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FAUNA IBÉRICA/10." Por el Dr Rodríguez de la Fuente LECCIONES DE UN PROFESOR RORAL DE ORNITOLOGÍA L OS ornUófogos son admirables hom- bres de ciencia que consagran su vida al estudio ds Jos pájaros. Pero en la ornitolcgiaj quizá más que en cual- quier otra rama det saber humano y, seguramente, por lo que t¡ene de depor- te, existe el ^amateur»: el farmacéutl- cOx el ingeniero o el castre que dedican los fines de semana a la observación de las aves y realizan largos y costosos viajes durante sus vacaciones para dar- se el gusto de foiografiar a tai o cual especie rara. Hay, luego^ un curioso tipo humano que. si bien carece del riguro- so mélodo del ornitólogo, comparte sus inclinaciones naturales. Suele desenvoU verse en el medio rural y procede, Fam- bi¿n, de los más diversos oficios; pero su obsesión, d lema consianie de sus conversaciones, la meia da sus pensa- Cuando el pájaro carbonero canta en primavera, nu lo hace para interpretar un pnético hiinno r-n melodía omitolúgica. sino para decir a sus conf^énercs que posee un territorio de su propiedad y que no permitirá a nin^pin competidor Insta' lanie dentro de su» limite», considerados por él como de su absoluta propiedad. miemos son los pájaros. Desde pequeño se distinguió el pa|flrero —que así lo llaman en d puabío— por su agudeza para localizar los nidos de cuantas aves criaban en el contorno. Se pasaba el día entre peñascos y matorrales. Y, contemplando los polluelos de un mir- lo, el nido en forma de bolsa de un chochín. o los huevos, semejantes a guijarros, del alcaraván, el pajarero se quedaba absorto, sentía dentro de su pecho una emoción indescriptible. Pero como nadie le había enseñado que con los pájaros se pudiera hacer otra cosa que comérsefos fritos o meterlos en una Jaula, acabó transformándose en un ver- dadero a^oie para la gentecilla alada de la región. De niños^ el pajarero y el or- nilóiogo estaban hechos de la misma madera, del mismo temblor antes las in- timidades de la naturaleza, de la misma curiosidad dolorosa, epitelial, hacia los secretos de la vida. Ambos eligieron las criaturas más frágiles y bellas del pla- neta como c^jeto de su pasión. Pero el medio cultural. Ja educación, hicieron def primero un científico, un protector de la fauna; el segundo no pasó de ser un paradójico personaje que perseguía sin descanso aquello que amaba por en- cima de todas las cosas. Un hombre asi fue mi primer maes- íro de ornilotogra. En su taller de zapa- tero recibí las primeras lecciones teóri- cas. Y de 5u mano —en el literal senti- do de la p a l a b r a , pues por aquel venturoso entonces tendría yo ocho, nueve anos—. fui identificando las es- pecies más comunes de nuestra avifau-

Fauna Iberica 10.Lecciones de un profesor rural de ornitologia.Blanco y Negro.10.06.1967

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bres de ciencia que consagran su vida al estudio ds Jos pájaros. Pero en la ornitolcgiaj quizá más que en cual- quier otra rama det saber humano y, seguramente, por lo que t¡ene de depor- te, existe el ^amateur»: el farmacéutl- cOx el ingeniero o el castre que dedican los fines de semana a la observación de las aves y realizan largos y costosos Por el Dr Rodríguez de la Fuente 97 KÍTOGÍAIIAS ttl COIOÍ DEL CtUB D£ CAZADOÍtS AICÍOH • DIBUJOS Dt JOSÉ ANION^O IMAWJíA

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FAUNA IBÉRICA/10."

Por el Dr Rodríguez de la Fuente

LECCIONES DE UN PROFESOR RORAL DE ORNITOLOGÍA

LOS ornUófogos son admirables hom­bres de ciencia que consagran su

vida al estudio ds Jos pájaros. Pero en la ornitolcgiaj quizá más que en cual­quier otra rama det saber humano y, seguramente, por lo que t¡ene de depor­te, existe el ^amateur»: el farmacéutl-cOx el ingeniero o el castre que dedican los fines de semana a la observación de las aves y realizan largos y costosos

viajes durante sus vacaciones para dar­se el gusto de foiografiar a tai o cual especie rara. Hay, luego^ un curioso tipo humano que. si bien carece del riguro­so mélodo del ornitólogo, comparte sus inclinaciones naturales. Suele desenvoU verse en el medio rural y procede, Fam-bi¿n, de los más diversos oficios; pero su obsesión, d lema consianie de sus conversaciones, la meia da sus pensa-

Cuando el pájaro carbonero canta en primavera, nu lo hace para interpretar un pnético hiinno r-n melodía omitolúgica. sino para decir a sus conf^énercs que posee un territorio de su propiedad y que no permitirá a nin^pin competidor Insta' lanie dentro de su» limite», considerados por él como de su absoluta propiedad.

miemos son los pájaros. Desde pequeño se distinguió el pa|flrero —que así lo llaman en d puabío— por su agudeza para localizar los nidos de cuantas aves criaban en el contorno. Se pasaba el día entre peñascos y matorrales. Y, contemplando los polluelos de un mir­lo, el nido en forma de bolsa de un chochín. o los huevos, semejantes a guijarros, del alcaraván, el pajarero se quedaba absorto, sentía dentro de su pecho una emoción indescriptible. Pero como nadie le había enseñado que con los pájaros se pudiera hacer otra cosa que comérsefos fr i tos o meterlos en una Jaula, acabó transformándose en un ver­dadero a^oie para la gentecilla alada de la región. De niños^ el pajarero y el or-nilóiogo estaban hechos de la misma madera, del mismo temblor antes las in­timidades de la naturaleza, de la misma curiosidad dolorosa, epitelial, hacia los secretos de la vida. Ambos eligieron las criaturas más frágiles y bellas del pla­neta como c^jeto de su pasión. Pero el medio cultural. Ja educación, hicieron def pr imero un científico, un protector de la fauna; el segundo no pasó de ser un paradójico personaje que perseguía sin descanso aquello que amaba por en­cima de todas las cosas.

Un hombre asi fue mi primer maes-íro de ornilotogra. En su taller de zapa­tero recibí las primeras lecciones teóri­cas. Y de 5u mano —en el literal senti­do de la p a l a b r a , pues por aquel venturoso entonces tendría yo ocho, nueve anos—. fu i identificando las es­pecies más comunes de nuestra avifau-

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Las currucas, los petirrojos y los ino5qui|cros> que apar<;teQ en la sECoenda fo-loiETáfica óe ata páj^ína. dF^íiuectan minuciosa y vticazmentc los matorralfrs s árboles a lo lai^o d r («ida la Jomaila, que cmnplcn de manera íncanfable. Todos ellos soD pajdnl]o<( eorjea^íores que, a la pa r de ser útÜes. alegran d oido.

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El horn^Hllo hacp su COTA CD Ins ramas de los árboles-

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El ÍEO papamoscas caza al vuelo.

t J alcaudún clava GUS pre-sas para cnGulUrla^ mejor.

j J-<^iJ<

El chotacabras come los mofií^uíl»^ en plenu vuelo.

La verdadera razón del canto entre las aves

na. Las t¿cnícas cinegéticas da m¡ buen <maesIro-zapalero», furtivas en su ma­yor parte, \e habían ido obligando a transformar su soleado cuclií lr i l en un extraño laboratorio. De las renegridas paredes colgaba una docena de jaulas-ocupadas por perdices, ¡¡Iguero^^ pardl-\\o^, un par de calandrias y un Jornal malvís. Debajo estaban alineados los ca-joncifos de los gusanos de harina, las hormigas de ala, los búcaros ds los gr i ­llos, los b^tes de cañamones, alpiste y semillas silvestres, poseedoras de secre­tas virtudes para despertar el celo, la muda y otros procesos de las aves. En la alacena se apilaban redes, ballestas, cimbeleras, cordeles, botes de liga y todo un cuantioso y ordenado equipo.

Mientras mi profesor claveteaba ta­cones y medlasuelas, entre eí incesante y variado gorjeo de sus pupilos, nunca faltaba a l g ú n desocupado con quien charlar de pájaros, Y como d hombre tercia gracejo y era un saco de anécdo­tas, el boticario, el telegrafista y otros personajes del pueblo, le honraban muy amenudo con su visita.

Entonces se atacaban temas de aliu-ra< GR los que el zapatero hacía gala de sus profundos conocimientos naturales, mientras sus interlocutores, más ins­truidos, trataban de pillarle en algún re­nuncio. Aquellas polémicas, orquestadas por los grillos, las calandrias y el mai-vis, eran para mí música celestial- ¿Por

qué entran lo& machos del campo en el puesto cuando canta la perdiz de la jau­la, si [amblen es macho? ¿Qué tienen las hormigas de ala para gustar a todos los pájaros, incluidos los granívoros como los gorriones y perdices^ constilU' y^ndo por ello el mejor cebo para laS ballestas? ¿Por qué los cimbeles que atraen grandes bandadas de congéneres en otoño y en Invierno son absolutamen­te inútiles en primavera y en verano? Cuestiones tan imporlanleE como la mi­sión del canto entre las aves, las incll-naciones hacia la dieta insectívora, las tendencias a la socialización en ciertas épocas del año, se explicaban en nuestro laboraforio-zapaiería, mediante ingenuas y empíricas teorías quer muchas veces, no carecían de fundamento.

LA EhfSEÑANZA DE UNA CACERÍA CON RECLAMO

Después de recoger en todos nuestros paseos ornitológicos extraños hierbajos para «Perico», el macho de perdiz del zapatero que, por lo visto, tenía la pro-piedad de acrecentar sus ansias amoro­sas y vitales; después de vigilario du­rante horas mientras lomaba ©1 sol y la arena en Jas tardes de febrero, había soñada cada noche con aquef amanecer que nos llevaba, vereda arriba, hacía una retirada solana de la sierra, donde iba a caíar, por primera vez, perdiceí con reclamo. Y en esto, mi maestro nc tenía rival en toda la provincia de Burgos.

En jas alforjas del borriqull lo iba el taco, la bota, la vieja escopeta del fur­t ivo, convenientemente envuelta y desar­mada, y ta jaula de «Perico*, enfundada en una lela fiegra- Nosotros, a buen paso, caminábamos detrás de la caba­llería* confiando en sus finos sentidos para no perder la senda.

Cuando llegamos a la agreste valle-jada que separa la sierra del páramo, el

El herrerillo es un acróbaU coaaumado. dueña de una técnica impecable, que n> gislra incaosablcmcnte. citbcza abajo, los árboles frutajes, para dar caza sin treiTua a los insectos que pululan por lo^ ramajea y ammazan los Tutums frutos.

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El ruiseñor, sorprendido por la cámara en el nido» cuando se dispone a cebar a sus pequeños con larvas recícnteíacnte capturadas.

sol se asomaba ya entre lo^ bojes y la parda caliza. Esconder e! burro, camu' f iar el puesio, colocar el macho sobre \a piedra, quitar la funda y montar la escopeta de un cañón, fueron operacio­nes que realiíamoí en unos minuíos. Porque lodo lo que tenía m¡ maestro de parsimonioso y lento con los zapatos, era presteza y febri l actividad en el f;ampo, Nos sentamos en dos piedras dentro del tollo, que estaba hecho con unas losas^ apoyadas en ia visera natu­ral de la roca y llevaba muchos años de servicio. A través de las grietas y de la tronera nos llegaban las diversas vCfces del campo, destacando íiobre la música da fondo de las alondras que, colgadas del cíelo, cantaban sin cesar a lo largo y a ID ancho del páramo ínmen^o.

•Perico» comenzó a rechistar, des­pués de estirarse y sacudirse, para rom­per, al pronto, con voz potente, en una gama acústica que lenfa toda la fuerza y riqueza de la primavera. En una de sus

pausas, oímos una perdiz en la ladera de enfrente- «Pericos pareció darse cuenta, entonces, de que cantaba para alguien. Y, hora retador, hora amistoso, í e en­tregó a un duelo melódico con su con­génere. A medida que ía perdis del cam­po iba acercándose, la cara det zapatero comenzó a adquirir matices Insospecha­dos, Ni en el reclamo de codornices con pi to, ni en Ja ca?a con red y cimbeles en otoño, í i i siquiera en tas expedicio­nes nocturnas a las alondras, con es­quilas y cencerros sujetos a fas panto-rrlllas, había descubierto, a la HIUZ -del farol, tan vivas expresiones en la faz de mi maestro-

£1 esfuerzo auditivo, la concentración que parecía permitir le descifrar ©I len­guaje de las perdices, se reflefaban en el color de su epitelio -de un modo alarmante. Cuando cantaba tfPeríco», «ín crescendo», vir i l y retador, el zapatero enrojecía; se le ponía e\ pestorejo hin­chado y apoplético, como si toda la vir­

tud de las hierbas vitamínicas y afro­disíacas c|ue había dado a su macho du­rante el invierno se le transmitiera de pronto. Al contestar la perdiz de ta Ja-dera, jadeaba y se tornaba lívido. Así, permanecimos unos interminables minu­tos, yendo mis ojos atónitos de dPerlcos a mi maestro, que competían en acti­tudes gallardas y especiantes, mientras me llegaba la voz del pájaro del campo que, por cierto, se había detenido a unos cien metros y cantaba cada vez con ma­nos convicción,

—Este cochino no entra porque tiene miedo —susurró el zapatero—. Es mu­cho pájaro «Pericos. En cuanto se calle del todo el cobarde, el nuestro le qui­tará la hembra.

El que un macho de perdiz se achi­que desde lejos, escuchando las brava­tas de otro, cDn-io el conducior domin­guero de un ÍÓOOP ante el chó(er for­nido de un camión, en la carretera de Castilla; el que una perdiz ingrata aban-

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No cantan sólo para alegrar con sus trinos

done a] novio, conquistada por la voz de un tenor, como en nue^bras zarzue­las y opérelas, es algo que puede pa­recer una fantasía, aunque nuestro za­patero Ho aceptara como la cosa más natural del mundo, lo mismo que cual­quier mediano conoc&dor de la ca^a con reclamo y. lo que es má5 sorprendenle, fgual que ios hombres de ciencia-

•Pericón, como sí hubiera adivinado los pensamlenros de su dueño, cambió diameiralmenie el tono y el e íd lo de su canto: de retador se hizo zalamero, per­suasivo. La dureza y el brío de torren­tera serrana de su desafío dieron paso 3 un susurro de brisa, a un chasqueo como de besos. Con menudos pasiros, picoíeando fingidos granos, deteniéndo­se y estirando el cuello con coquetería, se iba acercando la hembra casquivana. El silencio era tan absofuio y tan ¡ n-tensa la emoción que podíamos oír, ba­jo ía foca, el latido de nuestros cora­zones- Pero, de pronto, la perdiz del campo se precipitó hacia ima maía de bo j , íPericDí se aplastó sobre la tabla de la jaula y el zapatero, derribando de un empujón la losa del tollo, saltó al ex­terior, escopeta en mano, griíando co­

mo un poseso: jel águila!, (el águila! Oí un zumbido, como el que produce una bandada de torcaces al entrar en un encinar; vi una silueta parda cayen­do, valle abajo; escuché la seca detona­ción de la escopeta da mi amigo, y allí se terminó nuestra promaiedora cace­ría. El águila real había asustado de tai modo a «Perico» que no volvería a abrir el pico en todo el día. Mientras cubría la jaula amorosameníe con el capillo, metiéndose con todos \Q^ heráldicos an­tepasados de las águilas, el zapatero rrie contó que allí mismo le habían maiado al aPelaoj", SU mejor perdigón, Y a un macho que le dejó el bárbaro se \o lle­varon con jaula y todo.

EL BELLO SECRETO DEL CANTO DE LOS PÁJAROS

En esta Inolvidable aventura de mi infancia, he visto reflejadas, anos más tarde, las experiencias y teorías de los científicos que se han dedicado a es­tudiar la misión del canto entre ias aves. Porque la naturaleza no ha dotado a los pájaros de un delicado aparato fo-nador —transformando las estructuras de su laringe y haciéndola móvil y ex-tenslble, mediante el trabajo de ciertos músculos especiales— por el simple ca­pricho de que adornen la primavera con sus gorjeos- Aunque la realidad des­ilusione a los poetas, hay algo mucho mái práctico, más trascendente para las especies canoras en las melodiosas no­tas de 5u canto,

Al estudiar Ja conducta de los ani­males que hemos ido presentando en los anteriores capítulos de esta panorámica zoológica, veíamos la importancia vital

Las polendrinas, incansables voladoras, se alimentan, como los aviones y vence­jos, de plancton aéreo. EsUs Aves soa grandes caiiii>eoi]es de la caza en el aire.

que tiene para lodos ellos ol íerr j lono; Gsa pequeña e inviolable parcela del pla­neta en la que fífan su residencia en época de crfa unos y otros durante toda la vida; ese pequeño feudo en el que hallan alimento y ^ u r o cobijo. Obser­vábamos también que los mamíferos, dotados, casi lodos ellos, de bu<^n olfa­to, marcan las fronteras de su terri torio mediante balizas olorosas. Pero las aves, prácticamente anósmicas, habituadas, por otra parle, a desplazarse en el cielo, desde donde difícilmente podrían captar Jas marcas olfatorias, o entre bosques y matorrales, donde tampoco serían vi­sibles las seí^a liza clones ópticas, emplean el único medio restante para delimitar SU espacio Vital: el acústico.

Cuando en los primeros días de pr i ­mavera un mir lo o una oropéndola ha­cen sonar su inimitable flauta entre las frondas de un soío. están diciendo a sus congéneres que poseen un terri torio pro-pío, que aceptaría gustoso una compa­ñera para construir el nido, que cuenta con una despensa bien surtida para sa­car adelante a ía prole y que no está dispuesto a permitir que otro macho se ínstale dentro dií los límites de su propiedad.

El pájaro cantor macho antepone la posesión del terr i tor io a la de ia hem­bra, ya que ésta vendrá voluntariamen­te, atraída por la voz que promete un feliz noviazgo y una desahogada y se­gura maternidad. En casi todos los gor-jeadores de los matorrales y del soto-bosque, macho y hembra son da colores modestos y muy semejantes^ guiándose casi exclusivamente por sus voces para localizarse. Ciertos cantores del arbo­lado, donde hay mejor visibilidad, se adornan, como la oropéndola, con p lu ' majes muy llamativos, para poner un motivo más al servicio de la atracción de la hembra. El pardillo macho que canta al sol, sobre un lomillo, en la homocromática ladera del páramo, dis­pone de un brillante semáforo escarlata sobre el pecho, visible desde grandes distancias. El t i lonorrinco australiano marcólas inmediaciones da $u nido con conchas, vidrios, petalos y otfos mate­riales coloreados, como las balizas de una pista de aterrizaje.

Pero, volviendo al macho de perdiz del zapatero, reconstruiremos los hechos a la luz de las expuestas teorías lerri-loriales. La felÍ£ pareja del campo esta­ba instalada en un abrigado vallecíllo, surcado por un arroyuelo pemtanenie, y cubierto de bojes, tomillos y aulagas. que permitían esconder bien el nido. Los hormigueros, las hierbas y ios tier­nos trigos del páramo prometían una fácil existencia. El macho cumplía cada marVana con el sagrado r i lo de pregonar a los cuatro vientos su derecho de prcn piedad. Pero en el día de autos, la v o i de un intruso resonó en el corazón de su parcela. El ofendido aceptó el reto, y, mascullando denuestos, se fue acer­cando al invasor. Pero la recia perorata del matón, las terribles amenazas, su

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Lo!> IrcpadorcSn a^alcadores y picos fjue ap-m^^n en r-íta pá|:ina, están espacia-lizadOí» eij la r i za ile los insectos qae se cscoadcn catre la cortcía út los tron­cos f ea las ga lenas de la madera . No perdonan el menor rtstiuício y los ocultos habitantes del inlprior de los árboles —larvas y coleópteros— son desaloja­dos de sus guaridas por ío? fuertes y l^irgos picos de estos voraces pájaros.

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rOTO rntí-^íS •urarlCí

Amor y amenaza en los cantos de los pájaros

proclamada decisión de quedarse en \a finca a¡ena, hiciaroíi enmudecer de mie­do al legííirno propifiíario. Su compa­ñera n o pudo soportar la humillación y se fue con el vencedor del lomeo ora-[orio-

Aunque esta norma de conducta no es frecuente en lo^ machos de pn^rdi; —generalmente, llegan hasta la jaula y, si no se les t i ra, picotean a! reclamo—, son muchos los cazadores que han ob-

servado los incruentos combales resuel-tos sin emplear más armas que las dia­lécticas. Esto nos permitiría pensar que los páiaros más maduros y vigorosos son capaces de cantar de modo más atraciivo para las hembras a la vez que más amenazador para sus rivales. Ejiis-t l r ia, entonces, una selección natural basada en las capacidades fónicas; los mejores cantores conquistan'an los terri­torios más adecuados y tendrían siem­pre hembras para perpetuar su estirpe. Los afónicos estarían condenados a la soltería. Y de este modo, en una línea de ascendente perfecciónn se habría lle­gado a laringes Un maravillosas como la def ruiseñor o el zorzal.

Pero, el úl t imo episodio de la aventura de tfPerkoi», ia aparición del águila que dio al traste con nuestras ilusiones, deja traslucir otra misión del canto de las aves, mucho más dramática que el sim­ple anuncio de propiedad territorial o la endecha amorosa.

Estudiando los restos de los festines

de las aves de presa^ se ha observado que, en primavera, los despojos de pá­jaros machos ^on mucho más abundan­tes que los de las hembras. En mi tra­bajo de cmco años de recolección de re­siduos alimentarios de veinte parejas da halcones peregrinos, p u d e comprobar que, en mayo y junio, las patas de per­diz abandonadas al píe de los nidos de halcón, presentaban grandes espolones, y que era ésta la única temporada del ano en que los píregrinOi Cacaban per-d ices,

Durante toda la época de celo, los pá­jaros machos se ethiben en los punios más destacados del terreno, pierden loda la cautela y. muchos de ellos, ^e ador­nan con atractivos plumajes nupciales f_as hembras, sin embargo, se muestran tan prudentes como en pleno invierno y, después de realizar la pu-esia, permane­cen inmóviles e invisibles, incubando en el oculto nido. Los ardorosos galanes no cejan, por ello, en sus cánticos y desa­fíos; continúan, enloquecidos, hasta al-

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gunos días después de nacer sus pollue-los. Entonces, sus demostraciones ^ó\o sirven para atraer sobre sí el ataque de

» los predatores, necesitados, en esa épo­ca, de más carne que nuncá, porque también esrán criando. La tiaiuraleza se sirve de los machos que ya Han cumpli­do su misión, para maniener el Cíiigenre equil ibrio de la vida, poniendo a salvo a fas madres y los pequeños^

La aíondra que canta en el azul, lejos de su natural defensa ante el alaque del alcotán, es un señuelo viviente para atraer a la rapaz, que a5(, no caerá so­bre la recatada alondra hembra, cuan­do abandone el nido unos momentos para beber o airmeniarse, E\ ruiseñor que rrma loda ía noche en el matorral,

I polariza la marcha de la comadreja o el I lurún, que escuchan hambrientos, para

localizar una presa, llevándoles lejos del nido donde empolla ^u pareja-

Ciertamente, loí páiaros no cantan sólo para alegrar la primavera con sus

; trinos. Pero <no deben entristecerse por

\ ta izquierda, un pollo de fUco, notable inseclívoro, es alimentado por su mi­núscula miulrc adoptiva, una hembra de chochCn, d pájaro m á s pequeño de España. Arriba, el chotacübraa, cuyo ancho pico le permite caxar al nielo grandes insec­tos que abundan en las boras vespert inas; los chotacabras cazan durante el crepúínculo 3 emplean una técnica idéntica a los vencejos, que actúan duran te el día. Bajo estas lineas, el abejarruco. hermoso pájaro emijicrante. caza t a m b i ^ al vuelo avispas y oíros in^ectoj^, que engulle de manera insaciable y continua.

ello ios poeías, si conocen e] profundo significado dal gorjeo de un ave. 6n ^u voz se encierra el secreto más bello, más poético y más importante de la crea­ción: la perpetuación de las especies.

LOS MUY BENEFICIOSOS CAZADORES DE INSECTOS

Se discute, a menudo, ds S» tal o t^Jal pájaro es insectívoro o granívoro, para concederle et ¿alvoconducio de benefi­cioso o colgarle eí sambenito de dañino y decreiar su destrucción. Convendría volver a las hormigas de ala del zapate­ro, conservadas cuidadosamente en un cajoncilo con tierra, durante todo el otoño, para aclarar un asunto qLfe se presta a falsas interpretaciones.

Con tas primeras lluvias del mcí de septiembre, ciertas mañanas serenas, cuando el sol se asoma entre nubea, et cielo se puebla súbitamente de mult i tud de insectos oscuros, que vuelan torpe­

mente, V que unos minutos antes no aparecían en parte alguna. Son las hor-migas seAuadas, jóvenes reinas y ma­chos, cjue abandonan los hormigueros maternos para formar nuevas colonias. Sus cuerpeci^tlos están cargados de reser­vas altamente nutritivas, de las que vivi­rán durante largo tiempo. Pero, como si todos los pájaros conocieran las excelen' cias dietéticas de las infelices hormigas, entran a saco entre sus filas y devpran ta mayor parte.

Los pajareros expertos se anticipan a la eclosión de los hormigueros, los cavan con cuidado y recolectan las hormigas aladas, p a r a emplearlas, más tarde, como cebo en fas ballestas. Su atractivo es universal; lo mismo entran en ellas gorriones y alondras, pájaros granívo­ros, que omnívoros, estorninos o papa-moscas y currucas, de régimen insectí­voro,

¿Cuát es el secreto de la hormiga ala­da para atraer por igual a todas \&s aves? Sencillamente, que es sabrosa, nuir i l iva

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La naturaleza y su equipo de desinsectadores

y torpe, Esias cualidades marcan las fronieras quft separan Jas capacidades y gustos insectívoros de la mayoría de [as aves. Porque no Iray que olvidar que los ¡nseclos son seres vivos, dolados de ins­tintos úti lísimos, y ponen en ¡uego téc­nicas muy complejas y diversas para no defarse atrapar por los pájaros, sus ma­yores enernigoí.

Normalmente, los insectos poco capa-citados para esconderse, tanto por ser de movimientos lentos como por care­cer de un adecuado camuflaje, segregan sustancias amargas o acidas, inacepta­bles para el paladar menos exigente- En este caso, se pasean Insolen íemente a descubierto, pintados da colores llamati­vos, que son como una bandera roja de peligro. Al pájaro que haya tenido la desgracia de probar una de estas amar­gas larvas, debe producirle náuseas su

sola presencia. Hay orugas cubiertas de pelos que hacen muy desagradable el tacto y difíci l la aprehensión y la deglución. Los insectos carentes de es-las armas gustativas o táctiles, son grandes artistas del mimetismo: cierras mariposas nocturnas reproducen fiel­mente eí color de la corteza de los árboles en que acostumbran a posar­se. Otros insectos parecen ramas secas, hojas o palitos. Finalmente, el recurso más expendido entre los insectos para ponerse a salvo de los voraces páiaros, es voiar y correr con suma agilidad y presteza, e introducirse en inexpugnables galerías cavadas en la tierra o la madera.

Se comprende, pues, que el insectívo­ro estricto ha de ser un consumado ca­zador, dotado de cualidades poco comu­nes. Mas. cuando una especie de insectos se mult ipl ica extraordínanamenie, como en las citadas salidas de hormigas ala­das, hasta las aves mas torpes para la caza se nutren a sus expensas. En África, durante las invasiones de langosta, se concentran en las áreas afectadas, pája­ros tan poco emparentados con los in­sectívoros como los halcones, milanos, garzas, marabús, cuervos, e t c . . Esía particularidad hace de todas las aves uti-íisimos aliados del hombre, porque, pre­cisamente en Jos perJodos invasivos, cuando los insectos pueden ser un ver­dadero azote, actúan en masa, contro­lando muchas veces las plagas.

En primavera, los insectos abundan en todos los medios y los pájaros se sir­ven de ellos para alimentar a sus pollue-los. Teniendo en cuenta que cada indi­viduo viene a ingerir una cantidad de larvas e insectos adultos equivalente a su prt^JO peso y que la mayoría de los nidos contiene de cinco a seis pajariros, se comprende que, en regiones de rica avjfauna, los insectos destruidos al cabo deí día se cuentan por centenares da kilf>s. Y conviene insistir en que, en esa ^¿poca, tan crítica para la agricultura y para los bosques, prácticamente todos los pájaros, desde el vulgar gorrión al perseguido estornino, crían a base de una dieta insectívora.

GRANDES ESPECIALISTAS EN LA DESINSECTACIÓN

Los puros caíaciores de insectos son, generalmente, especialistas, dotados de órganos modificados para cumplir su misión y dedicados a actuar sobre de­terminadas especies. En el estadio más primario de esta especial ización, hay un gran grupo de insectívoros cuyas ca­pacidades de caza se basan más en la destreza y agilidad que en la posesión de armas especiales. Son los carbone­ros, herrerillos, currucas, ruiseñotes, mosquiteros, zarceros, carriceros y Otros pájaros medianos y pequeñs, que regis-

El Dálipo Dico carpintero —dibujo dp la íiqüierüa— cxirae las larvas de los inKectT>s Ulófagos del interior de las ca leráa arbóreas, mediante s« Urj-^ y affuzada len^na. El dibujo d t la drrrcha «P^^eota un pinzun de í n u l a s Ga lipagos que s¿:3 Us larvas de sus refugios ayudándose con una aeuja de cactus manejada diestramente con el pico.

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Irán incansablemente los matorrales, bosques y riberas, a la caza CJQ jnsec-IOS de lodo género.

Hay que v&r un herrcrrilcí en pleno trabajo para hacerse cargo de la mjnu-ciosídad cQn que IcJs pájaros desinsec­tan eJ arbolado. Entre ias ramas de un peral o un viejo manzano, el pajarillo azulado explora grietas, horquillas y ho­jas. Tan pronto eslá en la vertical como cabera abajo. Y el pjquülo incansable percute, palpa, comprueba la natura­leza de cada bulto sospechoso. La labor se prolonga durante todo el día y no abandona un árbol el laborioso herre­rillo hasia que la limpieza haya sido con­cienzuda.

Srn embargo, esle activísimo grupo de írrsectfvoros no puede akanrar las

•apresas que se ocultan en galerías de la madera o, simplemente, bajo la corte­za, porque sus picos no son lo suficien­temente fuertes y sus patitas no les permiten trepar a lo largo del tronco de ios árboles. Esta miítón está ya a cargo de verdaderos especialistas, como son los trepadores, agateadores y picos.

El trepador azul corre por los tron­cos y paredes verticales con la misma facEÍJdad que por el suelo. Es tal su agi­lidad de movimientos que, desde lejos, parece un r a i í ^ , Y su pico recto, fuer­te e inquisitivo, no perdona resquicio. Las larvas y coleópteros que viven bajo fa corteza son desalojados sin contem­placiones de sus guaridas. Los trepa­dores no se apoyan en ta cola para ascender por los troncos, como los aga-leadores y picos: sus patas fuertes y especializadas les permiten evolucionar cómodamen Fe en cualquier superficie rugosa.

Las larvas de los insectos Jtilófagos, encerradas en profundos estuches de la madera, están fuera del alcance de los agateadores y trepadores. Eí pito real y otros miembros de su familia son los encargados de extraerlas de sus gale­rías, porque, además de la capacidad para trepar, y del fuerte y cónico pico, poseen una lengua larga y vermiforme, que un complejo disposírivo muscular puede proyectar con fuerza hacia el ex­terior. Las glándulas salivares, muy des-ar rol I adas, m a n t i e nen co ns t an temen le embadurnado este maravilloso órgano de caza con una saliva viscosa, de modo que al pasarlo por las fisuras de la cor­teza, los insectos se pegan en é\. La pun­ta de la lengua de los picos es dura y en forma de arpón, para pinchar las larvas blandas en el fondo de sus gua-ridas y cobrarlas cómodamente.

Las abubillas introducen el pico, lar­go y curvado, como cieñas pinzas qui­rúrgicas, en las cuevas de los insectos terrestres, con el miümo fin que los pi­tos reales en los árboles.

El único pájaro del mundo que ut i l i ­za un instrumento para cazar es un pin­zón de las islas Galápagos, que emula a ¡os picos y abubillas, pero carece de órganos especializados para c;(fraer las larvas de sus galerías. Eí ingenioso pin-

Cuando el alcandún a t rapa an insecto ^ínmde. COEDO ttn sst tamontea o an coleóp-t t ro , lo clava en las púas óe] pr imer alambre espinD^o que encuentra, para des-pedazarlo m á s rácümeDle y proceder a en^ullSi^ele con calma y toda cnmodidad^

K[ arrendajo, pájaro muy astuto y oinnivoro. esíá caractcriíadci por sus tosluni-bre& dañinas en los ierabraüos. pero tilo lo equilibra en cierto modo ton los miiclios Ínstelos que destruye en primavera, tan dañinos a su v « pura los campos.

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La golondrina, campeona de la caza aérea

zón iífeño emplea una aguja de cactus cuida dos arríenle elegida, para hurgar en los eacoridUes de la madera y-expulsar a 5U5 ocupanles, del mismo modo que los íimos ^acan a lo5 grillos de sus cue­vas pinchándoles con una paj i la.

Los dípteros y otros ¡nsecios, que pa-san Ja mayor parte de su vida en el a i ' re, estarían, a salvo de toda esta tropa de hábiles prospectores, pero ot ro gru­po de pófaros se ha especia fizado en Ja caza aérea. Quizás los más primarios de estos acróbatas sean los papamoscas, que otean constantemente desde la ra-mffa de un árbol para lanzarse volan­do hada la presa que descubren ^a l í ros. Sus vuelos son cortos, pero rara­mente fallan. El pico, amplio en la base y rodeado de una doble línea de rígi­dos pelos, dispuesto como la^ púas de un peine, facil ita la captura ds los in­sectos voladores.

Los grandes campeones de la caza aé­rea son las golondrinas, aviones y ven­cejos, Estas aves surcan el espacio in­cansablemente, impulsadas por sus alas estrechas y afiladas, tragando^ sencilla­

mente fo^ dípteros que hallan a su pas;. En el vencejo, la especialización es I&D perfecta que las patas, de tarsos corlí-tisnios, solamente le sirven para agii-rrarse a las rocas y edificios donde an -da. Su pico es anchísimo en la büss, prolongándose su abertura por debajo de los ojos. En el cíelo de los pueblos y ciudades los vencejos vuelan raudos, chirr iando de manera muy alegre y ca­racterística, engullendo el plancton aé­reo, tan molesto y perjudicial para ios hombres.

Los chotacabras cazan durante el cre­púsculo, siguiendo la misma técnica que los vencejos de día. Su pico, también ampfísimo, les permite capturar coleóp­teros voluminosos que abundan, preci­samente* en las horas vespertinas.

Los abejarucos, grandes destructores de avispas, cazan también en vuelo, com­pletando el insaciable equipo veraniego de insectívoros del espacio.

Perseguidos por los pájaros en t ierra, en los árboles y en el aire, solamente dos refugios seguros se ofrecen a los in­sectos: el fondo de las aguas y 1 p i * ' de los grandes animales. Pero también a estos medios han enviado los p^iaros sus especialistas: el mir lo de agua se su­merge en los claros riachuelos serranos y. andando por el fondo, en contra de la corriente, va levantando los guija­rros para devorar los coleópteros, efí­meras y otros insectos acuáticos.

Una especie de estorninos africanos, los picabueyes, están especializados en la captura de los parásitos que viven en la piel de los rinocerontes, búfalos y oíros grandes herbívoros. Y con la mis­ma facilidad que los trepadores en la

Estos herrerillos, cuyas grandes armas son la habilidad y b destreza, lian buscado un becbo en sus acrobacias arbóreas, para bañarse en una acequia de riego.

corteza de los árboles, evolucionan ha­cia arriba o hacia abajo sobre los cuer­pos de sus anfitriones- NI siquiera para beber abandonan su epidermis. Se les ha visto descender rápidamente por el cuello de una grrafa para beber al mis­mo tiempo que el gigante, sin despren­derse de sus quijadas.

LA ULTÍMA VISITA A MI iWAESTRO EL ZAPATERO

Hace tres años vi por última vez al maestro de mi ^nfanC¡^ ornitología. En SU taller de zapatero, en otro tiempo ale­gre arca de Noé, sólo quedaba una vrcja calandria y un jilguero. Ya no merecía la pena mantener una docena de vigo­rosos cimbeles para cazar en el paso, ni lombrices, gusanos de harina u hormi­gas aladas. Porque cada vez quedan me­nos pájaros, según el ;apalerci.

Por cierto, aproveché la oportunidad para explicarle que, en septiembre, cuan­do las horas-luz disminuyen, algo muy importante ocurre dentro de las cabe-citas de los pájaros- una glandulilla, lla­mada hipófisis, cuando el fotoperíodo —asi llaman los científicos a la duración del dfa-íuz'— alcanza un nivel crítico, desencadenan una serie de funciones glandulares que ponen en marcha, en­tre otros muchos mecanismos fisiológi­cos, el instinto gregario de ciertas aves emigrantes. Por eso, cuando el zapatero sacaba sus jilgueros y pardillos a las riberas del río Omino, y les ponía en movimiento mediante sus ingeniosas y particulares cimbeleras, tas bandadas de fringílidos viajeros descendían y se posaban entre sus cogíneres cautivos. Porque en otoño una bandada de aves es como un superorganismo, como un cuerpo mult i forme, como una esponja o un gran imán que va atrayendo a to­das las partículas descarriadas.

Los cazadores, las aves de presa, los accidentas, podrán arrancar algunos miembros del fabuloso ser alado, como se arrancan las hojas de un árbol sin que éste muera. Pero, cuando la luz de la primavera impulse la bandada ha cia las tierras natales, cuando las glán­dulas de cada pajarito, nuevamente ac­tivadas, le transformen en un ser in­dividualista, que defiende su terri torio y llama a su hembra, se recuperarán los miembros perdidos. Y otra vez. el pue­blo dp los pájaros recobrará su lozanía y su densidad habitual.

—Eso sería antes —me d i jo mi ancia­no maestro—, porque lo que.es ahora, desde que echan los polvos para com­batir las plagas, no se oye cantar a un pájaro. Una sola fumigación desde una avioneta, mata más insectívoros que to­dos los pajareros de antaño en la Tem­porada.

No dije una palabra más, porque mi amigo el zapatero lenía toda la razón,

Félix R. DE LA FUENTE