene un potencial disolvente de las identida-des premodernas, estos «cultos» premodernos oponen no unatendencia constructiva, sino más bien una simbología y un ritua-lismo mestizo de la disolución. De una manera paradójica peroreal, la evanescencia de las identidades —o de las individualida-des— en el culto a la muerte, en la fiesta y en el relajo, abogan almismo tiempo por la exaltación de lo propio y por la disoluciónde la identidad.

El culto a la muerte en la cultura popular mexicana estápoblado de símbolos: el gusto por cristos ensangrentados, el ca-rácter de evento social de los velorios, el gran despliegue estético

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y de comidas para el día de los muertos, etc. Si la modernidad, ensus aspectos de construcción y progreso, requiere negar la muer-te, el culto a la muerte niega esta negación: vuelve a introducirdurante la celebración una vieja familiaridad de la muerte queestá afincada en el imaginario popular mexicano. Así se pone enmovimiento un acto de resistencia no sólo a la muerte, sino tam-bién a una cultura moderna que a su vez se resiste a convivir conel hecho cotidiano de la vecindad de la muerte. El sentido cons-tructivo y progresivo de la modernización tiene que confrontar yasimilar de alguna manera esta disposición de la conciencia co-lectiva a exponerse a la pérdida. Lo constructivo y lo disolutivotendrán que convivir en el estilo que asume la modernidad a par-tir de identidades culturales.

El culto a la fiesta en América Latina, que se remonta al pe-ríodo colonial, se liga a la ritualización sincrética que las identi-dades autóctonas hicieron a la doctrina cristiana. Ésta expresauna tendencia contraria a la lógica moderna de la inversión y elahorro. En la fiesta se interrumpe el trabajo y se derrochan susfrutos. Pero a la vez constituye el lugar de encuentro entre cultu-ras, el espacio de apertura al otro por vía de la celebración.

Finalmente el culto al relajo es disfuncional al proyecto demodernización por cuanto niega la regulación del futuro y abreuna temporalidad «fragmentaria y chisporroteante». La culturadel relajo se filtra y atraviesa los distintos estratos sociales: soca-va la disciplina laboral, el profesionalismo y los sistemas de tomade decisiones. En el relajo se mezcla un impulso hedonista conun impulso autodestructivo. Opera, de manera sucedánea, comoforma de vivir la libertad en medio de la servidumbre. Es el espe-jismo de la anarquía que ayuda a respirar en medio de la opre-sión, a olvidar la tenacidad de la pobreza y a burlar las exigenciasde la austeridad.

La variable cultural parece ineludible si se quiere pensar lasubjetividad y la ciudadanía más allá de las formas vacías y retó-ricas que la han hecho históricamente restringida en América La-tina. ¿Cómo hacer uso de nuestra larga historia conflictivamentesincrética para asumir con mayor riqueza este desafío que hoyatraviesan también las sociedades industrializadas, y que consis-te en repensar el contenido de la ciudadanía a partir de la coexis-

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tencia progresiva de identidades étnico-culturales distintas? Asu-mir el tejido intercultural propio es, quizás, hoy día el más autén-tico de asumir en medio de una modernidad signada por una di-versidad de creciente complejidad «identitaria». Desafío capitalpara la filosofía latinoamericana que ponga la identidad y el cam-bio como objeto de su reflexión.

Esta sensibilidad intercultural cobra especial fuerza con laexpansión de la industria cultural en la región, aumentando ex-ponencialmente cuando dicha industria incorpora el nuevo po-der de la tecnología informativa y comunicativa. Recuérdese queen nuestra región,

[...] los receptores de radiodifusión aumentaron hasta cerca de140 millones el año 1987, con 332 por cada mil habitantes,proporción que más que duplica al promedio de los países endesarrollo. Por su parte, el número de transmisores de televi-sión, que en 1965 era 250, alcanza a 1.590 en 1987, en tantoque los receptores de televisión, que eran 8 millones en 1965,superan los 60 millones en 1987, elevándose así la participa-ción desde 32 por mil habitantes a 147 por mil, siendo que enAsia es de 49 por mil y en África de 14 por mil ese último año.4

En el campo del acceso a la información esto significa que en losespacios locales, incluso aquellos otrora sometidos a un aisla-miento endémico, se abre una ventana por la cual puede contem-plarse lo que ocurre en el mundo. Comienzan a borrarse enton-ces los límites entro lo culto y lo popular, conviven distintas modasde distintas épocas y resulta cada vez más difícil homologar cla-ramente las clases sociales con los estratos culturales. Todo elloimplica una transformación profunda de las relaciones simbóli-cas entre grupos sociales distintos.

En la medida en que la propia dinámica de la industria y elconsumo culturales erosionan la jerarquía entre lo «culto» y lo«popular», lo «alto» y lo «bajo», lo «ajeno» y lo «propio», lo «moder-no» y lo «marginal», la sociedad incrementa su disposición cultu-ral para aceptar al otro, asumir su identidad y democratizar su

4 J. J. Brunner: «Tradicionalismo y modernidad en la cultura latinoamerica-na», documento de trabajo, FLACSO, Santiago de Chile, 1990, p. 32.

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comunicación interna. Sin embargo, el impacto masivo y cadavez más diversificado de la industria cultural puede surtir efectosen múltiples direcciones y generar los más variados «tejidos» cul-turales. Su potencial de integración y de fragmentación parecencrecer con la misma velocidad.

La modernidad en nuestros países es, precisamente, un tiem-po nuevo que contiene muchos tiempos. De esta manera resultadifícil proyectar hacia nuestra región el supuesto de linealidaddel tiempo histórico, fundado en la idea de un «relevo» de cultu-ras, la cual forma parte de la idea clásica de modernidad en lospaíses del Norte. En nuestra región, las culturas reflejan este sín-drome de modernidad tardía que consiste en la incorporaciónacelerada en mercados simbólicos exógenos, lo que inexorable-mente da por efecto una cierta hibridez cultural. Una serie denuevos códigos, sensibilidades, dramas pasionales, conflictoshumanos y escalas de valores, se exponen en largometrajes tele-visivos o radionovelas, llegando a públicos que han vivido porsiglos con base en relaciones de reciprocidad, sincretismos reli-giosos de larguísima tradición, rituales ligados a los ciclos agríco-las y formas precarias de supervivencia. No sólo conviven tiem-pos distintos en el contraste entre los mensajes y el ambientecultural en que son decodificados; en la propia programación delos medios ya conviven lógicas y sensibilidades que remiten a dis-tintos «momentos» de la cultura: la telenovela brasilera, mexica-na y «Flash Gordon» se suceden sin cortes en la programación deuna tarde de día de semana en La Paz o en Guatemala. Comoadvierte José Joaquín Brunner en El espejo trizado, el consumi-dor se convierte en hermeneuta:

[...] su función es seleccionar, reconocer y apropiarse de eseuniverso [...] está condenado a ser él mismo intérprete de lasinterpretaciones que circulan a su alrededor, a traducir expe-riencias simbólicas que sin ser «reales» en su propia biografíalo son sin embargo en su experiencia como consumidor deexperiencias simbólicas producidas para él.5

5 J. J. Brunner: El espejo trizado: ensayo sobre cultura y políticas culturales,FLACSO, Santiago de Chile, 1988, p. 24.

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2. POSTMODERNIDAD, DESIDENTIDAD Y DESASOSIEGO JUVENIL

La modernización-en-globalización tiende a la des-identidad, a lades-habitación, a des-singularizar a sus habitantes. Esto es tantomás fuerte para el caso de los jóvenes que se socializan en estecódigo o en esta metamorfosis incesante de códigos.

Espacios y símbolos de la estética postmoderna anulan laciudad, la reconstruyen clónicamente, en maqueta y en versiónaséptica, la hacen perfectamente ubicua, situable en cualquierpunto del planeta. La ciudad globalizada parece asociada a unaexplosión expresiva, pero al poco rato toda expresión parece na-cida de la misma mecánica combinatoria. Todo escaparate es partede un menú previsto. El nuevo centro comercial, cada vez másmonumental y resplandeciente, es una epifanía secularizada peroque a la vez niega toda posible revelación de sentido: su irrup-ción modifica y anula todo. Es parte del mosaico, pero tambiénes la gran metáfora de una cultura que ha erradicado la convic-ción de los sentidos en aras de la obesidad de los significantes.También el local público de videogames es parte y metáfora. Allíla narración ha quedado vaciada para hacer posible el titilar purodel simulacro y la textura. Miles de jóvenes despueblan y pue-blan la subjetividad con base en este titilar, entran y salen con lamisma facilidad con que entra y sale el efecto de una droga. Lasmodas y los objetos privilegiados de consumo son otra metáfora.Fundan una mezcla de obsolescencia acelerada y combinatoriairrestricta. El mercado asegura facilidad de identificación simbó-lica con sus productos; pero este apego es tan fugaz que se re-quiere mucho dinero para saltar de una satisfacción simbólica aotra. Como ritual de arraigo, sólo el fútbol, la ceremonia domini-cal de pertenencia y continuidad histórica. Allí, curiosamente,los jóvenes siguen espectadores. Pero con una pulsión de prota-gonismo que los lleva a la tan repetida violencia del fútbol.

No hay identidades que resistan incólumes más de unas ho-ras ante la fuerza de estímulos que provienen de todos los rinconesdel planeta por vía de una gama creciente de fuentes informativas.La estética del collage y del pastiche, tan cara a la sensibilidadpostmoderna, no es casual: constituye una metáfora de esta con-

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dición de continua recomposición de sensibilidades y mensajesculturales. Epítetos como «hibridez» y «sincretismo» se hacencada vez más frecuentes en el análisis de los procesos culturalesactuales.

Frente a estas dinámicas, la producción de sentido colectivoen los jóvenes es una caja negra, o al menos una caja de pandora.Puede, por ejemplo, desembocar en un atrincheramiento cultu-ral y valórico que adquiere rasgos mesiánicos de distinto tipo:movimientos escatológicos de izquierda y movimientos neofacis-tas de derecha, probablemente marginales y sin perspectivas dealterar el patrón de desarrollo capitalista, pero con efectos dis-ruptivos en el orden público y en la seguridad ciudadana, gruposesotéricos cerrados que objetan en bloque todo lo que huela amodernidad y progreso, cruzadas de «purificación» con distintoscódigos morales que se lanzan al terrorismo espiritualista y/o gru-pos de fans de estrellas de rock que promueven un culto satánico(a lo Iron Maiden) o una asepsia militante (tipo Michael Jackson).

Un fuerte móvil para ello es la pertenencia a un grupo en elcual el grado de identificación colectiva es acentuado: ante lafalta de proyectos colectivos y de motivación política, la perte-nencia orgánica a un movimiento neotribal o de valores fuertespodrá servir como estrategia de identidad social para millones dejóvenes huérfanos de un relato integrador. Los jóvenes tienden abuscar una visión de mundo reconciliada con un proyecto perso-nal de vida. La identificación sin reservas a una utopía escatoló-gica podrá operar como forma de inclusión en la dispersión. Losmismos sedimentos mesiánicos y redentoristas que quedaron dis-persos con el derrumbe de las imágenes de emancipación de ma-sas, con la rutinización de la política, con la persistencia de gra-dos importantes de exclusión social y con la tendencia ritualizanteen el consumo, podrán ser caldo de cultivo para la aparición desucedáneos de identidad para la juventud que la tiene segmentada.

Pero en las antípodas del «atrincheramiento neotribal» estáel efecto de dispersión que impone la cultura publicitaria. En elcampo de los mercados culturales y de la cultura del mercado,asistimos a un espectáculo incesante: infatiglable secuencia desiluetas, figuraciones, recombinaciones hipercreativas. Los mer-

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cados culturales todo lo convierten en imagen, combinación, si-lueta o figura. El placer del espectáculo se impone sobre la pesa-dez de la vida cotidiana pero a la vez se niega a sí mismo por surutinización que lo consagra y disminuye a la vez. Para algunos,sano contingencialismo después de tantas décadas de ideologíapesada. Para otros, la banalidad enfermiza que resulta de la pér-dida de valores de referencia.

Esta sensibilidad light se estrella, empero, con el muro opa-co del descontento social, coexiste sin diluirse con los jóvenes«duros» de las ciudades latinoamericanas. La juventud popularurbana difícilmente puede aceptar la suave cadencia postmoder-na desde su tremenda crisis de expectativas. Es esta juventudquien más interioriza las promesas y las aspiraciones promovidaspor los medios de comunicación de masas, la escuela y la políti-ca, pero no accede a la movilidad y al consumo contenidos enellas. Así, estos jóvenes padecen una combinación explosiva:mayores dificultades para incorporarse al mercado laboral deacuerdo con sus niveles educativos; un previo proceso de educa-ción y culturización en que han introyectado el potencial econó-mico de la propia formación, desmentido luego cuando entrancon pocas posibilidades al mercado del trabajo; mayor acceso ainformación y estímulo en relación con nuevos y variados bienesy servicios a los que no pueden acceder y que, a su vez, se cons-tituyen para ellos en símbolos de movilidad social; una clara ob-servación de cómo otros acceden a estos bienes en un esquemaque no les parece meritocrático; y todo esto en un momento his-tórico, a escala global, donde no son muy claras las «reglas deljuego limpio» para acceder a los beneficios del progreso. No escasual, pues, que tanto la violencia política como la violencia de-lictiva de muchas de las ciudades latinoamericanas tengan a jóve-nes desempleados o mal empleados por protagonistas.

En los mismos sectores, la desmotivación política es otrodato negativo desde el cual deben luchar por producir nuevossentidos para la propia vida. Esta desmotivación tiene su hitoiniciático en el colapso de los proyectos socialistas y, con ello, delmito del «Gran Cambio Social». Este colapso produce una ciertaorfandad existencial, en la medida que impide la plena identifica-

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ción del individuo con la colectividad, del sujeto con el movi-miento de la historia, del joven con un ideal encarnado. El men-tado fin de las ideologías lo es en este sentido: como ausencia deperspectivas de «redención» personal en un movimiento revolu-cionario, o ausencia de «contextualización» del proyecto perso-nal en un proyecto nacional. Esto es especialmente crítico para lajuventud popular urbana, por las siguientes razones: primero,porque es la juventud la fase etaria en que definen proyectos y seagudiza la pregunta por el sentido vital y horizonte temporal dela vida personal; segundo, porque es la juventud popular la quepercibe menores alternativas de desarrollo individual frente a suscontemporáneos, y por lo tanto requiere más de proyección sim-bólica; tercero, porque en el mundo urbano (en contraste con elrural) son más débiles los lazos «premodernos», menos nítidoslos valores de referencia y los mecanismos de pertenencia. Deesta manera, la actual política no da respuesta ni relevo al «huecovital» que dejó la pérdida de proyectos anteriores que, mal quemal, gozaban de mayor fuerza movilizadora, de identificación,de «fusión», de promesas de protagonismo heroico, etc. El sesgopragmático, administrativo y muy statu quo que la juventud po-pular le atribuye al actual modelo y a la forma vigente de hacerpolítica, refuerza este desencantamiento.

En este contexto de exclusión, se busca crear identidadesgrupales, fusionarse en intersticios y márgenes, revertir la natu-raleza del sistema por los bordes, los huecos, las transgresionescómplices y casi tribales. Las nuevas formas del paganismo bus-can el mal en este sentido, como rebasamiento de control y de laidentidad, inundación de la subjetividad en una fusión neotribalo en el olvido extático de sí mismo: drogas, barras bravas en losestadios, recitales de música progresiva. La exclusión se convier-te en transgresión, en espasmo, combina la gigantesca oferta delos mercados culturales con un impulso endógeno hacia la im-pugnación. ¿Qué se impugna? La racionalización de la vida mo-derna, el disciplinamiento en el trabajo y la regimentación delcuerpo. Amor libre o erotismo furioso, baile sin reglas, músicasin armonía o la recurrente desnivelación del alma: en todas es-tas manifestaciones recurre un cierto impulso pagano —la salida

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del cauce, la desmesura que alivia del tenaz esfuerzo por conte-nernos en una imagen funcional del yo—. Sobre estas pulsionesse constituyen identidades frágiles, fugaces, cambiantes.

La fusión neotribal vuelve con otro sentido, como repulsa yprotesta contra un orden que prescribe la identificación con elstatu quo, pero también como experiencia expansiva en esa mis-ma protesta. El rechazo de los límites consiste menos en una in-vocación crítica que en un gesto afirmativo que se justifica por elrebasamiento que provoca en su artífice. El recurso a la transgre-sión implica otra propuesta contestataria: la distancia crítica serevierte en efusividad del desborde. No importa la falta de agu-deza siempre que el derrame emocional sea una evidencia expe-rimental más que una propuesta y que la transgresión sea afirma-tiva por la irrecusable explosión que provoca en la subjetividad.Importa menos su duración que su vibración, y menos sus enca-denamientos hacia adelante que su recurrencia espasmódica (sueterno retorno). La proliferación de tribus urbanas es sintomáti-ca. Rock, fiesta improvisada, encuentro esotérico, manifestaciónespontánea, barras de fútbol, grupos anfetaminizados o cannabi-zados, danzas terapéuticas, constituyen balbuceos tribales porcuyo expediente se busca este coqueteo con lo no domado: comorebasamiento y fusión en el rebasamiento, autodisolución o fies-ta dionisíaca en que convive la alienación del yo con la liberacióndel yo. La droga también expresa esta rebelión contra la auto-contención gregaria. Nuevo panteísmo urbano-moderno despo-blado de dioses pero hiperpoblado por energías, nuevo paganis-mo envasado en mil rituales que invitan a romper el tedio de laindividualidad o el sopor de la consistencia.

¿Pero hay algo más o el gesto se agota en este grito que mirahacia el cielo? Quizás el paganismo neotribal de nuestras ciuda-des responde todavía a una sed de utopías: voluntad micro-utó-pica que busca aglutinarse en tribus o pequeños grupos y quequiere constituir imaginarios irreductibles a la lógica del merca-do, al consenso de superestructura y a la racionalización del tra-bajo. Es fusión, pero en la diferenciación: cada tribu lleva su in-confundible marca de repulsa y de rebasamiento, de concentracióny fuga de energía; y cada ritual tiene un contenido específico que

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lo convierte en acto recurrente de diferenciación cuando congre-ga a su tribu. La voluntad neopagana se vuelve buscando unadisolución que sea singular e intransferible a otras tribus u otroscódigos de referencia, claramente distinta a la disolución estan-darizada que opera en un creador de estética publicitaria, en elapostador en un hotel de Las Vegas o en el orador del partido demasas. Si estas voces neotribales buscan el antagonismo o la in-compatibilidad no es por mera irracionalidad: la irreductibilidada la razón es para ellos, de manera paradójica, la única formaproductora de una propia historia, «principio vital de desunión»del que habla Baudrillard.

New age, rockero, hooligan, no-blanco, rapero, salsero, cha-mán de ciudad, no-racional o no-productivo: no rompen el con-senso político-institucional ni la racionalización productiva, perosí revelan un exterior al interior del mundo que dichos consensoy racionalidad han construido y que reproducen. Ese principiode desunión es a la vez re-unión fuera de las rutinas de conten-ción y operacionalización de la energía. Allí la vida vuelve siem-pre a manifestarse como discontinuidad, exceso de individuacióno de disolución de la norma gregaria, cambio de marcha en elcontinuum, juego de contrastes. Como extrañeza y vértigo, comodesequilibrio o anomalía, estas formas del mal guardan una últi-ma relación paradojal con el sistema: lo preservan de la entropíade la hiperracionalización, permiten líneas de fuga, pero a la vezrevelan sus límites, rebasan en los intersticios.

3. APUESTA POR LA TRANSCULTURALIDAD

Por un lado tenemos la complacencia acrítica, vale decir, esa cier-ta «desidia epocal» que se instala cuando todo se pone al alcance.En las antípodas encontramos al atrincheramiento reactivo: seala salida fundamentalista antimoderna de los integrismos religio-sos o morales, sea la salida tribalista de aquellos que, frente a laexclusión, reaccionan con la transgresión o generando códigosinsubordinables a la ratio modernizadora.

Quisiera pensar otra opción que me seduce y provoca, en laque la globalización podría movilizar energías liberadoras. Me

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refiero al enriquecimiento transcultural, al encuentro con el ra-dicalmente-otro. Allí los jóvenes, por su mayor permeabilidad anuevas expresiones y sensibilidades, cuentan con la primera op-ción de protagonismo.

La globalización nos pone una miríada de culturas, sensi-bilidades y diferencias de cosmovisión en la punta de nuestrasnarices. De pronto, recrear perspectivas en el contacto con el «esen-cialmente-otro» se vuelve accesible en un mundo donde la hete-rogeneidad de lenguas, ritos y órdenes simbólicas es cada vezmás inmediata. Ya no es sólo la tolerancia del otro-distinto lo queestá en juego, sino la opción de la metamorfosis propia en lainteracción con ese otro. Pasamos del viejo tema del respeto a laaventura de mirarnos con los ojos del otro. Aquí encontramosuna oportunidad para transitar de la disipación propia de la esté-tica posmoderna, a una experiencia personal que puede ser máscrítica, intensa y emancipatoria.

No es sólo repetir la crítica al etnocentrismo y concederleal buen salvaje el derecho a vivir a su manera y adorar sus dioses.Más que respeto multicultural, autorrecreación transcultural: re-gresar a nosotros después de pasar por el buen salvaje, ponernosexperiencialmente en perspectiva, pasar nuestro cuerpo por elcuerpo del Sur, del Norte, del Oriente, en fin, dejarnos atravesarpor el vaivén de ojos y piernas que hoy se desplazan a velocidaddesbocada de un extremo a otro del planeta, repueblan nuestrovecindario con expectativas de ser como nosotros, pero tambiénlo inundan con toda la carga de una historia radicalmente-otraque se nos vuelve súbitamente próxima. Al decir holístico deMorris Berman, en El reencantamiento del mundo, esto implica

[...] un cambio desde la noción freudiano-platónica de la cor-dura a la noción alquímica de ella: el ideal será una personamultifacética, de rasgos caleidoscópicos por así decir, que tengauna mayor fluidez de intereses, disposiciones nuevas de traba-jo y vida, roles sexuales y sociales, y así sucesivamente.

Como en los delirios de Antonin Artaud, pasamos a reconocer-nos en personajes de otras historias y en paisajes de otras geogra-fías, tal vez sin instalarnos nunca del todo en ellas. La metamor-fosis intercultural encarna en sentido positivo el arte esquizoide

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de mezclar las miradas dentro de sí, rehacer en su propio cuerpolas biografías de los demás.

En este desplazamiento, algo significativo resuena en la sub-jetividad. Mi diferenciación respecto al otro queda metamorfo-seada en incesante diferenciación conmigo mismo. Pero no setrata tanto de dar la espalda a la propia historia como de abrirlaal cruce con otras historias. La compenetración entre lenguas,formas de alimentarse y cuidarse el cuerpo, erotismo, en fin,móviles claramente disímiles para intensificar la voluntad, cons-tituye una nueva figura que tanto en lo personal como en lo co-lectivo pone a prueba el ideal de singularización. En las vertigi-nosas migraciones que van de Este a Oeste y de Sur a Norte, en laubicuidad del ojo de cualquiera que ve el mundo a través delmonitor y en la progresiva culturización del conflicto políticotanto nacional como internacionalmente, late un reto común: lassíntesis interculturales no sólo se convierten en una posibilidadpara practicar el perspectivismo, sino en una necesidad de ser pers-pectivista para evitar paranoias de desidentidad. La compenetra-ción de perspectivas se desata en todas las direcciones y amenaza—o promete— metamorfosis inéditas. Son cada vez más pluridi-reccionales, intensivos y acelerados los desplazamientos geográ-ficos de culturas enteras, mientras los massmedia las ponen atodas en la punta de nuestras narices.

No pretendo minimizar el peso vigente de la ratio como va-lor de cambio universal en el patrón hegemónico de globaliza-ción (ratio como racionalidad productiva, técnica, competitivaque se impone a toda otra sensibilidad o visión de mundo). Nisoslayar la amenaza que el atrincheramiento cultural (reactivo ala globalización) le plantea a los valores de diversidad y toleran-cia. Pero la existencia de la ratio como moneda internalizada poruna proporción creciente de los individuos globalizados no de-biera impedir, simultáneamente, la tendencia cultural hacia lasantípodas: explosión centrífuga de muchas monedas en el ima-ginario transnacionalizado, combinaciones incontables que no res-ponden a un cálculo meramente racional sino que imbrican emo-ciones, sensaciones e incluso deseconomías. En esta opción hayuna lucha pendiente por traducir la globalización a una mayor

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democracia cultural y, al mismo tiempo, a una mayor democraciaen la propia subjetividad. Apertura horizontal de la cultura do-minante a muchas otras culturas, y apertura del sujeto unilaterala muchas sensibilidades.

Hoy más que nunca hay libertad para afirmar la diferencia.Pero también, más que nunca, hay irracionalidad en el consumo,miseria evitable, injusticia social, violencia en las ciudades y en-tre culturas. La pluralidad tiene doble cara. La inestabilidad dereferencias no es garantía de un mayor pluralismo. La disoluciónde identidades perdurables y la multiplicación de referentes va-lóricos no conllevan necesariamente a un desenlace liberador.Entre los posibles efectos podrán encontrarse tanto la rigidiza-ción de fronteras (desenlace reactivo), la disminución del com-promiso social (desenlace pasivo), la atomización en referentesgrupales de tono particulista, salidas intermedias entre la mayortolerancia, nuevas formas de regulación del conflicto, etc.

No asistimos a un happy end sino a la historia en su desarro-llo dulce y agraz. Pero quizás está en los jóvenes la energía y elatrevimiento para pisar el acelerador, inclinar la balanza hacia elencuentro entre culturas y miradas tan distintas, extraer de esoscruces nuevas ideas para repoblar el casillero vacío de las utopías.

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Hegemoníacomunicacionaly des-centramientocultural

JESÚS MARTÍN BARBERO

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H E G E M O N Í A C O M U N I C A C I O N A L Y D E S - C E N T R A M I E N T O C U L T U R A L

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INTRODUCCIÓN: ATMÓSFERAS CULTURALES DE FIN DE SIGLO

EN NINGÚN OTRO DISCURSO se hace hoy tan necesario el uso de me-táforas1 como en aquel con que intentamos descifrar la experien-cia postmoderna. Voy a utilizar la de atmósfera cultural, trabaja-da por Martín Hopenhayn,2 para hacer un primer acercamientoa la radical experiencia de des-orden que esa experiencia implica.Denominaré a la primera atmósfera tecnofascinación, pues ellase forma en la convergencia de la fascinación tecnológica con elrealismo de lo inevitable. Ella se traduce, de un lado, en una cul-tura del software «que permite conectar la razón instrumental ala pasión personal»,3 y, de otro, en una multiplicidad de parado-jas densas y desconcertantes: desde la convivencia de la opulen-cia comunicacional con el debilitamiento de lo público, la más

1 Ver a ese propósito: C. Geertz: «Géneros confusos. La reconfiguración delpensamiento social» en C. Reynoso (comp.): El surgimiento de la antropologíapostmoderna, Edit. Gedisa, México, 1991, pp. 63-77.

2 «Desencantados y triunfadores camino al siglo XXI: una prospectiva deatmósferas culturales en América del Sur», en Ni apocalípticos ni integrados,Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1994.

3 Ibídem, p. 40.

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grande disponibilidad de información con el palpable deteriorode la educación formal, la continua explosión de imágenes con elempobrecimiento de la experiencia hasta la multiplicación infini-ta de los signos en una sociedad que padece el más grande déficitsimbólico. La convergencia entre sociedad de mercado y racio-nalidad tecnológica «disocia» la sociedad en «sociedades parale-las»: la de los conectados a la infinita oferta de bienes y saberes yla de los excluidos cada vez más abiertamente, tanto de los bienescomo de la información exigida para poder decidir. La culturadel software enlaza así con la de la privatización, que convierte lapolítica en intercambio y negociación de intereses y se autole-gitima en la identificación de la autonomía del sujeto con el ám-bito de la privacidad en el cual resguardarse de la masificación, ycon el del consumo desde el que el sujeto se construye un rostrosocialmente reconocible. Pero en América Latina esta experien-cia tardomoderna se halla atravesada por un especial malestar.La desmitificación de las tradiciones y las costumbres, desde lascuales, hasta hace bien poco, nuestras sociedades elaboraban sus«contextos de confianza»,4 desmorona la ética y desdibuja el há-bitat cultural. Ahí arraigan algunas de nuestra más secretas y enco-nadas violencias. Pues la gente puede con cierta facilidad asimilarlos instrumentos tecnológicos y las imágenes de modernización,pero sólo muy lenta y dolorosamente pueden recomponer su sis-tema de valores, de normas éticas y virtudes cívicas. El cambiode época está en nuestra sensibilidad, pero «a la crisis de mapasideológicos se agrega una erosión de los mapas cognitivos»5 quenos deja sin categorías de interpretación capaces de captar elrumbo de las vertiginosas transformaciones que vivimos.

La segunda atmósfera es la de secularización. Primero fue lasecularización como proceso de conquista de la autonomía delEstado, de las esferas del arte, la ciencia y la moral con relación a

4 J. J. Brunner: Bienvenidos a la modernidad, Edit. Planeta, Santiago, 1994,p. 37.

5 N. Lechner: «América Latina: la visión de los cientistas sociales», en NuevaSociedad, no 139, Caracas, 1995, p. 124.

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unas iglesias convertidas en poder político y social. Proceso aúnincompleto en nuestros países pero que en los últimos años pre-senta avances innegables, como lo atestigua en un país tan cleri-cal como Colombia la abierta secularización que representa lanueva Constitución, en la que Dios pasó de ser «la fuente supre-ma de toda autoridad» a mero «protector» de la Constituciónmisma. En su segunda fase, la secularización señala hoy el esce-nario de la lucha por una nueva autonomía, la del sujeto. Explíci-tamente ubicada por Manuel Antonio Garretón en el campo dela política, esta segunda fase se manifiesta en los nuevos «temas»que configuran la agenda política, como el derecho a la diferen-cia de las mujeres o los homosexuales y el principio de autorrea-lización o felicidad «en que se expresan las luchas contra lasdiversas formas de alienación que en las sociedades contempo-ráneas no proceden solamente de la explotación»,6 luchas queredefinen el sentido y alcance de la acción política ya que son a lavez, inextricablemente, individuales y colectivas. El principio deautorrealización aparece consagrado en la nueva Constitucióncolombiana como derecho fundamental de la persona y ha sidoaplicado valientemente por la Corte Constitucional al uso perso-nal de la droga. Y está también inscrito en la importancia que elcuerpo ha cobrado en este fin de siglo como escenario de experi-mentación vital y objeto de atención y cuidado cada vez más gran-des. Es indudable que en este último aspecto la autorrealizaciónse inserta también en las tendencias individualistas y hedonistasde la sociedad de mercado. Pero las estratagemas del mercadoenchufan en un movimiento que viene de más lejos y que es mu-cho más hondo, a saber, el de la autonomía del sujeto que la so-ciedad actual amenaza más hondamente que ninguna anterior yque tiene su otra cara en la crucial y contradictoria defensa de laprivacidad. Sabemos que la privatización del mundo de la vidaconecta con la privatización del mundo económico y la erosióndel tejido societal legitimadas por la racionalidad que despliega

6 M. A. Garretón: «Cultura política y sociedad en la reconstrucción demo-crática», en La faz sumergida del iceberg, LOM/CESOC, Santiago, 1994, p. 22.

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la política neoliberal —crecimiento de la desigualdad, concen-tración del ingreso, reducción del gasto social, deterioro de laescena pública— que está llevando la atomización social hasta eldeterioro de los mecanismos básicos de la cohesión política ycultural, así como desgastando sus representaciones simbólicashasta el punto en que la legítima defensa de las identidades des-emboca en la devaluación de un horizonte mínimo común. Perola defensa de la privacidad conecta paradójicamente también conla desprivatización a que se ve sometida la vida de la familia y laintimidad de los individuos especialmente por la intromisión delos medios masivos, convirtiendo el derecho a la privacidad enuno de los más importantes a la hora de regular colectivamentelos nuevos procesos y tecnologías de información sobre los quese basa la expansión y globalización del mercado. Necesitamosrepensar lo privado no sólo con relación al repliegue desocializadorsobre lo hogareño y lo doméstico —con el consiguiente declivedel hombre público y el crecimiento de un narcisismo que fetichizael yo— sino también en lo que tiene de resistencia a la viscosidadcon que el poder político y el del mercado atentan contra la auto-nomía del individuo. Del rechazo a lo colectivo, y específicamen-te a dejarse representar, emergen hoy tanto la desafección ideo-lógica hacia las instituciones de la política como la búsqueda de unquiebre de la uniformación que produce la estandarización/seriali-zación de la vida, así como la ruptura con el discurso que denunciala desigualdad por su incapacidad para representar la diferencia.

Finalmente, una tercera atmósfera: el des-encantamiento quehoy atomiza el lazo social. Nos referimos en primer lugar a ladevaluación de la memoria que produce la programada obsoles-cencia de los objetos configurando una sociedad en la que, de lacasa a la calle, el mundo cotidiano se convierte aceleradamenteen no-lugar,7 espacio sin espesor histórico, sin duración, descar-gado simbólicamente de toda relación con las comunidades delpasado y sin casi conversación entre generaciones. Contribuyen

7 M. Augé: Los «no-lugares». Espacios de anonimato. (Una antropología de lasobremodernidad), Edit. Gedisa, Barcelona, 1992.

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a esa devaluación tanto la desmaterialización ejercida por losmedios audiovisuales y las redes electrónicas al profundizar eldesanclaje8 espacial producido por la modernidad sobre las pecu-liaridades locales (mapas mentales, hábitos, tradiciones) como elculto al presente9 que fabrican el mercado y los medios. Pero vivi-mos otra perturbación desencantante que Giuseppe Richeri hareferido lúcidamente como la disgregación del tejido de tradicio-nes e interacciones que daban consistencia al sindicato y al parti-do político de masas.10 Mientras los sindicatos experimentan sudesarraigo del mundo del trabajo porque las fábricas se descen-tralizan, las profesiones se diversifican y se hibridan, los lugaresy las ocasiones de interacción se reducen, al mismo tiempo que latrama de intereses y objetivos políticos se desagrega, los partidosexperimentan la pérdida de los lugares de intercambio con la so-ciedad, el desdibujamiento de las maneras de enlace, de comuni-cación con la sociedad conduciéndolos a un progresivo alejamientodel mundo de la vida hasta convertirse en puras maquinarias elec-torales cooptadas por las burocracias de poder.

La secularización se carga de desencanto y se traduce tam-bién —sobre todo en países en los que las ideologías políticas, dederecha y de izquierda, fueron vividas como creencias religio-sas— en un generalizado descrédito del discurso y una crecientedesafección por la política.

8 A. Giddens: «Desanclaje», en Consecuencias de la modernidad, Edit. Alianza,Madrid, 1993, pp. 32 ss.

9 Ver a ese propósito O. Monguin: «¿Una memoria sin historia?», en Puntode vista, no 49, Buenos Aires, 1994, pp. 22 ss.

10 G. Richeri: «Crisis de la sociedad, crisis de la televisión» en Contratexto, no 4,Lima, 1989.

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1. INTELECTUALES Y DES-ORDEN CULTURAL

La línea de cultura se ha quebrado definitivamen-te y también lo ha hecho con ella el orden tempo-ral sucesivo. La simultaneidad y la mezcolanza hanganado la partida: las manifestaciones cultas, po-pulares y las de masas se intercambian, dialogan, ylo hacen bajo la forma de un cruce que acaba portornarlas inestricables. El anonimato no significaque la autoría sea comunitaria, sino que la fuentese ha desperdigado, y a la postre extraviado.

V. SÁNCHEZ BIOSCA: Una cultura de la fragmentación

Nestor García Canclini ha sido uno de los primeros en explorarlos modos de relación de los intelectuales latinoamericanos conla tardomodernidad desde su relación con la televisión, y ellomediante un análisis de los diferentes modos de mirarla JorgeLuis Borges y Octavio Paz.11 Podríamos hacer una comparaciónigualmente ilustrativa a este respecto entre dos países como Co-lombia y Brasil.

El desinterés, y en el «mejor» de los casos el desprecio, delos intelectuales y los científicos sociales por la televisión en Co-lombia tiene todas las características del rencor del que hablaraNietzsche: frente a la identificación de los sectores popularescon la escena televisiva, ya sea al ver allí condensadas sus frustra-ciones nacionales por la tragedia de su equipo en el último mun-dial de fútbol, o su orgulloso reconocimiento en las figuras queen la telenovela Café con aroma de mujer dramatizaron las lu-chas de la gente de la región y la industria cafetera, la culta mino-ría vuelca en la televisión su impotencia y su necesidad de exorci-zar la pesadilla cotidiana convirtiéndola en chivo expiatorio alcual cargarle las cuentas de la violencia, del vacío moral y la de-gradación cultural. La televisión sería además la principal culpa-ble de que en el país no haya cine ni se apoye al teatro, culpablede que los empresarios no inviertan sino en ella, y de que los

11 N. García Canclini: «De Paz a Borges: comportamientos ante el televisor»,en Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Edit. Grijalbo,México, 1990, pp. 96 ss.

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espectadores hayan perdido el gusto por el verdadero arte. Esaactitud ha hecho imposible en Colombia la existencia de una co-rriente intelectual que, como en Brasil o Chile por ejemplo, mirela televisión desde un discurso menos maniqueo, y capaz de su-perar una crítica intelectualmente rentable justamente porque loúnico que propone es no mirar televisión. Y jactarse de ello comoprueba de resistencia a la decadencia de Occidente. ¡Hasta losmaestros de escuela niegan que les gusta y que ven televisión,creyendo así defender ante los alumnos su hoy menguada autori-dad intelectual!

Resulta bien significativo que en Brasil, donde la televisiónes mediada aun más fuertemente que en Colombia por las condi-ciones del negocio, pues constituye una gigantesca industria deexportación, ese medio se haya convertido sin embargo en unespacio de cruces estratégicos con su tradición cultural, teatral,novelesca, cinematográfica, e incluso con el pensamiento y el tra-bajo de no pocos intelectuales y artistas de izquierda. Algunos delos cientistas sociales y filósofos de más peso, como Sergio Mice-li, Renato Ortiz, Muñiz Sodré, Decio Pignatari, son autores deinvestigaciones y ensayos decisivos sobre las relaciones de la te-levisión con su país. Y algunos de los más exitosos libretistas ydirectores son novelistas o dramaturgos pertenecientes al parti-do comunista y al PT, como Días Gómez, Comparato o Aguinal-do Silva. Lo cual ha posibilitado hacer de la telenovela brasileñaun espacio estratégico de expresión de los mestizajes y contra-dicciones que en ese país ha producido su modernidad.

Una pista de compresión de ese contraste la ofrece DanielPecaut al trazar las diferencias de Colombia con el «imaginariomodernizador» de Brasil: ese que pasando por el mito evolu-cionista y que por la nueva presencia del Estado introduce el po-pulismo de Getulio Vargas, «crea las condiciones para el recono-cimiento de la importancia del lenguaje político y del rol socialde los intelectuales». A la inversa, en Colombia la precariedaddel Estado y los obstáculos —poder exagerado de la Iglesia, au-sencia de emigración portadora del pensamiento positivista—contribuyeron a «privar de legitimidad al discurso de los intelec-tuales y a impedir la conformación de un entorno cultural

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favorable al desarrollo de la racionalidad científica».12 De esemodo los intelectuales en Colombia, como en la mayor parte deAmérica Latina, han pasado de esa larga ausencia de legitimidadsocial a la profunda erosión que en su autoridad produce hoy ladesorganización del orden cultural introducida por la hegemoníadel campo audiovisual que cataliza la televisión.

Sé que el curso que lleva mi reflexión la coloca por fuera dellugar legitimado por las disciplinas y las «cofradías discursivas»,tornando mi posición altamente vulnerable a los malentendidos.¿Será que aún me reconozco en la tarea del intelectual constitui-da por «la crítica de lo existente, el espíritu libre y anticonfor-mista, la ausencia de temor ante los poderosos, el sentido de soli-daridad con las víctimas»?13 Ahí me reconozco, ciertamente; perono como en una trinchera que me resguarda de las incertidum-bres de la gente del común. Sino en el esfuerzo por construir unacrítica que «explique el mundo social en orden a transformarlo, yno a obtener satisfacción o sacar provecho del acto de su nega-ción informada».14 Lo que trasladado a nuestro terreno significauna crítica capaz de distinguir la necesaria, la indispensable de-nuncia de la complicidad de la televisión con las manipulacionesdel poder y los más sórdidos intereses mercantiles —que secues-tran las posibilidades democratizadoras de la información y lasposibilidades de creatividad y de enriquecimiento cultural, refor-zando prejuicios racistas y machistas y contagiándonos de la bana-lidad y mediocridad de la inmensa mayoría de la programación—del lugar estratégico que la televisión ocupa en las dinámicas dela cultura cotidiana de las mayorías, en la transformación de lassensibilidades, en los modos de construir imaginarios e identida-des. Que es distinta a una crítica que, al identificar la televisióncon la «quintaesencia de la incultura»,15 deja al descubierto el

12 D. Pecaut: «Modernidad, modernización y cultura», en Gaceta de Colcul-tura, Bogotá, 1990.

13 B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videoculturaen Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994, p. 180.

14 J. J. Brunner: Conocimiento, sociedad y política, FLACSO, Santiago, 1993, p. 15.15 H. A. Faciolince: «La telenovela o el bienestar en la incultura», en Núme-

ro, no 9, Bogotá, 1996.

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pertinaz y soterrado talante elitista que prologa esa mirada. Con-fundiendo iletrado con inculto, las élites ilustradas desde el sigloXVIII, al mismo tiempo que afirmaban al pueblo en la política lonegaban en la cultura, haciendo de la incultura el rasgo intrínsecoque configuraba la identidad de los sectores populares, insulto conque tapaban su interesada incapacidad de aceptar que en esos sec-tores pudiera haber experiencias y matrices de otras culturas.

Lo que hace sintomáticamente reveladoras del actual ma-lestar cultural a las conflictivas relaciones de los intelectualescon la televisión son razones y motivaciones de «orden general».Pues el des-orden en la cultura que introduce la experiencia au-diovisual, atenta hondamente contra la autoridad social del inte-lectual. Primero fue el cine. Al conectar con el nuevo sensoriumde las masas, con la «experiencia de la multitud» que vive el pa-seante en las avenidas de la gran ciudad, el cine vino a acercar elhombre a las cosas, pues

[...] quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura es lasignatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en elmundo ha crecido tanto que, incluso por medio de la repro-ducción, le gana terreno a lo irrepetible.16

Y al triturar el aura, especialmente del arte, que era el eje de lo quelos intelectuales han tendido a considerar cultura, el mundo delos nuevos clérigos sufría una herida profunda: el cine hacía visi-ble la modernidad de unas experiencias culturales que no se re-gían por sus cánones ni eran gozables desde su gusto. Pero do-mesticada esa fuerza subversiva del cine por la industria deHollywood, que expande su gramática narrativa y mercantil almundo entero, Europa reintroducirá en los años sesenta una nue-va legitimidad cultural, la del «cine de autor», con la que recuperael cine para el arte y lo distancia definitivamente del medio quepor esos mismos años hacía su entrada en la escena mundial, latelevisión.

La televisión, el medio que más radicalmente va a desorde-nar la idea y los límites del campo de la cultura: sus tajantes sepa-

16 W. Benjamin: Discursos interrumpidos, Edit. Taurus, Madrid, 1982, p. 25.

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raciones entre realidad y ficción, entre vanguardia y kistch, entreespacio de ocio y de trabajo.

Ha cambiado nuestra relación con los productos masivos ylos del arte elevado. Las diferencias se han reducido o anula-do, y con las diferencias se han deformado las relaciones tem-porales y las líneas de filiación. Cuando se registran estoscambios de horizonte nadie dice que las cosas vayan mejor, opeor: simplemente han cambiado, y también los juicios devalor deberán atenerse a parámetros distintos. Debemos co-menzar por el principio a interrogarnos sobre lo que ocurre.17

Más que buscar su nicho en la idea ilustrada de cultura, laexperiencia audiovisual la replantea desde la raíz, es decir, desdelos nuevos modos de relación con la realidad, desde las transfor-maciones de nuestra percepción del espacio y del tiempo. Delespacio, profundizando el desanclaje que produce la modernidadcon relación al lugar, desterritorialización de los modos de pre-sencia y relación, de las formas de percibir lo próximo y lo lejanoque hacen más cercano lo vivido «a distancia» que lo que cruzanuestro espacio físico cotidianamente. Telépolis es al mismo tiem-po una metáfora y la experiencia del habitante de una nueva ciu-dad-mundo «cuyas delimitaciones ya no están basadas en la dis-tinción entre interior, frontera y exterior, ni por lo tanto en lasparcelas del territorio».18 Paradójicamente esa nueva espaciali-dad no emerge del recorrido viajero que me saca de mi pequeñomundo sino de su revés, de la experiencia doméstica convertidapor la televisión y el computador en ese territorio virtual al que,como expresivamente dijo Virilio, «todo llega sin que haya quepartir».

Históricamente ligados al territorio del espacio-nación y asus dinámicas, en lo que Gramsci definiera como «lo nacionalpopular»,19 los intelectuales se realizan justamente en hacer la

17 U. Eco: «La multiplicación de los medios», en Cultura y nuevas tecnologías,Novatex, Madrid, 1986, p. 124.

18 J. Echeverría: Telépolis, Edit. Destino, Barcelona, 1994, p. 9.19 A. Gramsci: «Los intelectuales y la organización de la cultura», en Cultura

y literatura, Edit. Península, Barcelona, 1977.

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ligazón entre memoria nacional y acción política, ligazón de laque derivaban su función pedagógica, profética, interpretativa.

Escribieron para el Pueblo o para la Nación. Escribieron sólopara sus iguales, despreciando a todos los públicos [...]. Sesintieron libres frente a todos los poderes; cortejaron todoslos poderes. Se entusiasmaron con las grandes revoluciones ytambién fueron sus primeras víctimas. Son los intelectuales:una categoría cuya existencia misma hoy es un problema.20

Al entrar en crisis el espacio de lo nacional, por la globalizacióneconómica y tecnológica que redefine la capacidad de decisiónpolítica de los estados nacionales, y en la que se inserta la deste-rritorialización cultural que moviliza la industria audiovisual, losintelectuales encuentran serias dificultades para reubicar su fun-ción. Pues desanclada del espacio nacional, la cultura pierde sulazo orgánico con el territorio, y con la lengua, que es del tejidopropio del trabajo del intelectual. Anderson nos ha descubiertocómo las dos formas de imaginación que florecen en el siglo XVIII,la novela y el periódico, fueron las que «proveyeron los mediostécnicos necesarios para la “representación” de la clase de co-munidad imaginada que es la nación».21

Pero esa representación, y sus medios, atraviesan una seriacrisis. En una obra capital, que penetra dimensiones poco pensa-das en el discurso postmoderno, Nora desentraña el sentido deldesvanecimiento del sentimiento histórico en este fin de siglo, ala vez que constata el crecimiento de la pasión por la memoria:

La nación de Renan ha muerto y no volverá. No volverá por-que el relevo del mito nacional por la memoria supone unamutación profunda: un pasado que ha perdido la coherenciaorganizativa de una historia se convierte por completo en unespacio patrimonial.22

20 B. Sarlo: ob. cit., p. 179.21 B. Anderson: Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Económica,

México, 1993, p. 47.22 P. Nora: Lers lieux de memoire, Edit. Gallimard, vol. III, París, 1992,

p. 1.009.

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Es decir, en un espacio más museográfico que histórico. Y unamemoria nacional edificada sobre la reivindicación patrimonialestalla, se divide, se multiplica. Es la otra cara de la crisis de lonacional, complementaria del nuevo entramado que constituyelo global: cada región, cada localidad, cada grupo reclama el de-recho a su memoria. «Poniendo en escena una representación frag-mentada de la unidad territorial de lo nacional, los lugares dememoria celebran paradójicamente el fin de la novela nacional».23

Ahora el cine, que fue durante la primera mitad del siglo XX elheredero de la vocación nacional de la novela, —«el público noiba al cine a soñar, sino a aprender, sobre todo a ser mexica-nos»24 afirma Carlos Monsivais— lo ven las mayorías en el tele-visor de su casa, al tiempo que la televisión misma se convierteen un reclamo fundamental de las comunidades regionales y lo-cales en su lucha por el derecho a la construcción de su propiaimagen, que se confunde así con el derecho a su memoria, de quehablara Nora.

La percepción del tiempo en que se inserta/instaura el senso-rium audiovisual está marcada por las experiencias de la simulta-neidad de la instantánea y del flujo. La perturbación del sentimien-to histórico se hace todavía más evidente en una contemporaneidadque confunde los tiempos y los aplasta sobre la simultaneidad delo actual, sobre el «culto al presente» que alimentan en su conjun-to los medios de comunicación, y en especial la televisión. Puesuna tarea clave de los medios es fabricar presente:

[...] un presente concebido bajo la forma de «golpes» sucesi-vos sin relación histórica entre ellos. Un presente autista, quecree poder bastarse a sí mismo.25

La contemporaneidad que producen los medios remite, por unlado, al debilitamiento del pasado, a su reencuentro descontex-

23 O. Monguin: ob. cit., p. 2624 C. Monsivais: «Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX», en Historia

general de México, vol. IV, Colegio de México, 1976.25 O. Monguin: ob. cit., p. 25.

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tualizado, deshistorizado, reducido a cita,26 que permite insertaren los discursos de hoy, arquitectónicos, plásticos o literarios,elementos y rasgos de estilos y formas del pasado en un pasticheque es sólo

[...] imitación de una mueca, un discurso que habla una len-gua muerta [...] la rapiña aleatoria de todos los estilos delpasado en la progresiva primacía de lo neo, en la coloniza-ción del presente por las modas de la nostalgia.27

Y del otro, remite a la ausencia de futuro que, de espaldas a lasutopías, nos instala en un presente continuo, en

[...] una secuencia de acontecimientos que no alcanza a crista-lizar en duración, y sin la cual ninguna experiencia logra crear-se, más allá de la retórica del momento, un horizonte de futu-ro. Hay proyecciones pero no proyectos. El futuro se restringea un «más allá»: el mesianismo es la otra cara del ensimisma-miento.28

Los medios audiovisuales (cine a lo Hollywood, televisión, vi-deo) son a la vez el discurso por antonomasia del bricolage de lostiempos —que nos familiariza sin esfuerzo, arrancándolo a lascomplejidades y ambigüedades de su época, con cualquier acon-tecimiento del pasado— y el discurso que mejor expresa la com-presión del presente, al transformar el tiempo extensivo de la his-toria en el intensivo de la instantánea. Intensidad de un tiempoque alcanza su plenitud en la simultaneidad que instaura, entre elacontecimiento y su imagen, la toma directa. Pero esa nueva tem-poralidad tiene su costo. Y así de «costoso», como ningún otro, eltiempo del videoclip publicitario o musical hace de la disconti-nuidad la clave de su sintaxis y de su productividad. Los spotpublicitarios fragmentan la estructura narrativa de los relatos

26 U. Eco: «Apostilla a El nombre de la rosa», en Análisis, no 9, Barcelona,1984, pp. 27 ss.

27 F. Jameson: El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanza-do, Edit. Paidós, Barcelona, 1992, p. 45.

28 N. Lechner: «La democracia en el contexto de una cultura postmoderna»,en Cultura política y democratización, FLACSO, Buenos Aires, 1987, p. 260.

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informativos o dramáticos, y la publicidad a su vez se teje conmicrorrelatos visualmente fragmentados al infinito. Pero lo queanima el ritmo y compone la escena es el flujo: ese continuum deimágenes que indiferencia los programas y constituye la formade la pantalla encendida. Aunque nos suene escandaloso el pa-rangón, fue en la literatura de vanguardia —Joyce y Proust—donde por primera vez el flujo del monólogo interior aparecióarticulando los fragmentos de memoria, los pedazos de hechos,los discursos, dando cuerpo a la fugacidad del tiempo. En el otroextremo del campo cultural, la radio vino a ritmar la jornadadoméstica dando forma por primera vez, con su flujo sonoro, alcontinuum de la rutina cotidiana. De una punta a la otra del es-pectro cultural, el flujo implica disolvencia de géneros y exalta-ción expresiva de lo efímero. Hoy los flujos televisivo e informá-tico29 ponen la metáfora más real del fin de los grandes relatos,por la equivalencia de todos los discursos —información, drama,publicidad, ciencia, pornografía, datos financieros— la interpe-netrabilidad de todos los géneros y la transformación de lo efí-mero en clave de producción y en propuesta de goce estético.Una propuesta basada en la exaltación de lo móvil y difuso de lacarencia de clausura y la indeterminación temporal.

2. OBJETOS NÓMADAS Y FRONTERAS BORROSAS

DEL SABER SOBRE LO SOCIAL

En la nueva percepción del espacio y del tiempo se despliega unmapa de síntomas y desafíos para las ciencias sociales, un mapade objetos nuevos para la reflexión. Pienso que en el rechazo delas ciencias sociales a hacerse cargo de la cultura audiovisual hayalgo más que el déficit de legitimidad académica que padece como«objeto». Pareciera más bien que sociólogos y antropólogos per-cibieran oscuramente el estallido de las fronteras que aquéllaentraña, incluidas las de sus campos de estudio, por la configura-

29 Sobre el concepto de flujo en televisión: G. Barlozatti: Il palinsesto: textoaparati e géneri della televisione, Franco Angelli, Milán, 1986.

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ción de objetos móviles, nómadas, de contornos difusos, impo-sibles de encerrar en las mallas de un saber positivo y rígida-mente parcelado. Que es de lo que habla Clifford Geertz cuan-do afirma que

[...] lo que estamos viendo no es simplemente otro trazadodel mapa cultural —el movimiento de unas pocas fronteras endisputa, el dibujo de algunos pintorescos lagos de montaña—sino una alteración de los principios mismos del mapeado.No se trata de que no tengamos más convenciones de inter-pretación, tenemos más que nunca pero construidas para aco-modar una situación que al mismo tiempo es fluida, plural,descentrada. Las cuestiones no son ni tan estables ni tan con-sensuales y no parece que vayan a serlo pronto. El problemamás interesante no es cómo arreglar este enredo sino qué sig-nifica todo este fermento.30

Hacia allá apunta el desafío: hay en las transformaciones de sen-sibilidad que emergen de la experiencia audiovisual un fermentode cambios en el saber mismo, el reconocimiento de que por allípasan cuestiones que atraviesan por entero el desordenamientode la vida urbana, el desajuste entre comportamientos y creen-cias, la confusión entre realidad y simulacro. Gianni Vattimo hatenido el coraje de afirmar que «la relación que se da entre lasciencias humanas y la sociedad de la comunicación es mucho másestrecha y orgánica de lo que generalmente se cree».31 Si esasciencias han configurado su ideal cognoscitivo en el permanentemodificarse de la vida colectiva e individual, es ese modo del exis-tir social el que se plasma en las modernas formas de comunica-ción. Sociología, psicología, antropología han ido construyendosus objetos y sus métodos al hilo de una modernidad que hace dela sociedad civil un ámbito diferenciado del Estado, un ámbito deintersubjetividades y de diversidad cultural que en su conjuntoconfigura una esfera de instituciones políticas y formas simbóli-cas cada día más estrechamente vinculadas con los procesos ytecnologías de la información y la comunicación. De otro lado ya

30 C. Geerzt: ob. cit., p. 76.31 G. Vattimo: La sociedad transparente, Edit. Paidós, Barcelona, 1990, p. 88.

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Heidegger, al hablar de la técnica, la liga a un mundo que se cons-tituye en imágenes más que en sistemas de valores, a la moderni-dad como «época de las imágenes del mundo»,32 que convergecon el mundo convertido en fábula del que hablaba Nietzsche.Pues lo que en esta tardomodernidad llamamos mundo33 es muchomenos aquella «realidad» del pensamiento empiricista —enfrenta-da al «sujeto autocentrado» en su conciencia, del racionalismo—que el tejido de discursos e imágenes que producen entrecruza-damente las ciencias y los medios: «el sentido en que se mueve latecnología no es tanto el dominio de la naturaleza por las máqui-nas cuanto el específico desarrollo de la información y la comu-nicación del mundo como imagen».34 Desde una perspectiva muydistinta, Habermas va a encontrar en la «razón comunicativa» elnuevo eje de la reflexión social,35 el que viene a llenar el vacíoepistemológico producido por la crisis de los paradigmas de laproducción y de la representación. La comunicación se convier-te así en foco de renovación de los modelos del análisis de laacción social y en clave de reformulación de la teoría crítica.

El desafío que la cultura audiovisual le hace a las cienciassociales descubre su verdadera envergadura cuando la crisis delegitimidad de las instituciones del Estado y de constitución de laciudadanía —de identidad de los partidos, de desarticulación delas demandas sociales y los procesos políticos formales, de losmodos de participación de los ciudadanos y del discurso mismode la política— se entrelaza con la crisis de autoridad del discur-so científico sobre lo social, tematizada por Foucault, Geertz oDe Certeau —develamiento de las estructuras de poder implica-das, historicidad de los saberes, crítica del objetivismo y de lasconcepciones acumulativas del conocimiento—, evidenciando lacrisis de representación que afecta al investigador social y al inte-lectual: ¿desde dónde y a nombre de quién hablan hoy esas vo-

32 M. Heidegger: «La pregunta por la técnica», en Revista de la Universidadde Antioquia, no 205, Medellín, 1986.

33 A. Gargani: «La fricción del pensamiento», en La secularización de lafilosofía, Edit. Gedisa, Barcelona, 1992, pp. 9 ss.

34 G. Vattimo: ob. cit., p. 95.35 J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, Edit. Cátedra, Madrid, 1989.

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ces, cuándo el sujeto social unificado en las figuras/categorías depueblo y de nación estalla, desnudando el carácter problemáticode lo colectivo? Se torna entonces indispensable un movimientode reflexividad36 que permita hacer visibles las mediaciones queaquel saber mantiene con el sujeto social. Mediaciones que pasanespecialmente por las reconfiguraciones de lo público. La «esferapública», cuya historia rastrea Habermas37 se hallaba indisolu-blemente ligada al espacio de lo nacional, y es ese vínculo el queestá siendo rebasado por arriba y por abajo: por la emergenciade una macroesfera de opinión pública internacional a la zaga delflujo económico,38 y por las microesferas constituidas por movi-mientos sociales, que en algunos casos resisten a ese flujo, y enotro son expresión del estallido fragmentador de las identidadeslocales tradicionales.39 Lo que caracteriza hoy al espacio públicono es sólo el estrechamiento de lo político, acarreado por la «in-vasión» y la hegemonía económica de lo privado, sino la fragili-dad que introduce la fragmentación de los horizontes culturalesy de los lenguajes en que se expresan sus conflictos y demandas.En el cruce de esos dos movimientos se produce

[...] la desaparición del nexo simbólico, la falta de un disposi-tivo capaz de constituir alteridad e identidad relativa; en ellenguaje institucional se hablará en un caso de fracaso de laintegración, y en el otro de derrumbe del Estado.40

El resultado es la acentuación del carácter abstracto y des-encarnado de la relación social, abstracción alimentada y potencia-

36 Sobre el concepto de reflexividad: P. Bourdieu: Les regles de l’art, Seuil,París, 1992, pp. 290 ss.; A. Giddens: «La índole reflexiva de la modernidad»,en ob. cit., pp. 44 ss.

37 J. Habermas: Historia y crítica de la opinión pública, G. Gili, Barcelona,1982.

38 J. Keane: «Structural Transformation of the Public Sphere», en TheCommunication Review, no 1, San Diego, California, 1995.

39 F. Cruces: Perplejidades comunes al agente político y al investigador social,mimeo, México, 1995.

40 M. Augé: Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Edit.Gedisa, Barcelona, 1995, p. 88.

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da por la acción de los medios masivos. Frente al «viejo» militan-te, que se definía por sus convicciones, el telespectador es unaabstracción, un porcentaje de una estadística. Y es a esa abstrac-ción a la que se dirige un discurso político que lo que busca ya noson adhesiones vibrantes sino puntos en la estadística de posiblesvotantes. En la medida en que la muchedumbre imprevisible, queantes se reunía en la plaza y conformaba una «colectividad depertenencia», es sustituida por la individualización de los televi-dentes en la des-agragada experiencia de la casa, la atomizacióny uniformización de los públicos trastornan no sólo el sentido deldiscurso político sino el sentido social: «el conjunto de las rela-ciones simbolizadas (admitidas y reconocidas) entre los hom-bres».41 Sintomáticamente las adhesiones y las vibraciones se des-plazan ahora hacia dos espacios precisos de manifestación: las sectasy la televerdad, es decir los fundamentalismos religiosos, nacio-nalistas, xenófobos y la morbosa exhibición de la singularidadindividual y de la intimidad que los reality show espectacularizanhaciéndonos visibles las interrogaciones y recomposiciones sim-bólicas que atraviesa el colectivo cotidiano.

Lo que las ciencias sociales no pueden ignorar hoy es quelas nuevos modos de simbolización y ritualización del lazo socialse hallan cada día más entrelazados en las redes comunicacionalesy en los flujos informacionales. El estallido de las fronteras espa-ciales y temporales que ellos introducen en el campo culturaldes-localizan los saberes y deslegitiman sus modernas fronterasentre razón e imaginación, entre saber e información, naturalezay artificio, ciencia y arte, saber experto y experiencia profana.Lo que modifica tanto el estatuto epistemológico como institu-cional de las condiciones de saber y de las figuras de razón —esasque constituyen para Lyotard el fondo de la marejada que llamapostmodernidad, lo que ella tiene de verdadero cambio de épo-ca— y las conecta con las nuevas formas de sentir y las nuevasfiguras de la socialidad.42 Desplazamientos y conexiones que

41 Ibídem, p. 109.42 Sobre esa conexión es significativo que el subtítulo del libro-eje del debate

que introduce J. F. Lyotard: La condición postmoderna, sea Informe sobre el saber,Edit. Cátedra, Madrid, 1984; ver asimismo, M. Maffesoli: El tiempo de las tribus.El declive del individualismo en la sociedad de masas, Icaria, Barcelona, 1990.

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empezaron a hacerse institucionalmente visibles en los movimien-tos del 68 desde París a Berkley pasando por Ciudad de México.Entre lo que dicen los graffitis —«hay que explorar sistemática-mente el azar», «la ortografía es una mandarina», «la poesía estáen la calle», «la inteligencia camina más pero el corazón va máslejos»—43 y lo que cantan los Beatles —necesidad de liberar lossentidos, de explorar el sentir, de hacer estallar el sentido—, en-tre la revuelta de los estudiantes y la confusión de los profesores,y en la revoltura que esos años producen entre libros, sonidos eimágenes, emerge un des-centramiento cultural que cuestiona ra-dicalmente el carácter monolíticamente transmisible del conoci-miento, que revaloriza las prácticas y las experiencias, que alum-bra un saber mosaico hecho de objetos móviles, fronteras difusas,de intertextualidades y bricolages. Pues si ya no se escribe ni selee como antes es porque tampoco se puede ver ni representarcomo antes. Y ello no es reducible al hecho tecnológico —ni tan«ilustradamente» satanizable— pues «es toda la axiología de loslugares y las funciones de las prácticas culturales de memoria, desaber, de imaginario y creación la que hoy conoce una seria rees-tructuración», la que produce una visualidad electrónica que haentrado a formar parte constitutiva de la visibilidad cultural, esaque es a la vez entorno tecnológico y nuevo imaginario «capaz dehablar culturalmente, y no sólo de manipular tecnológicamente,de abrir nuevos espacios y tiempos para una nueva era de lo sen-sible».44

Una era en la que los científicos duros, por su parte, empie-zan a hablar de pensamiento visual: en el cruce de los dos dispo-sitivos —economía discursiva y operatividad lógica— señaladospor Foucault para indicar el nacimiento de las nuevas ciencias,biología, economía, lingüística,45 se sitúa la nueva discursividadconstitutiva de la visibilidad y la identidad lógico-numérica de laimagen. Pues estamos ante la emergencia de «otra figura de la

43 J. Cortázar recoge esos graffitis en «Noticias del mes de mayo», Casa de lasAméricas. Diez Años, La Habana, 1970, pp. 246 ss.

44 A. Renaud: Fin de siglo, Edit. Cátedra, Madrid, 1990, p. 17.45 M. Foucault: Les mots et les choses, Edit. Gallimard, París, 1966, pp. 262 ss.

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razón»46 que resitúa la imagen en una nueva configuración socio-técnica —el computador no es un instrumento con el que se pro-ducen objetos sino un nuevo tipo de tecnicidad que posibilitaprocesar informaciones, cuya materia prima son abstracciones ysímbolos, inaugurando una aleación de cerebro e informaciónque sustituye a la del cuerpo con la máquina— y que rehace lasrelaciones entre el orden de lo discursivo (la lógica) y de lo visi-ble (la forma); esto es, de la inteligibilidad y la sensibilidad. Viri-lio denomina «logística visual»47 a la remoción que las imágenesinformáticas hacen de los límites tradicionalmente asignados a ladiscursividad y la visibilidad, lo que dota a la imagen de legibili-dad, haciéndola pasar del estatuto de obstáculo epistémico al demediación discursiva de la fluidez (flujo) de la información y delpoder virtual de lo mental. Por su parte, desde las ciencias socia-les se rescata la imagen como lugar de una estratégica batallacultural: ¿cómo pueden entenderse la conquista, la colonizacióny la independencia del Nuevo Mundo por fuera de la guerra deimágenes que todos esos procesos movilizaron? se pregunta Ser-ge Gruzinski.48 ¿Cómo pueden comprenderse las estrategias deldominador o las tácticas de resistencia de los pueblos indígenasdesde Cortés hasta la guerrilla zapatista sin hacer la historia quenos lleva de la imagen didáctica franciscana, al barroco de la imagenmilagrosa, y de ambas al manierismo heroico de la imaginería liber-tadora, al didactismo barroco del muralismo y a la imaginería elec-trónica de la telenovela? ¿Cómo penetrar en las oscilaciones y al-quimias de las identidades sin auscultar la mezcla de imágenes eimaginarios desde los que los pueblos vencidos plasmaron susmemorias, reinventaron sus tradiciones y se dieron una historiapropia?

46 A. Renaud: «L’image: de l’economie informationelle a la pensée visuelle»,en Reseaux, no 74, París, 1995, pp. 14 ss.; para una aproximación a esa pers-pectiva: G. Chartron (dir.): Pour une nouvelle economie du savoir, Presses Univer-sitaires de Rennes, 1994.

47 P. Virilio: La máquina de visión, Edit. Cátedra, Madrid, 1989, p. 81.48 S. Gruzinski: La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner,

Fondo de Cultura Económica, México, 1994.

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Recorriendo la historia mexicana, Gruzinski responde a esaspreguntas, señalando momentos y dispositivos que desbordan laspeculiaridades mexicanas e iluminan los escenarios latinoameri-canos en que se libra la batalla cultural. Como el que se sitúaentre la desconfianza y el ascetismo de los franciscanos, cuyodidactismo trata de conjurar el uso mágico y fetichista que elpueblo tendía a hacer de las imágenes, y la explotación que losjesuitas hacen de las potencias visionarias y las capacidades tau-matúrgicas de la imagen... milagrosa: esa en la que se produce elejemplo más denso y espléndido de la guerra de ciframientos yresignificaciones de que está hecha la historia profunda de estospaíses. Abiertos a la novedad del mundo americano, los jesuitasno le temen a la hibridación cultural —que aterraba a los francis-canos— y no sólo permiten sino que alientan las experienciasvisionarias, las conexiones de la imagen con el sueño y el mila-gro, la irrupción de lo sobrenatural en lo surreal humano. Perolos indígenas, por su parte, aprovechan la experiencia de simula-ción que contenía la imagen barroca para insertarla en un relatootro, hecho de combinaciones y usos que desvían y pervierten,desde dentro, la lectura que imponía el relato de la Iglesia. Elsincretismo de simulación/subversión cultural que contiene laimagen milagrosa de la Virgen guadalupana ha sido espléndida-mente descifrado por Paz y Bartra. Pero la guerra de imágenesque pasa por ese icono no queda sólo entre la aparecida del Tepe-yac, la diosa de Tonantzin y la Malinche, sino que continúa pro-duciéndose hoy en las hibridaciones iconográficas de un mito quereabsorbe el lenguaje de las historietas impresas y televisivas fun-diendo a la Guadalupana con el hada madrina de Walt Disney, laHeidi japonesa, con el mito de la Mujer Maravilla,49 y hasta conel de Marilyn Monroe cuyo rostro aparece en el cuadro que de laVirgen de Guadalupe expuso el pintor Rolando de la Rosa en elMuseo de Arte Moderno de México (1987). Blasfemia que encierto modo empata con la que paradójicamente subyace al lugarque la Guadalupana conserva en la Constitución de 1873, que

49 M. Zires: «Cuando Heidi, Walt Disney y Marylin Monroe hablan por laVirgen de Guadalupe», en Versión, no 4, México, 1992.

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consagra al mismo tiempo su día como fiesta patria y la más radi-cal separación entre Iglesia y Estado.

O como en el barroco popular que del siglo XVIII al XIX des-pliega «un pensamiento plástico frente al que las élites sólo ten-drán indiferencia, silencio o desprecio».50 Y que es el de los san-tuarios rurales de Tepalcingo y Tonantzintla, el del muralismoque de Orozco y Rivera a Siqueiros resignifica en un discursorevolucionario y socialista el didactismo de los misioneros fran-ciscanos y el barroquismo visionario de los jesuitas, fundiendodiscurso ideológico e impulso utópico, y el de la recuperación delos imaginarios populares en las imaginerías electrónicas de Tele-visa, en las que el cruce de arcaísmos y modernidades que hacensu éxito no es comprensible sino desde los nexos que enlazan lassensibilidades a un orden visual social en el que las tradiciones sedesvían pero no se abandonan, anticipando en las transformacio-nes visuales experiencias que aún no tienen discurso ni concep-to. El actual des-orden postmoderno del imaginario —decons-trucciones, simulacros, descontextualizaciones, eclecticismo—remite al dispositivo barroco51 (o neobarroco diría Calabrese) «cu-yos nexos con la imagen religiosa anunciaban el cuerpo electró-nico unido a sus prótesis tecnológicas, walkmans, videocasete-ras, computadoras».

Mas allá de la postmoderna muerte de los grandes relatos, alo que la nueva condición del saber social remite, es al fin de losrelatos heroicos que posibilitaban la autoconciencia iluministadel progreso material y moral inevitables y su sustitución porrelatos irónicos, en los que se conjugue la reflexividad epistemo-lógica con la imaginación ética y ambas con el espíritu de juegoque relativiza nuestras seguridades al inscribirlas en los juegosdel lenguaje.

50 O. Calabrese caracteriza la postmodernidad como La era neobarroca, Edit.Cátedra, Madrid, 1989.

51 S. Gruzinski: ob. cit., p. 214.

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3. HABITAR/PENSAR LA CIUDAD VIRTUAL

La ciudad ya no es sólo un «espacio ocupado» o construido sinotambién un espacio comunicacional que conecta entre sí sus di-versos territorios y los conecta con el mundo. Hay una estrechasimetría entre la expansión/estallido de la ciudad y el crecimien-to/densificación de los medios y las redes electrónicas. Si las nue-vas condiciones de vida en la ciudad exigen la reinvención delazos sociales y culturales, «son las redes audiovisuales las queefectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de losespacios e intercambios urbanos».52 En la ciudad diseminada einabarcable sólo el medio posibilita una experiencia-simulacrode la ciudad global: es en la televisión donde la cámara del heli-cóptero nos permite acceder a una imagen de la densidad deltráfico en las avenidas o de la vastedad y desolación de los ba-rrios de invasión, es en la televisión o en la radio donde cotidia-namente conectamos con lo que en la ciudad «en que vivimos»sucede y nos implica por más lejos que de ello estemos: de lamasacre del Palacio de Justicia al contagio de sida en el banco desangre de una clínica, del accidente de tráfico que tapona la víapor la que debemos llegar a nuestro trabajo, a los avatares de lapolítica que hacen caer los valores en la bolsa. En la ciudad de losflujos comunicativos cuentan más los procesos que las cosas, laubicuidad e instantaneidad de la información o de la decisión víateléfono celular o fax desde el computador personal, la facilidady rapidez de los pagos o la adquisición de dinero por tarjetas. Laimbricación entre televisión e informática produce una alianzaentre velocidades audiovisuales e informacionales, entre innova-ciones tecnológicas y hábitos de consumo: «Un aire de familiavincula la variedad de las pantallas que reúnen nuestras expe-riencias laborales, hogareñas y lúdicas»53 atravesando y recon-figurando las experiencias de la calle y hasta las relaciones con

52 N. García Canclini: «Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivosy usos del espacio urbano», en El consumo cultural en México, Conaculta, Méxi-co, 1991, p. 49.

53 C. Ferrer: «Taenia saginata o el veneno en la red», en Nueva Sociedad,no 140, Caracas, 1995, p. 155.

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nuestro cuerpo, un cuerpo sostenido cada vez menos en su ana-tomía y más en sus extensiones o prótesis tecnomediáticas. Puesla ciudad informatizada no necesita cuerpos reunidos sino inter-conectados.

Ahora bien, lo que constituye la fuerza y la eficacia de laciudad virtual que entreteje los flujos informáticos y las imáge-nes televisivas no es el poder de las tecnologías en sí mismas sinosu capacidad de acelerar —de amplificar y profundizar— tenden-cias estructurales de nuestra sociedad. Como afirma Colombo

[...] hay un evidente desnivel de vitalidad entre el territorioreal y el propuesto por los massmedia. La posibilidad de des-equilibrios no derivan del exceso de vitalidad de los media,antes bien provienen de la débil, confusa y estancada relaciónentre los ciudadanos del territorio real.54

Es el desequilibrio urbano generado por un tipo de urbanizaciónirracional el que de alguna forma es compensado por la eficaciacomunicacional de las redes electrónicas. Pues en unas ciudadescada día más extensas y desarticuladas, y en las que las institu-ciones políticas «progresivamente separadas del tejido social dereferencia, se reducen a ser sujetos del evento espectacular lomismo que otros»,55 la radio y la televisión acaban siendo el dis-positivo de comunicación capaz de ofrecer formas de contrarres-tar el aislamiento de las poblaciones marginadas estableciendovínculos culturales comunes a la mayoría de la población. Lo queen Colombia se ha visto reforzado en los últimos años por unaespecial complicidad entre medios y miedos. Tanto el atractivocomo la incidencia de la televisión sobre la vida cotidiana tienemenos que ver con lo que en ella pasa que con lo que compele ala gente a resguardarse en el espacio hogareño. Como escribí enotra parte, en buena medida «si la televisión atrae es porque lacalle expulsa, es de los miedos que viven los medios».56 Miedosque provienen secretamente de la pérdida del sentido de perte-

54 F. Colombo: Rabia y televisión, G. Gili, Barcelona, 1983, p. 47.55 G. Richeri: ob. cit., p. 144.56 J. Martín Barbero: «La ciudad: entre medios y miedos», en Imágenes y

reflexiones de la cultura en Colombia, Colcultura, Bogotá, 1990.

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nencia en unas ciudades en las que la racionalidad formal y co-mercial ha ido acabando con el paisaje en que se apoyaba la me-moria colectiva, en las que al normalizar las conductas, tanto comolos edificios, se erosionan las identidades y esa erosión acaba ro-bándonos el piso cultural, arrojándonos al vacío. Miedos, en fin,que provienen de un orden construido sobre la incertidumbre yla desconfianza que nos produce el otro, cualquier otro —étnico,social, sexual— que se nos acerca en la calle y es compulsiva-mente percibido como amenaza.

Al crecimiento de la inseguridad la ciudad virtual respondeexpandiendo el anonimato que posibilita el no-lugar: ese espacioen que los individuos son liberados de toda carga de identidadinterpeladora y exigidos únicamente de interacción con informa-ciones o textos. Es lo que vive el comprador en el supermercado oel pasajero en el aeropuerto, donde el texto informativo o publi-citario lo va guiando de una punta a la otra sin necesidad de inter-cambiar una palabra durante horas. Comparando las prácticas decomunicación en los supermercados con las de la plazas popularesde mercado constatamos hace ya veinte años esa sustitución de lainteracción comunicativa por la textualidad informativa:

Vender o comprar en la plaza de mercado es enredarse en unarelación que exige hablar. Donde mientras el hombre vende,la mujer a su lado amamanta al hijo, y si el comprador le deja,le contará lo malo que fue el último parto. Es una comunica-ción que arranca de la expresividad del espacio —junto alcalendario de la mujer desnuda, una imagen de la Virgen delCarmen se codea con la del campeón de boxeo y una cruz demadera pintada en purpurina sostiene una mata de sábila— através de la cual el vendedor nos habla de su vida, y llega hastael regateo, que es posibilidad y exigencia de diálogo. En con-traste, usted puede hacer todas sus compras en el supermerca-do sin hablar con nadie, sin ser interpelado por nadie, sin salirdel narcisismo especular que lo lleva de unos objetos a otros,de unas «marcas» a otras. En el supermercado sólo hay la infor-mación que le transmite el empaque o la publicidad.57

57 J. Martín Barbero: «Prácticas de comunicación en la cultura popular», enM. Simpson (coord.): Comunicación alternativa y cambio social en AméricaLatina, UNAM, México, 1981, p. 244.

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Y lo mismo sucede en las autopistas. Mientras las «viejas» carre-teras atravesaban las poblaciones convirtiéndose en calles, con-tagiando al viajero del «aire del lugar», de sus colores y sus rit-mos, la autopista, bordeando los centros urbanos, sólo se asomaa ellos a través de los textos de las vallas que «hablan» de losproductos del lugar y de sus sitios de interés.

No puede entonces resultar extraño que las nuevas formasde habitar la ciudad del anonimato, especialmente por las genera-ciones que han nacido con esa ciudad, sea insertando en la homo-genización inevitable (del vestido, de la comida, de la vivienda) unapulsión profunda de diferenciación que se expresa en las tribus:58

esas grupalidades nuevas cuya ligazón no proviene ni de un territo-rio fijo ni de un consenso racional y duradero sino de la edad y delgénero, de los repertorios estéticos y los gustos sexuales, de losestilos de vida y las exclusiones sociales. Parceros, plásticos, traquetos,guabalosos, desechables, gomelos, ñeros, son algunas denomina-ciones que señalan la emergencia de nuevas y diferentes grupa-lidades jóvenes en Cali y Bogotá.59 Basadas en implicaciones emo-cionales y en localizaciones nómadas esas tribus se entrelazan enredes ecológicas u orientalistas, sicariales o marginales que amal-gaman referentes locales a símbolos vestimentarios o lingüísticosdesterritorializados, en un replanteamiento de las fronteras de lonacional no desde afuera, bajo la figura de la invasión, sino desdeadentro: en la lenta erosión que saca a flote la arbitraria artifi-ciosidad de unas demarcaciones que han ido perdiendo capacidadde hacernos sentir juntos. Es lo que nos descubren a lo largo deAmérica Latina las investigaciones sobre las tribus de la noche enBuenos Aires, sobre los chavos-banda en Guadalajara, o sobre lasbandas juveniles de las comunas nororientales de Medellín.60

58 Además del libro de M. Maffesoli ya citado, ver: J. Pérez Tornero y otros:Tribus urbanas, Edit. Gedisa, Barcelona, 1996.

59 A. Ulloa: Culturas juveniles, consumo musical e identidades sociales, mimeo,Univalle, 1995; G. Muñoz: El rock en las culturas juveniles urbanas, Bogotá,1995.

60 M. Margulis y otros: La cultura de la noche, Espasa Hoy, Buenos Aires,1994; R. Reguillo: En la calle otra vez, Iteso, Guadalajara, 1991; A. Salazar:No nacimos pa’ semilla: la cultura de las bandas juveniles de Medellín, CINEP,Bogotá, 1990.

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Enfrentando la masificada diseminación de sus anonimatos,y fuertemente conectada a las redes de la cultura-mundo del au-diovisual, la heterogeneidad de las tribus urbanas nos descubrela radicalidad de las transformaciones que atraviesa el nosotros,la profunda reconfiguración de la socialidad.

Esa reconfiguración encuentra su más decisivo escenario enla formación de un nuevo sensorium: frente a la dispersión y laimagen múltiple que, según Walter Benjamin, conectaban «lasmodificaciones del aparato perceptivo del transeúnte en el tráfi-co de la gran urbe»61 del tiempo de Baudelaire con la experienciadel espectador de cine, los dispositivos que ahora conectan laestructura comunicativa de la televisión con las claves que orde-nan la nueva ciudad son otros: la fragmentación y el flujo. Mien-tras el cine catalizaba la «experiencia de la multitud», pues era enmultitud que los ciudadanos ejercían su derecho a la ciudad, loque ahora cataliza la televisión es por el contrario la «experien-cia doméstica» y domesticada, pues es «desde la casa» que la gen-te ejerce ahora cotidianamente su participación en la ciudad.

Hablamos de fragmentación para referirnos no a la formadel relato televisivo sino a la des-agregación social, a la atomiza-ción que la privatización de la experiencia televisiva consagra.Constituida en el centro de las rutinas que ritman lo cotidiano,en dispositivo de aseguramiento de la identidad individual y enterminal del videotexto, la video compra, el correo electrónico yla teleconferencia,62 la llave televisión/computador convierte elespacio doméstico en el territorio virtual por excelencia: aquelen que más hondamente se reconfiguran las relaciones de lo pri-vado y lo público, esto es la superposición entre ambos espaciosy el borramiento de sus fronteras. Lo público gira hoy en torno alo privado no solamente en el plano económico sino en el políticoy el cultural. Y recíprocamente estar en casa ya no significa au-sentarse del mundo:

61 W. Benjamin: ob. cit., pp. 47 ss.62 R. Silverston: «De la sociología de la televisión a la sociología de la panta-

lla», en Telos, no 22, Madrid, 1990; H. Vezzetti: «El sujeto psicológico en eluniverso massmediático», en Punto de vista, no 47, Buenos Aires, 1993; A.Novaes (coord.): Rede imaginaria: televisão e democracia, C das Letras, SaoPaolo, 1991.

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[...] la televisión es hoy día la representación más aproximadadel demiurgo platónico; y la fascinación que ejerce sobre losseres humanos no tiene que ver únicamente con la informa-ción o con el entretenimiento: la oferta televisiva principal esel mundo, el teleadicto es un cosmopolita.63

Lo que identifica la escena pública con lo que «pasa en» la televi-sión no son únicamente las inseguridades y violencias de la calle,hoy son los medios masivos, y en modo decisivo la televisión, elequivalente del antiguo agora: el escenario por antonomasia de lacosa pública. Cada día en forma más explícita la política, tanto laque se hace en el Congreso, como en los ministerios, en los míti-nes y las protestas callejeras; hasta en los atentados terroristas,se hace de cara a las cámaras, que son la nueva expresión de laexistencia social. Y también el mercado ha invadido el ámbitoprivado convirtiendo al consumo productivo en una fuerza eco-nómica de primera magnitud: ser telespectador

[...] equivale a convertirse en elemento de una población ana-lizable estadísticamente en función de sus gustos y preferen-cias que se revelan en el consumo productivo previo a la com-pra de la mercancía física.64

Al consumir su tiempo de ocio la telefamilia genera un nuevomercado y una nueva mercancía: el valor del tiempo medido porel nivel de audiencia de los productos televisivos. Y todavía másdecisivo es lo que sucede en el plano cultural: mientras ostensible-mente se reduce la asistencia a los eventos culturales en lugarespúblicos, tanto de la alta cultura (teatros, museos, ballets, concier-tos de música culta), como de la cultura local popular (actividadesde barrio, festivales, ferias artesanales), la cultura a domicilio65

crece y se multiplica desde la televisión herziana (que ve más de

63 J. Echeverría: Cosmopolitas domésticos, Edit. Anagrama, Barcelona, 1995,p. 81.

64 J. Echeverría: Telépolis, ob. cit., p. 72.65 Sobre análisis de los cambios en el consumo cultural, además de la obra

coordinada por N. García Canclini para el caso de México ya citada, ver: C.Catalán y G. Sunkel: Algunas tendencias del consumo de bienes culturales enAmérica Latina, FLACSO, Santiago, 1992.

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90% en promedio en toda América Latina) a la de cable y las antenasparabólicas y la videograbadora que en varios países latinoamerica-nos ya supera el cincuenta por ciento de hogares, al tiempo quese «populariza» el uso del computador personal, el multimedia yla internet.

Del pueblo que se toma la calle al público que va al teatro oal cine la evolución es transitiva y conserva el carácter colectivode la experiencia. De los públicos de cine a las audiencias de tele-visión el desplazamiento señala una profunda transformación: lapluralidad social sometida a la lógica de la desagregación hace dela diferencia una mera estrategia de rating. Y no representada enla política, la fragmentación de la ciudadanía es tomada a cargopor el mercado: ¡es de ese cambio que la televisión es la principalmediación!

El flujo televisivo es el dispositivo complementario de la frag-mentación: no sólo de la discontinuidad espacial de la escenadoméstica sino de la pulverización del tiempo que produce laaceleración del presente, la contracción de lo actual, en la «pro-gresiva negación del intervalo» (Virilio). Lo que afecta no sólo aldiscurso de la información (cada día temporal y expresivamentemás cercano al de la publicidad), sino al continuum del palimpsestotelevisivo —la diversidad de programas cuenta menos que la pre-sencia permanente de la pantalla encendida— y a la forma de larepresentación: lo que retiene al telespectador es más el ininte-rrumpido flujo de las imágenes que el contenido de su discurso.Hay una conexión de flujos entre el régimen económico de tem-poralidad que torna aceleradamente obsoletos los objetos y elque vuelve indiferenciables, equivalentes y desechables los rela-tos y los discursos de la televisión. ¿Y no tendrá algo que ver esenuevo régimen temporal de los objetos y los relatos más accesi-bles a las mayorías con el crecimiento del desasosiego y la anomiaque en la ciudad del flujo la gente experimenta?

El flujo televisivo estaba exigiendo el zapping, ese controlremoto mediante el cual cada uno puede nómadamente armarsesu propia programación con fragmentos o «restos» de noticieros,telenovelas, concursos o conciertos. Más allá de la aparente de-mocratización que introduce la tecnología la metáfora del zappar,

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ilumina doblemente la escena social. Pues es con pedazos, restosy desechos, que buena parte de la población arma los cambuchesen que habita, teje el rebusque con que sobrevive y mezcla lossaberes con que enfrenta la opacidad urbana. Y hay también unacierta y eficaz travesía que liga los modos nómadas de habitar laciudad —del emigrante al que toca seguir indefinidamente emi-grando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando lasinvasiones y valorizándose los terrenos, hasta la banda juvenilque periódicamente desplaza sus lugares de encuentro— con losmodos de ver desde los que el televidente explora y atraviesa elpalimpsesto de los géneros y los discursos, y con la transversalidadtecnológica que hoy permite enlazar en el terminal informáticoel trabajo y el ocio, la información y la compra, la investigación yel juego.

Los retos que al pensar le plantean los nuevos modos desentir y de habitar encuentran su más cruda expresión en la hí-brida modernidad de los jóvenes, tanto de la que emerge en susrituales de violencia como en sus modos de estar juntos o susestéticas visuales y sonoras. La legitimación de la mirada inte-lectual sobre la multiculturalidad de ese mundo se abre paso len-tamente desde unas ciencias sociales que, en la conservadoraColombia, han tenido la osadía de mirar desde ahí las híbridasviolencias de su modernidad:

El marginado que habita en los grandes centros urbanos, yque en algunas ciudades ha asumido la figura del sicario, noes sólo la expresión del atraso, la pobreza o el desempleo, laausencia del Estado y de una cultura que hunde sus raíces enla religión católica y en la violencia política. También es elreflejo acaso de manera más protuberante, del hedonismo y elconsumo de la cultura de la imagen y la drogadicción, en unapalabra de la colonización del mundo de la vida por la mo-dernidad.66

Pero donde esa perspectiva hallará mayor densidad será en lareflexión de intelectuales y escritores que, al no estar atrapados

66 F. Giraldo y H. F. López: «La metamorfosis de la modernidad», en Colom-bia: el despertar de la modernidad, Foro, Bogotá, 1991, p. 260.

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en las demarcaciones disciplinarias, perciben mejor la hondurade la multiculturalidad que viven los jóvenes:

En nuestras barriadas populares urbanas tenemos camadas en-teras de jóvenes cuyas cabezas dan cabida a la magia y a lahechicería, a las culpas cristianas y a su intolerancia piadosa,lo mismo que a utópicos sueños de igualdad y libertad, indis-cutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacío, ausen-cia de ideologías totalizadoras, fragmentación de la vida ytiranía de la imagen fugaz y el sonido musical como lenguajeúnico de fondo.67

La pista que señala ese lenguaje de fondo es la complicidad,la profunda compenetración, entre la oralidad que perdura comoexperiencia cultural primaria y la oralidad secundaria68 que tejeny organizan las gramáticas tecnoperceptivas de la visualidad elec-trónica del video, el computador, el cine, la televisión. Pensar losprocesos y los medios de comunicación en América Latina se havuelto una tarea de envergadura antropológica ya que lo que ahíestá en juego son hondas transformaciones en la cultura cotidia-na de las mayorías, y especialmente de los jóvenes, que se estánapropiando de la modernidad sin dejar su cultura oral.69 Las nue-vas generaciones saben leer pero su lectura está atravesada porla pluralidad de textos y escrituras que hoy circulan, de ahí que lacomplicidad entre oralidad y visualidad no remita al analfabetis-mo sino a

[...] la persistencia de estratos profundos de la memoria y lamentalidad colectiva sacados a la superficie por las bruscasalteraciones del tejido tradicional que la propia aceleraciónmodernizadora comporta.70

67 F. Cruz Kronfly: «El intelectual en la nueva Babel colombiana», en Lasombrilla planetaria, Edit. Planeta, Bogotá, 1994, p. 60.

68 El concepto ha sido elaborado por W. Ong en Oralidad y escritura: tecno-logías de la palabra, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pp. 130 ss.

69 Ver a ese propósito A. Ford: «Culturas orales, culturas electrónicas, cultu-ras narrativas», en Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis, Edit. Amorrortu,Buenos Aires, 1994, pp. 29-42.

70 G. Marramao: «Metapolítica: más allá de los esquemas binarios», en Ra-zón, ética y política, Edit. Anthropos, Barcelona, 1988, p. 60.

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De esas alteraciones está hecha la vida de una generación

[...] cuyos sujetos culturales se constituyen más que a partir defiguras, estilos y prácticas de añejas tradiciones que definen«la cultura», a partir de la conexión-desconexión (juego deinterfaz) con los aparatos,71

que ha aprendido a hablar inglés en programas de televisión cap-tados por antena parabólica más que en la escuela y que se sientemás a gusto escribiendo en el computador que en el papel. Frentea la distancia y la prevención con que gran parte de los adultosresienten y resisten esa nueva cultura —que vuelve obsoletosmuchos de sus saberes y a la que responsabilizan de la crisis delos valores intelectuales y hasta morales— los jóvenes experi-mentan una empatía que no es sólo facilidad para relacionarsecon el idioma de los aparatos audiovisuales e informáticos sinocomplicidad expresiva con sus relatos y sus imágenes, sus sonori-dades, fragmentaciones y velocidades. Frente a la memoria larga,pero también a la rigidez, de las identidades tradicionales, losjóvenes parecen dotados de una plasticidad neuronal72 que se tra-duce en una camaleónica capacidad de adaptación a los más di-versos contextos y una elasticidad cultural que les permite hibri-dar y convivir ingredientes de universos culturales muy diversos.La mejor expresión de las hibridaciones de que está hecho elsensorium latinoamericano de los jóvenes hoy quizás sea el rocken español: valga como ejemplo la experiencia colombiana. Liga-do inicialmente, desde comienzos hasta mediados de los ochen-ta, a un claro sentimiento pacifista —grupos Génesis o BandaNueva— el rock pasa en los últimos años a decir la cruda expe-riencia urbana de las pandillas juveniles en los barrios de clasemedia-baja en Medellín, y media-alta en Bogotá, convirtiéndoseen vehículo de una conciencia dura de la descomposición del país,de la presencia cotidiana de la muerte en las calles, de la sin sali-da laboral, de la exasperación de la agresividad y lo macabro.

71 S. Ramírez y S. Muñoz: Trayectos del consumo, Univalle, Cali, 1996, p. 60.72 A. Piscitelli: «Del péndulo a la máquina virtual», en S. Bleicmar (comp.):

Temporalidad, determinación, azar: lo reversible y lo irreversible, Edit. Paidós,Buenos Aires, 1994.

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Desde la estridencia sonora del heavy metal —preferida por losgrupos de rock de los adolescentes sicarios— a los nombres de losgrupos —Féretro, La pestilencia, Kraken—, pasando por la esce-nografía tecno de los conciertos, de la discoteca alucinante al con-cierto barrial, en el rock se hibridan los sones y los ruidos de nues-tras ciudades con las sonoridades y los ritmos de las músicasindígenas y negras, y las estéticas de lo desechable con las frágilesutopías que surgen de la desazón moral y el vértigo audiovisual.

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PARPARPARPARPARTE IITE IITE IITE IITE II

REPENSANDOLA POSMODERNIDAD

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Esa incómodaposmodernidadPensar desde América Latina

RIGOBERTO LANZ

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¿EN DÓNDE ESTAMOS?

EL DEBATE TEÓRICO puede ser una simple excusa para «fijar posi-ción» en términos de intereses extra teóricos. Pero sigue siendo elprincipal recurso disponible para hacer avanzar las ideas, paraexpandir sus resonancias, para clarificar tantas confusiones. Po-der precisar el contenido sustantivo de lo que cada quien piensaes una condición de ese debate. Mas, lo que en verdad trasciendecomo aporte interesante es el pensamiento que interactúa, que sehace parte del otro, que interpela lo pensado sin complejos y sinexclusiones anticipadas.

En el terreno particular del debate modernidad/posmoder-nidad en América Latina conviene ejercitar esta capacidad de in-terpelación intelectual, no sólo como síntoma de las buenas cos-tumbres académicas, sino como requisito interno del propio cursode constitución de un pensamiento crítico en nuestro continente.

Me parece que ese camino se recorre hoy de modos variadosy a ritmos desiguales. Ello es más que comprensible si miramoscon atención los efectos devastadores de la crisis.

Observo con relativo optimismo el desarrollo progresivo delos aportes teóricos en varios frentes. Los perfiles y sensibilidadesseguirán siendo diferenciados (afortunadamente). Allí no es don-de radica la dificultad del presente. Fortalecer una auténtica vo-

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luntad de diálogo es parte esencial de nuestras posibilidades co-lectivas. Sin disimular los desacuerdos, evitando el consensualis-mo fácil, pero afirmando con fuerza la necesidad de encuentro demúltiples voces, de pensamientos heterogéneos, de enfoques dis-crepantes. Este espíritu crítico puede ayudar en el camino de ven-tilar las diferencias. Es posible que haya antagonismos teóricosque no pueden ser acercados bajo protocolos de diálogo. Pero esmucho más probable que tengamos amplias zonas de reflexióncomún que no logran potenciarse por efecto de un débil desarro-llo del diálogo sistemático, del procesamiento riguroso de los plan-teamientos, sobremanera, por una dificultad mayor para trabajarcon calma la riqueza de matices que está envuelta casi siempre ennuestras discusiones. Es probable que el modo tradicional de con-frontarnos (foros, artículos, libros, congresos), sea parte de losasuntos por repensar. Por lo pronto quisiera poner en movimien-to algunos puntos críticos de la controversia teórica que ocupanuestra agenda común en tantos ejercicios donde podemos escu-char el reclamo intelectual de amigos que se toman en serio lacuestión de repensar los modos de pensar.

1. SOBRE EL ESTATUTO EPISTEMOLÓGICO

DE LA IDEA DE POSMODERNIDAD

(Manuel Antonio Garretón)

Andado el tiempo, el debate en torno al fenómeno posmo-derno ha ganado sustancialmente en calidad y profundidad. A es-tas alturas me parece que hay suficientes elementos en escena comopara derivar de allí un cuerpo relativamente denso de plantea-mientos. Hay un espesor teórico a la vista que nos coloca en otrasituación (si comparamos, por ejemplo, con los balbuceos de co-mienzos de los ochenta).l

En América Latina ocurre otro tanto. El debate prosigue,enriqueciéndose con aportes provenientes de todos lados.

1 Hay un a producción teórica disponible que habla por sí sola de la profusiónde planteamientos asociados a la posmodernidad. Puede consultarse parte de estaproducción en mi libro: El discurso posmoderno, Universidad Central de Vene-zuela, Caracas, 1996.

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En lo que concierne al concepto de posmodernidad subsistenimportantes desacuerdos. En varias publicaciones he intentado darcuenta de estas observaciones. Quiero retomar este aspecto de laagenda a propósito de las críticas del amigo Manuel AntonioGarretón.2 Se resumen en dos sus temores con el uso del conceptode «postmodernidad».

1. Que este concepto reposa sobre la idea del colapso deproyectos centrales.

2. Que en el concepto «prevalece una visión etnocéntricaque identifica modernidad con el modelo de moderni-zación de ciertas sociedades».3

Creo que ambas observaciones tienen que ver con una in-adecuada indiferenciación de lo que estamos atribuyendo comopensamiento posmoderno. Dicho de otro modo: es cierto que enalgunos autores puede observarse la identificación lineal entremodernidad y modernización. Pero admitamos que uno de los apor-tes más relevante de la producción teórica latinoamericana sobrela materia ha sido precisamente establecer con contundencia esadiferenciación (Lechner, García Canclini, Follari, Martín Barbe-ro, Richard, Hopenhayn, Mansilla, Fuenzalida y yo mismo).

Los etnocentrismos se cuelan por varios lados. No descartoque en éste y otros puntos en debate se produzcan recaídas etno-céntricas. Pero dificulto que en la actualidad haya una recusaciónteórica más severa al etnocentrismo que la producida desde unaantropología posmoderna.4

Debo subrayar con toda propiedad que la recuperación delos rasgos distintivos de la modernidad en América Latina, así

2 Recomiendo la lectura del libro de M. A. Garretón: La faz sumergida deliceberg, CESAC-COM, Santiago, 1994. Igualmente su artículo: «Los partidos po-líticos y su nuevo contexto en América Latina», revista Relea, no 1, Caracas,agosto, 1996.

3 M. A. Garretón: La faz sumergida del iceberg, ob. cit., p. 22. Sería muy útilconsultar el libro colectivo: El final de los grandes proyectos, Edit. Gedisa, Barce-lona, 1997.

4 Me parece que los aportes de autores como Boaventura De Sousa Santos(Toward a New Common Sense, Edit. Routledge, Nueva York, 1996) constitu-yen una impugnación teórica radical a todo tipo de etnocentrismo.

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como la distinción teórica e histórica de los procesos de moderni-zación, lejos de cuestionar la presencia de lo posmoderno, confir-man enteramente nuestra singular entrada en la era posmoderna.

Yo invitaría más bien a investigar de cerca los procesos micro-sociales de posmodernización objetiva de la cultura, de las prácti-cas sociales, de los equipamientos intersubjetivos, de los imagina-rios colectivos producidos massmediáticamente, de las sensibilidadesemergentes en los intersticios urbanos, de la virtualización de loslazos sociales que hacen aparecer señales de las nuevas socialidades(¿empáticas?). En fin, lo que me preocupa es que no podamosmirar estas emergencias por una sobreposición de conceptos vie-jos o por una dificultad de las claves de lectura. No veo cómo aproxi-marse con éxito a un cambio epocal (tal como lo postula el amigoGarretón) sin que ello esté acompañado de similar transforma-ción en el orden de la episteme. Me parece que si de cambio epocalse trata, es en el terreno de los modos de pensar donde tiene sufaena primera. Lo posmoderno sería una etiqueta de ocasión si nosintetiza un equipaje epistemológico para pensar de otro mane-ra.5 En tal sentido, me parece que este aspecto del cuestionamientohecho por el amigo Manuel Antonio Garretón no correspondecon el grueso de los planteamientos formulados hoy por genteque investiga el fenómeno posmoderno.

En lo que concierne a la cuestión del colapso de la idea de«proyecto», conviene precisar nuestro argumento:

a. Me parece un dato de la realidad —que valoro positi-vamente, por lo demás— la caída de un imaginario co-lectivo fundado en el «progreso», en la marcha triunfalde la «Historia», en la potencia humanista y libertaria deun sujeto predestinado, en las bondades ontológicas dela técnica. Ese inmenso metarrelato está en el suelo. Peorque eso: la gramática que funda el gran relato se hacaído. De tal modo que colapsan los mitos de la moder-

5 Fernando Mires lo ha visto claramente, al punto de anunciar desde ya eladvenimiento silencioso de una «revolución» epistemológica: Ver F. Mires: Larevolución que nadie soñó o la otra posmodernidad, Edit. Nueva Sociedad, Ca-racas, 1996.

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nidad y con ello se esfuma el suelo fundacional delmilenarismo.

b. La muerte del sujeto es la metáfora que en este fin desiglo anuncia el derrumbe de una idea de futuro basadaen la encarnación de «proyectos» voluntaristas. El finde las ideologías significa exactamente eso: colapso delas pretensiones de diseñar un modelo de sociedad so-bre la leyenda de las «leyes del desarrollo social». Loque constatamos hoy es que tales «leyes» nunca existie-ron y que el socialismo burocrático no podía tener cua-lidad alguna que lo hiciera antagónicamente superior alcapitalismo. Esa clase de «proyecto» no volverá.

c. Proyectos puntuales y saludablemente «débiles» proli-feran por todos lados. Actores sociales con multiplici-dad de demandas se movilizan en todas partes. La ideamisma de sociedad ha sido trastocada, pero las prácti-cas sociales no «desaparecen». Lo que observamos esuna profunda reformulación de todo el andamiaje dis-cursivo de la sociedad; horizontes valóricos, imagina-rios colectivos diversos, una abigarrada combinación desensibilidades, nuevos equipamientos intersubjetivos,una radical permeabilización massmediática de todo eltejido institucional, una virtualización de la vida coti-diana, conviven heterogéneamente con residuos funcio-nales de la experiencia moderna: Estado, familia, Igle-sia, escuela, etc. Lo que está claro es que estos viejoscascarones han sido «tocados» irreversiblemente por elclima cultural de la posmodernidad. Se trata de un pro-ceso expansivo, envolvente, profundo, no sujeto a lavoluntad de ninguna élite ilustrada.

d. Desde la perspectiva epistemológica de un posmoder-nismo crítico, donde se ubica mi posición, se está plan-teando hoy toda una elaboración ético-política que debeser mirada como uno de los perfiles posibles de bús-quedas que no se contentan con la constatación de he-cho de una ambiance posmoderna (tengo en mente, por

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ejemplo, la importantísima propuesta teórica de autorescomo Michel Maffesoli). Me parece que en el contextolatinoamericano hay una enorme riqueza de experien-cias que permiten apuntar con cierto optimismo alchance de construcción de determinadas plataformasprogramáticas, diversos «proyectos» culturales, intere-santes propuestas eco-democráticas, importantes insu-mos cognitivos para recrear enfoques teóricos en unauténtico diálogo multicultural.

En síntesis, creo que el fenómeno posmoderno puede apa-lancar nuevos desarrollos en América Latina. Más que eso: losdesafíos de una recomprensión de la sociedad pasan hoy por unpensamiento posmoderno crítico.

2. SOBRE EL «TRÁNSITO A LA MODERNIDAD» EN AMÉRICA LATINA

(Martín Hopenhayn / Fernando Calderón / Ernesto Ottone)

El trabajo intelectual que realizan los amigos Hopenhayn,Calderón y Ottone,6 merece los mayores elogios y toda nuestraconsideración. En nombre de ese mismo espíritu quisiera poneren tensión lo que me parece una ambigüedad innecesaria que re-corre el intertexto. La preocupación central que importa ponerde relieve es lo que viene luego de una Latinoamérica víctima demuchas historias fallidas: «Integración truncada», «modernizacióntruncada», «democratización truncada».7 Los autores consideranque ese vacío nos conduce a una «transición a la modernidad», auna «modernidad auténtica».8 Quisiera detenerme puntualmenteen la sutileza de esta «modernidad auténtica».

6 Recomiendo leer con atención el importante texto de los amigos FernandoCalderón, Martín Hopenhayn y Ernesto Ottone: «Desarrollo, ciudadanía y ne-gación del otro», revista Relea, no 1, Caracas, agosto, 1996. Esta perspectivaestá más desarrollada en el libro de los mismos autores: Esa esquiva moderni-dad, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, 1996.

7 F. Calderón, M. Hopenhayn y E. Ottone: Esa esquiva modernidad, ob. cit.,p. 70.

8 Ibídem, p. 39.

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a. Me parece un tanto equívoco el esquema de razona-miento que está detrás del texto: dado un cierto tipoideal de modernidad, América Latina puede ser leídacomo «modernidad en déficit». Por ese camino siempreserá posible atribuir a la insuficiente modernidad cual-quier rasgo del desenvolvimiento sociocultural de laregión. De igual manera, con este modelo se puedemanipular cualquier escenario de futuro como una suer-te de verdadera llegada a la modernidad, como «mo-dernidad auténtica».

Me parece problemático este esquema, no tanto por loque enuncia (pues allí se reconoce una amplia zona deanálisis común), sino por lo que no puede nombrar.Insistir en la categoría de modernidad para caracterizarun nuevo desarrollo para América Latina no creo quepueda justificarse tan simplemente como un ejerciciode economía de lenguaje.

b. Me parece que Latinoamérica vive un intenso procesode posmodernización de su cultura, su vida política ysu entramado intersubjetivo. Lo que estamos plantean-do es un cambio de óptica para leer lo que está ocu-rriendo. Se trata de un proceso de mutación epocal querecubre todas las prácticas sociales. Desde el punto devista sociológico este estremecimiento provoca una cri-sis de la racionalidad del «pacto social», un eclipse de lasocialidad poscolonial, un resquebrajamiento de los for-matos clásicos del trabajo, la escuela, los partidos po-líticos, la institución de justicia, etc.

Todo el excelente análisis desplegado por los autoresen tópicos tan relevantes como la ciudadanía, la identi-dad cultural, la «dialéctica de exclusión del otro» y si-milares, dan cuenta precisamente de lo que estamos lla-mando posmodernización objetiva de la vida pública.No se trataría pues de un «tránsito a la modernidad»,sino de una estrategia para pasar de una posmoderni-dad pasiva (realmente existente) a un horizonte éti-co-estético de corte concientemente posmoderno.

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c. Pero me interesa destacar con más fuerza el problemaepistemológico que allí está involucrado. Nadie es total-mente impune con los conceptos que usa, con las catego-rías que desecha, con el tenor de su «caja de herramien-tas», con la gramática de sus sistemas de representaciones,con el uso que hace de los saberes en juego, con las pres-cripciones metodológicas a las que echa manos. Por ellotengo que subrayar que la caracterización «moderna» deuna América Latina en perspectivas no es un detalle derecato terminológico, sino un compromiso epistémico conel que hay que cargar hasta sus últimas consecuencias.

3. SOBRE EL CARÁCTER «EQUÍVOCO» Y «GENÉRICO»DEL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD

(Omar Calabrese)

«El nombre de la cosa es parte de la cosa». Me gustaría vol-ver sobre el tema de las etiquetas, la jerga, los modos de nombrar.Para ello apelo a una excelente excusa intelectual: la explícita im-pugnación hecha por el intelectual italiano Omar Calabrese9 altérmino «posmodernidad».

a. Me parece completamente desatinado el tipo de obser-vación de Omar Calabrese. Hace unos veinte años, cuan-do Jean-Francois Lyotard redactaba las páginas de Lacondición posmoderna, es probable que se respirara estasensación de indefinición. Pero el tiempo ha pasado ycon ello se ha producido una descomunal avalancha deinvestigaciones, textos, producciones teóricas de todogénero, que difícilmente pueden reducir hoy el asunto aunas cuantas pinceladas en arquitectura, comentariosmenores en literatura y algunas especulaciones en filo-sofía.

Esta visión está muy lejos de lo que realmente tenemospor delante como espesor intelectual, como cuerpo de

9 Ver el artículo: «Neobarroco» en el libro colectivo Barroco y neobarroco,Edit. Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1992.

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postulaciones teóricas, como corriente de pensamien-to. Pero más que eso: lo posmoderno es sobre todo unalógica de configuración cultural, una nueva racionali-dad, una gramática del sentido. Saltarse esta condiciónepocal supone un extravío teórico de importantes con-secuencias epistemológicas.

b. No puede equipararse la problemática sociocultural dela posmodernidad, ni mucho menos el pensamientoposmoderno que se ha configurado en las últimas déca-das, con una angustia existencial más o menos frívolade no encontrar la etiqueta apropiada para designar susobjetos de estudio. Si ese fuera el caso, podríamos arbi-trar una infinita constelación terminológica sin más cri-terio que la habilidad lingüística o el tino publicitario.Como he sostenido, la crisis de la modernidad y la emer-gencia de una episteme posmoderna no pueden ser cap-turadas teóricamente echando mano arbitrariamente acualquier caracterización.

c. Me parece que toda la teoría social de estos últimostres siglos (y todavía más el pensamiento filosófico),está caracterizada por la predominancia de conceptos«equívocos» y «genéricos». Ése no me parece un «defec-to» teórico. A menos que estemos pensando en anacro-nismos cientificistas o en ociosos rigorismos lógicos, obli-gados es reconocer que una dosis de «ambigüedad» yrelativismo en el trabajo intelectual han resultado másque saludables. Creo con toda tranquilidad que los plan-teamientos posmodernos más prometedores no puedenser contestados hoy con esa clase de prevención.

d. Es probable que para un propósito discreto como elabordaje de algunos objetos culturales, resulte cómodoo de utilidad mayor el uso de la etiqueta neobarroco.Pero de allí no se sigue que se pueda colocar en un pla-no de equivalencia categorial los términos neobarrocoy posmodernidad.10

10 Ibídem, p. 91.

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Justo es reconocer que existe una amplia zona de intercam-bios conceptuales donde la jerga resulta relativamente neutraliza-da, es decir, con un gran espectro de permutabilidad (modernidadpor ilustración, individuo por subjetividad, pensamiento por ra-zón, sujeto por actor, sociedad civil por espacio público, desarro-llo por crecimiento, ideología por representación, verdad por con-sistencia). Pero también habría que reconocer que el mercadolingüístico (P. Bourdieu) pauta una cierta lógica de acceso y deusos que resulta a la postre fuertemente condicionante de losmodos de conocer. Por ello atribuimos el mayor relieve a la cues-tión de las matrices conceptuales a cuyo interior se despliegan lasdistintas interpretaciones de nuestra contemporaneidad. El caminosugerido por Omar Calabrese no puede ser tenido por «verdadero»o «falso». Las distancias y acercamientos a este tipo de tónica inte-lectual se ubican en otro lado. Para decirlo con su mismo despar-pajo y transparencia: pienso que el concepto de posmodernidadno sólo me resulta útil para mi propia investigación, sino la cate-goría fundante de los mejores aportes teóricos en este fin de siglo.

4. A PROPÓSITO DE LA «PERIFERIA» POSMODERNA

EN LATINOAMÉRICA

(Beatriz Sarlo)

Es posible vitalizar la metáfora de «pensar desde el sur» (comolo sugiere Boaventura De Sousa Santos) induciendo con ello uncierto perfil de compromiso ético que no es asimilable, ni al fun-damentalismo indigenista, ni a un universalismo hipócrita que ter-mina siempre en la apología a Occidente.

Pero también es posible trabajar la metáfora de la «periferia»induciendo a su vez un cierto despecho antropológico al que lecuesta reconocer su honda raigambre moderna. Me gustaría recu-perar una crítica teórica sobre esta nostalgia estética de la «mo-dernidad que no fue» en la posición intelectual de Beatriz Sarlo.11

11 Ver B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videocul-tura en Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994; y Una modernidad periférica,Edit. Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.

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Me parece que el trabajo analítico de esta autora es una ex-celente muestra de los procesos culturales de posmodernizaciónde nuestras culturas (en particular de la sociedad argentina). Justoes reconocer que su pensamiento está centrado en la develaciónde prácticas sociales severamente tocadas por lo posmoderno (te-levisión, cultura shopping, etc.). Creo que investigaciones de estetipo, que indagan lo cultural en la aparente banalidad de la vidacotidiana, son un componente esencial de la reflexión teórica queno quiere sucumbir a la pura especulación. (Me parece que en lamisma dirección apuntan los trabajos de Néstor García Canclini,es decir, un ejercicio teórico muy atento al desenvolvimiento fac-tual de nuestros procesos culturales.)

Ahora bien, lo que deseo destacar como problema es la at-mósfera refractaria que observo en el texto al valorar la dimen-sión positiva que se abre con la crisis de la modernidad. Compartoenteramente la necesidad de contestar teóricamente el neoconser-vadurismo que se disfraza de «posmoderno», la trivialización mass-mediática del espacio público, la banalización cultural, el raquitismoexistencial del consumidor/espectador, la radical instrumen-talización de la intersubjetividad. Después de Foucault difícilmentese puede ser inocente respecto a las mil máscaras del poder.

Pero se nos escapa una dimensión básica del fenómeno pos-moderno si sólo constatamos su borrosa identificación con elmomento decadente de la modernidad. En una primera instancia,la crisis del gran relato ilustrado traducido en desencanto, culturadel vacío, consumismo narcísico, escepticismo total, muerte de lautopía, del sujeto, de la historia, de la razón, del progreso y tantasotras defunciones, se identificó —como momento histórico pre-ciso— con la idea misma de posmodernidad. Pero hoy esa asimi-lación ya no se justifica, tanto porque lo posmoderno se ha hechoprogresivamente un hecho cultural autónomo (con eficacia sim-bólica propia), como por la densificación de un pensamiento pos-moderno que ya no se limita a rumiar el desencanto, es decir, queposee un espesor epistémico de largo aliento en muchos camposdel saber.

El tono casi peyorativo de la «periferia» en los trabajos deBeatriz Sarlo se cierra innecesariamente a otra valoración de laidea de margen, de fragmento. América Latina puede ser leída

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como una gigantesca castración civilizatoria (de ello tenemosabundante bibliografía proveniente de la antropología culposaeuro-norteamericana y de los sucesivos intentos de un marxis-mo pintoresco que se extinguió sin haber dado con la clave desu acariciada «identidad»); pero también cabe una lectura endonde esta «periferia» puede jugar su propia apuesta culturalfrente al irreversible proceso de globalización (mercado total/tecnología total/cultura total).

Me parece que es preciso agudizar una crítica teórico-políti-ca (ético-estética) al desbarajuste neoliberal en todos los planos.Quisiera que allí mi posición fuera enfáticamente contrastada res-pecto al oportunismo intelectual reinante. Pero recupero con igualvehemencia la necesidad de una construcción teórica que puedacapturar las irrupciones de una nueva sensibilidad, la emergenciade embriones de otra socialidad, la puesta en escena de equipa-mientos intersubjetivos que pululan en los intersticios de una cul-tura de segunda mano que entretiene a la muchedumbre.

No estoy en plan de dar consejos, ni cometeré el atrevimien-to de insinuar correcciones. Bastaría con aceptar la invitación aun diálogo verdadero, es decir, aquel en el que las ideas trasieganal otro en la misma proporción en que nos disponemos a ser habi-tados por el pensamiento ajeno.

5. LA CUESTIÓN DEL «FIN DE LA HISTORIA»Y LAS AMENAZAS DE LOS FUNDAMENTALISMOS

(Fernando Fuenzalida)

El amigo Fernando Fuenzalida12 ha desarrollado una pro-funda y detallada investigación sobre las distintas modalidades deresurgencia de los fundamentalismos (sobre todo, en conexióncon el visible debilitamiento de los núcleos duros de la razón

12 Ver F. Fuenzalida: Tierra baldía. La crisis del consenso secular en la socie-dad posmoderna, Edit. Australis, Lima, 1995. He realizado un comentario crí-tico a este libro en Relea, no 2, Caracas, enero-abril, 1997 (especialmente alcapítulo «Las dos caras del “fin de la historia”»).

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moderna). Me interesa poner en tensión apenas uno de los aspec-tos involucrados en la elaboración de Fernando Fuenzalida: ladualidad entre la celebración neoliberal del fin de la historia y lasamenazas oscurantistas de los fundamentalismos.

Mi duda es si en efecto no está faltando algo esencial en estedualismo. Lo que pregunto es si no cabe otra lectura del fin de lahistoria que no es ni Fukuyama ni islamismo-cristianismo-budismo-judaísmo. Me parece que la metáfora del fin de la historia tienemás de dos caras. Estoy sugiriendo que veamos la cara propia-mente posmoderna del colapso de los grandes relatos.

Desde el punto de vista de un posmodernismo crítico puedesostenerse sin ambigüedades que el eclipse de las nociones de tem-poralidad modernas ha abierto nuevos espacios para recuperar elacontecimiento, para valorar las discontinuidades (Foucault), paradestronar el relato de las centralidades (Deleuze), para recuperaruna socialidad comunitaria frente al contrato social moderno(Maffesoli).

El derrumbe del milenarismo marxista no puede ser evalua-do con una lamentación. La ruina del socialismo burocrático comoencarnación de una ideología historicista-cientificista es más bienun acontecimiento positivo. El eclipse del mito del progreso y de-más prototipos racionales ilustrados es el punto de partida parapasar de la crisis de la modernidad a una construcción cultural yepistémica de nuevo tipo.

La emergencia de una cultura posmoderna es al mismo tiem-po lo que Fernando Fuenzalida destaca como eje de su análisis(neoconservacionismo/triunfalismo del «Planeta Americano», comoironiza Vicente Vardú), pero es también la aparición de una cons-telación de experiencias micrológicas que poco a poco se convier-ten en tejidos semióticos de otra socialidad. Dilemas, peligros yasechanzas están a la vista. Insistir en la otra dimensión del proce-so no es el gesto cándido de ver el lado bueno del asunto. Se tratasimplemente del desafío intelectual de capturar las señales inters-ticiales que pueden estar indicando la cualidad profunda de uncambio epocal en cuyo tránsito nos encontramos hoy. Puedo anti-cipar desde ya que al amigo Fernando Fuenzalida nos brindará

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nuevos elementos de análisis para apreciar esta tercera cara delfin de la historia.13

6. ¿QUÉ RELACIÓN EXISTE ENTRE LO POSMODERNO

Y LA CRISIS DE LA MODERNIDAD?(Roberto Follari)

El debate sobre el tema de la posmodernidad no puede hacerla economía de una caracterización de la modernidad. No digoque esto es indispensable en todos los casos y cualquiera sea elasunto en discusión. Digo que sin una adecuada visión del fenó-meno de la modernidad la comprensión de lo posmoderno quedatruncada. Quisiera interpelar la interpretación del amigo RobertoFollari14 a este respecto para ver si podemos precisar algunas suti-lezas de este debate.

El amigo Roberto Follari lleva ya tiempo dando una batallaintelectual (no siempre bien valorada por la cultura académicatradicional) por situar apropiadamente el tema del debate teóricosobre la posmodernidad. Son muchas las contribuciones que sedeben a su agudeza y tenacidad. Ello facilita el camino para undebate que está lejos de concluir, por muchos seminarios, congre-sos, libros e interminables tertulias que en estos años se hayanconsagrado a su esclarecimiento.

Quisiera localizar una observación que roza un matiz de losplanteamientos de Follari. Me refiero específicamente a la valora-ción del estado actual del proyecto moderno y su repercusión en

13 He desarrollado una discusión actualizada sobre el tema del «fin de lahistoria» en un ensayo titulado: «La historia finaliza por la izquierda», el cualforma parte de Temas posmodernos. Crítica de la razón formal, Fondo Editorialde la Asamblea Legislativa del Estado Miranda, Caracas, 1998.

14 Roberto Follari ha publicado un buen número de trabajos sobre el tema dela posmodernidad. Además ha compartido en nuestro centro de investigación(CIPOST) diálogos directos que nos permiten calibrar mejor el tenor intelectualde su posición. Para los efectos del matiz que quiero poner de relieve, reco-miendo su libro Territorios posmodernos, Universidad Nacional de Cuyo,Mendoza, 1995. De igual manera recomiendo su excelente ensayo «Muerte delsujeto y ocaso de la representación», publicado en la revista Relea, no 2, Cara-cas, enero-abril, 1997.

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el despliegue del fenómeno posmoderno. Para Roberto Follari notendría mayor interés preguntarse por el destino (fin, crisis) de lamodernidad (lo cual le parece, incluso, una «necedad»). Lo im-portante sería consagrarse al estudio del fenómeno mismo de loposmoderno. Me gustaría puntualizar los problemas allí involu-crados. En efecto:

a. Me parece definitivamente inviable una apropiada ca-racterización del fenómeno posmoderno sin hacersecargo —seriamente— de la crisis de la modernidad. Entreotras cosas, porque no hay posmodernidad (ni comoproceso cultural, ni como pensamiento) sino a partirdel colapso del gran metarrelato moderno.

b. No es en absoluto neutra la visión que hoy se tenga dea dónde haya ido a parar el ideario de la Ilustración.No es para nada inocente la pregunta por el derrumbede los protocolos racionales de la modernidad. Si seestá planteando el tránsito de un cambio epocal, en nin-gún caso será indiferente que ello ocurra «dentro» o«fuera» de la episteme moderna. Estaremos de acuerdoen que la percepción de Habermas o Vattimo (tal comolo indica Roberto Follari) en torno a la crisis de la mo-dernidad no son comentarios menores sin una directaconsecuencia sobre lo que cada quien piensa en torno ala posmodernidad.

c. Creo que el desdén por una reflexión sustantiva sobreel mapa cognitivo de la modernidad y su debacle ac-tual, coloca al análisis en una zona de riesgos innecesa-ria en lo que respecta a la identificación de prácticassociales emergentes, relaciones sociales intersticiales, frag-mentalidades intersubjetivas de nuevo tipo. Todo ellose mueve en un cierto tejido semiótico que no es pensa-ble sin referencia a las tradiciones culturales de una mo-dernidad en crisis.

d. Hay un ámbito preciso del debate que es harto ilustrati-vo: el fin del sujeto. Esta discusión central no tendríamayor trascendencia si no fuera por el peso descomu-

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nal de la categoría de sujeto en la tradición moderna.No puede ser indiferente o secundario constatar o pos-tular el fin del sujeto, la muerte de la razón, el fin de lahistoria, el ocaso del progreso, etc. Insisto: ésta no esuna frivolidad lingüística para escandalizar a ciertos di-nosaurios de la academia, sino la expresión más elo-cuente de un verdadero sisma en el corazón de una civi-lización.

e. Otro ámbito que ilustra la conexión interna entre cri-sis de la modernidad y posmodernidad es lo relativo ala crisis del discurso científico. Sostengo que es preci-so —desde una crítica radical a la razón instrumen-tal— profundizar el desmantelamiento de la razóntecnocientífica. No sólo en la dimensión sociológicade sus efectos perversos, sino principalmente en el te-rreno de su propio estatuto epistemológico. Desde laóptica de un pensamiento posmoderno crítico, el cues-tionamiento del discurso científico (desde adentro) cons-tituye uno de los rasgos más sobresalientes para perfi-lar una corriente epistemológica de nuevo aliento. Laciencia moderna no es nuestra. La episteme modernano es inocente. La razón moderna no es ni universal nimetafísica. La razón técnica no es transvalórica. El co-nocimiento no es una objetiva emanación del cerebro.El amigo Follari conoce esto de sobra. Falta entoncesponer en concordancia su excelente análisis de lo pos-moderno (como epifenómeno) con el proceso de des-mantelamiento del magma de la modernidad.

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7. ¿LA MODERNIDAD RADICALIZADA NECESITA

UNA CARICATURA DE LA POSMODERNIDAD?(Anthony Giddens)

La posición intelectual de Anthony Giddens15 resume bien unperfil teórico muy extendido en el mundo. Coinciden allí —ma-tizadamente, desde luego— visiones del tipo de la de JürgenHabermas o Alain Touraine, en Europa; aproximaciones comolas de José Joaquín Brunner o Fernando Calderón en AméricaLatina. Mientras no haya necesidad de ocuparse directamente dela polémica posmoderna, sus análisis se acercan considerablementea conceptos y temas de manejo generalizado. Las diferencias —deestilo y de contenido— aparecen inmediatamente al nombrar lascosas posmodernamente.

No es mi intención dar cuenta en este texto de la riquísimavariedad de matices que se encuentran en los autores menciona-dos más arriba. Sólo quiero subrayar que existe un cierto micro-clima intelectual (un poco antiposmoderno, un tanto moderno asecas, otro tanto filomoderno) desde el cual se comprende mejorel tono intelectual de Anthony Giddens (lo cual no afecta, por lodemás, la cualidad teórica de sus proposiciones).

El propio Anthony Giddens aporta una fórmula que facilitamucho la comprensión de su postura. Él se ha encargado de resu-mir esquemáticamente en ocho puntos su idea de lo posmodernoy, al mismo tiempo, su propuesta de una modernidad radicaliza-da.16 No viene al caso detenerse a examinar una a una sus pro-puestas (no por falta de interés, sino por la naturaleza necesaria-mente breve de este texto);17 en su lugar me gustaría precisar

15 Una amplia producción da cuenta de la tonalidad y profusión temática deAnthony Giddens. Además de sus ya clásicos tratados de sociología, recomien-do una lectura atenta de su libro Consecuencias de la modernidad, Edit. Alian-za, Madrid, 1993.

16 A. Giddens: Consecuencias de la modernidad, ob. cit., pp. 140-141.17 No es posible en este texto extenderse en la precisión de temas y autores.

Pero puedo asegurar con propiedad (propiedad intelectual proveniente de mu-chos años de investigación sobre este asunto) que sobre los planteamientosposmodernos en diez grandes tópicos de la agenda contemporánea mundial, lodicho por Giddens es una caricatura inaceptable.

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algunas notas acerca de la impresión global que me suscita su pos-tura teórica. Veamos:

a. No creo que sea necesariamente una calculada maledis-cencia la pálida caricatura que resulta de los ocho ras-gos atribuidos por Giddens a lo posmoderno. Admitoque esto de saber con precisión ¿qué es posmoderni-dad? puede deslizarnos a un infinito torneo de aprecia-ciones hasta el límite de la majadería académica. Peroadmitamos también con una razonable dosis de ecua-nimidad que según lo que usted esté entendiendo porposmodernidad, así sería más o menos el tipo de críticaa esa posmodernidad. De acuerdo a cómo cada quienconceptúe a su adversario, así serán las armas que utili-za para confrontarlo.

b. Es cierto que persiste una importante zona de ambigüe-dades y confusiones en torno al concepto de lo pos-moderno (tanto en el terreno de los procesos psico-so-cio-antropo-culturales, como en el campo propiamenteepistemológico). Pero también es cierto que podemoshoy desgajar un amplio campo de propuestas teóricas,de discursividades, de análisis fenoménicos, que que-dan malogradas en el esquema sugerido por AnthonyGiddens. No me siento allí representado, y en el mismosentido queda toda la impresionante producción actualsobre los tópicos más inusitados.

c. Para fines académicos he realizado el ejercicio de con-centrar los aportes de los diez autores más relevantesde la actualidad en el debate posmoderno: puedo ase-gurar que los doce rasgos claves de lo posmoderno quede allí resultan no tienen nada que ver con el mapa quenos pinta Anthony Giddens. Esto no descalifica en ab-soluto su posición. Simplemente la contrasto con otraposibilidad de lectura que no sale de la pura arbitrarie-dad ni del empeño polémico de llevar la contraria.

Frente al esquema caricatural de lo posmoderno podríamoshacer un ejercicio crítico sobre el mapa de los ocho rasgos de la

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modernidad radicalizada. Para no extralimitarme en las propor-ciones de estos comentarios diría simplemente que las tesis deAnthony Giddens ilustran bien los notables esfuerzos por «salvar»el proyecto moderno. Ello merece el mayor respeto y considera-ción. Pero entendámonos bien: la modernidad está herida demuerte; en más de un aspecto ya ha sido llana y simplementesuplantada. ¿Tiene aún sentido aferrarse a sus despojos?

8. LO POSMODERNO Y LA DISOLUCIÓN

DE LO POLÍTICO EN LA ESPECTACULARIZACIÓN

(Jesús Martín Barbero)

Los trabajos del amigo Jesús Martín Barbero han incidido demanera privilegiada en el candente tópico de la video-política (lateledemocracia y tantas otras denominaciones que designan unamisma preocupación: la compleja relación entre comunicación ypolítica).18 Como se sabe, hasta hace muy poco la comunicologíaacadémica se distraía con abundantes menciones al problema dela influencia de los medios sobre la política. La cuestión es otrasin embargo; de lo que se trata es de poder comprender las nue-vas reglas de constitución de la discursividad, su puesta en escenay los modos cómo se modifican los espacios institucionales tradi-cionales. Lo que está en juego —no sólo para el ámbito político,por cierto— es el vaciamiento de un cierto formato de práctica ysu lenta y compleja reconversión en otra cosa.

Precisamente en este tránsito aparecen problemas nuevos quedemandan una atención y unos equipamientos epistemológicosque no están naturalmente a disposición. Es probable que mu-chos fenómenos estén transcurriendo sin que aparezcan recupe-

18 Recomiendo los siguientes trabajos de J. Martín Barbero: De los medios alas mediaciones, Edit. B. Gali, México, 1987; «Comunicación plural: paradojasy desafíos», revista Nueva Sociedad, no 140, noviembre-diciembre, Caracas,1995; «Mediaciones urbanas y nuevos escenarios de comunicación», revistaSociedad, no 5, Buenos Aires, octubre, 1994; «Pensar la educación desde lacomunicación», revista Nómadas, no 5, Bogotá, 1996; «Modernidad y postmo-dernidad en la periferia», revista Politeia, no 11, Bogotá, 1992; «Modernidad,postmodernidad, modernidades. Discursos sobre la crisis y la diferencia», re-vista Praxis Filosófica, no 2, Cali, marzo, 1992.

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rados adecuadamente en nuestras interpretaciones. No sería laprimera vez que esto ocurre, por lo demás. La teoría suele estaren permanente deuda con una parte importante de los procesosde los que quiere dar cuenta. Es más que comprensible que en elborroso tránsito de un cambio epocal, la opacidad de los concep-tos y la relatividad de los acercamientos sean, más que defectosdel método científico, condiciones inherentes a los modos pos-modernos de conocimiento (habrá que acostumbrarse, para usaruna metáfora fotográfica, a apreciar el encanto de las imágenesfuera de foco).

En una atmósfera difusa como ésta, cuesta mucho hacerse decriterios precisos para identificar o distinguir las emergencias fe-noménicas de lo posmoderno. Cuesta más hacerse de otras clavesde lectura para arribar a valoraciones nuevas de los que aparececasi siempre en su pura negatividad. La noción misma de vacia-miento suscita esta ambivalencia.19 ¿Qué sigue después de consta-tar que se está dando una «disolución de la política»? ¿Qué estáimplicando esta disolución?

El amigo Jesús Martín Barbero centra la mirada en el mo-mento negativo de la disolución de la política. No para escandali-zarse o condenar esa realidad (como lo haría el neoconservacio-nismo de Daniel Bell, por ejemplo), sino para destacar la nuevacalidad de un proceso que no puede ser asimilado simplistamentea las crisis crónicas de la vida económica o política del capitalis-mo. Mostrar lo que está pasando no es un ejercicio redundante deobviedad, pues la dificultad primera para los modos tradicionalesde leer el acontecimiento es que buena parte de la vida cultural deestos tiempos no es traducible en clave ilustrada. Por ello resultaun empeño de primer orden esa insistencia en hacer visible lo quede otro modo aparecerá enmascarado en los formatos convencio-nales. Este ejercicio primero de inteligibilidad se ha convertido en

19 En el texto «El vaciamiento massmediático del discurso político» (R. Lanz,revista Relea, no 0, Caracas, julio 1995), se puede notar esta dificultad de valo-ración del vacío: en parte es una constatación crítica del derrumbe, en partetambién la postulación positiva de cierto imaginario deseable. (El ensayo de J.Martín Barbero: «Hegemonía comunicacional y des-centramiento cultural», in-cluido en este libro, es una recuperación positiva del fenómeno posmoderno.)

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estos años en la tarea intelectual por excelencia de las investiga-ciones de mayor interés. Pero tenemos derecho a preguntarnos:¿hay elementos suficientes en nuestro diagnóstico de la crisis comopara prefigurar positividades con las que valga la pena compro-meterse? ¿Desde América Latina será posible visualizar algún ho-rizonte de desarrollo para la posmodernización objetiva que pa-decemos? ¿Puede ser la disolución de la política una palancaconstructiva de un imaginario posmoderno?

9. EL ETHOS POSMODERNO COMO

LA «FASE NUEVA» DE LA MODERNIDAD

(José Rubio Carracedo)

Estamos una vez más frente a un estilo prejuiciado y sumarioque aparece a ratos ecuánime y erudito. La versión de José RubioCarracedo20 vuelve a reproducir un formato de crítica ya ensayadoen muchos lados: escogencia de ciertos actores, despliegue de pecu-liares argumentos y, sobre todo, generalización arbitraria de sus pro-pias convicciones. Me gustaría puntualizar algunas observaciones:

a. Resulta una simpleza con demasiadas implicaciones todointento de reducir el significado actual del fenómenoposmoderno, el empeño por disminuir la magnitud desu impacto cultural. De esta desproporción resulta siem-pre el artificio de estar lidiando con pequeños epifenó-menos o, lo que es lo mismo, de trabajar en el anecdó-tico mundo de las querellas intelectuales. Si lo posmodernoes una —entre otras— de las corrientes de pensamientoque surgen y se eclipsan con la «evolución» de la mo-dernidad, no habría razón para tanto alboroto. Esta ope-ración puede surtir efectos tranquilizadores para cier-tos espíritus ansiosos de certidumbre. Pero resultaradicalmente incompetente para acercarse a la comple-jidad y profundidad del acontecer de este tiempo. La

20 A los fines de estas observaciones sugiero la lectura del libro de J. RubioCarracedo: Educación moral, postmodernidad y democracia, Edit. Trotta, Ma-drid, 1996, pp. 89-110.

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posmodernización de todos los espacios discursivos dela sociedad, de todos los espacios societales que hacen ala vida cotidiana de la gente, de los tejidos semióticosen los que se reconoce cada individuo, de los dispositi-vos de subjetividad que definen la socialidad de unacultura, todo ello, digo, no puede ser encapsulado en ladefinición deliberadamente recortada de fase nueva dela modernidad.

b. Ese mismo artificio intelectual sirve para pasar de largoun asunto vital: la crisis profunda de la modernidad noes una materia opinática que dependería de este o aquelautor. José Rubio Carracedo constata que existe una«constelación de autores» que dirigen una crítica radi-cal al proyecto moderno. Pero una vez hecho este in-ventario el asunto central queda en pie: el derrumbe delos prototipos racionales de la modernidad está carga-do de enormes repercusiones en todos los terrenos.Usted no puede hacerse el distraído con esas severísi-mas implicaciones.

c. Como no se ha tomado en serio la cuestión crucial delfin de la modernidad, se comprende entonces la candi-dez intelectual de postular lo posmoderno como una«nueva fase de la modernidad».21 Si respecto a la mo-dernidad misma no se tiene claro su estado de estallido yobsolescencia, entonces resultará más cómodo este eclec-ticismo en relación con sus efectos disolventes en todoslos modos constitutivos del logos de la Ilustración.

d. Rubio Carracedo califica de «endeblez teórica»22 el pen-samiento que previamente se ha diseñado al gusto como«posmoderno». Un método fácil para cerrar la discu-sión sería decir lo contrario en cada punto. Pero prefie-ro recordar al lector que está a disposición hoy por hoyuna inmensa cantidad de planteamientos en casi todos

21 Ibídem, p. 190.22 Ibídem, p. 89.

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los campos del pensamiento que resulta indispensablerecuperar. Si se supera el prejuicio de las etiquetas, noserá necesario recurrir al ardid de las interpretacionesal gusto. Si se toma la molestia de indagar un poco en laproducción disponible en todo el mundo, será innece-sario el recurso puramente retórico de las citas arregla-das. Si se trabaja en serio la descomunal producciónteórica existente, se desvanecerá la falsa impresión deun pensamiento «endeble». Pero sobre todo, si se dispo-ne en verdad a penetrar la multiplicidad de signos deuna cultura posmoderna emergente (gústele a usted ono), entonces habremos superado el síndrome de losaferramientos compulsivos (esta incurable propensióna no ver lo que está a la vista).

10. POSMODERNIDAD Y «ESTUDIOS CULTURALES»¿SON INTERCAMBIABLES?(Julio Ortega)

Quiero aprovechar el pequeño gazapo que nos brinda elamigo Julio Ortega23 como pie para retomar un tema del debateque debe ser clarificado. «Estudios culturales» es la nueva nomen-clatura que ha oxigenado las viejas etiquetas de las antropologíasacadémicas, de la crítica literaria y de distintas tradiciones estéti-cas. En cierto sentido ello anuncia una renovación intelectual queva de la mano del fenómeno cultural de la posmodernidad.

Es posible que muchas designaciones de prácticas y demar-caciones institucionales queden mejor recogidas en la etiqueta de«estudios culturales».24 Allí cabe naturalmente cualquier perfil inte-

23 Estoy usando un comentario de Julio Ortega (entrevista en la revista Relea,no 0, Caracas, julio, 1995) como si se tratara de una tesis teórica. Ello no esnecesariamente así. Ha habido distintas ocasiones donde hemos discutido di-rectamente este matiz. Pero me interesa marcar con cierto énfasis la distinciónentre posmodernidad y «estudios culturales», para lo cual cuento con la bene-volencia de mi amistad con Julio Ortega.

24 Esta discusión la hemos escenificado constantemente en el Centro de In-vestigaciones Post-doctorales (CIPOST, Caracas). No creo que sea por pura casua-

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lectual, incluido aquel tipo de investigación que se asume expre-samente como posmoderna.

Pero lo que parece discutible es asimilar sin más el fenómenode la posmodernidad a lo que encierra la expresión «estudios cul-turales». En este sentido tales términos no son intercambiables,designan objetos y ámbitos diferentes, son conceptos —o catego-rías— con rango epistemológico distinto.

Desde el punto de vista de un pensamiento posmoderno, meparece que es mucho más clara esta diferenciación.

Ni por la naturaleza de una episteme posmoderna, ni por loque implica la configuración de los saberes con esta característica,puede identificarse una cosa con la otra.

Tal vez estaríamos hablando de una expresión de lo pos-moderno en el campo de la organización de cierto tipo de prácti-ca académica (es algo parecido al comentario ya hecho sobre laelección personal de Omar Calabrese con el término «neobarro-co»). «Estudios culturales» designa un cierto perfil teórico de es-tos tiempos para afrontar un amplio campo de problemas (étni-cos, estéticos, de cultura nacional, de cultura urbana, crítica literariay muchos otros). Mientras que lo posmoderno designa simultá-neamente la crisis de la modernidad, la emergencia de una conste-lación de prácticas y discursos en todas las esferas y también lacristalización de un espesor cognitivo (un pensamiento) confor-mado por una enorme multiplicidad de análisis, interpretaciones,propuestas teóricas, estilos de investigación, métodos de trabajo,formatos institucionales (no olvidemos que puede hablarse, in-cluso, de gerencia posmoderna). El amigo Julio Ortega estará se-guramente de acuerdo en esta distinción. Si he insistido en recal-carla es porque conozco de las confusiones que circulanimpunemente en ciertos ambientes académicos.

lidad que hayamos definido dos áreas de investigación bien delimitadas: Pro-grama de estudios culturales y, por otro lado, Programa de estudios posmoder-nos. Ver el ensayo de F. Jameson: «Sobre los estudios culturales», en varios:Cultura y Tercer Mundo, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, 1996, pp. 167-232.

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11. LA «IMPOSIBLE DIALÉCTICA» MODERNIDAD/POSMODERNIDAD

(Agapito Maestre)

El tema de lo posmoderno hace presencia de muchos modosen la obra del amigo Agapito Maestre.25 Me propongo proble-matizar sólo un matiz de sus planteamientos en torno a la «impo-sibilidad» de una dialéctica modernidad/posmodernidad. Aun cuan-do el sentido de esta «imposibilidad» deba ser contextualizadapara situar el alcance de la afirmación de Agapito Maestre, creoque se trata de una imagen muy útil para explorar posibilidades.De momento quisiera situar dos planos dialécticos de la relaciónmodernidad/posmodernidad.

a. El amigo Agapito Maestre estará de acuerdo en estapeculiar tensión entre la constelación de caídas, colap-sos y agotamientos de los nudos socioculturales de lamodernidad (como socialidad incrustada en todos lostejidos relacionados del hombre occidental) y la emer-gencia fragmentaria y proliferante de infinidad de prác-ticas y discursos propiamente posmodernos. Creo queallí se instala una cierta dialéctica cultural (en el sentidoadorniano) que caracteriza el fondo de todo el aconte-cer de este tránsito epocal. Hay allí, me parece, unanegación-recuperación vivida en la ambigüedad de in-finitas prácticas portadoras de los «valores» modernosque se disipan y de la sensibilidad posmoderna queemerge.

b. En el terreno cognitivo encontramos esta misma lógi-ca: una tensión dialéctica permanente entre las viejasmétricas y los nuevos referentes paradigmáticos, entrelos viejos protocolos de verdad y la radical relativiza-

25 Podemos encontrar los grandes temas de la crisis de la política en textoscomo El poder en vilo, Edit. Tecnos, Madrid, 1994; en su incansable trabajo deinterpelación recogido en Argumentos para una época, Edit. Anthropos, Barce-lona, 1993; en su activa presencia en el debate público recogido en El vértigode la democracia, Ediciones de la Ilustración, Madrid, 1996; o en el texto quesirve de excusa a mi comentario crítico, Modernidad, historia y política, Edit.Verbo Divino, Navarra, 1992, pp. 81-102.

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ción del conocimiento, entre teorías falsas o insuficien-tes y nuevos criterios para la construcción teórica. Elpensamiento posmoderno es en un primer momentouna crítica a los principales prototipos racionales de lamodernidad (razón, progreso, sujeto, historia, tecno-ciencia). Lo que ocurre allí en verdad es una dialécticadel conocimiento donde se tensionan los protocolosepistémicos de todo un modo de producción del senti-do. Ese tejido tensional (múltiple, pluridireccional, re-lativo, polivalente) y la voluntad teórica que lo asiste(al menos desde una sensibilidad posmoderna crítica)es lo más parecido a una dialéctica del pensamiento (enla tradición de Francfort, desde luego).

Me parece que con el transcurrir de la década de los noventa seha perfilado mejor el curso de esta «dialéctica» histórica y teórica. Elamigo Agapito Maestre me dirá que soy demasiado optimista. Ten-dré que admitir también esta «dialéctica» entre desencantoneoconservador y construcción crítica de un horizonte utópico.

12. LO POSMODERNO COMO CONDICIÓN

PARASITARIA DE LA MODERNIDAD

(Ágnes Heller)

El trabajo intelectual de Ágnes Heller referido al debateposmoderno parece oscilar entre una abierta postulación posmo-dernista (esa era tal vez la tónica de Ferenc Fehér) y la distancia delos comentarios «externos».26

Me gustaría aludir tan sólo a uno de los asuntos controver-siales que suscita la extensa obra de Heller.27 No es sin consecuen-

26 Recomiendo la lectura de A. Heller: Crítica de la Ilustración, Edit. Penínsu-la, Barcelona, 1984; A. Heller y F. Fehér: Políticas de la postmodernidad, Edit.Península, Barcelona, 1989; A. Heller: Historia y futuro, Edit. Península, Barce-lona, l991; A. Heller y F. Fehér: Biopolítica, Edit. Península, Barcelona, 1995.

27 El Centro de Investigaciones Post-doctorales (CIPOST) tuvo la oportunidadde invitar a Ágnes Heller para la realización de un seminario sobre «Una teoríade la modernidad» (1995). Me ha tocado prologar su libro que lleva el mismotítulo (ediciones del CIPOST, Caracas, 1997) donde recojo sumariamente las lí-neas gruesas de este debate.

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cias teóricas que la autora postule su idea de lo posmoderno acontrapelo de toda imagen epocal. De allí la metáfora de condi-ción parasitaria de la modernidad que parece equívoca en más deun sentido. Veamos.

a. Me parece una sutileza con alguna implicación intelec-tual la distinción de los trabajos presentados por ÁgnesHeller en conjunto con Ferenc Fehér (trabajos donde serespira una proximidad más que temática con lo pos-moderno) y el pensamiento neto de la autora recogidoen una conocida y prolífica obra.

Para los investigadores que siguen de cerca —y conlupa— el desenvolvimiento del debate modernidad/pos-modernidad resultará familiar la caracterización de tresestilos emblemáticos en defensa de la modernidad: elestilo Habermas (con pretensiones fundacionales y conoblicuas implicaciones políticas); el estilo Touraine (ver-sión más próxima al acontecimiento y alimentada prin-cipalmente por un extraordinario recorrido de insumosociológico); el estilo Heller (a mitad de camino entreuna tradición marxista más traumática que fecunda yese incansable nomadismo cultural que termina mar-cando los modos de pensar).

b. Una amplia gama de autores expresamente ubicados enla tribu posmoderna han insistido en la necesidad deromper con la imagen evolutiva que se asocia casi ine-vitablemente el prefijo «post». No es casual la insisten-cia de algunos autores en escribir «pos» (sin «t»). No setrata pues de concebir la posmodernidad como «lo queviene después» de la modernidad. Pero subsiste allí unproblema: ¿qué hay del cambio epocal del cual se hablahoy con tanto énfasis? Lo posmoderno no es un estadioevolutivo inscrito ontológicamente en las «leyes del de-sarrollo social». Pero es obvio que asistimos a una mu-tación civilizacional que no puede ser comprendida conlas viejas fórmulas de «crisis del capitalismo» o «ciclosde la humanidad».

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c. Es completamente equívoca la imagen de una posmo-dernidad que cada quien «elige».28 En efecto, si lo pos-moderno se reduce a una sensibilidad (entre otras), conello se logra el artificio de dejar en su lugar a la moder-nidad. Todo se limitaría a un juego de miradas que noafecta esencialmente el estatuto (histórico y epistémi-co) del proyecto moderno.

d. Es fácil contrastar este punto de vista con el eje capitalde nuestras proposiciones. Me parece que ese modo deaproximarse a lo posmoderno deja afuera lo que es esen-cial: hacerse cargo seriamente del derrumbe del para-digma de la modernidad, comprender lo que emergiócomo suelo cultural en los últimos cincuenta años y,sobre todo, dar cuenta del contenido sustantivo de unpensamiento posmoderno que se configura cada vez máscomo referencia intelectual.

Como lo he señalado insistentemente, la lectura de lo pos-moderno en clave moderna resulta siempre un cortocircuito. Desdelos residuos de la modernidad se hacen toda clase de ejercicioscuyos resultados se adivinan. No creo que ello sea en absolutodeleznable, lo que digo es que los modernos no pueden pensarposmodernamente.

13. LA SIGNIFICACIÓN POLÍTICA DE LO POSMODERNO

(Fredric Jameson)

Desde una tradición marxista relativamente crítica se obser-va una creciente preocupación por no quedar definitivamente fuerade un debate capital en la coyuntura teórica de hoy. Me refiero aautores aislados y no a una corriente o partido que tenga estasexquisiteces. Los trabajos de Jameson pueden ser enmarcados conpropiedad en el contexto de una reflexión de inspiración marxis-

28 «Los que han elegido vivir en la postmodernidad viven, no obstante, entremodernos y premodernos». (Políticas de la postmodernidad, ob. cit., p. 149.)

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ta que intenta —honestamente— un diálogo con la agenda deestos días.29

Me parece de utilidad para el esclarecimiento de la discusiónactual detenerse puntualmente en una de las múltiples facetas deldebate recogidas en la obra de Fredric Jameson. Me refiero a la líneacentral de sus motivaciones teóricas: interpretar políticamente lasdiversas tonalidades del amplio espectro de formulaciones y sensi-bilidades susceptibles del calificativo de posmodernas. Convendríapues una rápida mirada a los asuntos teóricos allí involucrados.

a. Hay que estar siempre en guardia con aquellos preten-siosos esquemas clasificatorios donde cabe todo el mun-do en su predibujada casilla. En el campo literario tene-mos varios ejemplos de este despropósito: un listado denovelas «posmodernas», de cuentos «posmodernos» yde poesía «posmoderna».

No estoy afirmando que una obra sea incaracterizable.Lo que planteo es que estas empresas de ubicación decada obra y autor en un gran tablero suelen ser puroartificio. Provienen por lo general de cierta calisteniaacadémica con fines modestamente didácticos. Sin em-bargo, cuando desde allí se pretende «teorizar», lo queresulta es un rústico triturador de perfiles y configura-ciones para cuyo conocimiento haría falta una «caja deherramientas» mucho más compleja y refinada.

Algo de este síndrome encontramos en la estrategia deJameson. La peculiaridad es sencillamente la clave de lec-tura que sirve como demarcación para clasificar: izquier-da y derecha. Resulta siempre riesgoso (riesgoso para elmantenimiento de una cierta consistencia del discurso)leer cualquier fenómeno en términos políticos (sea quese le atribuya sentido político a una tesis teórica, seaque se valore la actuación política del autor).

29 Recomiendo consultar el libro de F. Jameson: Teoría de la postmoderni-dad, Edit. Trotta, Madrid, 1996.

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No estoy sosteniendo que sea imposible o impropio ca-racterizar a este o aquel autor en términos políticos. Loque estoy afirmando es que esta estrategia de lectura —adiestra y siniestra— tiene un límite más allá del cual esmaniqueísmo puro y simple. ¿Cuál es ese límite?

b. En términos periodísticos resultaría fácil dibujar la silue-ta política de un autor que, por lo demás, hace explícitasu ubicación «ideológica». Pero de allí no se sigue fór-mula alguna que autorice una correlación automáticaentre ideas y conducta política, entre propuestas episte-mológicas y filiación partidaria. No hay una epistemo-logía republicana y otra demócrata. No hay una biolo-gía molecular gaullista y otra socialista. No hay una físicade partículas judía y otra musulmana. Este mínimo sen-tido común ayudaría para resituar las pretensiones deestos tableros clasificatorios.

c. Me interesa subrayar con cierto énfasis la ambigüedadconstitutiva de lo posmoderno y, por tanto, las diversasposibilidades de recuperación política de ideas y sensi-bilidades. La experiencia actual muestra una gran can-tidad de formas de instrumentación con signos estéti-co-políticos distintos y, a veces, contradictorios.

En términos gruesos se puede afirmar que la posmoder-nización de la cultura y el entramado social produce un efectodesmovilizador que se traduce con frecuencia en pasividad, con-formismo, apoliticismo, narcisismo ambiance neoconservadora ypolíticamente reaccionaria. Pero el mismo proceso cultural e in-tersubjetivo produce también un efecto liberador: ruptura de lí-mites, propulsión a lo nuevo, apertura, expansión de la sensibili-dad, es decir, un clima emancipatorio que puede traducirse enuna radicalización política de la cultura democrática.

Una postura teórica cualquiera puede ser leída según comose inserte tendencialmente en ese doble movimiento movilizador/des-movilizador. Pero ello no puede ser criterio suficiente para la sen-tencia universal del valor intrínseco de una obra intelectual. Nohay pensamiento neutro ni postulación teórica completamente naif.Eso ya lo sabemos. Pero no creamos que con ello podemos rotular

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tan fácilmente de «izquierda» o de «derecha» a cualquier pensa-miento.

Me parece que hay siempre un transfondo de concepcióndebajo de cualquier política cultural (cuestión que justificadamentepreocupa a Jameson). Pero sospecho que en estos tiempos de ex-tremo pragmatismo y de instrumentalización de todo el universosimbólico de la sociedad, no hay forma de establecer líneas decoherencia entre una postulación teórica y una decisión política,entre un cierto perfil antimoderno, promoderno, proposmoder-no o antiposmoderno30 y un «correlato» político. En fin, creo quela lectura política de las formulaciones teóricas posmodernas tie-ne que ajustar sus propias cuentas con otra concepción de lo polí-tico, tal vez con una teoría política posmoderna.

14. DE NUEVO EL «IRRACIONALISMO POSMODERNO»(César Cansino)

El tono de la perspectiva teórica que anima al amigo CésarCansino es muy útil para que la polémica transcurra con posibili-dades de esclarecimiento y profundización.31 Quisiera detenermesólo en un aspecto relativo a la posición teórica del autor clara-mente explicitada en la presentación que hace al dossier de la revistaMetapolítica consagrada al debate sobre la posmodernidad.32 Creoque podría resumir mis observaciones en los siguientes puntos:

30 Ibídem, p. 92.31 Son muchos los tópicos que merecerían una discusión sistemática y extensa.

En el campo del debate teórico-político son múltiples los asuntos que alimentanuna agenda rica en matices controversiales. Recomiendo revisar los siguientes tra-bajos del amigo César Cansino: «La metapolítica como problema», en Varios: Estu-dios de teoría e historia de la sociología en México, UNAM, México, 1996; «Partidospolíticos y gobernabilidad», revista Nueva Sociedad, no 139, Caracas, septiembre-octubre, 1995; «Teoría política: historia y filosofía», revista Metapolítica, no l, México,enero-marzo, 1997; «De la politización de los medios a la despolitización de lasociedad», revista La Brecha, no 4, Madrid, enero-febrero, 1997; C. Cansino y V.Alarcón: América Latina: ¿renacimiento o decadencia?, FLACSO, San José, 1993; C.Cansino (comp.): Las teorías del cambio político, Universidad Iberoamericana,México, 1993; C. Cansino (comp.): Las relaciones gobierno-partido en AméricaLatina. Un estudio comparado, CIDE, México, 1995.

32 C. Cansino: «Teoría política: historia y filosofía», ob. cit., pp. 39-40.

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a. Siento que hay una percepción doblemente equívocaen la imagen sustentada por el amigo César Cansinosobre la posmodernidad: equívoca porque pasa por altoel espesor cultural (en sentido fuerte) de lo posmoder-no como condición de la vida cotidiana; equívoca por-que está leyendo muy restringidamente el tenor del pen-samiento posmoderno en sus distintas sensibilidades.

Me parece que la posmodernización creciente de la so-ciedad en todos los planos, así como los efectos con-tundentes del desplome del ideario moderno en distin-tas esferas de la civilización occidental, no pueden serpensados como epifenómenos cuya naturaleza remite acosas tan efímeras como la moda o los estilos de vida.Ya he comentando en otras ocasiones el transfondo deesta percepción. Por los momentos bastaría con reafir-mar la tesis central que sustenta mi posición: la moder-nidad como proyecto civilizacional se ha derrumbado.Han entrado en crisis todos sus prototipos racionales.En medio del inmenso vacío que ello genera está emer-giendo una cultura posmoderna que se expresaintersticialmente como re-equipamiento intersubjeti-vo, como dispositivo de sensibilidad, como performa-tividad de las nuevas claves de lectura, como discur-sividades que circulan en los embriones de nuevosactores sociales.

b. Del mismo modo, el amigo César Cansino despacha demodo rápido el rol contemporáneo de la producciónteórica asociada al posmodernismo. Tendría que decirque mi percepción es completamente distinta: observoque esa producción intelectual se ha densificado en estadécada de los noventa hasta constituir un espesor epis-temológico realmente impresionante. Más que eso: afir-mo con toda tranquilidad que en América Latina hayun perfil teórico posmoderno que ha puesto la agendadel debate en los últimos años. Creo que la producción

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teórica más fecunda que circula en la región provienedel debate modernidad/posmodernidad.33

c. El recurso del irracionalismo posmoderno vuelve a serun expediente gastado que ha sido suficientemente re-futado por muchos autores. Entiendo que el amigo Cé-sar Cansino no está reeditando la cháchara haberma-siana contra Foucault (truculenta manipulación de lasformulaciones foucaultianas para hacer pasar el fantas-ma del «irracionalismo»). En este punto quisiera enfati-zar mi posición: se trata de producir una crítica radicalde la concepción moderna de la razón, sobremanera, enlas solapadas conexiones de los modelos cognitivos conel poder. Allí la obra de Michel Foucault sigue siendo elhorizonte epistemológico no igualado por ninguna otrateorización. El demonio del «irracionalismo» no puededesentenderse de este emplazamiento categórico.

d. Podemos compartir —sin violentar los supuestos conlos que cada quien trabaja— la motivación de reencontrarlos impulsos emancipatorios que la Ilustración nos pro-metió y no pudo cumplir. En alguna medida nuestrainsistencia en un pensamiento posmoderno crítico (quequiere diferenciarse expresamente de todo sesgo neo-conservador), se postula en el marco de una abiertacontestación a toda forma de dominación (incluidas lastramas de sentido que habitan los discursos de la cien-cia y de la técnica). Lo que estoy perfilando es una mo-dalidad de «posmodernismo libertario» que puede en-troncar fecundamente con tradiciones postiluministasde tipo «democracia radical». ¿Por qué no?

e. Justamente en el terreno político (donde al amigo Can-sino trabaja de preferencia) hay una enorme gama de

33 En los límites de este ensayo no puedo extenderme en ejemplos demostra-tivos de esta tesis. Remitiría al lector a un texto donde he caracterizado autorpor autor en este mapa teórico: «Posmodernidades: la ventaja de llamarse Amé-rica Latina» (forma parte del libro coordinado por Julio Ortega: Manual para elnuevo milenio, Edit. La Torre, San Juan, Puerto Rico, 1997).

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incidencias de lo posmoderno que ha modificado porcompleto la agenda del debate. Son muchos los asuntosque están allí planteados de modo controversial. Unatesis me gustaría remarcar: en la discusión episte-mológica de frontera está planteado un cuestionamien-to radical a la «ciencia política» tradicional, tanto en suestatuto disciplinario, como en los contenidos sustanti-vos de sus métodos y categorías. En este punto no creoque deban hacerse concesiones. De allí se derivan deci-sivas implicaciones hacia el debate específico sobre cultu-ra democrática, espacio público, ciudadanía, etc. Comose ve, hay una íntima conexión entre las investigacionesepistemológica, sociocultural y sociopolítica. Precisamen-te en esos planos es donde incide con más fuerza el enfo-que posmoderno. Ojalá podamos «limpiar» apropiada-mente los malentendidos para así arribar de lleno a losasuntos que verdaderamente nos inquietan.

COMO SI HUBIESE TERMINADO

La estrategia de estas notas ha sido relevar una agenda pendientede tópicos y problemas interpelando el trabajo intelectual de al-gunos investigadores. No se trata para nada de una antología nide una reseña de autores. Creo firmemente en el papel propulsordel debate, en la insustituible eficacia de la crítica, en el compro-miso ético involucrado en una discusión con destino. Por ello elmaterial que antecede no debe tomarse como un mero ejercicioformal, ni mucho menos como erudita majadería destinada a im-presionar a un público desinformado y apático. Lo que en verdadnos interesa es movilizar las ideas en juego, expandir las fronterasen las que cada autor se sitúa, interrogar ciertas adquisicionesconceptuales antes de que empiecen a cristalizar como nichos ocomo dogmas. Esta función profiláctica del debate ha de consti-tuir un requisito permanente de todo cuanto se produce.

He querido mostrar una vez más que el ejercicio crítico (ás-pero o apacible, poco importa) es un camino insoslayable en la

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perspectiva de producir una nueva comprensión de este tiempo,de este hombre. El texto no ha querido otra cosa que contribuir adespejar unos pocos asuntos de nuestra común agenda de canden-tes problemas. No hay candor en mis palabras, apenas la secretaconfianza en el poder movilizador de las ideas, que a pesar detodo, se comparten.

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UN VISTAZO A LA PRODUCCIÓNBIBLIOGRÁFICA DE LOS NOVENTA SOBRE POSMODERNIDAD

1. He insistido recurrentemente en los nuevos modos de relacionarsecon los textos, gracias a las posibilidades de acceso a todas lasfuentes mundiales de organización bibliotecaria.

2. Un reporte bibliográfico tiene otra utilidad a la hora actual: con-tribuye a configurar el contexto intelectual donde se mueve unautor. Ayuda a comprender las influencias, pertenencias o prefe-rencias que influyen en un cierto tipo de pensamiento.

3. En otras publicaciones he intentado ilustrar la magnitud de la pro-ducción intelectual de la que disponemos para soportar investiga-ciones sobre la problemática posmoderna. En esta oportunidad heprivilegiado la referencia a libros en idioma castellano.

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Lo posmodernoen la encrucijada

ROBERTO FOLLARI

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DESARROLLAREMOS ALGUNOS de los puntos principales que hacen hoya la relación entre condición posmoderna, por una parte, y situa-ción cultural y política, por la otra. Lo hacemos bajo la adverten-cia de que no estamos ante un momento cualquiera del desplieguede lo que ha dado en llamarse posmodernidad: es notorio quepasó el lapso inicial de ésta, cuando se planteaba como pura pro-mesa del final de los males modernos, y que asistimos por esto auna situación en que lo posmoderno se encuentra ya a prueba; nocaben hoy las simples apologías, ni la sola crítica —ya algo rema-nida— de la unicidad subjetivista y el talante dominador propiosde la época iniciada con Descartes. De manera que nos encontra-mos en un momento en que el horizonte de comprensión estáabierto hacia la redefinición histórica, aun cuando tal aperturapermita sólo una panorámica difusa y germinal: asistimos a eseinstante en que puede empezarse a hablar en pasado del desarro-llo de la condición posmoderna; no porque ésta se haya rebasado—errónea expectativa para apenas unos quince años de presen-cia— ni tampoco porque aquello que inicialmente la definió hayadesaparecido por completo. Simplemente, ya no estamos ante unanovedad y, por tanto, no se patentiza la línea divisoria con lamodernidad —respecto a la cual lo posmoderno se autodefiníacomo contraste y superación, al menos a la hora de buscar legiti-midad propia—; estamos ya instalados en el talante posmoderno

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y éste ha comenzado a abandonar el aura, para someterse a lascondiciones de la rutinización. Se pueden hoy someter a juiciodesapasionado, con más rigor, las posibilidades y limitaciones dela nueva condición epocal. Desde este sitial hallamos la posibili-dad epistémica actual de enclave para nuestro discurso.

1. RACIONALISMO, POSMODERNIDAD

Y TOTALITARISMO FASCISTA

Es conocida la apelación a la noción de «irracionalismo» que sue-le practicarse desde un cómodo sentido común para enfrentarposiciones que suponen una redefinición del sitial de la razón conrelación al conjunto de la experiencia humana. Ya dentro de lanegatividad frente al proyecto de dominación técnica del mundopropio de la modernidad (Nietzsche, Klages, Dostoievski, etc.),se recibió este tipo de apelativos; de tal modo, a partir del supues-to débil pero familiar a la apariencia según el cual hay existenciade un sujeto epistémico puro, se rebate cualquier posible oposi-ción con el fantasma de lo irracional; con el recurso de la barradivisoria según la cual todo lo que no se sume a la aceptación dela escindida razón moderna como punto de sustento, será enten-dido como muestra del triunfo de lo definidamente irracional, deaquello que repugna a todo razonamiento y cordura.

Dentro de esta conocida tesitura, es habitual que lo posmo-derno sea identificado lisa y llanamente con una forma de irracio-nalismo más. Sin demasiadas distinciones —en esto es paradigmáti-co el best seller literario de Sebreli sobre el tema—1 los racionalistasdividen el mundo entre ellos y una (y sólo una) categoría más: losotros, «lo otro», la excedencia amenazante de aquello que no pue-de ser subsumido en el campo de la ciencia entendida anacrónica-mente como exclusiva ordenación lógica, y la filosofía como esta-blecimiento de las garantías de conocimiento de aquélla.

De modo que lo posmoderno es mezclado con la moderni-dad negativa rechazada en bloque (desde el hippismo a la filosofía

1 J. Sebreli: El asedio a la modernidad, Edit. Planeta, Buenos Aires, 1991.

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existencial y las vanguardias artísticas), con lo cual toda la especi-ficidad del fenómeno desaparece. Para Sebreli, por ejemplo, cul-tura afro, indígena, posmodernistas y dadaístas, han marchadojuntos en el desafío a las —según él— firmes propuestas cogniti-vas y axiológicas de «la» razón (asumida como si fuese universal,ahistórica y unívoca). De tal manera, lo posmoderno ni siquieraes recortado como objeto; no se lo entiende en la especificidadmarcada por el agotamiento de lo moderno, sino simplemente enla oposición abstracta a los supuestos bienes que a la modernidadracionalizante serían inherentes. Así, Vattimo es situado en un blo-que con Baudelaire y Picasso, todos junto a indigenistas y teluris-tas del estilo de Kusch: una mezcla en la cual el recurso para deva-luar y deformar al adversario es el mecanismo indispensable parapoder criticarlo sin matices.

Por tanto, no habría en estos casos más que una lucha entre«la razón» y sus enemigos. Los «irracionalistas» son una polifacé-tica gama reducida a la unicidad frente al sólido bloque de lascertidumbres occidentales.

A su vez, la operación discursiva del racionalismo guarda unsegundo supuesto no explícito pero legible en su ordenamientotextual: el «irracionalismo» es responsable de los totalitarismosen general y, particularmente, de los de extrema derecha. Sabidoes que los nacionalismos exacerbados han apelado a la raza y a latradición, a la lengua y al particularismo histórico. También esconocida la repugnancia de las derechas totalitarias por la demo-cracia representativa, con la noción de tolerancia que la sustenta;esto, por la posibilidad de relativizar la verdad al ponerla en elcampo de la racionalidad científica o filosófica; también por laapelación a la igualdad de derechos, frente a la diferencialidadjerárquica de los hombres concretamente existentes. Ciertamen-te, la derecha ha rechazado el legado racionalista moderno y paraello ha execrado la revolución científica iniciada por Galileo, con-siderándola un desgraciado accidente antropocéntrico que se apar-ta de algún sagrado orden natural o, al menos, de la atención a lapropia historia y a la propia tradición (y la vitalidad que se ligaríaa éstas, frente a la falta de vigor de racionalismo abstracto e inte-lectualizante).

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Reconocida esta posición de las derechas antimodernas, esexcesivamente simple el expediente de asumir que en los «irracio-nalismos» se establece la base de la existencia del totalitarismo.En ese caso, se supone una relación cuasi-causal: hay posicionestotalitarias porque hay «irracionalismos». Y si todos éstos repre-sentan una postura más o menos equiparable, lo posmoderno noes más que una versión cualquiera de esta ecuación señalada. Loposmoderno sería entonces —aun cuando esto contradiga rotunda-mente a posmodernistas como Vattimo o Lyotard—2 la base para laposibilidad de reinstalación de regímenes ultrarreacionarios.

Es importante destacar el lugar ocupado por la teoría deHabermas en este debate. Más allá del intento por rescatar unarazón que no se sustente en el subjetivismo moderno, apelando ala acción comunicativa como mecanismo intersubjetivo y, por ello,de su abierto rechazo al positivismo naturalista, así como a cual-quier axiología apriorística, el proyecto de Habermas queda sub-sumido en el de una recuperación de los valores de la razón. Subúsqueda fundamental frente a los posestructuralistas y posmo-dernos (señalados todos como si fuesen posmodernos, sin mutuadistinción)3 es la de restituir la vigencia de lo universal, aventar elfantasma de lo no-fundado, de lo sin-fondo.4 La razón debe apa-recer como constituyente frente al desorden multívoco de la his-toria: nunca como constituida desde ésta. De manera que se llegaa la solución de «unidad de la razón en la pluralidad de sus vo-ces»,5 según la cual quedan instituidas condiciones universalmen-te válidas para fijar las reglas axiológicas en las sociedades, auncuando los contenidos específicos surgidos del seguimiento (o nocumplimiento) de tales reglas sean en cada caso diferenciados.Con esta aceptación de la pluralidad fáctica de los puntos de vista

2 J. F. Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños), Edit. Gedisa, Bar-celona, 1989; G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéuticaen la cultura posmoderna, Edit. Gedisa, Barcelona, 1987.

3 J. Habermas: El discurso filosófico de la modernidad, Edit. Taurus, BuenosAires, 1989.

4 C. Castoriadis: Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto,Edit. Gedisa, Barcelona, 1988.

5 J. Habermas: Pensamiento postmetafísico, Edit. Taurus, México, 1990.

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que Lyotard celebrara en su conocida tesis sobre los «juegos lin-güísticos», Habermas aparece dando un paso en al asunción de lascondiciones objetivas de la sociedad posmodernizada. Pero en elmismo movimiento establece los límites de tal aceptación: tras laapariencia de lo diverso existe la universalidad de las condicionesque lo estipulan. La razón reaparece en sus características de uni-versalidad que son tan caras a los deudores del pensamientokantiano.

De manera que el proyecto habermasiano, iniciado en Co-nocimiento e interés para enfrentar el racionalismo de cuño posi-tivista (al extremo de incluir dentro de éste a la dialéctica de Marxy a la teoría de Freud), tratando de abrir a la pragmática históricacon Pierce, y a la «comprensión» de los actos desde la dimensiónsubjetiva de la intención del actor con Dilthey; aquel proyecto deenfrentar a la razón congelada de los positivistas, se ha transfor-mado en defensa racionalista ante lo que él considera el peligrode una desfundación de lo universal adscripto a la razón. Las obrasde Habermas desde la instalación del auge posmoderno van todasen esta dirección, más allá de que algunas de las últimas han me-jorado la especificación del adversario y, por ello, la pertinenciade los argumentos esgrimidos.

En El discurso filosófico de la modernidad la pluma estabamenos afilada: allí Habermas pone en el mismo plano a Heidegger,Nietzsche y Bataille, y a todos éstos con Foucault y Derrida. Demodo que se critica por igual a filósofos y ensayistas, y a aquellosque fueron parte de la modernidad negativa (Heidegger, Nietzs-che) en estado de modernidad no consumada, con los posestruc-turalistas, deconstructores de la razón en una condición históricafáctica de consumación de tal disipación del orden racionalista,con la modernidad en crisis y descomposición. Tal igualación deposestructuralistas con críticos clásicos de la modernidad, se agravapor el hecho de que todos están considerados bajo el amplio rótu-lo de posmodernos, o al menos de «pivotes» conceptuales de aper-tura a la posmodernidad.

Esta no-especificación de las diferencias entre los autoresdiscutidos y —sobre todo— la imposibilidad de explicar por quése los considera posmodernos (cuando Foucault o Derrida no han

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aceptado serlo, ni creemos que teóricamente se les pueda adscri-bir dicha tendencia),6 lleva a que la inmensa potencialidad argu-mentativa del texto de Habermas (cuya crítica de Foucault es sinduda minuciosa y —en algunos aspectos— demoledora) se pierdaen cuanto a los fines que perseguía de refutar explícita y específi-camente a lo posmoderno.

Otro equívoco no menor sostiene el texto habermasiano: larefutación de autores que él reclama como posmodernos parecebastarle para exorcizar la condición histórico-cultural posmoder-na. Es decir: parece interpretarse que se trata de una situaciónintrateórica, y que la refutación de teóricos pudiese servir de me-canismo de liquidación de la condición cultural en que dichosautores basan su constitución como sujetos, así como el análisis ycontenido objetual de sus trabajos. Lo posmoderno no desapare-cerá con atacar a los autores que se reclaman posmodernistas; porla razón elemental de que lo posmoderno no existe por responsa-bilidad de tales autores, sino que en todo caso ellos se sostienenen la situación fáctica de la existencia de condiciones a las quepodemos dar nombre e interpretación diversificadas, pero queson aquellas que se sintetizan en el apelativo de «posmodernas».

Lo cierto es que la insuficiencia del racionalismo clásico frenteal vendaval de pérdida de fe en las certidumbres, ha dado lugar ala apelación a Habermas como modo de reaseguro. Es decir: yaque el racionalismo apriorístico para el cual los valores derivabande la universal condición natural del hombre se ve en apuros parasostenerse, la figura de Habermas ofrece una versión aggiornadade esta posición. De manera que en un antagonismo que ha tendi-do a polarizarse entre racionalismo versus críticos de éste, losmatices que diferencian a Habermas de positivistas y analíticoshan tendido a borrarse: la postura habermasiana es la actual res-puesta generalizada al «irracionalismo» posmoderno.

Importa destacar que en su libro inmediatamente posterior,7

el autor alemán asumió una versión más precisa frente al tema. Si

6 R. Follari: Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina,Aique/Rei/Ideas, Buenos Aires, 1990.

7 J. Habermas: Pensamiento postmetafísico, ob. cit.

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bien tal vez se trate de un texto menos brillante que el anterior,está claro por fin quiénes son los posmodernistas: se habla deLyotard, de Rorty. Con claridad se establece la predilección porPutnam, representante del retorno del referente y del anclaje dellenguaje en lo real; la intemperie posmoderna lleva hacia el refu-gio en posiciones tradicionales. Allí se establece que es cierto queactualmente hay multiplicidad de apelaciones para la legitima-ción en lo ético y lo político: lo cual es sin duda un avance de suparte en el reconocimiento de lo real/social como fundante de ladiscusión, así como en el de la característica dominante de esarealidad en la actualidad. Pero no se abandona la tesis de la uni-dad de la razón: ésta ofrece los criterios universales desde los cua-les se juzga cualquier elección objetivamente existente de valores.Los parámetros de la acción comunicativa en libre argumentacióncon bases de sinceridad y no coacción servirán como criterio deevaluación. En este sentido, Habermas produce una especie detrascendental: no afirma —lo cual sería una ingenuidad que nocabe en su pensamiento— que la acción comunicativa sea la basede los contenidos axiológicos realmente existentes; más bien, pro-pone que estos últimos serán legítimos sólo en la medida en quesean capaces de resistir la prueba de someterse a tal acción comu-nicativa como criterio. De modo que éste funcionaría como ideareguladora para «tender hacia allí» y para, desde sus estipulacio-nes, juzgar lo dado.

Estas filigranas conceptuales no son las que solemos encon-trar en los racionalistas más tradicionales, para los cuales en algúnespacio del dibujo del mundo se leen los valores y los derechosnaturales. Ellos hallan en Habermas una última tabla de sostén,pero obviamente no fijada tanto en la fidelidad al autor como enla apoyatura táctica contra los criterios de la racionalidad instala-da. Desde ese punto de vista, el filósofo germano opera objetiva-mente como pivote último del polo del debate que se encuentraen mayor estado de debilidad; debilidad que obviamente no exis-te por alguna razón intelectual o intrateórica, sino por la abiertaoposición a la tendencia hegemónica en la cultura contemporá-nea, tendiente al eclipse de las certidumbres «duras» y de las pre-tensiones universales de validez.

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Esos sectores expresados en la filosofía y en las ciencias so-ciales, han insistido en presentar la cuestión como puro debateconceptual, como que si la posible refutación teórica bastara paraexorcizar la realidad cultural posmoderna. Esto produce una es-pecie de ahorro de recursos: si se trata de enfrentar una cuestiónintrateórica, naturalmente será más fácil que hacerse cargo de lascondiciones sociohistóricas que rematan en lo posmoderno. Esmás: así sería difícil escapar a la evidencia de que lo posmodernono es más que la continuidad exacerbada de lo moderno, su cul-minación y cumplimiento, su «rebasamiento», como señala Vatti-mo. Esto significaría asumir —cosa para nada común en el raciona-lismo— la responsabilidad que le cabe al proyecto moderno deprogreso, futuridad y dominio técnico, en su propia crisis de legiti-midad, y la presente inversión paradójica de sus efectos culturales.

Pero el equívoco resulta más hondo: de él pareciera despren-derse que la realidad depende de las posiciones teóricas, las cuales«segregarían» efectos políticos. Es decir: todos sabemos que lateoría tiene relación con la realidad política, pero ello es diferentea creer, idealistamente, que la teoría deduce desde sí realidad, yaque esto es un presupuesto ingenuo incapaz de comprender lascondiciones sociales de mediación de efectos políticos. No es quehaya existido nazismo porque hubo teorías que tuvieron comobase la idea de superioridad de la raza aria: éstas fueron un factorconstituyente/constituido de la situación global, en la cual ele-mentos económicos, culturales e ideológicos estuvieron conjuga-damente operando. De modo que no basta con exorcizar las teoríaspronazis para que desaparezca la amenaza del totalitarismo dederechas: más bien hay que construir las condiciones sociopo-líticas que hagan improbable tal irrupción.

Si pensamos en discutir esas condiciones socioculturales glo-bales, no es de despreciar el desarrollo que la inicial Escuela deFrancfort hiciera al respecto, invirtiendo la ecuación convencio-nal: es el racionalismo que sustenta la racionalidad instrumentalel que ha dado lugar al nazismo; forjando un mundo desencanta-do y tedioso (el mundo de la administración total de la vida y delos afectos) se han dado las condiciones para una perversa esteti-zación de la política, para un retorno de lo expresivo dado en las

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manifestaciones de masas y en los símbolos de la raza y la nacio-nalidad.

Tesis que reconoce un antecedente ilustre como Husserl: ensu célebre Krisis deslizó con claridad que el abandono neopositi-vista de los temas fundamentales para el hombre por parte de lafilosofía, daba por resultado un necesario apego a fórmulas mági-cas respecto a los acápites truncos: la muerte, el sentido, el paraqué de los actos, que habían sido considerados «falsos problemas»propios de un lenguaje sin significado, retornaban como aquelloque el hombre ansiaba resolver. Una razón escuálida cuya únicafunción sea legitimar la ciencia y su discursos neutro, es una razónimpotente que deja a sus adversarios la palabra válida sobre lostemas centrales que interesan a los hombres. El resultado —señala-ba Husserl— estaba a la vista en la época de los treinta: avance delas propuestas teluristas y racistas como salida para la soledad y elsin-sentido de la existencia.

Es que Alemania no era un país cualquiera de Europa: allí larevolución burguesa se dio con tardanza. No es casual que sea lafilosofía alemana la que en diversas épocas enfatizó el tema delethos, la que dio lugar al romanticismo, la que abrió el espacio dela razón —por vía del idealismo absoluto— a todo aquello queclásicamente era considerado ajeno a ella: voluntad, historicidad,representación inmediata. Fue Alemania la que produjo a Goethey a Hegel, y ya en nuestro siglo a la síntesis elaborada por MaxWeber; una sociedad de modernidad tardía, de tinte campesino,históricamente renuente a la urbanización y lo cosmopolita, unasociedad donde el «camino del campo» sugerido por Heideggerpodía resultar una interpelación colectiva. Una sociedad que erasensible al pensamiento antimodernista, que enfrentaría al positi-vismo y a la industrialización propias del avance capitalista.

Estaba allí el suelo cultural desde el cual una posición reac-cionaria podía encontrar arraigo. Desde ya, cabe advertir la dife-rencia con la condición posmoderna: ésta requiere la modernidadcumplida, implica la existencia de una tecnología avanzada, go-bernada por la computación y el video, más la televisión satelitaly la robótica. Una situación prácticamente opuesta a la de lapremodernidad que obró como fuente de sustentación de la posi-bilidad de enraizamiento del nazismo.

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Los teóricos nacionalsocialistas mostraron una gran habili-dad: no resultaron simplemente antimodernos. La idea del retor-no al pasado desde el punto de vista político podía tener buenvalor de choque desde la oposición, pero escasa capacidad de in-terpelación para un proyecto de gobierno. De manera que surgióuna corriente de «modernismo reaccionario»:8 se trató de conju-gar en el discurso —produciendo una síntesis nueva, con fuertetensión interna— la vuelta al pasado, la raza, la sangre y la tradi-ción, con la apología de la industrialización y de la máquina.

Es sabido que una formación discursiva siempre es pasiblede recomposiciones y reacomodos: sólo en la idealidad una ideo-logía compone una unidad de límites especificados y precisablespara siempre. De manera que lo realizado por los teóricos delnazismo fue una reapropiación de la tradición cultural alemanaantimoderna, con el fin de sostener la posición antiliberal y anti-comunista, así como la antisemita asociada al desprecio por elcapital financiero, el cálculo y la ética mercantil. La nueva síntesisfue —entonces— una composición discursiva que retomaba ele-mentos clásicos de la cultura alemana, puestos a la razón univer-salista, percibida como abstracta, débil, descorporeizada y vacua;pero a la vez asumía la necesidad de la industrialización y de laguerra, y por ello se alejaba de todo retorno bucólico a las condi-ciones del mundo campesino, para proponer un camino de sangrey fuego, de músculo y potencia, que endiosaba a la máquina y quemostraba la industrialización como el proceso mediante el cual laraza aria realizaba su destino histórico de privilegiada grandeza.

Tenemos entonces el talante de un «romanticismo de acero»opuesto al bucolismo campesinista, pero a la vez reaccionario.Una modalidad de rechazo de la Ilustración, del legado democrá-tico, de la ciencia y del intelecto. Ataque a la mente en nombre delalma, al cálculo en nombre del espíritu, se trataba de recuperar la«bestia de caza» que habitaría en cada ario debajo de aquello queha sido alisado por la civilización. Oponiendo cultura a civiliza-ción —según un venerable legado de la tradición alemana—, se

8 J. Herf: El modernismo reaccionario (tecnología, cultura y política en Weimary el Tercer Reich), Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

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trataba de pasar por encima de la mediación intelectual para recu-perar una voluntad férrea y primera. Desde allí, la política se ve-ría como continua en este ejercicio de la voluntad; para Spengler,el socialismo sería «poder, poder y más poder».9

Una de las versiones más extremas de esta tendencia es la querepresentó Ernst Jünger: celebración absoluta de la guerra, este-tización de la muerte y la batalla. Uno de los intelectuales —comoSpengler— que abrieron el camino conceptual hacia la imposi-ción de la ideología cristalizada en el nazismo. La lectura de sustextos sugiere la orgía de sangre como especie de redención yvuelta a una elemental energía adscripta a la naturaleza. «Una ba-rricada de artillería era una tormenta de hierro, una bomba queexplotaba un huracán de fuego». Y, continuando, expresiones comoésta: «Presencié la carnicería[...] como si estuviera en la primerafila de un teatro».10

Ciertamente, el «irracionalismo» implica aquí rechazo dellegado iluminista, de toda la tradición del pensamiento democrá-tico, y aun de la ciencia y la modernización. Sin embargo, el cultoa la máquina no dejó nunca de estar presente: toda una línea derevistas y publicaciones de ingenieros que ligaban la tradición ale-mana al avance tecnológico se desplegó en las décadas de los añosveinte y treinta. Jünger mismo se refería a la máquina en términosque la ligaban a la guerra, al músculo, a la virilidad; de modo quela curiosa síntesis entre reacción cultural y modernización tecno-lógica quedaba sellada, y ofrecía al pensamiento conservador laposibilidad de articularse coherentemente en un proyecto políti-co de interés para la burguesía industrial alemana, a la vez queofrecía un futuro de competitividad con los países a los que cultu-ralmente se denostaba como decadentes e inferiores.

Podemos entonces finalizar esta caracterización del pensa-miento instaurado en Alemania que desembocó en el nacionalso-cialismo, señalando que

[...] el aspecto realmente característico y peligroso del nacio-nalsocialismo era su mezcla de una modernidad robusta y

9 Ibídem, pp. 117-118.10 Ibídem, p. 159.

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una postura afirmativa hacia el progreso combinadas consueños del pasado: un romanticismo altamente tecnológico.11

Es decir, un tecnologismo progresista en cuanto a lo industrial, yreaccionario en lo cultural, como hemos dicho: combinación alta-mente explosiva porque permitía el surguimiento de un proyectoeconómico, a la vez que aparecía como una invitación a la revolu-ción cultural. El reaccionarismo no resultaba una amarga invita-ción a restaurar pasados, sino un llamado vociferante a la rupturacon la mediocridad burguesa, con el apoltronamiento cómodo dela clase media, con lo convencional impuesto. El tono altisonantede la llamada implicaba la idea de una ruptura cultural frontal, lainstauración de un corte con la decadencia supuesta en valorescomo racionalidad, tolerancia, ética de la responsabilidad. Lla-mado al enfrentamiento, a un apocalipsis purificador, al absolutoencarnado en la guerra, la muerte, la violencia, la imposición; laférrea voluntad no mediaba por lo que se entendía como medio-cridad del intelecto.

Volvamos entonces ahora al talante posmoderno para adver-tir las eventuales cercanías, planteadas por los racionalistas. Haytambién allí un abandono de las tesis de la Ilustración: progreso,valor de la ciencia, primacía del intelecto. Una versión superficialpodría advertir en ello un paralelismo de posiciones, establecidoen sentido estricto.

La relación con la Ilustración para el posmodernismo es me-nos lineal. En realidad, no se trata de dejar afuera la Ilustración,sino de «superarla». Lo posmoderno implica el rebasamiento dela modernidad; por ello es feliz la denominación «sobremoderni-dad» a la que ha apelado Marc Augé.12 No estamos instaladosante un rechazo, ante una especie de «antimodernidad», sino másbien ante la modernidad asumida y plenamente cumplida, porello advertida en sus límites en tanto dada por supuesta. De modoque los valores de tolerancia propuestos en la democracia repre-sentativa son, incluso, exacerbados, llevados al plano primero,

11 T. Mann: Essays (Band 2), citado en J. Hert, ob. cit., p. 19.12 M. Augé: Los «no-lugares». Espacios del anonimato. (Una antropología de

la sobremodernidad), Edit. Gedisa, Barcelona, 1993.

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por la condición posmoderna. Toda la justificación del valor deesta época por parte de autores como Vattimo13 y Lyotard,14 apelaa mostrar que la modernidad habría sido intrínsecamente violen-ta y dominadora, tendiente a la imposición totalitaria; por ello,sería valiosa la instalación de una pluralidad de juegos de lengua-je, así como de diferenciados mecanismos y contenidos de legiti-mación en la actual situación epocal.

Como se advertirá, en ambos casos el rechazo de la moder-nidad se da por razones opuestas: para el totalitarismo pronazi setrataba de atacar la falta de agresividad, de vigor, de capacidad deimposición y dominio que sería propia del legado moderno. Paralos posmodernistas, hay que superar las tendencias al dominio y ala imposición ínsitas en la modernidad. En un caso, el retorno a lafuerza sin mediaciones; en el otro, la creencia de que lo modernono tiene déficit de dominación, sino exceso de ella. En amboscasos, pero por razones diametralmente opuestas, se advierte quela modernidad arrastra un lastre de desvitalización interno a laintelectualización representada de manera paradigmática en ladivisión mente/cuerpo propuesta por Descartes.

¿Qué se opone —en cada caso— a la preminencia cognitivis-ta propia de la modernidad? Ya lo hemos advertido en los autoresque desembocaron en el nazismo: la celebración generalizada dela raza, la tradición, la sangre y el enfrentamiento violento. Latradición étnica o nacional excluyente, definida según un ethosfuera del cual los sujetos son entendidos como traidores a aquelloque esencialmente les correspondería como «el» comportamientoadecuado.

Nada tiene que ver con esto la impronta posmodernista.Gusto por el retazo, por el fragmento, «guerra al todo» (Lyotard),15

se trata de la apertura a un pluralismo de hecho, a la diversidad delos puntos de vista. Contra el Uno de la tradición, la verdad conminúsculas y adecuada al uso de cada sector social. Contra el én-

13 G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cul-tura posmoderna, ob. cit.

14 J. F. Lyotard: La condición posmoderna, Rei, Buenos Aires, 1987.15 J. F. Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños), ob. cit.

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fasis totalitario, final del entusiasmo,16 ocaso del encantamiento.Contra el llamado grandilocuente, el retorno a lo pequeño. Con-tra la ansiedad por la guerra y el poder, el ponerse fuera de laégida de éstos. Contra la intolerancia fundamentalista, la toleran-cia generalizada y múltiple.

El contraste no puede ser mayor. Lipovetsky celebra lo pos-moderno como realización plena del legado moderno de indivi-dualización;17 más allá de lo acertado o no de su diagnóstico teó-rico, apunta a lo democrático, al mundo de elección a la carta, alo light y lo cool posmodernos. ¿Acaso hay alivianamiento en lasposiciones pronazis? ¿Acaso proponen la libre elección personal?¿Hay en lo posmoderno preminencia de morales duras, de exi-gencias homogeneizantes y esencialistas? ¿Qué tiene que ver loposmoderno con el culto de la guerra, si es la llamada al ocaso delas convicciones fuertes en nombre de las cuales las guerras pue-den sustentarse?

Dicho lo anterior, la conclusión se hace evidente: la asimila-ción entre «irracionalismos» es por completo insostenible; lo pos-moderno carece de todo punto de contacto o filiación con el pen-samiento del totalitarismo de derechas. Más bien es su contracara,en la medida en que supone valores que repugnan por completo atal totalitarismo.

Pueden señalarse, por cierto, ciertas continuidades posiblesentre lo moderno y el reaccionarismo que quiere reinstituir lopremoderno. La violencia, el culto del progreso y de la máquina,el proyecto colectivo en nombre del cual subordinar la subjetivi-dad, la primacía de la técnica. Por supuesto, estamos lejos de cual-quier homologación entre ambos legados: sus apelaciones teóri-cas son muy diferentes, tanto como muchas de sus consecuenciasde hecho. La simple licuación de la diferencia entre Ilustración ytotalitarismo (como planteara de modo célebre la primera Escue-la de Francfort, y luego Foucault), resulta sumamente peligrosa;parece llamar a la dictadura, suponiéndola equiparable a la de-

16 J. F. Lyotard: El entusiasmo, Edit. Gedisa, Barcelona, 1993.17 G. Lipovetsky: El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las socie-

dades modernas, Edit. Anagrama, Barcelona, 1990.

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mocracia representativa. A pesar de las obvias limitaciones de ésta,los latinoamericanos conocemos lo que sucede si desaparecen lasgarantías institucionales, cuál es el resultado de las interpelacio-nes de la extrema derecha: liquidación física de opositores, elimi-nación de toda oposición.

EPISTEMOLOGÍA MINIMAL

Quizás el campo epistemológico sea aquel en que se patenti-cen con más evidencia las distancias entre las posturas totalitariasy las que lleva adelante el posmodernismo o —mejor— aquellasque son fruto objetivo de la condición social posmoderna en laque se desarrollan.

Nadie se sorprendería si afirmamos que no hay epistemolo-gía de extrema derecha: en tanto ésta deja fuera el legado deliluminismo y enfrenta a la razón como modo de debilitamientode la voluntad y del ethos, no hay lugar para la afirmación de laciencia como valorable. Por tanto, tampoco viene al caso la epis-temología, cuya finalidad es legitimar a la ciencia, en tanto discur-so de «segundo orden» respecto a ella.18

Por esto aquí la «dureza» en las posiciones queda monopoliza-da prístinamente por el racionalismo moderno. Desde el formalis-mo logicista del Círculo de Viena al popperianismo falsacionista; ydesde ellos hasta restauradores del orden como Lakatos o Putnam,no es difícil encontrar toda una línea de defensa de principios apriori y de la imposición de una filosofía de la ciencia prescriptiva,normativa, que propone —frente a la ciencia realmente existen-te— modelos a los que las prácticas debieran adecuarse.

Este intento por sostener una justificación de la ciencia porvía de su remisión a modelos preexistentes y dibujados desde lafilosofía, encontró su punto de crisis con la obra de Thomas Kuhn.19

Con ella quedó plasmada la idea de que no se trata de imponer a

18 W. Stegmüller: Estructura y dinámica de teorías, Edit. Ariel, Barcelona, 1983.19 T. Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura

Económica, México, 1989; Qué son las revoluciones científicas y otros ensayos,Paidós/I.C.E., Barcelona, 1989.

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los científicos estándares a priori acerca de lo que la ciencia debie-ra ser, sino de asumir las condiciones sociales e históricas en quede hecho ellos desarrollan su actividad.

Pero la historia no se deja encasillar en la lógica o la puradeducción, de manera que para los autores logicistas se la ha en-tendido como a-racional, habitualmente lisa y llanamente «irra-cional». Evidentemente, en la tarea científica operan factores quepoco tienen que ver con la lógica de la investigación como tal:posibilidades de financiamiento, poderes políticos, sociales o inter-nos a la comunidad disciplinaria; estados de ánimo de los investiga-dores y sus auxiliares; conocimiento personal de otros investigado-res que influyen las propias ideas; tendencias ideológicas en bogaen un momento dado, etc. El tener en cuenta estos aspectos dealguna manera —como lo hace Kuhn, aunque no disponga de unateoría de lo social para explicar sistemáticamente tales cuestio-nes— deja fuera toda posibilidad de reducir lo científico a susdeterminantes internos, abstraídos en una empresa verdaderamenteplatónica por parte de los deudores de la tradición abierta al neo-positivismo.

En un texto anterior hemos desarrollado largamente la tesisde que lo racional no puede ser asimilado a lo voluntario o lointencional, al fruto o al procedimiento del cálculo, según hizo latendencia hegemónica de la modernidad.20 De manera que lo cien-tífico no sería menos racional por abrevar de la experiencia hu-mana en sus determinantes políticos o de personalidad: la idearobótica de sujetos puramente epistémicos e incontaminados, quedejaran fuera los malos condicionantes del contexto de descubri-miento, es ella misma no racional, en cuanto pretende una condi-ción del hombre ajena a sus reales posibilidades fácticas de exis-tencia, siendo sólo una ficción ideal presentada como prototipode la evidencia.

Por ello las actuales tendencias en epistemología resultan muyilustrativas. Mientras desde el racionalismo se pretende asumir elmonopolio de la legitimidad del legado democrático y pluralista

20 R. Follari: «La restauración racionalista, o el miedo a la intemperie», enPosmodernidad, filosofía y crisis política, Aique/Rei/Ideas, Buenos Aires, 1993.

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occidental, haciendo desde allí imputaciones al «irracionalismo»posmoderno como base de posibles fundamentalismos antidemo-cráticos,21 en los hechos las posiciones hard, principistas y norma-tivizantes, están todas afirmadas desde ese mismo racionalismo.

No puede ser de otro modo si asumimos que Derrida es de-construccionista, y que por ello su pulverización del logos estáexactamente en las antípodas del racismo o el nacionalismo paralos cuales en la raza o la tradición se encuentra alguna esencia enla que lo colectivo subsume a cada sujeto; o Vattimo propone elpensamiento débil, sin énfasis, como propio de la época, opuestopor completo al estilo grandilocuente en que los totalitarismosbuscan fijar su propio discurso. No hay punto alguno de conver-gencia, que no sea aquel en que los racionalistas pretenden unaexterior asimilación.

De modo que la crítica posmoderna a la intolerancia y elrigorismo modernos, el ataque a la dominación ínsita en el logos,la lucha contra la dominación por la vía de las certidumbres y laapelación a la razón como fundamento, resultan ignoradas, ennombre de una noción vaga según la cual habría una relación ne-cesaria entre crítica al lugar de la razón occidental y totalitarismomesiánico.

Lo ocurrido en filosofía de la ciencia con posterioridad a Kuhnresulta ilustrativo: estamos ante una epistemología donde «lo pe-queño es hermoso», donde ha desaparecido la normativa paraceñirse al análisis del detalle y los meandros de la historicidadconcreta, donde se busca desentrañar la ciencia realmente exis-tente sin anteojeras previas, donde el análisis social de las condi-ciones de producción, distribución y utilización de lo científicodejan fuera consideraciones a priori o modelos ideales.

Por una parte se encuentra el «programa fuerte» en sociolo-gía de la ciencia de la Escuela de Edimburgo (Barnes, Bloor), porla otra, los denominados «estudios de laboratorio». Para la prime-ra, el análisis de lo científico debe abandonar toda idea de lo so-cial como obstáculo para el conocimiento: en las investigacionesdadas como exitosas hay tanto determinante social como en las

21 Ibídem. Se hace referencia directa a algunos autores que sostienen esta tesi-tura.

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dadas por fracasadas. A su vez, los estudios de laboratorio llevanal extremo el relato del detalle de la producción científica: mues-tran, por ejemplo, de qué manera la formación educativa o reli-giosa de un investigador ha condicionado sus tomas de posición(por supuesto, incluso en las ciencias duras); o cuáles fueron loscondicionantes en una polémica teórica, de acuerdo a los lugaresde los actores dentro del sistema científico.22

Se trata de una epistemología del detalle, sin pretensionesuniversales y sin búsqueda de un metadiscurso justificador de laciencia. Se trata simplemente de mostrar cómo lo científico fun-ciona, de abandonar la pretensión de dictado de normas y del lugarprescriptivo que fija qué sería aceptable y qué no. Un deseado mini-malismo, un narrativismo de lo que es la empresa científica.

Ha desaparecido la búsqueda impositiva del justo modelo,de cuál es la teoría suficientemente justificada, del a priori quedecidía qué resultaba aceptable y qué no y de dónde empezaba lapseudociencia. No es que ésta haya dejado de existir: pero su legi-timación o deslegitimación depende de la comunidad de científi-cos (comunidad obviamente conflictiva, para nada armónica o enconjunción de intereses) y no de los dictados de la filosofía de laciencia.

Lo posmoderno produce como efecto epistemologías abier-tas y plurales, sin prescripción. Sólo una gran ceguera podría de-jar de advertir que en este supuesto «irracionalismo» ajeno a unarazón vacía se está muy lejos de potenciales rasgos totalitarios. Ladureza, la prescripción, la intención de sujeción a lo Uno, quedanen manos de la epistemología tradicional: de manera que esteámbito es quizá uno de aquellos en los que con mayor claridad seexprese hoy la característica de lo posmoderno; un talante lightque resulta inconfundible con cualquier retorno a «romanticis-mos de acero» o celebraciones del rito de la sangre como reden-ción patriótica. La abismal distancia entre una y otra formación

22 A. Ambroggi: «El programa filosófico de los estudios sociológicos», mimeo,Coloquio Ciencia y Sociedad, Rosario, 1994; C. Prego: Las bases sociales delconocimiento científico (la revolución cognitiva en filosofía de la ciencia), Cen-tro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992.

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discursiva no admite ningún tipo de asimilación que no sea inte-resada y teóricamente imposible de sostener.

2. INFLEXIÓN POSMODERNA: FINAL DE FIESTA

La primera literatura sobre la posmodernidad resultaba apoteósi-ca al estilo Vattimo o Lyotard; o bien buscaba permanecer en unplano más escuetamente descriptivo, tal como sucediera con elprimer libro de Gilles Lipovetsky.23 Los primeros, con modalida-des muy diferenciales entre sí, planteaban la llegada a un espacioen el cual la diferencia habría hallado por fin posibilidad de aten-ción. Así, la perspectiva de Vattimo expresada en términos filosó-ficos ontológicos (sin acudir a la ciencia, propia de la modernidadrebasada), era la de un horizonte histórico epocal sumamente pro-misorio: por fin desaparecería la tensión hacia el progreso infini-to y la futuridad que empaña todo presente, finalmente el modelode lo artístico y lo estético se harían hegemónicos en la tramasocial, la tolerancia acabaría con la tendencia al totalitarismo pro-pia de la dureza ordenatoria del pensamiento racionalista hege-mónico en la modernidad.24

Por su parte, Jean-Francois Lyotard se enfrascaba en una equí-voca polémica con Jürgen Habermas. Mientras este último busca-ba exorcizar los cambios históricos con apelaciones idealistas alpasado (proclamando que la modernidad está inconclusa, busca-ba restaurar su valores, ya mayoritariamente abandonados),25 el fi-lósofo francés insistía en declarar que la violencia moderna habíaculminado en Auschwitz, y que por lo tanto se había abierto otraetapa definitivamente instalada, diferente. En ella se harían reali-dad el legado de las vanguardias, la estetización de su existencia, sucapacidad de oposición a lo convencional, a lo rígido y esclerosadopor los estrechos marcos del racionalismo cognitivista.26

23 G. Lipovetsky: La era del vacío, Edit. Anagrama, Barcelona, 1986.24 G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cul-

tura posmoderna, ob. cit.25 J. Habermas: «La modernidad, un proyecto incompleto», en H. Foster: La

posmodernidad, Edit. Kairós, Barcelona, 1986.26 J. F. Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños), ob. cit.

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Por cierto, la posición de Lyotard, de festejo por la llegadade la nueva condición social, siempre ha llamado la atención poralgunas equivocidades. Por ejemplo, la permanencia de la idea decrítica (propiamente moderna) en su discurso, sin discusión algu-na acerca de sus posibilidades y reconversión en lo posmoderno.Si lo crítico permanece, como también nosotros sostenemos, de-bemos en todo caso refundar su cauce y su modo de ejercicio. Lomismo vale —y de hecho le está asociado— en la cuestión relativaa las vanguardias artísticas: es muy sabido que lo posmodernosurgió dentro del campo estético, ligado precisamente a la nociónde final de las vanguardias y de búsqueda del pastiche, de retornoparódico al pasado.

Esta especie de lectura sintomal que podríamos asumir sobreLyotard (recordando aquel —en su momento— célebre conceptode Althusser),27 nos lleva de inmediato a la evidencia de que loposmoderno ha estado desde el primer instante signado, por unaparte, por lo polémico y, por la otra, por la equivocidad concep-tual. En realidad, ambos aspectos están intrínsecamente ligadosentre sí.

En dicho contexto, Lyotard no ha podido evitar la tentaciónde una versión apologética de lo posmoderno, para enfrentar latendencia detractora, presente desde la izquierda más o menosesclerosada, hasta la derecha tradicional y esencialista; pasandotambién por los diversos ropajes del racionalismo escandalizadopor la súbita pérdida de las evidencias.

Dada tal situación, nos encontramos con un discurso quedefiende lo posmoderno con algunas armas que son visiblementepropias de la modernidad, tales como la capacidad de transgre-sión vía de lo estético, de lo acontecimental, de lo fragmentario ylocalizado. Como buen posestructurista que fue, Lyotard cree enrupturas, en el instante, en el final de la monotonía de la dura-ción: de manera que se instala en las esperanzas típicamente mo-dernas de negación, o al menos se muestra reacio a tematizar aque-llo en que su búsqueda de ruptura deja de coincidir con el talanteposmoderno, predominantemente adaptativo.

27 L. Althusser: Para leer El Capital, Edit. Siglo XXI, México, 1969.

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Por su parte, Lipovetsky se dio a conocer con un libro que —sibien era una recopilación de una variedad de artículos— pudo daruna especie de descripción sociológica de lo posmoderno suma-mente útil.28 Sin demasiada apoyatura teórica, el texto logró sinembargo algo muy diferente a los Vattimo o Lyotard; por una par-te, no asumía una defensa rígida de la nueva situación cultural, noera celebratorio. Por otra, se trataba no de una sesuda interpreta-ción transempírica del fenómeno —aún insuficientemente recono-cido— sino más bien de una exploración con el fin de determinarsus características de manera descriptiva. Así pudimos pensar en el«narcisismo cool», en los «procesos de personalización», en el mun-do «psi», en fin, en el conjunto de características que hoy —unadécada después— resultan fácilmente enumerables, pero que en-tonces apenas se desdibujan, a las que no encontrábamos una con-figuración de conjunto que les diera sentido y que nos permitierauna brújula conceptual para dar cuenta de la cuestión.

Pudimos por fin poner algo de anclaje en la polémica, salirde la teoría abstracta para advertir los rasgos concretos de la nue-va situación. De modo que de esto resultó un avance decisivo parala intelección del fenómeno.

La deriva posmoderna había comenzado básicamente en lacelebración: por fin un lugar a la pluralidad y la tolerancia, unlugar para el instante, final del teleologismo moderno. Los discur-sos que festejaban la llegada de una época que abandonara losmales modernos mostraban todavía falta de horizonte históricopara pensar su propio objeto. No de otra manera pueden enten-derse las aporías en que se debate Lyotard: autor proveniente dela tradición crítica, con fuerte impronta del marxismo, sólo hacevisible aquel lado de la nueva situación que resulta coherente consus propias expectativas. De manera que la liquidación del todo,el ataque a lo totalitario, le parecen lo central: la pérdida de capa-cidad para reconstruir lo político, el apoltronamiento en la diná-mica consumista, el abandono de la crítica, el ablandamiento delcompromiso ético, no son advertidos; ello pondría en cuestión larecepción positiva de la nueva condición.

28 G. Lipovetsky: La era del vacío, ob. cit.

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Por eso, no deja de ser de interés la posterior dinámica de laobra de Lyotard. O mejor, cabría decir su estática: permanenciainicial en la celebración lisa y llana y, luego, ante la evidencia deque no estamos en la época del acontecimiento creativo ni en lade la tolerancia universalizada, un silencio cada vez mayor. Sediría que el autor francés se quedó sin repertorio: cuando se hizoevidente que había mucho de aquello que él se negaba a advertiren lo posmoderno, el tono celebratorio dejó de guardar sentido.Las vanguardias están enterradas, la capacidad crítica adormeci-da, el acontecimiento subvertor de costumbres es un ejercicio ex-traño ante el talante tibio de la experiencia. No estamos en elmejor de los mundos, ni se realizaron las promesas sobre el finaldel totalitarismo. La guerra asola, por razones étnicas y cultura-les, desde Bosnia a Chechenia y Rusia, y la persecución a los kurdospermanece en Turquía. Ya no tiene sentido reiterar los mismosasertos teóricos insistentemente, menos aun si la realidad los con-tradice. Por ello, hay un agotamiento de lo que Lyotard produjocomo autocomprensión de esta condición epocal.

Vattimo no ha perdido —en cambio— la capacidad de pro-ducción discursiva:29 nuevos libros, escritos o recopilados por él,han inundado el mercado. Esto no ha sido muestra, sin embargo,de que tenga algo decisivamente nuevo que decir. Su obra empie-za a mostrar signos evidentes de reiteración y agotamiento; eltalante celebratorio comienza a chocar con una realidad en la cuallos massmedia no son precisamente una ayuda a la autoconcien-cia social y a la mutua intercomunicación entre lenguajes diferen-ciados. La profecía —más apologética que en Lyotard— no pare-ce cumplirse, de modo que Vattimo vira hacia su «piedad por losdespojos» del pasado, hacia una despedida permanente que es claraen aquello que rechaza de la modernidad, pero mucho menos enlo que apologiza de la actualidad. Su pensamiento comienza a serexcesivamente apegado a la aceptación de lo existente, cuandojustamente de lo que se trata es de dar por cerrado el momentoinicial, de comenzar a ahondar en lo que hoy nos está ocurriendo.

29 De ella han adquirido notoriedad algunos trabajos como La sociedad trans-parente y La secularización de la filosofía.

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Con la modernidad consumada, no tiene sentido comparar la ac-tualidad con ella: se trata ahora de saber qué puede decirse sobrelo posmoderno sin contraste permanente con lo moderno, muchomenos con una versión complaciente de dicho contraste.

Vattimo muestra señales de agotamiento discursivo que nodependen de su calidad como filósofo (es un exégeta preciso delas obras de Nietzsche y de Heidegger, en las que busca apoyar lasuya propia), sino de la condición del ser social mismo en que seinscribe su discursividad. Acabó la sorpresa, la novedad. Estamosya en condición de instalados, más precisamente en este tiempovertiginoso en que todo lo sólido se desvanece en el aire con bas-tante más velocidad que en el siglo XIX. Insistir en el valor demirar hacia el pasado con un dejo irónico poco nos dice acercadel presente. Ya no requerimos ni diagnosticadores como en sumomento lo fuera Lipovetsky, ni tampoco apologetas como Lyo-tard o Vattimo. Estamos en el momento de hacernos cargo de loya dado, de una situación en acto, ya asumida, ya consolidada,que no puede legitimarse por su sola remisión a la comparacióncon un pasado que será visto con nostalgia o con rechazo. Ya esta-mos en lo posmoderno, lo vivimos como habitualidad, su hori-zonte es el que respiramos cotidianamente. Terminó el comienzode la época ya superamos los umbrales de entrada.

Esto explica también el curioso giro de la obra de Lipovetsky.De la descripción intentó pasar a la teorización, y así recibimos Elimperio de lo efímero. Largo y repetitivo texto sobre la emergen-cia de la moda en Occidente, busca presentar a ésta como disposi-tivo de poder no coercitivo, que adelantaría de esa manera lastendencias que asumiría el poder en general al rebajarse la moder-nidad. La moda como generadora de futuro: en ella se advertiríaque la tendencia iluminista a la individualización hallará su plenarealización en la posibilidad del consumo generalizado. Cada unoa su gusto, en miles de detalles diferenciados, podemos vestirnosa nuestro antojo, como podemos hoy elegir entre cientos de mar-cas de perfumes, de horarios de cine, de usos de canales televisi-vos, de opciones turísticas. Esto lleva al autor a entender que esta-mos ante un gran avance de los márgenes de la libertad; ahorapodemos hacer nuestra vida exactamente a la medida del deseo

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personal. Podemos diferenciarnos permanentemente. Disponemosde un amplísimo repertorio a la carta que nos permite la constan-te variación.

Conocimos así un nuevo Lipovetsky sorprendentemente tri-vial, que se permitía con una búsqueda no siempre lograda de ele-gancia expresiva, intentar convencernos de que vivimos una situa-ción que es tributaria plena del legado de la Ilustración. Contraracionalistas tradicionales y habermasianos, se sostiene la existen-cia social de lo posmoderno, así como una valoración positiva deesto; contra los posmodernistas Vattimo o Lyotard, se propone loposmoderno como continuo con lo moderno, como la profundiza-ción de la individualización surgida de la noción del cuidadano y delos derechos del hombre de la época de la revolución francesa.

Poco importa a nuestro autor que para la modernidad la ca-pacidad de discernimiento consciente fuera consustancial a la no-ción de libertad. Tampoco parece advertir que el número excesi-vo de opciones deja fuera la posibilidad de discriminación, de modoque «elegir» entre treinta canales de televisión da lo mismo queentre cincuenta o cien. El autocentramiento del sujeto tampocoparece ser una cuestión de importancia, de modo que será unhecho de libertad el ser condicionado desde la publicidad o eldejarse llevar por la impronta epocal de desinterés por los com-promisos. Realmente, el texto no problematiza sino que ejerceuna redundante retórica sobre los bienes de esta época sedicente-mente democratizadora, en tanto ajena a las tendencias autorita-rias propias de la modernidad. Interminables páginas sobre la «per-sonalización» continuadora de la Ilustración hacen al mundo dela televisión un inesperado deudor de las búsquedas de Kant so-bre la superación de la condición autoculpable del hombre porvía de la razón. Lipovetsky practica una abierta apología de laépoca, filosóficamente poco fundada y sin matices, pero sosteni-da con abundante material descriptivo que hace su posición me-nos abstracta que la que para entonces se leía en otros epígonosde lo posmoderno.

El tipo de interpretación ensayado por el autor es continua-do luego en El crepúsculo del deber. La época de la democratiza-ción y la igualación de posibilidades desemboca en la liquidación

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de la moral fuerte y de los fundamentos sistemáticos. Una moralsituacionista pura permite estar a cada uno a la altura de sus posi-bilidades y gustos; evita la tensión operada por el deber ser.

Con la versión de El imperio de lo efímero desaparece la proble-mática de falta de sentido que afecta a la época como problema pre-ponderante. No es que no se lo advierta: por el contrario, al final dellibro recibe referencias específicas sobre la moda, lo hace también enun artículo posterior.30 Pero lo curioso es el modo en que la temáticaes abordada; queda —se diría en términos kuhnianos— invisibilizadadentro del paradigma hegemónico. Simplemente, no parece de im-portancia que existan síntomas como los skinheads, las guerras étni-cas, los suicidios crecientes; todo ello no sería sino excepciones queconfirman la regla, las disfunsiones menores de una situación que enun todo guarda una inequívoca tendencia a la generalizada acepta-ción, a la adaptación universal a lo existente.

Retomemos el itinerario: un Lyotard crecientemente infe-cundo, un Vattimo que ha perdido vigor para aportar con origi-nalidad, un Lipovetsky que no logra dar razón de los fenómenos alos que elude. Es notorio que existe un colapso de la produccciónsobre la temática.

Considerando que los autores referidos guardan trayecto-rias independientes entre sí, con total diferencia de fuentes, esti-los y referencias, se hace evidente que lo que une la situaciónactual de sus respectivas producciones temáticas es solamente al-guna situación exterior; se trata de su objeto de tratamiento. Lavacilación conceptual es fruto de una situación existente en lasociedad posmoderna como tal.

Es allí donde podemos advertir que —ya en despliegue de loposmoderno— ha pasado el momento inicial de sorpresa ante lanovedad y del inmediato contraste con el pasado. El gusto por loalivianado de la experiencia, el poder abandonar el estilo autori-tario/revolucionario del pasado, ya se han asentado en la percep-ción y conforman lo adquirido, el horizonte ya naturalizado enque los sujetos ubican sus vivencias.

30 G. Lipovetsky: «Espacio privado y espacio público en la era posmoderna»,en Sociología, no 22, UAM-Azcapotzalco, México, mayo-agosto, 1993.

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El abandono del sentido fuerte propio de la modernidadtrajo consigo la posibilidad de evitar las morales duras, las exi-gencias tensionantes y la proyectualidad que inserta el presenteen la construcción continua del futuro. Se abrió el espacio parala tolerancia y para la variabilidad de los puntos de vista.

Pero ya adquirido todo esto —de lo cual mucho se ha ha-blado y escrito— surgió el déficit de sentido como problemacentral. La debilidad en la conformación del ideal del yo, entérminos psicoanalíticos, implica la pérdida del impulso parala superación y la acción, así como una tendencia a la imposi-bilidad de sublimar. Con ello la cuestión de la modernidad haquedado invertida: no se trata de promover la salida de lapulsión frente al espiritualismo idealizante, sino de retomaralguna capacidad de idealizar frente a la tendencia de la salidaimpulsiva sin compromiso afectivo, a la realización narcisistadel propio goce.

El tamaño de esta modificación de acentos no puede dejarde subrayarse. Ha cambiado totalmente el signo de los tiemposen relación a aquellos que motivaban rebeliones en los años se-tenta. Es natural que los jóvenes hoy no rebelen en términospolíticos, ya que las condiciones que llevaban a la ideologizaciónprogresista en otras épocas han dejado de existir.

De manera que estamos ante nuevos problemas, los queaparecen aún con una muy débil e inconsistente autoconciencia.No salimos aún de la estéril dialéctica entre la masiva apología yla total detracción. Seguimos discutiendo si hay que aceptar ono lo posmoderno, cuando ya la instalación de su condición seha consolidado. Inútil es polemizar; a favor, en tanto ello nopermite pensar en los problemas que estamos ya enfrentando;en contra, porque ello para nada exorciza los inconvenientesque puedan encontrarse en esta específica época, ni mucho me-nos puede servir para que lo posmoderno pudiera desaparecerpor obra de alguna magia conceptual. Como ya hemos desarro-llado, la condición posmoderna se asienta en el desarrollo obje-tivo de la tecnología, del video, de la computación, de la posibi-lidad de viajar. No es un producto voluntario de nadie, ni bastano concordar con sus efectos culturales, para que éstos dejen de

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estar presentes. Lo posmoderno no es una política cultural quealguien hubiera inventado.31

Por esto son bienvenidos textos más matizados que los de losautores a quienes hemos venido haciendo referencia; tal es el casode Los «no-lugares»... de Marc Augé. El trabajo sobre los «espaciosdel anonimato» muestra la soledad en la voz aterciopelada de losaltoparlantes de aeropuertos, las encrucijadas de caminos, los su-permercados y las muchedumbres en general. Una nueva nocióndel espacio, desgajada de tradición y de asentamiento, se nos haimpuesto de manera generalizada.

Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacio-nal e histórico, un espacio que no puede definirse ni comoespacio de identidad ni como relacional ni como histórico,definirá un no lugar.32

Lo propio de la época: espacios sin marcas personales, por losque se pasa sin significado que no sea el del simple pasaje. Unenorme mundo ajeno, como se lo siente en las largas esperas enaeropuertos, donde nada nos une a los otros, sino el paralelismodel propio tedio con el de ellos.

La producción de sentido se hace más individualizada quenunca cuando existen menos posibilidades de construir sentidosmedianamente permanentes, que no resulten vacilantes ni efíme-ros. El resultado es que, ante la falta de condiciones de normativi-dad universalizadas, la carencia de orientación se impone, los su-jetos se enfrentan en soledad a la elección de parámetros.

Diríamos que en esa encrucijada se entiende el retorno defenómenos modernos en formato posmoderno. No se trata deuna imposible repetición del pasado. Tampoco de cosas entera-mente nuevas. Vemos la intolerancia racial en Europa, la vueltade un margen de atención a las políticas sociales, la guerra reno-vada, las reapariciones de la derecha «dura» y de la izquierda en lapolítica. No han muerto las ideologías, menos aun las totalitarias,

31 R. Follari: Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Lati-na, ob. cit.; Posmodernidad, filosofía y crisis política, ob. cit.

32 M. Augé: Los «no-lugares». Espacios de anonimato. (Una antropología dela sobremodernidad), ob. cit., p. 83.

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que vencieron por elecciones libres en Turquía o en Italia, o sehan reinstalado en Rusia bajo el espacio de la democracia capita-lista, en el autoritarismo de facto de Yeltsin, tanto como en eltriunfante desafío extremista de Zirinovski.

Ha pasado la época del éxito económico europeo, durante lacual los rasgos posmodernos alcanzaron su apogeo (años ochen-ta). Entonces la unidad política y monetaria del viejo continenteparecía al alcance de la mano; las posibilidades de consumo nosólo eran muy altas sino que aparecían como permanentementecrecientes. El futuro era sólo un venturoso recorrer el amplio cam-po de las opciones a la mano; ningún conflicto de importancia enel horizonte, final de la URSS y ociosidad de la OTAN, socialdemo-cracia integrada al neoliberalismo y neoliberales exitosos. Un mapade solidez que hacía de la cotidianidad espacio de calma, sin gran-des rupturas ni inconvenientes; todo parecía responder a un or-den inalterable. En ese clima escribieron el primer Lipovetsky y elVattimo inicial: lo posmoderno era la fiesta del consumo, la horade las mieses, el lugar de cumplimiento de promesas, de la nonecesidad de ocuparse de lo público, porque esto garantizaba lasbases económicas y de seguridad a partir de las cuales cada unopodía dedicarse tranquilamente al disfrute de lo privado.

La década siguiente planteó la reaparición de la intolerancia,el racismo, la exclusión (por ejemplo, de Centroeuropa hacia loseuropeos que emigraban desde los que fueron países del socialis-mo real). La fiesta simbólica de la caída del Muro de Berlín seadvierte lejana, instalada en una momentánea dosis de esperanzasque ya no se verifica. Hay problemas de desocupación en el capi-talismo avanzado; aún Japón muestra desajustes económicos. Elcapitalismo entró en una fase más problemática de acumulación,ligada al reemplazo de la mano de obra humana por la tecnologíade punta y la robótica.

No existe aún horizonte histórico para evaluar esta situaciónque hemos denominado de «inflexión».33 Desconocemos por su-puesto cuál será el decurso de los hechos; pero sí sabemos que el

33 N. Bistué y C. Yarza: «La deriva posmoderna: estancamiento y punto deinflexión», mimeo, Mendoza, 1994.

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momento inicial terminó, que puede hablarse de algunos rasgosde la posmodernidad (dados en estado «puro») como cosa delpasado.

Es esta inflexión la que debiera comenzar a registrarse en eldiscurso teórico sobre el tema. Pero sería deseable que no lo hicie-ra como síntoma, como lo callado que opera sobre el texto, sinocomo objeto de éste, como contenido tematizado. Hasta ahora, lainflexión obliga en unos a la reiteración, en otros a una distraídaconsideración marginal. De hecho, ninguna obra la ha asumidoexplícitamente como tal. Pero nosotros entendemos evidente queha existido un cierto corte interno a lo posmoderno; esto resultacentral en cualquier consideración que se haga sobre el tema.

Allí adquiere sentido retomar la idea de criticidad y recom-ponerla al interior de la nueva condición epocal. Es decir: apare-ce la problemática de que no hubo «fin de la historia» ni de lasinterpretaciones por negar de alguna manera lo vigente. Esto con-lleva la necesidad de finalizar con la simple constatación de laexistencia del pensamiento débil, para exigir ideas que den cuen-ta de las complejidades de la situación en curso. Que se trabaje eltema de la intolerancia, el de la política, etc., en los tiempos de lades-fundamentación que no tienen por qué ser necesariamentelos de la conciliación primaria con lo existente.

Por ello, habrá que pensar la nueva situación sin distraerse enlas apologías fáciles, ni en las detracciones generalizadas. Se haráimprescindible salir del círculo inicial de apoyos y rechazos, pasaral de una consideración de fondo de lo que la época deja abierto.

Lo light encontrará —probablemente— su límite. Ni la muer-te ni la carencia son posibles de ser asumidas con un lejano talantedesinteresado; la tragicidad radical de la existencia podrá desem-bocar en la risa o en el baile de Nietzsche, pero no en actitudeslight que no asuman la hondura de la cual abrevan. Si psicológica-mente existen problemas para constituir al sujeto sin ideal del yosuficientemente configurado, filosóficamente se hace necesario irmás allá de la simple referencia a la tolerancia y al pluralismo delas diferencias. En este sentido, habría que recuperar a Nietzschey a Heidegger en su densidad inicial, como pensadores en los queexiste gravedad. Sin duda, han sido reformulados, tanto en su

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versión posestructuralista como posmoderna. La contingencia radi-cal de la existencia no autoriza —por ejemplo— la idea de decons-trucción del logos como algo que le fuera connatural. No hayincompatibilidad, pero sí diferencia entre ambas postulaciones.

Por ello interesa Cacciari en tanto se oponía a interpretacio-nes crítico-deconstructivas del pensamiento nietzscheano.34 Elautor italiano propone incluso una política «grande» desde el filó-sofo alemán, al cual visualiza como productor de una filosofíacon positividad, que halla en el eterno retorno la garantía de laconstante posibilidad de abrir de nuevo el horizonte históricoen cada elección personal, en cada jugada. Hay aquí no un escri-tor que celebra el abandono narcisístico, sino uno que llama adesautorizar la continuidad tenue del tiempo, a abrir la voluntadal esfuerzo de la permanente construcción de los instantes.

Consecuentemente se busca hoy de diversos modos recons-truir un pensamiento del fragmento que sea capaz de hallar inten-sidad en la experiencia, que no abandone la vitalidad a los tonosgrises, sin dejar por ello de asumir la contigencialidad radical, losin fondo sobre lo que se construye toda realidad.35 Tesitura en lacual encuentra sentido volver a hablar de Walter Benjamin: su no-ción del tiempo como ordenado desde el significado y sin conti-nuidad, es un hecho aliciente para pensar —en este caso desde latradición teológica judía— el valor del instante sin debilitarlo, niubicarlo como simple punto de una cadena temporal. Es allí don-de puede haber cabida para un pensamiento de la nostalgia,36 querecupere el pasado de manera no solamente paródica, sino tam-bién como sentido que puede ser reapropiado desde el presente,que se actualiza sin asumirse como fácticamente actual. Un pensa-miento para el cual lo abierto por el avance técnico no sea simple-mente denostado o festejado, sino pensado como mediación de la

34 M. Cacciari: Desde Nietzsche. Tiempo, arte, política, Biblos Ed., BuenosAires, 1994.

35 C. Castoriadis: Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto,ob. cit.

36 W. Benjamin: Discursos interrumpidos, Edit. Planeta, Buenos Aires, 1994.Ver prólogo de Aguirre, especialmente página 9.

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experiencia, como reconfiguración de la percepción y de la asun-ción del tiempo y el espacio. Una agenda de temas necesarios queencuentran sitial.

Al igual que la cuestión de la transgresión. Es de desear quela capacidad para sostenerse en una sana locura permanezca. Lamodernidad abundó en ese aspecto: de Arlt a Macedonio Fernán-dez, Argentina ha ofrecido múltiples casos de personajes notablesque abrevaron en esa veta. Se trataba de amantes de los viajes, lossueños, las bohemias, los excesos, el desorden. Cuando existíanormatividad dura había a qué oponerse, nos imponían aquelloque cabía transgredir.

Por esto, Beatriz Sarlo propone una imagen convincente deciertos conocidos personales, galería de personajes en su propiadefensa de la modernidad. No siempre acierta: la parte relativa alartista es menos sólida que el resto de su conocido libro sobre eltema.37 Pero sí, su paso por el mundo del video (televisión yvideogames) presenta agudamente ese espacio de despersonaliza-ción que le toca a la actual generación de jóvenes. En la orillaopuesta, se hace aparecer a transgresores que deliran por la caza,por el campo, la pintura u otra obsesión más o menos gratuita;aquellas ganas de desear algo con plenitud, de buscar donde no seencuentre, de seguir senderos sin seguridades y derroteros sin se-ñales.

Es esto lo que puede reaparecer desde lo posmoderno, en elnuevo formato de lo desfundamentado, de lo sin-razón. Que sincertidumbres plenas ni reglas rígidas, valga la pena aún ensayarrupturas, rebeliones, críticas. Que no muera la capacidad de la líri-ca, de la estética, de la erótica, como juego de intensidades y aper-turas. Para ello, habrá que desembarazarse de la identificación lisay llana de posmodernidad con pensamiento débil. Hay un nuevochance para el ser, se diría en términos de Nietzsche. Que no laperdamos al no estar a la altura de la exigencia, atados a la formaexterior y más visible de lo habilitado por la posmodernidad.

37 B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videoculturaen Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994.

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PARPARPARPARPARTE IIITE IIITE IIITE IIITE III

CONSTELACIONESESPACIO-TEMPORALES

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Geografíasposcolonialesy translocalizacionesnarrativas de«lo latinoamericano»La crítica al colonialismoen tiempos de la globalización

SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

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CUANDO JÜRGEN HABERMAS propuso en 1981 su concepto de «colo-nización del mundo de la vida», estaba señalando, a mi juicio, unhecho fundamental: las prácticas coloniales e imperialistas no des-aparecieron una vez concluidos la Segunda Guerra Mundial y losprocesos emancipatorios del «Tercer Mundo». Estas prácticas tansólo cambiaron su naturaleza, su carácter, su modus operandi. ParaHabermas, la colonización tardomoderna no es algo que tenga sulocus en los intereses imperialistas del Estado-nación, en la ocu-pación militar y en el control del territorio de una nación porparte de otra. Son medios deslingüizados (el dinero y el poder) ysistemas autorregulados de carácter transnacional los que deste-rritorializan la cultura, haciendo que las acciones humanas que-den coordinadas sin tener que apoyarse en un mundo de la vidacompartido.1 Esto conduce, en opinión de Habermas, a una des-hidratación de la cultura, a una mercantilización de las relacioneshumanas que amenaza con reducir la comunicación a objetivos dedisciplina, producción y vigilancia.

Con su énfasis en los mecanismos de colonización interna ytransnacional, Habermas señala un problema que ha sido recien-temente abordado, desde otras perspectivas, por teóricos como

1 J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, Edit. Taurus, tomo II, Ma-drid, 1988, pp. 469 ss.

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Edward Said, Homi Bhabha y Gayatri Spivak: el colonialismo noes algo que afecta únicamente a ciertos países, grupos sociales oindividuos del «Tercer Mundo», sino una experiencia global com-partida, que concierne tanto a los antiguos colonizadores como alos antiguos (o nuevos) colonizados. El colonialismo territorial ynacionalista de la modernidad ha desembocado en un colonialis-mo posmoderno, global y desterritorializado. Este trabajo preten-de articular una reflexión sobre las características centrales de laglobalización de la cultura y sobre la forma en que la crítica alcolonialismo queda redefinida en este contexto, especialmente enlas nuevas teorías poscoloniales de «lo latinoamericano». La tesiscentral es la siguiente: a diferencia de las teorías anticolonialistasde los años setenta, con sus discursos histórico-teleológicos y susnarrativas esencialistas, la crítica al colonialismo de los noventatoma un carácter decididamente posrepresentacional y des(re)te-rritorializado. Esto debido a que los saberes teóricos sobre Améri-ca Latina pierden su vinculación epistémica con localidades parti-cularistas y son reubicados en contextos globales y, a la vez,específicos. Su locus enuntiationis ya no es el territorio simbólicodemarcado por lo nacional-popular, sino topografías globalizadasdesde donde se piensan y se combaten los legados coloniales.

1. GLOBALIZACIONES LOCALIZADAS

Y LOCALIZACIONES GLOBALIZADAS

Asistimos, hacia finales del siglo XX, a un proceso sui generis deglobalización que afecta todos los ámbitos de la vida en todos loslugares del planeta. Ya autores como Anthony Giddens en Europay Enrique Dussel en América Latina observaron con razón que lamodernidad fue siempre, desde la conquista de América en el si-glo XVI, un fenómeno orientado hacia la globalización.2 Quizáspodría decirse incluso que otros fenómenos migratorios de carác-

2 Cf. A. Giddens: Konsequenzen der Moderne, Francfort, Suhrkamp, 1990, pp.84 ss.; E. Dussel: «The World-System: Europe als Center and its Periphery», manus-crito, 1994.

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ter imperialista, como las conquistas de Alejandro Magno y GengisKan, la formación de los imperios romano y azteca, o las cruzadasmedievales, constituyeron ejemplos tempranos de globalización.Pero si partimos de la base de que fueron determinados desarro-llos tecnológicos los que posibilitaron el alcance de estos movi-mientos, entonces no resulta difícil entender por qué hablo deuna globalización sui generis hacia finales del siglo XX.3 Ya en elsiglo XIX el colonialismo europeo había creado redes mundialesde comunicación que permitían un flujo internacional de mercan-cías, informaciones y personas. Nuevas tecnologías como el fe-rrocarril, la navegación a vapor y el telégrafo posibilitaron enton-ces un acercamiento (asimétrico) de las culturas, una movilizaciónde objetos y sujetos en los marcos definidos por la revoluciónindustrial y por los intereses económico-políticos del Estado-na-ción. Pero las tecnologías que impulsan hoy en día los procesosglobalizantes poseen un carácter diferente. La actual circulaciónde dinero, trabajo y bienes simbólicos desborda con mucho losparadigmas jurídico-políticos del Estado-nación y se sustenta enuna materialidad cualitativamente distinta a la del capitalismo in-dustrial.4 El flujo de símbolos ya no se vincula a la producciónelectrónica, química o metalúrgica, fundada en la maquinaria po-lítica y burocrática del Estado, sino a medios tecnológicos descen-tralizados como la microelectrónica y la telecomunicación. Estastecnologías han logrado romper con la primacía del espacio geo-gráfico para la definición de la cultura, relativizando la distinciónentre lo próximo y lo lejano. Las formas tradicionales y modernasde generar, recibir o transmitir conocimientos, ligadas todavía auna sensibilidad regional o nacional, palidecen frente al avanceincontenible de una cultura massmediatizada y transnacional sinpuntos rígidos de orientación.

3 Cf. R. Ortiz: «La mundialización de la cultura», en N. García Canclini (et.al.): De lo local a lo global. Perspectivas desde la antropología, UniversidadAutónoma Metropolitana, México, 1994, pp. 165-181.

4 Cf. S. Lash y J. Urry: The End of Organized Capitalism, Polity Press, Cam-bridge, 1987.

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Desde este punto de vista, la construcción social del tiempoy el espacio, así como su legitimación teórica por parte de lasciencias sociales y la filosofía, se transforma sustancialmente conrespecto a los modelos generados por la modernidad. Anterior-mente dominaba una epistemología de carácter histórico, en don-de todos los fenómenos sociales giraban alrededor de un eje tem-poral y quedaban ordenados allí según criterios secuenciales yevolutivos. La superación paulatina de la irracionalidad, la huma-nización de la humanidad, la fe en que las estructuras mundovita-les podían ser transformadas por la voluntad autónoma del sujetoy quedar sometidas al dictado de la razón; todas éstas fueron creen-cias inherentes a la «imaginación histórica» de la modernidad. Peroeste tipo de codificaciones ignoraban que la acción humana seencuentra siempre localizada, configurada topológicamente, deli-neada por relaciones de poder que se despliegan en territorialida-des específicas. Y es precisamente esta dimensión espacial la queviene siendo redescubierta por la teoría social de los últimos años.5

No se trata, sin embargo, de un repliegue conservador en loparticular, en los juegos irreflexivos de lenguaje, en las certezastradicionales de la propia cultura. Las localidades de las que ha-blo son localidades globales, destradicionalizadas (Giddens), co-nectadas simbióticamente con las redes mundiales de comunica-ción que atraviesan el planeta. Como lo ha señalado Daniel Mato,la globalización no es un agente social, por lo cual no puede ha-blarse de procesos de globalización fuera de un espacio social es-pecífico, como si se tratara de flujos desterritorializados sin suje-

5 De la ya extensa bibliografía, me permito seleccionar los siguientes títulos:A. Giddens: The Constitution of Society, Polity Press, Cambridge, 1984; M.Featherstone (ed.): Global Culture. Nationalism, Globalization and Modernity,Sage, Londres, 1992; D. Harvey: The Condition of Postmodernity, Oxford,Blackwell, 1989; F. W. Soja: Postmodern Geographies. The Reassertion of Spacein Critical Social Theory, Verso, Londres, 1989; H. Lefebvre: The Production ofSpace, Oxford, Blackwell, 1991; S. Lash: Sociology of Postmodernism, Routledge,Londres, 1990; S. Lash, J. Urry: Economies of Signs and Space, Sage, Londres,1994; U. Beck, A. Giddens, S. Lash: Reflexive Modernisierung. Eine Kontroverse,Francfort, Suhrkamp, 1996; E. Mendieta: «When and Where was Modernity /Postmodernity», en E. Mendieta, P. Lange-Churión (eds.): Latin America andPostmodernity. A Reader, Humanities Press, Nueva Jersey, 1997.

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to.6 Los procesos de globalización son generados por actores so-ciales específicos, vinculados a territorialidades concretas: empresastransnacionales, gobiernos, universidades, partidos políticos, sin-dicatos, organizaciones de base, fundaciones culturales, consumi-dores de todo tipo. Pero estos actores ya no se definen a sí mismosa partir de su anclaje cultural en lo local, sino desde sus interaccio-nes locales con lo global, a partir de la forma en que interactúancon otros actores lejanos, utilizando los circuitos mundiales decomunicación, y sin tener que transitar los espacios dibujados porel Estado-nación. Estamos, pues, frente a una dinámica en dondeel «mundo», la totalidad de lo real, dejó de ser algo abstracto yexterior a las particularidades locales, para convertirse en algoque afecta de manera inmediata aun las facetas más prosaicas denuestra vida cotidiana.7 No es ya la presencialidad del referente loque determina que algo sea un problema para alguien, sino lainstantaneidad con que los circuitos de información hacen que unevento remoto se torne próximo y nos afecte directamente, aquí yahora.

Claro está —volviendo ahora a mi reflexión inicial en tornoa Habermas—, las interacciones globales son asimétricas, puesvienen definidas por la manera en que los actores se posicionan alinterior de campos sociales de poder. Muchas veces esos actoresglobales pueden ser organizaciones político-burocráticas de ca-rácter transnacional, como por ejemplo la Comunidad Económi-ca Europea, que procuran construir identidades homogeneizan-tes basadas en un tipo de racionalidad técnicoinstrumental. A mimodo de ver las cosas, estamos aquí frente a una nueva forma deimperialismo sociocultural, de una colonizacion del mundo de lavida ejercitada esta vez sobre los propios europeos por parte deun sistema que dejó ya de ser «europeo» para convertirse en glo-

6 Cf. D. Mato: «Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas enAmérica Latina en tiempos de globalización», en D. Mato, M. Montero, E.Amodio (eds.): América Latina en tiempos de globalización: procesos culturalesy transformaciones sociopolíticas, UNESCO, Caracas, 1996, p. 18.

7 Véanse las reflexiones de Anthony Giddens en su artículo «Leben in einerposttraditionalen Gesellschaft», en U. Beck, A. Giddens, S. Lash (eds.): ReflexiveModernisierung, ob. cit., pp. 114 ss.

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bal. Como bien lo ve Habermas, los imperativos burocráticos,cuyo «espacio materno» fueron los estados europeos vinculados auna cultura protestante (Max Weber), se desacoplan del mundode la vida, pero sólo para volver a territorializarse, patológica-mente, en localidades de carácter global.

Otro tanto ocurre con los mensajes de entretenimiento ge-nerados por los medios electrónicos. No puede ocultarse el hechode que gran parte de los mensajes e imágenes transmitidos porcine y televisión vienen producidos desde una territorialidad es-pecífica: la industria cultural en los Estados Unidos. Los mecanis-mos de procesamiento, escenificación y distribución de imágenesen ese país se sustentan de una hegemonía política, técnica y eco-nómica, lo cual permite que determinadas representaciones y va-lores, originalmente propios de esa sociedad, queden ahora rete-rritorializados en localidades diferentes. En sus nuevos territorios,los símbolos culturales dejan de ser «americanos» y pasan a serconsumidos por agentes sociales de otras procedencias. En granparte de los casos se trata de símbolos que identifican la libertadindividual con un ejercicio indiscriminado de violencia, lo cualgenera efectos patológicos en el orden mundovital en contextosdominados por una cultura patriarcal y autoritaria, con débilestradiciones democráticas, como es el caso de las sociedades lati-noamericanas. Piénsese por ejemplo en el fenómeno del sicariatoen Colombia y su vinculación con figuras globales como Rambo,Indiana Jones o Terminator.

No obstante —para continuar pensando con Habermas—,la «racionalización del mundo de la vida» (léase: globalización delas localidades) no genera necesariamente efectos patológicos. Estosignifica, como lo han venido demostrado Anthony Giddens, UlrichBeck y Scott Lash, que la globalización es un proceso reflexivo,capaz de generar un distanciamiento de los sujetos frente a impe-rativos de orden sistémico. En este sentido, podemos hablar deuna reflexividad estética cuando los actores sociales se apropiande ciertos bienes simbólicos para reconfigurar su identidad perso-nal según criterios de gusto. El consumo no es una imposiciónvertical de valores clasistas, como pensaba gran parte de nuestraintelectualidad en los años setenta, sino que, a menudo, sirve para

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moldear lúdicamente la propia existencia, siguiendo los imperati-vos efímeros del deseo.8 Bienes que desde el imaginario de ciertosactores sociales y a través de una cierta racionalidad económicapudieron ser destinados a la uniformización de los comportamien-tos, son aprovechados por otros sujetos y en otras localidadespara imaginarse a sí mismos como sujetos diferentes. No es (úni-camente) la lógica de las clases, del valor de uso y del controlsocial lo que se esconde detrás del consumo, sino la gratificaciónpsicológica, la fuerza de lo nuevo y el placer de la seducción.9

La globalización produce, en segundo lugar, una reflexivi-dad de tipo hermenéutico. Aquí me refiero a la reinterpretaciónde la propia cultura que realizan una serie de sujetos colectivoscon base en imaginarios globalizados. Néstor García Canclini hamostrado cómo las redes de interacción entre lo local y lo globalestán modificando profundamente el mapa de las autorrepresenta-ciones culturales y de las identidades colectivas en América Latina.Los bienes simbólicos creados por la economía capitalista —y esce-nificados en los medios electrónicos— no han destruido la me-moria de aquellas comunidades y sectores populares excluidos porla modernidad, sino que han sido un motivo para su reinterpreta-ción creativa. El espacio tradicional de las formas de produccióncultural es reinterpretado mediante interfaces estratégicos con loglobal, o, como el mismo García Canclini lo expresa, mediante«entradas y salidas» de la modernidad.10 Del mismo modo, valo-res pluralistas y democráticos, impulsados por agentes globales ytransnacionales (organizaciones de derechos humanos, grupos in-

8 Para el caso latinoamericano, véanse los estudios sobre el consumo culturalllevados a cabo por Néstor García Canclini y su equipo de colaboradores en:N. García Canclini (ed.): El consumo cultural en México, Consejo Nacionalpara la Cultura y las Artes, México, 1993. Véase también: G. Lipovetsky: El impe-rio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas, Edit. Ana-grama, Barcelona, 1990; G. Schulze: Die Erlebnisgesellschaft. Kultursoziologieder Gegenwart, Campus Verlag, Francfort, Nueva York, 1995.

9 Véase el ya clásico estudio de Jean Baudrillard: Crítica de la economíapolítica del signo, Edit. Siglo XXI, Madrid, 1972.

10 N. García Canclini: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de lamodernidad, Edit. Grijalbo, México, 1989.

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ternacionales de solidaridad, consorcios económicos, etc.), estánsirviendo para que amplios sectores de la población reinterpretensus propias tradiciones políticas, que en América Latina se vincu-lan generalmente a sistemas legales de exclusión racial, sexual eideológica.

Quisiera detenerme en un tercer tipo de reflexividad, ya node carácter estético ni hermenéutico, sino cognitivo, para enfocardesde aquí el problema de los saberes teóricos sobre «Latinoamé-rica» en tiempos de la globalización. En contextos tradicionales,no globalizados, la organización de la vida social viene sanciona-da por un saber que se transmite generacionalmente y frente alcual los actores no pueden posicionarse de manera crítica. Haber-mas habla en este sentido de un acervo de saber que provee a losactores de convicciones aproblemáticas y transparentes, inmunesfrente a toda revisión interpretativa.11 Pero en un mundo de lavida racionalizado, como el de las sociedades modernas o semi-modernas, la coordinación de las acciones sociales no es posiblesin un saber que necesita de continua revisión.12 Sobre todo lasprácticas económicas y políticas están sustentadas en un conjuntomuy complejo de informaciones, administradas por expertos, quese renuevan constantemente. Es en este sentido que hablamos deuna reflexividad cognitiva, cuyos sujetos primarios son los inte-lectuales y la comunidad científica. Esto no significa que sólo es-tas personas son sujetos de reflexividad cognitiva. Pues en locali-dades globales, donde se dan procesos continuos de interacciónentre lo próximo y lo lejano, el saber de los expertos se encuentrareciclado a través de instituciones (como la escuela, los centros deasistencia médica o psicológica, las universidades, etc.) o masifi-cado por los medios electrónicos, lo cual permite una utilizaciónpráctica de este saber por un gran número de agentes en diferen-tes localidades.

Ahora bien, lo que me interesa señalar es lo siguiente: laglobalización que vivimos hoy día pone en crisis la función socialque la modernidad había entregado a los expertos. Desde el siglo

11 J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, ob. cit., pp. 169 ss.12 Cf. A. Giddens, Konsequenzen der Moderne, ob. cit., pp. 52 ss.

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XVIII, la misión de intelectuales y científicos había sido la de trans-mitir un saber que pudiese liberar al hombre de la ignorancia y lassupersticiones para conducirlo a la «mayoría de edad», a un esta-do racional de dominio sobre las contingencias de la vida. Los ilus-trados y sus seguidores partieron de la premisa de que un aumentoprogresivo del saber conduciría necesariamente a un aumento denuestra capacidad para construir activamente la historia y colocar-la bajo nuestro control. Pero a finales del siglo XX, esta pretensiónse ha revelado como ilusoria. Mientras más estrechamente nosinterconectamos con el mundo, más débil es nuestro poder decontrolar las consecuencias de nuestros actos. Una acción realiza-da concientemente en una localidad específica puede repercutirnegativamente, sin que lo queramos o sepamos, en otra localidadalejada. La organización transnacional de la economía hace que lacreación de empleo en México y Brasil por parte de una multina-cional alemana como la Volkswagen, genere tasas inmensas dedesempleo en Alemania. El consumo de flores colombianas enParís o Nueva York refuerza la explotación infame que sufren al-gunas mujeres trabajadoras en los alrededores de Bogotá. De otrolado, el incremento del saber científico y tecnológico, que los in-telectuales decimonónicos celebraron como encarnación del pro-greso, ha conducido a la destrucción, quizás irreversible, del en-torno ecológico. La complejísima red de causas y efectos en losque están envueltas todas nuestras prácticas deja mal parada laidea de una humanización por el saber, así como el papel vanguar-dista y representativo de los intelectuales. Querámoslo o no, laglobalización nos ha lanzado en un experimento gigantesco cuyosresultados no podemos calcular. Utilizando la expresión de UlrichBeck, vivimos en una sociedad planetaria del riesgo, en una Risiko-gesellschaft.13

¿Qué consecuencias tiene todo esto para los intelectuales queelaboran teorías sobre América Latina? Desde el siglo XIX hastamediados del XX, la producción de saberes sobre «lo latinoameri-cano» tuvo como espacio originario los territorios demarcados

13 Cf. U. Beck: Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne, Suhr-kamp, Francfort, 1986.

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por el Estado-nación. A través de un repertorio de imágenes ysaberes, las élites intelectuales construyeron identidades simbóli-cas tendientes a fomentar el autorreconocimiento de los ciudada-nos como parte integral de la nación.14 Tales narrativas deberíanser capaces de movilizar a la población, otorgarle un sentido decontinuidad con su pasado, inculcarle una «memoria» con rela-ción a ciertos eventos y personajes heroicos, descubrirle los cami-nos de su destino común y de su misión histórica. En muchasocasiones, los mitos, valores y símbolos creados por la intelectua-lidad tuvieron el propósito de asegurar la dignidad colectiva, deinspirar la superación de la pobreza y la lucha frente a las agresio-nes del imperialismo. Pero durante las últimas dos décadas delsiglo XX, el saber teórico sobre «lo latinoamericano» empezó adesterritorializarse, a perder su carácter representativo, a separar-se de su espacio materno para quedar vinculado a nuevas geogra-fías y territorialidades.

Mi tesis es que las denominadas teorías poscoloniales, espe-cialmente las que practican una translocalización narrativa de «lolatinoamericano», se articulan en un lenguaje muy diferente al dela dialéctica Próspero-Calibán, utilizado por las teorías anticolo-nialistas de los años setenta. No se trata ya de saberes locales ten-dientes a una descolonización global, sino, todo lo contrario, desaberes globales, desterritorializados, que se insertan en otras geo-grafías para combatir situaciones coloniales de orden local. Loque se busca no es «descolonizar la totalidad», pues se entiendeque la globalización conlleva la opacidad del pensamiento y laacción, sino de elaborar resistencias locales frente a la coloniza-ción del mundo de la vida, frente a la territorialización de unaracionalidad cosificante cuya lógica escapa definitivamente a nues-tro control.

14 De este problema me ocupo ampliamente en mi libro Crítica de la razónlatinoamericana, Puvill Libros, Barcelona, 1996.

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2. OUTSIDE IN THE TEACHING MACHINE:LA TEORIZACIÓN POSCOLONIAL SOBRE «LATINOAMÉRICA»

EN LOS ESTADOS UNIDOS

Decía al comienzo que, por sus propias características, los movi-mientos migratorios de carácter imperialista conllevan una ten-dencia hacia la globalización. El más importante de ellos, la ex-pansión europea iniciada en 1492, supuso la interconexión detodos los pueblos de la tierra, no sólo desde el punto de vistaeconómico, sino también político, social y cultural. Aquello quellamamos la «modernidad» fue resultado de un proceso dialécticode carácter global y no, como quiere Habermas, el despliegue deuna localidad única (Europa) en contacto consigo misma, con lasfuentes greco-cristianas de su propio «espíritu».15 Pero, ¿qué ocu-rre cuando el colonialismo territorial de la modernidad llega a sufin? ¿Qué transformaciones se producen cuando, a partir de 1945,no son los colonizadores quienes emigran masivamente hacia losterritorios colonizados, sino cuando ocurre exactamente lo con-trario?

En efecto, fue a partir de 1945, una vez terminada la Segun-da Guerra Mundial, cuando el centro de poder geopolítico se des-plazó hacia los Estados Unidos, poniendo fin al largo período dedominio colonial europeo. Todavía en 1914 Europa controlaba85% de la superficie total del planeta con base en sus colonias,protectorados y dominios. Pero luego de la Primera Guerra, cuandoGran Bretaña se vio precisada a aceptar la emancipación de algu-nos pueblos del Oriente Medio, comenzó un proceso de descolo-nización que se reanudaría con fuerza después de 1945. Lo quehabía empezado en Oriente prosigue su marcha con la indepen-dencia de India y Paquistán en 1945, Birmania y Ceilán en 1948,Indonesia en 1949, Cambodia y Vietnam a mediados de los añoscincuenta. Solamente en 1960 proclamaron su independencia 17naciones africanas. Así fue desmembrándose, poco a poco, en los

15 Cf. E. Dussel: «The World-System: Europe als Center and its Periphery», ob.cit., pp. 1-7; consúltese también M. Bernal: Black Athena: The Afroasiatic Roots ofClassical Civilization, Rutgers University Press, New Brunswick, 1981.

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años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, el imperio másgrande que haya existido jamás sobre la tierra.

Pero la marea descolonizadora se produjo en un ambienteinfectado por la guerra fría, por la correspondiente repartición deinfluencias geopolíticas y por la desestabilización económica ypolítica de las jóvenes naciones. En este contexto de reordena-miento global de la posguerra se produjo un movimiento migra-torio con características muy especiales. No se trató solamente deuna migración de la periferia hacia el centro, como tantos otras,sino ante todo, de una migración al interior de contextos mundia-lizados, que produjo nuevas localidades globales. Las ventajas ofre-cidas por los medios de comunicación y transporte hizo que estosmigrantes o, mejor dicho, transmigrantes, pudieran ir y venir cons-tantemente, estableciendo vínculos desterritorializados con suspaíses de origen y con sus nuevos países de asentamiento.16 Es elcaso de la comunidad de emigrantes latinoamericanos en los Esta-dos Unidos, los llamados «hispanos», cuyo asentamiento sirvió debase para la apertura de florecientes mercados en ese país y parala producción de una vasta gama de mercancías destinada especí-ficamente a su consumo. No sólo esto, sino que los hispanos crea-ron redes electrónicas, con transmisiones internacionales en cas-tellano, por las que circulan bienes culturales originados tanto enAmérica Latina, como en los Estados Unidos.17 Los hispanos sehan convertido en verdaderos agentes globales, en la medida enque han logrado generar localidades culturales de alcance trans-nacional.

Lo dicho no vale solamente para el caso de las prácticas po-líticas y económicas, sino también para la producción de saberesteóricos por parte de los sujetos transmigrados. ¿Qué ocurre cuan-do inmigrantes o hijos de inmigrantes empiezan a ganar posicio-nes de influencia en localidades globales como la universidad nor-teamericana? O, para ponerlo más específicamente, ¿qué cambiossufren las teorías sobre «América Latina» cuando los sujetos de la

16 Cr. D. Mato: «Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas enAmérica Latina en tiempos de globalización», ob. cit., pp. 28-29.

17 Ídem.

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reflexión cognitiva son intelectuales transmigrados? La tesis quequisiera probar es que con estos saberes ocurre lo mismo que conlos demás bienes culturales en un contexto de globalización: sondesterritorializados, sacados de su espacio materno, para ser lue-go reterritorializados en otros espacios y utilizados allí para al-canzar fines inéditos. En sus nuevas geografías, estos saberes ex-perimentan lo que, parafraseando a Rama, pudiéramos llamar una«translocalización narrativa»: no sólo dejan de ser producidos enAmérica Latina y para América Latina, sino que asumen funcio-nes para las que no fueron pensados originalmente. La lucha her-menéutica por la descolonización de los signos queda integradaen topografías globales específicas, en lo que Spivak llamase la«teaching machine», el sistema académico de los Estados Unidos,y pierden por ello el carácter de «discursos de identidad» con elque se presentaron las narrativas anticolonialistas de los años se-tenta (sociología de la dependencia, filosofía y teología de la libe-ración, pedagogía del oprimido, etc.).18 Esto exactamente es loque ocurre con el proyecto del «Grupo Latinoamericano de Estu-dios Subalternos» en los Estados Unidos, tal y como éste se expre-sa en las ideas de dos de sus miembros regulares, John Beverley yWalter Mignolo.

Los estudios poscoloniales de Beverley y Mignolo fueroninfluenciados en gran parte por los trabajos de un grupo de inte-lectuales indios, agrupados alrededor del historiador Ranajid Guha,quienes a partir de 1978 empezaron a publicar una serie de artícu-los compilados luego bajo la denominación Subalternal Studies.19

En estos estudios se tomaba posición crítica frente al discursonacionalista y anticolonialista de la clase política india y frente ala historiografía oficial del proceso independentista. Tales narra-tivas eran vistas por Ranajid Guha, Partha Chatterjee, Dipesh Cha-krabarty y otros autores como un imaginario colonialista proyecta-

18 Cr. S. Castro-Gómez: «Populismo y filosofía. Los discursos de identidaden la filosofía latinoamericana del siglo XX», en Crítica de la razón latinoameri-cana, ob. cit., pp. 67-97.

19 Para una recopilación de algunos de estos artículos, véase: R. Guha, G.Spivak (eds.): Selected Subaltern Studies, Oxford University Press, Nueva York,1988.

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do sobre el pueblo indio por los historiadores y por las élites po-líticas. La independencia india frente al dominio británico erapresentada allí como un proceso anclado en una «ética universal»,traicionada por los colonizadores, pero recuperada eficazmentepor Ghandi, Nehru y otros líderes nacionalistas. En opinión delos críticos poscoloniales, el recurso a una supuesta «exterioridadmoral» frente a Occidente conllevaba una retórica cristiana de lavictimización, en la que las masas, por el simple hecho de seroprimidas, aparecían dotadas de una superioridad moral frente alcolonizador. El proceso independentista indio era narrado de estemodo como la realización del proyecto cristiano-humanista deredención universal, es decir, utilizando las mismas figuras discur-sivas que sirvieron para legitimar el colonialismo europeo en ul-tramar.20

Esta desmitologización del nacionalismo anticolonialista su-ponía una fuerte crítica a la retórica imperial del marxismo inglés,que para legitimarse políticamente en la metrópoli necesitaba re-currir a los ejemplos distantes de las luchas antimperialistas en el«Tercer Mundo». Guha y sus colegas atisban de este modo lo queotros teóricos poscoloniales como Bhabha y Spivak mostraríanposteriormente: el expansionismo europeo necesitó siempre de lageneración discursiva de un «otro», de una exterioridad moralque le sirviera para legitimar a contraluz su propia empresa colo-nizadora. Por esta razón, la crítica poscolonial al esencialismo delos discursos nacionalistas rompe decididamente con las narrati-vas anticolonialistas de la izquierda de los años setenta, que seconsolidaron precisamente sobre la base de un tercermundismoromántico. La nostalgia por la bondad exótica y por un ethos nocontaminado todavía por la «maldad» del capitalismo occidental,el ansia por lo «totalmente otro» de Occidente, jugaron allí comonarrativas esencialistas, sujetas todavía a las epistemologías colo-niales, que ocultaban las hibridaciones culturales, los espaciosmixtos y las identidades transversas.

20 Véase la lectura que hace Patricia Seed de los estudios subalternos indiosen su artículo «Subaltern Studies in the Post-Colonial Americas», en Dispositio,no 46, 1996, pp. 217-228.

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Los trabajos del grupo indio de estudios subalternos encon-traron eco a comienzos de los años noventa en algunos círculosde latinoamericanistas en los Estados Unidos. Algunos de éstoseran intelectuales exiliados que escapaban de las dictaduras mili-tares, otros eran académicos anglosajones que tuvieron la oportu-nidad de enseñar o vivir en Latinoamérica, otros eran hispanos,hijos de emigrantes latinoamericanos nacidos en los Estados Uni-dos. Todos ellos compartían la experiencia de haber aprendido avivir entre dos mundos, de hablar en dos idiomas, de tener quedesplazarse al interior de dos códigos sociales diferentes. La ma-yoría de ellos trabajaban en departamentos de literatura, pero tam-bién había politólogos, historiadores y semiólogos. José Rabasa,Ileana Rodríguez, John Beverley, Robert Carr, María Milagros López,Michael Clark, Javier Sanjinés, Patricia Seed, Norma Alarcón yWalter Mignolo: un grupo amplio y heterogéneo de autores quecomienzan a reunirse en 1992 en la George Mason University,pero que se presentan oficialmente como grupo apenas en 1994,con motivo de la conferencia organizada por la Asociación deEstudios Latinoamericanos (LASA) en Atlanta, Georgia.21 Ya en 1993el grupo había adoptado un nombre, «The Latin American Subal-tern Studies Group», y presentado sus ideales en un «Founding Sta-tement», publicado por la revista Boundary.

Tal como lo explica John Beverley, el proyecto teórico delgrupo fue concebido como una intervención estratégica de carác-ter político, tendiente a subvertir los códigos definidos por losprogramas académicos de las universidades norteamericanas.22 Lapregunta central que anima a todos sus participantes es la siguien-te: después de la muerte de los «grandes relatos» emancipatoriosde la modernidad y una vez consolidado el fracaso histórico delsocialismo, ¿qué papel le queda por cumplir al intelectual en un

21 Cf. J. Rabasa y J. Sanjinés: «The Politics of Subaltern Studies», en Dispositio,no 46, 1996, pp. V-XI.

22 J. Beverley: «Writing in Reverse: On the Project of the Latin American Sub-altern Studies Group», en Dispositio, no 46, 1996, p. 275. Véase también: «¿Pos-literatura? Sujeto subalterno e impasse de las humanidades», en B. GonzálezStephan (ed.): Cultura y Tercer Mundo, tomo I: «Cambios en el saber académi-co», Edit. Nueva Sociedad, Caracas, pp. 137-138.

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contexto dominado por la globalización de la cultura? Y sobretodo: ¿cuál es la responsabilidad de un intelectual que se ocupade América Latina en y desde el aparato académico de un paísimperialista como los Estados Unidos? Todo esto teniendo en cuen-ta que el significante «Latinoamérica» se halla dotado de una con-notación política al interior de los Estados Unidos, país que acomienzos del siglo XXI se convertirá en la tercera nación de hablahispana más grande del mundo, después de México y Argentina.

¿En qué consiste esta «intervención política» de la que noshabla Beverley? Ya vimos como el grupo indio de estudios subal-ternos desmitificó el imaginario colonialista europeo al mostrarque los discursos sobre el «otro» (heterologías) integran al sujetocolonizado en el espacio continuista, homogéneo y temporaliza-do de las representaciones europeas. El «otro» no es «des-cubierto»sino creado discursivamente (othering) como exterioridad unita-ria, susceptible de ser observada panópticamente. De manera aná-loga, el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos decons-truye este tipo de representaciones esencialistas, acentuando laheteroglosia, la ambigüedad y la dicotomía de los sujetos margi-nalizados en América Latina. Pues justamente por medio de estetipo de prácticas mixtas, desautorizadas por las narrativas heroi-cas de los intelectuales criollos, es que los sujetos subalternos arti-cularon representaciones de sí mismos y proyectos alternativos deresistencia y liberación. No se trata, como lo señala Spivak, derepresentar (vertreten) al subalterno, asignándole narrativamenteuna identidad e instrumentalizándolo como «figura crítica» en losconflictos ideológicos de la intelectualidad metropolitana. Por elcontrario, se trata de mostrar que, por causa de su heterogenei-dad radical, las prácticas de los sujetos subalternos se resisten aser representadas por las conceptualizaciones humanísticas de laciencia occidental (Derrida, Spivak), inscritas históricamente enla racionalidad político-burocrática de las universidades.23

Desde esta perspectiva, John Beverley critica la idea, muypopular en amplios círculos universitarios, de que la literatura es

23 Cf. G. Spivak: «Can the Subaltern Speak?», en P. Williams, L. Chrisman(ed.): Colonial Discourse and Postcolonial Theory. A Reader, Columbia UniversityPress, Nueva York, 1994, pp. 66-111.

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el discurso formador de la identidad latinoamericana.24 Los aca-démicos que trabajan todavía con esta idea ignoran dos aspectosintrínsecamente concatenados:

1. que es el aparato académico mismo el que, desde unaposición hegemónica, ofrece a los profesores y alum-nos un material ya reificado de estudio, «enpaquetado»,por así decirlo, en rígidos esquemas canónicos que defi-nen de antemano lo que es y lo que no es «literatura»;

2. que la figura del letrado como «autoconciencia de lopropio», tal como es presentada por la historiografíaliteraria y —agregaría yo— por la filosofía latinoameri-cana de la historia en el siglo XX (J. Gaos, L. Zea, A.Roig), es un elemento constitutivo de la formación yreproducción de estructuras de dominio colonial.

En concordancia con Guha, Viswanathan y otros autores in-dios, Beverley afirma que la literatura fue una práctica de forma-ción humanística de aquellas élites que impulsaron el proyectoneocolonialista de «construcción de la nación». El nacionalismo (yel populismo) vinieron animados en Latinoamérica por una lógicadisciplinaria que «subalternizó» a una serie de sujetos sociales: mu-jeres, locos, indios, negros, homosexuales, campesinos, etc. La lite-ratura y todos los demás saberes humanísticos, incluyendo tambiéna la filosofía, aparecían inscritos estructuralmente en sistemashegemónicos de carácter excluyente. Intelectuales humanistas comoBilbao, Sarmiento y Martí, para mencionar tan sólo tres ejemplosdel siglo XIX, actuaban desde una posición hegemónica, aseguradapor la literatura, el derecho y las humanidades, que les autorizaba apracticar lo que podríamos llamar una «política de la representa-ción». Las humanidades se convierten así en el espacio desde el cualse «produce» discursivamente al subalterno, se representan sus in-tereses, se le asigna un «lugar» en el devenir temporal de la historiay se le ilustra respecto al sendero «correcto» por el que deben enca-minarse sus reivindicaciones políticas.

24 J. Beverley: «¿Posliteratura? Sujeto subalterno e impasse de las humanida-des», ob. cit., pp. 145-148.

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Lo que busca John Beverley es romper con esta visión huma-nista del papel de los intelectuales y avanzar hacia nuevas formasde teorización que sobrepasen las políticas de vanguardia. Y leparece que el camino para lograrlo pasa necesariamente por unadeconstrucción de las prácticas ideológicas vigentes en la univer-sidad norteamericana. En su libro Against Literature, Beverley pre-senta a la universidad como una institución por la que pasan casitodas las luchas hegemónicas y contrahegemónicas de la socie-dad. Es en la universidad donde se forman los cuadros dirigentesde la hegemonía social, pero es también allí donde se tematizanlas exclusiones vinculadas a esa hegemonía. Por esta razón, la lu-cha teórico-política al interior de la universidad adquiere un ca-rácter fundamental, en la medida en que ella podría —aunque nonecesariamente debería— tener efectos en otras instancias de lavida social.25 Tal lucha inmanente consiste en una deconstrucciónde las prácticas humanistas en que se ha formado el sujeto patriar-cal y burgués de la modernidad, con el fin de señalar otro tipo deprácticas extra-académicas, no letradas, que se resisten a ser re-presentadas por el «discurso crítico» de los intelectuales. Vocesdiferenciales capaces de representarse a sí mismas, como es el casode Rigoberta Menchú y el Ejército Zapatista de Liberación, sinprecisar de la ilustración de nadie. Beverley entiende incluso suactividad deconstructiva como una «terapia liberadora», como unpsicoanálisis al estilo de Freud y Lacan. La deconstrucción delhumanismo académico debería concientizar al intelectual de la«violencia epistémica» (Spivak) que conllevan sus fantasías heroi-cas. Liberado así de su «voluntad de representación», el intelec-tual podrá ser capaz de actuar eficazmente en los marcos de lo

25 La universidad es una especie de panacea en donde aparecen reflejadostodos los conflictos de la sociedad. Por eso Beverley puede afirmar que la inter-vención política del intelectual ya no necesita de un «afuera» de la universidad:

Modifying Derrida’s famous slogan, I would risk saying, in fact, that thereis no «outside-the-university», in the sense that all contemporary practicesof hegemony (including those of groups whose subalternity is constitutedin part by their lack of access to schools and universities) pass through itor are favorably or adversely in some way by its operations. [Cf. AgainstLiterature, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1993, p. X.]

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que Michel de Certau llamara una micropolítica de la cotidiani-dad, allí donde los conflictos sociales afectan más de cerca su pro-pia vida: en el ámbito del mundo universitario.

También Walter Mignolo quiere articular una crítica de la au-toridad del canon que define cuáles son los territorios de la verdaddel conocimiento sobre «Latinoamérica» en las universidades nor-teamericanas. Pero, a diferencia de otros miembros del GrupoLatinoamericano de Estudios Subalternos, que asumen más omenos acríticamente el modelo indio de teorización poscolonial ylo utilizan luego para el estudio de situaciones coloniales en Amé-rica Latina, Mignolo piensa que este modelo corresponde a unlocus muy específico, anclado en las herencias coloniales británi-cas de la India. Por ello, en lugar de convertir las teorías poscolo-niales indias en modelo exportable a otras zonas periféricas, incu-rriendo de este modo en un «colonialismo tercermundista», de loque se trata es de investigar qué tipo de sensibilidades locales hi-cieron posible el surgimiento de teorías poscoloniales en AméricaLatina. La pregunta que desea responder es si, análogamente a lorealizado por los poscoloniales indios, también en Latinoaméricahan existido teorías que subvierten las reglas del discurso colonialdesde las herencias coloniales hispánicas.26

Ahora bien, cuando Mignolo habla de «teorías poscolonia-les» se refiere en primer lugar, y de manera análoga a lo planteadopor Beverley, a una insubordinación de los signos del discursocolonial, tal como éste es reproducido por la academia norteame-ricana. La relevancia política de estas teorías al interior de la tea-ching machine radica en que contribuyen a deslegitimar aquellosparadigmas universalizantes definidos por la modernidad, en dondelas prácticas colonialistas europeas aparecían como elementos «ex-teriores» y, por ello mismo, irrelevantes a los procesos modernosde constitución del saber. Esta forma de pensar se encuentra par-ticularmente anclada en la distribución ideológica del conocimientoen ciencias sociales y humanidades, que va unida a la reparticióngeopolítica del planeta en tres «mundos» después de la Segunda

26 W. Mignolo: «Are Subaltern Studies Postmodern or Poscolonial? The Politicsand Sensibilities of Geo-Cultural Locations», en Dispositio, no 46, 1996, pp. 45-73,

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Guerra Mundial.27 Adoptando la teoría de la división geopolíticadel trabajo intelectual desarrollada por Carl Pletsch, Mignolo pien-sa que entre 1950 y 1975, es decir cuando se inicia la «tercera fasede expansión del capitalismo», la enunciación y producción delos discursos teóricos se encontraba localizada en el «Primer Mun-do», en los países tecnológica y económicamente desarrollados,mientras que los países del «Tercer Mundo» eran vistos únicamen-te como receptores del saber científico.

Pero, ¿qué ocurre una vez que se quebranta definitivamenteel antiguo régimen colonial y tambalea el equilibrio del ordenmundial establecido durante la guerra fría? Es el momento, nosdice Mignolo, en el que surgen las teorías posmodernas y posco-loniales: aquellos discursos contramodernos, provenientes de di-ferentes loci de enunciación, que procuran dar cuenta de las he-rencias coloniales de la modernidad.28 Las teorías posmodernasencuentran su locus de enunciación en sujetos del «Primer Mun-do» marginalizados por la dinámica capitalista de la modernidad.Las teorías poscoloniales, en cambio, se vinculan a sujetos del«Tercer Mundo» que viven o provienen de sociedades con fuertesherencias coloniales.29 En muchos casos, los sujetos de la teoriza-ción poscolonial son intelectuales nacidos en regiones subalternizadaspor la modernidad europea que trabajan ahora en academias ouniversidades de países ex o neocolonialistas. Su actitud críticafrente a la modernidad es, en este sentido, diferente a la de losintelectuales posmodernos del «centro», pues se funda en una de-terminada «sensibilidad geocultural», en los vínculos afectivos que

27 W. Mignolo: «Herencias coloniales y teorías poscoloniales», en B. GonzálezStephan (ed.): Cultura y Tercer Mundo, ob cit., pp. 113-114.

28 Al respecto escribe Mignolo:

Me gustaría insistir en el hecho de que el «post» en «postcolonial» esnotablemente diferente de los otros post de la crítica cultural contempo-ránea. Iré aun más allá al sugerir que cuando se compara con la razónpostmoderna, nos encontramos con dos maneras fundamentales para cri-ticar la modernidad: una, la postcolonial, desde las historias y herenciascoloniales, la otra, la postmoderna, desde los límites de la narrativa hege-mónica de la historia universal. [Ibídem, pp. 101-102.]

29 Ibídem, p. 113.

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mantienen con su región de origen, en un sentido de territoriali-dad ligado, sobre todo, a la práctica del idioma materno.30 ParaMignolo, el principal logro político de estos intelectuales es ha-ber mostrado que la razón moderna no echa su fundamento en eldesarrollo intrínseco de las humanidades y la filosofía en Europa,es decir en las herencias espirituales del Renacimiento y la Ilustra-ción, sino en las prácticas coloniales establecidas por Europa enultramar. De este modo, justo en el corazón mismo del imperio,los intelectuales poscoloniales consiguen subvertir los cánonesacadémicos que reservan al «Primer Mundo» la confección desaberes teóricamente releventes.31

Pero las ventajas políticas de las teorías poscoloniales vienennecesariamente unidas a las ventajas hermenéuticas. Mignolo serefiere específicamente a las nuevas perspectivas de lectura de lahistoria colonial latinoamericana, proyecto que él mismo realizaen su magnífico libro The Darker Side of the Renaissance.32 A par-tir del giro epistemológico de la «razón poscolonial» podemosleer de otro modo los procesos de resistencia teórico-práctica encolonias de «asentamiento profundo» como América Latina. Po-demos mirar hacia atrás y descubrir que las preocupaciones y lostemas que la academia estadounidense identifica hoy en día como«poscoloniales», se encontraban ya presentes en casi todos lospaíses latinoamericanos a partir de 1917, es decir, una vez conso-lidada la revolución bolchevique. Mignolo piensa en teóricos comoJosé Carlos Mariátegui, Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch, EnriqueDussel, Raúl Prebisch, Darcy Ribeiro y Roberto Fernández Retamar,quienes, en su opinión, habrían conseguido deslegitimarepistemológicamente el discurso hegemónico y colonialista de lamodernidad. Los saberes teóricos de estos autores son poscolo-niales avant la lettre, porque subvierten las reglas del discursocolonial en la medida en que desplazan el locus de enunciación

30 W. Mignolo: «Are Subaltern Studies Postmodern or Poscolonial? The Politicsand Sensibilities of Geo-Cultural Locations», ob. cit., pp. 50-54.

31 W. Mignolo: «Herencias coloniales y teorías poscoloniales», ob. cit., p. 118.32 W. Mignolo: The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality

and Colonization, The University of Michigan Press, 1995.

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del «primero» hacia el «Tercer Mundo». Según Mignolo, la pro-ducción de discursos teóricos para América Latina, sobre AméricaLatina y desde América Latina, consigue romper con el eurocen-trismo epistemológico que coadyuvó a legitimar el proyecto colo-nial de la modernidad.33 Mucho antes de que Guha fundara elgrupo indio de estudios subalternos y de que en los Estados Uni-dos se empezara a hablar de poscolonialismo y posmodernidad,en América Latina se habían producido ya teorías que, ipso facto,rompían con el privilegio epistemológico del discurso colonial.

Tenemos, entonces, dos ejemplos de lo que significa la cons-trucción discursiva de «Latinoamérica» en la teoría poscolonialnorteamericana a finales del siglo XX. Hemos visto que tanto JohnBeverley como Walter Mignolo entienden su actividad teóricacomo una estrategia política tendiente a subvertir la imagen deAmérica Latina que reproducen las instituciones académicas enlos Estados Unidos. Su abordaje teórico del colonialismo no revis-te por ello el carácter de un «discurso de identidad» tendiente arepresentar los intereses de los colonizados. Por el contrario, losdos latinoamericanistas buscan combatir a nombre propio la co-lonizacion del mundo de la vida que se produce en aquellas loca-lidades globales donde viven y laboran: en el aparato académicode los Estados Unidos.

3. REFLEXIONES FINALES:RECONVERSIÓN DE ARIEL Y MUERTE DE CALIBÁN

En el capítulo primero de Against Literature, John Beverley pro-pone una relectura del concepto de Calibán, tal como éste es in-terpretado por Roberto Fernández Retamar.34 Como se sabe, elescritor cubano recurrió a la simbología shakespereana de La Tem-pestad en los años setenta para leerla de la siguiente forma: Arielsimboliza al intelectual latinoamericano que, en el mismo lengua-je del colonizador, se enfrenta discursivamente a la tiranía de

33 Ibídem, p. 110.34 J. Beverley: Against Literature, ob. cit., p. 4.

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Próspero, representante del imperialismo occidental. Calibán, eltercer personaje, se convierte en la metáfora del pueblo mestizo yoprimido, que sufre día a día los atropellos del analfabetismo, lamiseria y el subdesarrollo.35 Fernández Retamar explica que lautilización de Calibán como símbolo del pueblo oprimido es enrealidad una estrategia discursiva de Ariel, el «intelectual crítico»de América Latina. Colocándose del lado de Calibán y defendien-do sus intereses, Ariel adopta concientemente el lenguaje de Prós-pero para maldecirle; utiliza los mismos instrumentos conceptua-les del discurso occidental para rebatir la tesis de que la culturalatinoamericana es producto de la barbarie. En nombre de la igual-dad, la fraternidad y la libertad, esto es, canibalizando los valoresmodernos que legitimaron el dominio de Próspero en AméricaLatina, Ariel impugna el proyecto europeo de dominación colo-nial. Y lo hace apropiándose con honor del nombre utilizado porel colonialismo para negar la originalidad cultural de los pueblossometidos: Caribe, Caníbal, Calibán. Ningún otro nombre podríadescribir mejor la identidad de un pueblo que, a causa del mesti-zaje, ha sido capaz de antrofogizar el lenguaje de sus colonizado-res. Calibán es, entonces, el símbolo de Latinoamérica, lo cual re-quiere, en opinión de Fernández Retamar, avanzar hacia una revisióncompleta de la historia del subcontinente, centrada hasta el mo-mento en la figura colonizadora de Próspero. «Asumir nuestracondición de Calibán —escribe— implica repensar nuestra histo-ria desde el otro lado, desde el otro protagonista».36

Pues bien, lo que Beverley afirma es que el anagrama Calibán,tomado de la palabra «caníbal», debe ser reemplazado por el ana-grama by Lacan, derivado a su vez de «Calibán».37 No se trata deun simple juego de palabras: si Calibán fue visto en los setentacomo símbolo de la liberación latinoamericana, expresado en el

35 R. Fernández Retamar: Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra Amé-rica, Edit. La Pléyade, Buenos Aires, 1984, p. 53.

36 Ibídem, p. 52.37 J. Beverley: Against Literature, ob. cit., p. 5.

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orden discursivo por los saberes humanistas de los letrados, a fi-nales de los noventa las cosas parecen muy distintas.38 Para serlibres, la gente ya no requiere de una reflexión primordialmentecognitiva llevada a cabo por Ariel, el «intelectual orgánico», puesellos mismos son ahora sujetos reflexivos en el orden hermenéuti-co y, sobre todo, en el orden estético. By Lacan es el nombre quesimboliza precisamente al sujeto deseante que se coloca en la basede la reflexión estética. No son ya la literatura, la sociología y laeducación aquello que moviliza creativamente a las masas, sino elconsumo de bienes simbólicos mediatizado por las tecnologías dela información. Desde un punto de vista hermenéutico-político,estos sujetos no actúan en función del interés superior de una«totalidad colectiva» (a la cual los intelectuales pretenden teneracceso mediante el saber), sino que sus movilizaciones poseenobjetivos concretos, posibles a corto plazo, orientados hacia lasatisfacción personal de necesidades básicas. En una palabra: elconcepto de by Lacan sugerido por Beverley rompe con la idea deuna «razón latinoamericana» configurada por el saber humanistade los intelectuales y simbolizada por la mítica figura de Calibán.39

38 «Cannibal/Caliban/By Lacan: the sequence of names configures the stagesand the historical subjects of, respectively, the colonization, decolonization, andpostcoloniality of Latin America». (Ibídem, p. 4.)

39 Desde este punto de vista, no deja de sorprender el hecho de que autorescomo Said, Jameson y el mismo Mignolo vean en Calibán el símbolo de una«inserción epistemológica», y en Retamar a uno de los precursores latinoameri-canos de la teoría poscolonial. En un universo discursivo como el de Retamar,atravesado de un lado a otro por compartimientos ideológicos (burguesía/pro-letariado, opresores/oprimidos, capitalismo/socialismo), resulta difícil ver dequé manera podrían los sujetos marginales —que son siempre sujetos híbri-dos— articular sus «pequeñas historias». Colonizadores y colonizados son pre-sentados allí como entidades homogéneas, con intereses antagónicos. La Tem-pestad de Shakespeare —así como la historia latinoamericana— es vista porFernández Retamar como el escenario mítico en donde se enfrentan dos perso-najes (Próspero/Calibán) y dos visiones contrapuestas del mundo: la de «nues-tra América», enunciada por intelectuales orgánicos como José Martí, y la de«Occidente», representada por intelectuales «lacayos del imperialismo» comoBorges, Sarduy, Fuentes y Rodríguez Monegar. (Cf. R. Fernández Retamar, ob.cit., pp. 89 ss.)

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Pero la muerte de Calibán implica necesariamente una re-conversión de Ariel, un distanciamiento crítico de los intelectua-les frente al lenguaje de Próspero. Ya lo mencioné más arriba,vivimos en un mundo que nada tiene que ver con el imaginadopor la intelectualidad de los siglos XVIII y XIX. El saber no nos hapermitido configurar voluntariamente la historia y colocarla bajoel dominio de la razón, sino que ha puesto en marcha una dinámi-ca generadora de contingencias que coloca nuestra vida frente auna serie de posibles «escenarios», sin saber cuál de ellos lograrárealizarse. Tal impredictibilidad no es un fenómeno nuevo, peroriñe ciertamente con las pretensiones de belleza, bondad y verdadelevadas por el lenguaje de Próspero. Esto no significa, como loanunciaron algunos posmodernos, que todos los esfuerzos huma-nos por hacer del mundo un lugar más justo y agradable hayanfracasado para siempre. Tampoco quiere decir que la reflexióncognitiva se haya resecado y resulte imposible denunciar crítica-mente las herencias del colonialismo y del imperialismo. La re-conversión de Ariel no significa en ningún momento resignación,abandono de la función crítica del pensamiento, pero sí conllevaun aumento de sensibilidad frente a la localización de la razón enterritorios contingentes, globales, atravesados por una serie infi-nita de causas y efectos que desbordan su control. La concienciade los riesgos y sus peligros, la denuncia de situaciones colonialesy tecnologías de exclusión, continúan siendo la función más im-portante de Ariel, pero despojada ya del lenguaje salvacionista,totalizante y heroico de la modernidad.

Pienso que las teorías poscoloniales son un ejemplo de lanueva conciencia de la inteligentsia respecto a sus propios límites.En tanto sujetos transmigrantes, los intelectuales poscolonialesobran como agentes globales sin pertenencias fijas. Sus pretensio-nes no se dirigen, por ello, hacia la construcción discursiva deidentidades homogéneas y, mucho menos, hacia la representaciónde los subalternos. Lo que buscan es crear espacios de resistenciafrente a la colonización mundovital en sus propias localidades. Sucrítica al colonialismo adquiere un carácter teórico-práctico, en lamedida en que participan activamente en la lucha por el controlde los significados al interior de la teaching machine. Como las

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narrativas anticolonialistas de las décadas anteriores, procuranidentificar la vinculación local, europea, de los discursos moder-nos sobre el «otro», como medio para desvirtuar sus pretensionesde universalidad. Pero a diferencia de ellas, lo hacen sabiendo quesu propia localización es un impedimento para acceder a la «tota-lidad». Hablan desde localidades globalizadas, desde espacios in-terconectados virtualmente con el mundo, en donde la moderni-dad fue desbordada por su propia dialéctica, por los mecanismoscolocados en marcha por ella misma.40

40 Cf. U. Beck: Die Erfindung des Politischen. Zu einer Theorie reflexiverModernisierung, Suhrkamp, Francfort, 1993, pp. 35 ss.

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La desgracia es tambiénun espectáculo(Subjetividad, intimidady comunicación)

ALEXANDER JIMÉNEZ

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NOTA PRELIMINAR

HABRÍA PREFERIDO dedicar este texto a otro tipo de ceremonias: alcortejo apurado de nuestros adolescentes en sus fiestas, a la pro-mesa de unos vinos a los cuales un día, por fin, les llega su día, sutarde y su noche, al demorarse en la perfección de aquella frasearistotélica según la cual, sin amigos, aunque se posea el resto delos bienes, la vida no es soportable. Pero no siempre se elige, a lahora de pensar y de escribir, lo que uno quiere. Jacques Derrida loenuncia con fuerza y belleza:

La responsabilidad del pensamiento crítico consiste tambiénen calcular una justa interrupción: debemos decir lo que secree que no debe decirse.

Habría querido hablar de los cuerpos enamorados y de sutalento para perderse y enviar señales que nadie más descifra. Peroeste texto habla de otras pérdidas y de otras señales, de cuerposdeshabitados, irreconciliables, doloridos, cuerpos en duelo. Nolos duelos del amor o del honor. Duelos de muerte.

Este texto intenta pensar algunas transformaciones opera-das por procesos sistémicos de comunicación en dos esferas de la

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subjetividad: la intimidad en situaciones de desgracia y el duelo.1

En torno a estos dos planos es posible pensar cómo opera hoy laconstitución de sociedades y sujetos. Los massmedia ejercen suspoderes sobre ciertos plexos de la vida social y funcionan comoejes en la configuración de las culturas contemporáneas.2

1 Aquí está en juego, al mismo tiempo, la reorganización del espacio público.Allí donde el duelo suponía un distanciamiento y una retirada afectiva de losotros, hoy día los media configuran espacios abiertos, cercanos, masivos. Lapantalla nos involucra a todos como dolientes de alguien a quien no conoci-mos. Nos ponen a sufrir lo que no hemos padecido. El luto personal ya no esnecesario puesto que lo cargamos todos. Esta amplificación del espacio socialdel duelo es sólo una de las variantes de un giro en la socialidad básica produ-cido por los media. Rigoberto Lanz afirma que las antiguas regulaciones delespacio público se sustituyen por la subcultura massmediática, creándose otrotipo de sensibilidad. Cf. R. Lanz: «El vaciamiento massmediático del discursopolítico», en Relea (Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados), no 0, Ca-racas, abril de 1995. En la presentación del número 1 de esa misma revista(julio de 1996), Lanz estima que la posmodernidad anuncia la emergencia deotra socialidad a partir de nuevos referentes para fundar el espacio público, yliga esa emergencia a la crisis del imaginario moderno del espacio público. Enel espacio teórico que se abre con estas constataciones situamos nuestra re-flexión. Afectivamente, retomamos su desafío de comprometer lo que va que-dando de pasión, con el fin de enfrentar la retirada de lo público con algunasreservas éticas y estéticas: aquellas que permitan una convivencia en la cual elduelo y la alegría lleguen o se elijan conforme a las demandas del corazón y delos ojos.

2 La diseminación de estos poderes revela el modo particular de estar cons-truidos y de circular los saberes y la información en los massmedia. Suponetambién una manera particular de estar dados los objetos y las relaciones. Entodo ello operan estructuras imaginarias de carácter performativo. De acuerdoa Rafael Ángel Herra, filósofo y escritor costarricense, una modalidad de laconciencia es que

[...] en ella la realidad se da insistentemente interferida, mediada, filtra-da, iluminada, guiada, o incluso constituida por construcciones imagina-rias; y estas construcciones imaginarias viven como una lengua; en ellasse tejen y convergen redes de significantes de la cultura y se articulanpara consolidarse, pervivir y renovarse en sistemas más o menos cohe-rentes[...] y en este dominio de la ficcionalización se organiza la vidainterior del mundo cultural. [Rafael Ángel Herra: «El papel de lo imagi-nario: perspectiva intercultural», ponencia ante la Sociedad Internacio-nal de Filosofía Intercultural, Kioto, Japón, 1997.]

En la manera como aparece o es propiciado el duelo en los medios de comuni-cación social se torna evidente la elaboración imaginaria de las percepcionessobre los cuerpos y los afectos.

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La postmodernidad es un motivo propicio para abordar losmecanismos conforme a los cuales los massmedia desarticulan yreconfiguran planos significativos de la subjetividad: estructurasde percepción, valoración, organización de los afectos, sensibili-dades. El debate invita a pensar cómo se articulan en los media unconjunto de mecanismos éticos y estéticos conforme a los cualesse percibe y se pone a circular la corporalidad en situaciones deinfortunio.

Ésta sería una oportunidad para discutir qué son los media ycómo extienden sus redes, logrando que el proceso comunicativosea sostenido desde todas partes.3 Pero aquí la dejamos pasar parapensar en otras cosas, cosas más limitadas y modestas. De modoparticular, analizamos las secciones de «sucesos» en la prensa es-crita y televisiva costarricense.4

3 Hacemos aquí nuestro el parecer de Rigoberto Lanz, en El discurso posmo-derno: crítica de la razón escéptica, según el cual

[...] la teoría estética que se deriva de la tradición de Frankfurt, así comola sensibilidad ética que le acompaña, deben ser radicalizadas hasta susúltimas consecuencias. [Universidad Central de Venezuela, Consejo deDesarrollo Científico y Humanístico, Caracas, 1996, p. 141.]

En el punto preciso en que se ubica este trabajo, esto supone considerar enextremo el carácter de violencia diseminada, aprobada y disfrutada que tiene laprensa en el imaginario social. Los medios son también un plexo de instrumen-tos, discursos, estrategias y objetos, sostenidos por un asentimiento social queprolonga y refuerza, sin necesidad de un dominio obvio, el dominio sistémicosobre el mundo vital. En Dialéctica del iluminismo, Horkheimer y Adorno afir-man que

[...] al multiplicar la violencia a través de la mediación del mercado, laeconomía burguesa ha multiplicado también sus propios bienes y sus pro-pias fuerzas hasta el punto de que ya no es necesario, para administrarlas,no sólo de los reyes ni tampoco de los burgueses: basta simplemente contodos. Todos aprenden, a través del poder de las cosas, a desatenderse delpoder. [Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1969, p. 59.]

Esto significa que encima de padecerlos, esos poderes nos parecen naturales yaprendemos a gozar su violencia.

4 El presente ensayo reelabora y continúa un trabajo aparecido en la revistaChasqui, no 53, marzo de 1996, pp. 60-63, con el título «Las trampas de ladesgracia».

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LOS APARATOS, LO REAL, LO IMAGINARIO

Las tecnologías informático-comunicativas operan una transfor-mación de doble cara en la vida cotidiana:5 desrealizan los objetoshabituales y vuelven habituales los objetos irreales. La estetiza-ción del mundo ocurre desde ciertos aparatos cuya estrategia mássignificativa es simular lo que no existe y disimular lo que existe.Los procesos informático-comunicativos despliegan, simulando ydisimulando, su talento realizador. En ellos lo que no existe tienela consistencia de las piedras. Lo que existe se disuelve en el aire.

Jean Baudrillard ha intentado comprender las prácticas desimulación desplegadas por los media. En su tono cínico, anuncia«que el objeto real queda aniquilado por la información, no sóloalienado: abolido».6 En el fondo, esto ocurre porque «la imagen yla información no están asimiladas a ningún principio de verdadni de realidad».7 El suyo es un trabajo de ilusionistas, y eso debeser agradecido, pues

[...] de igual modo que hay que alegrarse sin reservas de laexistencia de los políticos, que se encargan de asumir estafunción molesta, hay que agradecer que los medios de comu-nicación existan y que se encarguen del ilusionismo triunfaldel mundo comunicacional.8

5 Según Daniel Bell la vida cotidiana cambió más radicalmente entre 1850 y1940 —a causa del impacto de los ferrocarriles, la electricidad, los barcos avapor, el telégrafo, el automóvil, el cine, la radio y los aviones— que en cual-quier otra época. Eso puede ser cierto respecto a los efectos de esas novedadesen prácticas materiales básicas. Las tecnologías informático-comunicativas, encambio, reelaboran las capacidades de autopercepción subjetiva, prácticas sim-bólicas y relaciones complejas entre la percepción del mundo y su propia con-sistencia. Es decir, las tecnologías de la información no sólo producen y repro-ducen niveles elementales de la vida material, sino que afectan las instanciasmás complejas de la reproducción simbólica. En este orden, la autonomía delos media respecto al fondo tradicional de la vida cotidiana termina por avasa-llar y reconfigurar prácticas simbólicas elementales. El duelo es una de ellas.

6 J. Baudrillard: La ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos, Edit.Anagrama, Barcelona, 1993, p. 89.

7 Ibídem, p. 95.8 Ídem.

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A propósito de esta comparación es bueno recordar a un viejoprofesor quien repetía que los pueblos progresan de noche, cuan-do los políticos duermen; pero los media no duermen nunca y susartificios siguen operando de sol a sol.9

Los adolescentes gozan su tiempo libre dedicándolo a losvideojuegos y a las múltiples pantallas del divertimiento. Pero nosólo el tiempo libre se llena; también los momentos del estudio,del reposo y del placer, son gastados por jóvenes y adultos frentea los aparatos. Ya sólo esto afecta, en nuestros contemporáneos,el modo de autopercibirse; pero también afecta el modo de cons-truir las relaciones con los otros y el mundo.10

Los videojuegos, la realidad virtual y los videoclips, entreotros, ponen en suspenso la tradicional distinción entre lo real ylo ficcional. Así, las estructuras de percepción propias del mundode la vida cotidiana sufren mutaciones significativas, y parece quelo real ocurre en simuladores y pantallas.11

9 Baudrillard cierra la posibilidad de iniciar el proceso a la información y alos medios de comunicación por

[...] la sencilla razón de que los propios medios de comunicación deten-tan la llave de la instrucción. Su inocencia es inapelable, puesto que la«desinformación» siempre se imputa a un accidente de la información,sin que su principio llegue jamás a ser cuestionado. [Ídem]

Si la única vía de resistencia es discutir la desinformación, la pertinencia delargumento se concede; pero en la de menos lo que se apela contra los mediaestá puesto en otro lugar.

10 Entre otras razones, este cambio alude al desplazamiento o anulación deun tipo de subjetividad que propiciaba una mirada unificante y dadora de sen-tido. Horkheimer y Adorno se quejan de que

[...] incluso el sujeto trascendental del conocimiento es en apariencia li-quidado como último recuerdo de la subjetividad, y sustituido por eltrabajo tanto más uniforme de los mecanismos reguladores automáticos.[M. Horkheimer y T. Adorno: Dialéctica del iluminismo, ob. cit., p. 45.]

11 Jean Baudrillard repite, hasta la saturación insoportable, la tesis según lacual «hemos superado ese límite en el que, a fuerza de sofisticación en los acon-tecimientos y en la información, la historia deja de existir como tal». [Cf. Lailusión del fin. La huelga de los acontecimientos, ob. cit., p. 16.]

Su tesis complementaria es que «salir de la historia para entrar en la simula-ción no es más que la consecuencia del hecho de que la propia historia no eraen el fondo más que un inmenso modelo de simulación». [Ibídem, p. 18.]

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Una línea importante de aparatos tecnológicos, en la medidaen que potencian la capacidad imaginante y perceptiva, hace avan-zar ciertos espacios del saber. En estos mundos, si bien no se pue-de hablar sin más de una neutralidad ética de la tecnología respec-tiva —los ingenieros militares, por ejemplo, simulan movimientosy artefactos de muerte—, el impacto de los aparatos sobre la vidacotidiana es indirecto.

En cambio, los simulacros en el plano de la comunicación seinsertan directa y profundamente en el imaginario de las socieda-des. La comunicación social, pues, tiene un carácter performati-vo. Las imágenes y palabras que administra no se reducen a ladescripción o el recuento de acontecimientos. Informar es tam-bién producir objetos, conductas cotidianas, relaciones sociales.

Los medios son, sin duda, uno de los centros de construc-ción del imaginario urbano. Sus mediaciones simbólicas elaboranun tipo de tejido social, al mismo tiempo que lo hacen soportabley deseable.

INFORMACIÓN, CUERPO Y CONTROL

La modernidad, en uno de sus múltiples sentidos, no es sino ladiseminación mundial de los mecanismos que hacen posible, des-de el siglo XVIII, la existencia de un tipo de organización socialcuyo eje constitutivo es la disciplina.

En las sociedades disciplinarias la información constituye unmodo sutil de dominio. Hoy día, los artificios estéticos y retóri-cos presentes en los massmedia no son sólo una manera eficaz devender, anunciar o publicitar. Son también procedimientos decontrol y, como tales, afectan la configuración espacial, afectiva,corporal, de la vida cotidiana. Esos artificios tienen consecuen-cias en las representaciones imaginarias conforme a las cuales lossujetos y los pueblos se autoperciben y organizan sus propios ho-rizontes éticos, estéticos y congnoscitivos.

Sociedades y sujetos, somos el producto de regímenes disci-plinarios constituidos mediante artificios de poder y saber ligadosal manejo de la información sobre los cuerpos y las almas. Esto eslo que Michel Foucault afirmó en algunos de sus trabajos más

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celebrados. En efecto, buena parte de los aparatos disciplinariosoperan mediante miradas omnicomprensivas. Verlo todo, saberlotodo, decirlo todo.12 Lo propio de las sociedades disciplinarias essu capacidad de vigilancia, y la correspondiente construcción deun saber acerca de los objetos que se vigilan.

Las sociedades tradicionales hacían exclusivo de unos cuan-tos sujetos la posibilidad de transformar sus actos en noticia. Sermirado y seguido a diario por la escritura era un rito ligado alejercicio de trabajos como reinar, adivinar, dirigir la guerra. Lascrónicas, las sagas, los relatos, no perdían su tiempo sino en quie-nes ocupaban puntos nudosos en la red que une todos los poderes.

Los poderes disciplinarios modernos, en cambio, aplican so-bre los cuerpos, los gestos y los comportamientos un seguimientocotidiano. En las fábricas, las tiendas, las escuelas y las calles, congrados y estrategias diversas, todos los movimientos son contro-lados. A diferencia de esos tiempos donde las miradas sólo se-guían a los héroes o los santos, esta época democratiza los proce-sos de observación del individuo, de modo que los sujetos llegan aser tales como un efecto del poder y el saber disciplinarios.13

La sociedad disciplinaria individualiza para someter y trans-formar. La prisión, una de sus instituciones preferidas, es un espa-cio de sometimiento y rectificación. Allí se pretende recuperar aquienes se habían perdido. Aparato de formación e información,la prisión construye un tipo de sujeto y da, al mismo tiempo, in-formación, noticias, datos, sobre sus peligros virtuales.

12 Michel Foucault liga esta obsesión de poner a hablar, de incitar a hablar laverdad, con una estrategia del poder:

Tenemos que decir la verdad [...]. El poder no cesa de preguntarnos, deindagar, de registrar [...]. En el fondo, tenemos que producir verdad igualque tenemos que producir riquezas. [«Curso del 14 de enero de 1976» enMicrofísica del poder, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1992, p. 140.]

13 Los poderes disciplinarios no son, sin embargo, ilimitados. La corporali-dad sobre la que aplica sus mecanismos de control es también un territorio condefensas y resistencias significativas. Punto de aplicación, el cuerpo es tambiénpunto de respuesta al ejercicio del poder: cuerpos tatuados, carnavalizados,trasvestidos, vírgenes, operan como resistencias simbólicas de reapropiación deun territorio.

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El arte desplegado en las prisiones no opera necesariamenteen lugares cerrados. El poder del castigo se ha enquistado profun-damente en el cuerpo social mediante mecanismos muy variados.La cárcel ya no está en la cárcel. La cárcel cruza sutilmente losumbrales de las prisiones y marca el ritmo de múltiples relaciones.

El sistema carcelario, como el capitalista, parece no tenerexterior. Su poder de castigar es reasumido y ejercido en otroslugares. Diseminado y distribuido en el plexo de la vida socialcontemporánea, adopta un tono natural y legítimo. Michel Fou-cault, cuyos estudios pretendieron ilustrar los mecanismos de cons-trucción de la subjetividad en el mundo moderno, decía que laprisión continúa, sobre aquellos que se le confían, un trabajo co-menzado en otra parte.

La sociedad toda se configura a partir de un tejido carcelarioque permite tener a disposición perpetuamente los cuerpos y losrostros. Ejercer el poder también consiste en dominar el artificiode observar, apuntar, reconocer, sin ser visto. Una de las dimen-siones de la información massmediática procura servir a este pro-yecto, y es en las secciones de «sucesos» donde tal servicio parecerealizarse sin ningún pudor.

Michel Foucault intenta definir algo así como un principioeconómico del poder disciplinario. Éste se organiza de tal modoque el poder disciplinario se torna invisible con el fin de imponera sus sometidos un principio de visibilidad obligatoria. Así, en ladisciplina, son los sometidos quienes resultan observados. El es-pectáculo no es un modo de ser visto para ocupar lugares centra-les, sino una manera de aparecer para luego desaparecer o serdesaparecidos. Quienes han padecido dictaduras y persecucionesconocen el precio de ser mirados. Pero tal desgracia, hay que de-cirlo, también ocurre en las sociedades democráticas.

Los barrios siniestros, los rostros monstruosos, son observa-dos en pantallas y en periódicos. Se los obliga a ser vistos y seobliga a otros a mirarlos, a mirarlos y no olvidarlos, a mirarlospara denunciarlos. Los que no enseñan su rostro tienen así la ca-pacidad de percibir el rostro de los otros.

Los medios de comunicación son también un poderoso teji-do en cuya sombra opera cierto tipo de vigilancia y castigo. Liga-

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dos a la administración del poder y del saber sobre cuerpos, ges-tos y conductas virtuales, los medios cooperan con una organiza-ción tal del espacio y del tiempo que la presencia queda conecta-da con la ausencia.

En las secciones de «sucesos» se despliegan artificios de vigi-lancia y castigo de la intimidad infortunada. La desgracia operaallí como mecanismo sutil de construcción y destrucción del teji-do social y de sus correlatos imaginarios. Son un lugar en el cualse coloca al sujeto en medio de relaciones múltiples y complejosde culpabilización y dominación. No son sólo la oportunidad dela crónica roja o amarilla. Son también una oportunidad de obser-var a ciertos poderes operando en condiciones no jurídicas. Allíson transmutados en información, lenguaje, texto, imagen. ¿Quéimporta allí la prevención o la documentación de peligros? No, im-porta el poder, sus puntos de circulación, su conversión en naturale-za, desenfado, su relación con sujetos bien dispuestos para recibiry padecer sus efectos.

El 21 de marzo de 1995, La Nación14 dedicó su editorial alegitimar las páginas de «sucesos». La tesis era que allí se docu-menta el irrespeto a la vida y a la propiedad, y además se suministra«una información objetiva y periódica sobre el desenvolvimientodel sistema de valores fundamentales de una sociedad». El editoria-lista continuaba con un cierto descargo:

A veces se critica a la prensa por poner al alcance de losciudadanos estos hechos. Quisieran algunos que se mantu-vieran secretos. El ocultamiento constituiría, sin embargo,una salida fácil y engañosa. La sociedad debe hacerle frente aeste fenómeno, a estas muestras de descomposición, con apegoa la verdad.

Dos meses después, en mayo de 1995, Irene Vizcaino, una redac-tora de «sucesos» de La Nación, nos hacía un recordatorio:

14 La Nación es el diario con mayor poder social en Costa Rica. Sus páginasde opinión y sus editoriales afectan de manera significativa la agenda económi-ca y política del país. Al mismo tiempo, y quizá debido a ello, es uno de los ejesde circulación de las representaciones imaginarias de los costarricenses. En esesentido, La Nación es la nación.

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Con la conciencia tranquila y, sobre todo, con la absolutaseguridad del respeto que tengo por la tragedia humana, sóloles recuerdo que la tarea es traducir, lo más fielmente posi-ble, la realidad al lenguaje escrito, con el fin no sólo de infor-mar, sino en muchos casos de prevenir. Escribimos de loshechos después de que ocurren, no planeamos con mentesmacabras que, ese preciso día, el sufrimiento tocará a suspuertas y se asomará en las páginas.

Sólo para ayudarles a recordar, la periodista había escrito dos díaantes, es decir el 15 de mayo de 1995, una nota titulada «Hirió a sunovia, y se ahorcó» (La Nación, 15 de mayo de 1995, p. 10-A). Allíse describe un triángulo amoroso compuesto por el ahorcado, lajoven herida y la madre de ésta. La noticia termina con una descrip-ción apegada a la verdad que aquel editorial exigía: «¡Mi padrastrose ahorcó! eran los gritos del niño de cinco años de edad que salióasustado de la vivienda, mientras su hermana sangraba».

Alguien tendría que escribir la historia de los cuerpos ex-puestos, estos cuerpos puestos en evidencia para enseñar los de-beres, los límites, los efectos de ciertas conductas. Los medios hantomado el relevo de los suplicios públicos. Los cuerpos tortura-dos, los que han pasado por el suplicio, pasan de la plaza públicaa la pantalla y al papel. Es allí, en esos lugares de reunión social,donde se celebran las ceremonias del castigo y la enseñanza: esallí donde el pueblo aprende los deberes y la normalidad. El edi-torial de La Nación de marzo de 1995 insistía en que las

[...] páginas de «Sucesos» de los periódicos documentan elestado de una sociedad en relación con el respeto al ordena-miento jurídico y en particular a la vida y la integridad físicade las personas.

La misma institución penal se ve rebasada y desplazada. Antes deljuicio y la sentencia, los «suceseros» han dado ya su veredicto ima-ginario, que es finalmente el real, el que funciona socialmente.

Obviamente, los discursos de la televisión y la prensa escritadifieren en la estructura y la fuerza de sus enunciados y signos.Aquí obviamos provisionalmente tal diferencia. Nos interesa ad-vertir ese punto común en el que sus informaciones marcan laceremonia del duelo.

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EL CUERPO Y SU HISTORIA

La noción de intimidad alude a un centro efectivo, a la parte me-nos pública de la corporalidad y a la historia subjetiva. Suponeunas fronteras éticas y unas historias que no pueden ser contadasde cualquier manera y en cualquier lugar. Es decir, un patrimoniode significación y unos límites de valor. El duelo se ubica en esemismo lugar. Práctica íntima que busca elaborar, desde dentro ycon otros, una ausencia no deseada conscientemente, el duelo estambién un tiempo de retirada en el cual se elige vivir la pérdida ola separación de una cierta manera.

Los ritos dolorosos implican una economía de los afectos. Elduelo surge allí donde el objeto perdido fue amado por él mis-mo.15 Los objetos ahora ausentes no requerirían ser reales paraser amados. Es cierto que ellos son casi siempre una construcciónimaginaria; pero son la construcción imaginaria de un sujeto o deunos sujetos que cancelaban el mundo para amarlo así, sin embar-go él ya no está más allí para recibirlo. Alguien siempre queda conalgo que no sabe a quién dar. Los dolientes, todavía hasta hacepoco, también cancelaban el mundo para darse y decirse su vacío.Algo se traslada y se comunica a alguien que está allí cerca. Eldolor se comunica y hay en ello una belleza rara. En la intimidaddesgraciada o el duelo hay una dimensión estética restringida. Lasensibilidad que allí antes se producía no parecía estar hecha paratodos; pero ahora esto no parece ser así.

En el plano de la comunicación social operan mecanismosque transforman las condiciones de elaboración de la intimidad yel duelo. Por eso, quizá sea necesario articular nociones sustituti-vas. Todo ocurre como si en adelante debiéramos hablar de inti-midad de masas o duelo de masas. Amantes, dolientes, agresores,jóvenes perdidos, transvestis, son reunidos y filmados por unacámara que los pone en situación de confesar intimidades a millo-nes, que así se hacen cómplices de historias lejanas que no ten-drían por qué saber. Las pantallas amplifican las confesiones per-

15 A. y M. Mtscherlich: Fundamentos del comportamiento colectivo, Edit.Alianza, Madrid, 1973, p. 39.

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sonales, casi siempre desgraciadas. De alguna manera, allí se hacepresente el gozo oscuro de la destrucción. Por supuesto, no metoca decidir las razones del disfrute que una víctima puede hacerde su sacrificio. Aquí la idea es consignar los mecanismos simbóli-cos que dan a tal goce su clima.

En la cultura de masas ocurre que las masas son técnicamen-te educadas para caer en el hechizo de lo que las destruye. Estoescribían Adorno y Horkheimer. En la industria de la cultura, se-gún ellos, «divertirse significa siempre que no hay que pensar, quehay que olvidar el dolor incluso allí donde es mostrado. En labase de la diversión está la impotencia».16 Olvidar el dolor inclusoallí donde es mostrado, esta frase perfecta ilustra lo que este ensa-yo quiere decir a pesar de su torpeza.

Intimidad y duelo simulados, intimidad y duelo disimula-dos, esto es lo que se hace evidente al pensar, con Baudrillard,«que la simulación es precisamente [...] esta concatenación de lascosas como si éstas tuvieran un sentido, cuando sólo están regidaspor el montaje artificial y el sinsentido».17

Una variante de lo anterior es el modo como los media ela-boran su discurso sobre la delincuencia común. Los sectores po-pulares aprenden a denunciar a quienes les son cercanos. La peli-grosidad social queda así reducida a un segmento que tiene malaconciencia sobre sí mismo a partir del manejo de los relatos admi-nistrados por las secciones de «sucesos». Un redactor de noticiasen el periódico Al Día, terminaba la cobertura del asesinato dedos ladrones «informando que la última dirección conocida deuno de ellos era Guadalupe centro, 300 metros al este y 100 al surde la pulpería La Nena». Como se ve, los informadores tambiénson informantes.

Curiosamente, ciertos sectores sólo acceden a los espaciospúblicos como material informativo en las secciones de «sucesos».Es paradójico. Quienes nunca habían aparecido en la pantalla o elpapel aparecen cuando ya no están, cuando han dejado de habitarsus cuerpos. Quienes estaban al margen ocupan el centro de estas

16 M. Horkheimer y T. Adorno: ob. cit., p. 174.17 J. Baudrillard: ob. cit., p. 29.

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noticias. La primera página del diario Extra del 20 de julio de1995 exhibe a una joven de 16 años colgando inmóvil de un ár-bol. A su lado se encuentran, además de un joven, un policía y unperiodista. Si pensamos que ese muchacho sólo estaba allí parasufrir la muerte de su amiga, debe decirse que los demás aparecenallí para cumplir con sus funciones. En las páginas internas hayotra foto. En ésta ya no hay nadie junto al cuerpo. Está solo, cu-bierto por una manta. El trabajo ya está hecho.

En situaciones de desgracia, la elaboración del duelo ha de-jado de ser una práctica interior. Las familias y amigos de ciertosmuertos agregan a su dolor el plus dolor que la prensa se encargade diseminar a partir de fotografías, entrevistas, acercamientos audio-visuales. A estos estamentos la intimidad se les disuelve en laspantallas.

En efecto, la manera en que ciertos espacios comunicativosconstruyen y diseminan la información, de interés supuestamente so-cial, revela un atropello innoble de la intimidad de algunas personas.

Una parte de nuestra especie le hace la guerra a la muerte lomejor que puede: investigando enfermedades, solucionando con-flictos, haciendo el amor, escribiendo poesía. Pero también hayquienes usufructúan con las imágenes de la muerte: cuerpos des-pedazados o velados por materias blancas, rostros ensangrenta-dos y convulsos, ojos desesperados.

Informar sobre sucesos es otro modo de administrar y vigi-lar los cuerpos. Es un mecanismo de debilitamiento. Allí rígidos,inmóviles, los cuerpos no asustan ni hablan su historia de dolor.¿Qué es alguien cuando ya no es sí mismo ni un otro? ¿Qué esalguien con su cuerpo deshabitado, inerte? ¿Qué se puede hacercon ése? La muerte es producida y circula como un objeto más deconsumo visual y afectivo; y sin embargo, todo ocurre como siesos cuerpos mostrados recibieran su cuota de conminseración yrespeto. En el fondo, ocurre una cosificación de la muerte no sólopara vender, sino también para afianzar ciertos poderes. Horkhei-mer y Adorno sostienen que

Bajo la etiqueta de los hechos en bruto la injusticia social dela cual éstos nacen es consagrada hoy como algo eternamen-te inmutable. El extrañamiento de los hombres respeto a los

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objetos dominados no es el único precio que se paga por eldominio; con la reificación del espíritu han sido adulteradastambién las relaciones internas entre los hombres, incluso lasde cada cual consigo mismo [...].18

El dolor es para quienes quedan después de que el otro se hamarchado. Es a ellos a quienes se enseña y advierte. En La Nacióndel 5 de abril de 1995, dos periodistas hacen la crónica de unasesinato. Hacia el final se describe al asesino entregándose

[...]mientras la multitud comenzaba a rodear al cuerpo en-sangrentado de Alvarado; y su esposa, quien había presen-ciado todo desde el auto, se dejaba llevar por el dolor.

En una carta a G. Laudry el 25 de abril de 1873, León Bloy decíaque «el hombre tiene lugares en su pobre corazón que no existenhasta que el dolor entra en ellos para que existan». Una mujerfrente a su amado muerto es un lugar irrepetible e imprevisible.Hay allí un cuerpo que inerte no cesa de enviar señales a otrocuerpo que está allí para descubrirse. Y enfrente un par de perio-distas dicen lo que dicen.

Es curioso. Los procesos comunicativos cuentan con las con-diciones para reunir y articular el imaginario cotidiano de quieneshabitan las ciudades. Nadie podría reconstruir el espacio urbanosin la mediación de los medios. Habitamos nuestras ciudades sólode manera virtual. Sin los periódicos y noticieros difícilmente ex-perimentaríamos nuestro presente. Y sin embargo no lo experi-mentamos sino como una ausencia.

Algunos se las agencian para disfrutar del derecho a la inti-midad del dolor. Otros, no tienen más destino que mirar los noti-cieros y diarios a fin de reencontrar las historias personales de susamigos o hermanos convertidas en sucesos públicos.

Tal parece, los mecanismos que distinguen la empresa priva-da de la cosa pública también operan en el modo de construir losestamentos sus historias personales. Aquí conviene un ejemplo.

En 1994 el banco estatal más antiguo de Costa Rica fue ce-rrado debido a manejos fraudulentos de un grupo de directores,

18 M. Horkheimer y T. Adorno: ob. cit., pp. 43-44.

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empresarios y familiares ligados entre sí. Algunos de ellos eranextranjeros que tenían por esposas a señoras de respetables fami-lias costarricenses. Al principio no supimos quiénes eran ellas ysus familias. Está claro que sus nombres no tenían por qué apare-cer. El problema era de sus maridos; sin embargo, parece existir,en los mercados del honor, una mano invisible que regula el buennombre. Por eso, los comunicadores mencionan impunemente atoda la familia de los delincuentes salidos de sectores populares.Pero aquel otro tipo de delincuentes, por lo visto mucho más pe-ligrosos para la organización de la vida social, tiene siempre aresguardo el nombre de su familia.

Algunas esposas de aquellos hombres decidieron escribir enla prensa nacional. Si obviamos el sufrimiento por la ausencia deaquellos a quien seguramente amaban, hubo un discurso recu-rrente en casi todos sus campos pagados y artículos de opinión.Era un discurso paradójico. A sus maridos se los humillaba por sucondición económica y social y eran exhibidos públicamente comodelincuentes de la peor calaña. Ellas preguntaban si la justicia eraclasista. Helio Gallardo, un filósofo costarricense, les respondióque sí, que si se visitan «La Reforma»19 y otras cárceles se advierteque los reos provienen de los sectores impudientes, y que la mal-dad parecería poseer un peculiar instinto de clase. Además de res-ponderles, Gallardo les pidió seguir insistiendo en que se hicierajusticia aunque sus maridos estuvieran en libertad y fueran ab-sueltos; pero ellas ya no lo hicieron más.

EL DOLOR TIENE SU BELLEZA

Cuando aparece en la pantalla el rostro de un criminal, al horrorinicial le sigue la purificación: algo se nos cura dentro sabiendoque ése no somos nosotros, que los monstruos están siempre delotro lado de la historia. Este elemento de autoengaño requeriríauna reflexión aparte. Por el momento, baste con señalar su im-

19 El nombre de esta prisión es un buen signo de lo que pretende; pero casisiempre fracasa. Parecería estar hecha para fracasar, a pesar de su nombre.

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portancia como equilibrador social: estamos salvados puesto quesiempre es posible reconocer a los culpables. Los televisores y losperiódicos son un lugar en donde el juicio final sucede cada día, ysucede con nosotros como jueces.

Según Aristóteles, la tragedia antigua, puesta en escena, cu-raba y purificaba simulando acciones como sufrir y morir. Hoydía, los procesos comunicativo-informáticos tienen un monstruo-so poder para simular y disimular la realidad social, para ponerlaen escena y garantizar la manera de estar dada sin sufrir alteracio-nes de fondo.

Obviamente no toda la información social puede reducirsesin más a estos mecanismos de velación y develación. Incluso, nopuede dejar de reconocerse que algunas veces, aunque sólo sea demodo virtual, los medios de comunicación prestan el oído, la vis-ta y la voz a quienes de otro modo estarían condenados al desen-cuentro. Pero estas posibilidades de articular espacios y tiemposson medianamente utilizadas frente al creciente uso de prácticasdisimulantes.

Los medios de comunicación aceptan y engullen el dolorproducido, lo estetizan, lo despojan de su contenido crítico y desu origen social, y luego lo venden. Así como los museos disuel-ven la dimensión cotidiana o contestataria que originan ciertosproductos estéticos, a fin de que no afecten el orden social, losdiarios y noticieros cuelgan los dolores en videos o cuadros foto-gráficos que gustan mucho y que distraen.

La mayoría de los dolores humanos son construidos social-mente. Es decir, son signos de la manera de estar organizada unaformación social.

SIMULAR, DISIMULAR

Los proceso de simulación, como ya se ha dicho, van de la manocon los de disimulación. Periodistas simulan ser vendedores am-bulantes para posteriormente denunciarlos, o bien simulan sernicaragüenses para conocer y denunciar la manera en que algunosde ellos pasan a Costa Rica por la montaña. Es sospechoso tantoénfasis en conocer los mecanismos de acción de tales sectores pe-

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ligrosos, cuando, a la vez, descuidan uno de los sectores más peli-grosos de nuestra sociedad: el de los empresarios y políticos queroban el dinero que deben a sus trabajadores, al fisco o a los ban-cos del Estado. Este «pequeño descuido» tiene que ver, obviamen-te, con las condiciones de trabajo y de vida de los periodistas.

Hasta ahora, a ningún periodista se le ha ocurrido simularser contador con el fin de constatar los artificios ingeniosos deque se valen estos sectores empresariales. De hecho, hacia finalesdel año 1994, las cámaras industriales y empresariales considera-ban peligrosa cierta atribución estatal de denunciar prácticas frau-dulentas que padecemos los consumidores (vender productos aun precio que excede los límites fijados, comerciar artículos re-construidos como si fueran originales). Según los empresarios,denunciar tales artificios para el robo puede ser peligroso pues sepresta a abusos. Esto tiene su chiste. El sector dentro del cualestán los que abusan, nos advierte contra los abusos posibles de lospobres recursos que aún tenemos para que sus propios abusos noqueden impunes.

Tal parece, los simulacros periodísticos se construyen teniendoclaros estos tipos de límites económicos y políticos.

El saber sobre los cuerpos, sus desgracias y sus virtualidadesse traduce en cantidades de información susceptible de ser vendi-da. Pero hay un tipo de «pudor periodístico» que no ingresa nun-ca en ciertos peligros, en ciertos cuerpos, en ciertas cámaras. Lalección la tienen bien aprendida. Ellos pueden secuestrar los do-lores de los sectores populares y, por tanto, «peligrosos». Del otrolado están los que sostienen al mundo. Pero éstos sólo aparecenen las secciones de modas, de asuntos políticos o económicos.Tales son las distribuciones del espacio de la inocencia.

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El conceptode posmodernidad:deconstrucciónde Cronos

MAGALDY TÉLLEZ

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En grandes zonas del debate sobre la posmoderni-dad, se ha afirmado una pauta de pensamientomuy convencional. Por un lado se dice que el pos-modernismo es una continuación del modernismo,en cuyo caso toda oposición es ociosa, por el otro,se proclama una ruptura radical respecto al mo-dernismo, que luego es evaluada en términos posi-tivos o negativos. La cuestión de la continuidad ode la discontinuidad no puede discutirse bien en laprisión de esta dicotomía.

A. HUYSSEN: «Guía del posmodernismo»

[...] más allá de los límites que la Historia pretendióimponer al decurso del tiempo, recorremos ahora—como siempre, por otra parte, lo hemos hecho:pero renunciando ahora a las lecturas que lo encu-brían [...]— espacios no clausurables, no orienta-dos, no irreversibles. De este modo, los ataques alsupuesto contra-sentido del hablar en post, sólo pue-den ya movernos a sonrisa. La ira es una pasióndemasiado intensa para responder a la tibieza deunos interlocutores-antigualla [...] que muy prontocumplirán, sin haberse dado cuenta, sus dos siglos.

J. L. BREA: «Errar —para no hablarde posmodernidad—»

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NOTA INTRODUCTORIA

LAS PÁGINAS QUE SIGUEN constituyen una particular manera de in-cursionar en parte del haz de asuntos que involucra el conceptode posmodernidad, teniendo presente que su construcción tienelugar en la dinámica misma del debate en torno al carácter de lastransformaciones actuales, tanto en el plano de las prácticas cul-turales y sociopolíticas como en el del régimen de producciónintelectual.

No pretendo llevar a cabo un examen pormenorizado de lasdiscusiones, ni ofrecer un estudio cronológico del término posmo-dernidad; mi propósito está limitado a cubrir, en parte, lo quecreo una exigencia básica: dar cuenta de dicho concepto a partirde su inscripción en el cruce de posiciones que dan contenido aldebate modernidad-posmodernidad. Sobremanera, si se tiene pre-sente que es en el marco de dicho debate donde se construye laheterogeneidad de significados relativos al concepto de posmo-dernidad, de los cuales cabe indicar que incluyen no sólo ciertasdiferencias sino, también, incompatibilidades. A tal exigencia nole es ajena lo que me planteo como una responsabilidad frente ala actitud que suele ser común en nuestros medios: aceptar orechazar el concepto en cuestión, respondiendo más a prejuiciosque al esfuerzo de incursionar en la trama de asuntos que se po-

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nen en juego en el referido debate, de reflexionar sobre sus impli-caciones o, más modestamente, de estar informados.

Se trata de una doble exigencia que, a mi juicio, no cabeobviar si entendemos que el referido debate recorre los más di-versos registros discursivos acerca de lo que acontece y nos acon-tece. Responder a ella es, al mismo tiempo, hacerme cargo delcarácter de tanteo que comporta la incursión en aquellos terrenosen los que se cruzan lo movedizo y lo ineludible, porque —quié-rase o no— estamos en ellos.

La vía que seguiré puede resumirse de la siguiente manera:en un primer momento considero la pertinencia de la pregunta¿de qué se trata?, a los efectos de plantear asuntos implicados enlas disímiles posiciones que ha suscitado el concepto de posmo-dernidad. Seguidamente, procedo a exponer un conjunto de con-sideraciones relativas a una caracterización —una entre otras po-sibles— del vínculo entre las ideas de modernidad, posmodernidady temporalidad, mediante un breve análisis de los planteamientosformulados por autores como Habermas, Berman, Lyotard yVattimo.

Ello, con el propósito de mostrar la decisiva importancia deeste vínculo en las formas de tematizar la aceptación o rechazodel concepto mismo de posmodernidad. Finalmente, realizo unbreve análisis sobre lo que dicho concepto supone como decons-trucción del tiempo cronológico, y lo que ello implica para elvalor heurístico de dicho concepto en el estudio de cuestionesdel presente.

1. POSMODERNIDAD: LA PERTINENCIA DE LA PREGUNTA

¿DE QUÉ SE TRATA?

Patxi Lanceros, en su ensayo «Apunte sobre el pensamiento des-tructivo»1 sostiene que la polémica en torno a la posmodernidadmuestra la

1 Me refiero al ensayo incluido en G. Vattimo y otros: En torno a la posmo-dernidad, Anthropos, Barcelona, 1991, pp. 137-159.

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[...] práctica imposibilidad de pensar sin etiquetas, sin un só-lido encuadramiento y una precisa designación [...], ha vueltoha distribuir contendientes: Caín y Abel, Tirios y Troyanos,modernos y posmodernos.

Puede agregarse que la definición de quiénes sean los Caín o losAbel, los Tirios o los Troyanos, entre los contendientes actuales,depende de quien ponga la etiqueta, pero, en todo caso, el hecho esque la usual tarea de colocar etiquetas y clasificar en pares —racio-nal/irracional, verdad/error, cierto/incierto...—, parece ser el dispo-sitivo fundamental de enunciación para restar importancia a losasuntos que nos conciernen, entre ellos, la cuestión de lo posmo-derno. Cuestión ésta que debe entenderse como parte de los cam-bios culturales e intelectuales. Por ello, la advertencia que con-tienen las palabras de Lanceros justifica el propósito de acometerla tarea de dar respuesta a la pregunta: posmodernidad, ¿de quése trata?

En el curso de las últimas dos décadas, las controversiassobre la crisis de la modernidad vienen movilizando la escenacultural e intelectual de Occidente, no sólo definiendo el hilo delas tematizaciones inherentes al debate en torno a lo posmodernosino, también, propiciando interrogantes acerca de la crisis delegitimación que afecta a los diversos espacios sociales, signifi-cándose con ello el hecho de que ya no parece haber posibilidadde recurrir a principios que puedan fungir como referentes uni-versales de valor.

Tal debate involucra el conflicto de interpretaciones con-cernientes tanto al carácter de las transformaciones culturales,como al de las transformaciones inherentes al régimen de saber.Dos planos respecto a los cuales es preciso plantearse la interro-gante ¿qué está en juego en el referido debate?, toda vez que ellasugiere la inconveniencia de continuar asociando el término deposmodernidad a «modas» artísticas o intelectuales, vinculadas atendencias teórica y políticamente conservadoras, y, desde allí,obturar la posibilidad ya no sólo de adentrarse en el debate y susimplicaciones teóricas, sino de estar informados.

Contrariamente, cabe sostener que la polémica en torno ala posmodernidad ha abierto un conjunto de problemas de teoría

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social y cultural,2 sin los cuales resultarían incomprensibles tan-to el carácter de las transformaciones económicas, sociopolíticas,intelectuales, ideoculturales, como el decisivo papel que, en lassociedades contemporáneas, cumplen las nuevas redes de signifi-cación asociadas al predominio de lo massmediático. Si a ello seagrega, tal y como lo afirma Mike Featherstone, que la idea de pos-modernidad ofrece indicios de configurarse como imagen cultu-ral poderosa, existen buenas razones para interesarnos en la cues-tión de la posmodernidad, y para que no parezca desatinado darlela bienvenida al debate del cual ha sido objeto.

Ahora bien, a mi juicio, cabe reconocer en el concepto deposmodernidad una densa zona que, ella misma, contiene sus pro-pios problemas. A la indicación de algunos de ellos se dirigen lassiguientes consideraciones. Posmodernidad, ¿de qué se trata? Estaforma enunciativa de la pregunta y no la del ¿qué es?, quieredecir algo: los términos eluden la segunda forma enunciativa frentea la que se espera una redonda definición. ¿De qué se trata?,ofrece la posibilidad de abrir un amplio y heterogéneo abanicode asuntos, del que sólo intento abordar algunos de ellos, a saber,las opciones historiográficas a las que se vinculan las formas derechazo o aceptación del concepto de posmodernidad, y lo queéste supone como ruptura con la concepción lineal-finalística dela historia.

2. ÓPTICAS HISTORIOGRÁFICAS E IDEA DE POSMODERNIDAD

Si el concepto de posmodernidad envuelve mutaciones como lasseñaladas, no cabe menos que plantearse el problema de si coneste concepto se quiere dar cuenta de un tránsito histórico entreconfiguraciones culturales epocales. Advierto en este problemauna importante vía para la comprensión del ¿de qué se trata?

2 «[...] son los problemas de conceptuación y definición necesarios para com-prender la relevancia o expansión del papel de la cultura en las sociedadescontemporáneas, los que tornan intrigante la cuestión de lo posmoderno». M.Featherstone: Cultura de consumo e pós-modernismo, Studio Nobel, Sao Paolo,1995, p. 13.

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cuando se habla de posmodernidad, si bien no es habitual conside-rarlo como parte de las discusiones aunque de hecho las impregne,y sea decisivo a los efectos de comprender la dificultad inherente ala tarea de precisar lo que se entiende por posmodernidad.

A propósito de tal dificultad, diversos autores la asocian a ladisparidad de posiciones que despierta el concepto. Cito, a modode ejemplo, la siguiente formulación de Iñaki Urdanibia:

[...] no sólo se debe al embrollo que en torno a dicho términose ha creado, ni tampoco al uso y abuso que de dicha palabra seha hecho, sino que también se debe a su actualidad y a la con-siguiente falta de perspectiva para enfocar el fenómeno. No esque la palabra provoque unanimidades sino que, por el contra-rio, las posturas con respecto a ella son bien dispares: así, sepuede ver a los que afirman la existencia de dicho fenómeno,junto a aquellos que lo circunscriben al marco de la moda, aotros que limitan su pertinencia a algunas parcelas o aquellosotros que niegan lisa y llanamente la existencia de tal cosa.3

A mi juicio, la indicación relativa al conflicto teórico queprovoca la idea de posmodernidad y sus formas de tematizaciónse torna pertinente si, a partir de ella, nos planteamos preguntasdel siguiente tipo: ¿desde dónde se niega la existencia de la pos-modernidad?; si se afirma tal existencia, ¿desde dónde y cómo sehace?; ¿concierne sólo a un tipo particular de fenómenos?; ¿esun después de la modernidad?; si se alude a un cambio epocal,¿en qué sentido se hace?, ¿cómo se interpreta su diferencia res-pecto a la modernidad?

Preguntas como éstas, admiten su inscripción en uno de losasuntos que me parecen insoslayables para comprender la referi-da disparidad de posiciones, a saber, el de las opciones historiográ-ficas desde las cuales se sostienen las formas de negación o afirma-ción sobre la existencia de la posmodernidad. Con dicho asuntoestamos, a la vez, frente a la diferencia de interpretaciones sobrela modernidad, pues toca al núcleo argumentativo vinculado a lastesis, bien sobre su agotamiento o fin (Lyotard, Vattimo), biensobre su carácter de proyecto inacabado (Habermas).

3 I. Urdanibia: «Lo narrativo en la posmodernidad», en G. Vattimo y otros,ob. cit., p. 42.

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Al señalar dicho asunto, tengo presente el planteamiento dePaul Veyne según el cual la selección, la valoración y la articula-ción de acontecimientos que marcan la culminación de una épo-ca y el inicio de otra, dependen de haber tomado partido porcierto modo de conocer, es decir, de la óptica elegida en funciónde la cual el historiador acota particulares acontecimientos y pro-cede a narraciones de los mismos que nunca son «mapas exhaus-tivos de los acontecimientos», pues éstos no existen como aconte-cimientos-átomos, sino en una «trama como fragmento de la vidareal que el historiador desgaja a su antojo y en el que los hechosmantienen relaciones objetivas y poseen también una importan-cia relativa».4 Así, en lo que concierne a la idea de posmoder-nidad y sus variadas formas de rechazo o aceptación, no cabeobviar sus vínculos con las opciones historiográficas elegidas parainterpretar la posmodernidad y, en consecuencia, lo que ella supo-ne respecto a la modernidad. Trataré, en lo que sigue, de precisarel referido asunto mediante un breve examen de las posiciones deJürgen Habermas, Marshall Berman, Jean-Francois Lyotard yGianni Vattimo.

LA POSMODERNIDAD COMO CONCEPTO INACEPTABLE

Del debate en torno a la posmodernidad forma parte lo queCarlos Viano5 señala como la «dificultad intrínseca» que contie-ne el concepto de modernidad en cuanto concepto historiográfico,dificultad que consiste en su carácter autorreferencial. Cierta-mente, la noción de progreso indefinido, consustancial a la idea demodernidad, es indisociable de una particular concepción del tiem-po: la del tiempo histórico a la vez lineal e irreversible, esto es, deltiempo que transcurre progresivamente hacia una meta final.

Desde tal concepción, la modernidad significa un estadosiempre nuevo, por su intrínseca e inagotable capacidad de pro-

4 Cf. P. Veyne: Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia,Edit. Alianza, Madrid, 1984, pp. 33-41.

5 C. A. Viano: «Los paradigmas de la modernidad». En Varios: El debatemodernidad-posmodernidad, Edit. Puntosur, Buenos Aires, 1989, pp. 175-193.

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greso; de allí que no se trate ni de un retorno a lo antiguo, ni delcomienzo de una historia nueva, sino ante todo de la «madurezde una nueva historia» (Viano). De allí que a la modernidad se leatribuya un carácter de permanencia, pues el futuro será siempresu cumplimiento; pero se trata de una permanencia en la que,como lo advierte Vattimo, la idea de superación torna posible laidentificación de lo «nuevo como valor».6

La idea de lo nuevo como perenne renovación por la que todanovedad es siempre superación que colma una carencia o comple-ta un proyecto, hace que la idea de lo moderno coincida con ladel cambio como valor positivo. Así, en cada uno de los campos—económico, político, artístico, científico, filosófico...— el hiloconductor es el vínculo entre la idea de moderno y las ideas de lonuevo y del cambio, de las cuales es portador el sujeto prometeico,el sujeto fundante, el sujeto autónomo.

Es preciso no olvidar que la modernidad surge anudando lasideas de historia, de progreso, de fuerza de la razón, de sujeto autó-nomo, de emancipación, desde las cuales estableció códigos uni-versales para el conocimiento y para la acción, y se configuró comosemantización integradora de la multiplicidad de lo real, y comohorizonte teleológico del devenir histórico.7

6 «La modernidad se puede caracterizar, en efecto, como un fenómenodominado por la idea de la historia del pensamiento, entendida como unaprogresiva “iluminación” que se desarrolla sobre la base de un proceso cada vezmás pleno de apropiación y reapropiación de los “fundamentos”, los cuales amenudo se conciben como los “orígenes”, de suerte que las revoluciones, teó-ricas y prácticas, de la historia occidental se presentan y se legitiman por locomún como “recuperaciones”, renacimientos, retornos». G. Vattimo: El finde la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Edit. Gedisa,Barcelona, 1987, p. 10. (Cursivas mías.)

7 Al respecto, concuerdo con el planteamiento de R. Lanz sobre la pertinen-cia de situar la emergencia de la modernidad, como categoría histórico-cultu-ral, en el siglo XVIII, cuya «atmósfera cultural [...] está marcada por el entrecru-zamiento de Razón, Progreso, Historia». Categorías éstas que se instalaroncomo claves fundantes de maneras de pensar y de actuar, constituyendo asíuna matriz civilizacional que perdura «de un modo impresionante hasta nues-tros días». En El discurso posmoderno: Crítica de la razón escéptica, Consejo deDesarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Cara-cas, 1993, pp. 28-30.

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A partir de las consideraciones precedentes, es posible afir-mar que la señalada dificultad intrínseca del concepto de moder-nidad, es decir, su autorreferencialidad, sostiene, como ópticaelegida, las posiciones según las cuales el concepto de posmoder-nidad resulta inadmisible. Las razones que parecen informar ta-les posiciones pueden resumirse en los siguientes términos:

a. Si, etimológicamente, el término modernidad remite alo que espacial y temporalmente es lo actual, no cabeadmitir la existencia de algo actual que sea un despuésde lo actual.

b. Si, conceptualmente, la idea de lo moderno se conectacon la idea de lo nuevo y con la de un presente cuyaidentidad se define contra el pasado, no tiene sentidocaracterizar como posmodernas aquellas formas de in-novación en cualquier campo de la experiencia humana.

c. Si se trata de registrar aquellos fenómenos negativos ta-les como la ciencia hiperespecializada, la degeneraciónde la política —que ocluye los derechos en función depoderes anónimos—, los totalitarismos, la autono-mización de la tecnología convertida en fuente de do-minio, la mercantilización del saber, etc., es precisoevaluar tales fenómenos como formas antimodernas que,en cuanto tales, traicionan los valores de la moderni-dad y, en consecuencia, lo que cabe es plantearse lapregunta: ¿por qué no retomar estos valores con los fi-nes de orientar rectamente las prácticas materiales y cul-turales, en procura de la creación de condiciones cadavez mejores para lograr la emancipación humana?

Argumentos como los aquí referidos traducen esa dificultadintrínseca de la idea de modernidad, que resulta decisiva en elrechazo de Habermas y Berman a la idea de posmodernidad.

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Jürgen Habermas: refutación de la posmodernidaden nombre del ideal emancipatorio

Para Habermas, como se sabe, la modernidad es «un proyec-to incompleto»8 cuyo telos, el de un mundo libre de todo sojuzga-miento, concierne a la búsqueda de una racionalidad sustantivacapaz de promover y fortalecer la interacción, sin restricciones,de «lo cognoscitivo con los elementos morales-prácticos y estéti-co-expresivos». El fracaso de los diversos intentos por lograr efec-tos emancipatorios, no debe concluir en el abandono del proyec-to de la modernidad, pues ello significaría abandonar la meta dela emancipación.

Admitiendo la dificultad del restablecimiento del proyectomoderno caracterizado —a partir del análisis weberiano— porel proceso de diferenciación de la razón sustantiva en «las tresesferas autónomas que son la ciencia, la moralidad y el arte»,para Habermas dicho restablecimiento no supone la inversión detal proceso de diferenciación, sino la del desequilibrio que se haproducido entre dichas esferas de racionalidad, dado el predomi-nio de la racionalidad instrumental o funcional sobre la prácti-co-moral y la expresivo-estética.

La vía habermasiana para emprender la tarea de revitalizarel proyecto de la modernidad se funda no en la filosofía de laconciencia —reconociendo que la misma ha perdido su fuerzalegitimadora—, sino en la filosofía del lenguaje, en la cual susten-ta su teoría de la «comunicación libre de dominación», y que lue-go aparece de forma modificada como «pragmática universal».En el planteamiento habermasiano, el ideal emancipatorio es el

8 La modernidad, un proyecto incompleto, es el título de un ensayo de Haber-mas publicado en diversas oportunidades. Su primera publicación se hizo conel título de Modernidad contra posmodernidad, en New German Critique (invier-no, 1981). Se trata del trabajo de Habermas con mayor impacto en el debatesobre la posmodernidad. Aquí he utilizado la versión que aparece en H. Fostery otros: La posmodernidad, Edit. Kairós, Barcelona, 1986, pp. 19-36. Ademásde este ensayo, para las consideraciones que aquí se presentan he utilizadocomo referencias fundamentales: el capítulo VIII del volumen II de Teoría de laacción comunicativa y los capítulos 11 y 12 de El discurso filosófico de la moder-nidad.

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de la comunicación que se realiza en el «diálogo no autoritario yuniversalmente producido», como horizonte desde el cual deri-var tanto el modelo de identidad del yo, recíprocamente consti-tuido, como el modelo de consenso verdadero.

De este modo, la conexión entre racionalidad y emancipa-ción remite al lenguaje, entendido como comunicación de la queel diálogo constituye su expresión fundamental, pues en él se re-afirma la idea de responsabilidad autónoma de los participantes,los que hablan y los que escuchan.

El diálogo es concebido, así, como la realización auténticade las capacidades lingüísticas de los hombres, al traducir la con-creción del mutuo reconocimiento de los participantes como su-jetos de iguales derechos. En tal sentido, «el diálogo tornaría via-ble el sueño emancipatorio de la Ilustración en la materialidad dela comunicación libre de dominación». El ideal emancipatoriopuede ser captado, aunque constituya una anticipación de una con-dición inexistente: la condición de la «situación ideal de habla», ala cual es preciso articular la idea de futuro como vida plena.

Una vez que el lenguaje, como comunicación dialógica, leha ofrecido a la filosofía el modelo de racionalidad en la que ac-túa el interés emancipatorio, este modelo se torna no sólo antici-pación utópica de una condición, sino también evidencia que asu-me condición de a priori.

Esto significa que no se trata del lenguaje como dimensiónen la cual se viven nuestros vínculos prácticos, sino de la inter-pretación del lenguaje como medio del diálogo libre que, a la vez,remite a la idea de racionalidad como reconocimiento intersub-jetivo. En otros términos, se trata del diálogo ideal que debe serdistinguido nítidamente de los diálogos cotidianos, y que expresala anticipación de una praxis racional de la sociedad completa-mente diferente, lo cual implica que debemos presuponer unasociedad libre de la que cabe esperar la comunicación dialógica,sin restricciones, ni distorsiones.

Mediante su sistema, Habermas quiere distanciarse absolu-tamente del escepticismo que caracterizó las posiciones de Ador-no y Horkheimer, quienes mostraron que los prometedores pro-yectos de iluminación emancipatoria fueron frustrados, y que eldominio del dogma había desplazado las intenciones críticas de

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la teoría. Habermas parece tener una fe irreductible en que sumodelo dialógico de teoría crítica se constituya como fuerza eman-cipadora, de allí su pretensión de que tal modelo sea universa-lizable. Con ello, olvida que no todas las relaciones intersubjetivasefectuadas por medio del lenguaje comportan el «consenso gene-ral no forzado», basado en la norma de la igualdad de condicio-nes de los participantes, olvida el espectro de modalidades comu-nicativas que no responden a un único modelo, y que no por ellopierden su significación.

El intento habermasiano de rescatar y reinscribir la moder-nidad en el discurso filosófico actual, bajo la modalidad de lapragmática universal, responde a su concepción de la «moderni-dad como crítica iluminista y emancipación humana». De allí quesu negativa a cuestionar este impulso críticoemancipador se li-gue a su convicción de que el abandono del proyecto modernosignificaría optar por el neoconservadurismo en teoría y en po-lítica. Por ello, cabe sostener que para Habermas admitir la idea deposmodernidad conlleva la aceptación del fin de dicho impulso, alque le es consustancial la incesante renovación y superación.

En el marco del planteamiento habermasiano, el fin de lamodernidad no puede significar sino el fin de la superación críti-ca y, en consecuencia, el retorno a la tradición conservadora, delcual se hace cómplice todo movimiento que en los campos de lafilosofía, la política o la estética, apunte en la dirección de efec-tuarse como fin de la modernidad:

[...] a priori no puede rechazarse la sospecha de que el pensa-miento postmoderno se limite a autoatribuirse una posicióntrascendente cuando en realidad permanece prisionero depremisas de la autocomprensión moderna hechas valer porHegel. No podemos excluir de antemano que el neoconser-vadurismo, o el anarquismo de inspiración estética, en nom-bre de una despedida de la modernidad no estén probandosino una nueva rebelión contra ella. Pudiera ser que bajo esemanto de postilustración no se ocultara sino la complicidadde una ya venerable tradición de la contrailustración.9

9 J. Habermas: El discurso filosófico de la modernidad, Edit. Taurus, Madrid,1989, p. 15.

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Marshall Berman: la modernidad por siempre,o la imposible posmodernidad

Berman10 rechaza el posmodernismo por cultivar la igno-rancia de la historia y la cultura modernas, actitud que provocasu alejamiento de lo que pudiera ser la fuente fundamental de supropia fortaleza. En tal alejamiento radica la pérdida de su profun-didad y, de manera inevitable, su arrasamiento por la vorágine dela vida contemporánea —moderna, en los términos bermania-nos—.

A la influencia del posmodernismo y su correlativo abando-no del problema de la modernidad, Berman asocia la progresivadestrucción de una forma vital del espacio público, la correspon-diente a la discusión misma sobre dicho problema. Tal influenciaha acelerado, a su juicio, el aislamiento entre los individuos y ladesintegración de los lazos colectivos.11

Frente a tal abandono y sus efectos negativos, Berman pro-pone el restablecimiento del sentido de la modernidad mediantela reapropiación de sus raíces decimonónicas, con sus valores delo nuevo y del cambio; ello, a partir de su interpretación de lamodernidad como experiencia vital.

Experiencia que significa, en el planteamiento bermaniano, «unproceso subjetivo e ilimitado de autodesarrollo» que, con sus lu-chas y contradicciones —ambigüedad y certeza, incesante desin-tegración y renovación de lo que tenemos, lo que sabemos, lo quesomos, aventuras y amenazas, alegría y angustia—, impulsa la mar-cha siempre hacia adelante de los sujetos para cambiar el mundo:

10 M. Berman: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la moder-nidad, me remito particularmente a su introducción «La modernidad: ayer,hoy y mañana», Edit. Siglo XXI, Madrid, 1988; «Brindis por la modernidad» y«Las señales de la calle. (Respuesta a Perry Anderson)», ambos en Varios: Eldebate modernidad-posmodernidad, ob. cit.

11 «El eclipse del problema de la modernidad en la década de los setenta hasignificado la destrucción de una forma vital del espacio público. Ha apresuradola desintegración de nuestro mundo en una agregación de grupos privados deinterés material y espiritual, habitantes de mónadas sin ventanas, mucho más aisladosde lo que necesitamos estar». M. Berman: Todo lo sólido se desvanece en el aire. Laexperiencia de la modernidad, ob. cit., p. 24.

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Puede resultar, entonces, que retroceder sea una manera deir hacia adelante; que recordar los modernismos del sigloXIX nos dé el coraje para crear los modernismos del XXI. Esteacto de memoria puede ayudarnos a llevar el modernismo asus raíces, para que pueda alimentarse y renovarse, con elfin de enfrentar las aventuras y peligros del futuro. Apro-piarse de las modernidades del ayer puede ser a la vez unacrítica a las modernidades de hoy y un acto de fe en las moder-nidades —y en el hombre y la mujer modernos— de mañana yde pasado mañana.12

Aunque de una manera más explícita y menos elaborada queen Habermas, reencontramos la autorreferencialidad inherentea la idea de modernidad como sustrato del rechazo a la idea deposmodernidad.

Es cierto que Berman, como Habermas, admite la existen-cia de fenómenos socioculturales y políticos que desmienten elconcepto racionalista de progreso, ligado a la confianza en lasposibilidades benefactoras de la ciencia y de la técnica; sin em-bargo, tales fenómenos son considerados más como patologíasde la modernidad, que como señales de su ocaso. De allí que sejustifique la empresa teórica de recuperar los valores modernosy de relaborar el proyecto universalista de racionalidad, que décontinuidad a la inagotable búsqueda de la emancipación humana.

3. EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD

DESDE EL DISCURSO POSMODERNO

En sus diferentes versiones, la práctica discursiva posmodernaconfronta las pretensiones de recuperación del proyecto de lamodernidad, no sólo porque las radicales transformaciones eco-nómicas, políticas y socioculturales de nuestro fin de siglo testi-monian la práctica imposibilidad de percibir y experimentar elmundo como una totalidad coherente y ordenada, anulando loque se supuso como claves irrefutables de inteligibilidad del mundoy de la capacidad de planificar e intervenir racionalmente el or-

12 M. Berman: «Brindis por la modernidad», ob. cit., p. 89.

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den social y político de cara al ideal de emancipación final de lahumanidad, sino porque a la constelación discursiva que le diocuerpo a dicho proyecto le es consustancial la ambición univer-salizante y totalizadora de una forma de razón que, siendo histó-rica y culturalmente contingente, devino, ella misma, modo deejercicio de la dominación que excluyó como «irracionales» mo-dos de pensamiento y de acción que no respondieran a los códi-gos instaurados por el modelo racionalista de razón.

Un modelo que supuso entre sus principios constitutivos ladeterminación cronológica del tiempo a partir de los supuestosde continuidad histórica y de tiempo histórico homogéneo que,anudados al de la causalidad lineal, hizo de la realidad algo suscep-tible de ser temporalmente medible conforme al orden de sucesiónpasado-presente-futuro. Orden por el cual la idea de progreso setornó clave para alinear y dotar de sentido histórico —de desti-no— a los acontecimientos, disolviendo su particularidad, su he-terogeneidad y su dispersión en la historia como gran proyectouniversal que mira hacia el futuro. El futuro que se tornaría ra-cionalmente predecible y controlable, fundado en la certeza deque condensará los frutos del progreso racional de la humani-dad. Un modelo, en fin, que tradujo la ambición prometeica im-plicada en la episteme moderna.

La actitud intelectual que recorre las diversas formas deldiscurso posmoderno pone en juego la ruptura con las modernasexigencias de unidad y totalidad, entre ellas, las de la historiafinalística y el progreso lineal de y por la razón universal. El aban-dono del anhelo de unidad y de visión de totalidad traducido enla afirmación de la pluralidad —de opciones y formas de vidadiferentes, de configuraciones culturales, de criterios y formasde racionalidad, de juegos y reglas de lenguaje, de perspectivasde análisis, de juicios razonables—, imposible de ser ordenadaen sistemas unificantes y totales, comporta otras maneras de cons-truir el significado del concepto de posmodernidad en las que seexpresa la lucha que el discurso posmoderno traba con la cues-tión —típicamente moderna— de la periodización histórica. Enlas páginas que siguen intento dar cuenta de ello, mediante unbreve análisis de las maneras en que Lyotard y Vattimo constru-

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yen dicho concepto con relación al horizonte de cuestiones al quelo refieren.

Jean-Francois Lyotard: la posmodernidad como condicióndes-legitimadora de la modernidad

La interpretación de Lyotard acerca de la posmodernidadparte de su conceptualización como la «condición del saber» ca-racterizada por el «ocaso de los grandes relatos» como fuentesde legitimación de los discursos de justicia y de verdad.

Ello supone una interpretación de la modernidad como con-dición cultural en la que la legitimación de lo verdadero y de lojusto, del saber y de sus instituciones, procede de los metarrelatos,a los que cabe definir como discursos fundacionales con preten-siones omnicomprensivas y universalistas, por medio de los cua-les los saberes y las instituciones del saber recibieron autoridad ypropósito. Discursos, en consecuencia, desde los cuales se diorespuesta al por qué debe existir, por ejemplo, la actividad cien-tífica, y al por qué las sociedades deben impulsar las institucio-nes encargadas de su producción y difusión.

El gran relato de la emancipación y el gran relato del deve-nir de la Idea definieron, según Lyotard, la condición moderna delegitimación del saber. Al primero —vinculado con la tradiciónilustrada francesa— corresponde la legitimación del conocimientopor su papel central en el proyecto de la gradual emancipaciónde la humanidad, pues se supuso que una vez puesto a disposi-ción de todos, el conocimiento sería una fuerza inquebrantablepara el logro de la libertad. Este metarrelato «que tiene por suje-to a la humanidad como héroe de la libertad», privilegia el juegode lenguaje imperativo —al que más recientemente se llamó pres-criptivo—, en el cual:

[...] el saber positivo no tiene más papel que el de informar alsujeto práctico de la realidad en la cual se debe inscribir laejecución de la prescripción. Le permite circunscribir lo ejecu-table, lo que se puede hacer. Pero [...] lo que se debe hacer, nole pertenece [...]. El saber ya no es el sujeto, está a su servicio,

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su única legitimidad (que es considerable) es permitir que lamoralidad se haga realidad.13

La segunda modalidad, la del metarrelato especulativo —vin-culado a la tradición hegeliana— no justifica el saber, ni por unprincipio de la finalidad social o estatal a la cual debe servir, nipor el principio humanista que hace del saber el instrumento fun-damental para educar a los hombres «con dignidad y libertad».En consecuencia, se trata del metarrelato en el cual el juego delenguaje legitimador no es el prescriptivo sino el especulativo: larestitución de la unidad de saberes y conocimientos sólo puedehacerse a través de la filosofía como «metanarración racional» —comohistoria universal de la vida de un sujeto: vida, en Fichte, espíritu,en Hegel—. De allí que el saber científico encuentre su principiode legitimación en sí mismo y no en algo exterior a él —su fun-ción en la sociedad y en el Estado—, y, en consecuencia, que seael saber el que está en capacidad de decir lo que es la sociedad olo que es el Estado. El resultado de este juego legitimador querepresenta al sujeto como «héroe del conocimiento»

[...] es que los discursos del conocimiento sobre todos losreferentes posibles son tomados, no con su valor de verdadinmediata, sino con el valor que adquieren debido al hechode que ocupan un cierto lugar en la Enciclopedia que narra eldiscurso especulativo [...]. El auténtico saber desde esta pers-pectiva siempre es un saber indirecto, hecho de enunciadosreferidos e incorporados al metarrelato de un sujeto que ase-gura su legitimidad.14

El efecto de la crisis de los grandes relatos, en la ciencia, noconcierne sólo a la incredulidad frente a ellos como su fuente delegitimación sino, también, al resquebrajamiento del poderregulatorio general de los paradigmas de la ciencia, pues en lamedida en que ésta va descubriendo los límites de sus presupues-tos y procedimientos de verificación, dicho poder se debilita frentea la proliferación de especialismos con sus propios e incompati-

13 J. F. Lyotard: La condición postmoderna, Edit. Cátedra, Madrid, 1986, p. 69.14 Ibídem, p. 68.

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bles juegos de lenguaje. En tal sentido, la crisis del saber científi-co no proviene de la proliferación de conocimientos, resultantede la expansión capitalista y de los cambios tecnológicos, sino «dela erosión interna del principio de legitimidad del saber».

En la condición posmoderna del saber, el conocimiento cien-tífico se encuentra en un marco diferente de legitimaciones. Poruna parte, opera la forma de legitimación por recurrencia al prin-cipio de performatividad, vinculado a la incidencia decisiva de lastransformaciones tecnológicas sobre el saber científico y, parti-cularmente, a la hegemonía de la informática que impone su lógi-ca en el conjunto de prescripciones sobre los enunciados por seradmitidos como enunciados científicos.

A dicho principio responde el desplazamiento de las pre-guntas relativas a lo verdadero, lo justo o lo correcto, por aque-llas tales como: ¿para qué sirve?, ¿es eficaz?, ¿es rentable?; a élcorresponde el juego de lenguaje técnico para el cual el criteriode pertinencia de los enunciados es el de la eficiencia/ineficiencia,que subsume los criterios de: verdadero/falso —propio del len-guaje científico, fundamentalmente denotativo— y de justo/in-justo —pertinente al lenguaje prescriptivo del campo ético—.Toda vez que los lenguajes científico y ético terminan siendo juz-gados por la eficacia u optimización de sus resultados, el modode legitimación por la performatividad hace aparecer en su for-ma más completa el nexo poder-saber. De allí el papel de losdecisores:

Nuestra vida se encuentra volcada por ellos hacia el incre-mento del poder. Su legitimación, tanto en materia de justiciasocial como de verdad científica, sería optimizar las accionesdel sistema, la eficacia. La aplicación de ese criterio a todosnuestros juegos no se produce sin cierto terror, blando o duro:sed operativos, es decir, conmensurables, o desapareced.15

15 Ibídem, p. 10. «[...] ¿quién decide lo que es saber, y quién sabe lo queconviene decidir? La cuestión del saber en la edad de la informática es más quenunca la cuestión del gobierno», ibídem, p. 24.

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Para Lyotard, el modelo sistémico de Niklas Luhmann, orien-tado hacia la búsqueda de la unidad del sistema social, lo másperformativamente posible, constituye la expresión más cabal deeste modo de legitimación del saber en la condición cultural pos-moderna. Confrontándolo, encontramos la elaboración haberma-siana del problema de legitimación como búsqueda del consensouniversal por medio del diálogo de argumentaciones. Lyotard co-incide con la crítica de Habermas al funcionalismo del modeloluhmanniano, sin embargo cuestiona las bases desde las cualesHabermas formula su planteamiento.

En primer lugar, porque la propuesta habermasiana presu-pone el acuerdo de los interlocutores «en torno a metaprescripcionesuniversalmente válidas para todos los juegos de lenguaje», elimi-nando así la heterogeneidad de dichos juegos y de sus reglas prag-máticas. En segundo lugar, porque Habermas presupone el con-senso como la finalidad del diálogo, con lo cual elimina dos asuntos:a) que el consenso es sólo un estado del diálogo, y b) que la fina-lidad del diálogo es el disenso como fuente de la invención. Espor esta doble presuposición que en la propuesta habermasiana,persiste la creencia según la cual la legitimidad del saber resideen su contribución a la emancipación de la humanidad en tantoque sujeto universal.

Contra Habermas y contra Luhmann, Lyotard argumentaque la heterogeneidad de lenguajes y de sus reglas pragmáticasimpide sostener la necesidad de un principio de legitimación querija para todos los juegos; incluso en el juego científico no existeun metalenguaje en el que todos los enunciados puedan ser trans-critos y evaluados. En fin, con el cambio paradigmático ha cambia-do el sentido mismo de la palabra saber, que deja de ser produc-ción de lo conocido para hacerse producción de lo desconocido.Estos cambios sugieren una forma de legitimación que no es ni lahabermasiana comunidad ideal de habla, ni la luhmanniana per-formatividad.

Si con la disolución de los metarrelatos la justificación en elsaber posmoderno es inmanente y procede localmente, el únicocriterio —posmoderno— de legitimación al cual puede recurrirsees el de la paralogía, que significa inventiva, paradojas asumidas,

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reconocimiento de limitaciones del alcance del saber, disenso.Criterio que no excluye el consenso, entendido como local y cam-biante en la medida en que atañe a reglas que se definen en cadajuego de lenguaje, y que son acordadas por los jugadores efecti-vos, orientándose, así, «hacia multiplicidades de meta-argumen-taciones finitas, o argumentaciones que se refieren a metapres-criptivos y limitadas en el espacio y el tiempo».16

Concluyo estas notas con el siguiente señalamiento: la ca-racterización que Lyotard propone acerca de la posmodernidadcomo condición cultural del saber comporta el establecimientode una diferenciación histórica fundamental, tratada como dife-renciación entre los grandes relatos de legitimación y la desinte-gración de estos metarrelatos, diferenciación por la cual los cam-bios experimentados en el saber implican un movimiento dedes-legitimación de modernidad y el establecimiento de nuevosprincipios de legitimación.

La valoración lyotardiana de la crisis de los metarrelatoscontiene un acentuado tono positivo, pues de lo que se trata esde la crisis de la razón totalizante y su sujeto, frente a la cual nocabe la nostalgia de unidad de sentido, ni la esperanza de unaposible reconciliación entre los juegos de lenguaje, sino la apues-ta por el pluralismo y la intraducibilidad de tales juegos, y por elcarácter local de las legitimaciones. Ahora bien, cabe hacer lasiguiente pregunta: ¿la vía por la cual procede Lyotard a talescaracterización y valoración logra sustraerse radicalmente de lainterpretación del tiempo periodizado según el antes-después,leído en clave de la irreversible secuencialidad temporal, por laque el antes queda absolutamente a nuestras espaldas?

No creo desacertada una respuesta negativa, si se advierteque para Lyotard la condición posmoderna del saber como finalde los metarrelatos remite a una nueva época que, dejando irre-versiblemente atrás a la modernidad, parece apuntar hacia unanueva meta ubicada, allá, en el futuro. Aunque Lyotard romparadicalmente con la idea de que seremos siempre modernos, ellono impide, como afirma Lanceros, que meta y camino, en cuantotales, permanezcan incólumes.

16 Ibídem, p. 118.

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El argumento más contundente lo ofrece el mismo Lyotardcuando, a propósito de la sociedad informatizada, sostiene que sibien ella comporta el riesgo del control regido exclusivamentepor la legitimación mediante el principio de performatividad, tam-bién contiene las condiciones posibilitadoras de transparenciacomunicativa, de modo que:

La línea a seguir para hacer que se bifurque en ese últimosentido es demasiado simple en principio: consiste en que elpúblico tenga acceso libremente a las memorias y a los bancode datos. Los juegos de lenguaje serán entonces juegos de in-formación completa en el momento considerado. Los envitesestarán constituidos entonces por conocimientos (o informa-ciones si se quiere) [...]. Se apunta a una política en la cualserán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lodesconocido.17

No deja de tener razón Lanceros cuando advierte que, coneste planteamiento de Lyotard, nos encontramos ante una ver-sión del espíritu absoluto hegeliano, hecha ahora en clave infor-mática, conforme a la cual todavía es posible el progreso hacia lacomunicación total.18

Gianni Vattimo: la posmodernidadcomo experiencia del final de la historia

Refiriéndose al equívoco en el tono apocalíptico presenteen algunas interpretaciones sobre el final de la historia, Vattimosostiene:

17 Ibídem, p. 119.18 «Quizás —prosigue esta autora— Foucault continúa teniendo razón

cuando sostuvo que: “escapar realmente de Hegel supone apreciar exacta-mente lo que cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué puntoHegel, insidiosamente quizás, se ha aproximado a nosotros; esto suponesaber lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permite pensar contraHegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso contra él es quizás todavíauna astucia que nos opone y al término de la cual nos espera, inmóvil y enotra parte”». Esta cita de Foucault, referida por Lanceros, corresponde a Elorden del discurso.

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Lo que caracteriza en cambio el fin de la historia en la expe-riencia posmoderna es la circunstancia de que, mientras en lateoría la noción de historicidad se ha vuelto problemática, enla práctica historiográfica y en su autoconciencia metodológicala idea de historia como proceso unitario se disuelve y en laexistencia concreta se instauran condiciones efectivas, no sólola amenaza de la catástrofe atómica, sino también sobre todola técnica y el sistema de información que le dan una especiede inmovilidad realmente no histórica.19

El tono apocalíptico, sostiene Vattimo, recorre tanto la re-futación habermasiana a la idea del final de la historia, como laaceptación de Lyotard, quien advierte en este final una oportuni-dad para la irrupción de plurales juegos de lenguaje. De allí queHabermas y Lyotard, aunque se contraponen diametralmente encuanto a la valoración de la posmodernidad, compartan la mismacaracterización de ella en cuanto ocaso de los metarrelatos delegitimación que dieron cuerpo a la idea del curso histórico uni-tario de la humanidad dotado de un sentido emancipador. Vea-mos seguidamente la manera en que Vattimo da cuenta de lasdiscrepancias entre Lyotard y Habermas.20

Mientras que para Lyotard tal ocaso significa un movimien-to de liberación respecto a las metaprescripciones totalizantesque encuentran su razón en las homologías, para Habermas ellorepresenta una calamidad, pues comporta renunciar al ideal deemancipación universal y, con ello, la imposición del conservadu-rismo en teoría y en política. Según Lyotard la desintegración delos metarrelatos, irremediable y total, constituye la contundenteconstatación del fracaso de la modernidad, del cual no cabe la-mentarse si se tiene presente que tales metarrelatos fueron ex-presión de la violencia ideológica. Para Habermas, dicho ocasono invalida el proyecto moderno ni la necesidad de un tipo defundamentación que se sustraiga del historicismo; por ello le resul-

19 G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la culturaposmoderna, ob. cit., p. 13.

20 G. Vattimo: Ética de la interpretación, capítulo I, Edit. Paidós, BuenosAires, 1991.

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ta inaceptable la tesis del fin de la historia, pues hacerlo significaaceptar que «se acabe lo humano», es decir, «el ideal de emanci-pación».

A juicio de Vattimo, ni el planteamiento negativo de Haber-mas, ni el planteamiento afirmativo de Lyotard, acerca del finalde los metarrelatos, se hacen cargo seriamente de una cuestiónque él formula como central: «la cuestión de la historia comoraíz de legitimaciones».21 De allí que ambas posiciones extremasse limiten, una —Habermas—, a tener como teóricamente irre-levante el relato del fin de la historia; la otra —Lyotard—, a tra-tarlo como un hecho no tematizable pero al cual debemos ade-cuarnos. Así, con su particular tematización, Vattimo se proponedistanciarse tanto de la perspectiva habermasiana, que pretenderetomar el proyecto emancipatorio «como si después de Kant,Hegel y Weber, no hubiesen acaecido sino algunas “enfermeda-des” de la inteligencia burguesa», como de la perspectiva lyotar-diana que presenta «la modernidad como ya abandonada toda ellaa nuestras espaldas».22 Tal distanciamiento supone, pues, el con-cerniente a las nociones del fin de los metarrelatos y de la comu-nidad ideal de diálogo como nociones-guía para afrontar el pro-blema de la posmodernidad.

Así, en su polémica con ambas interpretaciones catastrofistasdel fin de la historia, Vattimo sostiene que «pensar lo posmodernocomo fin de la historia, como el final del fin», exige colocar enprimer plano la referida cuestión de la historia como raíz delegitimaciones, de modo que el vínculo de lo posmoderno con lomoderno pueda ser comprendido desde la perspectiva de los pro-blemas abiertos por tal cuestión. Desde ella, la posmodernidad«no es simplemente lo que viene después de la modernidad», dis-tinguiéndose de ella por otro principio, bien como distinto delcorrespondiente a la legitimación historicista, bien como una re-construcción suya.

De ser aceptado otro principio, éste sólo puede construirsea partir de una confrontación crítica con el principio historicista.En consecuencia, «si la modernidad es la época de la legitimación

21 Ibídem, p. 20.22 Ibídem, p. 23.

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metafísico-historicista, la posmodernidad es la puesta en cues-tión explícita de este modo de legitimación»,23 esto es, de la legi-timación fundada en la «concepción lineal-unitaria del tiempohistórico».

Concebir la posmodernidad en tales términos significa, así,pensarla como un modo de experimentar la historia y la tempo-ralidad que mantiene, con la modernidad, un vínculo que «ya noes el de la Aufhebung dialéctica, ni del “dejar atrás” que caracte-riza la relación con un pasado que ya nada tiene qué decirnos».24

Se trata, para Vattimo, de un vínculo que puede ser nombradocon el término heideggariano Verwindung, algo similar pero dis-tinto de la Überwindung (superación), pues nada tiene que vercon la Aufhebung.

Ello permite definir, en términos filosóficos, el post de laposmodernidad en el sentido de que su vínculo con la moderni-dad no es el de superación, sino el que cabe ser pensado comoVerwindung, es decir, como recuperación-revisión-distorsión, desdeel cual la relación del pensamiento posmoderno —no-fundamen-tador— con el pensamiento moderno —de la fundamentación—no consiste en el abandono de un viejo hábito, sino en «una trans-formación que mantiene, distorsiona y recuerda como pasado,aquello a lo que se liga despidiéndose».

Para el pensamiento que se construye al margen de la ideade fundamento, la Verwindung es vínculo rememorativo —Anden-ken—, esto es, un retomar que anula la «pretensión de absolutocorrespondiente a los archai metafísicos», para rememorar en do-ble sentido: por una parte pensar en lo ya pensado y, por otra, enlo que no ha sido pensado, pues, la memoria, «como atenciónhacia lo que, teniendo sólo un valor limitado, merece ser atendi-do, precisamente en virtud de que tal valor, [...] es, con todo, elúnico que conocemos»,25 es también apertura y, así, lo que posi-

23 Ibídem, p. 20.24 G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura

posmoderna, ob. cit., p. 145.25 Los fragmentos citados corresponden a Ética de la interpretación, ob. cit.,

pp. 47 y 25, respectivamente.

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bilita pensar lo aún no pensado, aquello que se orienta en la di-rección del debilitamiento de la metafísica, al revelar lo artificio-so del universalismo de la verdad, del principio de realidad y deltiempo histórico lineal y unitario.

Si, a partir de las consideraciones precedentes, puede con-cluirse que la condición posmoderna constituye, para Vattimo,la experiencia del fin de la historia, del modo de legitimación meta-físico-historicista y sus nociones claves: progreso, superación—temporal y crítica—, lo nuevo como valor, vanguardia, etc.,cabe hacer estas preguntas: ¿dónde radica, según Vattimo, la le-gitimación del discurso sobre la posmodernidad?, ¿desde dóndeconfronta el tono apocalíptico de las interpretaciones haberma-siana y lyotardiana acerca del fin de la historia? En lo que con-cierne a la primera pregunta, Vattimo remite a la categoría deposthistoria,26 que permite describir la experiencia que se tienede la actual sociedad occidental en los términos de «desintegra-ción del valor de lo nuevo y del valor futuro», que define la vidacultural y social actual, y acompaña las tendencias disolventes enel plano institucional, especialmente en lo que atañe al Estadomoderno, lo cual «implica un cambio radical en el modo de expe-rimentar la historia y el tiempo».27

Toda vez que la modernidad es, fundamentalmente, la épo-ca de la identificación de la fe en la historia y en el progreso conla fe en lo nuevo como valor (identificación del valor del ser mis-mo con la novedad), a ella corresponde el modelo de pensamien-to que puede caracterizarse como «futurismo moderno», es de-cir, de «la tensión al futuro como tensión a la renovación, alretorno a una condición de autenticidad originaria».28 El modelo,en fin, en el que se conjugan la idea de historia como una entidadunitaria ordenada alrededor de un centro, y la idea de progreso

26 Vattimo indica que retoma esta categoría de A. Ghelen (1967) y de K.Pomian (1981), procediendo, a la vez, a precisar su significado en ambos auto-res. Cf. El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmo-derna, ob. cit., pp. 92-95.

27 Ibídem, p. 97.28 Ibídem, p. 92.

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conforme a un determinado ideal y en función del cual el decursode la historia adquiere su sentido.

La disolución de este modelo arrastra consigo las ideas desuperación y de valor de lo nuevo, situándonos en un haz de con-diciones de distanciamiento respecto a la modernidad, las cualestrazan lo que Vattimo plantea como «sentido de lo posmoderno»,que consiste en el esfuerzo por sustraerse «de la lógica del pro-greso» y de sus concomitantes ideas de superación y de lo nuevocomo valor. Puede comprenderse, así, que la posmodernidad seaconceptualiza por Vattimo, no como superación sino como «des-pedida de la modernidad», y, por ende, del fundamento-origen,de la finalidad última, y del acceso a éstos por la vía del pensa-miento fundamentador.

A lo dicho se vincula la posibilidad de trazar una respuesta—una, entre otras posibles— a la segunda de las preguntas for-muladas —¿desde dónde confronta Vattimo el tono apocalípticodel fin de la historia?—, respuesta que puede ser resumida comosigue. Las constataciones relativas al «carácter posthistórico dela experiencia actual», indican que la heterogeneidad y la simul-taneidad de acontecimientos constituyen los rasgos más resaltantesde tal experiencia, indisociables, a la vez, del papel determinanteque juegan las redes comunicacionales en sociedades no más ilus-tradas, o más informadas —como quiere Lyotard—, sino más com-plejas y caotizadas.

Tal situación permite, en el plano de las experiencias y prác-ticas socioculturales, pasar de una lectura puramente negativa delas condiciones posmodernas de existencia a su consideracióncomo posibilidad y chance positiva. Pues, si bien es cierto que enla sociedad de los medios de comunicación, éstos pueden ser ve-hículos «de la banalidad, del vacío del significado», también lo esque, con la desaparición de la idea de una racionalidad de la his-toria definida desde un centro, de un sentido único y del princi-pio de una realidad racionalmente ordenada, cabe pensar en unposible efecto emancipador —en cuanto liberación de las dife-rencias— del estallido del «mundo de la comunicación generali-zada» en una «multiplicidad de racionalidades “locales” —mino-rías étnicas, sexuales, religiosas, culturales o estéticas—»:

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[...] que toman la palabra y dejan de ser finamente acalladas yreprimidas por la idea de que sólo existe una forma de huma-nidad verdadera digna de realizarse, con menoscabo de todaslas peculiaridades, de todas las individualidades limitadas,efímeras, contingentes [...]. La liberación de las diversidadeses un acto por el cual éstas «toman la palabra», se presentan,es decir, se «ponen en forma» de manera que pueden hacersereconocer, algo totalmente distinto de una manifestación irra-cional de la espontaneidad.29

Contra Habermas, la propuesta no es la del ideal universal deemancipación sino la de emancipación de las diferencias, como efec-to posible, no como imperativo. Contra Lyotard, la propuestainvolucra, sin la recaída en el orden del pensamiento de la funda-mentación, no renunciar a la idea de emancipación, a la que sírenuncia Lyotard para evitar tal recaída. Contra Lyotard y contraHabermas, cabe subrayar que la interpretación de Vattimo propo-ne la idea de efectos de emancipación, no la de meta: la haberma-siana comunicación ilimitada, o la lyotardiana información plena.

Hacerse cargo de la posibilidad y chance positivas en lascondiciones de existencia posmodernas, significa dejar de pensarmetafísicamente al hombre y a la realidad, explorar caminos deapertura a una actitud cognoscitiva como zona intermedia entrelas pretensiones de reconstrucción del imperativo del fundamen-to y de la razón global, y la parálisis frente a la pérdida de laracionalidad unitaria y luminosa.

Tal actitud es nombrada por Vattimo con la metáfora delpensamiento débil, entendido no como emblema de una nuevafilosofía, sino como experiencia de un tipo de pensamiento quese inicia con una renuncia: la concerniente a las diversas mane-ras en que se traduce la razón-dominio, sabiendo de la imposibi-lidad del adiós definitivo a tal razón; que ya nada tiene que vercon los fundamentos últimos, ni con la forma que éstos revistencomo principios de autoridad, ni con la pretensión de sustituirun orden por otro, o una meta final por otra.

29 G. Vattimo: «Posmodernidad: ¿una sociedad transparente?», en G. Vatti-mo y otros: En torno a la posmodernidad, ob. cit., p. 17.

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Pensamiento postmetafísico y posthistórico, porque no seautoriza como encarnación de las ideas de superación y del valorde lo nuevo y, en tal sentido, porque trata «de hacer la experien-cia de la verdad, no como objeto del cual uno se apropia y comoobjeto que se transmite, sino como horizonte y fondo en el cualuno se mueve discretamente».30

Sin que ello implique la «ausencia de fuerza proyectiva delpensamiento mismo», aunque esta fuerza ya no pueda ser legiti-mada mediante la recurrencia al curso inexorable de la historia,es decir, al principio historicista. Puede advertirse, así, que lainterpretación de Vattimo sobre la posmodernidad, pasa no sólopor el tamiz de Nietzsche y Heidegger —que él hace explícito—,sino también por el de Foucault.

Para concluir este punto, quisiera señalar que lo hasta aquíexpuesto apenas constituye un botón de muestra del debate entorno al concepto de posmodernidad y, como parte de él, del asun-to que he querido delimitar, a saber, las maneras de tematizar elvínculo modernidad-posmodernidad y lo que éste implica en cuan-to a las lecturas de la temporalidad como telón de fondo del re-chazo o aceptación del concepto de posmodernidad.

Ahora bien, sin que ello signifique obviar las diferencias en-tre las perspectivas de Lyotard y Vattimo, el tratamiento que elloshacen de este concepto permite extraer ciertas consecuenciasconcernientes al carácter deconstructivo de esta figura concep-tual en lo que respecta al modo mismo de interpretar el tiempo.Acotar —no cerrar— tales consecuencias constituye el propósi-to de las siguientes consideraciones.

4. POSMODERNIDAD:CONCEPTO DECONSTRUCTIVO DE CRONOS

Hay un fragmento —«Recuerdos de una haecceidad»— de la obraMil mesetas, en el que de Deleuze y Guattari formulan la distin-ción entre dos lecturas del tiempo:

30 G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la culturaposmoderna, ob. cit., p. 20.

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Aiôn, que es el tiempo indefinido del acontecimiento, la líneaflotante que sólo conoce las velocidades y que no cesa a la vezde dividir lo que ocurre en un déja-la y un pas-encore-lá, undemasiado tarde y un demasiado pronto simultáneos, un algoque sucederá y que a la vez acaba de suceder. Y Cronos, que,por el contrario, es el tiempo de la medida, que fija las cosasy las personas, desarrolla una forma y determina un sujeto[...], la diferencia no se establece en modo alguno entre loefímero y lo duradero, ni siquiera entre lo regular y lo irregu-lar, sino entre dos modos de individuación, dos modos detemporalidad.31

Dos lecturas del tiempo, la primera que cabe considerarcomo constitutiva de la episteme moderna; la segunda, de la quecabe sostener que informa el concepto de posmodernidad, tal ycomo éste es configurado en las estrategias discursivas posmo-dernas, esto es, como figura conceptual deconstructiva del tiem-po Cronos, del tiempo periodizado según las claves de unicidad yde sucesión lineal-progresiva. En tal sentido, la conceptualiza-ción propuesta por Vattimo acerca de la posmodernidad comofinal del fin de la historia, no es otra que la del final de la histo-ria-Cronos como principio desde el cual el pensamiento occiden-tal inventó, como postula Foucault, una profundidad: la de lasfuerzas ocultas correspondientes al origen, la causalidad y la su-cesión temporal.32

Se trata, así, de sugerir que el concepto de posmodernidadconstituye una señal del olvido de esa invención, la de la Historia

31 G. Deleuze y F. Guattari: Mil mesetas, Edit. Pre-texto, Valencia, 1994,p. 264. (Este punto de partida me lo ha sugerido la lectura de un excelenteensayo de J. Ibáñez: «Tiempo de postmodernidad», en J. Martínez: Polémica dela posmodernidad, ob. cit., pp. 27-60.)

32 Principio que es, al mismo tiempo:[...] el correlato indispensable de la función fundadora del sujeto: lagarantía de que todo cuanto le ha escapado podrá serle devuelto; lacertidumbre de que el tiempo no dispersará nada sin restituirlo a unaunidad recompuesta; la promesa de que el sujeto podrá un día —bajo laforma de conciencia histórica— apropiarse nuevamente todas esas cosasmantenidas lejanas por la diferencia, restaurará su poderío sobre ellas yen ellas encontrará lo que se puede muy bien llamar su morada. [M.Foucault: La arqueología del saber, Edit. Siglo XXI, México, 1979, p. 20.]

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como dominio de las leyes universales que marcan el destino delos acontecimientos y, con ella, las del Sujeto, el Progreso, la Ra-zón, la Verdad. Invenciones que prescribieron las líneas que se-rán transitadas por el pensamiento, durante dos siglos, configu-rando la matriz cultural e intelectual cuyos ecos aún resuenan ennuestros días. En tanto testimonio de ese olvido, el concepto deposmodernidad posibilita la interpretación de nuestro presenteen términos del Aiôn, al enunciarlo independientemente de losprincipios cronológicos o cronométricos.

POSMODERNIDAD: ¿CONCEPTUALMENTE UN CONTRA-SENTIDO?

Partiendo de los planteamientos expuestos, puede compren-derse que una respuesta afirmativa es la consecuencia de la ópticaelegida, la del tiempo Cronos conforme a la cual y bajo el esquemade la sucesión pasado-presente-futuro, la historia se configura como«memoria del futuro, de su trascendental destino» (J. L. Brea).

La historia que hace del pasado esa especie de acumuladasolidez de la memoria-experiencia, toda atrás, que nos llega gra-cias al conocimiento de las leyes que rigen los acontecimientos, yla que hace del presente ese momento que, sólo él, «llena el tiem-po porque él reabsorbe el pasado y el futuro» (G. Deleuze), esepunto que dota al presente de sentido como anuncio de lo queserá. «De ahí —afirma Edgar Morin— una racionalización ince-sante e inconsciente, que cubre los azares bajo las necesidades,transforma lo imprevisto en probable y aniquila lo posible norealizado bajo la inevitabilidad de lo sucedido».33

Desde la lectura del tiempo Aiôn, puede sostenerse no sóloque el concepto de posmodernidad no es un contra-sentido, sinosu pertinencia, pues con él se trata de romper los límites de lalectura cronológica del tiempo y dar lugar a la «dispersión multi-direccional y variable de acontecimiento s que no avanzan haciaun sentido predeterminado». Asimismo, advertir que el presente«es una intersección no vacía (con sus recuerdos y con sus pro-yectos) del pasado y del futuro» (J. Ibáñez), sino una intersección

33 E. Morin: Para salir del siglo XX, Edit. Kairós, Barcelona, 1981, p. 304.

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del ya-no, que se cierne sobre el presente señalando su diferen-cia, y del aún-no, que indica no lo que inevitablemente será sinoel entrecruzamiento de posibilidades distintas, toda vez que elpresente deja de ser, como en la lectura Cronos, el momento que«reabsorbe un futuro y un pasado», para interpretarse como mo-vimiento en el que un pasado y un futuro dividen y subdividen,sin cesar, cada instante en pasado-futuro, «en los dos sentidos ala vez».34

De allí que con el concepto de posmodernidad, como afir-ma José Brea, se opere con una

[...] metáfora desproductiva: la de un espacio-tiempo n-dimen-sional, sin fronteras, sin marcos de dirección, sin leyes dedeterminación estricta del acontecimiento particular (por ima-ginaria subsunción a enunciados nomológicos), sin dispositi-vo termodinámico en su seno.35

Decir posmodernidad, desde tal perspectiva, involucra, porende, la puesta en juego de un modo de pensamiento que trans-grede el imperativo del tiempo cronologizado, que renuncia aldeseo de la explicación total, que marca un giro radical. En efec-to, al introducir un des-orden en la temporalidad Cronos, al pro-

34 G. Deleuze: Lógica del sentido, Edit. Barral, Barcelona, 1971, p. 210. DesdeAiôn, no se trata de que los presentes comprendan el futuro y el pasado —comoen Cronos, lectura para la cual «sólo el presente llena el tiempo»—, pues, «se-gún Aiôn, sólo el pasado y el futuro subsisten en el tiempo» dividiendo y subdi-vidiendo el presente. De allí que pasado y futuro dejan de ser —como enCronos— «los subvertidores del presente», pues, es lo finito del «instante lo quepervierte el presente en pasado y futuro insistentes». El instante —que es«atópico»— es

[...] la instancia paradójica o el punto aleatorio, el sinsentido de superfi-cie y la cuasi-causa, puro momento de abstracción cuyo papel es, prime-ro, dividir y subdividir todo presente en los dos sentidos a la vez, enpasado-futuro, sobre la línea del Aiôn [«siempre pasado, ya, y eterna-mente por venir»]. En segundo lugar, lo que el instante extrae así delpresente, como de los individuos y de las personas que ocupan el presen-te, son las singularidades, los puntos singulares dos veces proyectados,una vez en el futuro, una vez en el pasado, formando bajo esta dobleecuación los elementos constituyentes del acontecimiento puro, a la ma-nera de un saco polínico que suelta sus esporas [...]. [Ibídem, p. 21.]

35 J. L. Brea: ob cit., p. 141.

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vocar la pérdida de la solidez de la periodización sucesiva-lineal,el concepto de posmodernidad no indica meramente lo que vienetras la modernidad, sino la emergencia de una condición epocalcon dimensiones otras, con prácticas y procesos otros.

Una condición epocal cuyas tramas de sentido señalan, paradecirlo con palabras de Vattimo, una despedida de la moderni-dad, en otros términos, que ya no somos modernos. Sobremane-ra, si entendemos que una época lo es, en tanto configuraciónespacio-temporal que llega hasta donde llegan el orden de visibi-lidad y enunciabilidad de una cultura, sus formas de interpretar einterpretarse, de construir discursos, sus modos de producción,enunciación y circulación de la verdad, sus maneras de jerarquizarlos signos que la definen.

Desde tal perspectiva, el concepto de posmodernidad nom-bra la eclosión de una red plural, dispersa, heterogénea, móvil,fluctuante de acontecimientos, cuya simultaneidad indica que«algo distinto» acontece y nos acontece, o, para decirlo con pala-bras de Foucault, que «somos diferencia, que nuestra razón es ladiferencia de los discursos, nuestra historia, la diferencia de lostiempos».36 Y, como parte decisiva de esta red, el hecho de que laradicalidad de las transformaciones de nuestra situación vitaltrastoca de modo irrevocable las, hasta recientemente dominan-tes, formas de representación del mundo y de sus cambios.

Puede sostenerse, así, que el concepto de posmodernidad esmás evocativo que denotativo, portador de más intranquilidadesque de tranquilidades, más provocador que «claro y preciso»;quizás, en ello radique su valor heurístico para indagar cuestio-nes del presente, desde su concepción como condición epocal enla que la simultaneidad de quiebres de las matrices de significa-ción de las prácticas socioculturales, políticas, económicas, inte-lectuales, constatan el fracaso de la pretensión autoritaria de unamonolítica dirección de sentido.

La «sobresaturación de acontecimientos», a la cual refierenautores como Fredric Jameson y Marc Augé, que rápidamente sehacen pasado y hacen del presente un devenir constante de pasa-

36 M. Foucault: La arqueología del saber, ob. cit., pp. 223-224.

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do y futuro, una simultaneidad de des-tiempos que desmienten elordenamiento temporal conforme a la secuencialidad de un an-tes y un después, hacen de la posmodernidad una condición cul-tural de la que forma parte el ejercicio de nuevo modo de pensarliberado del tiempo cronologizado, para poder comprender esascascadas de acontecimientos que parecen condensar ese dema-siado pronto y ese demasiado tarde, simultáneos, del que hablanDeleuze y Guattari para marcar la distinción del tiempo Aiôn.

El concepto de posmodernidad nombra, así, una condiciónepocal en la que hemos matado a los dioses y, por ello mismo,hemos devenido sujetos frágiles que no tienen nada en dondefundamentar sus prácticas y discursos, nada que no sea parcial,provisional, frágil, contingente; nada, en consecuencia, desde locual tratar de convencer o de ser convencido mediante la coarta-da de la necesidad del progreso, de las leyes de la historia, delvalor de lo nuevo, de la búsqueda de la superación, del logro delas metas predeterminadas, de la búsqueda de la verdad fundadacomo evidencia o adecuación, de la restitución de la unidad.

Tampoco por el poder de una única voz autorizada. De allíque, como sostiene Lanceros,

Nada tiene de extraño que las estrategias posmodernas ejer-zan presión sobre los lugares concretos en que la modernidadse sitúa y pretende perpetuarse: en este sentido, podemos en-tender los ataques a la idea de progreso, a la linealidad y elcurso de la historia, al desarrollo y a la evolución: actas deexpropiación para liberar el terreno y abrir la posibilidad anuevos usos, a nuevos constructos, al modo como antaño lohicieron San Agustín y Bossuet, Moro y Campanella, Kant,Nietzsche, Marx [...].37

La idea de posmodernidad es, ella misma, desde la perspec-tiva que aquí ha sido expuesta, una señal del diagnóstico del pre-sente. Su conceptualización desde las estrategias teóricas pos-modernas involucra el radical cambio en las, hasta recientementedominantes, formas de entender la historia y de autocomprensiónhistórica de nuestra situación vital, de allí que el esfuerzo de com-

37 Ob. cit., p. 148.

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prender el concepto de posmodernidad implique, para decirlocon palabras de Fredric Jameson, «considerarlo como un intentode pensar históricamente el presente en una época que ha olvida-do que se piensa históricamente».38

De esta manera, es posible que podamos participar en eldebate en torno a la condición cultural posmoderna, y, como par-te de ella, del discurso posmoderno, con la deliberada intenciónde no reeditar la distribución de contendientes bajo el esquemade tirios y troyanos: algo ganaremos, aunque nada garantice eléxito total en el intento.

38 F. Jameson: Teoría de la posmodernidad, Edit. Trotta, Madrid, 1996, p. 9.

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Contenido

PresentaciónBalance sobre lo posmodernoen América Latina ............................................ 7ROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ

PARPARPARPARPARTE ITE ITE ITE ITE I

RECONFIGURACIONES CULTURALES

Tribu y metrópolien la postmodernidad latinoamericana ........... 19MARTÍN HOPENHAYN

Hegemonía comunicacionaly des-centramiento cultural ............................ 37JESÚS MARTÍN BARBERO

PARPARPARPARPARTE IITE IITE IITE IITE II

REPENSANDO LA POSMODERNIDAD

Esa incómoda posmodernidadPensar desde América Latina .................................. 75RIGOBERTO LANZ

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Lo posmoderno en la encrucijada ................. 119ROBERTO FOLLARI

PARPARPARPARPARTE IIITE IIITE IIITE IIITE III

CONSTELACIONES ESPACIO-TEMPORALES

Geografías poscoloniales y translocalizacionesnarrativas de «lo latinoamericano»La crítica al colonialismo

en tiempos de la globalización ..............................155SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

La desgracia es también un espectáculo(Subjetividad, intimidad

y comunicación) ..................................................183ALEXANDER JIMÉNEZ

El concepto de posmodernidad:deconstrucción de Cronos ............................ 203MAGALDY TÉLLEZ

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Esta edición de Enfoques sobre posmodernidaden América Latina se terminó de imprimir enseptiembre de 1998, en los talleres de Italgráfica,S.A. La edición consta de 2.000 ejemplares.

Caracas, Venezuela.

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