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El mundo como frontera y la (re)fronterización mundial Federico Besserer Departamento de Antropología Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Rocío Gil Departamento de Antropología Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa Daniela Oliver Departamento de Antropología Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa INTRODUCCIÓN En las siguientes páginas trataremos de dar cuenta de dos procesos que se desarrollan concomitantemente: Por un lado la construcción de nuevas regiones fronterizas y por el otro lado la demarcación de viejas y nuevas líneas fronterizas. Se han hecho ya algunos trabajos sobre el uso del concepto “frontera” en las ciencias sociales y las humanidades (Álvarez 1995; Garduño 2003, Olmos 2007, Michaelsen y Johnson 2003), no es nuestra intención repetir estos esfuerzos. El trabajo que aquí presentamos surge de la investigación etnográfica que en la Universidad Autónoma Metropolitana hemos realizado en el marco del Programa de Estudios Transnacionales, y refiere a la necesidad y los problemas relacionados con la configuración de un marco conceptual que ayude a entender la nueva geografía que construyen y habitan los sujetos que estudian nuestras disciplinas. Este trabajo propone que el proceso de “fronterización” por el que han pasado los espacios aledaños a las líneas divisorias internacionales se está replicando de diversas formas en el resto del país. Vamos a destacar los procesos que han contribuido en la formación de grandes regiones fronterizas, tales como los 1

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Fronteras y fronterización

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El mundo como frontera y la (re)fronterización mundial

Federico BessererDepartamento de Antropología

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

Rocío Gil Departamento de Antropología

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

Daniela OliverDepartamento de Antropología

Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa

INTRODUCCIÓN

En las siguientes páginas trataremos de dar cuenta de dos procesos que se desarrollan concomitantemente: Por un lado la construcción de nuevas regiones fronterizas y por el otro lado la demarcación de viejas y nuevas líneas fronterizas. Se han hecho ya algunos trabajos sobre el uso del concepto “frontera” en las ciencias sociales y las humanidades (Álvarez 1995; Garduño 2003, Olmos 2007, Michaelsen y Johnson 2003), no es nuestra intención repetir estos esfuerzos. El trabajo que aquí presentamos surge de la investigación etnográfica que en la Universidad Autónoma Metropolitana hemos realizado en el marco del Programa de Estudios Transnacionales, y refiere a la necesidad y los problemas relacionados con la configuración de un marco conceptual que ayude a entender la nueva geografía que construyen y habitan los sujetos que estudian nuestras disciplinas.

Este trabajo propone que el proceso de “fronterización” por el que han pasado los espacios aledaños a las líneas divisorias internacionales se está replicando de diversas formas en el resto del país. Vamos a destacar los procesos que han contribuido en la formación de grandes regiones fronterizas, tales como los procesos políticos, económicos, y sociales que darán como resultado el “borderland/ la frontera norte”, las “fronteras urbanas”, las “cadenas globales de mercancía”, y los espacios fronterizos construidos por los sujetos transnacionales. Estas regiones fronterizas pueden ser espacios geográficos contiguos como aquellos que se diseminan en torno a la frontera internacional entre México y Estados Unidos. Pero también pueden ser espacios dis-contiguos que son articulados por relaciones sociales que integran de alguna manera la vida que se da al interior de ese archipiélago fronterizo. Analizaremos por otro lado, la manera en que las líneas fronterizas atraviesan a las regiones de frontera, así como el trazado de nuevas líneas que circundan a estas regiones.

Este trabajo es un intento por generar un marco conceptual que permita entender la interrelación entre procesos macroestructurales y la praxis de los sujetos en la construcción de fronteras. El concepto de frontera al que apuntamos trata de aportar una manera de entender la articulación entre los espacios de la conectividad (espacios transnacionales), y lugares específicos. En este proceso se pueden construir zonas, y regiones fronterizas de nuevo cuño. Entendemos que esta

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articulación puede darse tanto a partir del viaje, como de la re-territorialización, del encuentro social, de la fricción o del anclaje (Zárate y Hiernaux 2007).

Nuestra preocupación reside en que frente al proceso de formación de espacios transnacionales que articulan muchas zonas fronterizas, los investigadores (que hemos estudiado estas fronteras en lo particular y les hemos descrito con conceptos específicos) no hemos reaccionado con la suficiente presteza para construir un aparato conceptual común que pueda tratar a todo el fenómeno de una manera comprehensiva. Este artículo es apenas una primera aproximación, y más un programa que un trabajo concluido.

1. BORDERLAND/LA FRONTERA NORTE

Empezaremos esta presentación con dos conceptos que se han usado para referirse a lo que cada vez más se constituye como una gran región fronteriza: “el borderland” y “la frontera norte”.

1.1. El “borderland”

En el contexto mexicano, la independencia correspondió a un proceso de consolidación del estado y al trazo de la línea fronteriza que separaría a la República Mexicana de los demás países. La construcción de esta línea se vio afectada por la guerra entre México y Estados Unidos, tras la cual México perdió parte de sus territorios con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo. La pérdida de los territorios de Texas, Nuevo México, Arizona, Colorado y California implicó la movilidad de la frontera, dejando a aproximadamente 100,000 personas de origen mexicano y de nacionalidad estadounidense en lo que se ha denominado el borderland.

El proceso continuo de construcción del estado-nación, o de los estados-nación, estableció tanto la “línea fronteriza” como esa “zona fronteriza” entre los dos límites internacionales (la anterior a 1848 y la posterior a 1848) que hemos denominado, el borderland. Es este un concepto que se ha quedado en inglés no solamente porque está del lado estadounidense de la nueva línea fronteriza, sino porque quienes han teorizado sobre él lo han descrito fundamentalmente en inglés. Este es un espacio caracterizado por el conflicto y las contradicciones materiales y culturales. Es un espacio en que culturas, ideologías e individuos convergen y contienden (Álvarez 1995) en un constante estado de transición (Anzaldúa 1999). El borderland conjuga regiones y dominios diversos, por lo que la gente que quedó atrapada en el borderland es una paradoja de este proceso.

Paralelo al impacto político generado por la reubicación de la frontera internacional, se presentó un cambio social que dio lugar a nuevas identidades, a la “border people” como denominó Américo Paredes (Saldívar 2006) a aquellas personas que quedaron en el intersticio entre México y Estados Unidos. Estas personas pueden afirmar, como los Tigres del Norte: “yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó a mí”. Paradójicamente, pese a que el sujeto fronterizo del borderland conceptualmente no eran “migrantes”, el borderland se construyó con algunos elementos culturales del imaginario diaspórico. Así como las diásporas tienen como elemento definitorio la búsqueda de un “hogar imaginario” de origen (Safran 1991), la border people de origen mexicano moviliza la idea de “Aztlán” como este hogar imaginario. El borderland fue reivindicado especialmente por los literatos de origen chicano que pugnaron por tener un espacio

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en la academia y la sociedad para sus manifestaciones culturales, como las baladas y corridos resignificados desde la perspectiva de los mexicanos en Estados Unidos.

Pese a la reticencia de instituciones, academia, prensa, etc. por estar expresado en una dinámica transcultural entre inglés y español, y entre México y Estados Unidos, la literatura chicana tomó fuerza y legitimidad por corresponder a las voces de la border people que expresaba las paradojas de la vida cotidiana y la yuxtaposición de varias fórmulas culturales de entender la sexualidad, la etnicidad, la nacionalidad, la cultura y la identidad (Tomas Rivera 1992, Rudy Anaya 1972, Villaseñor 1992, Sandra Cisneros 1992, Gloria Anzaldúa 1999).

La literatura se adelantó al análisis antropológico sobre el borderland y la antropología tomó prestada de la literatura el aparato conceptual para dicho análisis. Trabajos posteriores como el de Mary Pratt (1994) proponen a las zonas fronterizas como zonas de contacto en que personas geográfica e históricamente separadas establecen relaciones colonizadoras que incorporan condiciones de coerción, inequidad radical y conflicto. Así, las zonas fronterizas son espacios donde se generan procesos de deculturación y transculturación a través de los cuales las border people seleccionan y reinventan los materiales que las culturas dominantes les transmiten, determinando hasta qué punto los absorben y para qué las utilizan (Pratt 1994).

Los procesos de transculturación conllevan lo que Saldívar (2006) denomina conocimiento fronterizo, definido como aquel conocimiento que surge desde la perspectiva de los subalternos como respuesta al encuentro y que les permite crear conciencia fronteriza. Anzaldúa describe esta conciencia como no esencialista. Nos dice: “As a mestiza I have no country, my homeland cast me out; yet all countries are mine because I am every woman’s sister or potential lover. (As a lesbian I have no race, my own people disclaim me; but I am all races because there is the queer of me in all races)” (Anzaldúa 1999:102).

Las fronteras no sólo cruzan regiones o personas. De hecho, las identidades fronterizas se manifiestan en espacios diversos que van desde los hogares hasta el cuerpo (“su cuerpo es una bocacalle”). La casa de una persona es en ocasiones la materialización de la frontera en que vive y de las líneas fronterizas que la cruzan. Ahí se concentran las paradojas en que viven y los procesos de transculturación que les distinguen. Por ejemplo un indígena cuyo idioma en casa es el mixteco y fuera de casa es el inglés.

La vida en la zona fronteriza genera nuevas subjetividades y en el plano simbólico, espacios como el cuerpo son atravesados por fronteras sexuales, étnicas, culturales, etc. Esta no es una condición estática, todo lo contrario, la convergencia de categorías o el cruce de fronteras simbólicas (Rosaldo 1991) conlleva una constante resignificación.

En las intersecciones de la cultura, propone Rosaldo (1991), se transforman las categorías sociales como la orientación sexual, el género, la clase, la raza, el grupo étnico, la nacionalidad, la edad, la política, el vestido, el estatus, la experiencia, la comida o el gusto. Son sitios de intensa producción cultural.

Paralelo a la creación del borderland el trazo de la nueva línea fronteriza fragmentó territorios indígenas habitados por un solo pueblo. En la actualidad los yaquis y pápagos de Sonora y

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Arizona, los kikapú de Coahuila y Oklahoma, y los mascogos de Coahuila reivindican una identidad transfronteriza acosada por situaciones de racismo, discriminación y extrema pobreza, que se reconstruye constantemente por procesos de transculturación. Fue así como el proceso de construcción de los estados dio como resultado la formación de regiones fronterizas asentadas en dos naciones y habitadas por un solo pueblo (Valenzuela 1998).

1.2. La “Frontera Norte”.

La región sur de la línea fronteriza que divide a México de los Estados Unidos, es referida desde Estados Unidos como “al sur de la frontera” (con lo que en sí misma no aparece como un “borderland” o zona fronteriza), o desde México como “la frontera norte” (denominación que deja la sensación de que más al norte ya no es la frontera, o al menos no una frontera que nos involucra directamente). No quisiéramos hacer aquí una descripción muy vasta del trabajo que se ha realizado sobre esta región, nuestra intención es hacer referencia a una de las varias fórmulas que se han usado para estudiar la frontera norte: El concepto de enclave, principalmente usado para el estudio de las comunidades mineras.

El concepto de enclave refiere a dos fenómenos que se articulan: por un lado alude a la dimensión económica, donde un país que se independiza, vincula su economía al mercado externo por la vía de actividades primarias monopolizadas por capitalistas extranjeros. Por el otro lado, el concepto refiere a un sistema de organización industrial y social que es propio de localidades geográficamente aisladas y controladas por una élite gerencial que tiene el monopolio del empleo y de los servicios urbanos.

En los años ochenta, un grupo de antropólogos utilizamos el concepto con una orientación de historia social al estilo E.P.Thompson, para hacer una historia desde abajo sobre la formación del sindicalismo nacional de industria (Besserer et.al. 1983, Sariego 1988).

La orientación que seguimos fue menos explícita en el papel que los minerales como Nueva Rosita Coahuila o Cananea en Sonora jugaron en el proceso de construcción de la gran “región fronteriza” del norte de México, como en el sentido de pequeños “lugares fronterizos” donde convergían el capital internacional y la clase obrera mexicana.

Quienes trabajamos la historia del trabajo en estos minerales referida a períodos anteriores a 1940 vimos con claridad que la clase obrera minera mexicana se había nutrido de la experiencia anarcosindicalista norteamericana expresada por los obreros estadounidenses laborando en aquellas unidades industriales. Hicimos notar también cómo había una integración económica con el país del norte expresada, por ejemplo, en las numerosas vías férreas que llevaban el mineral hacia el país del norte donde se procesaba industrialmente, y no hacia el sur donde el énfasis se puso en el papel que jugaron los mineros de los enclaves en la construcción del sindicalismo minero nacional y en la lucha de la clase obrera mexicana frente al capital internacional invertido en la industria extractiva.

1.3. Borderland / la frontera norte

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Otros autores como Josiah Heyman (1999) retomaron el trabajo sobre enclaves en la frontera norte mexicana y los estudios sobre minerales en la frontera sur de los Estados Unidos y formularon una propuesta para entender ambas fronteras como un continuom, como una sola “región fronteriza transnacional”. Lo que hizo Heyman fue demostrar que existía una circulación no solamente de capital a través de la línea fronteriza con Estados Unidos, sino que también circulaban cantidades importantes de trabajadores haciendo de aquella región un mercado de trabajo integrado. Nos parece que el trabajo de Heyman y el de otros autores como Carlos Vélez Ibáñez (1999), nos señalan un programa importante de teorización y construcción de un marco conceptual común, en el sentido de unir dos agendas de estudio que hasta ahora han trabajado inconexamente para construir una forma común entre los estudiosos del borderland y quienes hemos trabajado en la frontera norte.

Es posible que hayamos expresado un cierto “nación-centrismo” en nuestras respectivas investigaciones sobre la frontera que podría quedar al descubierto si construyésemos un marco teórico más robusto que utilizase las herramientas conceptuales empleado a ambos lados de la línea fronteriza para dar cuenta de los procesos de toda la macro región fronteriza. De esta manera, quedarían al descubierto nuestros silencios.

Por ejemplo, si tomáramos en cuenta el concepto de “diáspora” que ha sido utilizado por los estudios del borderland para revisar el trabajo sobre los minerales y los enclaves mineros resaltarían la presencia tan importante de los trabajadores chinos y japoneses en la minería sonorense y coahuilense (mismos que quedaron silenciados en nuestro trabajo por la intención de destacar la construcción de una clase obrera industrial mexicana). Podríamos entonces entender mejor los procesos de transculturación en la “frontera norte” y podríamos comprender no solamente las formas de explotación y dominación ejercidas en los minerales, sino también cómo éstas son impuestas a un nivel más profundo, subjetivo, donde la colonización llega hasta la identidad y el cuerpo. Podríamos también entender el papel de quienes “cruzan fronteras” (border-crossers) (Rosaldo 1991, Hernández 2001) y se enfrentan al racismo y al sexismo con una “conciencia fronteriza”. 2. CADENAS GLOBALES DE MERCANCÍA.

La teoría y práctica política construida en el borderland, podría invisibilizar otras fronteras y sujetos de frontera que surgen a finales del siglo XX. Estos sujetos están sugerido precisamente en los estudios de enclave que expresaron tímidamente el papel de las grandes conexiones globales. ¿Cómo explicar la presencia de personas de Okinawa en Nueva Rosita Coahuila? Los mecanismos que les llevaron ahí son procesos diferentes que los que llevaron a esa zona fronteriza de muzquis a los autodenominados mascogos del Ejido Morelos y a los indígenas kikapú del paraje El Nacimiento. Estas son cadenas productoras de fronteras que exceden la yuxtaposición estadounidense-mexicana del borderland. Las cadenas globales (Hopkins y Wallerstein, 1994) articulan regiones no contiguas en la geografía. Si bien estas son tan antiguas como el capitalismo, han cobrado una importancia central para la antropología por el desarrollo tecnológico vinculado a ellas y se tornan por ello en uno de los principales productores de fronteras de los siglos XX y XXI. 2.1. Las “fronteras locales” post-fordistas.

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Ángel Palerm en su libro “Antropología y marxismo en crisis” (Palerm 1998) nos advierte que México ocupaba un lugar central en el primer proceso de globalización. Cuestionando las visiones eurocentristas del modelo centro-periferia, Palerm describió los mecanismos que llevaron la plata guanajuatense hasta China donde se transformó en moneda corriente. La cadena global de la plata articuló los destinos de los trabajadores mineros mexicanos con los procesos económicos europeos y asiáticos. La última ola globalizadora de finales del siglo XX se distingue no ya por la circulación global de mercancías, o la circulación global del capital dinero, sino por la desarticulación del proceso productivo fordista y su diseminación mundial (post-fordismo). La “fábrica global” (Rothstein y Blim, 1991) creó un nuevo tipo de cadena global de mercancía construyendo un vastísimo archipiélago de zonas de producción industrial y agrícola para la exportación a escala global. Estas zonas de producción para la exportación están pobladas por “maquiladoras” que constituyen una gran cadena globalizada de producción industrial articulada por sistemas de automación y comunicación que permiten la producción “justo a tiempo”. Este proceso tiene su correlato en la producción agrícola integrado por cadenas frigoríficas que garantizan el suministro de frutas y verduras frescas todo el año proveyendo de productos agrícolas chilenos, neozelandeses y mexicanos a los supermercados estadounidenses.

Aiwa Ong (1991) reportó etnográficamente, cómo estas zonas de producción para la exportación son “fronteras” donde se articulan las culturas corporativas (en su caso la cultura de los inversionistas chinos) con las culturas laborales locales de los trabajadores (en este caso las peculiaridades culturales malayas). Así, en estas localidades fronterizas, configurada por relaciones sociales económicas entre el capital transnacional y los trabajadores locales, las empleadas malayas de las maquiladoras son poseídas por espíritus como parte de los mecanismos malayos de resistencia en contra de los regímenes de fábrica del post-fordismo chino. Una aproximación al tema supuso que las cadenas globales de mercancía eran una especie de archipiélagos donde la configuración cultural única de cada localidad (entre los “regímenes de fábrica” transnacional y los “regímenes políticos y culturales” regionales), dificultaba la unidad obrera de los trabajadores post-fordistas a escala mundial.

Se han hecho investigaciones importantes en México de estos “nódulos” locales de las cadenas globales de productos. Destacan el trabajo sobre la producción agrícola coordinado por Huber C. de Grammont, Manuel Ángel Gómez Cruz, Humberto González y Rita Schwentesius Rindermann (1999) y el trabajo sobre la producción industrial coordinado por Carmen Bueno y Encarnación Aguilar (2003). Cada uno de estos trabajos describen la articulación entre lo transnacional y lo local y las particulares configuraciones económicas, sociales y culturales del así nombrado “conocimiento local” resultante en esta “fronteras post-fordistas” (Torres 1997).

2.2. Las “zonas fronterizas post-fordista”

Saskia Sassen Koob (1988), estudiando las maquiladoras koreanas descubrió que la alta rotación del personal en las maquiladoras y el rechazo de los hogares campesinos al regreso de las desempleadas, provocaban la migración de trabajadoras post-fordistas hacia Los Angeles. Así, en vez de ser una colección de “fronteras locales”, estas grandes cadenas globales de mercancía se transformaban en circuitos por los que transitaban personas, información y productos,

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conformándose en un gran “espacio transnacional”, una gran “zona fronteriza” formada por “localidades fronterizas” (zonas de producción para la exportación) dis-contiguas.

Trabajos posteriores han mostrado que las cadenas globales de mercancía tienen un poder “etnificador” cuando mobilizan y atraen fuerza de trabajo de distintos lugares. Por ejemplo, en la producción de los vegetales frescos entre México y los Estados Unidos, los trabajadores indígenas oaxaqueños han venido a sustituir en los trabajos peor pagados a los chinos, filipinos, michoacanos, etc. en un proceso que Zabin y sus coautores (1993) denominaron “reemplazo étnico” y que configura una peculiar estamentación del trabajo en los campos agrícolas de la cadena de producción de hortalizas. Es común encontrar a un mixteco encorvado en el zurco y un mayordomo michoacano oponiendo a “oaxaqueños” contra “guerrerenses” en la competencia por la productividad en Sinaloa así como en California o Florida. Es parte de este borderland laboral.

La construcción de grupos étnicos por el capital ha sido ampliamente reportado (Bourgois 1995, Enloe 1989). Así también la circulación de grupos étnicos especializados a lo largo de las cadenas de mercancía (receptáculos de una suerte de “conocimiento translocal”).

2.3. Regiones fronterizas dis-contiguas.

Las cadenas globales de mercancía se constituyen en una nueva “zona fronteriza post-fordista” cuya característica es que la fuerza constitutiva de las mismas es principalmente económica. Difiere esta “zona fronteriza post-fordista o fragmentada” de la gran región fronteriza o borderland que se extiende a ambos lados de la línea internacional, no solamente porque ésta última es un producto del movimiento de una línea fronteriza política, sino por el carácter dis-contiguo de las localidades que la integran.

Esta nueva “zona fronteriza post-fordista” es una forma social emergente resultado de la compresión del espacio por el desarrollo de los medios de comunicación y transporte. Mientras que el borderland formado en el siglo XIX es un espacio contiguo, las cadenas globales de mercancía (en tanto que “zonas fronterizas post-fordistas”) son un producto del S. XX que acerca (al nivel de la simultaneidad) a localidades fronterizas distantes en la geografía configurando una zona fronteriza “dis-contigua”.

En otro lugar (Besserer 2001; Besserer y Kearney 2006) hemos trabajado sobre la forma en que estas cadenas globales de mercancía son espacios no solamente económicos sino sociales y culturales de nuevo cuño. En estas grandes zonas fronterizas se crean fórmulas de conocimiento translocal y mecanismos de segmentación laboral que resultan en formas transculturales propias a su interior. Ahí se construyen nuevas fórmulas de inequidad, diferencia y desigualdad. Las cadenas globales de mercancía han sido estudiadas preliminarmente usando conceptos que enfatizan la importancia de las reformulaciones post-humanas del cuerpo, de los cruces de las fronteras de género, de la disolución de la dicotomía naturaleza sociedad en estos hiperespacios del tomate y la naranja.

Creemos que las grandes regiones fronterizas (contiguas y dis-contiguas) son un fenómeno histórico y una compleja tecnología social que incorpora cantidades masivas de personas y

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grupos étnicos. Tenemos dos asignaturas pendientes para trabajar: Concentrarnos ya no solamente en las grandes conexiones que forman las zonas fronterizas, sino también entender mejor la manera en que los nódulos se anclan en lugares específicos donde convergen realidades económicas, sociales y culturales específicas. La segunda problemática que hay que considerar es la sobreposición entre estas nuevas “fronteras post-fordistas” y el borderland/la frontera norte como lo hemos conocido hasta ahora. Uno de los lugares privilegiados para este estudio sobre la frontera donde se articulan el borderland y la cadena global de mercancía es el valle de San Joaquín en el estado de California. Ahí donde convergen la cadena poblada por los pizcadores triquis y mixtecos de jitomate, y el borderland chicano de Delano, Fresno, Arvin, Modesto, etc. donde se desarrolló el movimiento de Cesar Chávez.

3. FRONTERAS URBANAS.

La literatura sobre fronteras ha privilegiado las ciudades ubicadas a lo largo de la línea fronteriza que divide México de los Estados Unidos. Esta condición de “frontera” podría opacar un proceso más amplio de “fronterización” de las ciudades que puede estudiarse mejor si nos enfocamos en las ciudades que no tienen esta cercanía geográfica con la línea fronteriza como la Ciudad de México y Nueva York. En la práctica algunos teóricos de las ciudades y la globalización han privilegiado la articulación de varias ciudades a través de su sistema financiero dando una imagen de que es ésta una articulación “desde arriba” (Sassen Koob 1991). Para otros, la globalización acentúa la inequidad y la pobreza y tiende a homogeneizar las ciudades como grandes favelas que se replican en distintos países. Estas posturas no han reparado en el proceso con el que los habitantes marginados de las ciudades contribuyen con su migración a un proceso de “globalización desde abajo” en el que se articulan los márgenes urbanos de grandes megalópolis como Nueva York y Ciudad Netzahualcóyotl en México.

A continuación nos referiremos a una nueva zona fronteriza que empieza a construirse entre las periferias urbanas en México y Estados Unidos. Esto, que podríamos definir como “fronteras urbanas”, y que son una articulación de la periferia de las ciudades mexicanas y los márgenes urbanos estadounidenses, los habitantes de las ciudades lo conocen y nombran con conceptos coloquiales e ingeniosos como “Netza-York”.

3.1. El margen urbano (en la ciudad global)

Lo fronterizo en el ámbito urbano se ha abordado desde perspectivas diversas y con conceptos diferentes en México y en Estados Unidos. Las formas cómo estas aproximaciones entienden a la frontera urbana están estrechamente relacionadas con como estas mismas conciben lo urbano y a la ciudad en el nuevo orden socioeconómico mundial y en el nivel de análisis en que construyen su aproximación al fenómeno urbano.

Una vertiente de la literatura sobre la cuestión urbana en Estados Unidos se ha enfocado especialmente en el carácter global de la ciudad. Para Saskia Sassen Koob (1991), es la economía mundial la que modela la vida de las ciudades como Nueva York. A partir de la década de los 70 la economía mundial inició un profundo cambio, por lo tanto, también las ciudades se transformaron y adquirieron un nuevo rol estratégico. La nueva geografía de la economía global combinaba la dispersión espacial con la integración global de la actividad económica,

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produciendo la concentración de las funciones centrales en un puñado de sitios específicos, estos sitios son, para Saskia Sassen Koob, las ciudades globales (1991). Estas ciudades globales están conectadas entre sí por lazos económicos, y en particular financieros.

En la etapa fordista, el proceso productivo se generaba en la periferia de las ciudades. A los centros y ciudades llegaban los productos listos para ser consumidos. En el momento actual, el de la etapa post-fordista, el proceso productivo se inicia en los centros y se transfiere a las periferias para ser completado, para luego regresar a los centros y ser consumido. En algunos casos, como el de la empresa transnacional Gap, el centro financiero y el proceso productivo se corresponden con el centro y el margen de la ciudad de Los Angeles (Gereffi 1994) así la línea fronteriza interna de la ciudad mantiene separados también el centro y periferia de la cadena global de producción textil.

Por otro lado, la nueva ciudad global post-fordista ha centrado sus actividades económicas en los servicios, para ello requiere de una periferia donde vivan los trabajadores que se ocupen en los servicios, ya sea en los nuevos empleos flexibles de oficina, o en los empleos domésticos. Esta periferia es el margen urbano que está construido principalmente por inmigrantes de los países subdesarrollados, quienes viven en los márgenes de la ciudad global post-fordista y trabajan en sus centros financieros. El ataque del 11 de septiembre de 2001 a las torres gemelas de Nueva York no sólo afectó a la “frontera cosmopolita”, también murieron mexicanos del estado de Puebla, que por la hora en que sucedieron los ataques se encontraban trabajando en la limpieza de las oficinas.

Para algunos autores como Philippe Bourgois (1995), estos márgenes urbanos se construyen paradójicamente en las ciudades más ricas del mundo como Nueva York, en donde la maginalización étnica de que son objeto las minorías inmigrantes genera “enclaves” aislados social y ecológicamente en donde a la par de la pobreza, la violencia y la informalidad existe la creación cultural como mecanismo que buscaría contraponerse al racismo y la marginalización económica. En este sentido se construye una frontera doble, primero como barrera que impide a los sujetos salir de estos enclaves de exclusión por el idioma, el estatus político, la pertenencia étnica y desde luego, la situación de pobreza en la que se encuentran. Segundo, como un borderland cultural que se opone a la sociedad hegemónica que los margina. En estos márgenes urbanos se ha estudiado la sociología de los nuevos territorios fronterizos, uno de ellos es la casa (Cisneros 1992). La casa puede ser vista como la frontera entre el imaginario de “la casa de mis sueños” (Fletcher 1999), del “sueño americano” y lo que en realidad se puede tener. En este sentido se forma una brecha generacional entre el imaginario de los padres, inmigrantes de primera generación, quienes piensan que están construyendo su “sueño americano” y dando mejores oportunidades a sus hijos, y éstos últimos, nacidos en Estados Unidos, perciben su lugar de residencia como el peor lugar para vivir de la ciudad (Cisneros 1992). En otros casos, la casa puede ser la frontera entre lo mexicano y lo norteamericano, como el lugar en donde se construye y distribuye el espacio y los objetos como en las casas de los lugares de origen, es decir, reproduce la organización espacial y las formas de habitar (Romero 2006). También en una misma casa pueden convivir personas de la misma familia quienes hablan idiomas diferentes, con estatus migratorios distintos y tienen experiencias cotidianas divergentes. Una frontera que tiene su fundamento principal dentro de la casa y que después se reafirma fuera es la de los roles de género, la construcción de lo que es ser hombre y lo que es ser mujer se construye

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al interior de la familia, pero ésta puede presentarse también como contienda entre hombres (el padre) que desea imponer a las mujeres (hijas) un rol femenino de subordinación y las mujeres que se oponen a ello (Cisneros 1992)

Otro territorio de frontera es la calle, el espacio límite entre los inmigrantes objeto de racismo y la sociedad hegemónica que los margina. En la calle se forma lo que Burgois llama la cultura callejera de la ciudad interior1 (inner-city street culture) que se opone al grupo hegemónico (Burgois 1995). La calle es el lugar en que las luchas culturales se expresan en el terreno de las gangas y las pandillas, y la tensión entre lo formal y lo informal se vive cotidianamente. Finalmente otra unidad etnográfica ha sido el barrio (Dávila 2004), en tanto que lugar de convergencia de la hispanidad. El barrio no es el borderland de quienes quedaron atrapados entre dos fronteras, sino el de los inmigrantes que importan formas socioculturales propias que se mezclan formando esa configuración latina que en las ciudades estadounidenses llaman “el barrio”. La identidad en el barrio es una identidad situacional, por un lado como el borderland en donde emerge la solidaridad hispana, en el que se borran los límites entre distintos grupos latinos en pos de la unidad entre sujetos del mismo “color”, frente a barrios de otros “colores” (Cisneros 1992), y por otro lado al interior del barrio en donde los distintos grupos hispanos contienden por el espacio literal y simbólico, como el caso de los “newyo-ricans” y “chicanos” (Gómez-Peña 1996). Algunos de los habitantes del barrio son migrantes, otros nunca han cruzado una frontera en su sentido más básico como línea divisoria entre dos países, pues nacieron en el barrio de padres migrantes. Otra forma de contienda en este espacio es la que distingue entre los nacidos en Estados Unidos y los recientemente inmigrados, como luchas callejeras entre “norteños” y “sureños”.

Esta otra es la globalización desde abajo. Es el margen que los migrantes conectan con su lugar de origen, una frontera que difiere de la frontera de la ciudad global cosmopolita.

3.2. La periferia urbana (en el planeta de las barriadas)

Si bien es cierto que en la literatura mexicana sobre ciudades el concepto de frontera no ha sido predominante, los estudios urbanos se han preocupado por la relación centro - periferia. Ésta es una discusión análoga a la discusión sobre lugares y zonas fronterizas.

Tomaremos el caso descrito por Eduardo Nivón (1998) quien se acerca al estudio de la ciudad en tanto que metrópoli desde la perspectiva de las relaciones culturales. La característica más emblemática de la metrópoli es la heterogeneidad, es decir, ser un espacio atravesado por fronteras en distintas dimensiones. Como propone García Canclini (1995), la metrópoli es el lugar de la multiculturalidad posmoderna, de la convivencia en el mismo espacio de grupos con acceso diferenciado a la cultura de masas, diferentes formas de consumo y con referentes temporales en la estructura de la vida social diversos. En la Ciudad de México conviven, por ejemplo, culturas políticas clientelares con las de la democracia. Es en este sentido que la Ciudad de México, en tanto que ciudad multicultural, es una urbe fronteriza. 1 En español no hay una traducción exacta para el concepto de “inner-city street culture”, Burgoise lo define como “telaraña compleja y en contienda de creencias, símbolos, modos de interacción, valores e ideologías que han emergido en oposición a la exclusión del grupo hegemónico”, en los márgenes de inmigrantes hispanos de la ciudad (Burgois 1995).

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El espacio urbano metropolitano tiene una gran zona fronteriza: la periferia. La periferia es una zona liminal entre lo rural y lo urbano acabado, representado por el centro. En los últimos 25 años en México y en otras partes del mundo, la ciudad central ha desbordado sus fronteras y funciones hacia la periferia (Nivón 1998). Desde este enfoque la periferia se convierte en un tercer espacio, una zona fronteriza entre lo urbano y lo rural que los separa y los une.

Por su parte la periferia se fragmenta en “suburbios”, “zonas conurbadas” y “zonas de exclusión”. Por ello, la periferia es al mismo tiempo un lugar de crecimiento así como de segmentación. Su heterogeneidad es el lugar de encuentro de distintas maneras de establecer un vínculo con la vida urbana y lo moderno. Por un lado, el suburbio simboliza en el mundo moderno el asentamiento intermedio entre la ciudad y la aldea rural, un lugar para las clases medias. Por el otro, la periferia es también el lugar por excelencia para el asentamiento de grupos de inmigrantes indígenas empobrecidos que viven la otra cara de la modernización y la urbanización. Al mismo tiempo, puede ser un “getto para la élite” que busca alejarse de las desventajas de la ciudad sin asumir los riesgos de la total ruralización. (Nivón 1998)

En la periferia urbana se sobreponen representaciones encontradas de la misma: La de la ciudad vivida, la representada, y la imaginada. Raúl Nieto (2007) nos ha mostrado cómo el imaginario de quienes viven en la ciudad de México construye al norte como industrial, al sur como rural, al oeste como elitista y al este como marginal. No es de sorprenderse que más de un citadino viva la paradoja de habitar en cuevas de arena en la región “elitista”, o en mansiones elitistas en la “zona industrial”, sólo por mencionar otra forma en que se construyen las fronteras urbanas que pueden ser fronteras resultantes de la superposición entre la experiencia, la representación y la imaginación.

No debemos minimizar la importancia de la periferia urbana. Oponiéndose a la prospectiva modernizadora, Mike Davis anticipa un crecimiento exponencial de las zonas de exclusión urbana, proyección que da nombre a su libro Planet of Slums (2006)

3.3. Fronteras transnacionales urbanas.

Aunque poca, hay literatura que se ha dado a la tarea de conectar el enfoque mexicano con el estadounidense para tratar de entender las conexiones entre las periferias urbanas mexicanas y los márgenes citadinos estadounidenses. Por conceptos “folk” como el de “Neza-york” podemos intuir que hay en formación una vinculación transnacional entre la periferia de la Ciudad de México y el margen de la ciudad de Nueva York (Cordero-Guzmán, et. al., 2001) Esta conexión entre urbes forma una zona fronteriza transnacional que no es la de la ciudad global cosmopolita que se articula en un solo sistema financiero mundial, sino que es una frontera resultante de una “conexión desde abajo”. Es esta una especie de conjunción de las periferias depauperadas de ciudades mexicanas y estadounidenses que forman una frontera transnacional urbana.

Algunas aproximaciones entienden a la ciudad como frontera local (Englund 2002) donde la sociedad local y la migrante se dan encuentro. Otras miradas la entienden como un sistema de conexiones (Menning 1999). Esta última aproximación que encontramos inicialmente en los trabajos de Lariza Lomnitz (1976), empieza hoy a emplearse en trabajos sobre la articulación de las zonas fronterizas urbanas no solamente entre comunidades rurales y barrios urbanos

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mexicanos, sino también entre ciudades localizadas en México y Estados Unidos. Un ejemplo es el de los trabajos que exploran las conexiones entre “el barrio” estadounidense, y el “barrio” mexicano usando la categoría de “barrio transnacional”. Uno de estos trabajos alude a las conexiones ente barrios obreros de Hidalgo y barrios hispanos en E.U. (Pizarro 2006), otro a barrios de la ciudad de Coyula en Puebla y configuraciones urbanas de la ciudad de Nueva York (Arriaga 2006) y uno más reciente entre colonias de Ciudad Nezahualcóyotl y Smithtown en Nueva York (Lara 2007).

Un ejemplo muy ilustrativo es el trabajo de Mónica Cinco (1999) quien estudió una frontera cultural de la ciudad de México: El barrio chino. En su investigación encontró que el barrio chino de la Ciudad de México tenía una vinculación muy importante de carácter comercial, social, cultural y religiosa con los barrios chinos de San Francisco en California y Vancouver en Canadá. Estas fronteras urbanas formaban una articulación barrial que puede ser un buen ejemplo para entender y estudiar el concepto de “barrio transnacional”.

4. NUEVAS REGIONES FRONTERIZAS MIGRANTES.

Hemos destacado el papel del estado-nación, de instituciones económicas y de procesos urbanos en la producción de grandes regiones fronterizas contiguas y dis-contiguas. Estas operan como grandes estructuras contenedoras de los procesos culturales fronterizos. Esta aproximación deja poco espacio para el análisis de procesos que responden a la agencia de los sujetos fronterizos (border people) y que construyen o reconfiguran las grandes regiones fronterizas que nos han ocupado en este artículo. Nos referimos a los sujetos transnacionales que la literatura antropológica y sociológica han estudiado recientemente.

Si bien estos sujetos transnacionales parecen estar contenidos dentro de las grandes regiones fronterizas, una de las características que hemos observado más recientemente es su capacidad de construir sus propias configuraciones espaciales que exceden las regiones fronterizas antes descritas y constituyen nuevas regiones fronterizas migrantes. Daremos a continuación ejemplos de nuestra investigación, en particular de tres circuitos migratorios transnacionales, identificados a partir de distintas regiones de origen en México que han estado vinculadas a las regiones fronterizas mencionadas en los apartados anteriores (borderland/la frontera norte, cadenas globales de mercancía, fronteras transnacionales urbanas).

En la historia migratoria entre México y Estados Unidos podemos clasificar tres circuitos o “racimos de comunidades transnacionales” que se han transformado en constructores de fronteras “desde abajo”.

4.1. La frontera “ranchera”

El programa bracero dejó importantes huellas en los mapas mentales de la población campesina mexicana. La experiencia de migración internacional (mediada por la intervención de ambos estados, el mexicano y el estadounidense) “incorporó” en los campesinos y sus comunidades una noción de la geografía agro-industrial de los años 1940 a 1960 del norte de México y de los Estados Unidos. Algunos autores proponen que el programa bracero formó parte integral del modelo de desarrollo estabilizador, en particular, estableciendo cuotas mayores para los estados

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que no se beneficiaron de las políticas agrícolas de la época (Guanajuato, Jalisco y Zacatecas entre otros). Estos estados se articularon con el modelo agrícola estadounidense de desarrollo de cuencas agrícolas que necesitaba de fuerza de trabajo en los años de la guerra y posteriormente. Así, podemos suponer que se generó una “gran región fronteriza” entre los estados agrícolas estadounidenses, y esta región donde la crisis económico-social del fin de las haciendas, la crisis política de la revolución y el movimiento cristero, impactaron negativamente.

Estas comunidades “rancheras” que han viajado dentro de esta zona que definimos como el borderland/la frontera norte, tienen una trayectoria de mayor profundidad histórica de migración a los Estados Unidos que otras en el país (pues se remonta hasta el siglo XIX). Estas comunidades anteriormente asentadas en los estados más cercanos a la línea fronteriza han empezado un proceso de desplazamiento (o re-territorialización) hacia nuevas localidades (urbanas y rurales en los Estados Unidos).

Como ejemplo de estas comunidades, el caso de una comunidad transnacional zacatecana (Montoya 2006, Córdova 2006) nos muestra cómo la migración se intensifica en la época de la Revolución Mexicana y de la Guerra Cristera y cómo, afectados por el Programa Bracero, los miembros de estas comunidades establecieron una larga trayectoria migratoria que les permitió asentarse en la gran región fronteriza que conecta estados como Zacatecas, Michoacán o Guanajuato con California, Colorado y Texas. En el caso de los zacatecanos, con el tiempo han rebasado la zona fronteriza tradicional y han creado un nuevo borderland que les conecta con Chicago y lugares no convencionales de la migración “ranchera”. Esto es un fenómeno nuevo ya que la conexión con ciudades como Chicago ha hecho crecer “el borderland/la frontera norte” hacia nuevas localidades no contiguas de la región fronteriza tradicional. Para estas comunidades “rancheras” el borderland se ha convertido también en un espacio de procesos de transculturación en que a través de imaginarios, los migrantes han re-creado la cultura ranchera en los Estados Unidos, llevando caballos, utilizando sobreros y exportando quesos, a regiones semi-urbanas cercanas a Chicago.

La contraparte del proceso anterior es la que reporta Shinji Hirai (2007). Hirai narra como los transmigrantes de Jalostotitlán Jalisco ubicados en Anaheim California, han transformado a la ciudad de origen, imponiendo el imaginario de que aquella es un “pueblo”, depositario de la “cultura ranchera” que les une. La ciudad se ha transformado en una “frontera” en que se articulan el “pueblo” imaginario y la “ciudad realmente existente”. La transformación física del paisaje jalostotitlense (imaginada y recreada para los “ausentes”) tiene que ver con el poder económico que los originarios de Jalos ejercen en sus viajes de “turismo nostálgico”, situación que es analizada con el marco analítico de la “economía política de la nostalgia”. En su trabajo Hirai usa una categoría teórica de los estudios diaspórico-fronterizos, la de “hogar imaginado” asociada con el literato de origen indio Salman Rushdie (1991), para el estudio de una comunidad transnacional en territorio mexicano. Un ejemplo de intercambio intelectual entre marcos teóricos, grupos de investigadores nacionales y disciplinas.

4.2. Oaxacalifornia.En el marco de la crisis del modelo del “desarrollo estabilizador” (y su componente agrícola: la “autosuficiencia alimentaria”), se consolidaron zonas de producción para la exportación (ZEP) en el país que se adecuaron a la reestructuración global de los sistemas agro-alimenticios. Se

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“encadenan” así regiones productoras de frutas y vegetales frescos (FVF) como el Valle de Culiacán en Sinaloa, el Valle de San Quintín en Baja California, a las grandes cadenas frigoríficas que incluyeron en los Estados Unidos al Valle de San Joaquín, y el Valle del Pájaro en los alrededores de Salinas y Watsonville. Muy pronto, estas regiones resolvieron su gran demanda de mano de obra a través del envío de enganchadores a Oaxaca y Guerrero (Krissman 1996). Este proceso integró no solamente a las regiones agrícolas florecientes, sino a las regiones y comunidades campesinas que les proveyeron de mano de obra jornalera.

Las comunidades que se insertaron en las cadenas productoras de frutas y vegetales frescos en México y en Estados Unidos y cuyas dinámicas migratorias siguen insertas en este proceso han conformado lo que popularmente se conoce como “Oaxacalifornia” (Fox y Rivera 2004). Tal es el caso de la comunidad de San Juan Mixtepec, en que la “producción justo a tiempo” ha empujado a que los mixtepequenses desarrollen un tipo de migración que Ernesto Hernández (2006) denominó “migración justo a tiempo” que depende de las necesidades de frutas y vegetales frescos a lo largo del año y les lleva a destinos distantes a lo largo de la costa este y oeste de los Estados Unidos.

En el caso del estado de Oaxaca una gran cantidad de indígenas ha expandido sus redes migratorias al estado de California, y a localidades en el norte de México, como Culiacán, San Quintín, Tijuana, etc. Estas redes han conformado una gran región fronteriza que conecta a todas estas localidades en una gran “Oaxacalifornia”. Insertas en la geografía de las cadenas globales de mercancía, las comunidades “oaxacalifornianas” atraviesan por varios procesos simultáneos que mantienen en tensión a las comunidades. En el caso de Santa María Tindú: a) Un proceso de consolidación de una red de localidades fuertemente vinculadas al trabajo agro-forestal que son complementarias en un ciclo anual de trabajo entre el Estado de California (Madera) y el estado de Oregón (varias localidades). Estas localidades experimentan un proceso sólido de organización comunitaria y se han constituido en la “red central de la comunidad” junto con la comunidad de origen. b) Un proceso de urbanización de ciertos sectores fuertemente ligados a la educación (maestros en Huajuapan y jóvenes en Madera y Oregón). c) La expansión de algunas familias hacia nuevas regiones (como Washington y Georgia) que generan una sub-red diferente a la del proceso Madera – Oregón – Huajuapan (Gil 2006).

La antigüedad de esta migración y la adquisición de estatus de legalidad a partir de la Ley Simpson-Rodino en 1986 permitieron el asentamiento de un alto porcentaje de los miembros de estas comunidades fuera de los campos agrícolas en ciudades cercanas o insertas en las regiones agrícolas de Estados Unidos.

Los indígenas migrantes exceden ahora a las cadenas de mercancía formando su propia región fronteriza. Esta nueva zona fronteriza construida desde los sujetos y las comunidades se enfrenta como una transculturación donde convergen (no sin conflicto) lo “mexicano”, lo “estadounidense” y lo “indígena” en una frontera de nuevo cuño. Un ejemplo de esto podemos verlo en el conflicto que los jóvenes de una de las comunidades que estudiamos enfrentan actualmente: Preparándose para la “Guelaguetza” que se celebrará en la Ciudad de Fresno, se han enfrentado “norteños” y “sureños” de la misma localidad en una guerra escrita en el sitio de Internet de su comunidad. Paradójicamente, la división no solamente atraviesa a la comunidad en Fresno quienes visten en colores rojo y azul para alertar sobre su filiación, sino que aparta

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también a los jóvenes de la comunidad de origen donde sería difícil pensar que algunos de estos “norteños” siquiera han viajado a los Estados Unidos (Melville y Ramírez 2007a; Melville 2007). Así, las categorías del “borderland” se trastocan y reconfiguran en la frontera “oaxacaliforniana”.

4.3. Puebla-York Las comunidades migrantes de las regiones donde la migración se encuentra aún en un momento inicial, se caracterizan porque la migración se apoya en redes o instituciones previamente existentes. Tal es el caso de otras comunidades que les proveen de contactos y servicios. Los nuevos migrantes se insertan entonces en redes de comunidades e instituciones que les permitieron acceder a espacios de asentamiento en Estados Unidos.

Para el caso de las comunidades veracruzanas las redes migratorias se expandieron a otras localidades tras la crisis del café y los veracruzanos siguieron a los migrantes de otros estados para insertarse en las cadenas de producción agrícola. En el caso de una de las comunidades estudiadas en Veracruz, los migrantes entraron en dos rutas migratorias urbanas y diferenciadas por el género. Los hombres se asentaron en California en trabajos asociados con la reparación de automóviles, mientras que las mujeres se concentraron en México y Estados Unidos en el circuito de las trabajadoras domésticas (Pérez 2007).

En otros casos como las comunidades poblanas, en un proceso de migración urbana-urbana, los migrantes han construido redes migratorias que conectan a Puebla con regiones de Nueva York como Brooklin, Queens y Long Island de manera estrecha. La crisis de los precios agrícolas (derivada de la apertura del mercado a las importaciones) impulsó la búsqueda de nuevas geografías y las ciudades de Puebla y Atlixco sirvieron como conectores con los Estados Unidos. En particular, desde Atlixco se inició una nueva sub-red hacia Baltimore. La ciudad de Houston en Texas juega un papel relevante por su fuerte conexión con Tlapanalá y con Nueva York. Esta red está preferentemente ligada a espacios urbanos y labores de servicios (restaurantes). Esta nueva región fronteriza es conocida como “Puebla-york”.

En el sentido estricto, estas comunidades rebasan la región fronteriza urbana de Puebla-york incorporando rápidamente otras ciudades de destino en redes cada vez más complejas que los estudios han reportado (Herrera 2005, Macías 2004) pero no se han estudiado suficientemente. Otras ciudades se suman a este entramado como Ciudad Netzahualcóyotl, integrante de la gran metrópoli mexicana. Hoy Netza-york y Puebla-york empiezan a ser regiones fronterizas de un entramado mayor.

5. Líneas fronterizas

Hemos descrito aquí cuatro tipos diferentes de zonas fronterizas que gozan de buena salud y se expanden de manera tal que representan un reto para la antropología contemporánea que tendrá que ajustar en parte sus marcos analíticos y en parte también sus estrategias de investigación.

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Frente a este proceso de construcción del mundo como frontera, hay un proceso alterno y concomitante que es el de reforzamiento y construcción de nuevas “líneas fronterizas”, es decir, la re-fronterización mundial.

En general, las regiones fronterizas de las que hablamos están atravesadas por “líneas fronterizas” que las cortan (en el caso de las contiguas) o que las circunscriben (en el caso de las dis-contiguas). Otras fronteras son las que los propios sujetos de la vida fronteriza constituyen como son las fronteras de las comunidades transnacionales definidas como linderos sociales que determinan quién pertenece a la comunidad y quién no.

5.1. El poder clasificador y filtrador de las fronteras

La frontera vista como una “línea internacional” es un tema que Robert Alvarez (1995) propone que se estudie como un artefacto, es decir como una línea literal y tangible en la que se presentan fenómenos de choque e intercambio cultural. Sugiere Álvarez que la literatura antropológica ha enfatizado en la zona fronteriza y se han descuidado los estudios sobre la línea tangible entre México y Estados Unidos, la cual cobra mayor relevancia en la actualidad con el cierre de fronteras, la construcción de muros y la criminalización de los migrantes.

En este sentido, una de las propuestas de sistematización más robustas ha sido desarrollada por el así llamado “Grupo de Santa Cruz” que generó el modelo “Fronteras, órdenes e identidades” (BOI por sus siglas en inglés). Michael Kearney (2006), uno de los participantes en este grupo, nos muestra cómo las fronteras fungen como un filtro que detiene a algunos y deja pasar a otros, no sin que estos experimenten el “poder clasificador de la frontera”. La “clasificación” da lugar a cambios en las categorías identitarias, demarcando la nacionalidad, la etnicidad, la ciudadanía, etc. La frontera en este sentido, responde a regímenes burocráticos, políticos, socioculturales y policíacos que la estructuran formal e informalmente y que a su vez define a las personas que son divididas por ella y la cruzan. Las fronteras, afirma el autor, afectan ciertos intercambios desiguales de valor económico entre varios tipos de personas y regiones definidas por la frontera en cuestión, por ejemplo, cruzar la frontera en una dirección no es lo mismo que cruzarla en otra dirección.

En una investigación reciente basada en el modelo de Kearney, Julio Morales (2003) ilustra el poder clasificador de las fronteras con el caso de la comunidad de San Juan Mixtepec, en donde haciendo una etnografía de los automóviles, muestra el papel de las dos fronteras en el momento del “cruce”: cuando los mixtepequenses regresan a México, el automóvil se convierte en ilegal y el migrante recupera su legalidad, mientras que en el viaje en sentido inverso, la persona se torna ilegal y el automóvil recupera su status “legal”.

Una de las peculiaridades de las líneas fronterizas es que quienes les atraviesan se enfrentan a la inconvertibilidad de algunos de sus capitales (sociales, culturales o económicos). Como el caso reportado por Atzimba Rodríguez (Rodríguez 2006) donde las credenciales de la curricula de los migrantes no son recapitalizadas íntegramente de un sistema educativo (bilingüe mixteco-español) al otro (bilingüe español-inglés) (Besserer y Kearney 2006).

5.2. Fronteras de pertenencia

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Existen otros tipos de fronteras que se construyen al interior de las comunidades transnacionales que no tienen relación directa con la línea literal sino que se correlacionan con las nuevas zonas fronterizas como Oaxacalifornia o “la gran Mixteca” que sobrepasan los límites del estado-nación y que proponen formas de articulación ancladas en hiperespacios. Pese a la gran conectividad de la que nos hablan las comunidades transnacionales, hay fronteras construidas en torno a criterios sociales y políticos como el parentesco, la pertenencia y la ciudadanía.

En el caso de las comunidades transnacionales oaxaqueñas observamos el fenómeno de la transnacionalización del carácter corporado cerrado que en su momento propuso Wolf para las comunidades campesinas en México. Es así como las comunidades mixtecas siguen teniendo un aparato robusto de ciudadanía y una institución cerrada de parentesco que atraviesa las fronteras territoriales y que es contenida por fronteras sociales como la endogamia en el contexto transnacional o la ciudadanía transnacional. Para los mixtecos las fronteras son establecidas por su participación cotidiana en los procesos comunitarios de reciprocidad y por el cumplimiento con sus responsabilidades como ciudadanos del pueblo, sin importar si sus vidas están ancladas en México o en Estados Unidos (Gil 2006).

En el caso de algunas de las comunidades mixtecas en las que el aparato político no es tan robusto, su carácter corporado reside en las redes laborales dentro de las cadenas globales de mercancía, en las que las fronteras comunitarias además de estar establecidas por la pertenencia social y de parentesco, se establecen por la entrada o salida de las redes laborales por las que transita la comunidad en México y en Estados Unidos (Wence 2006).

6. ARTICULANDO FRONTERAS.

No son solamente los grandes procesos políticos y económicos los que impulsan al establecimiento, cambio y crecimiento de las regiones fronterizas; también la agencia de grandes sectores de la población que se extiende entre México y Estados Unidos empuja en ese sentido. La realidad parece ya rebasar la capacidad que hemos tenido los científicos sociales para describirla. Mientras que hay una gran fuerza articuladora de estas regiones fronterizas transnacionales, los analistas no parecemos poder ponernos de acuerdo en un marco analítico comprehensivo que sea capaz de describir e interpretar el fenómeno.

Un ejemplo de este proceso lo podemos encontrar en el estudio de los barrios chinos en América. Existe un número importante de trabajos realizados con enfoques diferentes entre sí. Está aún por realizarse el trabajo que articule la etnografía de la gran frontera transnacional formada por el archipiélago de barrios chinos que se conectan entre Mexicali (Alba 2007), Ciudad de México (Cinco 1999), Panamá (Siu 1999, 2005), y otras ciudades del continente. El trabajo tendrá que conciliar los marcos teóricos que analizan a los sujetos y a los barrios como diaspóricos, con los trabajos que los ven como comunidades transnacionales. Un trabajo de esta naturaleza tendría que revisar los “encuentros” (Rustomji, et. al. 1999) y “fricciones” (Tsing 2005) que contribuyen a la construcción del barrio como una frontera que vincula a los sujetos transnacionales, la sociedad y los imaginarios locales. Pero al mismo tiempo, tendría que tomar en cuenta los procesos de transculturación al interior del gran barrio transnacional, por ejemplo, entre los chinos hispanohablantes y los angloparlantes (Siu 1999, 2005) o los hablantes de

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mandarín y los hablantes de cantonés (Cinco 1999). Para este último fenómeno Lane Hirabayashi ha propuesto extender el concepto de transculturación del cubano Ortiz (1983) para dar cuenta de los procesos al interior de la comunidad china dispersa con el concepto de “transculturación descentrada” (2002).

Otro ejemplo de cómo la sociología transnacional articula fronteras que han sido estudiadas con marcos analíticos diferentes podemos encontrarlo en el estudio de las comunidades transnacionales de origen indígena mixteco. La dispersión y anclaje de estas comunidades en un número muy grande de localidades ha sido reportado por la literatura etnográfica (Besserer 2004). Pero la literatura que se ha encargado de entender el proceso de construcción de esa vida fronteriza donde se articula lo transnacional y lo local, ha sido construida con marcos teóricos muy diversos. La diversidad conceptual como la que por ejemplo discuten Lestange 2002 y Kearney y Nagengast 1989, no siempre coincide con diferencias etnográficas, como se apunta en las diferencias que encontramos entre el planteamiento de Kearney s/f y el de Gil 2006.

En el caso de las comunidades transnacionales, también se superponen distintos tipos de fronteras en una sola localidad. Tal es, por ejemplo, el caso de las comunidades transnacionales donde uno de los nódulos de la red transnacional se refiere a los asentamientos en ciudades fronterizas como Tijuana. En estos casos, el análisis refiere a la frontera cultural entre el mundo mestizo y el mundo indígena (Garduño et. al. 1989), el carácter fronterizo de quienes se trasladan diariamente de un lado de la línea fronteriza al otro (González 2003), la economía de frontera de quienes venden en el intersticio de las banquetas tijuanenses a los turistas transnacionales (Ruiz 2003), y las familias asentadas en un complejo de casas que se distribuyen entre la tercera sección de la Colonia Obrera y las poblaciones que circunscriben a San Diego (Romero 2006). Todos estos son procesos fronterizos experimentados por las mismas comunidades, pero reportados de manera divergente por los investigadores.

Nos parece que en el momento actual la polisemia del concepto de frontera es una oportunidad y un riesgo. El concepto de “frontera” es un tropo que articula distintas cadenas discursivas. Existe una diversidad de fórmulas que definen fenómenos diferentes bajo una sola palabra. Los estudios que tenemos, pese a su fragmentación, contienen un registro de las especificidades de los casos estudiados. Podríamos pensar en una armonización de los diferentes enfoques para un mejor conocimiento de las diversidades etnográficas. La posibilidad de que una sola mirada intente imponerse sobre las demás es un riesgo sobre el que nos han alertado quienes viven y trabajan estos temas desde la frontera pues puede contener una forma de “colonialismo” académico (Olmos 2007). Sin embargo, lo contrario también es posible, que en el afán de mantener la multiplicidad de miradas, terminemos nombrando diferente lo que resulta ser el mismo fenómeno etnográfico (Levitt y Glick Schiller s/f). En cada una de las secciones anteriores hemos mostrado fórmulas por las cuales se podrían articular posiciones diversas que parecen aportar elementos analíticos y críticos necesarios para entender las dinámicas que se dan en el mundo de las fronteras.

Podemos continuar con nuestros debates, pero al final, para los sudamericanos y centroamericanos que pasan por nuestro país, todo México se ha constituido en una sola frontera en tanto que espacio de tránsito a los Estados Unidos.

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7. CONCLUSIONES.

Hemos descrito tres fenómenos estructurales que han generado procesos de fronterización en la parte norte del continente americano: La transnacionalización política, la económica y los cambios urbanos. La política se observa a través de la consolidación del estado-nación que movilizó líneas fronterizas y construyó lo que Gloria Anzaldúa (1999) ha llamado borderland/la frontera por falta de una sola palabra que pueda dar cuenta de la gran zona fronteriza que se extiende a ambos lados de la línea que divide a México de Estados Unidos. Los procesos económicos se concretaron en nuevas formas de acumulación de capital que permitieron la fragmentación de la cadena productiva agrícola e industrial transformando a la fábrica y al campo agrícola en cadenas globales que devinieron en regiones fronterizas dis-contiguas. Finalmente encontramos los cambios en la configuración de las ciudades que han llevado a la construcción de un entramado de ciudades globales (transnacionalización desde arriba) y su correlato que ha articulado las periferias urbanas de los dos países (transnacionalización desde abajo).

Propusimos después una cuarta fórmula que genera regiones fronterizas que consiste en la expansión de los sujetos sociales transnacionales (como las “comunidades transnacionales”) que si bien iniciaron su proceso de expansión a lo largo y ancho de las fronteras contiguas y dis-contiguas existentes, han generado dinámicas propias y regiones fronterizas propias de las que aún nos queda mucho por aprender.

Existen procesos de construcción de grandes regiones fronterizas transnacionales. La propuesta nos lleva a plantearnos una nueva tarea que consiste en encontrar un marco teórico y conceptual capaz de salir de las especificidades de las investigaciones que se han hecho en cada nación para entender de una manera unívoca procesos que tienden a conectarse o están ya conectados. Es posible construir marcos conceptuales más robustos que sean capaces de vincular las realidades comprehendidas a ambos lados de la línea fronteriza, pero también en las grandes periferias urbanas (Puebla-York), las cadenas globales de mercancía (Oaxacalifornia), y el planeta barrial (el barrio transnacional). La importancia de este movimiento conceptual es el de poder explicar mejor los procesos políticos transnacionales, los procesos económicos globales, y los procesos urbanos internacionales, vistos desde la perspectiva de los sujetos sociales y su vida cotidiana.

Tratamos también de sugerir que estas grandes regiones fronterizas (unas formadas por localidades fronterizas contiguas y otras formadas por localidades fronterizas dis-contiguas) se sobreponen e incluso articulan. Entender estos fenómenos, redundará en una mejor etnografía no sólo de los procesos trans-locales, sino también para los trabajos de etnografía “local”.

Uno de los retos mayores para el trabajo sobre fronteras lo presenta el estudio de comunidades transnacionales. El motivo es que éstas, que son fórmulas de vida que se extienden a lo largo de nuestro país y del país vecino, se expanden y hacen más complejas insertándose y construyendo nuevas regiones fronterizas y lugares fronterizos. No podemos hacer un buen papel como investigadores si cada localidad tiene su propio herramental para el estudio de sus dinámicas internas, especialmente si estas localidades son articuladas por una misma comunidad en expansión. Si bien hasta ahora hemos enfatizado en el estudio de realidades transnacionales

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desde lo local o desde el plano transnacional, ahora toca articular estos grandes archipiélagos de fronteras que las comunidades unen y entender los procesos que se dan al interior de las mismas. El reto no es menor.

El momento histórico que vivimos remite necesariamente a las líneas fronterizas. Éstas han sido reforzadas y toman un papel central en los discursos y política internacionales. Si bien no pierden su papel central en el proceso de división, filtración y clasificación, también es cierto que no son las fronteras nacionales las únicas que dividen los territorios. Las fronteras que establecen las cadenas globales de mercancía para ingresar a sus “campos agrícolas” no son menos tangibles que las fronteras que separan a México de los Estados Unidos. El estudio de las “líneas fronterizas” requiere de encontrar sus nuevas manifestaciones y sumarlas a la agenda actual de investigación. Los sujetos fronterizos mismos pueden construir sus propios sistemas de filtrado y clasificación (las fronteras de pertenencia) que les empoderen. Algunas de estas pueden ser formas de resistencia subalterna, pero en otros casos pueden ser fórmulas de introyección de la mirada colonial, del nacionalismo, y de la exclusión.

Vemos con optimismo cuatro avenidas que se unen en el estudio de las fronteras de manera productiva: La primera de ellas son los cambios en la realidad que unen espacios fronterizos con una gran velocidad y hacen imprescindible un marco analítico que supere las formas fragmentarias en que describimos actualmente los procesos. La segunda de ellas es la convergencia de los estudios sobre diásporas y fronteras, y los estudios sobre líneas fronterizas y comunidades transnacionales. En el fondo esta división no es fácil de remontar pues está tras ella la distancia entre los estudiosos que se ven a sí mismos haciendo “economía política” y quienes se ven cerca de los estudios post-coloniales y culturales. Remontar esta división hará un marco analítico muy robusto. En tercer lugar, la convergencia de dos grupos epistémicos pertinentes, el de los colegas que trabajan en instituciones estadounidenses, y quienes estudian estos fenómenos desde instituciones mexicanas se ve también como una oportunidad, sin embargo, la “traducibilidad” de los marcos conceptuales no parece fácil e inmediata, pero puede construirse. De lograrlo podremos des-nacionalizar nuestro pensamiento. Finalmente, las personas fronterizas realizan su propia reflexión desde un punto de vista privilegiado: la frontera. Cada vez más, estos sujetos fronterizos son parte de los grupos disciplinarios. Esta reducción de la distancia crítica entre el “yo antropológico” y el “otro etnográfico” (para usar una fórmula lingüística de Michael Kearney) es positiva pero no siempre fácil para la disciplina antropológica pues implica un desdibujamiento del sujeto de estudio como “alteridad”.

Tal vez, el reto al que nos enfrentamos consiste en las fronteras que se construyen entre disciplinas. Ahí se reproduce la dialéctica entre el mundo como frontera y la (re)fronterización mundial. La construcción de una “zona fronteriza disciplinaria” que nos ayude a entender mejor desde un enfoque críticola realidad que vivimos es la agenda central de los estudios transnacionales sobre fronteras que proponemos.

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