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Guarinuma

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Javier Maroa su autor, en su primera obra , expresa sus vivencias, rindiendo homenaje a su lar nativo, a la magía de la selva y al nunca extinguido espíritu de la cordialidad del hombre amazonense.

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guarinuma

Javier Maroa

Fundación Editorial El Perro y La RanaRed Nacional de Escritores de Venezuela

Imprenta de Apure 2010Colección “El Apure de siempre” / Serie Roja - Crónica

©Guarinuma©Javier MaroaColección El Apure de siempre, Serie Roja - Crónica

©Fundación Editorial El perro y la ranaSistema Nacional de ImprentasRed Nacional de Escritores de Venezuela

ISBN: 978-980-14-0992-2Depósito Legal: lf-40220108001723

Edición: Sistema Nacional de Imprentas Regionales Capítulo Apure

Diagramador: Juan Carlos Villota

Operario: Arturo F. Rodríguez

Corrección: Edgar Hernández

Portada: ©Mirada de la naturaleza, Edgar Payúa

[email protected]

El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos.

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NACIMIENTO Y NIÑEZ

Muy a menudo escuchaba a mi madre decir que era un día de invierno, de incesante aguacero que durante el mes de Julio acompaña al espíritu del áparo remontando al Orinoco, el río Atabapo, el Casiquiare y el Guainía hasta su cabecera, dejando en su recorrido una estela de creencia que formaba parte esencial de aquellas comunidades pluricultural que se diseminaban a lo largo y ancho del cajón del río Negro, don-de los Banivas y Yaviteros convivían en homogénea armonía comunitaria.

Era una madrugada de frío, relámpagos y truenos, cuando por la rendija de un ventanal de madera penetraba el silbido del aguaitacamino que anunciaba la proximidad del chubas-co, cuando al instante se escucha el llanto de un niño que acaba de nacer, el 14 de Julio de 1.948, en la boca del caño Caname, afluente del río Atabapo en el Territorio Federal Amazonas. Ese niño soy yo.

Nací en una familia indígena – Baniva–Yavitero – humilde y trabajadora, que se alimentaba de la caza y de la pesca, de la agricultura basada en la explotación del conuco y de la venta del - chiquichiqui -, producto forestal a comerciantes colombianos y brasileros que intercambiaban este producto por artículos de primera necesidad tales como: jabón, azúcar, sal, fósforos, vestidos, calzados y otros, así como también por algunos pesos colombianos o cruceiros del Brasil.

Mi padre: Manuel Maroa, un indio experto en tumbar un conuco y picar una mata de fibra – chiquichiqui -; Mi madre: María Largo, una india, como dirían los colombianos – ver-gataria para trabajar conuco y preparar el mañoco, el casabe, la catara, el guarubé y otros derivados de la yuca brava; Mis hermanos: Domingo, experto en el arco y la flecha; Octavio, el único de los mayores que estudió hasta cuarto grado, pero

cuando tiene una cerveza se convierte en un gran líder ade-co (antes) o un acérrimo chavista (ahora); Renato, es tranquilo, tiene una familia numerosa, es jubilado en educación (obrero); Yolanda, es evangélica, es una santa, jubilada en educación (obrera); Guiomar, que es la última de la familia quién sí pudo ir a la escuela, luego a la universidad, hoy tiene un post grado en educación y es Supervisora de Educación en el estado Co-jedes. En la segunda línea de consanguinidad está Iris, quién es sobrina criada desde pequeña en la familia, y tiene tres hermosas niñas: Gabi, Deimar y Dairi, Dios las guarde. De mí, ustedes irán conociendo a lo largo de esta historia. Debo aclarar que Guiomar tiene dos hijos y una bella nieta: Malvia, David y Aleska, respectivamente.

La niñéz es una etapa muy hermosa del ser humano, tranquila, sin ninguna responsabilidad ni pendencia de cualquier índole; se vive al contorno familiar y al mimo paternal, lo que impregna a la niñez una inmensa vivencia de seguridad y confort que no se experimenta en otra etapa de la vida. Los hechos que suceden a los cinco años, o quizás antes, son imborrables de la memoria del niño; por eso los primeros recuerdos que me vienen a la mente, es el “sitio”, denominación indígena hoy conocido por fundo que mis padres habían construido en la boca del caño Caname. Allí recuerdo que había una vivienda típica indígena amplia, de dos aguas con techo de palma, una estructura fina de bahare-que – mezcla de barro y paja picada – que coadyuvada con el enlatado de madera adquiere una solidéz de gran resistencia a la intemperie. La casa estaba dividida en un salón grande (visita y salón de recepción), tres aposentos: uno para mis padres y los más pequeños, otro para los varones y el tercero para las hem-bras. Por temor a los dañeros – personas que se desplazan en horas de la noche en busca de sus enemigos para matarlos con un veneno llamado Camajay – los viejos nos decían que teníamos que acostarnos temprano, no por tener enemigos sino que por el sitio pasaban, en la nocturnidad, hacia otros lares, esos individuos, que a veces se ponían en contacto con mi padre en hora del día.

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Los Dañeros también se le llama “pitadores” porque en su trajín nocturno, por donde caminan van diseminando un silbido que al oído humano causa escalofrío, se siente que la cabeza aumenta de volumen, la piel se pone como una panela de hielo y los pelos de punta. Por eso nos recogíamos temprano.

Volviendo de nuevo a la casa, en la parte posterior se ubi-ca la cocina, una pequeña cabaña donde se guardaba la leña, el trempe de hierro y el fogón de barro; más atrás otro rancho, más amplio donde se depositaban los instrumentos de traba-jo y de fábrica de mañoco y el casabe; allí se encontraban: el machete, el hacha, el arco y la flecha, los anzuelos y varas de pescar, la escopeta, el budare, los sebucanes, los rayos, manares, guapas y otros utensilios. En el patio, rodeado de cambures y guamas, se hallaba el palo sebucanero, que por lo general era de puro corazón. Un patio sin linderos ni ve-cinos, sembrado de mangos, topochos, aguacate, limón, na-ranja, guarray, totuma, guayaba y otros árboles frutales que le daban sensación de una pequeña finca; un chiquero a treinta metros de la casa principal y un conjunto de gallos y gallinas que en la madrugada, con su cantío, se convertía en el des-pertador de la familia, anunciándole que venía el nuevo día para el trabajo cotidiano. Con el rumor de la madrugada, la alborada del amanecer, el canto de la Guacaba y la Chen-chena mañanera, el trinar de los pajaritos y el alboroto de los perros cazadores, nos levantamos a las cinco de la mañana y nos conducíamos por un amplio camino que nos llevaba al puerto donde se ubicaban los bongos y curiaras para ir al co-nuco o de pesca. Allí nos bañabamos como dios nos trajo al mundo, observando en vivo, aquel acuario natural rodeado de piedras rocosas y lisas, donde la arena blanquecina cons-tituía un piso de cristal, bordeado de aguas claras en cuyo fondo era fácil observar los bocachicos, mataguaros, viejitas o cabezas de manteco en su vivencia natural. _Hay que ba-ñarse, nos decía el viejo, para que la pava salga y entre en el

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cuerpo el espíritu del trabajo. Después venía la distribución de las tareas del día: los mayores a pescar y otros a cazar, mis padres junto a los más pequeños nos íbamos al conuco, a arrancar yucas y a limpiar el rastrojo; al medio día estába-mos de regreso, los pescadores y cazadores aún no habían regresado, por lo tanto teníamos que recurrir al pescao pilao que estaba en la troja y con el casabe mojado se preparaba un aguanta pecho, mientras se esperaba a los buscadores del alimento diario. Habían oportunidades en que los caza-dores traían venados, dantos, paujíes, monos, y otros anima-les y los pescadores: pavones, bocones, bocachicos, viejas, rayados y otros pescados; cuando esto sucedía, formábamos una fiesta alimenticia, construyendo trojas para asar a los animales cazados y los pescados. Esta circunstancia permi-tía dedicar varios días, entre todos, al conuco y a la fábrica de mañoco y el casabe, que aún constituye el pan diario de los Banivas.

Por lo general, esto era la rutina de nuestras vidas, que recuerdo a mis 5, 6 y 7 años. A excepción de cuando mi padre y mis hermanos mayores, en los meses de Junio y Ju-lio, en pleno invierno, se internaban a la cabecera del caño Caname a cortar chiquichiqui para cambiar en trueque, con los comerciantes colombianos, por productos de primeras necesidades, como lo he enunciado antes; también había un cambio de rutina cuando nos íbamos a pasar la fiesta de Guarinuma, caserío que oficialmente es el lugar donde nací que se celebra desde el mes de Julio y termina el 16 día del Carmen. De estas fiestas tengo algunos recuerdos que ja-más se borrarán de mi memoria; recuerdo por ejemplo que en una fiesta mi madre era la Yuisa (jefa) y tenía la mayor responsabilidad en que la fiesta fuera la mejor; ese año, mis padres no hicieron más que trabajar para la fiesta: sembrar caña para sacar la bebida, cazar y pescar para la comida y todo lo que tenía que ver con organización de la misma. Por primera vez observé como se destilaba, en un alambique,

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el guarapo de caña y por un tubo de madera salía el burechi (caña blanca) después de someterlo al fuego; fueron varias botellas las que se llevaron a Guarinuma ese año, como tam-bién fueron muchos borrachitos que quedaron tendidos en la sala de la fiesta bajo los bancos. Durante la fiesta, el que se rasca y se queda dormido, el jefe de la misma tiene la autori-dad para meterlos bajo los bancos donde se sientan las pare-jas, allí nadie se detiene. El otro día es el cuento, la mamadera de gallo, pero todo es una familiaridad, con algunas peleas excepcionales de borrachos que el otro día ni se acuerdan.

En esa fiesta, recuerdo, que mis padres me regalaron, mi primer pantalón largo y unas botas marronas colombianas. Un pantaloncito de kaki que amarraba con una tira por no tener una correa, y las botas se convirtieron en un martirio porque era la primera vez que las usaba, por consiguiente tenía que aprender a caminar; fueron varias veces que rieron de mi práctica, y lo más insólito es que después de caminar limpiaba la suela con saliva y me la volvía a calzar. Pero era muy feliz con mis botas.

Al regresar al sitio después de la fiesta todo volvía a ser rutinario. En 1.955 con siete años de edad, jamás había oído pronunciar la palabra escuela, mis padres eran analfabetos, por consiguiente no tenían noción de lo que significaba estu-diar. Después supe que la escuela más cercana era la de Gua-rinuma, a 20Km de distancia, donde daba clases el maestro Tomás Betancourt, hoy fallecido y la otra funcionaba en San Fernando de Atabapo, a dos días a canalete, porque en esa época quién tenía un motor fuera de borda era considerado un hombre rico y afortunado. En ese año mi madre dio a luz una niña, antes de cumplir un año de edad enfermó, la hicie-ron ver con brujos y hechiceros, mas no mejoraba su salud. Mi padre desesperado por la decadencia de salubridad de su hija decidió, trasladarse a San Fernando donde había un dispensario y supuestamente un médico.

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Mientras se preparaba la curiara para el viaje, mis padres iban al conuco para buscar yuca y preparar el bastimento, tanto para el viático como para vender mañoco y casabe en el pueblo, cuestión necesaria para el sustento durante la estadía en San Fernando. Llegó el momento de partir, la curiara estaba provista de una carroza de palma, para proteger a la enfermita; cada quien de los mayores con un canalete y a las 5 de la mañana salimos rumbo a la antigua capital del Amazonas; a las 8 de la noche llegamos al puer-to. Mi padre, a esa hora, salió a constatar a un amigo para conseguir posada; solucionado el inconveniente salimos con las magallas y sorteando la incomodidad nos pudimos acomodar y esperar el amanecer del nuevo día. Al siguiente día fueron a visitar al médico, éste le puso un tratamiento, más no surtió efecto, al contrario la niña fue desmejorando y al cabo de un mes aproximadamente falleció. La muerte de la niña consternó a mis padres, allí nos quedamos no se cuánto tiempo; mi madre no quería regresar y le dijo a mi padre que buscara la forma de construir un rancho. El sitio, en la boca del caño Caname fue abandonado, el conuco enmontado, las gallinas, los perros y los cochinos desapa-recieron; sólo regresamos para recoger lo que quedaba y finiquitar el conuco, es decir, arrancar la yuca y elaborar la cantidad de mañoco y casabe posible para llevarlo y ven-derlo, de regreso, a Atabapo. Recuerdo que mi madre y al-gunos de mis hermanos se encargaron del conuco; sacaron yuca hasta mas no poder, se buscaron otras mujeres para la elaboración del mañoco y el casabe y al cabo de dos meses la tarea estaba cumplida. Más de 30 latas de maño-co y 20 tercios de casabe era aproximadamente el esfuerzo realizado. Paralelo a esto, mi papá con otros de mis herma-nos mayores construían una balsa de madera con “palo de bolla” para poder transportar los enseres que aún habían en el sitio.

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Además de llevar las magallas, alimentos, y otros elemen-tos que forman parte de una mudanza, se trasladaba el juego de madera y de palma para construir el rancho en San Fer-nando de Atabapo. Llegó la hora de la salida, aquello era como una casa rodante a flor del agua, todos íbamos allí, al medio del río al compás de la corriente, los pescadores se retiraban en la curiara para ir a sacar el sancocho; a cada rato un chapuzón en el río; al atardecer se oía el alboroto de los loros cruzando al río Atabapo a las montañas de la cos-ta colombiana; al amanecer, una bandada de garzas blancas procuraban, el cardúmen de sardinas, sus alimentos a orillas de la playa; al medio día, a merced de un remanso cubierto de un frondoso chigal, se escuchaba el rumor del aguaje y el coleo de los pavones que remontaban por millares hacia la cabecera del Atabapo, provocando el sigilo de mi hermano Domingo para sorprenderlo con el curajay, instrumento para pescar pavón y robarle alguno para el suculento asado de la tarde con casabe pajoso,mañoco remojado y un complemen-to de catara con bachaco picante y guarubé. Tres días tardó la balsa para llegar al puerto de San Fernando de Atabapo; a la semana, ya mi padre y los muchachos estaban terminando de construir la casa, faltaba sólo las paredes de bahareques y al cabo de 15 días ya estábamos en nuestro rancho. Aún se olía la frescura de tierra mojada, de la madera recién cortada y de la palma de chiquichiqui con su aroma de perfume vegetal.

Para esa fecha 1.957, San Fernando de Atabapo tenía 3 calles de Norte – Sur y 3 calles de Este – Oeste; no había mas de 150 habitantes; dentro de los que recuerdo están: Gilberto Mendoza y Doña Rosa Piñate, Natalio Rojas, El Viejo Lara, La Familia Martínez – Doña Chepa – La Familia Ortiz (Doña Narcisa), Nepo Patiño y Doña Ermita, Doña Crucita, Blanca Yépez, Tomás Mayuare, Antonio Sánchez, Oesile Henriquez, Francisco Escobar, Desiclerio Escobar, Rogelio Mirabal, la Fa-milia Palau, José Inés Sue, Pedro Sué, Ramón Cipriano, Luis Level, Narciso Ortiz, Rosario Rosales, Nicolás Rosales, Igna-

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cio Acosta, Acosta Franci, la familia Alencar, Pascual Betan-court, Félix Devia, Fernando Conde, y otros que se escapan de mi tierna memoria. Nuestra casa estaba ubicada retirada del centro poblado, se llegaba por medio de un camino, más tarde se convirtió en la cuarta calle, con el nombre de Atabapo; teníamos como vecinos dos señores caraqueños, muy cariñosos y tratables, inmediatamente hicieron con mis padres un acercamiento de vecindad, de tratos cordiales; cuando alguien de la familia iba a pescar siempre le pa-saban a los vecinos algo para el almuerzo o la cena; esta actitud provocó una atención de gratitud por su parte. Es allí donde escuché por segunda vez la palabra Escuela y me llamó la atención; aquellos señores les llamaban “Los Confinados”, y ya tenían varios años viviendo en Atabapo en esa condición; resulta que los vecinos eran unos líderes comunistas, que el gobierno de Pérez Jiménez, había en-viado preso y tenían al pueblo como cárcel. En Atabapo la familia Alencar era de tendencia comunista y ellos se aco-plaban muy bien con nuestros vecinos confinados. Todos los hijos de la señora Alencar, en horas de la tarde, después de la salida del colegio salesiano, iban a recibir clases de gramática, literatura y álgebra con los amigos referidos, es decir, ellos tenían una escuela donde colaboraban con la comunidad en forma gratuita. Un día le pidieron a mi padre que dejara que “el negrito”, como ellos me llamaban a par-tir de ese entonces, fuera a aprender a leer y a escribir con ellos; cuando me lo comunicaron, lo primero que dije: “es que yo no se nada”; con su ignorancia, mi madre me dijo: es que tú vas a aprender y allí van los que no saben; al final de la conversación asentí que iba el siguiente día.

El primer día de clases, a los 7 años, conocí a los alum-nos, la mayoría de la familia Alencar: Hugo, Hermes, Tuca, Francisco, José y Carlos Alencar; ese día aprendí las cinco vocales y a escribir papá y mamá, e hice varias caligrafías. Creo que estuve asistiendo a la escuela de los confinados

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como 3 meses, Enero, Febrero, Marzo del `57 luego abando-né porque la familia completa tenía que irse a trabajar penda-re a Parguaza, en el Estado Bolívar, pero en los pocos tiempos que asistí aprendí a escribir, leer, sumar, restar y un poco de multiplicación. Así nos fuimos a Parguaza, hasta el final del año 57, allí nació mi hermana menor, Guiomar, el 23 de Mayo de ese año. El pendare es un árbol que se pica con un machete o una raqueta y se le extrae una resina blanca, la cuál al ponerla al fuego se endurece y se forma una maqueta; esta resina es la que se comercia; en ese tiempo, escuchaba que una tonelada costaba 400 bolívares. Estuvimos 6 meses trabajando pendare, creo que la familia, entre todos obtuvo 4 ó 5 toneladas, lo que alcanzó para pagar la deuda y adquirir un motor fuera de borda de 18 caballos, marca Evindure; en el mes de Octubre regresamos a Atabapo y éramos una de las pocas familias que tenían un motor fuera de borda. Du-rante el año 58, ingreso nuevamente a recibir clases con los amigos confinados, refresqué mis conocimientos anteriores, y me preparé en matemáticas. Ellos le decían a mi madre que estaba bien adelantado y que el próximo año tenía que inscribirme en el Colegio Salesiano.

Había cumplido 10 años, veía y entendía algunas cosas que hablaban los mayores. Los vecinos confinados tenían una actividad social bastante considerable; a ellos les venían visitas de Colombia; de Caracas, de Puerto Ayacucho, les enviaban la prensa nacional que le llegaba por amigos del otro lado de la frontera, casi no nos daban clase. No enten-día lo que se llamaba dictadura; la Guardia Nacional era la que mandaba; para cortar leña, salir de pesca o abandonar al pueblo había que solicitar un permiso, de lo contrario lo llevaban a la policía. Recuerdo una vez que mi padre junto a otro pescador “Don Japón” se fueron de pesca en la madru-gada, para no pedir permiso y regresaron en la noche para evitar ser visto por el guardia de puerto; arribaron al puerto como a las siete de la noche, el guardia lo estaba esperando,

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los detuvo y los llevó preso al calabozo; como a las ocho llego un policía a nuestra humilde vivienda diciéndole a mi madre que fuera a retirar de la comandancia, las prendas de pescar y un remanente de pescado, porque la mayor parte se los ha-bían cogido los guardias y los policías. Mi padre y Don Japón pernoctaron en la policía hasta el día siguiente. Este hecho marcó mi vida para siempre, a mi corta edad iba entendiendo el significado de la dictadura. El esbirro que hacía y deshacía en Atabapo, era un sargento de nombre Crispín Pulido; un mo-reno bembón, contextura fuerte, de ojos saltones y de bigote abundante, que irradiaba temor y odio a la vez por sus malas acciones en contra de los habitantes Atabapeños.

Otro caso a recordar fue cuando el susodicho sargento, hu-milló y maltrató a un hermano de mi padre, Félix Ortiz, quién era el motorista oficial de la Guardia; en un acto de crueldad y de celos puso preso al motorista conjuntamente con la mujer - del sargento -, con quién hacía vida marital y lo apersogó a los dos en el patio del cuartel, como castigo por la infidelidad de ambos; ese acto inhumano hizo mover la opinión pública del pueblo, teniendo que intervenir las autoridades de la iglesia para dirimir la situación. Y como si fuera poco, el mismo que había cometido esa arbitrariedad, como cuestión del destino, tiempo después, inició un acercamiento a nuestra casa para enamorar a la mujer de mi hermano Octavio, quién no se encontraba en esos momentos por andar en actividades comerciales por el río Orinoco. La mujer que refiero era una morena colombiana bien parecida, de buen trato, alta y de cuerpo con característica de mujer conservada. Cuando Octavio regresó de su viaje, despa-cho a la mujer y creo que se mudo a una casa que el sargento le había conseguido. El esbirro nunca supo que la casa que visitaba era la del hermano de quién él había humillado por celos en el patio de la Guardia Nacional. Mi padre una vez comentó que de la cocina le era fácil meterle un batazo en la frente a ese… tiempo después entendí, lo que era vivir en dictadura y en democracia, la importancia que encierra la palabra Libertad, Justicia y Respeto.

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Un gobierno de dictadura basa su poderío en las fuer-zas militares, de allí proviene la preponderancia del militaris-mo; las autoridades civiles: Prefecto, Gobernador, Ministros y otros, pasan a segundo plano; la Constitución es cero a la izquierda; es el capricho, la voluntad personal y los intereses del dictador lo que predomina, antes que los del pueblo. El pueblo vive bajo el miedo y el temor que propugna el gobier-no militar.

En la vivencia de los hechos narrados, con 10 años de edad cumplidos, escuché de boca de mi padre: “cayó el go-bierno”, en la calle se oye “tumbaron a Pérez Jiménez”; los amigos confinados: Don Ramírez y Don Tinedo, tienen un corre corre, alborotados de alegría e invitando a mis padres a un acto público que se iba a celebrar en la Plaza Bolívar, a las 4 de la tarde. Esa tarde vi por primera vez tantas gen-tes reunidas, también escuché un discurso político colmado de una oratoria electrizante que pronunció mi maestro, Don Ramírez; luego tomó la palabra Don Tinedo para expresar y explicar el significado de aquel día, 23 de Enero de 1.958, cuando se inicia en el país una nueva época, con ambiente de libertad y el fin del yugo de los militares (Crispín Pulido en Atabapo). Con la orientación de los confinados, destituyeron al Prefecto, al Comandante y el Secretario de la Prefectura y nombraron al señor Francisco Azabache como nuevo Prefec-to, Ramón Gómez como nuevo Comandante; a varios civiles le asignaron esa noche un viejo Mausser para custodiar la Prefectura; el día siguiente los confinados viajaron a Puerto Ayacucho y una semana después Don Francisco Azabache se haría cargo de la Prefectura y ocupando la misma casa de los confinados.

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PRIMEROS PASOS ESCOLARES

Teníamos como vecino al nuevo prefecto. Inicialmen-te llegó solo y más tarde vinieron sus hijos y esposa. Allí conocí a Francisco, Omar, Alonso, Abad y a los otros, que ahora no recuerdo su nombre. Con Abad fuimos al primer grado en el Colegio Salesiano y con los mayores consoli-damos nuestra amistad después de adultos. Después del derrocamiento de Pérez Jiménez y la asunción del Poder de la Junta Cívico – Militar precedida por el vicealmiran-te Larrazábal, en Venezuela se inicia una nueva etapa de esfervescencia política. La Junta de Gobierno, convoca elecciones para elegir al nuevo presidente, para Diciem-bre de 1.958. Los partidos: AD, URD y COPEI actúan con plena libertad y lanzan sus candidaturas; por AD, Rómulo Gallegos, por URD, el Vicealmirante Larrazábal y por CO-PEI, Rafael Caldera. A partir de la apertura de la Campaña Electoral, Atabapo pasa a ser centro de encuentro de polí-ticos, regionales y nacionales. Mi padre y toda mi familia, por acercamiento al nuevo prefecto y a su compadre Don Manuel Henríquez, se inclinan por URD y el candidato La-rrazábal. URD era la primera fuerza en Atabapo y en Puer-to Ayacucho, más no era así a nivel nacional. Oyendo los mensajes de todos los candidatos, la actividad política me fue absorbiendo hasta lograr una participación activa en la fila de URD, donde llegué a ocupar la Secretaria Juvenil a nivel del Territorio Amazonas en el año 1.967. Mi par-ticipación política estuvo enmarcada en la convicción de esta actividad la entendía como un servicio a los demás, el partido como una escuela de convivencia, compañerismo y solidaridad, y lo más importante, el sistema de gobierno que se empezó a construir después del 23 de Enero del 58: La Democracia, me permitía sentir y vivir en plena liber-tad. Entendí que la democracia, no era tanto un sistema de gobierno, sino una “forma de vida” (Durkhein), inmanente al modo de ser del concepto humano. Hablar de política

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es referir conceptos de poder, de pueblo de partido y organi-zación. Es imposible ejercer la política sino se tiene poder y éste no es asequible si el pueblo no le concede y para llegar al pueblo es imprescindible la actuación conciente y organi-zada del partido, que influye, a través de sus actuaciones, en el destino final de la sociedad, que es su bienestar, desarrollo, prosperidad y progreso que en definitiva vislumbrará en una mejor calidad de vida del componente social. Los partidos en general, en su origen dentro del contexto democrático, constituirá el enlace entre la sociedad y el Estado-Gobierno; más en sus etapas posteriores se degeneraron en su conver-sión en entes excluyentes, tomando en consideración sola-mente a sus seguidores, segregando a la gran mayoría de la sociedad que no tenían que ver o eran indiferentes antes ta-les organizaciones, esta circunstancia convirtió a los partidos en organismos clientelares, sectarios y cogolléricos que solo atendían a los intereses grupales e individuales, olvidándose del conglomerado popular, que no recibió ningún beneficio, a pesar de vivir en un pobre país rico.

Para las elecciones presidenciales principales de Diciem-bre del 58, sale electo Presidente el candidato de AD, señor Rómulo Betancourt; hay cambio de gobierno, los puebleri-nos atabapeños esperaban con ansiedad y esperanza mejorar su condición de vida; ese mismo año el Gobierno Nacional emprendió una política de construcción de escuelas deno-minados Grupos Escolares y Atabapo no quedó fuera de esa programación; mi madre al inicio Escolar 58-59, me inscri-bió en primer grado en el Colegio Salesiano; recuerdo que mi primer maestro fue el hermano Valentín, de nacionalidad española, por mi preparación con los confinados comunis-tas en cuanto a escritura, lectura y matemáticas, a mediados del año fui promovido al segundo grado con el Maestro José Luis Ortiz (coco) quién a la postre era hermano de mi padre. Con el maestro Coco perfeccioné mi caligrafía, la solución

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de problemas matemáticos y algo de contenido en cuanto a educación moral y religioso, higiene y valores de respeto y responsabilidad. Otra cuestión imborrable es el hecho de que con el Hermano Valentín, los alumnos, durante todo el año escolar no gastamos un lápiz, porque el tenía la estrate-gia de conservar los lápices al terminar la clase y al siguien-te día nos hacía la entrega a quien al final de mes lo tuvie-se mas grande recibía un premio porque, eso significaba cuidado, responsabilidad y concepto de pertenencia. Men-sualmente había entrega de notas y exposición de trabajos; ese día todos los representantes y familiares presenciaban la lectura de notas y observaban los trabajos de exposición, todo era alegría, felicitaciones a los aplicados y reprimenda a los que perdieron el tiempo, que prácticamente eran muy pocos. Estoy hablando de la educación tradicional, cuando se aprendía a sangre de fuego, donde los palmetazos, los coscorrones, y los peladientes, los castigos de rodilla en gra-nos de maíz o en piedras, no estaban prohibidos. Había res-peto, disciplina, dedicación y ambición de seguir adelante a pesar de tan drástica pedagogía. Culminé mi segundo grado con notas sobresalientes. El tercer grado lo estudié con el maestro Tomás Betancourt, el Fundador de la escuela de Guarinuma, hombre de experiencia, de trato cordial y gran amigo. El maestro Betancourt años más tarde, no se porqué motivo, se retiró de educación y consiguió un trabajo de motorista en el Ministerio de Sanidad, pero siempre para mí era el Maestro Tomás.

Muchos años después, siendo adulto y profesional, nunca olvidé una anécdota con él, en cualquier parte de Atabapo; tenía años que no lo veía y cuando lo saludé le dije: “¿Cómo está usted maestro Tomás?” y el me respon-dió: Mira, Maroa, yo no soy maestro, soy motorista de sa-lud. Entonces le respondí que mi saludo era de respeto y de admiración y que jamás iba a dejar de ser el maestro Tomás. La palabra maestro, educador, profesor implica res-

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peto, dedicación, sacrificio y servicio. El maestro nace, pero también se hace con el estudio y en la toma de conciencia de lo que significa su labor; su tarea es moldear a niños para que en el futuro sean buenos ciudadanos. Que contribuyan con el mejoramiento del país, con el progreso social y económico de la nación y que construya un pueblo con desenvolvimien-to de justicia, de paz y libertad.

Para el año escolar 61-62, ya el gobierno nacional había concluido la construcción del Grupo Escolar “Rómulo Gallegos”, era una escuela pública y tenía la publicidad de que todo iba a ser gratis. La mitad de los alumnos del Colegio Salesiano se cambió para el grupo escolar; mi madre me ins-cribió en el cuarto grado con 14 años de edad. Mi maestro de cuarto grado fue el señor Julio Chacín, un río negrero a todo dar; nos enseñaba matemática en un texto cuya tapa tenía la inscripción de “Cálculos Mentales”. El Director, era el Señor Carlos Silva otro amazonense de gran estirpe; hizo funcionar la escuela a su imagen y creatividad; allí no había nada, todo fue organizado; el terreno que correspondía a la institución era una montaña; entre maestros y alumnos construimos, en menos que canta un gallo, una cancha de fúlbol; hubo que echar hacha y machete, arrancar troncos y raíces y al cabo de un mes estábamos inaugurando nuestra cancha, con mu-cho orgullo porque era el fruto de nuestro esfuerzo, recuerdo algunos nombres de los alumnos mayores y mas destacados. El indio Martínez, Ramón Chipiro García, Maña Escobar, Ga-vilán el carapanero, Lucas Chacín, Ademar Silva, Lorenza Es-cobar, Lucia Sánchez, Zenaida Chirinos, Melvin Tovar y otros grandes colaboradores que no recuerdo ahora.

En el mes de Enero, llegó al Puerto de San Fernando de Atabapo, una falca con un cargamento para el Grupo Esco-lar; el Director junto a los alumnos fueron a recibir la carga y como no había transporte (vehículo) cada quién agarró un bulto, otros con carretillas, caleteamos las encomiendas a la

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dirección del plantel. Cuando revisaron las cajas, unas con-tenían libros de textos de todos los niveles, otros, lápices y cuadernos, unos uniformes y zapatos de tallas diferentes, una indumentaria llamada “guardapolvo”; además, piza-rrones, pupitres, tizas, borradores y materiales de oficina. A todos los alumnos le entregaron su uniforme, lápices, cuadernos, libros de texto y su guardapolvo – bata blanca igual a la que usan las enfermeras-. Ese mismo año inició su funcionamiento el programa de comedor escolar. Todos teníamos derecho a la alimentación que allí se distribuía. Por primera vez conocí la caraota, porque en la casa del pobre ese tipo de alimento es inasequible, igualmente pa-saba con la remolacha, las arbejas, el vaso de leche, la are-pa y otras legumbres. Tuvo que pasar muchos tiempos para acostumbrarme a las caraotas y a las remolachas. Lo que si es inolvidable, que la ecónoma, señora Ligia de Henríquez por principio y formación, nos obligaba a comer todo, pero también nos instruía cómo comer, la posición de sentarse, cómo agarrar el tenedor y el cuchillo y toda la etiqueta del arte de comer, fueron varias las veces que se me calló un pedazo de carne o se me regó el arroz en el piso, por no saber utilizar los utensilios de uso comestible.

Esa etapa escolar de mi vida fue muy hermosa, sen-tía que estaba haciendo lo que quería; sin que mis padres me lo recordaran, todos los días, después del almuerzo – cuando había – antes de ir a jugar metras o al río a ba-ñarme, me sentaba a la pequeña mesa de trabajo a realizar las tareas del día siguiente; eso se hizo rutina en toda mi vida de estudiante, de primaria, secundaria, universitaria y aún después de ser un profesional, sigue siendo una actitud permanente de aprender día a día algo diferente.

El año siguiente (62-63) fui promovido al Quinto Grado; ese año llegó un nuevo Director: Augusto Méndez, un seminarista que no culminó sus estudios religiosos, pero

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era una persona muy preparada. En quinto grado tuve como maestra a la señorita Juanita Díaz, primera educadora gradua-da que llegaba a aquellos predios; era una joven muy linda, pelo corto, de estatura media, de cuerpo esbelto y de carác-ter afable como toda jovencita que se haya preparado para la función educativa. Ese año, hasta el mes de Diciembre, mis padres estuvieron acompañándome en mis estudios. En el mes de Enero, me dejaron solo en la casa, por cuanto tenían que ir al Caño Caname, donde aún quedaba un remanente de los conucos que allí teníamos, cosechar la poca existencia y finiquitar la fábrica de mañoco y casabe para el sustento del resto del año. Cuando mis padres partieron para el Atabapo, a mi primo Melvin Tovar y yo, quien era mi compañero de estudio y el que me iba a acompañar en su ausencia, nos dijeron: _Hijos, nosotros regresamos dentro de dos meses, mucho juicio, en la despensa hay mañoco y casabe, ustedes tendrán que buscar el complemento para su alimentación y a estudiar mucho. Cuando quise preguntar si no había algún dinero, mi padre dijo: _Usted sabe que soy un desempleado, lo poco que conseguimos es cuando vendemos mañoco, ca-sabe o fibra para Colombia; este viaje es precisamente para ese fin.

En la madrugada del día siguiente, partieron en su curiara; Melvin y yo, a las siete de la mañana nos fuimos al grupo escolar. Al mediodía al regresar de clases, cuando lle-gamos a casa, la soledad y el hambre nos colmó de tristeza; el fogón apagado y el caldero vacío, no había nada para el almuerzo. Menos mal que recordé que mi padre me había di-cho que allí estaban los instrumentos de pesca, sobre todo el saltonero, que se utilizaba para pescar los saltones de la laja de nieve, en el Puerto. De inmediato nos pusimos en marcha, tomamos los anzuelos, unas carnadas de mañoco y nos fui-mos al río; al cabo de una hora de pesca teníamos en la sarta más de quince saltones; los arreglamos y cocinamos en el fo-

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gón, a eso de las tres de la tarde estábamos almorzando, el resto nos cubría la cena y el almuerzo del día siguiente. Esta jornada la repetíamos durante la ausencia de mis padres, a excepción de algunos sábados y domingos que nos íbamos de pesca agua arriba del Atabapo disfrutando las inmensas playas blanquecinas del río y sus aguas cristalinas. Cuando se es pobre, el sacrificio, y las necesidades que se padecen valen la pena, si se tiene un ideal, y una meta a lograr. En el mes de Abril regresaron mis progenitores del Caño Cana-me, trayendo varios mapires de mañoco y tercios de casabe; trajeron también ñames, mapuey, plátanos, auyamas, carne seca de pescado y animales silvestres: danto, venado, cachi-camo, mono, paujíes y otros, que nos permitió descansar de los saltones de todos los días. En el mes de Julio, para las vacaciones, mis hermanos, mi padre y yo nos íbamos a la cabecera del caño Caranaven en la Costa del Orinoco a picar chiquicuique (fibra); para venderlo de contrabando a Colombia. Nos internábamos en la selva, a tres horas de camino, para llegar al lugar donde íbamos a acampar. Allá, en plena selva, en alta hora de la noche y acostado en la hamaca, se escuchaba todo tipo de gritos de animales sel-váticos, desde el tigre mariposa hasta el quejío del hombre salvaje, de cabellera larga y de gran fuerza, tal como lo des-cribe la creencia de los indios Banivas y Guarequenas. Cada vez que tomaba el cuchillo para picar una mata de fibra, me venia a la mente, que tenia que seguir estudiando, sacar mi sexto grado y continuar adelante. Con la venta del chiqui-chiqui mi papá me compró un par de tennis, una camisa y un pantalón para ir a clase en Septiembre. Cuando inicie el sexto grado (63-64), estrenamos una nueva Directora, la maestra Nicía Escobar; junto a ellas también llegaron, otras nuevas educadoras: Nilsa Leal, Ramona España, Josefa To-var e Ismenia Zuruta, todas hermosas y jóvenes, convirtién-dose en la atracción de los galanes atabapeños, por sus cua-lidades de mujeres sutiles y de esplendidas cualidades de afectos. Era el último año de educación primaria, todos nos

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esmerábamos por hacerlo bien, sacar buenas notas y buena conducta. La fiesta de fin de año fue fenomenal, las maestras se esmeraban a preparar el acto final, acto académico, cultu-ral y actividades deportivas. Al terminar el sexto grado tenia 16 años de edad. Empezada una nueva vida, etapa diferente. Ahora ¿que hago? Me preguntaba a cada rato; cómo iba a proseguir mis estudios si mis padres eran tan pobres; a quién recurrir, si en Puerto Ayacucho, no teníamos familia; un día le dije a mi papá que quería seguir estudiando; que hablara con Don Manuel Hénriquez, quien era el jefe de U.R.D en Atabapo; este señor, a través de la política tenía su contacto; un día llegó a la casa con una planilla de solicitud de beca de estudio; llené la planilla para estudiar mecánica en la Escue-la Industrial en San Fernando de Apure. Antes de comenzar el año siguiente (64-65) el mismo Don Miguel Heuriquez, le comunicó a mi padre que la beca estaba lista, que me acomodara que tenía que partir la semana siguiente a Puerto Ayacucho. Recuerdo que la noticia me alegró y me entriste-ció al mismo tiempo. La pregunta era ¿Cómo me voy a Puerto Ayacucho sin una locha en el bolsillo? ¿Dónde voy a llegar?. Mi hermano Renato era policía, analfabeta, quien le hacia el informe de su recorrido era yo, teníamos, y aun es así, unas gran amistad y consideración. Un dia antes de partir fuimos a la tienda del primer árabe que llego a Atabapo: Manito; alli me compro un par de zapatos suela de espuma en seis bolíva-res, unos pares de medias y una correa; entre todos mis fami-liares creo que me reunieran como 20 bolívares para el viaje; me acompañó mi hermana Yolanda porque ella conocía una señora que tenia familiaridad con mi madre: Doña Pancha Paminare, madre de mi amigo y paisano Pascual Silva, uno de los mejores compositores del Folklor Amazoniense. La abue-la Pancha vivía en la avenida Aguerrevere, la primera calle y mas antigua de Puerto Ayacucho; la casa estaba ubicada al pie de una laja inmensa con un patio con matas de mangos y al frente de la calle estaba el parque Humbolt, y el barrio que llevaba el mismo nombre. Mi hermana y yo llegamos como a

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las ocho de la noche, la abuela nos recibió con cariño y nos acomodó en uno de los cuartos vacíos de la casa; ella vivía sola, pero cercana a su hija Fulgencia, sobrina de mi madre, a quien le profesó un gran afecto.

La tía Fulgencia era la esposa de Octavio Sanguinetti; el popular “Sangui” como se conocía; procrearon varios hijos: Octavio, César, Quencho, Piporro, Libia, Maritza, Aracelis y otros hijos, que constituían una hermosa familia. Mi herma-na Yolanda estuvo conmigo varios días, pero tuvo que regre-sar a Atabapo por cuestiones familiares. En esos días llegó a la casa de la abuela, otro atabapeño, el cual no conocía de trato, sí de vista: Hugo Bueno. El ya tenía un año estudiando en Ayacucho, por lo tanto estaba aclimatado al ambiente; por ser compañero de habitación y de estudio, nos hicimos grandes amigos. Sucede que la beca que me había otorgado la Dirección de Educación, era para estudiar en Apure, más por carencia económica no pude viajar a inscribirme y tuve que hacerlo, con la ayuda del señor Henríquez, quién era funcionario Municipal, en el Liceo Amazonas. Los becarios, al final del mes de Noviembre deberían entregar al Departa-mento de Becas sus notas y la Constancia de Estudio.

A la fecha prevista llevé mis calificaciones del Primer Lapso cuya nota menor era de 16 puntos, junto a la Cons-tancia de Estudio del Liceo Amazonas. En el mes de Febrero del año 1.965, recibí, en el salón de clases, una comunica-ción del Director de Educación Profesor Clemente Sánchez (caraota) donde se me informaba que debía pasar por el despacho. Con el nerviosismo característico que acompa-ña la timidez de un muchacho humilde, pero decidido, me entrevisté con el Jefe de la Educación Regional. Me invitó a pasar y me dijo: _Quiero la verdad; explícame porqué si usted tenía que traer una Constancia de la Escuela Técnica de Apure, me traes una del Liceo Amazonas.

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Le respondí: _Profesor, soy un muchacho de familia hu-milde, mis padres no tienen un sueldo para mantenerse y ayudarme; cuando me correspondía viajar a Apure a inscri-birme no tenía dinero para el pasaje y mucho menos para la estadía en esa ciudad mientras me enviaran la beca. Por eso opté por inscribirme en el liceo, porque tengo la intención de seguir estudiando para ser alguien valioso en la vida.

El profesor Sánchez me miraba y observaba el boletín, tardó varios segundos al fin afirmó: _Te mandé a llamar, primero, para conocer quién era el que había sacado tan excelentes notas; segundo, para saber cual es tu condición económica y social, tercero, para decirte que nosotros aquí estamos para ayudar a los jóvenes como tú, que desean superarse, todos somos pobres y hemos estudiado con sa-crificio. Yo te voy a ayudar, vamos a dejar la beca tal como está, 150 bolívares mensual y que recuerde que tú eres el único que vas a disfrutar de esta ayuda, ya que las becas para estudiantes dentro de la periferia del Territorio, la más alta, no pasa de 50 bolívares. Yo espero que siga sacando buenas notas, para que el otro Director de Educación no vaya a disponer lo contrario.

Como pueden imaginar, salí del despacho con una in-mensa alegría y cuánto sería la emoción que cuando llegué al Liceo algunos de mis compañeros me preguntaron cuál era el motivo de mi semblante, que irradiaba sonrisa, entu-siasmo y emotividad. Aquella beca de 150 bolívares al mes constituyó para mí una bendición del cielo; esa cantidad al cambio y valor de hoy (2.007), cuando escribo esta auto-biografía, equivale a medio millón de bolívares aproximada-mente. Solamente los universitarios amazonenses, quienes lograban conseguir dicha ayuda, le era adjudicada una beca de esa cantidad. Hugo Bueno, mi compañero y paisano, el mismo señor Henríquez le había conseguido una beca de 50 bolívares; cuando él y yo cobrábamos la ayuda, co-

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míamos completo, hasta los primeros quince días del mes conjuntamente con la abuela Pancha; a partir de esa fecha empezaba el martirio, de lo que conseguía o le enviaban los hijos a la abuela, a nosotros algo nos tocaba; habían días que teníamos que completar el menú con mango ver-de con sal que preparábamos encaramados en la mata. Sin embargo aquella situación no nos amilanaba, al contrario, nos impulsaba a seguir adelante; cuando cobrábamos la beca podíamos llevar dinero al liceo para la merienda y brindarle a las amigas, claro con un bolívar se compraban dos tortas y dos refrescos y así sucesivamente. Recuerdo como si fuera ayer a Yuraima Díaz, a Sabina Henríquez, Nuvia Silva, Faridis Blanco, con quienes siempre había un acercamiento de amistad en hora del recreo; todas bellas y hermosas, pero entre todas: Yuraima, era mi desvelo; in-clusive tuve la osadía, a través de un encompinchamiento con un hermano de ella: José Díaz – El Firo – de visitarla a su casa, pero todo llegó hasta allí. Pasando hambre y padeciendo necesidades, culminé el Primer Año del ciclo básico y Hugo Bueno su Segundo Año. Al darnos vacacio-nes, nos íbamos en cola al Puerto de Samariapo y allí otro empujón en un bongo o cualquier otra embarcación hasta San Fernando de Atabapo. Todos los años repetíamos este itinerario. Al llegar a nuestro pueblo, todo era alegría en la familia. Tanto en las vacaciones de Julio como en Navidad, a nuestra llegada, buscábamos a los hermanos de Hugo: Rafael (cochinito), Ramón, quién tocaba la mandolina, el renco Hurtado, el cuatrista y al pariente Laureano Maroa el de la guitarra, y formábamos la parranda, alborotando a todo el mundo.

En la Navidad nos íbamos, cantando aguinaldos, de casa en casa, desde tempranas horas, antes de las doce de la noche. Esta actividad musical improvisada se hizo costumbre. Empezábamos los integrantes del conjunto, en el recorrido se iban incorporando otros; en la casa don-

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de llegábamos nos daban dinero, chichas, aguardiente y hallacas; se nombraba un administrador, al término de la jornada, más o menos a las ocho de la noche, la caja de recolección estaba llena, tanto de dinero – cien bolívares en adelante – y aguardientes. Esto nos permitía seguir la pa-rranda hasta el día 25 hasta altas horas. Lo más significativo de esta manifestación era que, en la casa donde llagába-mos, sí habían muchachas, se formaba el baile hasta que los músicos decidieran, y así transcurriría el tiempo llevan-do alegría, entusiasmo y el espíritu de la navidad a los ho-gares atabapeños. El estar estudiando en Puerto Ayacucho nos daba una consideración privilegiada, ante los demás muchachos; las chicas preguntaban: “No han llegado los estudiantes de Puerto Ayacucho”, otras decían: “Ellos son los que alegran la Navidad”; personalmente, cuando regre-saba a mi pueblo, solamente traía en mi pendencia, mirar las más bellas atabapeñas: Lucía Sánchez, Lorenza Escobar, Elsa Yépez, Manina Azabache, Mercedes Azabache, Mirian y Lelia Patiño, Nini y Muñeca Henríquez y otras tantas que adornaban ese paraíso inolvidable, llamados San Fernan-do de Atabapo. Con Elsa tenía un amor platónico desde que estudiaba primaria; con Mirian, todo se remitía a una exagerada amistad por lo cuál no me tomaba en serio; con Lucía, fue en la adultez que nuestro sentimiento, que nun-ca murió, se transformó en algo tangible, que jamás podré olvidar. Entre los amigos de parranda, con quienes tengo un rico anecdotario recuerdo: Alfredo Azabache, Humberto Padrón (chicle) Cristóbal Padrón, Luis Chacín, Álvaro Bo-badilla, Ramón Tovar, Francisco Guevara (el chacal), Olter Henríquez, Manuel Bueno, Hernán Bueno y otros tantos parranderos que conformaban el bloque de parejos cuando llegábamos a cualquier fiesta. Mientras duraban las vaca-ciones, Hugo y yo éramos felices, no nos preocupábamos de la comida, más cuando entrábamos en la quincena de Septiembre, llegaban las preocupaciones, Hugo me de-cía:_Compadre, está llegando la hora de pasar la de San

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Quintín. Le respondía: _No le pare compadre, que no hay al-ternativa cuando la familia es pobre y no nos pueden ayudar, hay que seguir adelante.

Al regresar el siguiente año escolar (65-66) para proseguir estudiando, no llegué a la casa de la abuela Pancha, sino en una casita del señor Pedro Payúa cuya esposa era cuñada de mi hermano Domingo – más tarde fueron mis compadres -. Un hogar sumamente pobre ubicado en el Barrio Cataniapo; él era albañil y no conseguía trabajo, mi comadre Esterbina lavaba y planchaba en casas ajenas, con eso es que más o menos podíamos llevar algo al estómago al mediodía. Cuan-do cobraba la beca las cosas mejoraban un poco, pero luego venía la rutina del hambre y la desesperación. Era tan mala la racha, que cuando no teníamos comida, nos íbamos al Ori-noco a pescar y varias veces tuvimos que regresar sin nada.

Es allí donde pude comprobar que cuando se duerme con hambre, se sueña con suculentos banquetes, platos exquisitos y manjares codiciables. Fueron muchas las veces que tuve que irme al liceo sin comer nada, al regresar al mediodía continuaba igual y volver de nuevo en horas de la tarde a re-cibir clases en una condición física y mental que impedía un proceso de aprendizaje normal, en comparación con alguien que se alimentara de manera satisfactoria. Sin embargo, con-tinué estudiando. En varias oportunidades pensé en abando-nar, pero algo en mi interior me decía que no desmayara.

Pero no todo era miseria y pobreza, había momentos de diversión. El barrio Cataniapo, los fines de semana – Viernes y Sábados – era de pura fiesta; los jóvenes del sector no ne-cesitábamos invitación; muchas veces se formaban camorras (peleas) con jóvenes de otros barrios que iban a conquistar nuestras muchachas; eran peleas callejeras que sólo se di-solvía cuando llegaba la policía. También habían momentos para el amor; frente al rancho donde vivía, estaba la familia

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Álvarez; allí vivían 4 hermosas jovencitas: Ana, Magnolia, Zo-raida y Nereida. Al lado de su casa funcionaba un pequeño bar, que era muy concurrido los fines de semana; hacia atrás había una construcción tipo palomar, donde ellas estudiaban y a veces, con disimulo, también me incorporaba a hacer las tareas del liceo; Ana, la mayor era mi pretendida y la química que entre los dos existía, nos permitió muchas veces envol-vernos en el éxtasis del amor, derramando así la adrenali-na del deseo y de una pasión descontrolada. En esa misma oportunidad conocí una prima: Neri Largo, con quién tuve una relación de amor, muy efímero, porque creo que preva-leció más lo familiar que la atracción personal.

También hubo momentos para lo anecdótico. Mi compa-dre Payúa tenía 4 hijos: Edgar, Morocho, Eneida y Eva; de ellos, morocho era de contextura muy delgada, no tanto por la carencia de comida, sino por la maldad que lo consumía; él y yo no nos la llevabamos bien. Tenía como diez años. Un día estaba yo en el palomar en referencia con las chicas del frente, conversado muy alegremente como todo enamorado; el morocho, como a las cinco y media de la tarde sale a la calle, con toda la mala intención, grita a todo pulmón: “Javier, dijo mi mamá que venga a comer tu guarapo con mañoco”; las muchachas sonreídas se vieron entre sí, yo quería agarrar a ese muchacho y despedazarlo; el tipo sonriente se metió al rancho a disfrutar de su maldad. Lógicamente que fui el último en retirarme del palomar. Las muchachas, siempre en broma, me preguntaban: _¿ya te comiste tu guarapo?. Alter-nativamente a mis estudios, a la situación difícil que vivía, me incorporé a la militancia política dentro de la juventud de URD, donde el señor Manuel Henríquez era el Presidente del partido. Cumplía una labor activa; a través de esa cir-cunstancia conocí a todos los políticos jóvenes de COPEI y de AD, Eleazar Silva y Rafael Rincones respectivamente. El ambiente político de entonces era de respeto, tolerancia y consideración. Recuerdo que para el aniversario de URD, el

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30 de Noviembre, se preparaban dos mesas: uno para los dirigentes de COPEI y otro para la Directiva de AD. Otro tanto sucedía cuando estas organizaciones políticas cele-braban su aniversario. Eran momentos de verdadera convi-vencia democrática. Hoy, cuando redacto esta nota, (2.007) lo que se observa en el ambiente, es la incitación al odio, a la violencia y a la división social.

EXPERIENCIA Y AVENTURA INOLVIDABLE.

Al culminar el segundo año, regresé a Atabapo; aprove-chaba las vacaciones para ayudar a mis padres, que habían fundado un nuevo “sitio”, en la costa del Orinoco, trabajar el conuco; también con el corte de la fibra, y cuando llegaba la hora de regreso a Puerto ayacucho, mi hermano Domin-go, quién era obrero de Obras Públicas de la Gobernación, me daba oportunidad de trabajar una o dos semanas, de allí algo ganaba para pagar el pasaje. En ese tiempo un obrero ganaba cinco bolívares (5Bs) diario; dos semanas eran cin-cuenta bolívares (50Bs) de los cuales me tocaban 25.

Domingo era palero en un volteo, donde además habían cinco obreros que hacían la misma labor. Allí aprendí a pa-lear, por que eso es un arte; los primeros palazos cayeron fuera del camión; este trabajo es para los hombres fuertes; había que aguantar el sol inclemente ejecutando el paleo incesante. Los que trabajaban en el camión eran veteranos, mientras yo tenía que descansar cada cinco palazos. Evoco por ejemplo a Willía, Jesús Gerardo, Florencio Yacame y otros que eran unos mamadores de gallo. Cuando me veían cansado, Jesús Gerardo me decía: _Mira bachiller busque la sombra, no te mates. Aquella experiencia de trabajo fuerte, me permitía decirle a mi madre, cuando regresaba en la tarde, que _yo no pienso ganarme la vida como Domingo, a pico y pala. Tengo que estudiar, porque debo ganármelo en una oficina, sentado y con comodidad.

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Con 17 años de edad estudiaba el tercer año; a esa altura no había bailado la primera vez, no porque no sabía sino, que la timidez me lo impedía; un día me atreví, recuerdo que fue un Diciembre, frente a mi casa había una fiesta, allí vivía mi amiga Lourdes Orozco; cuando el bochinche estaba en apogeo, la invité a una pieza, al comienzo un poco enredado pero después agarré el ritmo: estaba de moda “La Pollera Colora”, “La Cumbia Cienaguera”, “La Vaca Vieja”, “La Vaca Lechera” y otras. A partir de ese momento no paré, regresé a mi casa el siguiente día, claro que sin tomarme un trago de licor. Cuando retorné en Enero a Puerto Ayacucho, en todas las fiestas del barrio mi presencia era infalible, aún cuando – algunas veces – mi estómago no tenía nada que asimilar, claro, esa carencia se suplantaba con la fragancia y la belleza de las parejas: La catira, la guáchara, Guillermina, Mercedes, las hermanas Álvarez y Garrido que formaban parte consue-tudinariamente en esas tertulias los fines de semana. Otra experiencia que debo contar es que a esa edad (17 años) no había tenido relaciones sexuales; puro enamoramiento de la niñez y la adolescencia; sentía que en el desarrollo psico - fisiológico y mental faltaba algo, estaba incompleto. Un día cualquiera, después de cobrar mi beca me fui al barrio Ca-rabobo a un bar, muy famoso para la época, donde las fémi-nas prestaban el servicio más antiguo del mundo. Yo había aprendido a bailar, a tomarme la cerveza, es decir, tenía la estrategia montada. Olvidándome de mi timidez, invité a una chica a bailar, creo que estaba embarazada por el pronuncia-miento de su abdomen, sin embargo eso no fue óbice para llegar a un acuerdo. No había, como hoy en día hoteles para esa faena, por lo tanto se debía optar por una inmensa laja que existía detrás del bar. La mujer con su experiencia hizo que todo se facilitara, la cama de piedra parecía una mota de algodón donde se anidaban dos seres envueltos en el elixir de la pasión; aquello me transfirió al éxtasis del deleite y en una actitud lujuriosa todo se fue desvaneciendo como la au-rora se aleja del amanecer. En esos tiempos no había tantos

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peligros del contagio de las enfermedades venéreas como lo existe hoy. A partir de ese momento, creo que perdí la cuenta de las veces que visité ese lugar, así como a otros: La Mucurita, La Poceta, El Faisán, Bar Italia, Gran Colombia, Los Villalobos, y otro tantos que hacían de la vida de los putañeros, algo más placentero. En ese mismo año conocí a una hermosa colombianita, llamada, Pureza; estábamos enamorados; yo trataba de complacerla en todo, cuando te-nía dinero. Un día me pidió que la llevara al cine. Ese día es-taba como talón de lavandera por ser final del mes. Le dije que sí, que pasaba por ella a las 6: 30 de la tarde, pensando que podía conseguir prestado dos bolívares (2Bs) con mi amigo Francisco Dabuena “Joselo” quién tenía un pequeño kiosco de venta de chuchería. De mala leche, Joselo se fue con la novia al río Orinoco y no regresó sino hasta la noche. Los nervios me fueron consumiendo al acercarse la hora. Le dije a mi comadre si tenía algo, y a mi compadre, a Hugo y así a cualquier conocido, más todo fue negativo. No obstan-te, como a las 5 me vestí y a las 6 llegué a casa de la mucha-cha muy sigilosamente, era una vivienda de tabla, observé por la rendija que pureza estaba frente al espejo peinándose y poniéndose bonita, aquella actitud terminó de fulminarme por los nervios. No me atrevía a tocar la puerta, al fin me decidí y la joven salió y me recibió con cariño. En el ca-mino al teatro no pude pronunciar palabras, sólo pensaba como iba a conseguir los 2 bolívares; ella preguntaba qué me pasaba y yo tranquilo, pero como una panela de hielo. Cuando llegamos a la puerta del teatro aquello estaba full y estiraba el cuello para divisar algún conocido que tuviera dinero, más no veía a nadie. Le dije a la muchacha: “espéra-me aquí”, caminé entre la gente y de repente vi a mi antiguo compañero de cuarto: Hugo Bueno. El encuentro me trajo un alivio, le conté mi caso y le dije que me empeñara un re-lojito que me había costado 15 bolívares, a un árabe raspa-dero; que lo empeñara en 3 bolívares uno para él y dos para mí. El árabe se lo empeñó en 2 bolívares, le dí un real, y con

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los tres reales restantes compré dos entradas por galería y dos cajitas de chicles. Mi retardo hizo que pureza casi regresara a su casa. Después que pasó el tiempo me ponía a pensar en ese atrevimiento, llegaba a la conclusión de que solamente un loco podía actuar de esa manera; era un acto de irres-ponsabilidad. Tenemos que aceptar la realidad tal como es, no podemos comprometernos cuando nuestra capacidad de cumplimiento no es proporcional a la responsabilidad adqui-rida. Pureza nunca supo el porque de mi tardanza. Después de esa circunstancia me retiré, más tarde supe que se había casado con un amigo mío: Humberto Caballero, con quién formaron una hermosa familia. En ese año 67 me sucedieron cosas insólitas, sorprendentes pero ciertas.

En mis vacaciones de Semana Santa, en el mes de Marzo, cuándo regresé a Atabapo, unos amigos contemporáneos: Humberto Padrón (chicle), Luis Tovar (el zorro), Ildemaro Méndez y yo, nos entusiasmamos a irnos a la Escuela de Guardias de “Ramo Verde”, en los Teques estado Miranda. El Comando de la Guardia de Atabapo preparó nuestro viaje; elaboró un Oficio y en un avión militar nos envió a Puerto Ayacucho; un día antes de partir hicimos una fiesta para des-pedirnos de la familia y de las novias; Rita Corduví mi prome-tida, lloraba pensando en lo que me podía pasar, como una premonición certera, más yo la consolaba con expresión de amor y de cariño. El día siguiente, los familiares nuestros, las novias, amigos y conocidos nos fueron a despedir al Aero-puerto. Al llegar a Puerto Ayacucho, entregamos el oficio al Comando de la Guardia; el teniente que nos recibió dijo que viniéramos el siguiente día para enviarnos a San Fernando de Apure. Esa noche la pasamos a la intemperie, con nues-tro maletín, dormimos en una piedra en el Barrio Carabobo. A las ocho de la mañana nos presentamos nuevamente al comando, de allí nos enviaron al Aeropuerto directo a San Fernando de Apure. El teniente Marcano, un joven de trato cordial y de estirpe tachirense nos recibió en el comando

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apureño. Allí estuvimos tres días durmiendo y comiendo, junto a los Guardias efectivos. Seguidamente nos enviaron, en un carro de alquiler, con un oficio que le entregaron al chofer, a la Escuela de Ramo Verde. A las tres de la mañana llegamos, el cielo de los Teques estaba cubierto de nebli-na, el frío penetraba en nuestros cuerpos estremeciendo las extremidades. El chofer entregó el oficio en la primera Alcabala, luego nos dirigió, mal encaradamente, un sargen-to al dormitorio de aspirante. A las cinco sonó la diana y al unísono la voz del Sargento mal encarado gritando: “A levantarse malditos que no están en un hotel, aquí no es un correccional, aquí se forman hombres”. Diciendo esto le daba golpes a las literas donde algunos aún estaban acosta-dos. Después del cepillado y baño relámpago, pasamos a la cola para el desayuno; durante este proceso jamás deje de oír palabras obscenas con que nos trataban: “perros”, “mal-ditos”, “hijos de p…”, “vagos”, “drogadictos”, “homosexual”, etc. Al término del desayuno, fuimos a la formación; allí vi de manera inhumana e inmisericorde, que un corpulento Teniente le partía, sádicamente, un palo de escoba a un aspirante porque éste no se movía rápido. Aquella actitud me permitió comprender que ese ambiente no era el mío; no podía concebir aquel trato que violaba todo derecho humano. Una Institución de esa característica no podía ser jamás sustento de desarrollo y de formación para el futuro del país. Entendí también porque el comportamiento de la mayoría de los Guardias recién graduados y de Oficiales, que cuando llegaban a Atabapo trataban a los ciudadanos como si fueran aspirantes y consideraban a la población como la Escuela “Ramo Verde”. Creo que ahora las cosas y los tratos en la Escuela de Guardia es más llevadero. Des-pués de la formación y de escuchar una retahíla del Co-mandante de la Institución, pasamos al almuerzo y luego a una especie de Teatro; aquí sí nos hablaron claro. Uno de los exponentes dijo: _tienen esta tarde libre y el que quiera continuar en la escuela, se presenta mañana a las ocho.

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Los compañeros míos me dijeron _nos vamos, esto no es con nosotros; le dije: _¿ y a dónde vamos?. Estuvimos discutiendo la situación, hicimos un presupuesto, el que más tenía era yo: 20 bolívares, entre todos no llegábamos a 30 bolívares. Luis Tovar dijo: yo conozco a un Doctor con quién trabaja mi padre y sacó de su cartera la dirección; vivía en los Chorros, aparecía la calle y el número de la casa y teléfono. De mi parte no es-taba de acuerdo en abandonar la escuela, porqué sabía lo que significaba estar en Caracas con 30 bolívares. Sin embargo no quería quedarme solo, porque Luis e Ildemaro estaban decidi-dos. Humberto Padrón ya se había ido porque tenía un tío que vivía en Caracas. Con 5 bolívares llegábamos a Caracas. Al lle-gar al Nuevo Circo eran casi las 6 de la tarde, con la dirección en manos buscamos un carro libre, el chofer nos condujo a la dirección precisa. Ya eran las 7 de la noche, cuando Luis To-var tocó el timbre, le salió la criada y le dijo que el Doctor no estaba pero que ya no tardaba. Nos quedamos en el jardín, la criada se asomaba en son de sospecha, a las 8 en punto llegó el Médico con su camioneta último modelo. Cuando el Doctor vio a Luis Tovar, lo saludó con gran afecto y le preguntó: _¿Qué hace por aquí? Luis, a quien ya le habíamos instruido cómo era lo que iba a explicar al patrón de su padre, le dijo que andaba con dos compañeros y que veníamos de la Escuela de Ramo Verde pero que no habíamos conseguido cupo y por lo tanto debíamos regresar a Amazonas, pero que no teníamos dinero. Escuché que el Médico le dijo: _Mañana arreglamos eso, soy amigo del General Director de la Escuela, lo llamaré por la mañana y le conseguiré los cupos. En eso tomé la oportuni-dad para decirle que nosotros ya habíamos decidido regresar a Amazonas, lo que necesitábamos era una ayuda económica. Nos envió con el chofer a comer hamburguesas y a dormir en un depósito de malaria juntos a los guachimanes que allí traba-jaban. El siguiente día muy tempranito nos fuimos al terminal, compró los pasajes hasta San Fernando de Apure y emprendi-mos el viaje de retorno. No se cuanto le daría a Luis Tovar para el viaje; yo solamente traía como 5 bolívares.

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En Apure comienza nuestra odisea, le dije al chofer que nos dejara cerca del Comando de la Guardia. Decidido fui a hablar con el Teniente Marcano, le expliqué la situación y le pedí que nos dejara, por lo menos, dormir esa noche en el Comando porque nosotros no teníamos ni conocíamos a nadie y ni dinero poseíamos para pagar un hotel. Recuerdo claramente sus palabras: _Mi compromiso fue enviarlos a Ramo Verde, de allí en adelante no es mi responsabilidad, ustedes deben correr con sus consecuencias y responsabi-lidad. El Teniente no creyó mucho el cuento que le inventé. Al salir con los maletines, en la puerta estaba un Guardia de Amazonas llamado Oswaldo Betancourt, conocido como “Cuba”, le explique lo que nos había pasado y lo que había dicho el Teniente, me dijo que hacía guardia en la noche en una construcción vieja de la Guardia, vía al aeropuerto y que allí podríamos pasar la noche. Allá nos fuimos con los maletines; en la tarde comimos unos perros calientes, pero para el día siguiente ya no teníamos dinero. Ese día llegó de Amazonas el Guardia Mario Flores, cuñado de Ildema-ro Méndez, quién nos auxilió para no morir de inanición. Nos mantuvo durante una semana. Ildemaro tenía un tío en Apure el cuál no conocía, pero sabía que vivía en una urbanización llamada Serafín Cedeño, ese señor se llamaba Daniel Méndez y era el Presidente del Consejo Municipal de Achaguas. Un día salimos los tres y nos fuimos en el autobús y le pedimos al chofer que nos dejara en el barrio mencionado. Empezamos a preguntar; al fin dimos con la casa. El viejo no estaba pero la señora nos recibió, cono-ció a su sobrino y dijo que llegaba al mediodía. A la hora indicada llegó un Toyota nuevecito, una persona bien ves-tida, con un sombrero pelo e’ guama y algo asombrado, por nuestra presencia, saludó y la esposa le dijo: _mi amor, adivine cual de éstos jóvenes es su sobrino, él hizo men-ción hacia Ildemaro, este le dijo: _soy hijo de Tulio Mén-dez quién le envía muchos saludos, se abrazaron, después de saber la situación, le prometió trabajo en el fundo que

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tenía en Achaguas, que se viniera con maletín y todo, que el siguiente día saldrían muy temprano. Esa tarde fuimos a comer en el kiosco donde Mario Flores nos tenía una cuenta abierta, pero al marcharse su cuñado Ildemaro, lógicamen-te que mandó a cerrarla. El otro día en la mañana cuando fuimos a desayunar, el zorro y yo, la señora del kiosco nos comunicó la determinación de Mario Flores. La señora nos dijo: _yo lo siento muchachos, pero el señor Flores ordenó no más despachos, el dijo que ya no tenía nada que ver con ustedes porque su cuñado ya se había marchado. Aquella expresión de la señora me produjo mucha vergüenza, por-que ya estábamos sentados en la mesa. nos levantamos y pensando en nuestra mala condición, caminamos hacia el viejo edificio donde estábamos durmiendo. Para completar a Luis Tovar le había salido una apotegma o nacío en las nalgas; esa noche le dio fiebre, más la inclemencia de los zancudos no pudimos dormir. Al día siguiente llegó al viejo edificio un muchacho como de diez años, nieto de la señora del kiosco y dijo: _que vayan donde mi abuela. Seguidamente llegamos donde la señora y nos dijo: _los mandé a llamar porqué me imagino la situación que están pasando - continuó- yo tam-bién tengo hijos y no se lo que les pueda pasar; hoy por mí mañana por ti, ustedes pueden venir a comer todos los días hasta que se puedan marchar. De inmediato nos sirvió dos abundantes desayunos. Al momento de sentarme a comer no pude contener mis lágrimas, pero de una manera copiosa, que la señora poniéndome una mano en el hombro me in-sinuó: _no llores hijo, que a nadie le falta Dios. Ya teníamos como diez días en Apure, el pasaje en Aeropostal costaba 25 bolívares, solamente teníamos 30. Luis, el zorro, sacándo-se del cuello una cadena de oro, me dijo: _venda esto para completar los pasajes. En ese momento llegó al viejo edificio - donde hoy es el Club de la Guardia – el Sargento Bolívar, que supo que allí estaban unos muchachos de Amazonas en una situación difícil. El Sargento conversó con nosotros y nos comunicó que el había estado muchos años en esa zona y

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que tenía hermosos recuerdos. Aproveché la ocasión para decirle que estábamos completando el pasaje en Aeropos-tal, y que para ello estábamos vendiendo una cadena de oro en 20 bolívares. Nos dijo que en ese momento no tenía dinero, pero que el siguiente día contáramos con esa plata. Y así fue. Con el pasaje completo me encaminé a la oficina de Aeropostal, no habían los dos cupos que necesitaba sino uno; hablé con el Jefe y le monté una llorona; le dije: _no-sotros somos dos, mi compañero está enfermo y solamente tenemos para el pasaje; no tenemos como pagar un hotel y en estos días hemos comido porque una señora nos regala la comida. Yo le agradezco lo que usted pueda hacer por mi y mi compañero. El señor conmovido le dijo a la secretaria; _borre uno de la lista y escriba el otro nombre.

Esa tarde no fuimos a comer donde la Doña, por la ma-ñana me fui a despedir, Luis no fue porque casi no podía caminar. El siguiente día por la mañana llego un carro libre y nos llevó al aeropuerto por orden de la señora del kiosco. Toda mi vida he vivido recordando la actitud de esa santa mujer. Ahora que vivo en San Fernando de Apure paso to-dos los días por ese lugar para ir al trabajo y cuando veo al Club de la Guardia Nacional, mi mente se ubica en aquel momento y parece que estuviera viendo a aquel ser que Dios trajo al mundo para servir a los demás sin ningún inte-rés. Hoy en día, en este mundo materialista y consumista, es difícil encontrar a personas de sensibilidad solidaria, conse-cuente en las necesidades del prójimo y de un corazón que no cabe en todo el cajón de Arauca.

Después de 20 días fuera de nuestra casa, padeciendo de toda calamidad, aguantando hambre y todo tipo de vici-situdes, llegamos de regreso a Puerto Ayacucho. Luis Tovar – el zorro – continuaba con el absceso en la nalga. La in-fección había avanzado, fiebre continua, color amarillento casi nunca se levantaba, es decir, estaba bastante delicado.

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Después de perder dos semanas de clases, me incorporé a mi liceo y poco a poco recuperé el tiempo perdido. Viendo el estado de salud de mi compañero, decidí, el siguiente fin de semana, acompañarlo hasta Atabapo. Conseguí pasaje, precisamente con el maestro Tomás Betancourt, quien lleva-ba un cargamento para el hospital de San Fernando. Luis se quedó en la boca del Caño Cupaven, donde vivía su familia, a media hora en motor de Atabapo. Me contó después que no había terminado de llegar cuando el tumor se le estalló, dejándolo muchos días en cama. Estuve pocos días con mi familia, para luego regresar a continuar mi tercer año. Alter-nativamente a mis estudios participaba como miembro del Club Don Bosco, así también en la actividad política en la Juventud Revolucionaria Urredista. Ese año hubo elecciones internas y fui elegido como secretario juvenil del partido; para las elecciones del 68, fui candidato al Congreso Nacional en compañía del amigo Hernán Bolívar, un caicareño, que había formado una familia en Amazonas, y era el Secretario Gene-ral de URD; lamentablemente los votos se inclinaron hacia el candidato de AD, el Profesor César Alayón –hoy jubilado – un hombre de pueblo y gran amigo. Este mismo año for-mamos, junto al Padre Vegas, un conjunto musical llamado “Los Juveniles”; el cura era un hombre emprendedor, el grupo inicialmente era para actuar los domingos y amenizar la misa; luego convencimos al cura para amenizar fiestas privadas y en clubes públicos. El guitarrista era Leandro Guzamana, un músico de experiencia; el baterista, Helmer Silva quien era menor de edad, había que solicitarle permiso para ir a tocar; el bajista, Manuel Caidama; en el güiro, ojo de vaca y cabeza de motor; el pájaro Dacosta con el sencerro y yo como can-tante. Pero allí la mayoría cantaba cuando así lo deseaba. En Puerto Ayacucho habían solamente tres conjuntos: Bioanaris de Víctor Martínez, Los Tucanes de Enzo Espinoza y otro que no recuerdo, dirigido por Elso Díaz. Los Juveniles, por dedi-cación y constancia llegaron a ocupar durante los años 67 y 68 el primer lugar. Actuábamos en los mejores clubes de la

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ciudad: Club Obrero, Club de la Guardia, Club Don Bosco; así como en las fiestas privadas importantes: familia Mani-glia, Juncosa, Henrique, Azabache, Espinoza, Argote, Fajar-do, Armas, y otras que sería infinito enumerar. Fuimos en actuación artística varias veces a San Fernando de Atabapo y Puerto Inírida Colombia, donde protagonizamos varias anécdotas. Sólo le cantaré dos. El primero se refiere al ba-terista que era menor de edad y estaba en plena virginidad. En Atabapo le conseguimos una chica que estaba enamo-rada de él, se fue con nosotros como integrante del grupo. En Puerto Inírida los dejamos encerrados en una habitación por más de dos horas, cuando fuimos a buscarlos estaban bañaditos y perfumados. ¿Qué hicieron? No sabemos pero lo imaginábamos. Lo cierto es que a partir de allí, Helmer era un picaflor y no dejaba para nadie. La segunda anéc-dota es: cuando nos cancelaron el contrato, nos entregaron 5 mil pesos, que en bolívares era igual a 500, por 3 días de actuación. Guzamana quien era director del conjunto, me nombró por esa ocasión, como administrador. No se le pagó a nadie, para que no fueran a gastar su dinero, se le iba a pagar en Atabapo. Por cuestión de seguridad, el Gobernador de Puerto Inírida nos signó varios policías por cuanto íbamos a ir a La Laja – club donde estaban las chicas complacientes – Cuando llegamos al sitio señalado les dije a todos: _aquí vamos a pagar una sola cuenta, los que van a ir a la pieza, me avisan cuanto es, para ir cancelando. Estar con una mujer en la habitación por 10 minutos, costaba 10 bolívares. El primero que se escapó fue el pájaro Dacosta, un bichito vagabundo y safrisco; después, ojo de vaca, más tarde cabeza de motor y así sucesivamente. Yo como admi-nistrador no podía abandonar mi puesto, porque tenía que vigilar la actuación de los muchachos. Guzamana tampo-co quiso ir a la pieza. Mientras tanto la cuenta crecía, las mujeres al saber que éramos del conjunto no hallaban que hacer con nosotros; todo era amabilidad, acercamientos in-sinuadores. Cuando estábamos en el tiempo en que tenían

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que regresar los que habían ido a saciar su sed de lujuria, el pájaro Dacosta se asoma en una de esas puertas y me dice en voz fuerte: _Javier, dame diez más, que me sobregiré. Aquella expresión provocó en los presentes risas, comentarios y sobre todo mamaderas de gallo. Al oir esto le dije: _échele clavo, siga pa’lante, que yo pago. Al regresar a Atabapo, tuvimos que tocar en la policía, para poder llevar algo de dinero, por-que lo que habíamos ganado en Colombia, se quedó todo en la mancebía de Puerto Inírida.

Al regresar a Puerto Ayacucho, el Padre Vegas estaba pen-diente, creo que Guzama lo arreglo con 100 bolívares. Con mi incorporación al conjunto “Los Juveniles”, mi situación económica mejoró, ya no pasaba tantas necesidades. Los contratos empezaban los Jueves hasta el Domingo. El Lunes iba al liceo bien trasnochado, pero nunca deje de cumplir con mis obligaciones. En Julio del 67 culminé mi tercer año. En cuarto año siguió la racha musical. Novias y admirado-ras por doquier. En los carnavales no nos dábamos tiempo para los compromisos. Tocamos en los Paragüitos, el Club Shanamaña, los Magüaris, Sol y Sombra, el Club Obrero, los barrios: Unión, Andrés Eloy Blanco, Aramare, Monte Bello y otros; por cierto que en Monte Bello conocí a una linda reina: Catalina Garrido, era la Princesa de todos los carnavales de ese año; también tuve otro romance, en ese mismo sector, con Bella Acosta, una morena llena de malicia cuando de besitos se trataba. De lunes a miércoles cumplía con el liceo y con la Secretaria Juvenil de URD; en la Juventud del partido conocí a una hermosa joven cuando cursaba el quinto año: Carmen Rivas; de ojos azules, cabellera negrísima, cejas po-bladas, labios de rojo cayena y de cuerpo angelical.

Al terminar el bachillerato comencé a trabajar como maes-tro en el Colegio Pío XI, tenía 20 años de edad, ganaba 500 bolívares mensual. Hasta allí llegó mi participación en los “Juveniles”, porque realmente no podía cumplir con la músi-

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ca, ni con el trabajo, más ese mismo año empecé a estudiar para maestro graduado en la Escuela Normal “Padre Bon-veccio”, que la monja Sor Emilia Moreno había fundado. Casi todos los que culminamos el bachillerato ese año (69-70) fuimos alumnos de tal Institución; creo que solamente duró tres años de funcionamiento. Évoco los compañeros que nos graduamos de maestros: Juan Noguera, Hugo Bue-no, Eliseo Jordán, Héctor Jordán, Valdemar Reverón, Rafael Clarín, Balbina Luna, Sara colina, Nelsy Cova, Francisco Cobo, Sixto Coa, Silverio Santaella, Zuruta y otros que se me escapan. Sin exageración, ese grupo de educadores han marcado pauta en la historia de la Educación en Amazonas. Cuando se analice históricamente el proceso educativo en esa región, no podrá soslayarse la labor cumplida por to-dos los que nos graduamos en el “Padre Bonveccio”. En el transcurso de estudios en la normal, conocí a Balbina Luna, una muchacha de buena familia y tenía su residencia en Isla de Ratón; teníamos unos amores de carácter pasajero, pero luego se fue enseriando. El día que fui a conocer a la familia y formalizar nuestras relaciones, me sucedió algo digno de recordar. El día siguiente iban a sacrificar un marrano, pero los hijos varones no estaban, sólo mujeres. Estaba acosta-do en una hamaca cuando escuché: _¿quién va a matar el cochino mañana? dijo una de las hermanas de balbina, a lo que la madre responde: _bueno, ahí hay un hombre, el novio de Balbina. Yo jamás había hecho ese sacrificio; sin embargo asumí el reto y le dije a la señora que me indicara como era el proceso. En la madrugada me levanté por el bullicio, el agua ya estaba hirviendo, el puerco amarrado a la pata de un guanábano. Al llegar el momento, la señora me indicó: _dale con el hacha aquí – entre la frente y la na-riz – y verás. Con algo de nerviosismo, tomé el hacha, cogí impulso y con todas mis fuerzas dejé caer el instrumento en el lugar indicado; el animal no hizo ni pío y se desplomó. Esa era mi tarea. Las mujeres agarraron el animal y lo mon-taron en la mesa, cuando le introdujeron el puñal para de-

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gollarlo y sacarle la sangre para la morcilla, el animal se paró y salió corriendo por el patio y ese mujerero atrás hasta que lo agarraron. Aquello era risa y bochinche. Me llamaron nue-vamente y no sé cuantos golpes le di, creo que murió porque la cabeza estaba vuelta harina. Total, lo que iba a hacer no lo hice, le dije a Balbina que otro día vendría de nuevo para hablar con su madre.

POR CAUSAS POLÍTICAS

Después de graduarme de normalista (1.971) continuaba dando clases en el Pío XI, al mismo tiempo estaba solicitando trabajo como docente en la Gobernación, al igual que mis compañeros. Al inicio de clases, en Septiembre, todos ellos estaban ubicados en diferentes escuelas de Puerto ayacucho, menos yo. Hablé con el Director de Educación, Prof. Josué Monsalve, y me dijo que estaban buscando la vacante; aque-lla situación era muy desagradable. Supe tiempo después que era por cuestiones políticas, ya que estaba ejerciendo el li-derazgo Juvenil del Partido URD, casi quedo sin trabajo. Los líderes de URD hicieron contacto con los de COPEI y trata-ron mi caso. Por otro lado me comuniqué con el Director de Administración de la Gobernación, Carlos Tovar, un amigo del Cursillo de Cristiandad, quien prometió ayudarme; ya al final de Noviembre, recibí un mensaje del Secretario Privado del Gobernador para que acudiera a su despacho lo antes posible. Me presenté de inmediato. La entrevista no duró 10 minutos, pero recuerdo como sucedió; éste señor me dijo: _lo he mandado a llamar para el asunto del trabajo que está solicitando; de parte del gobernador aquí tengo dos ofertas: uno, en la Escuela de la Esmeralda en el Alto Orinoco y otro en San Carlos de Río Negro, en el Grupo Escolar Antonio José de Sucre. Usted decide porque no hay más opciones. Entendí que no tenía opción, o lo tomaba o lo dejaba. Estaba previsto que me habían hecho ese ofrecimiento para que lo rechazara, porque nadie se había querido ir a esos lugares

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a dos horas en avión y a diez días por vía fluvial. Decidí quedarme con el trabajo de Río Negro. El papeleo estaba listo y preparado, de allí salí con mis credenciales, cobré la última quincena de Noviembre, Diciembre y me incor-poré a clases en enero del 72. Me iba a Río Negro, pueblo histórico fronterizo con Brasil y Colombia, dejando a mis dos amores: Balvina Luna y a Carmencita Rivas; me despedí prometiendo volver pronto. En éste pueblo acogedor y lle-no de familiaridad, conocí a mucha gente: Carlos Escobar, Pedro Zerpa, Billosa Dacosta, Ángel Blanco (Juez), Luciano Guerra, el Mono Escobar (mi compadre), Alfredo Fuentes (casaña) Antonio Gaviní, Mariano Silva, el Viejo Olegario, Graciano Jordán, Maria de Gaviní, La Sra. Escobar, la Fami-lia Álvarez, Silvia de Guerra, Sabina Henríquez (Directora de la Escuela), Ivanilde Silva, Margarita Álvarez, y otras tan-tas personas y familias que poblaban ese apartado rincón Amazonense. Debo hacer énfasis en cuanto a Sabina Hen-ríquez, por cuanto habíamos estudiado juntos en el Liceo Amazonas hasta el segundo año, luego prosiguió en otra parte del país y se graduó de maestra. Mención especial, en este recuento, merece Margarita Álvarez, quien junto a Ivanil de Silva, eran unas veteranas enfermeras que hacían de médico, porque por lo general siempre estaba vacante el puesto. Entre Margarita y yo nació un amor que parecía imperecedero; tuve un año en Río Negro, que fue un tiem-po de idilio inolvidable, pero el destino nos marcó destinos diferentes; no obstante, aún la recuerdo, porque el amor puede morir pero el recuerdo jamás. Ese año, el amigo Al-fredo Fuentes, fue nombrado Prefecto del Departamento; a partir de ese momento, el nuevo funcionario con la lancha de la Prefectura inició una serie de recorridos y visitas a las diferentes Comunidades; el Prefecto invitaba para tales actividades a los amigos, a la gente de salud, al Teniente y a otras autoridades, a fin de darle amplitud a tales visitas. Después del trabajo realizado, el resto del día se tomaba para la convivencia, el disfrute de las playas blanquecinas

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del Río Negro y al deleite del sancocho de Pavón o de Ca-bezón, acompañado de bebidas espirituosas o de la cayuba brasilera.

CODESUR, el programa piloto de Caldera para esta zona, estaba en su apogeo; se construía la ciudad del Cocuy y el Aeropuerto de Río Negro, el Aeropuerto de Maroa y el de Atabapo. El dinero circulaba, los fines de semana, como dicen los colombianos, como arroz. En Río Negro, todos los viernes, llegaba la avioneta de la Compañía del Seño Mikusqui, reple-ta de billetes para cancelarle a los trabajadores. Había un am-biente de bienestar, desarrollo y progreso; lamentablemente, al caer el gobierno, todo ese programa fue abandonado; la ciudad del Cocuy fue desmantelada, llevándose los techos y estructuras en general, unos para Colombia y otros para Brasil. Miles de millones invertidos en el Sur de Venezuela se convirtieron en chatarras inservibles, conformando en todos esos pueblos de Amazonas, grandes cementerios ferrosos de color amarillento, constituyendo recuerdos de una época flo-reciente, pero que la obcecación política y la carencia de una visión integral de Venezuela como país, así como la discon-tinuidad administrativa como expresión de mezquindad, no permitió ver la grandeza de aquel proyecto que significaba la liberación y el arranque de todo el Sur de Venezuela.

CONCURSO PARA CARGOS NACIONALES

Transcurría el mes de Septiembre del 73, cuando se publi-có en la Prensa Nacional que entre el 9 y 15 del mes en re-ferencia se realizará el 1º Concurso de Oposición, para optar por cargos nacionales como docente en el Ministerio de Edu-cación; este proceso evaluativo se realizó en San Fernando de Apure, siendo el Jefe de la Oficina Regional de Educación – ORE sur – el Prof. Delgado Borges. El día del concurso, en la mañana, toda la Prensa Nacional anunciaba el derroca-miento del Presidente de Chile, Salvador Allende, donde el

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protagonista del golpe de Estado era el General Augusto Pinochet. Al concurso asistieron educadores de Amazonas, Estado Bolívar y Apure. Entre los Amazonenses estábamos: Aurora Anija, Eliseo Jordán, otros y yo. Al término del con-curso, en la tarde, Eliseo y yo, nos pusimos en contacto con el profesor Juan Ivirma Castillo, quién venía como Jefe de la Delegación de Caicara del Orinoco; delegación que venía integrada por más del 80% de educadoras, hermosas caica-reñas que representaban la belleza y el caudal del Orinoco compaginado con el incienso de la sabana inmensa del le-gendario Cabruta. Estimulamos al profesor Castillo para que asistiera a un Sarao que teníamos previsto en el Hotel El Río, conjuntamente con sus hermosas chicas. A las ocho de la noche, teníamos preparado una mesa colectiva, habían veinte personas, cinco varones y el resto imagínese usted. Cada uno de los varones tenía en su plan levantar a la más hermosa; dije para mis adentros, _la que me toque, con tal que nos caigamos bien. En la primera pieza bailable, cada quién puso en práctica su táctica de ataque. Eliseo se ade-lantó y sacó a bailar a la que tenía en la mira, entonces opté por la que estaba al lado. Salimos a bailar bajo la luz inter-mitente de la discoteca, con la amenización de la “Billos” y la interpretación de: “ocho días”. En la autopresentación le dije mi nombre, igual hizo ella. Al culminar la música la invité – buscando un subterfugio – a la rokola, para mar-car nuevos discos y volver a bailar. Hasta que duró nuestra estadía en la discoteca, ella fue mi pareja. Su nombre: Edi-th Castro. Una catira buenamoza y orgullo de Caicara de buena familia. Estábamos en el mismo Hotel, nos veíamos a cada rato. Una tarde fuimos al boulevard y hablamos de muchas cosas. Pero mi timidez sólo me permitió tomarla de la mano. Veinticinco años después, personalmente me dijo que: “yo solamente esperaba que me diera un beso”.

Al regresar a Puerto Ayacucho, proseguimos nuestra co-municación a través de cartas por intermedio de Aeropos-

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tal; nos estuvimos escribiendo durante todo el año 73 y 74. Después supe que se había casado. Aquella noticia me causó un guayabo de varios meses, pero al fin todo se derrumbó. En la alternabilidad de esta relación continuaba los amores con Balbina Luna y Carmencita Rivas. Cuando regresé de Río Negro rompí con Balbina y me quedé con Carmencita. Apre-ciaba que nuestros sentimientos eran compartidos, no había razón para pensar lo contrario. Vivía en el Barrio Humbolt en una vivienda muy humilde, con su madre y hermanos en una situación de hacinamiento. La visitaba consuetunariamente decidimos casarnos en Diciembre del 74, pero en Diciembre del 73, me pidió que quería pasar Navidad con su familia en Ciudad Bolívar. Sin pensarlo dos veces le facilité el pasaje por Aeropostal y dinero para que pudiera regresar en Enero. Fue-ron varias veces que fui al Aeropuerto a esperar a mi novia, pero jamás llegó; veinte años después nos vimos, pero, jamás le pregunté el motivo de su partida sin ninguna explicación. Yo continué trabajando como maestro en el Grupo Escolar “Enrique de Ferrari” de Puerto Ayacucho. Ese año conocí a una representante de una alumna a quién le daba clase en tercer grado: La Señora Cecilia. A la primera vista cupido nos flechó a muerte. Me invitó a una fiesta en su casa y así co-menzó nuestro idilio. Era un amor ciego. Ella siendo casada no reparaba peligro y yo, aún con algunos temores, tenía que responder. Nos amamos con entrega y pasión, hasta llegué a cometer la osadía de visitarla a su casa. Reconozco ahora, que aquello fue un acto de atrevimiento. En las vacaciones de Julio y Agosto asistí al primer Seminario de Educación Fron-teriza, en la Escuela Granja de San Fernando de Atabapo, su director era el Profesor José Solórzano Pérez, el hombre de Guayabal, buen amigo y compañero. Debo reconocer que en esa época el Estado y el Gobierno se preocupaban para que los docentes mejoraran sus conocimientos pedagógicos, didácticos y culturales. Para la realización de este evento vino la plana mayor de la ORE-Sur, encabezado por el Profesor: Emilio Mendoza, Rodríguez Cortéz, y otros de alta jerarquía.

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Dentro de los Profesores expositores estuvieron los Directo-res de las Escuelas Granjas y de Núcleos Rurales de Apure y Amazonas. En esa Jornada conocí a la Profesora Olinda Franco Sub-Directora de la Escuela Granja de Achaguas. El Seminario duró 15 días de trabajo intensivo, bajo la organi-zación y esfuerzo del Profesor Félix Solano, un Amazonen-se integral, un profesional de la docencia cuya labor será reconocida algún día cuando se estudie a profundidad la historia de la educación en Amazonas. Al finalizar el semi-nario, se hizo una encuesta entre 400 maestros presentes, para ver quien iba a llevar la voz cantante en el acto final; salí favorecido por mayoría, preparé un discurso de conte-nido más de protesta y político, que pedagógico y didácti-co, ya que tenía que aprovechar la presencia del Ministro de Educación: Prof. Heres Hernández, el Jefe Nacional de Educación Fronteriza y rural, el Jefe de la ORE-Sur: Prof. Rafael Delgado Borjas y otros altos Directivos del Ministerio de Educación; Además, el Gobernador y Director de Edu-cación de Amazonas: Ing. Acevedo Zuleta y el Prof. Nelson Silva, respectivamente. En mi disertación denuncié que en las Escuelas Rurales Fronterizas de Amazonas, por descuido de las autoridades venezolanas, estaban siendo influencia-das por cultura externa, dentro de las que se encuentran las colombianas y brasileñas. En la escuelita Santa Lucía, ya no se izaba la bandera nuestra sino la colombiana. También solicité, en nombre de los seminaristas presentes, un au-mento de salario, mejoramiento de las escuelas y dotación de las mismas, así como la continuación de las jornadas de mejoramiento profesional. Entre la Prof. Olinda Franco y yo había nacido una gran atracción, un intercambio de química de eso que cupido envía para despertar cualquier pesadumbre. La última noche, es decir, en la fiesta de des-pedida le comuniqué que me quería ir a trabajar con ella a la Escuela Granja de Achaguas, que me ayudara conseguir el cambio.

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En esa misma ocasión conversé con el prof. Emilio Men-doza, quién era el Jefe de Educación Primaria en la ORE-Sur, fue muy receptivo a mi planteamiento, me facilitó su número telefónico y me pidió que lo llamara la siguiente semana, que me iba a tener una respuesta concreta. Esta posibilidad de cambio de trabajo, no se lo comuniqué a nadie, ni siquiera a mi familia. Cuando regresé a Puerto Ayacucho ya estaba co-menzando las clases, me incorporé a mi trabajo normalmen-te. En la semana prevista hice la llamada esperada; el prof. Mendoza me informó que el cambio estaba listo, que me fue-ra el siguiente día para que firmara el Acta de Juramentación y comenzara a laborar inmediatamente. El cambio me salió de chaquetita – como dice la canción – por cuanto lo de-seaba ardientemente por tres causas fundamentales: Primero, para cambiar el ambiente y conocer nuevos horizontes, ade-más de seguir con el romance con la prof. Olinda Franco; segundo, buscar nuevas oportunidades de estudios, ya que en Amazonas, para esos tiempos, no había universidad; para estudiar una carrera universitaria había que salir a Caracas, Mérida, Zulia y Oriente; tercero, era una justificación para apartarme de la señora Cecilia, a quien quise mucho, pero, su esposo me buscaba como palito e romero para meterme un tiro. Nunca nos encontramos, yo creo que él, a esta altura, no sabe quien es Javier Maroa, porque después que regresé siempre lo saludaba muy cordialmente. Mis amigos de farra me decían: _Mira Javier, por ahí te anda buscando el señor aquel, el esposo de fulana, preguntando por ti. Ayer estaba en el Faisán y le preguntó a unos tipos por ti y el puso el revólver en la mesa, yo estaba en la mesa diagonal, cuídate. ¿Quién no busca marcharse con recado como este?. Antes de viajar a Apure, fui a la escuela donde trabajaba para co-municarle mi cambio, nadie creía. Me despedí de: el Prof. Herrera, el Director; Ántenógenes Pérez, Silverio Santaella, Dionisio Gómez, Humberto Dacosta, Humberto Carreño, Jo-sefa Tovar, José Polanco y otros. De estos el más antiguo, era Antenógenes. Recuerdo que cuando salíamos al recreo, a las

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10, nos reuníamos a observar a las maestras; unas buenas, otras regulares y otras ni que hablar. Cuando sonaba el tim-bre de entrada nos decía: _Bueno, ya sonó el timbre, vamos a seguir engañando a estos carajitos. Me despedí también de una mujer con quien vivía de manera clandestina, no se porqué, ella nunca me lo explicó: Carmencita Pereira, una muchacha un poco mayor que yo, pero muy buena gente; mi familia la quería mucho especialmente mi madre y mi hermana Mélida. Esta noticia le cayó muy mal.

Llamé a Olinda para decirle que el cambio estaba listo

y que me iba el siguiente día, para que me fuera a esperar en el Aeropuerto de San Fernando de Apure. Efectivamente me esperaba, me hospedó en su casa, el Lunes de mañanita salimos para Achaguas; al legar a la Escuela me presentó al Director Fermín Borjas, a los demás maestros y trabajadores de la institución. Mientras no habían empezado la clase via-jaba con ella todos los días. Cuando iniciaron las actividades traje todo para quedarme en la escuela. Era el Año Escolar 74 – 75, allí conocí a todos los docentes, dentro de los que recuerdo a: Agustín Valero, Jesús Solórzano, un Español a quién les decíamos “El Socio”, Douglas Cayama, el maestro Sheison, Hugo Alvarado y otros; al año siguiente ingresaron nuevos docentes: Mireya Rivas, Catalina Moreno (Catula), Hermes Díaz, Dinora Pérez, Milagros León, Elaine y Ángela Bolívar. Volviendo atrás, la Prof. Olinda viajaba todos los días. Los viernes me iba con ella y regresaba el Lunes de mañanita. Nos comprometimos para casarnos, arreglé mis papeles y faltando pocos días para el matrimonio, todo se acabó. La señora tenía un carácter dominante, absorbente y yo un hombre de apertura, eminentemente parrandero, que donde voy me la ingenio para crear un ambiente de convi-vencia con música, chistes, cantos y nunca me abandona un cuatrito bullanguero. Éramos incompatibles. Tenía que ir todos los fines de semana; era algo religioso. Sólo bastó que me ausentara dos días de la Semana Mayor cuándo

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nos vimos aquello era un terremoto. Me retiré dejando todo, teniendo que comprar nueva ropa para trabajar. Comenzan-do el año 75 llega a San Fernando, la Universidad Simón Ro-dríguez; con mis papeles en regla me inscribí y empezó una nueva etapa en mi vida como estudiante. Mi sueño se hacía realidad, obtener un título universitario. Era un privilegio en mi pueblo, ser Licenciado, Médico o Abogado. Creo que para esa época había uno solo: el Licenciado Rafael Escobar “el pirare”. Trabajaba hasta el Viernes al mediodía porque a las 6 tenía actividades de discusión andragógica y el sábado igual. Eso fue siempre una rutina hasta el momento de graduar-me. La Simón Rodríguez, en su inicio, era una institución ne-tamente andragógica, por cuanto estaba destinada a formar adultos que laboraban en educación pero que no habían te-nido la oportunidad de estudio. Todos éramos docentes, pero allí estaban: Directores, Sub-directores, Supervisores, Profe-sores de Secundaria, y Maestros de Aula. Paso a pensar que con 25 años de edad era el más joven de la partida, la mayo-ría era 30 hacia arriba. Por eso era muy tomada en cuanta la experiencia personal de cada participante. El Rector respon-sable del núcleo Apure, el Prof Héctor Astorga, un Chileno expulsado de Pinochet, era una eminencia cuando hablaba de lo que significaba andragogía. Decía: “La andragogía no es para enseñar viejitos, es una ciencia para el aprendizaje de los adultos; ser adulto es tener responsabilidad y un joven de 16 años sabe lo que eso significa”.

Así como existe la pedagogía para enseñar niños, encon-tramos la andragogía para enseñar adultos. Un pedagogo no puede ni debe enseñar a un adulto porque no esta preparado para ello o viceversa. Por eso con frecuencia observamos que un facilitador trata a los participantes como si fueran niños, o docentes que laboran con niños creyendo que son adultos. No es lo mismo una discusión de un tema en un contexto de adultez, que dentro de un grupo de niños de 8, 9 ó 10 años. Un buen día nos dijo: _esta asignatura -Relaciones Huma-

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nas- la evaluaremos con una prueba netamente angragó-gica, para que ustedes vean como se aplica los principios andragógicos con los participantes. El día de la prueba nos llamó por lista y nos entregó una hoja de papel con algunas cuestiones sobre la asignatura referida y dijo: _son las 9 am, tienen dos horas para resolver esas preguntas, tienen liber-tad de ir a donde quieran, a las 11 los espero, buena suerte. Unos salieron en carro otros a pie, algunos nos quedamos en el salón donde estábamos. La respuesta no estaba en ningún libro, eran preguntas de razonamiento, análisis ló-gicos y comparativos; era necesario haber leído el material para pode buscar la respuesta correcta. La mayoría salió raspado porque se suscribieron a copiar textualmente con-tenidos que no tenían que ver con la respuesta. En un ver-dadero proceso de enseñanza andragógico, el participante es el único responsable de su aprendizaje; el participante avanza según el tiempo que dispone; el escoge su horario en concordancia con sus intereses; se gradúa cuando el lo estime pertinente no cuando el facilitador, autoridades o la institución lo estipule. Es decir, si un participante decide graduarse en tres años o en su defecto en 10 años, puede hacerlo, porque los mecanismos andragógicos así lo per-miten. Las universidades que dicen ser andragógicas y no facilitan las consideraciones anteriores, serán instituciones de cualquier tipo, pero no andragógicas.

Mientras asistía a la universidad, trabajaba en la Escue-la Granja, participaba en un conjunto de aguinaldos y de gaitas en el partido COPEI el cuál estaba en plena cam-paña para las elecciones del 78 con Luis Herrera Campins de candidato. URD para ese tiempo había desaparecido del panorama político venezolano, sólo quedaban reduc-tos que en esa oportunidad apoyaban al candidato de AD. Los copeyanos de Achaguas, dentro de los que se encuen-tran: Currito Celis, Pelusa Lallipoli, Hernán Morillo, Hugo Alvarado, Grecia Alas, Flora de Celis, Francia Acosta, Alida

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Silva, Fernándo Gracia, y otros con frecuencia me invitaban a reuniones, asambleas, seminarios de formación políticas, cuestión que me iba entusiasmando y al fin me incorporé como un activista militante que aunado a mi experiencia en URD, me permitió protagonizar un papel sobresaliente, no sólo en el aspecto político, sino también en el social y cul-tural. Hice una amistad con todos los copeyanos del Distri-to, pero también con algunos adecos, tales como: Gilberto Delgado, Quintín, Misael Castillo, Teófilo Ramos, Delis Bejas, Pedro Díaz, el Profe Zárate y otros. Mi amigo Edgar Celis (Currito) era el Secretario General de COPEI; un político en todo el sentido de la palabra; un organizador para el trabajo proselitista y siempre presto para estimular a la militancia a su incorporación en cualquier tarea a beneficio del partido y por ende con el fin de promover la campaña con el objeto de ganar el poder para el servicio de la gente.

Al tiempo que participaba en política, iniciaba unos con-tactos amorosos con la maestra Mireya Rivas, quién era pro-fesora guía de la Granja de Achaguas. La mujer se puso dura al comienzo, remolona, porque aún estaba aparentemente, el recuerdo de Olinda Franco. Pero el que persevera ven-ce, al fin formalizamos una relación seria. Tuvimos dos años de amores. El Prof. Agustín Valero, otro ser que es como un hermano para mí, también iniciaba unos amores con Catula Moreno, que al tiempo era amiga de Mireya. Una vez con-versando los cuatro llegamos al acuerdo de que para el día del casamiento, primero lo hacíamos Mireya y yo para que ellos puedieran asistir y viceversa. Cuando sucedió el matri-monio, lamentablemente, ellos no asistieron porque dos días antes habían sufrido un accidente yendo de San Fernando a Calabozo, donde el Profesor Valero casi pierde la vida. En el ínterin de mis relaciones sentimentales con Mireya, abonaba otra con la maestra Milagros León, que también laboraba en dicha escuela. Milagros vivía en San Fernando y viajaba todos los días; a veces se quedaba durmiendo en la escuela, tiempo

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que aprovechábamos para el disfrute amoroso. Un día me dijo Milagros: _me caso este fin de semana y quiero despe-dirme de ti, ni corto ni perezoso esa noche celebramos su despedida de soltera.

Mientras tanto continuaba asistiendo a mi universidad, todos los fines de semana. Cuando no tenía actividad me iba para Calabozo a visitar a mi hermana Guiomar que es-tudiaba en una escuela de monjas para maestra, casi siem-pre agarraba la cola con el profesor Valero, o me quedaba cumpliendo tareas de visitas a las diferentes poblaciones de Achaguas, ya que la campaña electoral se arreciaba y era necesario ganar el gobierno. Quiero resaltar que Guiomar es una muchacha que estudió con muchos sacrificios; yo ganaba 600 bolívares quincenal, de los cuáles le enviaba 200 para pagar residencia, alimentación y cubrir sus nece-sidades; tenía que hacer malabarismos con ese dinero, por-que sabía que era muy poco. Gracias a Dios que antes de terminar sus estudios había conseguido trabajo como maes-tra en una escuela en Calabozo. Al terminar y graduarse de docente se fue a la Universidad de Carabobo, allí sacó su título de Licenciada en Educación y al mismo tiempo consi-guió trabajo en Tinaquillo, estado Cojedes; en la universidad conoció a Ovideo Villamediana, un apureño emprendedor, con quien hizo vida marital y engendraron dos niños: Mal-via y David. Hoy, al momento de escribir estas notas, mi hermana es Supervisora en Cojedes y es Magíster en Admi-nistración de la Educación. Esta actitud de loable considera-ción es la contrapartida de quienes piensan que el ser pobre es un obstáculo para la superación, para el estudio y para forjarse una profesión que nos permita actuar en el contexto social y transformarlo a beneficio del bien común.

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BRUJERÍA, CAMPÁÑA Y VACACIONES

Son las vacaciones del mes Julio 1.978, en plena Campaña Electoral, la Escuela “Las Mangas” estaba culminando el año escolar e invitaron al personal docente de la Granja de Acha-guas. Fuimos muy pocos, nos sentamos en una mesa que nos tenían preparada, muy cerca donde estaba un arpa tramada y unos copleros que bregaban en verso relancino y en honor a los alumnos que se despedían. Más atrás, debajo de un fron-doso guamo estaba el fogón, donde había una hilera de espe-teros con carne y entreverao, cuya grasa derramada en el fuego chirriaba y emanaba un olor agradable al estómago, el cuál, a esa hora, no había digerido alimento alguno. En pleno invierno había un sol insoportable, un calor sofocante e inaguantable; algunos de mis compañeros le comunicó a la Directora que allí estaba un brujo de Amazonas, que era el profesor, que sabía como opacar el sol y refrescar el ambiente. De inme-diato la Directora llegó a nuestra mesa y me dijo: _Profesor, hay mucho calor, me han dicho que usted sabe cómo bajar la temperatura y que el sol se apacigüe. Sin pensarlo le manifesté: _Cómo no profesora, pero necesito tres cubiertos para hacer el acto de brujería. Inmediatamente llegaron los cubiertos, enton-ces le dije a los amigos de la mesa, _espérenme aquí, nadie me siga, que voy a ejecutar el arte, no dejen ir a nadie, debo estar solo. Tomé los cubiertos, fui a la parte posterior de la escuela y en un pajonal coloqué en cruz a los instrumentos, después de expresar en lengua indígena las peticiones pertinentes. Di-ciendo esto, de inmediato apareció una nube y el ambiente se turbo negruzco, a los diez minutos estaba cayendo un tremen-do palo de agua. No hallábamos donde colocarnos, la escuela estaba copada por la cantidad de invitados. La Directora se acerca de nuevo y me sugiere que provoque la cesación de la lluvia. Voy donde estaban los cubiertos, los sustraje y el sol apareció radiante. Todo era una coincidencia, pero quedó en el ambiente que el profesor Maroa era un tronco e´brujo, que corría el aguacero y llamaba la luz del sol.

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Para las vacaciones de Julio me fui para Amazonas, hasta San Fernando de Atabapo; aquí, los días que estuve en esta población, me incorporé a la Campaña Copeyana, junto a Arturo Siso, Fernando Girón, Yolanda Escolbar, el Doctor Luis Arcadio Barrios, Felipe Arvelo, Jacinto Gaviní, Apolo-nio Pino, Nelson D´Santigo, Jesús Olivo, Juan Noguera, Pau-la Flores, Marsella Sotillo, y otros militantes de reconocida trayectoria política. En Agosto, estando en atabapo, llegó una comisión del partido para un acto proselitista; esa no-che se realizó un mitin en la Plaza Bolívar, con la presencia de todo el pueblo Atabapeño. Me dieron una oportunidad para tomar la palabra. Atabapo me conocía como urredista, al ver mi cambio de posición, aquellos que aún estaban dudando terminaron de convencerse. Preparé un discurso de cinco minutos, denso y concreto, explicando mi posi-ción y el porqué de la importancia de llevar al Gobierno un hombre como Luis Herrera Campins. Era el tiempo de cam-biar. Los días que estuve en mi pueblo, lo aproveche para la convivencia y recordar hechos ocurridos en el pasado con amigos como: Luis Chacin (mi compadre), Rafael Bueno, Jorge Ríos, Carlos Herrera, Trino Prado, Oswaldo Chapín (mi compadre), Nepo Patiño, Juan Martínez, Diosmel Ace-vedo y otros parranderos inolvidables. Al otro lado del río se encontraba Amanavén, una población Colombiana, donde quincenalmente se renovaban las chicas de la vida alegre, para evitar que se enamoren de los clientes. Aquellos nego-cios eran muy concurridos; fueron muchos los que dejaron el sueldo con aquellas lindas doncellas, donde la mayor no pasaba de 20 años de edad. Allí habían para todos los gus-tos: Blancas, negras, morenas, altas, bajas, flacas, gordas, eso sí todas eran unas princesitas. Un sábado el amigo Juan Martínez me invitó a visitar “al convento”, como ellos le decían. Juan era un comerciante próspero, pero cuando se emparrandaban, aquello era de beber. A mi nunca me falta el cuatro, llegamos y nos pusimos a cantar; las chicas salían y se asomaban, esperando alguna seña. Cada quién llamó la

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suya. El que iba a la pieza se paraba y punto. Dejé de tocar y cantar para ir a cumplir con mi deber, cuando iba entrando, Juan Martínez venía saliendo de una pieza y me dijo con voz grave: _Profesor voy por la cuarta. El amigo Martínez tendría como 40 años, pero con la libido en potencia. Me dijo una vez que las habia repasado a todas.

El último de Agosto regresé a Achaguas, porque sentí la sensación de querer ver a mi novia. Llegué a la Granja solo, únicamente el guachimán Don Natalio Jiménez, llegaba en la noche. El siguiente día fui a la casa de Mireya, y me dijeron que estaba en el campo. Invité a mi cuñado Pedro Rivas para que me acompañara; el otro día partimos de mañanita; toma-mos el autobús vía el Yagual, a mitad de carretera nos queda-mos y empezamos a caminar, nos cayó un palo de agua y el camino se transformó en barrial. Caminamos, bajo el aguace-ro copioso, más de tres horas, cuando le preguntaba a Pedro: _¿Falta mucho?, el me respondía: _estamos llegando. Jamás había conocido los caminos del llano; el barro, en alguna oportunidad, me daba a mitad de la pierna. Unos tenis recién comprados casi se me quedan en el barro. De vaina no le dije a Pedro que nos regresáramos, pero tenía que demostrar que cuando se está enamorado, hay que cumplir con el compro-miso adquirido. Esa tarde el viejo sacrificó una mauta y al día siguiente nos regresamos a Achaguas. Estábamos preparando el matrimonio que sería el 9 de Diciembre del 78. Al mismo tiempo me dedicaba a la campaña electoral y a cumplir con las tareas de la universidad. Llegó el momento de las eleccio-nes, el 3 de Diciembre, todos los copeyanos se formaron en comisiones para atender las mesas de votación. Hugo Alva-rado y yo nos enviaron para vía el Rosario Adentro, a varios kilómetros del centro poblado; por allá nos conseguimos con los adecos; la pelea era fuerte, pero estábamos dispuestos llegar hasta el final. La noche anterior nos planteamos una estrategia para anularle algunos votos a los adecos; ésta con-sistió en que uno de nosotros se ocupaba del sello de mesa, y

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un compañero de la zona que conocía quien era copeyano y adeco. Cuando llegaba un adeco a la mesa el se quita-ba el sombrero y el sellador aparentaba sellar el boleto; de esta manera le anulamos más de 20 votos, sin embargo nos ganaron por cinco sufragios. Regresamos a media noche a Achaguas, con la esperanza de haber ganado en toda Ve-nezuela. Al llegar a la casa del partido aquello era una gran algarabía; la alegría, felicitaciones y celebraciones de triun-fo era la manifestación de júbilo, como consecuencia del gran trabajo político emprendido por todos los dirigentes del COPEI de Achaguas. Llegué a mi casa el siguiente día. Mireya y toda su familia eran adecos. Allí no se hablaba de política, menos de celebración. Todo era con mucha discre-ción. Una semana después sería el matrimonio, todo estaba preparado: invitación, la comida, el arpa, cuatro y maracas. Una tía de la novia obsequió una ternera. Habíamos com-prado seis cajas de wisky y diez de cervezas. Todo estaba previsto. A las 7 de la noche fuimos a la Iglesia y a eso de las diez arrancó el arpa. De mi familia solo vino mi hermana de Calabozo y su amiga Laura Lastella. Pasada la media no-che, después de brindar con los invitados, nos dispusimos a viajar a San Fernando donde teníamos una habitación en reserva desde el día anterior para iniciar nuestra luna de miel. Allí en el hotel estuvimos dos días. Luego tomamos una avioneta de AVISUR y volamos a Puerto Ayacucho. Nos hospedamos en el Hotel “El Maguari”, aquí no había cama matrimonial sino camas separadas; para poder dormir jun-tos tuvimos que unirlas, cuestión que hizo difícil el disfrute placentero de dos personas recién casadas. Visitamos a al-gunos familiares y amigos; especialmente a Ramón Tovar, mi coterráneo desde la infancia, quién se había casado con una San Carleña: Gladys Álvarez. Nos atendió muy bien y para festejar organizamos un paseo para el Tobogán de la Selva. Alquilamos un camión para llevarnos y con el com-promiso de buscarnos en horas de la tarde. Todo estaba de maravilla: parrillas, sancocho, ajicero, y baño en el tobogán.

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A la hora de partir, el chofer comprometido no llego jamás. Caminamos hacia Coromoto, tuvimos que poner en práctica el arte de convencimiento, para con un señor que tenía un medio camión en buen estado, éste ciudadano nos llevó a Puerto Ayacucho como a las diez de la noche. Llegamos al hotel muy cansados. El día siguiente teníamos que irnos por vía terrestre al Puerto de Samariapo, ya que mi hermano Do-mingo llegaba a las diez de la mañanba a buscarnos en un motor fuera de borda. No llegó a la hora acordada, sino a la una de la tarde, a esa hora embarcamos la maleta y un mer-cado que habíamos comprado. La embarcación era pequeña, en el horizonte se observaba un mal tiempo; al cabo de dos horas de viaje empezó a caer la lluvia acompañado de viento fuerte; con el bamboleo de la marea la compuerta se despe-gó por un lado y el motor casi se cae al agua, teniendo que atracar rápidamente en la costa para evitar el hundimiento del bongo. Allí, en una casa cercana se consiguió un martillo para asegurarla y continuar el viaje. Reconozco ahora que el viaje era incómodo; me daba lástima ver a mi esposa asus-tada, no sólo por el mal tiempo sino por la cantidad de agua que resaltaba en su recorrido el río Orinoco. Esa luna de miel no se la deseo a nadie. La lluvia y el tiempo no cesaba, llegó la noche y Atabapo se hacía cada vez más distante. Como a las diez vislumbramos la luz del poblado. Allí nos estaban esperando mis padres y toda mi familia; ellos se encargaron de los demás porque Mireya y yo estábamos tullidos por el frío. En Atabapo pasamos 24 y 31 de Diciembre, en Enero nos regresamos a nuestra casa.

UN NUEVO AÑO 1.979

En Enero solicité cambio de la Granja para el Grupo Es-colar “Teresa Hurtado”. Luis Herrera recibió el Gobierno en Febrero; ese mismo año hubo elecciones en la Federación Venezolana de Maestros siendo yo candidato, por COPEI, en la seccional Achaguas. La Federación se dividió, los adecos

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quedaron fuera de la estructura, y los copeyanos se apode-raron de la institución gremial, lógicamente asumiendo yo la responsabilidad en el Distrito – ahora Municipio – Acha-guas. Mireya y yo nos retiramos de la montonera y alquila-mos una casa y montamos tienda aparte. Corría el año 80, además de atender el asunto gremial asumí la Coordinación Nocturna del Liceo “Diego Eugenio Chacón”. Era la Jefa de la Zona la Profesora Carmen Bohórquez, una copeyana cien por ciento, que tomaba muy en cuenta la opinión de los gremialistas a la hora de decidir un cargo. Los cupos de trabajo se canalizaban por el Movimiento Magisterial y la Federación de Maestros. Los nombres que llevaba por la Seccional de Achaguas eran infallables, eran inobjetables; decía la Jefa de la Zona, con un sectarismo acérrimo, prime-ro nuestros copeyanitos, después los demás. Mi casa pare-cía una oficina de educación, sobre todo los lunes, cuando llegaban los ciudadanos con recomendaciones del partido, por cuenta propia, o porque los estaban destituyendo del cargo. Fueron muchas las veces que intercambié ideas con el Jefe de Personal de la Gobernación por defender el cargo de copeyanos y adecos que se sentían amenazados. Tam-bién muchas personas que hoy ya están jubilados consi-guieron trabajo por mi intervención ante la Zona Educativa o el Secretario Privado de la Gobernación, el amigo Edgar Celis, “currito”. Si el partido recomendaba a alguien para un cargo de maestro, dicha sugerencia debía llevar el sello y la firma del Sub Secretario de la Federación de Maestros Seccional Achaguas, de lo contrario no le daban cabida en la Zona Educativa. Con el fraccionamiento de la Federación Venezolana de Maestros, el Movimiento Sindical Magiste-rial perdió fortaleza; surgieron otras federaciones como Fe-tramagisterio bajo el liderazgo del Prof. Isaac Olivera, per-teneciente al partido MEP; en ese mismo sentido se creó Fetraenseñanza bajo el ala política de Acción Democrática; Ronal Holding creó Fenatev y otras federaciones que sur-gieron posteriormente. Cada quien andaba por su lado, con

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su propia filosofía, tratando de resolver los problemas de los docentes de país. En mi gestión, corta por cierto, como repre-sentante sindical de Achaguas me sucedió un hecho digno de contar, con el Prof. Isaac Olivera, de Fetramagisterio. Estaba a punto de reventar un conflicto entre los docentes del Estado Apure y la Gobernación, por cuestiones de aumento salarial. El gobernador no había firmado el contrato colectivo por ca-rencia presupuestaria, pero se había hecho la diligencia para un crédito adicional ante el Congreso Nacional y muy pronto se estaría firmando el contrato y cancelando la deuda. Nunca los educadores hemos conseguido nuestras reivindicaciones sin pelear y éste caso no era la excepción. Mi condición de gremialista me inducía a estar al lado de los maestros, aún siendo de la Federación tendiente al gobierno. Era importante para mí quedar bien con los docentes; el gobierno regional tenía que apaciguar los ánimos del magisterio. Convencí al Secretario General de la Gobernación para que realizáramos una gran Asamblea General de Docentes en Achaguas e hi-ciera una explicación de la situación financiera del gobierno regional y lograra así detener el conflicto. Currito Celis, quién era el segundo después del Gobernador, Rafael Felices Bo-lívar, contrató un vehículo para hacer el trabajo de convo-catoria en todo el Municipio. El equipo de la Sub-Seccional de la Federación, estuvimos una semana visitando todas las escuelas del Distrito, para la reunión de ese fin de semana, en el Liceo “Diego Eugenio Chacón”, con el Secretario General de Gobierno. Currito debía llegar a las nueve de la mañana; a las ocho ya habían llegado más de 50 docentes. Yo estaba recibiendo a los invitados, cuando observo que baja de un carro el legendario Isaac Olivera de Fetramagisterio. Salí de inmediato a la Alcabala Policial a dejarle al Secretario Gene-ral de la Gobernación el recado, de que Olivera estaba en la reunión. Para evitar un encuentro desagradable era mejor no hacer acto de presencia y que su ausencia se justificaría de cualquier manera. Me tardé como media hora, al regresar para iniciar la reunión noté que todo estaba en silencio, el

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zorro Olivera se había cogido la reunión para él. Aquella actitud abusiva de su parte me sacó de quicio, me cortaban una vena y no echaba sangre, estaba iniciando la reunión cuando entré al teatro y lo interrumpí diciéndole: _¿Quién le dio a usted autoridad para iniciar la reunión?, ¿Quién lo invitó? Es usted un abusivo, esta reunión la convocó la fede-ración y no Fetramagisterio. A éstas palabras el respondió: _Déjame hablar, después hablas tú. Se destapó contra el gobierno, de la irresponsabilidad por no estar en la reunión después que se había comprometido a asistir, etc; habló como diez minutos. De inmediato tomé el micrófono, pa-labras mas palabras menos dije lo siguiente: _Primeramente quiero agradecer la presencia de todos ustedes. En segundo lugar, protesto la presencia del Profesor Isaac Olivera, por tomar de manera abusiva la iniciativa de comenzar la re-unión; a usted nadie lo invitó y si así fuera, no tenía ningún derecho de cogerse lo que no le pertenece. El negro Olive-ra, creo que lo saqué de sus cabales, gritaba: _De donde sacaron ese indio; pero yo tenía mi gente y la Asamblea se dividió entre los partidarios del Gobierno y los adecos que aplaudían a Olivera. Tomó la palabra el maestro Lara, para hacerle una defensa como gremialista, que nadie le estaba negando. Seguidamente habló una profesora apureña pero que trabajaba en Caracas y lo descargó de esta manera: _Si usted hubiera asumido ésta posición de defensa de los intereses docentes, seguramente hubiésemos obtenido un contrato colectivo nacional acorde con lo que estábamos exigiendo, pero no sucedió así, cuando más estábamos dispuestos a seguir la lucha, usted sorprendió a propios y extraños anunciando que la huelga había llegado a su fin, porque el gobierno había accedido a toda nuestra petición; sin embargo, está el comentario en los medios sindicales que usted había entregado el contrato no se por cuantos millones de bolívares, si eso es verdad, entonces a perdido toda autoridad moral. Isaac Olivera se defendió, pero mien-tras hablaba la asamblea se iba desintegrando, sin llegar a

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ninguna conclusión. El Secretario de Gobierno – Currito – me envió un mensaje para conversar en la casa habitación de la señora Belén de Magallanes y así sucedió. En la alternabilidad de mis labores gremiales, cumplía con mis tareas de aula y al mismo tiempo iniciaba el semestre sobre elaboración de tesis en la Simón Rodríguez; terminada la parte teórica, un equipo integrado por: Argelio Aponte, Yolanda Graterol y yo comenzamos a elaborar una tesis sobre “La Educación Rural en el Distrito Achaguas”.

Al final del año 80, cuando fuimos a presentar la tesis a consideración de la Universidad, se nos dijo que de esa for-ma no era posible porque no éramos de la misma mención. Argelio y Yolanda eran de Administración Escolar y yo de Educación Permanente (Andragogía). La tesis le valió para ellos y yo de manera injusta tuve que elaborar una nueva te-sis. En diciembre del año en curso, fui a pasar Navidad y Año Nuevo en Amazonas, ese año recordamos y repetimos las ac-tividades que siempre habíamos realizado: cantar aguinaldos de casa en casa y fomentar la alegría a la familia Atabapeña. El Jefe de la Zona Educativa era el Prof. Juan Valdemar No-guera, antiguo compañero de estudios en la Escuela Normal “Padre Bonveccio”, cuando regresé de Atabapo al comienzo del 81, al llegar al Aeropuerto Cacique Aramare, me encontré con él quién me comunicó que quería conversar conmigo. Enseguida me dijo: “Tenemos problemas con la Dirección de la Granja de Atabapo, quisiera que colaborara con nosotros y con tu pueblo, aceptando dicha dirección”. Le contesté que estaba saliendo para Apure, pero que le daba respuesta des-pués de conversar con mi familia, y además le dije que estaba haciendo la tesis de grado, cuestión que dificultaba aceptar dicha oferta. Me respondió que: _por la tesis no te preocu-pes, porque vas a tener el permiso que quieras, en cuanto a tu familia, espero que me llames, si es posible mañana para saber tu respuesta. Regresé a San Fernando de Apure, luego a Achaguas. Conversé con mi esposa para oír su opinión,

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ella dejó en mí la decisión a tomar, solamente expresó que si todo era para mejorar ella no tenía que pensar lo contrario. El 15 de enero del 81, Día del Maestro, llamé al Prof. Juan Noguera para comunicarle que aceptaba el cargo. La semana siguiente regresé a Puerto Ayacucho, pero antes me puse en contacto con mi tutor de tesis el sociólogo: Tomás Garrido, para acordar los mecanismos para la revisión de los materia-les que debía ir produciendo en el transcurso de mi estadía en Amazonas. Mensualmente viajaba para hacerle llegar lo que iba estructurando sobre el trabajo de tesis.

Al llegar al Aeropuerto me esperaba el amigo Amilcar Mo-reno y un chivú que mas tarde supe que su nombre era: Inmer Cruz. Llegué a la Zona Educativa, el Jefe me esperaba para la primera entrevista. Recibí la instrucción correspondiente, esa tarde anduvimos juntos hablando sobre la problemática por la que pasaba la Escuela Granja de Atabapo. El antiguo Di-rector había sufrido un accidente y a partir de ese momento la institución comenzó a tener dificultad en su administración y funcionamiento. El lunes 26 de enero, viajamos vía aérea al Atabapo para el proceso de entrega y recepción de dicha es-cuela. Se convocó a una reunión general de todo el personal: docentes, administrativos y obreros y se hizo la presentación formal. El Jefe de la Zona pidió a todos la colaboración para conmigo como nuevo Director. En mi disertación expresé que venía dispuesto a trabajar para mejorar la Institución pero que sin la colaboración de todos eso no podía ser posible. En la tardecita se invitó para una pequeña celebración en la playa, a la cual asistieron algunos docentes y la secretaria: la señora Nancy Piñate, viuda del difunto Director Prof. Vegas. Todo transcurrió en armonía, convivencia y acercamiento. La conversación era netamente relacionada con el trabajo y las distintas problemáticas por superar.

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NUEVO ROL Y GRADUACIÓN

Mi nombramiento como Director de la Escuela Granja de Atabapo, significó para mí un reto. De aquella Escuela que conocí en el primer Seminario Fronterizo en 1.974, siendo su Director el Prof. José Solórzano, solamente quedaba algo así como un recuerdo. Aulas, dormitorios de alumnos, pollera, cocina, comedor todo estaba abandonado. El personal de co-cina preparaba los alimentos en fogones los cuales ponía en peligro la salud de estas trabajadoras. La primera labor que emprendimos fue la pintura total de la institución; aquello le cambió la apariencia a la Escuela. Luego comenzamos, con la ayuda de un técnico que envió la Zona Educativa, a poner en funcionamiento dos cocinas industriales y a contratar con la empresa Rumegas, la adquisición de varias bombonas, para el mejoramiento de la cocina y del comedor escolar. De esta manera, el personal de cocina tuvo su descanso en cuanto al sufrimiento de la inclemencia del calor provocado por los fogones anteriormente referidos. También se procuró mejorar la iluminación total del plantel así como la reestructuración de la cancha deportiva; se adquirió un lote importante de li-teras y colchones para el internado y se logró la construcción de un nuevo baño para el alumnado. El año siguiente (82), a través de un contrato con el Ministerio, el señor Antonio Briceño realizó el cambio de techo de la Escuela Granja. Por otra parte se adquirió dos motores fuera de borda de 50hp, una lancha de diez toneladas de capacidad, un multígrafo y una fotocopiadora. La situación no se emparejó del todo pero si pudimos lograr funcionar medianamente. En el inter-nado habían 40 varones y 20 hembras, la mayoría indígenas del Alto Orinoco, pero además almorzaban en el comedor 50 jóvenes del ciclo básico, todos de la población. El presu-puesto trimestral del plantel alcanzaba a 240.000 bolívares., del cuál se distribuía para la alimentación de los internos, del personal docente y administrativo, además los gastos de funcionamiento. Con una simple demostración de matemá-

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ticas, alguien de mediana preparación podría deducir que dicho presupuesto era insuficiente. Fueron muchas oportu-nidades que tuve que pagar de mi sueldo la adquisición de verduras, carnes, pescados y otros elementos de la die-ta diaria, porque el presupuesto estaba retrasado. Nuestros acreedores, con razón, suspendían los créditos hasta tanto se le cancelara las cuentas. Sino había comida para los in-ternos, el único responsable era el Director. Por eso siempre le estuve agradecido al amigo Alfonso Rivas, un pescador consuetudinario, que esperaba hasta la llegada del presu-puesto; igual a Jorge Ríos y Nepo Patiño que les acreditaban a la Granja la carne de res o pescado salado. Había que hacer malabarismo para darle comida tres veces al día a 100 alumnos. En el patio de la institución estaba una planta vieja, que funcionó al inicio de las actividades de la Granja, luego fue abandonada; un día que los alumnos estaban sin comida, llegó el señor Francisco Rabanales y me propuso un cambió: La planta vieja por comida y gasolina, y una vez que el aparato estuviese reparado y funcionando entregaba el remanente de la deuda. Se acordó un precio de 10 mil bolívares. Se levantó un acta y el señor Rabanales se llevó la planta vieja a Puerto Ayacucho. Se solventó varios días la alimentación de los muchachos; la segunda entrega de la cancelación nunca llegó. Jamás me llegué a imaginar que ese hecho me hubiese costado una sanción administrativa por el Ministerio de Educación y una estadía por doce años fuera del sistema educativo. Celos, envidia e intriga política tuvieron que ver con esta decisión. Después de mi cambio a Puerto Ayacucho en 1.983, asumió la Dirección el señor José Chirinos, un acérrimo e incondicional sectario del par-tido Acción Democrática. Al año siguiente llegaron a Ataba-po unos auditores internos del Ministerio, estos eran adecos; según algunos testigos presenciales cuando estos funciona-rios llegaron a la Institución dijeron: venimos a joder a un copeyano”. La auditoria proporcionó una cuenta impecable en cuanto al gasto del presupuesto, pero el señor Chirinos

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denunció con un informe la cuestión de la planta vieja. Los auditores, el Director, secretaria y otros funcionarios de la Institución declararon contra mí. Pero dejemos que esta parte siga el rumbo del tiempo.

En el transcurso del año 81, viaje al estado Apure varias veces para la cuestión de la Tesis de Grado; una vez culmina-da ésta, en Mayo, fui llamado por la Universidad para la de-fensa del trabajo y en Junio viajé a la ciudad de Caracas para el Acto Académico; mi esposa Mireya y su hermana Greta se fueron por vía terrestre a la Capital para acompañarme en dicho acto, cuestión que agradecí siempre. El día del acto me encontré con Paramaconi Quinto que también se estaba recibiendo como Licenciado; aquél encuentro despertó en ambos una gran emoción; él había estudiado en Carabobo y yo en Apure. De regreso pasé por Achaguas, luego al ata-bapo. A esa altura, entre la secretaria de la escuela: Nancy Piñate, viuda del antiguo Director y yo, teníamos una rela-ción amorosa aparentemente clandestina pero que todo el Atabapo conocía. Éramos el comentario diario de la gente, pero nosotros no le parábamos a eso. Las cocineras le decían por broma jefa. Vivimos momentos inolvidables. A ella no le importaba mi estado civil y a mí tampoco. El tiempo que es-tuvimos juntos nos amamos sin condición, con mucha pasión y sin importarnos el que dirán. En el 82 llegaron varias nue-vas docentes para el Ciclo Básico, entre ellas la Prof. Francia Marcano quién venía a encargarse de la Coordinación del Ci-clo. Empezamos una relación de trabajo, hasta que conociera bien el funcionamiento de la institución; luego iniciamos un contacto de tipo sentimental; ella soltera y yo casado. Estuve a punto de divorciarme de mi esposa para casarme con ella, pero nunca se lo plantee. Todo llego a su fin, cuando Mireya fue a pasar conmigo un Diciembre del 82. Aquella mujer casi se vuelve loca; del guayabo que le pegó se casó con Rómulo Betancourt, hermano de Nancy Piñate; aquello fue un matri-monio raro y apresurado. No es posible negar que Francia y

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yo, nos uniera una química indescriptible; nos íbamos todos los fines de semana para el pozo, un balneario natural de Atabapo donde el murmullo del riachuelo y la fragancia de la tupida selva nos enjuagaban de amor y pasión.

PREMONICIÓN Y NUEVAS RESPONSABILIDADES

Al tiempo que ejercía mis labores en la Escuela Granja, cumplía con la responsabilidad de Presidente de COPEI del Departamento Atabapo, razón por la cual los adecos sen-tían animadversión contra mí. El Secretario General era el amigo Alfonso Silva, alias “El Chama”. Creo que el partido verde no había tenido tanto auge como en esa época, los organizamos, creamos comités de base en todos los barrios, en Diciembre preparamos la cena navideña. Para la cam-paña del 83, siendo candidato el Doctor Caldera, éste tenía una gira para el Amazonas, con un acto masivo en Atabapo. Vinieron todas las comunidades indígenas y los habitantes de la población. El acto fue masivo y exitoso; organizamos un almuerzo y una entrevista con el candidato. Se preparó una habitación para la entrevista y el descanso del mismo. Me acompañó para la entrevista el amigo Inmer Cruz, quien era o es un lince, un pájaro bravo; en esa oportunidad le dije: _no se te vaya a ocurrir pedirle dinero al doctor Ra-fael Caldera, eso se lo comuniqué porque le ví la intención. Después de la entrevista, me conseguí con el Jefe de Zona Prof. Juan Noguera y le solicité mi transferencia para Puerto Ayacucho. Tenía una especial premonición acerca de las elecciones; le dije que si no había una dirección me confor-maba con un tiempo completo. En enero del 83, fui trasla-dado al Liceo Santiago Aguerrevere, para una seccional. Allí comienzo un nuevo rol, una responsabilidad distinta a la que cumplía en Atabapo. Inicio mi trabajo con una secreta-ria: Milagros Frontado, una mecanógrafa muy competente, además de unas características personales muy considera-bles. El liceo atravesaba por unas condiciones críticas en

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cuanto a funcionamiento: indisciplina, drogas, incumplimien-to de horarios por los docentes, en fin una anarquía que en-volvía el ambiente, cuya consecuencia era que los directores que pasaban por allí no duraban, renunciando o solicitando su traslado. Desde el año 84 hasta el 89, por allí pasaron los siguientes directores: Nelson Alayon, Jesús Bolívar, Rafael Escobar, Víctor Castillo, Manuel Francisco Azabache, un ex cabo de la Guardia Nacional pero que había incursionado en la educación una vez tramitado su retiro de la misma. Aza-bache era un hombre de templanza, de carácter autoritario y militar; llegaba al liceo a las seis de la mañana; alumnos y profesores que entraban a la primera hora lo hacían a las 7am, el que no estaba a esa hora quedaba fuera. Los primeros días fueron muchos los alumnos y profesores que tuvieron que esperar la segunda hora para entrar. Aquello provocó una protesta de los docentes adecos. Hubo queja en la Zona Educativa, pero el tenía luz verde para seguir adelante. A la siguiente semana todos los alumnos estaban a la hora y con el uniforme; después de la entrada a las 7am se iba de aula en aula sacando a aquellos sagaletones que entraban como les daba gana; así también, ningún profesor llegó tarde. Lo que más disgustaba a los docentes adecos era que el mis-mo se convertía en portero y allí no le entraba ni coquito. El personal se dividió entre los que estaban con el Director y los contra, como los llamaba él. Manuel azabache y yo nos habíamos graduado en la Normal “Padre Bonveccio”, y tenía todo mi apoyo. Una vez le sugerí que era necesario inventar un encuentro con todo el personal de la Institución, una re-unión donde no se quedara nadie. A esa reunión le dimos el nombre de “convivencia”; se hizo la invitación para un fundo, pero solamente fuimos la mitad, es decir, los que estábamos de acuerdo con él. Así, seguimos trabajando y cumpliendo con nuestras obligaciones.

Aunado a esto, me incorporé a la militancia de COPEI, par-tido que el año 84 había cambiado sus autoridades. Eduardo

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Fernández era el nuevo Secretario General Nacional y en Amazonas Arturo Siso y Fernando Girón. Ocupé el cargo de Sub-Secretario Administrativo en correspondencia con el Sub-Secretario Nacional, Dr. Paciano Padrón. En las elec-ciones del 88 COPEI había sacado al Diputado de Ama-zonas, bajo la responsabilidad del compañero Fernando Girón. Nuestro Diputado se empeño y ese era su compro-miso, el de transformar al Territorio Amazonas en Estado. Después de un trabajo arduo Amazonas se convierte en es-tado el año 93. por eso el Pollo Girón es considerado como padre del Estado amazonas. Y eso le permitió repetir en el año 93, pero lamentablemente el destino le había prepara-do una mala jugada, porque la muerte le arrebató la vida en un avión viajando a Brasil en comisión de trabajo que el Parlamento Venezolano le había encomendado. Asumió el cargo el Diputado Suplente el Dr. Javier Pulido y Fred Gar-cía y yo también asumimos nuestro rol de suplentes.

Transcurría el año 86, periodo del Congreso Ideológico del socialcristianismo de Venezuela; al mismo tiempo cum-plía con mis labores docentes en el Santiago Aquerrevere. Aquí tampoco hubo ausencia de las relaciones sentimenta-les, conocí en el liceo una jóven secretaria, una morenita simpática de nombre Amanda Rodríguez, quien junto a Ma-ritza Maicabare, otra docente, formaban un dúo, muy agra-dable. El profesor Luís Gil – mi compadre – a la postre jefe de seccional, venía a completar este cuarteto que en horas fuera de labores, se convirtió en un grupo muy popular. Pero las cosas no quedaban allí, al mismo tiempo cultivaba un idilio con la Jefe de Créditos del IPASME Amazonas, la señorita: Elsa Figueroa, una morena de buena familia, que-rendona, que me soportaba cosas como las que ahora les cuento. A esta morenaza la conocí en Atabapo en el 82, desde ese momento nació entre ambos un amor lleno de sutileza que se prolongó hasta la época de los 90. Llevaba una vida de bohemio, de soltero, claro, los fines de semana,

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porque con mi trabajo cumplía con normal responsabilidad. Con versatilidad me retiraba con frecuencia del contacto con las chicas, más cuando se susitaba nuevos frentes sentimen-tales; eso no significa que cultivaba el machismo, al contra-rio, a las mujeres ni con el pétalo de una rosa. Pienso que el machismo es una cualidad negativa del hombre. Cuando un hombre se jacta y se llena la boca por ser un picaflor y tener varias mujeres y que no tiene escrúpulo de gritarlo a los cua-tro vientos, es un machista enfermo. Siempre he observado en reuniones donde hay solamente hombre, que alguien o todos hablan de sus mujeres. Llegan hasta el colmo de contar los momentos íntimos. Eso es una malformación de la perso-nalidad de origen psíquico y maligno.

Retrospectivamente quiero contarle que el ultimo año del gobierno de Luis Herrera fui condecorado, en tercera clase, por el Ministerio de Educación. También fui seleccionado junto a otros docentes para realizar un curso intensivo en el “Mácaro”, estado Aragua, a fin de prepararnos como facilita-dores en el Programa PREXFORDO – Programa Experimental de Formación Docente - Al Mácaro asistimos por Amazonas: Carlos Barrios, Héctor Jordán, Argenio Guevara, Petra Pérez, el Profesor Pérez – cabeza de choza – y yo. De 300 personas docentes que allí estábamos de todo el país, 200 eran mu-jeres. Pueden ustedes imaginarse la actitud de los hombres ante tantas féminas que representaban todas las idiosincrasias venezolanas. Había llevado catara y Carlos Barrios mañoco, cuando tocaba el almuerzo o la cena, todos se acercaban para observar que cuestión comíamos; cuando le cogieron el gusto, teníamos que sacar la catara y el mañoco a escondi-das. Cada quien se levantó una novia, mi pretendida era de Valencia. Un día salimos de farra e invitamos a la novia de Héctor Jordán, quien no iba en la partida, Carlos Barrios le dijo a la profesora – poniéndole la piedra – esto y aquello, por último le confesó que era casado. Jordán le había dicho a la susodicha que era soltero y sin compromiso. Al otro día

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la chica no quería ni hablarle. Supo después que habíamos sido nosotros. Además de mi valenciana, picaba en otro frente, así tenía a varias a punto de caramelo. Héctor Jordán se encargó de echarme un tronco é broma. Le dijo a las chi-cas que yo era una persona peligrosa, que no me recibieran nada, ni siquiera un chicle, porque yo tenía “pusana” y a quién le echaba esa loción, seguro que iba a andar lloran-do atrás de mí. A partir de ese momento me dí cuenta que las muchachas se me alejaban, les quería brindar y no me aceptaban nada; dije y pensé: “aquí hay algo”. Efectivamen-te era Jordán el causante del rechazo. Estuvimos un mes en el Mácaro aprendiendo y recibiendo instrucción y linea-miento para la implantación del programa en Amazonas. Los fines de semana me iba para Valencia con mi novia y a visitar a mi hermana Guiomar, quién vivía en Naguanagua y estudiaba en la Carabobo. Delfis era o es su nombre, una mujer de alta estatura, esbelta, pelo corto, ojos negros y de labios carnosos, estaba a punto de divorciarse y vivía en el Trigal en Valencia. Ella le había comunicado a su mamá que tenía un novio que era indio, que estaba estudiando junto con ella en el Mácaro. Un lunes, al regresar al Máca-ro, tenía que pasar recogiéndome por el hotel, pero lleva-ba a su madre que iba a hacer una diligencia. Ella le dijo: “mamá, vas a conocer al indio, ponga cuidado es aquél que está en la esquina el de camisa anaranjada”. Cuando se iban acercando a la esquina, que me divisó bien, hizo la siguiente expresión: “verdaderamente es un indio”. Ella me lo comentó en el transcurso del viaje de Valencia a Mara-cay. Terminado el curso nos seguimos viendo muchos años, cada vez que voy a Valencia nos llamamos y entramos en contacto. Al regresar a Puerto Ayacucho se inició con el Programa de Formación para Docentes no titulados. Hoy son muchos los que adquirieron sus títulos a través de este mecanismo. Más tarde nació la UPEL. Es para mí una hon-ra de haber sido partícipe de este grupo de profesionales que sembraron las primeras semillas de la profesionaliza-

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ción docente en Amazonas. En el momento de escribir estas notas, es muy difícil conseguir un maestro o profesor que no tenga su título de pregrado o de cuarto nivel. Al conseguir mi traslado de Atabapo a Puerto Ayacucho me residencié en el Barrio Monte Bello en casa de mi hermano Octavio, luego alquilé una pieza en la Residencia del Profesor Pastor Santaella, buen amigo y profesional, una persona de honda formación educativa y de dilatada experiencia en el campo de la docencia; uno de los primeros psicopedagogos que se graduaron fuera del contexto amazonense y que le dieron realce a nuestro gentilicio en el Instituto donde estudiaron. Aquí estube viviendo menos de un año. En el trayecto de mi estadía en casa de Santaella, adquirí un vehículo CJ-5 – Willy-76, el cual le compré al profesor Jesús Bolívar por el precio de 10.000 bolívares; un carro en buen estado, que jugó un papel importante en el proceso de francachela que organizá-bamos con Luis Gil, Amanda, Maicabare y yo. El nomadismo de mi inestabilidad residencial me condujo vivir más tarde en la prolongación Andrés Eloy Blanco. Vivía solo, comía en la calle y en la vestimenta me atendía una señora en el sector de Monte Bello. De vez en cuando iba para Achaguas a ver a mi esposa y observar si el potrero estaba en el suelo. Nues-tras relaciones a pesar de la distancia aún se conservaban; no obstante le llagaban informaciones de mi vesánica andanza. Se podría decir que en cuestiones de faldas tenía algo de suerte; en mi nueva residencia conocí a la señora Zoraida, una mujer casada, llena de juventud y belleza, que vi mu-chos años antes, pero jamás me imaginé que el destino me la pondría en el sendero de mi proverbial actitud. Con vesanía cultivamos una relación amorosa clandestina. La cordura y el pudor dejaron de ser para convertirse en una locura, en un amor intenso pero fugaz; parecía que el tiempo era limitado y en consecuencia habría que aprovechar el momento. Los te-léfonos no daban abasto. Una mujer decidida a todo. Un día me dijo que se iba conmigo, pero mi cobardía surtió como efecto negativo ante tanto ímpetu. Creo que fueron uno, dos

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o tres meses de vertiginoso encuentro, pero para mi parecía que eran siglos, algo como un sueño que nunca quería des-pertar. Después todo se fue desvaneciendo como la noche cuando los rayos del sol surgen con el horizonte.

Al compás de estos acontecimientos, que al contar la historia, lo considero bochornoso, cumplía a cabalidad con mis funciones educativas; el buen funcionamiento de la seccional a mi cargo; el control de las actividades docentes; la organización evaluativo trimestral y las actividades de fin de año escolar.

VÍCTOR RAMÍREZ, UN CASO DE VERAS.

En el ínterin de las picarescas francachelas que protago-nizábamos con Luis Gil, Amanda, Maritza y yo, además de mi versátil encuentro con Elsa Figueroa, con Víctor Ramírez tenía una relación amistosa y musical de vieja data. Víctor –además de mi compadre por tres oportunidades- es uno de los músicos más completos que ha parido el amazonas. Es buen amigo y compañero, de buen trato, cordial, y fa-miliar. Tiene con mi comadre cuatro retoños: Maite, Miu-rika, Luisa y Angelo (el orejón), pero tiene por fuera más de veinte. Usted podrá imaginarse el trajín de la vida de una persona como Víctor Ramírez: músico, cantante y compo-sitor. Ejecuta todo tipo instrumentos: guitarra, cuatro, arpa, bajo, maracas, bandola, mandolín, piano y otros instrumen-tos de viento. Podría contar las tantas hazañas que hemos realizado juntos, eso equivaldría a cientos de páginas; sin embargo me limitaré a unos comentarios y hechos que vale la pena contar. Mi compadre Víctor es como Don Pedro – el de la canción – peligroso para eso del amor, donde pone la vista pega la bala. Reconocido como buen padrote – por algo tiene 20 hijos – en la sociedad ayacuchana; es el clásico cambimbero que tiene en cada puerto un amor, una querida o una amante. Entre ambos existe una confian-

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za de hermanos, de hacernos favores de amigos, es decir, una recíproca colaboración entre dos seres que se aprecian de veras, sin pizca de hipocresía ni intereses subalternos. La amistad es eso, socorrerse mutuamente, es la pendencia de cualquier situación del otro sin medir consecuencia. La amis-tad es como el venero que irrumpe en la corteza de la tierra para irse abriendo camino hacia el inmenso mar; es el cultivo de un gran sentimiento que se lleva en el alma, igual como se riega el jardín en el venir de la aurora matutina o en el ocaso del compungido rayo solar vespertino.

Cuando la amistad es verdadera la palabra no deja de ser parte del vocabulario, porque sería desconfianza. La actitud debe y tiene que ser positiva. Dicen que el que da prestado el sombrero y el carro, presta también la mujer. Yo no uso sombrero, sí he tenido dos vehículos: un CJ5 y una camioneta Caribe. Me perdonan este pasaje de mi vida, porque más que verosimilitud es un ejemplo de insólita venialidad. No recuer-do las veces que estando en el salón de clases, en el Liceo Santiago Aguerrevere, cuando llegaba mi compadre Víctor a Hablar conmigo, solicitando un favor. Casi siempre se hacía presente a las 9am; sin pensarlo le entregaba el suiche y la llave de la casa donde vivía. _¿Qué vas a hacer compita?, le preguntaba. Ripostaba mas o menos así: _compa, tengo una bicha, pero es casada y tiene chance de salir de 9 a 11am. _Espero que esté de regreso antes de las doce – le decía – y acuérdate de no ensuciarme la cama y no dejar las puertas abiertas. Era un empedernido sexual – ahora está como flor de borrajón – . Llegó una vez a confesarme que no pasaba de tres días sin hacer el amor, fuera del hogar; es de suponer que en la casa era todas las noches. Siempre he tenido buenas re-laciones de afectos con mis comadres: Zoila, Acacia, Justina y la Prof. Anija; a pesar de vernos con frecuencia, nuestros en-cuentros son de cordialidad, cariño y mucha afabilidad. Con ellas mi compadre ha vivido lo amargo y lo dulce, lo abun-dante y la carencia, así como la verde y la madura; ellas son

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comprensivas, mi compadre se pierde 15 días, un mes, y re-gresa, es recibido como si nada. Lo he visto, me consta, no es una exageración. El no es de lo que usan “pusana”, pero si, creo, que las reza y las deja bobitas. Un día llegó al Ama-zonas una epidemia que se diseminó en toda la población, llamaban “Las Malvinas”, era una conjuntivitis de quién no se salvó nadie. Los lentes negros y de color se acabaron, las farmacias se hicieron ricas vendiendo Colirios y Gentalín; las papas, el azúcar y los pepinos también se terminaron por cuanto eran consideradas medicinas. Mi compadre Ra-mírez también le toco lo suyo. Andábamos por cierto to-mándonos unas para el calor, de repente le picó el gusanito de Acacia. Llegamos al mangal, donde tenía su residencia. Cuando lo vio con los lentes, le dijo: “mi amor, ahí tengo un remedio muy bueno, ven siéntate para echarte”. Acacia regresa con el frasquito de Gentalín y se dispone a colocar-le una gota en los ojos. No había caído la gota cuando mi compadre empezó a brincar y a gritar pidiendo agua para echarse en los ojos. ¿Qué había pasado? Nadie sabía, con el agua la cuestión se fue calmando. Al revisar el frasco este contenía yodo puro, alguien había cambiado el contenido. Acacia – mi comadre – muy apenada le pedía disculpa. Le dije: “comadre, usted no tiene la culpa”. Víctor le decía: “tu lo que quieres es verme ciego”. De allí nos fuimos donde la otra comadre: Zoila – la propia – al llegar esta le pregunto: “¿Qué te pasó?” él respondió: “la mujer de Ramón Quinto, en vez de Gentalín, me hecho fue yodo, pero sin culpa, casi quedo ciego”. Yo decía, para mis adentros, “si ese mangal hablara”.

Todos los 23 de Diciembre es el aniversario de Víctor, esa noche en su casa la aglomeración de gente es impresio-nante; llegan los hijos, los nietos, los amigos y vecinos. La fiesta se inicia temprano con un sancocho cruzado, un pes-cado asado y en la tarde una parrillada, todo acompañado de las rubias bien frías, del ron añejo y las botellas de wisky.

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Mientras se prepara el suculento sancocho, el dúo sentimien-to – Víctor y Gámez – amenizan la mañana con música del recuerdo; después del mediodía se incorpora Angelo con el cuatro, la tamboneta y la charrasca para algunos raspacani-llas; en la tarde siempre llegan los amigos con el arpa, cuatro y maracas. La fiesta es de amanecer, se continúa el 24 de Diciembre y el que tiene resistencia y un hígado petulante fácilmente puede llegar a ver el sol del 25 de navidad.

LA TAGUARA – TASCA

La resaca que provoca la fiesta del 24 de Diciembre im-plica una colusión que compele un encuentro en la taguara-tasca del amigo Orozco; este establecimiento es un ambiente privado, donde existe el derecho de admisión, allí no entra todo el mundo, sólo los amigos de Orozco. Está ubicada en el sector, “El Polígono”. Los consuetudinarios visitantes en su mayoría son educadores, no obstante también asisten otros tipos de empleados que forman parte del círculo de afec-tos del popular centro social. El primero en llegar es Rafael Rodríguez Clarín “el Cuaimo”, a las 5am, para retirarse a las 8am con morigerada rasca; el segundo es Reinaldo Bueno, el tercero es “Arepita” y así sucesivamente. A las 10 de la mañana ya están todos los que son, sentados en orden circu-lar sumados a la chacota donde no se salva nadie. Cuando llega Eliseo Jordán la situación mejora, pero si llega el gordo Inmer Cruz – mi compadre – la cuestión adquiere otro tinte, es allí donde todos cuidan sus cuentas a través del conteo de botellas vacías consumidas. Quien sale al baño debe contar sus envases, porque si tiene diez es posible que al regreso la cuenta le haya aumentado. Hasta el mismo Orozco, el que se descuida le mete unas cuantas botellas. Así le pasó a Alí Bue-no. Éste llegó como siempre, a las 5am pero venía famélico y amanecido; a las 7 de la mañana se quedó dormido en una silla, con diez cervezas vacías en una caja. Los que llegaron posteriormente se mofaban de él. Entre Orozco y los demás

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llenaron la caja de Alí hasta con botellas que estaban arrin-conadas y con tela de araña. Alí Bueno despierta a eso del mediodía y lo primero que observa es su cuenta. No estaba tan borracho porque si recordaba que no era eso lo que ha-bía tomado. Le pregunta a Orozco: “¿Cuánto debo aquí en esta guarandinga Orozco?” Orozco le contesta: “Bueno Alí lo que esta en la caja es tu cuenta”. Alí Bueno se levanto fue al baño y al regreso pregunta nuevamente: “¿Cuántos meses tengo durmiendo aquí?, porque lo que veo son botellas vie-jas y llenas de tela de araña”.

En la taguaratasca quien pide paga; puede suceder que alguien por mamadera de gallo diga:” traiga un brindis para todos”, no te confíes, guarde su botella y cuéntela en la deu-da suya, porque a la hora de pagar eso te sale. Una vez lle-gó por casualidad un señor desconocido y pidió una cerve-za y Orozco decentemente lo atendió; antes de terminar la cerveza el gordo Cruz gritó: “Orozco, palo pa’ to’ el mundo que yo pago”. Orozco rápidamente hacía el servicio. De la misma manera pidió Eliseo, más tarde cochinito, el cuaimo, Alí Bueno, Mister Five, Víctor Ramírez, el Chamo, Arepita, Polanco, y así sucesivamente; el señor no le daba abasto el estómago y decía para sus adentros: “aquí si son unos brin-dones”. Cuando se había tomado como 20 rubias, el ciu-dadano bien alegre se despidió y dio las gracias por todo, ya a la salida Orozco lo tomo por el hombro y le dijo:”mire señor ¿se va a ir sin pagar las cervezas? El respondió: “No, yo no he pedido ellos me brindaron”. Orozco le ripostó: “No amigo usted me debe 20 cervezas, aquí el que bebe paga, esos carajos lo que son unos jodedores”. El señor muy apenado pidió disculpas y pagó sus cervezas.

COMENTARIOS MISTIFICADOS

En plena campaña electoral del 88, hice un aparte de mis tareas proselitistas por la candidatura de Eduardo Fer-

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nández, para efectuar un viaje familiar al pueblo de Acha-guas, para ver a mi esposa a quien con menudeo dejaba de visitar por estas circunstancias, cuestión que con progresivi-dad pudo concernir en nuestra relación de pareja.

En esa oportunidad me comunicó, que en la Escuela Granja de Achaguas había llegado un comentario sobre mí, respecto al cargo que había ocupado como Director de la Granja de Atabapo, en el año 81- 82. Que en Ministerio de Educación había un expediente sobre la pérdida de una Plan-ta y que eso era causa para una destitución. Le dije que no es-tuviera poniéndole cuidado a comentarios malintencionados, que a lo mejor lo que querían era preocuparla. De ser verdad ya me hubieran llamado, cuando se le levanta un expedien-te a un funcionario, este debe conocerlo le dije, _Yo soy un demócrata por convicción, creo en el Estado de Derecho, en la Justicia, en el trabajo y en honestidad. Mi extirpe humilde, mi candidez de hombre compelido al sacrificio para surgir a través del estudio y el ansia de superación, me ha permitido expeler la codicia y condenar la connivencia política que se utiliza para cercenar la moral y ética de las personas sólo por mezquindad, envidia y maledicencia peyorativa.

En ese mismo tiempo, estando en el trabajo me llegó una citación de un auditor para una declaración. En la entrevista salió a relucir lo de la Planta, le eché el cuento, tal como era, sin quitarle nada. Le dije la verdad de los hechos. Lo llevé donde estaba el resto de la Planta. Le saqué fotografía. El au-ditor no me dijo absolutamente nada, después supe por otra persona de la Zona Educativa, que el tipo lo que estaba bus-cando era dinero, porque supuestamente yo era una persona rica, que había quedado bien acomodado después de ocupar la dirección de la Granja en referencia.

Yo continué trabajando en mi liceo y en la campaña elec-toral. Eduardo Fernández perdió las elecciones y C.A.P. con-quista por segunda vez la Presidencia de la República. Los

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adecos continúan ostentando el poder a placer; la corrup-ción impera a todos los niveles de la Administración Públi-ca. El Jefe de la Zona para el momento del nuevo Gobierno era Olbert Reina, un personaje sombrío y despótico en su actuación profesional. Posteriormente ocupa el cargo Alfon-so Infante otro sujeto que se caracterizó por su vocación de perseguir a quienes no comulgaban con la tendencia blan-ca. Bajo la jefatura de Infante, en Mayo de 1.989, llega a la Zona Educativa una comunicación donde me destituía por cuestiones administrativas, según la Ley de Contraloría. Aquella cochambre e injusta noticia, no solamente causó en mi un desasosiego, sino un enjambre de frustración, lo que me permitía concluir que 15 años de servicio al Ministerio de Educación no significaba absolutamente nada para quié-nes con alevosía y premeditación asumen una decisión de esta naturaleza, cercenando el derecho a la defensa, porque nunca se me llamó para algún descargo en contra de lo que se me acusaba.

A partir de ese momento paso a formar parte de los mi-llones de desempleados venezolanos, que sienten en carne propia la carencia de un sustento permanente que solamen-te lo estimula el trabajo. Sin hinojo asumí con hidalguía mi nuevo rol, ante la opinión pública un delincuente y ante mi conciencia – un hombre de estatura moral y ética y con la frente bien alta donde quiera que me paraba – con una gran moralidad, porque realmente era hilarante el haberme des-tituido por un cachivache cuyo costo no superaba los dos mil bolívares. Por primera vez en la historia de la educación venezolana, que con fruición se hiperboliza un caso tan me-nudo, ciñéndolo a cuestiones políticas sólo con la intención capciosa de perjudicar a un tercero. Muchas gentes, amigos, políticos, empresarios y personas del pueblo se pregunta-ban: ¿Cómo es posible que destituyan a una persona que sólo ha demostrado ser honesto y capaz de cumplir con su rol docente?. Quienes declararon contra mi en Atabapo

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jamás pensaron que esto iba a llegar hasta mi destitución. El señor José Chirinos – el empedernido acusador – quién des-pués se ocupo de la Dirección de la Granja, con megaloma-nía, no solamente vendió bienes de la Institución a Colombia sino que sobregiró el presupuesto asignado para la alimenta-ción de los internos. Cuando le llegó la auditoria las cuentas no le cuadraban por ningún lado; esto sí es una falta grave y causal de destitución, más sin embargo – por ser adeco – le dieron chance y bastante para que rehiciera facturas de com-pras y cuadrar así el desastre que había protagonizado como administrador.

La macanada cometida que le hizo conculcar los princi-pios de buena administración y abonar la molicie de la co-rrupción, y bajo la connivencia del Juez Julio Pérez, quien le otorgó espécimen jurídico a los soportes administrativos que lo salvarían de una sanción severa por parte del Ministerio de Educación. El cachivache – planta inservible – que su-puestamente había vendido en Colombia, se convertía así en un caso insignificante. La única diferencia era que yo estaba destituido y él gozando de su codicia y con el hincha de la mayoría del pueblo atabapeño.

Mi condición de hombre cabal no se mustia con conato de hipocresía. Mi vida siguió su curso sin mácula, con el apoyo de mi esposa y de mi familia. Hoy, el maquiavélico se exhibe con aire de millonario con la cachaza, de vez en cuando, de dirigirme el saludo con la hilaridad que me provoca su felonía y su mojigatería. Tengo un corazón amplio como la sabana apureña que me ha enseñado a querer a mi nación; no hay en él una pizca de odio ni de rencor; no soy quien para con-ceptuar a nadie; cada quien asume su responsabilidad ante el destino y ante el creador quien es el que sabe realmente lo que hay dentro de ti.

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NUEVA ETAPA Y NUEVAS EXPERIENCIAS

Mi destitución era insólita, los profesores que trabajan conmigo, mis amigos, mi familia, las majas que me hacían la vida feliz, no lo creían; no obstante era una realidad la asumí con venial entereza. Acudía a abogados amigos, a los Gremios de Educación en busca de apoyo y defensa, más era su indiferencia que preocupación, misceláneas que me llevó a la desesperanza y al desasosiego. Me fui a Caracas, con ayuda de mi esposa y el último sueldo cobrado, me entrevisté con los dirigentes del Colegio de Licenciados, de la Federación de Maestros y con Fenatev, sin embargo no lograba ver algo que me llevara a pensar que en algún mo-mento se iba a canalizar mi caso. A excepción de Fenatev, que en ese momento dirigía el Prof. Ronald Golding, quién fue el gremio que tuvo mayor atención a mi desgraciada situación. Le agradezco a Ronald, quién me demostró since-ridad, afecto y preocupación. Todos ellos estaban pendien-tes de mi caso. En los tantos viajes que hice a Caracas fui víctima de la inseguridad, me asaltaron tres veces: uno en el Terminal de Nuevo Circo, otro, en el hotel donde llegaba en el mismo suburbio, y la tercera vez, en el autobús llegan-do al Terminal de Valencia. Por esta circunstancia el Prof. Ronad Golding me permitió quedarme en el Edificio de Fe-natev donde se residenciaban los dirigentes del interior; allí estuve viviendo más de tres meses. Contraté un abogado laboral, el Dr. Atilio Agelviz Alarcón, una eminencia en esta materia, no había perdido un caso ante el Ministerio; in-trodujo mi apelación y a partir de allí dependía del tiempo y de la diligencia del defensor. Mientras esperaba por esta parte, por Fenatev se hacían diligencias para solucionar el problema directamente con el Ministro Roosen. Tenía espe-ranzas, sólo esperaba el día de la entrevista. Cuando llegó el momento expliqué el caso de mi destitución, las causales expuestas en mi descargo. El Ministro llamó al personal de administración y Contraloría Interna, de donde vino una res-

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puesta negativa en cuanto a mi información para la defensa y la sustentada por la Contraloría. No había coincidencia en cuánto al serial que señalaba mi informe y el de los auditores. El Ministro se retiró diciendo que no podía vio-lar una decisión administrativa, que lo que quedaba era la vía judicial. Mi esperanza quedó en manos del abogado. Regresé a Achaguas y posteriormente a Puerto Ayacucho. En 1.989 se puso en vigencia la nueva Ley Orgánica de Régimen Municipal, se crearon Municipios en toda Vene-zuela y por supuesto el Territorio Amazonas pasó a ser el Municipio más grande del país. Yo continuaba ejercien-do la Sub-Secretaría Administrativa de COPEI-Amazonas. En diciembre de ese año (1.989) había que elegir, por pri-mera vez, un Alcalde en amazonas. El partido COPEI, en coalición con el MAS, el Partido Comunista y grupos de indígenas, apoyaron la candidatura del Dr. Luis José Gon-zález Herrera, ex Ministro de Salud del Gobierno de Luis Herrera. Un hombre de gran sabiduría, de un alto grado de honestidad y solvencia moral y ética. Un personaje mori-gerado y sagaz, políticamente y con un equipo de trabajo tenaz y dispuesto al sacrificio. Su credibilidad era tal que el aspecto económico, para el cumplimiento de las tareas, pasaban a un segundo plano. Mucha gente casquivana después que el Dr. Herrera ganó la Alcaldía de Amazo-nas, decía que había ganado con puro caramelo, pepito y chuchería, mientras que el candidato de AD, mi amigo Humberto Uvieda repartía dinero y comida por camiones partidos y como arroz en Calabozo. Para la ganancia del candidato de COPEI, me asignaron la tarea proselitista en San Fernando de Atabapo. El candidato me confió ese am-plio territorio, claro, con el partido COPEI como apoyo. Los copeyanos de Atabapo nos organizamos y salimos a dar la pelea, sin dinero, pero sí con muchas ganas de cam-biar las cosas. Recuerdo ahora a los compañeros de lucha: Santiago Gómez, Lucía Sánchez, Luis Chacín, Rafael Güi-nare, Carmen Prado, Trino Prado, Marcelo Yuave, Idalino

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Cardozo, José Luis Paminare, Florencio Dacosta “comedor”, Antonio Sánchez, Oswaldo Chacín, Antonio Lara, el Indio Martínez, el renco Hurtado, Josefa Hurtado, René Piñate y otros tantos luchadores que aún siguen teniendo esperanzas de que Atabapo algún día cambie para bien de todo su pue-blo. Con Doña Carmen Prado y Trino, su hijo, visitamos a mi pueblo: Guarinuma; allí dejamos el mensaje del candidato; en la noche conversamos con la gente, manifestándonos apo-yo al Dr. Herrera; al término de la reunión se inició una fiesta con guarapita y caña blanca y bastante raspa canilla. La si-guiente semana iniciamos visitas por el Orinoco: a Macuruco, Santa Bárbara, Caño Piojo, Caranaven, Síquita, Caño Grulla, Ocata, Caño Cupaven, Morocoto y otros lugares donde los votos estaban por conquistar. Fueron días de trabajo, de con-versación, de compromiso. Así llego el día de las elecciones. El candidato ganó con amplio margen. Con la alegría que provoca ganar una contienda política, me fui a mi casa, en Achaguas, a pasar Navidad y Año Nuevo con mi familia. En Enero de 1.990, el nueve exactamente, recibí una llamada de Augusto Pava, a quién le habían encargado comunicarse conmigo para darme la agradable noticia de que la Cámara Municipal me había elegido su secretario y que debía estar el siguiente día para tomar posesión del cargo. Asumí ese nuevo rol con desconocimiento y responsabilidad: mis secretarias: Betsi Uvieda e Irma Fernández, conocedoras del oficio me ayudaron a empaparme del asunto, al cabo de 15 días ya co-nocía la rutina del trabajo. Mi preocupación por bonificar mi trabajo me permitió realizar trimestralmente cursos intensivos de Formación Municipal en la ciudad de Caracas, a fin de ad-quirir conocimientos en cuanto al funcionamiento, estructura y operatividad de la Alcaldía y específicamente lo relaciona-do con el proceso comunicativo entre la Cámara Municipal Secretaría y el Cabildo como tal.

Durante mi gestión – 90-92 – pude comprender que una Alcaldía sin una secretaría que cumpla su papel, deja de asu-

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mir su responsabilidad. Un buen secretario, no es sólo el que lleva la minuta, sino aquel que con su actitud eyecta armonía en el ambiente, haciendo de tal circunstancia una lisonjera convivencia en pro del objetivo deseado. Los acuerdos, reco-mendaciones, asignaciones de comisión, peticiones, elabora-ción de comunicaciones y otras prerrogativas que conforman las tareas de la Cámara Municipal no se cumplen si la secre-taría no funciona. A la hora de culminar la sesión (reunión) el ciudadano Alcalde tenía en su escritorio todos los documen-tos que debía firmar, igual las comunicaciones que iban diri-gidas al gobernador, a los Concejales, a Instituciones Públicas y Privadas y a ciudadanos particulares. Y si había otra sesión extraordinaria durante la semana, el Acta de la anterior tenía que estar redactada. En esos tiempos no había computadora para esa tarea como hoy, tampoco el profesional de la ta-quigrafía, solamente el sistema de grabación el cuál permitía realizar un trabajo muy poco rendidor.

Con mi nuevo empleo me olvidé del problema que tenía con el Ministerio de Educación; el abogado Agelvis Alarcón le encomendé la pendencia en los Tribunales, comunicándo-nos periódicamente por vía telefónica. A raíz de mi sanción administrativa, el año anterior, hubo un desbarajuste en mi tren de vida, olvidándome de las musas, aquellas amigas que compartían el ensueño de una vivencia extasiada de amor. La única que me consolaba en mis momentos pesarosos era Elsa Figueroa. Con mi nuevo rol municipal la veía esporádi-camente, no obstante me recibía cuando solía visitarla. En el ínterin de mi pasantía por la Cámara Municipal de Ama-zonas, conocí de manera fortuita a una flamante señora que llegó a mi oficina en busca de solución a un problema de la Asociación de Vecinos de su sector: Zobeida Azabache. La conocía cuando joven, siendo Reina del Carnaval del Barrio Unión, ella a mí no. En el flirtear de nuestra conversación recordé sin decirle nada, aquella época del 70. al culminar la entrevista fui invitado a la Asociación de Vecinos del sec-

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tor, donde tenían una fiesta para recolectar fondo para su beneficio. A partir de ese momento de manera escatimada fue mi coima favorita, hasta el punto de perturbar mis re-laciones familiares con mi esposa, en Achaguas. Recuerdo nuestro primer encuentro, parece que fue ayer. El Alcalde González Herrera y yo, teníamos que efectuar un matrimo-nio en el sector Puente Cataniapo; invité a Zobeida para que me hiciera compañía, ella accedió. La fiesta duró hasta la madrugada. Ambos estábamos en el cenit de la miscelánea de amor, sin ver ni pensar en la connivencia del nuevo día, nos dirigimos al mirador turístico de Puerto Ayacucho, en el sector Monte Bello. Allí amanecimos oyendo el murmullo de los raudales de Atures y disfrutando el rumor de la brisa del Orinoco, promoviendo un himeneo hilarante poco co-mún en mi vida de bohemio. Al compás del jolgorio que vivía con Zobeida, la circunstancia del trabajo me llevó a conocer a un nuevo embeleso, una profesora, encantado-ra, divorciada y enjundiosa de la vida. Sin envanecimiento engolado erigimos una relación de encuentro extremado, exuberante y sin estipendio. La Prof. Josefa Orozco, es aquel tipo de ser que asume su entrega de manera total, sin estri-dencia y de forma expedita.

A mis 42 años, la relación que tenía con Zobeida, Elsa y Josefa de manera alternativa me hacía asumir una actitud escamoteada, ponderada y cautelosa; por que pienso que tener a tres musas al mismo tiempo no me hace más ma-cho que los demás, sino al contrario, más atrevido y algo esquilmado de responsabilidad. Todas sabían de mi aven-tura, el día, la noche, y la casa donde amanecía. Muchos de mis amigos, entre bromas, me decían que yo utilizaba la “puzana” para volverlas embelezadas. Yo les decía que la única puzana mía era la lengua y la palabra. Recuerdo que un día amanecí en casa de Josefa, estaba arreglándose para irse al colegio; a las siete de la mañana tocaron la puerta, al abrirla miró la presencia de Elsa. Yo escuché que pregunta-

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ron por mí, pero jamás me imaginé que se atreviera a tanto. Para completar Josefa la dejo entrar al cuarto donde estaba. Elsa estaba como una tigra paría, pero todo pasó por la acti-tud apacible de Josefa. Elsa se retiró y allí quedo todo. Deje de ir varios días a sus lares, luego con lambisconería logre la reconciliación y todo continuó su rumbo.

Mi rol como secretario de la Alcaldía más grande de Ve-nezuela, la de Amazonas, expiró en enero del 93, ese mismo año el Territorio Amazonas pasa por Ley del Congreso Na-cional a calidad de Estado, gracias al trabajo y dedicación del Diputado por COPEI, Fernando Girón –hoy fallecido-.

En Diciembre del año en curso (93) se elige por voto po-pular al primer Gobernador y se crea la Asamblea Legislati-va, lógicamente con sus recién Diputados regionales electos por sufragio. La primera magistratura regional recayó en la responsabilidad del Doctor Vicente Sayago , el primer Pre-sidente de la Asamblea Legislativa: Dr. Alberto Valdez, los Diputados, 4 adecos, 4 sayagueros y 1 copeyano. El Secreta-rio: Hernando Abreu y Sub-Secretario: éste humilde servidor. Mi experiencia como Secretario Municipal fue valido para el funcionamiento de la Cámara Legislativa; iniciábamos una labor de cero; se nombró una comisión de Diputados para visitar la Asamblea Legislativa de San Fernando de Apure, para conocer los pormenores de funcionalidad, protocolos y detalles estructurales. Todos éramos neófitos, sin embargo pudimos crear las bases para lo que hoy es la Asamblea Le-gislativa de Amazonas. El Dr. Valdez, su presidente, un gran gerente, convirtió - en su origen – a éste organismo legislador en un ente al estilo Caracas, todos debían vestir bien. Los caballeros con corbata y las damas con trajes de formalidad. Al comienzo la gente preguntaba que quienes eran esos tra-bajadores que vestían con tanta elegancia. En las elecciones de 1.993, salí electo Diputado Suplente al Congreso Nacional acompañando a nuestro Diputado Fernando Girón. Al año siguiente hubo cambios en el tren legislativo del cuál quede desincorporado. Nuevamente vuelvo a engrosar las filas de

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desempleados del país. El Diputado principal conocía mi si-tuación, por eso una vez al mes me incorporaba al Congreso como mecanismo de sustentación; esto me permitía subsistir medianamente; mis andanzas de mancebo disminuyó como expiación del libertinaje emprendido en ocasiones anterio-res. El partido COPEI se prepara para renovar sus autorida-des, regionales y nacionales. A nivel nacional surgen tres candidatos: Donald Ramírez, José Curiel y Paciano Padrón. En la aspiración regional aspiramos: Nelson Ventura, Betty de Fajardo, y yo, cada uno tiene su condición de conexión con los aspirantes nacionales. Al final de la contienda sale vencedor el Dr. Donald Ramírez y en la regional, Betty y yo llegamos a un acuerdo para formar la nueva estructura del partido, quedando ella como Secretaria General y yo como Presidente de COPEI Amazonas. Pero antes de ese acuerdo, mi equipo había tratado de llegar a un entendimiento con la gente de Nelson Ventura. Los negociadores del Dr. Ventura solamente nos daban una Vicepresidencia, por razones para nosotros desconocidas e inaceptables; al contrario Betty de Fajardo acordó que la Directiva de COPEI fuera por partes iguales, así sucedió.

Estructuramos un partido, en principio, homogéneo, con ganas de trabajar y organizar a la militancia, con mira a las elecciones venideras. En el transcurso de un año, la situación sufrió un cambio, Betty y su gente no actuaban de acuerdo a intereses del partido sino con tendencia a cuestiones per-sonales. Su esposo, que era Diputado, jugaba más hacia los contratos de la Gobernación que velar por los problemas populares a través de la Asamblea Legislativa. Lo último que hizo la Secretaría General fue pretender que COPEI apoyara al candidato de AD a la gobernación: Bernabé Gutiérrez. El partido en Amazonas entro en crisis y no hubo manera de encontrarle una salida a este desbarajuste. Un conjunto de copeyanos y yo, fuimos a Caracas, nos entrevistamos con Donald Ramírez, Secretario General, y el DR. Luis Herrera

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Campíns, presidente, y le planteamos que la única solución era intervenir la organización y nombrar nuevas autoridades, para salvaguardar la unidad de la misma. Esto no se hizo, mas bien, el apoyo tendió hacia la Secretaría General, cuestión que provocó el colapso de COPEI en Amazonas. Hoy – al es-cribir esta nota – se puede afirmar que Donald Ramírez, por su estulticia, es el culpable de que COPEI, no sólo en amazo-nas, haya llegado a la extenuada situación de sobrevivencia.

Es lamentable que un partido de raigambre popular, de militancia exuberante, de principios enmarcados en la tex-tura del bien común, la solidaridad, la libertad y la demo-cracia se haya enajenado por la macanada, irresponsable de un equipo que no estuvo a la altura de la circunstancia histórica que le tocó vivir. Después de nuestras entrevistas con Donald Ramírez y Luis Herrera, que nos aseguro que la dirección nacional tomaría, en fecha próxima, una decisión a favor de la unidad. Todos estábamos a la espera de la noti-cia, cuando en la prensa nacional apareció la declaración del Secretario Nacional afirmando que en Amazonas todo era una maravilla y que la Secretaria Regional Betty de Fajardo era garantía de un partido poderoso y unificado. A raíz de tal exabrupto irresponsable, el 80% de la dirigencia renunció a la militancia copeyana, incluyendo el equipo de Nelson Ven-tura y procedimos a fundar un partido regional denominado: “El Popa”. Dentro del Popa estaban: Nelson Ventura, Isolina Salazar, Fortunato rojas, José Castro, Hernando Hernández, Yine Valera, Nivea Agrote, Rosa Martínez, Elisa Guzamana, Javier Maroa, y otros tantos que conformaban parte de ésta legión de luchadores por las reivindicaciones sociales de los amazonenses. Iniciamos nuestro trabajo proselitista eyectan-do entusiasmo a las barriadas populares, fundando comités de trabajo en todos los sectores urbanos y comunidades in-dígenas, visitando hogares de amigos y ex-compañeros so-cialcristianos, en fin, estructuramos una maquinaria política capaz de participar en las elecciones presidenciales de 1.998.

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La situación del partido recién fundado era de fervor, pero mi condición personal era poco enaltecedora. Mi estado de desempleo no permitía cumplir con soltura mi rol de presi-dente de “Popa”.

Tuve que olvidarme un poco de mi actividad política para laborar por horas contratadas en el Instituto Universi-tario Isaac Newton, el cuál cancelaba cada tres meses, des-pués de culminar el semestre; también logré unas horas en el parasistema, en la Zona Educativa para trabajar sábado y domingo. Un amigo periodista llamado Félix Sucre, que re-gentaba el periódico regional “Sin Fronteras”, con quien co-laboraba con mis escritos, me propuso que fuera el Director del periódico porque el titular se había retirado, cuestión que acepté sin mucha dilación. A partir de ese momento fui director, periodista y fotógrafo del periódico, circunstancia que no me permitía cumplir con mi rol político. Allí com-prendí, que un periódico regional si no tiene acceso al go-bierno de turno no tiene sobrevivencia, está condenado a desaparecer. También entendí que la necesidad tiene cara de perro, por cuanto enajena al ser humano, no importa que se haya hecho o dicho en el pasado, lo interesante es que la vida debe continuar y para ello hay que hacer lo que se debe. En mi quehacer político mis adversarios siempre habían sido los adecos; lo escudriñaba sin el mayor escozor por la prensa escrita, por la radio y hasta por la televisión. El gobernador de turno era Bernabé Gutiérrez, un experi-mentado político que había erigido un poder por más de 20 años; supo usar y practicar el maquiabelismo político para mantenerse por tanto tiempo. Nos conocíamos como contendores y adversarios, nunca como individuos. En mi nuevo rol de periodista, sin hinojo y expoliado de todo pre-juicio, tuve que penetrar ese mundo para mi desconocido que es la operatividad de la Gobernación de Amazonas. Félix Sucre, el dueño del periódico, era de tinte izquierdozo, inclinado hacia la candidatura de Chávez Frías que en ese

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momento comenzaba a sonar en la esfera popular. Me dio rienda suelta: “Haga lo que creas conveniente para el periódi-co”. Solicité una audiencia con el Gobernador, al escuchar mi nombre, no sabía si iba como periodista o como presidente del Popa. En la entrevista hablamos de política, de trabajo y de mi papel como Director del Semanario “Sin Fronteras”. Le solicité su colaboración publicitaria; me puso a la orden todas las direcciones y una página semanal permanente. El primer trabajo publicado costó Bs. 500.000,oo y así sucesivamente. Sin mucha estridencia, me mandaba a llamar para desayunar o cenar según fuera el caso y de ñapa unas cuantas botellas de wisky etiqueta negra o azul, que siempre las mantenía por cajas. Con regularidad, después de cada entrevista invitaba a un refrigerio de este tipo. Tenía puertas abiertas en la Gober-nación como en la Residencia de los “Lirios”. Por tres o cuatro meses me retiré del Popa y los combatientes me decían que si ya me había inscrito en AD. Les decía que eso formaba parte de una estrategia de supervivencia y que pronto estaría de vuelta al partido. Al comienzo del año 98, con el estruendo de la Campaña Electoral Presidencial, luego la del goberna-dor y Asamblea Legislativa, dejé la Dirección del periódico y me incorporé de lleno al trabajo político. El Popa inicialmente apoyaba la Candidatura de Salas Römer, luego, a través de un análisis que se hizo en el seno de la Organización se acordó apoyar a Hugo Chávez Frías. Con el poco ahorro que obtuve con mi trabajo de periodista, fui a Valencia y adquirí una camioneta Caribe, en buen estado, la cual fue utilizada para la campaña electoral, logré contratar algunas horas docentes en la UPEL , en el Colegio Universitario de Caracas, además, de las que poseía en el Isaac Newton , junto a las horas del parasistema de la educación de adultos.

El Popa tenía un equipo de trabajo tenaz, para nosotros no había hora, día y noche en que no salíamos a los barrios y a las comunidades indígenas a buscar los votos; mandábamos a votar por el MVR, porque nuestra tarjeta era regional y no

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elegía presidente. El partido de gobierno en las regionales no pasaron de 300 votos y en la presidencial pasaron los mil quinientos sufragios, significa que si hizo mella nuestra participación en el aumento de sus votos. Personalmente era un acérrimo defensor del presidente Chávez; el día que ganó la Presidencia de la República y pronunció aquel dis-curso de conciliación y esperanza, todos dijimos que ahora si las cosas iban a mejorar. Seguimos luchando por el Refe-réndum Constitucional, por la legitimación y nada cambia-ba. Los emeverrecos de Amazonas se apoderaron de todo los cargos nacionales, se acomodaron, se dieron el vuelto, mientras los aliados, los que se jodieron realmente buscan-do los votos quedamos enajenados, sin esperanza y con la veracidad de que el dicho popular aquel de que: “Cachica-mo trabaja pa’ Lapa”, se había cumplido.

DECEPCIÓN, LUTO Y ALEGRÍA

Con los burócratas del chavismo en el poder perdí toda esperanza de conseguir un trabajo estable y seguro. La ex-pectativa que quedaba era la gobernación con la candidatu-ra del Prof. Nelson Silva “Cañón”, pero todo fue una ilusión, porque el ganador fue Bernabé Gutiérrez y más tarde perdió el poder ante el indio Liborio Guarulla quién lo había de-nunciado por fraude ante el CNE, repitiéndose nuevamente las elecciones en algunos circuitos y mesas electorales. En esta jornada electoral me encaminé bajo el auspicio de Ber-nabé, quien estadísticamente ganaba las elecciones dado el poder y la ascensión de AD en los barrios populares y comunidades indígenas. Esto fue una lucha de dinero con-tra dinero; Bernabé Gutiérrez tenía dinero para la Campaña pero no lo suficiente, porque todas las gobernaciones del chavismo costearon la Campaña de Guarulla, especialmen-te Eduardo Manuitt, del Guárico trajo el billete en camiones tal como los trasporta los camiones blindados a cualquier banco comercial. Los adecos estaban acostumbrados a ga-

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nar a los realazos en las comunidades indígenas, pero en esta oportunidad, cuando ellos repartían 20.000 bolívares por cabeza, una vez que abandonaban dicha localidad, venían los chavistas cincuenta mil por persona. Los votos indígenas son impredecibles. Bernabé ganó en el sector urbano, pero fue execrado en las comunidades indígenas. Allí murió mi esperanza, me conforme con seguir trabajando en la UPEL, en el Isaac Newton y en Colegio Universitario de Caracas; también conseguí una chamba en el INCE para dar clases en un Programa de Educación Básica, todas estas activida-des en condición de contratado. Aunado a esta impostura el gobierno de Chávez, se sucede el fallecimiento de mi ancia-no padre: Manuel Maroa, un hombre de envergadura para el trabajo, demostrado a sus 87 años, en el mantenimiento del conuco que poseía en el Alto Carinagua en la parte norte de Puerto Ayacucho. Lamentablemente venía convaleciendo en su salubridad y el todo poderoso lo llamó a su aposento celestial, en donde convive con el y desde allá vigila nuestras vidas con la expectación de impelernos hacia el bien y el buen vivir. Jamás había sentido el dolor de la pérdida de un ser querido; su estado inconsciente, en el Hospital de Puerto Ayacucho, me indujo a preguntarme: ¿Por qué mueren las personas?, ¿Qué es la muerte?. No me resignaba a perderlo, a no verlo más nunca. Esa inquietud me llevó a comprar libros, folletos que hablaran de la muerte. Revisé varias veces la Bi-blia buscando una respuesta; al fin encontré en el Apocalipsis – no recuerdo el versículo – que los muertos resusitarán a la venida del salvador y todos aquellos que han muerto se reunirán nuevamente con sus familiares después del Armage-dón. Esa lectura trajo tranquilidad a mi alma, en adelante la muerte no es más que una transición de esta corta vida a la alegría eterna, donde no habrá enfermedad, miseria ni muer-te. En ese mismo estado de tiempo viví otra estentórea mani-festación de una inefable separación de mi esposa; este inde-fectible divorcio se sucedió de manera rápida y directa. No obstante nuestra relación se mantenía periódicamente por vía

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telefónica; esta circunstancia permitió que en el año 2.000 consideráramos una posibilidad reconciliatoria, una segun-da oportunidad. Acordamos probar nuevamente nuestro sentimiento. Con efusión convivimos aquella segunda luna de miel, pero parece que el destino nos había endilgado un lacónico encuentro y sin ningún encono volvimos a se-pararnos. En el año 2.002, el Ministerio de Educación so-mete a concurso cargos de Supervisión, Dirección y para PH. Preparé mi currículo para concursar a nivel del Estado Apure; no lo hice por Amazonas porque las circunstancias estaban muy politizadas y con seguridad que por allí se me hacía cuesta arriba. Cuando la junta evaluadora, en el mes de Agosto, publicó el resultado del Concurso había salido aplazado con 3,5 puntos. Pero no solamente era yo el de bajo porcentaje calificable, era un sin número de docentes incluso chavistas que habían sufrido esta decepción, como por ejemplo mi amiga Catula Moreno, una empedernida defensora del Gobierno Chavista. Mi amiga y yo hicimos la apelación, porque estábamos seguros que, según la tabla de evaluación, nuestras notas eran superiores a lo cuantificado por la junta evaluadora. La lóbrega actuación del equipo evaluador fue muy cuestionado; quienes salimos perjudica-dos nos preguntaban: “¿Qué criterios habían utilizado para evaluarnos?”.

En el segundo reporte en reconsideración de la apelación las notas variaron notablemente. Mi amiga aumentó a 14.8 puntos y mi calificación llegó a 15.5 puntos, quedando en el primer lugar para la opción de 36 horas de Sociales en cualquier par-te del estado Apure. En el Acto de entrega de credenciales y asignación de cargos opté por 36 horas de Historia en el Liceo “Creación San Fernando”. Esta decisión tuvo su razón de ser: conocer nuevas amistades, ampliar el conocimiento en cuanto a profesionales de distintas idiosincrasias y la expectativa de con-vivir de nuevo con alumnos y jóvenes, después de 12 años de retiro involuntario de la profesión más sagrada de la sociedad.

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El 2.002 constituyó para mí una etapa crucial en mi vida; después de doce años dando tumbos logro estabilizar mi no-madismo laboral. De Achaguas tuve que residenciarme en San Fernando en una habitación arrendada en la Urbaniza-ción “Los Tamarindos”. Viajaba de Achaguas, los lunes en la madrugada, y los viernes iba de regreso; esa rutina se hizo consecutiva hasta el 2.004, cuando se sucede el rompimien-to definitivo con mi ex – esposa. En el liceo donde inicié nuevamente mis labores docentes, estaba como Directora la Prof. Nismenia de Narváez, como segundo del mando el Prof. Samuel Castillo; el personal docente lo conformaban más de 80 personas entre los cuáles estaban: Agustín Valero – un amigo y hermano que tenía años que no lo veía, desde que laborábamos en la Granja de Achaguas – Abdelkader Mermejo, Sixto Caballero, Ana Gámez, Luisa Herrera, Edulis Urbano, José Lugo, Yenitza Silva, Niúrika Quiñónez, Glamar Martínez, Dominga, Dilema, Osmary, Esther, María y otros tantos colegas que forman parte de la maquinaria docente de la Creación “San Fernando”. A tres años de haberme incorpo-rado al sistema, el Ministerio de Educación me reconoció los 15 años y 9 meses de labores que había cumplido antes de la sanción administrativa que me separó del cargo que poseía en el año 1.989, calificándome como docente IV. En el 2.005 realicé un curso intensivo de calidad de Post-grado, duran-te un mes, en la Universidad Simón Rodríguez, el cuál me catapultó para la clasificación de Docente V, cuestión que tuvo consecuencia positiva en mi emolumento salarial. En el 2.006 inicio un post-grado sobre “Evaluación y Planifica-ción” en la Universidad Santa María. Recuerdo el primer día de clases, no conocía nadie en un número de participantes de 40 personas. Al momento de estructurarse los equipos se me acerca una profesora Pelirroja de unos 38 años, cuerpo esbelto, ojos aguarapados y de aparente carácter de serie-dad y me expresa: “¿Usted quiere formar parte de nuestro equipo?” – inmediatamente pregunté: “¿Quiénes son?”, ella respondió: “Somos aquella gordita, el señor de camisa azul,

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dos compañeros que no están presentes, usted y yo”. Rápi-damente le sugerí que yo no tenía problema pero que había que incorporar a un compañero que trabajaba conmigo y que no pudo venir. El equipo fue integrado por: Abdelkader Mermejo, Felix Hernández, Lainet Nuñez, Elizabeth Carre-ño, Elida Nieves y este humilde servidor. Con anterioridad me había hecho el propósito de formar parte de un equipo trabajador y serio; cuando ví a la pelirroja – Elizabeth – me dije, esta mujer debe ser seria, tiene cara de evangélica y por consiguiente no debe beber nada estimulante. En la primera reunión, no había confianza, para probar cual era la reacción de cada quién, le invité a unas cervezas, todos accedieron. Ante las primeras 5 pilsen todo era normal y corriente, después empezó el bochinche, los cuentos rojos y azules, total que esa noche fue de rumba y francache-la. En adelante, todos los fines de semana cumplía año un miembro del equipo, para justificar la convivencia y en-cuentro, el cual a contribuido de manera predominante en la consolidación y crecimiento del grupo de trabajo. Por ser el mas antiguo del equipo todos me consideran y respetan; nos comunicamos a diario sobre todo con Elida y Elizabeth; la mujer con quien comparto mis quehaceres a veces se pone celosa por la abundancia en la mensajería de texto. Cuando llega a mi teléfono algún mensaje, casi siempre me pregunta: _¿Quién te escribió, Elida o Elizabeth?, y yo la calmo diciéndole: _Quédate quieta, que este viejito ya gozó su temporada.

EL BARRIO CHINO

Desde mi ingreso a educación en el 2.002, no sólo fue trabajo, también hubo momentos de esparcimiento, de encuentros con colegas y compartimiento con nuevas amistades. En la Creación San Fernando existen hermosas profesoras, obreras y secretarias de quién fácilmente uno se puede enamorar. Entre las flores del jardín hay una pri-

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vilegiada, la que más llama la atención, la que por apariencia exhibe seriedad y responsabilidad ante la vida, ella fue Maria. Creo que cupido con su flecha nos hirió a la primera vista; nos fuimos conjugando primero en amistad, luego en cari-ño para culminar en un lienzo de amor vesánico. Capaz de quebrantar cualquier compromiso, sin llegar a la felonía y la impostura. Nuestra relación no era apariencia, o para pasar momentos de fervorosidad, no, constituía seriedad. Al mo-mento de separarme de mi ex esposa, en el 2.004, le planteé la situación, la circunstancia era oportuna para comenzar una vida indefectible, inmune de hipocresía y llena de losanía de afecto y amor puro. María no creyó en mi proposición, en mi palabra, esquilmándome del más hondo sentimiento y sin ín-fula me fui replegando hacia la estepa como lo hace el viento llanero en lontananza.

Pero la vida continúa – me dije – soy un hombre expedito, el epílogo de mi vida aún no a llegado. Siempre los viernes, al salir de clases Sixto Caballero y Agustín Valero me invitaban al Barrio Chino; la primera vez que fui el estrépito me dejo aturdido, aquello era incomprensible, una persona mediana-mente sana no podría soportar un ambiente estridente; sin embargo éramos muy frecuentes y nos atendían muy bien y con mucha amabilidad. La costumbre se hizo ley, cuando los amigos míos no iban, llegaba solo y no había establecimiento donde no tenía, al menos un o una conocida. Al mediodía me tomaba una juliana y después comenzaba el jolgorio con rubias frías. En la calzada de mi nomadismo vivencial eclo-sionó una musa la cual comencé a camelar con mucha fili-grana. En uno de esos hervideros del barrio chino trabajaba una catira de nombre: Beatriz, la cuál atendía la mesa del negocio; con periodicidad frecuenta tal aposento, pero un día no estaba la susodicha y en mi estado de ebriedad observé que en la cocina se encontraba una morenita simpática, de labios gruesos, alta y de porte cubana. Me quedé un rato para observarla mejor y al cabo de un rato estaba sentada junto a

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mí. No recuerdo lo que le dije, pero el siguiente día llegué de nuevo a almorzar y de allí en adelante no deje de comer unos platos suculentos que esa morena preparaba. Nuestra relación se inició de manera pasajera, de pronto se torno serio y hoy – al escribir estas notas – es la coima que con candidez ha sabido sobrellevarme y a borrado muchos es-tigmas del estiaje de mi vida.

WILLY

La consolidación de nuestro himeneo fue la llegada de Willy, nuestra hija, una niña que hoy llena el recóndito más apartado de nuestro ser. Ella es la luz de mi amanecer, las cabrillas que iluminan el firmamento en noches de veranos, las que trae a mi memoria recuerdos ignotos, es la hilación de un torrente de amor para que mi longevidad sea jovial y feliz, es la que enaltece la efusión lisonjera de un ambiente familiar que es para mi consuelo de las vicisitudes que a lo largo de mi vida he llevado con egregio comportamiento.

Al escribir el presente contexto Willy, a los 4 añitos, está comenzando su preescolar en el Colegio “Juan Primito”; ¡Qué bella se ve mi niña con su uniforme rojiazul! , y que embeleso padezco al llevarla a las 8 de la mañana y luego recogerla a las 12 del medio día. Cuando duerme en mi regazo en la noctur-nidad, entro en vigilia al compás de su sueño, comportando la aurora de un cuerpito angelical, cuyo respiro se asemeja al tic – tac del reloj que indica que el tiempo es indetenible. Con vehemencia hice mis oraciones al creador de todas las cosas, para que con su gran misericordia nos dé larga vida y en la conclusión de nuestras existencias podamos ver florecer la planta que con tanto ahínco y denuedo sembramos en el erial consuetudinario, pero que engalanado de elogio de amor y de ternura. Willy, hija mía, en ti cifro la prolongación de mi vida; si algún día lee este humilde texto, recuerda que siempre te amé con devoción, dulzura y fervorosa candidez.

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MOMENTOS DIFÍCILES SUPERABLES

Sin hiperbolizar la historia de mi vida, siempre he con-siderado que mi salubridad ha sido buena. En el transcurrir de mi existencia recuerdo algunos momentos de convalecen-cia por causas naturales verbigracia un paludismo que sufrí cuando tenía 6 años aproximadamente; más tarde en el año 1.971 fui operado de apendicitis; en 1.981 sufrí un accidente en una moto, en San Fernando de Atabapo, fracturándome la tibia derecha – la misma por la cual estoy convaleciendo al momento de escribir esta nota – motivo por el cuál tuve cuatro meses de reposo médico. En esta oportunidad quie-ro agradecer el cuidado que me dispensó mi esposa Mireya. Quién con esmero me atendía con laudable cuidado. Son momentos en los cuales la humanidad se hace presente y por eso sin regateo le estaré toda la vida siempre mostrándole mi gratitud. En el año 2.002 iniciándome en la Creación “san Fernando” adquirí una amibiasis como consecuencia de con-sumir fiambre, por mi condición de mancebo. En año 2.006, en el mes de Mayo, sufrí una afección bronco-pulmonar la cuál me mantuvo por varias semanas de tratamiento; el año 2.007, fue para mi fatal, en el mes de junio sufrí nuevamen-te una afección bronquial que me dejó exangüe después de una semana en la Clínica “Coromoto”. Mi agitada pasantía en la clínica me permitió comprender cuán importante es el afecto y el compañerismo que muchas personas tienen para con uno. El inefable regocijo que uno vive es estentóreo. Se siente uno enaltecido por la presencia de quienes sin ínfulas ni hipocresía van a saber de tu quebrantamiento. Me sentí feliz cuando la Directora Sila Linares, Sixto Caballero, la se-cretaria Maloha Vargas y Abdelkader Mermejo llegaron a mi habitación; después los días siguientes fueron: Agustín Valero y su esposa Catula; de igual forma llegaron: Edulis Urbano, Yanitza, Dominga, Digema y mi querida secretaria Esther; también me colmaron con su presencia el profesor Armada, la señora Carmen Martínez y Maria Vivas. A todas estas per-

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sonas gracias. De manera expresiva quiero darle las gracias a mí querida Rosmira quien en definitiva era quien vigilaba mi sueño y mi estado de convalecencia y pendiente del elixir que debía consumir de acuerdo al imperativo médico. Digo que el 2007 fue fatal porque no había pasado un mes de mi ingreso en la clínica cuando sufrí un accidente en el Terminal de pasajeros, fracturándome la tibia y el peroné derecho. Al 4 de Octubre - al momento de escribir estas líneas – han pasado 66 días de reposo; creo, que definitiva-mente mi incorporación a la “Creación San Fernando”, será en el mes de Enero del 2008.

CHISTES, DICHOS Y HECHOS AMAZONENSES He aquí un conjunto de elementos que forman parte del

folklore Amazonense protagonizados por personajes em-blemáticos –Unos desaparecidos- de la sociedad, que no pude introducir en mi narración, pero son sucesos que for-man parte de la idiosincrasia de nuestra querencia.

Pastor Santaella vs. Jesús Briceño

Entre Rionegreros y Maroeños siempre ha existido rivali-dades por cuestiones: deportivas, profesionales, desarrollo poblacional, así como quien tiene mejor Camajay. Un día estaban tomando unas cervezas Pastor Santaella (Río Ne-gro) y Jesús Briceño (Maroeño), dos excelentes profesores, en el Bar “Los Paragüitos”, lo mejor del momento; cuan-do llevaban varios, se susita una discusión por rivalidades profesionales, el desarrollo de la población y otras cosas que sometían a comparación. Uno decía que Maroa era más bonita que San Carlos y el otro afirmaba lo contrario; ninguno daba su brazo a torcer. De repente Santaella con impetuosidad, imponente y fuera de sí le grita a Briceño: _últimadamente chico, nosotros los San Carleños siempre hemos sido mejor que ustedes, nosotros tenemos: monjas,

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curas, médicos, profesores, militares, científicos y pare usted de contar. Es más – afirmó con vehemencia – los rionegrinos vivimos en el centro de Puerto Ayacucho, en la avenida 23 de Enero, mientras que los Maroeños están en los arrabales o comiendo túpiro en el alto Carinagua, dijo con petulancia finalmente. Briceño, después del denuesto de Santaella, hu-millado, casi sin palabras salió de su mutismo sin exacerbarse respondió con voz denodada y con ahínco: _pero viven mal. Aquella parca respuesta le causó a Santaella una hilaridad, todo volvió a la normalidad y continuaron echándose la es-pumosa.

OCURRENCIAS DEL VIEJO SALDEÑO

Don Saldeño era un personaje popular, mamador de gallo y peligroso con la lengua. un día estaba en el aeropuerto, es-perando el avión de Aeropostal, simplemente para ver quienes viajaban y quienes llegaban. Aquello era un entretenimiento. En eso ve un señor que se baja del avión vestido de corbata y partó; Saldeño se le acerca para - mamarle gallo – y le dice: _hola, doctor bienvenido. Al cabo de unos minutos, Saldeño vuelve y le pregunta: _¿Doctor es la primera vez que viene al Amazonas? El ciudadano encorbatado ya con intriga le pre-gunta a Saldeño: _¿Porqué usted me llama Doctor, si usted no me conoce? Saldeño le responde en tono peyorativo: _no se-ñor, lo que pasa es que aquí en Amazonas cualquier pendejo que llega encorbatado le decimos Doctor”.

En otra oportunidad está Saldeño discutiendo, de manera acalorada, con otro señor – que ahora no recuerdo su nom-bre – de política. El otro señor le dice de manera insultante: _mira Saldeño, tu eres una lacra, un servil, tu no vales nada, en pocas palabras, tu eres un perro. El viejo Saldeño, con su chispa criolla le contesta: _si yo fuera un perro, ya te hubiera comido porque tu eres una mierda.

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Saldeño era un hombre crítico, sobre todo al gobierno. Un día llega a su círculo de chismorreo y les dice: _descubrí el remedio contra el cáncer. ¿Cuál es Saldeño?, le pregun-tan, él responde: _eso se cura con el sudor de los obreros de la Gobernación. Decía eso porque – según él – los obre-ros del gobierno se ganaban los reales sentados sin hacer nada.

DON PANCHO AGUILERA

Era un viejo con espíritu jovial, chistoso, a todo el mun-do hacía reír. Cuando llegaba a un banco, a una fiesta o simplemente donde había aglomeración de gente, decía en voz alta: _Aquí hay puro indio. No daba risa el contenido de lo dicho sino la forma de decirlo; era su forma de entrar en ambiente.

Don Pancho era fundador de la Guardia Nacional, llegó a ser Cabo Primero de la Institución y muy querido por sus superiores por sus ocurrencias y chistes. Un día estaba ha-ciendo guardia en el Aeropuerto de Ayacucho, en eso llegó un General – qué era Guayanés – que esperaba a alguien que venía de Ciudad Bolívar y le pregunta: _Mira Cabo, us-ted no sabe si el avión de Bolívar llegó, Pancho le responde sin pensarlo: _Caramba mi general, usted me va a perdonar, que yo sepa, Bolívar lo que tenía era un caballo blanco. No Don Pancho, es el avión de Ciudad Bolívar, dijo sonriente el militar.

Un día, un guardia gocho quería hacerle una jugada a Don Pancho, porqué le habían dicho que era un jodedor y mamador de gallo. El gocho le dice: _mira Don Pancho, us-ted sabe que allá en Santa Cruz – Puesto de la Guardia Na-cional – se pasa mucha hambre, allá los perros destapan las latas de sardinas con los dientes. Don Pancho muy orondo

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le contesta, a sabiendas que le estaba mamando gallo, _Mira Guardia, eso no es nada, allá en Yavita también hay hambre , una vez vi que unos perros estaban prendiendo un motor fuera de borda para irse para Colombia a buscar comida. El guardia le dijo sonriendo, _Don Pancho a usted no se le pue-de mamar gallo”.

Un teniente le quiso tomar el pelo a Don Pancho y le dijo: _Mira Don Pancho, allá en mi tierra – Maracaibo – conozco a una persona que nunca le salió bigote, él se deja crecer los pelos de la nariz y se los hecha hacia los lados y se ve como si fuera un bigote natural. Verdad Teniente – le dijo Don Pan-cho – Aquí en amazonas yo conozco a una persona que des-de que nació nunca le salió cabello, siempre ha sido calvo. El se deja crecer las cejas y las pestañas y se lo echa hacía atrás y eso pareciera que fuera cabello natural. Don Pancho usted es un estuche – le dijo el Teniente.

AUGUSTO MÉNDEZ, EL PROFESOR

Una vez llegó el profesor Méndez, recién graduado, a una pollera en Puerto Ayacucho y le dijo al expendedor: _Dame tres pollos. Para llevar o comer – le preguntó el vendedor – para comer y ahora – le respondió Méndez. Andaba un poco pasa’o de brasa. Se sentó a la espera de los tres pollos pedidos. Cuando le sirvieron la comida, la gente que estaba en el negocio se preguntaba, porqué el señor pedía 3 pollos y no es para llevar. Alguien de los presentes, por curiosidad le preguntó, cuál era el motivo de esa petición. Méndez, quiso soltarle las patas pero se contuvo, le dijo: _Yo pido 3 pollos y me los como porqué me acuerdo de las veces que aguanté hambre cuando estaba estudiando, ahora que trabajo y tengo dinero debo reponer el hambre perdida.

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HENRY CAMPO, EL PESCADOR

Anualmente en Amazonas se efectúa la feria de la pa-yara, es un evento internacional de pesca donde participan países como: EEUU, España, Holanda y Países Latinoameri-canos. Venezuela participa por Estados. Henry Campo – mi sobrino – es un profesor, pero es un pescador veterano. En lo año 2000 formó parte del equipo de pesca de la CVG para competir en la Feria de Payara. La empresa les dotó de todo: motor, embarcación, instrumentos de pesca, comidas y bebidas. El equipo se internó en el profundo de los rauda-les de Atures, allá nadie más llegaba. Pescaron una payara de 13kg, la cual era para el concurso, pero Henry – entre la pea que cargaba – dijo que esa payara era muy pequeña y habría que introducirle en el buche un bocachico. No con-forme con esto, Henry le introdujo una sapoara, con la cual la payara del concurso llegó a pesar 16kg, peso imperdible. A la hora de evaluar cada pescado, el evaluador – que era otro veterano de la región – observó la deformidad de la payara y le puso el pie en la barriga, saliendo impulsado el bocachico y la sapoara. Fueron descalificados del proceso. Lo más insólito, que la payara ganadora sólo pesaba 12kg. El resto del equipo quería guindar a Henry porque por su culpa dejaron de ganarse 500 mil bolívares, que en esos momentos era dinero.

UN INDIO INTELIGENTE

En San Fernando de Atabapo vivía una odontóloga, que de la noche a la mañana se convirtió en comerciante ven-diendo líneas blancas, motores, víveres, voladoras, armas y otros elementos comerciales; también compraba oro, dia-mante, chiquechique, pieles de animales y otros. Un buen día llega un indio curripaco con un frasco de mayonesa de la grande full de oro, la doctora al ver aquello se le salían los ojos; ella atendió al indio y le puso el negocio a la or-

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den: _Lleva lo que quieras, allí hay neveras, motor, ropa, lo que tú quieras. El indio llevó: nevera, motor, escopeta, ropas, juguetes, instrumentos de pesca y otras cosas para la familia. La cuenta no llegaba a 300 mil bolívares – que era poco en comparación con lo que valía el frasco de mayonesa lleno de oro, que según la cuenta de la doctora pasaba el millón. La galena le dijo al indio que llevara mas cosas, pero él le dijo que hasta allí estaba bien. La doctora pensó que había hecho un atraco, pero cuando se fue a Puerto Ayacucho a vender el oro, le resultó que el 80% era bronce limado y el resto algo de oro. Ella bebió algo de su propio veneno, por fin perdió una – comentaba la gente -. Al cabo de dos años el indio se acercó al negocio de la doctora, al verlo lo reconoció, pero ella no había dejado factura de ningún tipo. Enseguida buscó un facturero, le puso fecha vieja y falsificó su firma, el monto era más o menos 200mil bolívares. Le saludó muy amable-mente y le dijo: _Tenía tiempo sin venir, te estaba esperando, por hí tenemos una cuentita pendiente, camine vamos a mi oficina. Cuando llegaron a la oficina la doctora le mostró la factura falsificada, entonces el indio le dijo: _No doctora, esa cuenta no es mía, yo no he venido por aquí, es la primera vez que vengo al pueblo, ella le replicó: _Esta es tu cuenta, mira aquí está tu firma, entonces el indio se metió la mano en el bolsillo sacó la cartera y de ella la cédula de identidad y le dijo a la doctora: _Mira, aquí dice, no sabe firmar...

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Í N D I C E

NACIMIENTO Y NIÑEZ / 7PRIMEROS PASOS ESCOLARES / 18EXPERIENCIA Y AVENTURA INOLVIDABLE / 32POR CAUSAS POLÍTICAS / 45CONCURSO PARA CARGOS NACIONALES / 47BRUJERÍA, CAMPÁÑA Y VACACIONES / 57UN NUEVO AÑO 1.979 / 61NUEVO ROL Y GRADUACIÓN/ 67PREMONICIÓN Y NUEVAS RESPONSABILIDADES /70VÍCTOR RAMÍREZ, UN CASO DE VERAS / 76LA TAGUARA – TASCA / 79COMENTARIOS MISTIFICADOS / 80NUEVA ETAPA Y NUEVAS EXPERIENCIAS / 84DECEPCIÓN, LUTO Y ALEGRÍA / 94EL BARRIO CHINO / 98WILLY / 100MOMENTOS DIFÍCILES SUPERABLES / 101CHISTES, DICHOS Y HECHOS AMAZONENSES / 102PASTOR SANTAELLA VS. JESÚS BRICEÑO / 102OCURRENCIAS DEL VIEJO SALDEÑO / 103DON PANCHO AGUILERA / 104AUGUSTO MÉNDEZ, EL PROFESOR / 105HENRY CAMPO, EL PESCADOR /106UN INDIO INTELIGENTE / 106

Edición del Ministerio del Poder Popular para la CulturaDiseño de portada: Juan C. Villota

Colaboradoras: Julia Rosa Urdaneta Dannely Pérez

Los 500 ejemplares de este titulose imprimieron durante el mes de Junio de 2010en el Sistema Nacional de Imprentas Regionales

Capítulo Apure

San Fernando de Apure/Venezuela