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FRONTERAS DE LA CIENCIA DEMARCACIONES

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FRONTERAS DE LA CIENCIADEMARCACIONES

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Montaña Cámara HurtadoEmilia H. Lopera Pareja (Eds.)

FRONTERAS DE LA CIENCIADEMARCACIONES

BIBLIOTECA NUEVAORGANIZACIÓN DE ESTADOS IBEROAMERICANOS

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La edición de este libro ha sido posible gracias al apoyo económico proporcionado por el proyecto del Plan Estatal de I+D+i «Concepto y dimensiones de la cultura del riesgo», Ref. MINECO-15-FFI2014-58269-P, y por la Consejería de Economía y Empleo del Princi-pado de Asturias para «Grupo de Estudios CTS», Ref. FC-15-GRUPIN14-128

© Los autores, 2016© Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2016

Almagro, 3828010 [email protected]

ISBN: 978-84-16647-78-1Depósito Legal: M-38.292-2016

Impreso en Viro Servicios Gráfi cos, S. L.Impreso en España - Printed in Spain

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribu-ción, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser consti-tutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Espa-ñol de Derechos Reprográfi cos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos

FRONTERAS de la ciencia : demarcaciones / Montaña Cámara Hurtado et al. (eds.). – Madrid : Biblioteca Nueva, 2016

158 p. ; 24 cm. – (Colección Educación, Ciencia y Cultura)ISBN : 978-84-16647-78-11. Neurociencia 2. Ética 3. Economía 4. Ciencias sociales

5. Pseudociencia 6. Alimentación 7. Nanotecnología 8. Magia/espiritismo 9. Aborto 10. Periodismo científi co 11. Publicidad

GTR JFMA JFMG PDZ PSAD PSAN TBN VXW

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ÍNDICE

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Presentación, Montaña Cámara y Emilia Lopera ................................................. 11

IDEMARCACIONES ENTRE CIENCIA

Y FALSAS CREENCIAS

La investigación neurocientífica: Ni aliada ni enemiga de la ética, Asunción Herrera Guevara ............................................................................................... 23

El conflicto de la economía: Ciencia social y aventura pseudocientífica experimental, Emilio Muñoz Ruiz .................................................................. 31

Mitos, pseudociencia y falacias en alimentación, Jose M. Mulet .................... 47

Economía y nanotecnología, Domingo Fernández Agis .................................... 59

Del nosotras parimos al nosotras decidimos: La participación en los límites de una ciencia postnormal, Natalia Fernández Jimeno ................................ 71

Magia, espiritismo y propiedades disposicionales: Reflexiones sobre la cien- cia en la frontera, Irene Díaz García y José Antonio López Cerezo .............. 85

IINUEVOS DESAFÍOS DE LA COMUNICACIÓN

DE LA CIENCIA

Profesionales para la comunicación de la ciencia: ¿Qué periodistas científi- cos y para qué?, Antonio Calvo Roy ............................................................... 103

Ciencia imaginada. La ciencia de la ciencia-ficción, Cipriano Barrio Alonso .... 111

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10 Índice

La cafetera italiana. Un diálogo sobre la ciencia y los valores, Jesús Zamora Bonilla .............................................................................................................. 125

Los usos de la ciencia en publicidad. Una relación en la frontera, Myriam García Rodríguez e Irene Díaz García ............................................................... 139

Autores ................................................................................................................. 153

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PRESENTACIÓN

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Con la edición de este volumen se completa la trilogía Fronteras de la Ciencia publicada íntegramente en esta misma editorial en tres entregas: Fronteras de la Ciencia. Hibridaciones (González García y López Cerezo, 2012); Fronteras de la Ciencia. Dilemas (Barrio Alonso y Cáceres Gómez, 2014); y, por último, el pre-sente libro Fronteras de la Ciencia. Demarcaciones, con el que se cierra la serie. Aprovechando la tribuna que nos brinda esta presentación, a continuación se in-cluye un breve resumen de los contenidos tratados en los dos volúmenes previos con objeto de que dicha recapitulación proporcione el contexto adecuado para si-tuar esta tercera entrega.

El primer libro de la trilogía Fronteras de la Ciencia se centró en tres tipos de hibridaciones que se trataron en sendas secciones. En la primera de ellas, un grupo de contribuciones se ocupó de las fronteras de la ciencia, la tecnología y la innova-ción para abordar el carácter híbrido de estas prácticas a diferentes niveles. A con-tinuación, un segundo grupo de aportaciones ilustró los territorios fronterizos en-tre disciplinas científicas y entre la propia ciencia y otras manifestaciones cultura-les. En la última parte del volumen, diversos autores exploraron la naturaleza híbrida de la cultura científica en diferentes espacios como la enseñanza reglada, los medios de comunicación, la literatura o el cine.

El segundo volumen de Fronteras de la Ciencia se dedicó a los dilemas que en-traña la ciencia en el abordaje de cuestiones complejas y controvertidas, como la necesidad de proteger a la naturaleza de la propia ciencia o hasta qué punto el de-sarrollo cada vez más acelerado de nuevas tecnologías responde a una verdadera necesidad o a otro tipo de intereses. Dicha edición contenía secciones dedicadas al tratamiento de la ciencia en los medios de comunicación, a la gestión del conoci-miento científico en las organizaciones públicas y privadas y a la relación entre in-formación científica, riesgo y salud pública.

En el caso del tercer volumen, Fronteras de la Ciencia. Demarcaciones, su con-tenido aborda el debate sobre cómo afrontar los conflictos y confusiones en la de-marcación entre ciencia y falsas creencias, teniendo en cuenta tanto las dimensio-nes no científicas de la cultura científica como los valores de la ciencia —la aplica-

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ción de la razón, la objetividad, la búsqueda de la verdad y el escepticismo—. Este debate está presente en muchos ámbitos de nuestra vida diaria: la medicina y la salud, la alimentación, el uso de tecnologías, el ocio, etc.

Este libro incluye diez contribuciones y su estructura se articula en dos seccio-nes: I. Demarcaciones entre ciencia y falsas creencias, y II. Nuevos desafíos de la comunicación de la ciencia.

La sección I consta de seis contribuciones. En las dos primeras se advierte de los riesgos asociados a las demarcaciones cuando dichos límites no son tenidos en consideración o, en el peor de los casos, cuando se traspasan u omiten con objeto de equiparar ciencia y falsas creencias con propósitos ideológicos o espurios. Asun-ción Herrera abre el volumen centrando la cuestión en la demarcación entre la neurociencia y la ética desde la perspectiva naturalista, entendiendo naturalismo como determinante de la conducta humana. A continuación, Emilio Muñoz apor-ta su visión crítica en torno a la demarcación entre la economía como ciencia social y como aventura pseudocientífica experimental, cuando no se tienen en cuenta los límites y las leyes de la biología, y la economía de libre mercado asciende a la cate-goría de determinante del funcionamiento de la sociedad global. Las siguientes contribuciones se refieren a temas concretos, así la tercera aportación, elaborada por José Manuel Mulet, se centra en el campo de la alimentación, área en el que muchas cosas se asumen como ciertas sin serlo. Por su parte, Domingo Fernández Agis estudia las interacciones entre economía y nanotecnología como ejemplo de las interacciones entre lo económico y lo tecnocientífico. En la contribución de Na-talia Fernández Jimeno se estudia el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), como un caso de ciencia postnormal, aquella que se construye de forma incierta, en la que los valores están en disputa y en la que las decisiones tie-nen carácter de urgencia. Por último, Irene Díaz García y José Antonio López Cerezo seleccionan la magia, el espiritismo y las propiedades disposicionales como objeto de reflexión sobre la ciencia en la frontera.

En su contribución, Asunción Herrera argumenta que la neurociencia no su-pone un peligro para la ética porque conocer el funcionamiento neurológico del razonamiento, de la toma de decisiones o de las emociones no representa un obs-táculo para el quehacer ético. Más bien al contrario, la neurociencia puede ser de gran ayuda para dirimir ciertos dilemas bioéticos, como el aborto o la eutanasia, con una caracterización de la neurociencia capaz de fijar claramente sus límites. La autora pone como ejemplo de su razonamiento la decisión del Tribunal Supremo estadounidense que, apoyándose en estudios neurocientíficos que mantienen la no sostenibilidad del sistema nervioso hasta los seis meses de gestación, ha fijado el límite del aborto legal en la semana 23. El peligro viene del llamado naturalismo «duro», cuando determinados sociobiólogos o psicólogos evolucionarios establecen relaciones de causación entre determinados datos experimentales y ciertos compor-tamientos morales. Una vez queda explicado que la neurociencia no es problemá-tica para la ética, en la segunda parte de su contribución Herrera se pregunta si ocurre lo mismo con la neuroética, una ética integrada en el cerebro con respuestas

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Presentación 15

biológicas universales a los dilemas morales. Ante este planteamiento, la autora explica que si el naturalismo «duro» ha ido unido a parámetros como la inteligen-cia, la raza o los genes, desde la perspectiva de la neuroética el parámetro es el cere-bro mismo. Aunque esto ya es suficiente para mantenernos alerta, la neuroética abre nuevos interrogantes sobre el análisis del cerebro desde el naturalismo que son difíciles de responder: qué ocurre con la cuestión del libre albedrío, cómo se expli-carían las diferencias culturales o qué papel tienen los disidentes (inferiores, delin-cuentes, enfermos...).

La contribución de Emilio Muñoz Ruiz aborda el debate de las fronteras en que está inmersa actualmente la economía como ciencia social tal y como la configuró Adam Smith en La riqueza de las naciones, al tiempo que advierte de la gran responsabilidad que ello implica para los economistas del mundo acadé-mico en el actual contexto de crisis económica y social. En su exposición parte de las relaciones de conflicto entre las políticas económicas aplicadas durante la crisis actual y las propias leyes de la biología evolutiva desde el enfoque filosófico y ético. Dicho análisis crítico, que cronológicamente abarca desde 2012 hasta el verano de 2015, se asienta sobre dos textos que el autor considera fundamentales para establecer nuevas tesis en este campo —Los Informes Lugano I y II de Susan George y un trabajo de Mario Bunge, La conexión entre pseudociencia-filosofía-política—. Tomando estos textos como marcos de referencia, esta contribución describe el recorrido y evolución de una línea de alta divulgación en la que desde la filosofía científica se ha confrontado la filosofía pseudocientífica que subyace a la aplicación de determinadas prácticas políticas y económicas de ideología liberal.

José Manuel Mulet perfila las principales falacias que pueden encontrarse en la información sobre alimentación que se da, principalmente, en los medios de co-municación generalistas. En temas de alimentación, y especialmente en todo lo relacionado con la biotecnología vegetal aplicada a la agricultura hay conceptos pseudocientíficos o falsos profundamente enraizados en la opinión pública, sobre todo en la europea. Al hablar de dietas milagro y enzimas mágicas el autor hace referencia a la obra La enzima prodigiosa del japonés Hiromi Shinya, en la que, partiendo de la base de que no existe ninguna enzima madre a partir de la cual se forman todas las enzimas del cuerpo humano, el único mensaje razonable es que conviene comer menos carne y más verduras y no abusar de la ingesta de calorías. También se aborda la ciencia y el mito detrás de la agricultura ecológica. Un ali-mento no es ecológico por ser más sano, ser local o haber sido producido por pe-queños agricultores. De la misma manera que a la comida ecológica se le suponen todas las virtudes, su reverso tenebroso sería la ingeniería genética aplicada a la agricultura, concretamente las plantas transgénicas. Un transgénico, a pesar de ser una modificación mínima sobre un alimento tradicional como el maíz o la soja, se considera un nuevo alimento y tiene que superar un complejo y carísimo proceso de autorización. La primera consecuencia es que solo las empresas grandes pueden plantearse sacar un organismo modificado al mercado, debido al costoso proceso

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de autorización. El autor indica que uno de los factores que juega en contra de la fidelidad de la información en el ámbito de la alimentación y la nutrición en gene-ral, es el hecho de que apenas se tratan estos conceptos durante la educación. El estudio de la comunicación en alimentación o en biotecnología vegetal y cómo se vende como ciencia lo que realmente es pseudociencia, es un campo que todavía no está suficientemente investigado.

La contribución de Domingo Fernández Agis estudia la evolución de la nano-tecnología como ejemplificación elocuente de cómo, en las interacciones entre lo económico y lo tecnocientífico, tienden a ser escamoteadas cuestiones que poseen una trascendencia ética de primer orden y que deberían situarse en el debate ético y político en un lugar de preponderancia. El autor se aproxima a algunas cuestiones de particular relevancia ética, en relación con esta nueva frontera del progreso tec-nocientífico y con las contrapartidas económicas de dicho progreso, y considera que las expectativas de beneficio económico ni deben ser el incentivo primordial para el desarrollo de la nanotecnología ni justificar aquello que, desde una perspec-tiva ética, carece de justificación. Además en el ámbito nanotecnológico, el espec-tacular nivel de inversión económica realizado no ha venido acompañado de la mejora en la eficiencia de los mecanismos de regulación y control.

Natalia Fernández Jimeno selecciona como caso de estudio el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), polémica que ya tiene un amplio re-corrido en nuestro país, dado que las sucesivas reformas o intentos de reforma han generado una importante discusión social e involucrado a distintos sectores de la población. Hechos y valores se confunden en los usos de argumentos científicos en el debate sobre el aborto. Sin embargo, el problema no es únicamente la utilización ilegítima de la ciencia para cerrar el debate, sino que el debate mismo trasciende las posibilidades de la ciencia de dirimirlo. La autora, siguiendo los planteamientos de Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz (1993), que recogen las inquietudes de Weinberg y de Jassanoff en lo que denominan «ciencia postnormal», considera este debate como un ejemplo de la misma, dado que no puede presentarse como un terreno firme al que agarrarse para la toma de decisiones racionales en aspectos tan impor-tantes a nivel social como son la salud sexual y reproductiva.

La última contribución de esta sección, elaborada por Irene Díaz García y José Antonio López Cerezo, plantea una reflexión abierta e informal, basada en interro-gantes sugerentes más que en respuestas concluyentes o certidumbres, acerca de los límites y el sentido de la ciencia. Estos autores se ocupan de las dificultades para definir eso que llamamos «ciencia», respecto a fijar una meta y trazar una frontera precisa frente a otras manifestaciones de la cultura y, en particular, el amplio y di-verso mundo de la magia. El espiritismo, por un lado, y la física, por el otro, mar-can claros hitos para ayudarnos a trazar las fronteras del mapa de la ciencia, y pueden ser usadas a modo de ejemplares para decidir qué queda dentro y qué fue-ra. Los autores entienden el sustantivo «ciencia» y el adjetivo «científico» como análogos a propiedades disposicionales y por ello no pueden recibir una definición explícita, solo una especificación incompleta de «condiciones de verificación».

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Presentación 17

La sección II de este volumen sobre los nuevos desafíos de la comunicación de la ciencia se sitúa en el siguiente contexto. Uno de los objetivos generales de la vigente Ley de la Ciencia (Ley 14/2011 de 1 de junio, de la Ciencia, la Tecno-logía y la Innovación) es impulsar la cultura científi ca, tecnológica e innovadora a través de la educación, la formación y la divulgación en todos los sectores y en el conjunto de la sociedad. En cuanto a la divulgación, los medios de comunica-ción tienen un importante rol como correa de transmisión de información desde las esferas científi cas a la esfera pública, tal y como señalan los sucesivos estudios demoscópicos. En las encuestas los ciudadanos afi rman que para ellos los medios de comunicación son la principal fuente de información sobre ciencia y tecnolo-gía, fuera de la educación reglada. Pero esta labor de trasladar y traducir, para hacer accesible al público lego complejos contenidos científi cos, normalmente elaborados con un léxico experto y lenguaje probabilista, no está exenta de desa-fíos. Y por ello, en esta sección II, se analizan precisamente estos nuevos desafíos de la comunicación de la ciencia en cuatro contribuciones: los dos primeros tex-tos se ocupan de las particularidades de sendos tipos de relatos sobre la ciencia y la tecnología —el relato periodístico y el relato de ciencia-fi cción—, la tercera contribución propone, como un caso concreto, la comunicación de la ciencia y sus valores a través del diálogo entre distintos personajes, mientras que la última aportación analiza el discurso científi co como recurso persuasivo en la publici-dad de productos.

El capítulo firmado por Antonio Calvo Roy pone el foco en los profesionales de la comunicación científica, en la necesidad de especialización, en las dificultades que entraña su labor y en la función social que deben cumplir como agentes impli-cados en el proceso de comunicación social de la ciencia. A continuación, y desde la aproximación de los estudios sociales de la ciencia, Cipriano Barrio Alonso abor-da las implicaciones sociales de la comunicación de la ciencia que tiene lugar me-diante la difusión de obras de ciencia-ficción, como ciencia imaginada en la litera-tura y en el cine. Con formato libre, Jesús Zamora Bonilla presenta una conversa-ción entre tres personajes en la que se profundiza en los valores de la ciencia, utilizando como metáfora de cómo se distribuyen tales valores las tres secciones que proyecta el perfil de una cafetera italiana. En la cuarta contribución, Myriam García Rodríguez e Irene Díaz García revisan las campañas publicitarias que acu-den a la ciencia y al discurso científico como recurso para la persuasión, siendo este fenómeno especialmente destacable en el contexto de la salud dando origen al marketing pseudocientífico y seleccionando como caso de estudio el Actimel.

Calvo Roy comienza su contribución encarando uno de los principales desafíos del periodismo científico —la especialización profesional—, la necesidad de contar con periodistas debidamente especializados en materias que no son del dominio público para que sean capaces de explicar a sus contemporáneos el mundo en que viven. Un mundo donde se toman decisiones en torno a debates plagados de cono-cimiento experto —como por ejemplo, la genética o el cambio climático—, de los que el periodista no solo tiene que informar, sino también —y más importante—

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explicar en qué consisten y qué implicaciones tiene cada decisión política. A conti-nuación, el autor se detiene en los cinco puntos necesarios para el buen ejercicio del periodismo científico —colaborar en la generación de cultura científica, explicar tanto el avance de las ciencias como sus limitaciones para ir más allá de la creación de opinión y perseguir la generación de criterio entre la población, mostrar cómo funciona la ciencia, su naturaleza, objetivos y sistema de financiación, informar sobre las decisiones políticas en materia de inversiones en I+D+i y, finalmente, fo-mentar la dimensión económica de la divulgación contribuyendo a la transferencia del conocimiento, al desarrollo industrial y a una cultura empresarial que impulse la productividad—. Para finalizar, esta contribución también se ocupa del siempre delicado tema de las fuentes de información científicas y de la irrupción de los nuevos formatos mediáticos de Internet.

Partiendo de una demarcación elemental entre la ciencia y la no ciencia, Barrio Alonso arranca su contribución diferenciando tres categorías de la no ciencia: lo que no es ciencia ni nunca podrá serlo a pesar del artificio (pseudociencias), lo que no es ciencia pero podría llegar a constituirse como tal (preciencia o protociencia) y la ciencia que aparece en la literatura de ciencia-ficción (ciencia imaginada) que, aunque no es real, debido a la estrecha conexión con conocimientos científicos existentes puede llegar a serlo en el futuro. Desde este planteamiento previo, el autor analiza la presencia de esa ciencia imaginada en el vasto territorio de las no-velas de ciencia-ficción que se extiende desde el siglo xviii —Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift— al siglo xx —con sagas como Yo, Robot y Fundaciones de Isaac Asimov—, sin olvidar los relatos universales de Julio Verne y H. G. Wells, ni el grupo de autores antiutópicos liderado por Adolf Huxley y George Orwell. El análisis de los supuestos básicos y las tramas de las obras de Asimov ponen de ma-nifiesto la necesidad de posar una mirada crítica en este tipo de contenidos desde la perspectiva de los estudios sociales de la ciencia debido a sus implicaciones e interrogantes, no ya tanto en futuros imaginados, sino también en la sociedad ac-tual. Entre ellos el autor destaca el precario equilibrio entre la visión negativa de la ciencia y la ingenuidad del optimismo tecnológico, el deseo atávico de conocer por anticipado la evolución de los acontecimientos sin otro objeto que poder modificar dicha evolución, en teoría, en pos de un futuro mejor, o las consecuencias sociales que puede acarrear la combinación de carencia de cultura científica con determi-nados anhelos a la hora de crear confusión entre las predicciones literarias sobre logros científicos y tecnológicos y la creencia irracional de dichos productos y ser-vicios imaginados como algo posible y real.

Por su parte, Zamora Bonilla relata mediante diálogos cómo tres personajes exponen sus argumentos sobre las demarcaciones que existen entre los distintos valores de la ciencia intrínsecos a la naturaleza de la producción científica. Según se expresa en esta contribución que simula una tertulia, en la ciencia conviven no siempre en armonía miles de prácticas diferentes, criterios metodológicos, hipótesis y múltiples intereses. Una primera demarcación general sería acotar el concepto de ciencia como conjunto de prácticas e instituciones que comparten un esquema

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de valores y métodos fundamentales. En este contexto, el autor entiende valor como razón para justificar un criterio normativo, es decir, un criterio sobre lo que es correcto o incorrecto. Dado que estos criterios se pueden buscar en la práctica científica de cualquier disciplina en forma de pautas y normas, los mapas de valores de todas las comunidades científicas tendrán una estructura bastante similar. El autor se sirve de la imagen de una cafetera italiana, cuyas secciones superior, central e inferior representan la geografía de dicho mapa de valores. Esta estructura estará compuesta, en la base o sección inferior, por una serie de valores que se correspon-den con los métodos utilizados en las distintas disciplinas; serían los valores instru-mentales. Por la parte de arriba, sección superior, también existen numerosos valo-res que están relacionados con lo que se quiere alcanzar con la aplicación del cono-cimiento obtenido; estas aplicaciones serían los valores finales. Mientras que los valores instrumentales y finales difieren de una disciplina a otra, los valores situados en la sección central —la verdad empírica, la gloria científica y la economía o efi-ciencia— son muy semejantes en todas las disciplinas.

En la siguiente contribución, García Rodríguez y Díaz García revisan la cons-tante interacción entre ciencia y sociedad con la publicidad a través de los medios de comunicación. Un buen ejemplo lo constituyen las campañas publicitarias que acuden a la ciencia y al discurso científico como recurso para la persuasión, siendo este fenómeno especialmente destacable en el contexto de la salud dando origen al marketing pseudocientífico y seleccionando como caso de estudio el Actimel. Este trabajo se limita a los mensajes lingüísticos emitidos en las campañas de televisión entre los años 2006 y 2010 dado que la televisión continúa siendo el medio con mayor permeabilidad social, por lo que los mensajes publicitarios transmitidos en ella poseen un gran alcance. Las autoras concluyen que la utilización de la buena imagen de la ciencia por parte de la publicidad es un fenómeno aún escasamente explorado desde los estudios sociales de la ciencia. Por ello consideran que los usos y abusos de la ciencia en publicidad admiten, al menos, un análisis en dos niveles: ético (en tanto que propician rutinas susceptibles de ser valoradas como deseables o reprobables) y epistémico (por su contribución a configurar una imagen concre-ta de la ciencia en el imaginario colectivo).

Aunque el presente volumen pone punto final a la colección Fronteras de la Ciencia, en un mundo cada vez más complejo y tecnificado, la ciencia en general y las disciplinas desde las que se abordan los Estudios Sociales de la Ciencia (Estudios CTS) seguirán siendo una frontera sin fin o sin límites; con ambas expresiones se ha traducido al castellano el título del informe Science, the endless frontier que Vannevar Bush, asesor científico de Franklin D. Roosevelt, elaboró para el presi-dente de Estados Unidos en 1945. Dicho informe recoge de manera sistemática las bases de la política científica moderna, supone un alegato en favor de un mayor apoyo gubernamental a la ciencia y establece los medios para conseguir este fin a través de la creación de la National Science Foundation.

Agradecemos el apoyo económico proporcionado por el proyecto del Plan Es-tatal de I+D+i «Concepto y dimensiones de la cultura del riesgo», Ref. MINECO-

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15-FFI2014-58269-P y por la Consejería de Economía y Empleo del Principado de Asturias para «Grupo de Estudios CTS», Ref. FC-15-GRUPIN14-128.

Referencias bibliográficas

Barrio Alonso, C. y Cáceres Gómez, S. (eds.) (2014), Fronteras de la ciencia. Dilemas, Madrid, Biblioteca Nueva/OEI.

González García, M. I. y López Cerezo, J. A. (eds.) (2012), Fronteras de la ciencia. Hi-bridaciones, Madrid, Biblioteca Nueva/OEI.

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IDEMARCACIONES ENTRE CIENCIA

Y FALSAS CREENCIAS

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La investigación neurocientífi ca: Ni aliada ni enemiga de la ética

Asunción Herrera GuevaraUniversidad de Oviedo

Breve caracterización de la neurociencia

Se han escrito tantas caracterizaciones sobre la Modernidad que sería fatuo y pretencioso rememorar los diversos hitos históricos, filosóficos o sociológicos que jalonan tan comentado acontecer. La Modernidad puede ser asumida como un hecho inequívoco que tiene su tardío despertar en el siglo xviii —otra cosa distin-ta sería entrar a discutir si podemos precisar con tanta exactitud la existencia de lo que vino en llamarse, con posterioridad, Postmodernidad—. Lo que me interesa remarcar al inicio de este estudio es la alianza que se estableció, sobremanera a partir de mediados del xix, entre la Modernidad y un nuevo Naturalismo. El origen de las especies (Darwin, 1859) será una de las obras que más influencia directa o indirecta tendrá sobre la nueva cosmovisión naturalista. Si en filosofía Kant es el referente moderno por antonomasia, en las ciencias naturales lo será la obra de Darwin. Como dice Habermas (2006), en una de sus últimas obras, no podemos pensarnos modernos sin conciliar a Kant con Darwin.

Como describió Anatole France en Los dioses tienen sed (France, 1979), los acontecimientos revolucionarios, en este caso la Revolución Francesa, suelen mos-trar una doble cara. La alegría con la que Gamelin, personaje central de su novela, celebró la llegada de la diosa razón, se alió con la desesperanza vivida en plena épo-ca del terror. Acorde con esta idea, el nuevo y revolucionario naturalismo supone, como diría Nietzsche, el primer bostezo de la razón, la razón despierta de un somnoliento sueño marcado por el oscurantismo y por la falsa creencia de conside-rar al hombre por encima del orden natural. Pero junto a este despertar se inaugura

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la época de un nuevo fundamentalismo, el llamado naturalismo fuerte, uno de los aliados del cientificismo. Basta con recordar los desmanes de Galton —curioso per-sonaje victoriano, primo de Darwin— quien aprovechándose de los hallazgos darwinistas e interpretándolos de una manera tendenciosa, social y políticamente, se convirtió en el justiciero del puritanismo inglés. Con su teoría eugenésica preten-día facilitar lo que él consideraba la acción de la evolución. En su obra de 1869, La herencia del genio, se propone mejorar la raza humana (Galton, 1978). Según sus palabras sería preciso detectar a los mejores dotados física y mentalmente y favorecer sus matrimonios. Al mismo tiempo, sigue Galton con su «perspicaz inteligencia», tendríamos que identificar a todos aquellos que con sus taras pudieran contribuir al deterioro de las razas. La lista de los «tarados» es tan aberrante como extensa: enfer-mos, delincuentes, pobres endémicos, débiles mentales y madres solteras.

Galton es una muestra lejana de los desmanes que se pueden llegar a cometer en nombre de algún tipo de naturalismo. Cualquier forma de naturalismo fuerte, en numerosas ocasiones aliado de la sociobiología o de la actual psicología evolucio-naria, unido a una dosis de determinismo, colisiona con principios fundamentales del llamado punto de vista moral. Las cuestiones morales —las cuestiones de justi-cia— ligadas al universalismo, al concepto de libertad, al imperativo categórico kantiano y a la regla de oro de la moral, no casan con una cosmovisión determinis-ta del ser humano.

Ahora bien, estar alerta ante los peligros del naturalismo fuerte no puede signi-ficar en ningún caso frenar ciertas investigaciones científicas y, más concretamente, neurocientíficas, que pueden coexistir sin enfrentamientos con muchas de las clá-sicas cuestiones morales.

El estudio neurocientífico sobre el funcionamiento del cerebro humano nos per-mite ahondar en el laberinto del razonamiento. Conocer el soporte neurobiológico del razonamiento, de la toma de decisiones o de las emociones en nada entorpece el quehacer ético. Lo empobrecedor y peligroso sería reducir la conducta moral del ser humano a circuitos neuronales, pero esto es algo que no suelen realizar los neurocien-tíficos. La mayor parte de esta literatura espuria la encontramos entre filósofos mora-les con pretensiones cientificistas y entre los llamados psicólogos evolucionarios1.

Los tiempos de la frenología fundada por Franz Joseph Gall han quedado lejos. A finales del siglo xviii surge una curiosa disciplina, llamada primero organología y posteriormente frenología, como resultado de la unión entre psicología tempra-na, neurociencia temprana y filosofía moral. Los nuevos estudios aportaron intere-

1 Uno de los defensores de la psicología evolucionaria es Matt Ridley, autor de The Origins of Virtue. Towards a Natural History of Virtue (Ridley, 1996). Ridley presenta su obra como un antídoto al «error de Huxley» quien proclamaba que el progreso ético dependía de combatir la naturaleza. The Origins of Virtue busca las raíces de la sociedad humana, de la cooperación y del altruismo. Desde su teoría «gene-tilitarista» considera que la cooperación y el altruismo son posibles gracias a la biología evolutiva: lo social no es un invento de hombres razonables, sino que se desarrolló como parte de nuestra naturaleza y es tan producto de nuestros genes como lo son nuestros cuerpos.

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santes novedades con respecto a la investigación sobre el cerebro. Como Damasio comenta en El error de Descartes, Gall fue uno de los pioneros en distanciarse del dualismo cartesiano, que se mostraba intransigente a la hora de separar la res cogi-tans de la res extensa. No solo afirmó que el cerebro era el órgano del espíritu, «sino que intuyó, correctamente, que había muchas partes en esta cosa llamada cerebro, y que existía especialización en términos de las funciones que dichas partes desem-peñaban» (Damasio, 1996: 33). Del hecho neurocientífico de que cerebro y cuer-po estén indisociablemente integrados mediante circuitos bioquímicos y neurona-les, no se sigue ni la negación de la influencia del ambiente a la hora, pongamos por caso, de razonar y tomar decisiones, ni la determinación neurobiológica de nuestra conducta práctica. Nuestro cerebro y nuestro cuerpo son el andamiaje neuronal y biológico. El «yo» puede ser definido, como hace Damasio, como un estado neu-robiológico perpetuamente recreado. El «yo» no es un homúnculo, un hombrecillo dentro del cerebro. Esta sería la determinación neurocientífica del «yo» y, evidente-mente, a la neurociencia se le debe exigir una descripción neurocientífica de la conducta humana. Cuando exigimos otro tipo de descripciones (morales, ponga-mos por caso) unidas a conceptos prácticos tales como el de responsabilidad o libre albedrío, gran parte de la neurociencia introduce nuevos conceptos y distinciones. Así, Gazzaniga (2006) reconoce la diferencia entre cerebro, mente y personalidad. Los cerebros podríamos pensar que son tan mecánicos como un reloj, pero las mentes no. Las personas con su mente y personalidad son libres, los cerebros no. Como bien explica Damasio, una cosa son los pasos que da el cerebro en los circui-tos que median entre el estímulo y la respuesta, y, otra, la capacidad de representar internamente imágenes y de ordenarlas en un proceso llamado pensamiento, a partir de aquí, podemos hablar de mente y comenzar a atribuir responsabilidades.

Es cierto que sí ha habido tendencias deterministas en la neurociencia, una de las más cercanas se desarrolló a raíz de la obra de Benjamin Libet en la década de 1980 (Libet, 1991). Los experimentos de Libet parecían concluir que el cere-bro desarrolla su función antes de que el individuo sea consciente de un pensa-miento: el cerebro habilitaría la mente2. En contra de estos posicionamientos

2 No deja de ser sorprendente que Libet y sus colaboradores de la Universidad de California des-cubrieran lo contrario de lo que pretendían. Realizaron sus experimentos con la pretensión de encon-trar las bases neurológicas de la libertad y acabaron constatando que las acciones consideradas volun-tarias, realmente, estaban siendo dirigidas por nuestro cerebro. Grosso modo, el experimento repetido, reiteradamente, pedía a los sujetos de la investigación que levantaran un dedo de la mano derecha o toda la mano cuando lo consideraran oportuno. Se encontraban frente a una esfera en la que un pun-to se movía sin parar en la dirección de la aguja del reloj cuyo recorrido tardaba 2,56 segundos. Al mismo tiempo, el comienzo del movimiento real del sujeto era medido por un Electromiograma. En definitiva, la hipótesis era la siguiente: si el punto en el que un individuo toma la decisión de levantar la mano es posterior al potencial de alerta que se registra con el Electromiograma, cabría sospechar que el sujeto en cuestión no ha sido realmente libre. Su acción parecería que ha sido predeterminada ante-riormente por el cerebro. Esto es lo que realmente ocurrió. No puedo tratar en este trabajo las nume-rosas críticas que recibieron, a lo largo de años, los experimentos de Libet.

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deterministas, numerosos neurocientíficos, desde el famoso caso de Phineas Gage en 1848, saben, por ejemplo, que el lóbulo frontal cumple una función primor-dial en la conducta social normal3. De igual modo, se ha corroborado que indi-viduos con lesiones tipo Gage no están determinados a cometer crímenes o actos violentos; las probabilidades de cometerlos son semejantes a las de cualquier otra persona.

En definitiva, y para cerrar este apartado, el camino de la neurociencia no con-duce inexorablemente a un naturalismo fuerte aliado con cualquier forma de de-terminismo. Todo lo contrario, una caracterización adecuada de la neurociencia, capaz de fijar claramente sus límites, puede aportar una importante ayuda a la hora de dirimir cuestiones bioéticas tales como el aborto o la eutanasia4. Los datos neu-rocientíficos nos sirven en numerosas ocasiones para eliminar prejuicios y, lo que es fundamental, para una sociedad laica y pluralista, nos hacen ver la necesidad de poner entre paréntesis nuestras creencias y cosmovisiones personales a la hora de tomar decisiones en la esfera bioética.

La bestia negra de la ética o de la bioética no es la neurociencia, el peligro viene de la mano de la utilización por parte de sociobiólogos y psicólogos evolucionarios, entre otros, de sus datos científicos y experimentos. En determinadas obras de esta tendencia se entrevé, claramente, el intento de establecer una causación —que ni siquiera correlación— entre los resultados de determinadas investigaciones clínicas y ciertos comportamientos morales.

Otro tema ante el cual debemos estar alerta es la utilización comercial de de-terminados avances en los estudios sobre la potenciación de lo cognitivo. Esta es una cuestión recurrente en todos los adelantos biotecnológicos. Desde que la in-dustria farmacéutica extendió sus brazos hacia lo puramente comercial y crematís-tico, ninguna investigación biotecnológica o neurocientífica que suponga cual-quier tipo de perfeccionamiento físico o mental queda libre de sospecha. Esta es una muestra más de la lógica mundi en que vivimos. No podemos rasgarnos, hi-pócritamente, las vestiduras, ya que sabemos que el tipo atroz de globalización tardocapitalista, en el que estamos inmersos desde los años 80, permite este tipo de compra-venta y mucho más. La libertad, como un valor político, siempre ha tenido y tiene límites; la libertad económica parece no tenerlos. O cambiamos

3 El célebre caso de Phineas Gage es documentado por Damasio (1996) en su obra El error de Descartes. Es bien conocida la trascendencia del caso: Phineas Gage, empleado del ferrocarril, víctima de un accidente laboral, ve como un hierro le penetra por la mejilla izquierda, perfora la base del crá-neo, atraviesa la parte frontal del mismo y sale a gran velocidad a través de la parte superior de la cabe-za. Milagrosamente en menos de dos meses se da a Phineas por curado. Este aspecto queda eclipsado por el asombroso giro que la personalidad de Gage dará: «Gage ya no era Gage». Investigaciones mo-dernas llegaron a la conclusión de la existencia de una relación entre determinada zona del cerebro y el comportamiento moral y social de las personas.

4 El Tribunal Supremo estadounidense, apoyándose en los estudios neurocientíficos que mantie-nen la no sostenibilidad del sistema nervioso hasta los seis meses de gestación, ha fijado el límite del aborto legal en la semana 23.

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esto o cualquier protesta sobre la instrumentalización de los avances biomédicos quedará en agua de borrajas.

Cabe hacerse una pregunta más: si la neurociencia parece no ser la enemiga de la ética, ¿podemos afirmar lo mismo de la llamada neuroética?

Neuroética

La ética de la neurociencia no es problemática: pretende desarrollar un marco ético sobre el que regular las actividades que se llevan a cabo en la investigación neuro-científica. Tampoco sería problemática la definición dada por William Safire, para quien la neuroética designaría «el ámbito de la filosofía que trata sobre los aspectos buenos y malos del tratamiento o la potenciación del cerebro humano» (Safire, 2003). Desde que Safire acuñó el término, allá por el año 2003, la llamada neuroética ha ampliado sus funciones. Gran parte de los estudios sobre neuroética no se conforman con hacer bioética del cerebro. Es el caso de los trabajos de Marc Hauser (2008) quien creó el llamado «Test del sentido moral»5. Apoyándose en este y otros trabajos, algunos autores como J. Q. Wilson o M. S. Gazzaniga quieren proponer una filosofía de la vida con un fundamento cerebral, en definitiva, «la idea de que podría existir un con-junto universal de respuestas biológicas a los dilemas morales, una suerte de ética in-tegrada en el cerebro» (Gazzaniga, 2006: 17). Experimentos basados en neuroimáge-nes parecen apoyar estas afirmaciones: cuando los sujetos responden de una determi-nada manera ante un dilema moral se activa determinada parte del cerebro. Más aún, ante los mismos dilemas morales los sujetos responden de la misma manera. Esta-mos ante un arriesgado universalismo moral fundamentado en el cerebro.

¿Qué decir ante este planteamiento neuroético?Por lo pronto, debemos percatarnos que aún refiriéndose a una disciplina nue-

va, la neuroética, nos enfrentamos a la misma ideología de siempre, la del natura-lismo fuerte. El fundamento de este naturalismo puede ser, actualmente, el cere-bro, pero con anterioridad este tipo de naturalismo ha ido unido a diferentes pará-metros: la inteligencia, la raza o los genes son tres de los ejemplos más comunes.

Los problemas de una neuroética presentada como ética del cerebro son dispa-res. Mencionaré algunos de ellos.

1. Desde la época en que Moore criticó a los naturalistas éticos por cometer falacia naturalista, la crítica sigue siendo válida para cualquier forma de naturalismo ético. «Los naturalistas se presentan como capaces de hacer dos cosas con la palabra “bueno”, a saber: i) señalar que se usa solo para descri-

5 Entre las diferentes pruebas a las que Hauser sometía a los sujetos, para ver cómo respondían moralmente, se encuentra el dilema del tren fuera de control que arrollará a cinco personas si el sujeto X no acciona una palanca, y si la acciona morirá arrollado un solo individuo. Ante este dilema ¿qué es lo moralmente lícito?

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bir ciertas propiedades naturales; y ii) usarla en la enseñanza ética. El éxito de Moore fue mostrar que no pueden (lógicamente) hacer las dos cosas» (Hudson, 1975: 92). Cualquier teoría naturalista que pretenda mostrar que la moralidad está lógicamente conectada con una cualidad o parámetro natural fracasa estrepitosamente. Afi rmar que cuando razonamos moral-mente entran en juego diferentes zonas de nuestro cerebro no es problemá-tico, todo lo contrario, sabemos desde los primeros tiempos de la psicología evolutiva que podemos hablar de un cognitivismo en el aprendizaje moral. Ahora bien, afi rmar que la moralidad reside en el cerebro como ética uni-versal y que está a su vez conectada con la supervivencia y la adaptación es un paso ilegítimo. ¿Cuáles serían los contenidos de esa ética? ¿Cómo expli-caría este naturalismo el libre albedrío? ¿Cómo explicar las diferencias cul-turales? ¿Dónde encajarían los disidentes?

2. Al respecto de este último punto quisiera recordar algunos de los problemas a los que tuvo que someterse una teoría moral cognitivista y universalista como la de Kölhberg. Cuando leemos algunos de los experimentos de Wilson o Hauser inevitablemente nos viene a la cabeza las investigaciones de Kölhberg y, en numerosas ocasiones, su débil complexión argumentativa. Tan solo apuntaré algunos de los puntos flacos y mantendré que las nuevas indagaciones de la neuroética, en apoyo de una ética universal con fundamento cerebral, su-fren los mismos ataques. Las críticas que se pueden destacar serían: a) la no-universalidad del modelo en todas las culturas; b) la distorsión, que parecen no tener en cuenta los neuroéticos, entre una investigación planteada en un nivel de razonamiento moral (soluciones éticamente correctas a dilemas hipo-téticos) y otra en el nivel de la práctica moral (soluciones éticas concretas ante dilemas reales)6; c) falta de comprobación empírica de los estadios cognitivos que haría cuestionar su supuesto carácter «natural»; y d) cómo integrar en es-tos modelos a disidentes tales como los relativistas o escépticos axiológicos.

3. Por último quisiera remarcar un aspecto que tienen en común todos los na-turalismos fuertes. Cualquier búsqueda de un rasgo esencialista, en una no menos esencialista Naturaleza Humana, conduce inexorablemente al camino de la discriminación y la desigualdad. ¿Cómo calificaremos a los que no en-cajen dentro de los patrones de esa supuesta ética universal fundamentada en el cerebro? ¿Los consideraremos inferiores, delincuentes o enfermos? ¿Cómo estigmatizaremos a las culturas que tampoco respondan como se espera a los «test de sentido moral? ¿Las consideraremos inferiores y, por tanto, intentare-mos colonizarlas, educarlas hablando eufemísticamente?

6 Damasio en El error de Descartes comenta las diferencias que presentaba un paciente llamado Elliot cuando debía responder a dilemas planteados en el laboratorio frente a dilemas que debía resol-ver en la vida real. Más concretamente se refiere a una versión modificada del dilema de Heinz diseña-do por Kölhberg y colaboradores. En el laboratorio su razonamiento moral era impecable no así en la vida ordinaria. (Damasio, 1996: 67-73).

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