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6. A la busca de/lenguaje perfecto 189 conectado en todos sus puntos con la realidad. En consecuencia, un len- guaje cuyas oraciones serán todas o verdaderas o falsas. 6.4 El atomismo lógico El propósito de Russell es semejante al de Frege, y análoga la justifica- ción de su interés por la s condiciones que ha de cumplir un lenguaje para alcanzar la perfección lógica. Pero en Russell, la reflexión se da en un contexto filosófi co más rico y logra un grado de elaboración más alto. En la doctrina de Rusell, tanto los supuestos epistemológicos co mo las conse- cuencias metafísicas poseen una riqueza y tienen una explicitación del todo ausentes en Frege. La teoría de Rusell es denominada por él, en virtud de las razones que mencionaremos, «atomismo lógico», y alcanza su ma- durez hacia 1918, año en que pronuncia las conferencias tituladas «La fi- losofía del atomismo lógico». Aquí caracteriza su tema como de gramática filos6fica, y lo justifica así: «Creo que prácticamente toda la metafísica tradicional está llena de errores que se deben a la mala gramática, y que casi todos los problemas y (supuestos) resultados tradicionales de la metafísica se deben a no hacer, en lo que podemos llamar la gramática filosófica , el tipo de distinciones de las que nos hemos ocupado en estas conferencias (op. cit ., conferen- cia VIII). Y unos años después, en un resumen de su teoría, escribiría: «Creo que la influencia del lenguaje en la filosofía ha sido profunda y casi no reconocida. Para que ·esta influencia no nos extravíe, es necesario que seamos conscientes de e lla , y que deliberadamente nos preguntemos en qué medida es legít im a. (. .. ) En este aspecto, el lenguaj e nos extravía por su vocabulario y por su sintaxis. Debemos estar en guardia sobre ambas cosas para que nuestra lógica no nos conduzca a una falsa metafísica.» (<<El ato- mismo lógico», 1924, pp. 330-331 de Logic and Knowledge). En cumplimiento de estas advertencias, Russell desarrollará un tipo de análisis del lenguaje que aspira a poner de manifiesto sus imperfeccio- nes lógicas, contrastándolas con las cualidad es de un lenguaje lógicamente perfecto. ¿Cómo es un lenguaje de esta clase? Lo primero que Russell va a decir hace referencia no tanto al lenguaje en y a su estructura for- mal cuanto a la relación entre el lenguaje y la realidad. La primera condi- ción para que un lenguaje sea lógicamente perfccm es una condición semán- tica: que las palabras de cada proposición correspondan una por una a los componentes del hecho correspondiente. Se exceptúan palabras tales como «o», «no», «si. .. entonces», las cuales tienen una función diferente, es decir, la s cua les carecen de conexión directa con la realidad; son las pala- bras que expresan modos de componer oraciones, y que pueden traducirse a functores lógicos, y que, naturalmente, están incluidas en lo que antes he- mos llamado «términos Queda así establecido por Russell el principio de isomorfía semántica: «en un lenguaje lógicamente perfecto habrá una sola palabra para cada objeto sim ple, y. todo lo que no

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6. A la busca de/lenguaje perfecto 189

conectado en todos sus puntos con la realidad. En consecuencia, un len­guaje cuyas oraciones serán todas o verdaderas o falsas.

6.4 El atomismo lógico

El propósito de Russell es semejante al de Frege, y análoga la justifica­ción de su interés por las condiciones que ha de cumplir un lenguaje para alcanzar la perfección lógica. Pero en Russell, la reflexión se da en un contexto filosófico más rico y logra un grado de elaboración más alto. En la doctrina de Rusell , tanto los supuestos epistemológicos como las conse­cuencias metafísicas poseen una riqueza y tienen una explicitación del todo ausentes en Frege. La teoría de Rusell es denominada por él, en virtud de las razones que mencionaremos, «atomismo lógico», y alcanza su ma­durez hacia 1918, año en que pronuncia las conferencias tituladas «La fi­losofía del atomismo lógico».

Aquí caracteriza su tema como de gramática filos6fica, y lo justifica así: «Creo que prácticamente toda la metafísica tradicional está llena de errores que se deben a la mala gramática, y que casi todos los problemas y (supuestos) resultados tradicionales de la metafísica se deben a no hacer, en lo que podemos llamar la gramática filosófica , el tipo de distinciones de las que nos hemos ocupado en estas conferencias (op. cit., conferen­cia VIII). Y unos años después, en un resumen de su teoría, escribiría: «Creo que la influencia del lenguaje en la filosofía ha sido profunda y casi no reconocida. Para que ·esta influencia no nos extravíe, es necesario que seamos conscientes de ella , y que deliberadamente nos preguntemos en qué medida es legítima. (. .. ) En este aspecto, el lenguaje nos extravía por su vocabulario y por su sintaxis. Debemos estar en guardia sobre ambas cosas para que nuestra lógica no nos conduzca a una falsa metafísica.» (<<El ato­mismo lógico», 1924, pp. 330-331 de Logic and Knowledge).

En cumplimiento de estas advertencias, Russell desarrollará un tipo de análisis del lenguaje que aspira a poner de manifiesto sus imperfeccio­nes lógicas, contras tándolas con las cualidades de un lenguaje lógicamente perfecto. ¿Cómo es un lenguaje de esta clase? Lo primero que Russell va a decir hace referencia no tanto al lenguaje en sí y a su estructura for­mal cuanto a la relación entre el lenguaje y la realidad. La primera condi­ción para que un lenguaje sea lógicamente perfccm es una condición semán­tica: que las palabras de cada proposición correspondan una por una a los componentes del hecho correspondiente. Se exceptúan palabras tales como «o», «no», «si. .. entonces», las cuales tienen una función diferente, es decir, las cuales carecen de conexión directa con la realidad; son las pala­bras que expresan modos de componer oraciones, y que pueden traducirse a functores lógicos, y que, naturalmente, están incluidas en lo que antes he­mos llamado «términos sincategoremáticos ~. Queda así establecido por Russell el principio de isomorfía semántica: «en un lenguaje lógicamente perfecto habrá una sola palabra para cada objeto simple, y. todo lo que no

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sea simple será expresado por una combinación de palabras ... )) (<<La filo· sofía del atomismo lógico», n, p. 197 de Logic and Knowledge). Un len­guaje semejan te tiene la ventaja de que muestra a simple vista la estructura lógica de los hechos que afirma o niega . Según Russell , de esta clase pre­tende ser el lenguaje de los Principia Mathematica, con la única diferencia de que este lenguaje posee sintaxis, pero c;:¡ rece de vocabu lario: «es el tipo de lenguaje que, si le añadiéramos un vocabulario, sería un lenguaje lógica­mente perfec to) (loc. cit., p. 199).

Hay que entender lo que Russell quiere decir. Los Principia Mathematj­ca, como todo cálculo lógico , tienen su vocabulario, a saber, el conjunto de signos con los que se componen sus fórmulas en aplicación de sus re­gIas. Pero lo que Russell quiere dat a entender es que un lenguaje lógica­mente perfecto podría ser un lenguaje que, poseyendo un vocabulario, no de signos lógicos, sino de palabras, como las del lenguaje natural, tuviera una sintaxis, unas reglas de estructuración y composición de oraciones, como las de aquel cálculo lógico.

Los lenguajes naturales, las lenguas humanas, no son de esa manera. Y esto, que es una desgracia desde el punto de vista filosófico , es -para Russell- una ventaja a efectos prácticos de comunicación . A diferencia de un lengul'lje lógicamente perfecto, el lenguaje ordinario se caracteriza por la ambigüedad de sus palabras, de tal manera que, cuando alguien usa una palabra, no significa por medio de ella la misma cosa que otra perso­na. Esto, que a primera vista podría parecer un inconveniente, no lo es en realidad, y lo grave sería que todos los hablantes significaran, con sus palabras , las mismas cosas, pues la comunicación resultaría imposible. ¿Por qué? Porque «el significado que uno dé a sus palabras tiene que depender de la naturaleza de los objetos con los que esté fami liarizado, y puesto que las diferentes personas están familiarizadas con diferentes objetos, no podrán hablar entre sí a menos que den a sus palabras significados muy diferentes ) (loe . cit., p. 195). Así -y el ejemplo es de Russell-, quien ha paseado por PiccadilIy, y es tá por consiguiente familiari zado con esta calle de Londres, da al término «Piccadilly» un significado distinto del que le dará una persona que nunca haya estado all í, por muchas cosas que sepa de ese lugar. Si insistiéramos en un lenguaje caren.e de ambigüedad, no podríamos hablar de las cosas que conocemos a quienes no las conocen.

Vale la pena detent:rse en lo anterior, porque están ahí presentes va­rios rasgos caracterÍsicos de la teoría del significado de Russell. En primer lugar, se observará que el significado depende del conocimiento por familiaridad (knowledge by acquaintance) o conocimiento directo, que Rus­sell , en orros lugares, ha contrapuesto al conocimiento por descripción (por ejemplo, en el cap. 5 de Los problemas de la filosofía). El conocimien­to direcro excluye la mediación de procesos de inferencia o de conocimien­to de verdades. Los datos sensibles constituyen la apariencia de un objeto material , como color, forma , dureza, etc., son ejemplo de algo que se co­noce directamente por fa miliaridad . El conocimiento del objeto como tal es, en cambio, un conocimiento por descripción: supone, no s610 mis

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6. A fa busca def lenguaje perfecto 191

datos sensibles actuales, sino además el recuerdo de otros, junto con el conocimiento de ciertas verdades físicas que están presupuestas por nuestro trato con los objetos materiales. Estos objetos no nos son, pues, conocidos directamente. Lo que conocemos directamente son los datos sensibles que el los nos producen ; los objetos, como tales, son sólo construcciones lógi­cas que hacemos sobre la base de nuestros datos sensibles, y los conocemos por descripción. El funda mento de nuestro conocimiento está, por consi­guiente, en el conocimiento directo, en l~ familiaridad . Pero és ta no se limita a los datos sensibles (sense-data). En el lugar que se acaba de citar, Russc ll amplía el conocimiento directo a los recuerdos, con lo que la memoria resulta ser, además de los sentidos, una vía para tal conocimiento; e incluye as imismo, en aquél, los es tados psicológicos propios, objeto de familiaridad por autoconciencia, aunque duda sobre si inclui r también el propio yo. Y no sólo son conocidos directamente estos fenómenos particu­lares; los conceptos universales son igualmente conocidos por familiaridad, y son un presupuesto para que pueda haber conocimiento por descripción. Del conocimiento direeco quedan explícitamente excluidos por Russell los objetos físicos, en cuanto distintos de los datos sensibles que producen, así ~omo los estados psicológicos ajenos. De aquello que conocemos, todo cuanto no es conocido por familiaridad es conocido por descripción, y esto se aplica tanto a los fenómenos particulares corno a los conceptos universa­les . El conocimiento por descripción tiene la importante función de permi­tirnos sobrepasar los límites de nuestra experiencia personal. Pero el cono­cimiento por familiaridad es la base de todo conocimiento, y a él es reducible el conocimiento descriptivo, pues «toda proposición que podamos entender debe estar compues ta enteramente de constitutivos con los que estemos familiarizados» (Los problemas de la filosofía, cap. 5, final) . La razón de esto ya la hemos visto: el significado que demos a nuestras pala­bras ha de ser algo con lo que estemos familiarizados (ibídem ).

El peso de la teoría referencia lista en las declaraciones de Russell es pateme: los significados de las palabras son los objetos de los que tene· mos conocimiento directo . Si se trata de un objeto físico, como el de­signado por el nombre «Piccadilly», el significado de éste, para cada cual, consistirá en los datos sensibles que tenga de ese lugar, así como en sus recuerdos de datos sensibles pasados y en las demás vivencias y sentimientos que dicho lugar le reproduzca. Si consideramos los objetos como integran­tes de un hecho, podremos entonces afirmar, con Russell, «que los campo-­nentes del hecho que hace a' una proposición verdadera o falsa, son los significados de los símbolos que tenemos que entender para poder entender la proposición» (<< La filosofía del atomismo lógico», 11, p . 196 de Logic and Knowledge) .

Tenemos, pues, que un lenguaje lógicamente perfecto es, para empezar, un lenguaje cuyos términos carecen de ambigüedad, significan siempre lo mismo, a saber, determinadas características de los hechos de las cuales el sujeto posee conocimiento directo. Y esto tiene la inmediata consecuen­cia de que será un lenguaje privado, en la medida en que el conocimiento

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192 Principios de Filosofía del Lenguaje -- -directo es propio y particular de cada cual, y por ello, «todos los nombres que se usen serán privados de un hablante y no podrán entrar en el lenguaje de otro» (toc. cit. , p. 198). Esto, desde el punto de vista de su vocabulario. Desde el pumo de vista de su sintaxis, la referencia de Russell a los Principia Mathematica nos pone en la pista de un rasgo fundamental que no puede faltar en ningún lenguaje perfecto: la extensionalidad, esto es, que todas sus oraciones complejas puedan descomponerse en oraciones simples, de tal modo que la verdad o fa lsedad de aquellas sea una función de la verdad o fa lsedad de las últimas, como ocurre en cualquier cálculo ló­gico estándar. Ello implica que un lenguaje perfecto está constituido por oraciones que pueden ser verdaderas o falsas, esto significa que solamente es candidata a la perfección lógica aquella porción del lenguaje que utiliza­mos para declarar los hechos, para hablar de lo que acontece, es decir, aquella porción del lenguaje que empleamos en el discurso declarativo o asertórico. Es la misma reducción que -como hemos visto-- había efectuado Frege. Por lo que respecta a Russel1, podemos decir, siguiendo ::;u terminología, que se trata de un lenguaje compuesto por proposiciones, ya que una proposición es - según Russell- una oración en el modo indicativo, una oración que afirma algo (a diferencia de aquellas oraciones que expresan preguntas, mandatos o deseos); la proposición es el vehícu­lo de la verdad y de la falsedad (op. cit., 1, p. 185).

Así pues, las oraciones complejas de nuestro lenguaje perfecto estarán compuestas de oraciones simples unidas por palabras que, corno «y», «o», <mo», «si ... entonces», ete., representan los modos de composición verita­tivo-funcional. ¿De qué forma serán las oraciones simples? Estas oraciones, que Russell denomina «proposiciones atómicas», describirán el tipo más simple de hecho, lo que, siguiendo la misma analogía, llamará «hechos ató­micos». De aquí el nombre de «(atomismo lógico» para su teoría: se trata de llegar a los últimos elementos que el análisis lógico del lenguaje pueda encontrar en éste', y puesto que el lenguaje, en lo que es filosóficamente re­levante, y de acuerdo con el principio de isomorHa, corresponde estructu­ralmente a los hechos, por lo mismo llegaremos a los últimos elementos de la realidad. En este sentido, el análisis de Russell va de la lógica a la metafísica a través de la filosofía del lenguaje.

Para Russell . los hechos más simples que se pueda imaginar, los hechos atómicos, son los que consisten en la posesÍón de una cual idad por una cosa particular, por ejemplo , el hecho descrito por la proposición «Eso es blancQ). Aquí tenernos algo, aquello a 10 que se refiere el término «eso», y el color que le atribuimos. Una proposición tal es, desde luego, muy di­ferente de una proposición como «Esa tiza es blanca». En este caso, al con~ siderar algo como tiza, le estamos atribuyendo ciertas propiedades, algunas muy complejas, que sin duda nos llevan más allá de los meros datos sen­sibles que ahora tenemos del objeto en cuestión. El término «tiza» encierra una complejidad que lo excluye corno candidato a constituyente de una proposición atómica . Por eso, y para no prejuzgar nada sobre dicho ob­jeto, nos limitamos a utilizar un pronombre demostrativo como «eso».

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6. A la busca del lenguaje perfecto 193

Suponemos, de otra parte, que una cualidad como un color es el tipo más simple de cualidades, y por consiguiente no analizable o descomponible ulteriormente. Hay que tener en cuenta que lo relevante aquí es el color en Cllanto percibido, y no en cuanto realidad física que puede estudiarse cienríficamente. Por ello, el que pueda definirse un color en términos de una determinada longitud de onda es irrelevante para el análisis de Russell. Se trata, no de un análisis físico, sino lógico, aunque tomando este último término con una amplitud peculiar, pues, corno ya hemos visto, en él es un presupuesto básico el principio de familiaridad. Esto quiere decir que los términos de las proposiciones atómicas poseen significado en cuanto designan objetos de conocimiento directo , y así se explica que los ejem­plos que Russell suministra correspondan a hechos atómicos que son, claramente, datos sensibles (loe. cit., pp. 198 Y ss.).

El tipo más simple de hecho consiste, pues, en la posesión de una cua­lidad simple por una entidad particular. Hechos levemente más complejos son los que consisten en relaciones diádicas, como el descrito por la propo­sición «Eso está junto a aquello». El tipo siguiente será el de relaciones triádicas , como el hecho descrito por «Eso está entre aquello y aquello otro» . y así sucesivamente. Todos estos hechos son atómicos para Russell, y constituyen una jerarquía de complejidad. En todo hecho atómico hay, pues, una propiedad o una relación , más una o varias entidades que son, respectivamente, sujeto de aquélla o ésta. A estas entidades les llama Russell , abreviadamente, «particulares». Se reconocerá aquí la forma de las funciones proposicionales de cualquier cálculo lógico estándar: Px, Rxy,. Rxyz, elC. Un particular es, por tanto, un sujeto de propiedades y de relaciones. Pero ¿en qué consiste? Russell no dirá nada más. La definición de «particular» es puramente lógica y, por consiguiente, nada puede decir más de lo dicho. Al lógico, como tal , no le interesa la cuestión de en qué consiste un particular, ni de si es posible o no en­contrar particulares en el mundo. Todo esto son cuestiones empíricas sobre las cuales el lógico, en cuanto tal, carece de competencia: «el lógico nunca da ejemplos, porque es una de las características de una proposición lógica el que no es necesario saber nada acerca del mundo real para poder entenderla» (<<La filosofía del atomismo lógico», 11, p. 199 de Logic and Knowledge). Simplemente añadirá que los particulares, como las sustan­cias en diferentes doctrinas tradicionales, son autosubsistentes y lógica­mente independientes entre sí. Que haya uno solo en el mundo o más de uno, y en este caso, cuántos, es ya una cuestión puramente empírica.

Hay que añadir que, en ocasiones, Russell se refiere a los particulares de tal modo que parecería que entiende por particular algo equivalente a un hecho atómico. Así , cuando habla de los particulares como «pequeñas manchas de color o sonidos» (op. cit., l, p. 179), da la impresión de que el particular es un dato sensible, y por 10 tanto, un hecho atómico. Sus de­claraciones en la segunda conferencia, que acabamos de ver, son tan claras que deben deshacer el equívoco.

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194 Principios ce Filosofia del Lenguaje "''' .....,-

Lo que en la proposición corresponde a una propiedad es el predicado. Lo que expresa una relación suele ser un verbo, o a veces, toda una frase. y lo que corresponde a un particular es el sujeto, y tiene que ser un nombre propio. ¿Por qué? Porque la única manera de hablar de un par­ticular es nombrarlo. Para describirlo, ya mencionamos sus propiedades y sus relaciones utilizando los términos correspondientes; ahora bien , para referirnos a él como su jeto de aquellas , lo único que podemos hacer es nombrarlo. Y puesto que las palabras obtienen su significado de los objetos con los que estamos familiarizados , quiérese decir que tan sólo podemos nombrar lo que es objeto de conocimiento direceo y mientras lo es. La primera consecuencia de esta extraña doctrina es que los nombres propios de par~iculares, tal y como aparC7Cen en una proposición atómica, serán muv distintos de lo que, en el discurso ordinario, llamamos «(nombres propios». Palabras como «(Sócrates», «( Venus), «( Madrid», las usamos para referirnos a sus correspondientes objetos aun cuando éstos no estén pre­sentes; de hecho, parece que su utilidad estriba precisamente en ello, pues quien estuviera ante Sócrates o quien se hallara en Madrid probablemente no necesitaría recurrir a esos nombres. Ahora bien, de acuerdo con la doctrina de Russell , no tenemos conocimiento directo de Sócrates,y por consiguiente, no podemos nombrarlo. Por lo mismo, quien nunca haya es­tado en Madrid, tampoco podrá dar significado a este término , y tampoco podrá dárselo al término «Venus) quien no haya contemplado este planeta. Ello muestra que tales palabras no son en realidad nombres propios, esto es, que no son nombres propios en sentido lógico. ¿Qué son, entonces? Según Russell, se trata de descripciones encubiertas y abreviadas. «Sócrates» es una abreviatura para cualquier descripci6n correcta que podamos dar de su correspondiente objeto, por ejemplo: «El filósofo griego que fue condenado a beber la cicuta), o «El maestro de Platón» , o cualquier otra. Como «Madrid» abreviará, entre otras muchas, la descripción «La capital de Españ3», o «Venus» equivaldrá, entre otras, a «El lucero matutin0» . En la medida en que estas descripciones se refieren a sus objetos descri­biendo ciertas propiedades suyas, resulta patente que esos objetos no pueden ser particulares, pues no son simples . Tenemos, pues, que ni los nombres propios del lenguaje ordinario son nombres propios en sentido lógico ni aquello a 10 que se refieren son particulares. Por ello puede afirmar Rus­seU: «Hablando estrictamente, sólo los particulares pueden ser nombra­dos.» (.La filosofía del .tomismo lógico», VII, p. 267 de Logic and Knowledge) .

. Así pues, Mill había dicho que los nombres propios en sentido ordinario denotan, pero carecen de connotación; Frege defendió que, no sólo pueden tener referencia , sino que además han de tener sentido, el cual puede que­dar explícito por medio de alguna descripción como en los ejemplos an· teriores ; y Russell viene a añadir que, precisamente por eso, tales nombres 110 son, lógicamente, nombres propios, pues si es posible sustituirlos por alguna descripción, entonces no se limitan a nombrar.

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6. A /a busca de/lenguaje perfecto 195

¿En qué consiste un nombre propio en sentido lógico? Según Russell, las únicas palabras que usamos de esta manen!. son palabras como «esto», «eso» o «aquello}> (lhis, that): «Se puede usar 'esto' como nombre de un particular del que se tiene conocimiento direno en el momento>} (op. cit., 11, p. 20 1). Así, si decjmos «Esto es blancm>, llamando «esto» a lo que vemos, empleamos el demostrativo como p.ombre propio, en sentido lógico, de un supuesto particular qué tiene como propiedad la blancura. Pues, en efecto, los d~mostrativos no nos dicen nada sobre los objetos a los que, por medio de ellos, nos referimos; se limitan a señalarlos, a denotarlos, yeso prueba que son verdaderos nombres propios y que los objetos que denotan son simples, paniculares. Esto implica una curiosa propiédad que Russell se ocupa de señalar, y que, aunque paradójica, es coherente con lo que ya hemos visto. De una parte, que el significado de los nombres lógi~ camente propios estará cambiando todo el tiempo según cambien nuestras percepciones del mundo, nuestros datos sensibles. Y de otra, que su signi~ ficado será diferente para el h3blante y para el oyente, en cuanto que los datos sensibles que ambos tengan del mismo objeto serán distintos. Con lo que volvemos a comprobar el carácter privado de un lenguaje lógicamente perCecto, puesto que sus nombres propios serán inteligibles únicamente para cada cual en función de sus experiencias propias: «para comprender un nombre hay que estar familiarizado con el particular que nombra, y hay que saber que se trata del nombre de dicho particular» (op. cit., IlI, p. 205 de Logic and Knowledge).

Frente al monismo hegeliano con el que Russell venfa polemizando des~ de años antes, la ontología exigida po,r su análisis consiste, para empezar, en un pluralismo de los hechos simples o atómicos, que se resuelve en un pluralismo de objetos simples o particulares, independientes lógicamente entre sí y subsistentes por sí mismos, con un tipo de subsistencia que recuerda a la de la sustancia, según se ocupa de señalar el propio Russell (lI , p. 202 ). Por lo que respecta a los objetos de la vida cotidiana, és tos son todos complejos, desde las SIllas a las personas, y por esto no se les puede dar un nombre propio lógico. Ya tenemos, por consiguiente, los elementos más simples a los que llega el análisis de Russell : son los particulares, sus propiedades y sus relaciones. Y están representados en la oración de esta manera: los particulares, por los nombres lógicamente propios (términos deícticos, como los demostrativos), las propiedades y relaciones por dife~ rentes clases de adjetivos, verbos y adverbios. Como todo elemento de la oración debe corresponder a un elemento del hecho, hay que concluir que en los ejemplos que, tomados de Russell, hemos visto, sobra algo, a saber, la cópula «es», puesto que a ella nada corresponde en los hechos. Los ejemplos de proposiciones atómicas serán, así , menos idiomáticos de lo que eran los anteriores; con rigor, tales proposiciones serán de la forma «Esto blanco», «Eso junto a aquello», etc. Que así tiene que ser lo prueba, claramente, el que nada hay en las funciones proposicionales de un cálculo lógico que represente al «es»: Px, Rxy, etc., solamente contienen términos de individuos (x, y) y términos de predicados (P, R).

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196 Principios de Filosofía del Lenguaje

Con lo anterior hemos· alcanzado unos átomos lógicos, las proposiciones atómicas, a las cuales c<;>rresponden unos hechos simples, que cabe calificar, asimismo, como atómicos. ¿Pero pueden reduci rse a aquellas todas las demás proposiciones de un lenguaje perfecto?

6.5 Hechos y proposiciones

Las proposiciones atómicas se combinan entre sí por los medios de composición verirativo-funcional que establecen los Principia Mathematica y que se recogen en cualquier libro de lógica; formas de composición que, en el lenguaje ordinario, están representadas, con cierta aproximación, por palabras como «Y», «o», «no», «si. .. entonces», etc. A las proposicio­nes complejas así formadas las llama Russell , prosiguiendo la misma analo­gía, «proposiciones molecul.ares». Es, por tanto, característico de un lenguaje perfecto cumplir con el principio de extensionalidad, a saber: que todas sus proposiciones complejas o moleculares puedan descomponerse en otras simples o atómicas de tal manera que la verdad o falsedad de las primeras sea función de la verdad o falsedad de las últimas. De aquí que las proposiciones moleculares, pues ro que son meros compuestos de proposiciones atómicas, carezcan de correlato propio en la realidad. No hay, no tiene por qué haber, hechos moleculares. Ya que roda proposición molecular se descompone en proposiciones arómicas, bastan los hechos atómicos para conectar a la primera con el mundo. Un hecho es, simple­mente, aquello que hace verdadera o falsa a una proposición (op. cit., l , p. 182 de Logic and Knowledge). Pero una proposición molecular no es verdadera o falsa por sí misma, esto es, en virtud de su relación con el mundo, sino en razón de que sean verdaderas o falsas las proposiciones atómicas que la componen; por consiguiente, la única verdad que depende de los hechos es la de estas últimas, Y para declarar verdaderas o fa lsas a las proposiciones atómicas nos bastan los hechos atómicos. Nótese, además, que si postuláramos la existencia de hechos moleculares, nos veríamos forzados a admitir que hubiera en la realidad, como parte de tales hechos , elemen­tos que correspondieran a los modos de combinación, esto es, a la con­junción, a la disyunción, al condicional, etc. Si, tomando dos ejemplos muy sencillos de proposiciones atómicas, afirmamos «Eso (es) blanco y aquello (es) negro», nuestra afirmación será verdadera, segú n la interpretación que hace de la conjunción cualquier cálculo lógico estándar, solamente cuando ambas proposiciones simples lo sean. Y para esto basta con sus respectivos hechos atómicos: que lo designado por «eso» sea, efctiva­mente, blanco, y que lo que llamamos «aquello» sea negro. Simplemente con esto, nuestra afirmación será verdadera. No necesitamos para nada postular un hecho complejo en el que, además de algo blanco y de algo negro haya también algún extraño elemento que corresponda al functor «y». Si todas las proposiciones complejas fueran moleculares, y por ello redu­cibles a proposiciones atómicas, éste sería el fin de la cuestión. En última