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Iñaki Martín Viso Enterramientos, memoria social y paisaje en la etad media: propuestas para un análisis de las tumbas excavadas en roca en el centro-oeste de la península ibérica [A stampa in «Zephyrus», 69 (2012), pp. 165-187 © dell’autore – Distribuito in formato digitale da “Reti Medievali”, www.biblioteca.retimedievali.it].

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Iñaki Martín Viso

Enterramientos, memoria social y paisaje en la etad media: propuestas para un análisis de las tumbas excavadas en roca

en el centro-oeste de la península ibérica [A stampa in «Zephyrus», 69 (2012), pp. 165-187 © dell’autore – Distribuito in formato digitale da “Reti Medievali”, www.biblioteca.retimedievali.it].

© Universidad de Salamanca Zephyrus, LXIX, enero-junio 2012, 165-187

ISSN: 0514-7336

ENTERRAMIENTOS, MEMORIA SOCIAL Y PAISAJE EN LAALTA EDAD MEDIA: PROPUESTAS PARA UN ANÁLISIS DE LASTUMBAS EXCAVADAS EN ROCA EN EL CENTRO-OESTE DELA PENÍNSULA IBÉRICA*

Burials, social memory and landscape in Early Middle Ages:Proposals for an analysis of the graves dug intothe rock in the Central-Western Iberia

Iñaki MARTÍN VISO Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea. Universidad de Salamanca. C/ Cervantes, s/n.37002 Salamanca. Correo-e: [email protected]

Recepción: 2011-11-23; Revisión: 2012-02-10; Aceptación: 2012-03-10

BIBLID [0514-7336 (2012) LXIX, enero-junio; 165-187]

RESUMEN: Este trabajo pretende abordar nuevas vías para el estudio de las tumbas excavadas en roca, apartir del análisis de la región centro-oeste de la Península Ibérica. Un aspecto esencial es el énfasis a la inte-gración de las sepulturas en el paisaje, del que formarían parte como hitos referenciales, asociados a la crea -ción de una memoria social. Se propone una estrategia para el estudio de las tumbas, que permitaentenderlas dentro del paisaje, y se realiza un examen del caso particular del área de Ciudad Rodrigo a tra-vés de esas pautas. De esta forma se ofrecen unas conclusiones de alcance regional que deben ser compara-das con los resultados de otras zonas.

Palabras clave: Enterramientos. Tumbas excavadas en roca. Memoria social. Paisaje. Alta Edad Media.Península Ibérica.

ABSTRACT: This paper is a proposal of new ways about the study of graves dug into the rock throughthe analysis of Central-Western Iberian areas. The integration of tombs as a part of landscape, in which theywere important markers linked to the formation of social memory, is the main focus. An strategy for thestudy of graves, in order to understand them inside the landscape, is carried out and it is used to examinethe case of the area of Ciudad Rodrigo (Salamanca, Spain). As a result, there are some regional level conclu-sions which must be compared with the data of other particular zones.

Key words: Burials. Graves dug into the rock. Social memory. Landscape. Early Middle Ages. Iberia.

* Este trabajo se ha realizado dentro del proyectoHAR2010-21950-C03-02. Se presentó para su discusiónen una reunión de dicho proyecto celebrada en Celoricoda Beira los días 27-28 de octubre de 2011. Agradezco

especialmente a Catarina Tente, Marina Vieira, ÁlvaroCarvajal y Rubén Rubio sus comentarios que han permi-tido mejorarlo, así como a Diego Jiménez García por suayuda en la elaboración de la cartografía.

1. Nuevas vías de trabajo para un viejofenómeno

El estudio del mundo funerario en época alto-medieval ha asumido desde hace algún tiempo,sobre todo en el mundo anglosajón, que los ritua-les de enterramiento deben vincularse con proce-sos de formación y desarrollo de una memoriasocial relacionada con la construcción de identi-dades de diverso cuño (Williams, 2006; Devlin,2007; Williams y Sawyer, 2009; Halsall, 2010).Sin embargo, estas perspectivas no se han aplica-do al estudio de las tumbas excavadas en roca, unfenómeno sobre el que cada vez disponemos demás datos y, sin embargo, carecemos de una expli-cación coherente. Cuando A. del Castillo comen-zó a interesarse por este tipo de manifestacionesfunerarias en los años 60 del siglo pasado, debióenfrentarse a serios problemas: las tumbas no dis-ponían de restos óseos ni se vinculaban aparente-mente a asentamientos cercanos, además de noproveer de materiales ni ajuares. Gracias a la pre-sencia de documentación escrita sobre el núcleode Olérdola, repoblado en el s. XI (Batet Com-pany, 2005), se planteó una evolución cronológicaque tenía como eje las formas de los sepulcros,siendo su punto final las antropomórficas, en unasecuencia que llegaría desde el s. VII hasta el X,con un mayor esplendor en los siglos IX-X. Esteproceso coincidiría con la llegada de pobladoresmozárabes procedentes del Sur, que habrían sidolos protagonistas de la expansión de este fenóme-no funerario, bien documentado en las regionesmeridionales ibéricas (Castillo, 1970, 1972).

Este planteamiento proporcionaba un marcoexplicativo muy influido por las teorías historio-gráficas construidas sobre una determinadainterpretación de los datos del registro escrito(Sánchez-Albornoz, 1966; Bielsa, 1977; LoyolaPerea, 1977). Sin embargo, la hipótesis despo-blacionista fue progresivamente puesta en cues-tión para finalmente desecharse de maneramayoritaria, al mismo tiempo que se rechazabala existencia de una repoblación mozárabe masi-va. A pesar de que el marco interpretativo ya nopodía funcionar, no se construyó uno nuevo. Porel contrario, los trabajos se deslizaron hacia unadescripción formalista de las tumbas, desvincula-das de otros elementos, salvo algunas iglesias y

monasterios, de los que se presuponía que eransus cementerios (Golvano Herrero, 1977; LoyolaPerea et al., 1990; Andrio Gonzalo et al., 1993;Andrio Gonzalo, 1994; De la Casa Martínez,1992). Los trabajos se centraban exclusivamenteen las sepulturas, sin siquiera plantearse la nece-sidad de comprender el contexto en el que seintegraban. Así uno de los escasísimos restosmateriales de época altomedieval documentadomasivamente en buena parte de la Península Ibé-rica carece de toda relevancia interpretativa y nopuede integrarse en ningún proceso social.

Es cierto que algunas iniciativas han roto par-cialmente con esos postulados. Así Bolós y Pagés(1982) presentaron para el caso catalán algunasinteresantes apreciaciones, observando tipologíasque respondían a la organización de las tumbas –aisladas o en necrópolis– y su relación con otrospuntos del paisaje, fundamentalmente iglesias. Porotro lado, Reyes Téllez y Menéndez Robles (1985)se planteaban, al hilo del análisis de las tumbasasociadas a la ermita de San Nicolás, en Sequerade Haza (Burgos), una cronología más amplia delas sepulturas de este tipo. Otros trabajos señala-ban cómo buena parte de las tumbas debíansituarse en el s. VII, con una escasa relación concentros eclesiásticos (González Cordero, 1998),una datación que parece reiterarse en otras zonasgracias a datos indirectos (Gutiérrez Dohijo,2001, 2011; Jiménez Puertas, 2002) y que puedeobservarse en diversos contextos regionales (LópezQuiroga, 2010: 302-324).

Pero han sido algunas investigaciones llevadasa cabo en el centro de Portugal las que han tratadode incorporar las tumbas en el análisis del elusivopoblamiento rural altomedieval. La idea principal,señalada en un trabajo seminal por Mário Barroca(1987)1, es que estamos ante un indicio de un

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1 Este importantísimo trabajo formaba parte de laspruebas de aptitud pedagógica y capacidad científica, y nose publicó, aunque el autor tuvo acceso al mismo en laUniversidade de Coimbra, gracias a los buenos oficios dela profesora Helena Catarino. Recientemente se ha publi-cado el capítulo dedicado a las sepulturas excavadas enroca en forma de artículo (Barroca, 2010-2011), aunquealgunas de las reflexiones que aquí se citan no han sidorecogidas en dicho texto. Agradezco a los revisores anóni-mos de este artículo el haberme proporcionado esta infor-mación bibliográfica.

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poblamiento disperso tí-pico de la Alta Edad Me-dia y anterior a la forma-ción de las aldeas, quehabría sucedido en una faseposterior (feudal)2. A partirde esta idea, los trabajos deMarques (2000) y sobretodo Vieira (2004), Tente(2007) y Lourenço (2007)descubrieron la relación dealgunos de los yacimientoscon pequeños asenta-mientos rurales, aunquela cronología sigue siendoindefinida. Todos estos tra-bajos re saltaban la nula re-lación de las tumbas concentros eclesiásticos, frenteal paradigma establecido apartir de los trabajos enCastilla por Alberto delCastillo y sus discípulos,que posiblemente fueseuna situación regional. Sin embargo, mantienen unexcesivo énfasis en las formas de las tumbas, a pesarde las críticas sobre su utilidad (Tente y Lourenço,1998). Los estudios de López Quiroga (2004; 2010:349-351) entroncan en esta línea, aunque van másallá, al conectar la presencia de esas tumbas con unnuevo tipo de poblamiento disperso propiciado porunas comunidades “pseudofructuosianas”, por otrolado mal definidas. Sin embargo, los trabajos sobreS. Gens (Celorico da Beira) (Tente, 2009; 2010:203-266) han permitido asociar un asentamientoconcentrado, con una necrópolis de más de una cin-cuentena de tumbas (Fig. 1), dando pasos en la di-rección que se apuntaba desde la investigación sobreel interior de Portugal.

Por otro lado, algunos de los investigadores máscercanos a las tesis tradicionales han comenzado areplantearse esa interpretación. En un reciente tra-bajo de J. I. Padilla y K. Álvaro (2010), se explicitael rechazo a las explicaciones “historicistas” de Alberto del Castillo y se señala la necesidad deconectar las tumbas con los asentamientos rurales.

Sin embargo, no se abandona definitivamente elafán formalista como eje cronológico, además dehacer una relación excesivamente directa entrenúmero de tumbas halladas y volumen de pobla-ción de los núcleos asociados, sin valorar otrasposibles lógicas que explicarían la selección y orga-nización de los lugares de enterramiento (Fig. 2).

Las investigaciones sobre el centro portuguéspueden complementarse con una serie de iniciati-vas que en los últimos años se han desarrollado enel área española. Retomando algunas ideas queaparecían de manera aislada en la numerosísimabibliografía sobre tumbas excavadas en roca, se haavanzado en la integración de las áreas funerariasen el paisaje del que formaban parte. Así, los tra-bajos efectuados en la cuenca del río Martín(Laliena y Ortega, 2005; Laliena et al., 2007) per-miten superar el fetichismo de las sepulturas, paraentender sus relaciones con las áreas de produc-ción y con unos espacios residenciales caracteriza-dos por su dispersión, al mismo tiempo que sedenota la ausencia de relación con centros ecle-siásticos. La aplicación de dataciones radiocarbó-nicas ha situado a algunas de estas necrópolis enel s. VII (Benavente Serrano et al., 2006). Como

2 Una dispersión que también se había defendidopara el caso catalán (Bolós y Pagés, 1982).

FIG. 1. Necrópolis de São Gens (Forno Telheiro, c. Celorico da Beira).

resultado, se aboga por la identificación de estastumbas con lógicas socioeconómicas campesinasen la época postromana, que privilegiaban el con-trol de determinadas áreas productivas mediante elrecurso a la memoria de los ancestros enterradosen dichas sepulturas. Una estrategia similar se haaplicado para el caso de la comarca portuguesa deRiba Côa (Martín Viso, 2007), con resultadossemejantes, subrayándose el papel legitimador yterritorial de las tumbas dentro de las comunida-des locales altomedievales, sin que deban conectar-se con un poblamiento necesariamente disperso.En este caso, carecemos de dataciones absolutas,aunque se descarta completamente la relevancia dela cronología basada en criterios formales, al tiem-po que se observa la existencia de necrópolis orde-nadas que se asocian a puntos jerárquicos. Másrecientemente, el trabajo de Rubén Rubio Díez(2011) acerca de la zona suroccidental de la regiónde Ciudad Rodrigo revela un patrón de tumbaspredominantemente aisladas, que podrían asociar-se hipotéticamente a un hábitat disperso de épocapostromana, anterior a la formación de aldeas, y a

una ocupación ganadera de este territorio. Lassepulturas desempeñarían de nuevo un papel dereferencia en el paisaje de la propiedad a través de la memoria de los difuntos.

Esta línea de trabajo, que ya aparecía apuntadapor M. Barroca (1987: 134), nos parece fructífe-ra, ya que persigue entender las tumbas comoparte de un sistema territorial más complejo ydentro de un código cultural, repleto de referen-cias para los habitantes. Puede afirmarse que “elterritorio contiene la historia de los hombres quelo han hecho y que viven en él. Tácitamente, loestá narrando; los ancianos se acompasan a eseritmo y lo verbalizan. Los jóvenes aprenden deellos que el territorio es relato” (Zumthor, 1994:78). Ese mismo sentido articula la reciente pro-puesta de que las comunidades campesinas altome-dievales en Castilla disponían de un “conocimientolocal denso”, en el que el territorio, principalsoporte de la identidad, estaba lleno de referenciasa antiguos propietarios o pequeñas historias loca-les, denominado a partir de microtopónimos quese refieren a esa memoria, que lo dotaban de un

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FIG. 2. Necrópolis de Cuyacabras (Quintanar de la Sierra, Burgos): uno de los yacimientos estudiados por Alberto del Cas-tillo (fotografía de Enrique Paniagua).

contenido simbólico, cultural, difícilmente apre-hensible por los poderes externos (Escalona et al.,2008; Escalona, 2010)3. Una hipótesis factible esque las tumbas excavadas en roca se encontrasenen el centro de esa memoria social campesinabasada en la construcción de un paisaje, es decir,de un espacio percibido y cargado de significadocultural por parte de los actores sociales (Escalo-na, 2010: 64). Por tanto, los espacios funerariosfuncionaban como instrumentos que generaban yadministraban la memoria de los antepasados,una memoria que servía para crear una identidadfamiliar o comunitaria. Los análisis de la memoriacampesina muestran la relevancia de dos grandesmarcadores interculturales: por un lado, unaimportancia recurrente de la geografía local comoestructura para el recuerdo y, por otro lado, suvinculación al individuo, a su familia y a la colec-tividad más cercana. Las historias familiares y elterritorio circundante son los hitos referencialesde esa memoria social campesina (Fentress y Wick -ham, 2003: 141 y 199). De tal suerte que todoslos lugares que forman parte de un paisaje estáncargados de un significado humano, que sirvepara crear una identidad (Tilley, 1994: 14-15). Enlos espacios funerarios convergían ambos factores:se sitúan en un territorio, en un emplazamientodeliberadamente elegido, y se asocian a las fami-lias que entierran a sus difuntos y que les recuer-dan. Esta perspectiva choca con la idea de que lastumbas excavadas en roca serían la manifestaciónmás evidente de un modelo de enterramientoanónimo, como consecuencia de la ausencia deepigrafía (Barroca, 2010-2011: 130; 2011: 437).Esta teoría sólo toma en consideración la memo-ria escrita y erudita, propia de los grupos dirigen-tes, y descuida la memoria oral y campesina, queutilizaba otros recursos nemotécnicos.

Ahora bien, los espacios funerarios tambiénpueden entenderse en términos de poder (Härke,2001). El problema estriba en que los marcadoresde ese poder no pueden establecerse en el caso delas tumbas excavadas en roca a partir de un análi-sis de unos ajuares inexistentes, sino que debeenmarcarse en la propia producción del paisaje y

en la organización de las necrópolis. La elecciónde emplazamientos deliberadamente dominantessobre el paisaje, la reutilización de antiguos cen-tros de poder, la creación de espacios asociados anuevos puntos jerárquicos –entre ellos iglesias ymonasterios–, la ordenación de las tumbas entorno a un punto principal o incluso la organiza-ción alineada de las necrópolis serían indicios queconvendría investigar. De todos modos, no pareceque seamos capaces de descubrir en la región quenos ocupa grandes inversiones en esa diferencia-ción social, posiblemente debido a que no existíauna fuerte aristocracia o al menos no invertía eneste tipo de inhumaciones (Martín Viso, 2009).

En definitiva, este marco interpretativo preten-de construir una nueva explicación del fenómeno delas tumbas excavadas en la roca. Esta integraciónen el territorio persigue además vincular la arqueo-logía funeraria y la de los espacios residenciales,habitualmente desligadas. Resulta indispensableconocer dónde vivían los habitantes que usabanesas tumbas para poder comprender el funciona-miento de estos pequeños sistemas territoriales y laconfiguración del paisaje local. Justo es reconocerque, sin asentamientos, los enterramientos sonpoco o nada comprensibles. No obstante, hay quetener cuidado a la hora de identificar tumbas aisla-das con poblamiento disperso. Algunas experien-cias en Francia han puesto de relieve que puedecombinarse el asentamiento aldeano con la presen-cia de pequeños núcleos de sepulturas aisladas(Pecqueur, 2003; Catafau, 2008). Por otro lado,resulta necesario generar una cronología más afina-da, aunque ese no es el objetivo de este estudio.Una adecuada contextualización es la mejor víapara ir dando pasos en la clarificación de las data-ciones, sin rechazar las fechas directas obtenidaspor radiocarbono. No obstante, la amplia horqui-lla de la que disponemos solo es comprensible sientendemos la existencia de tipologías muy diver-sas dentro del fenómeno4.

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3 Sobre la experiencia de nombrar los lugares comouna fórmula de generar una memoria social y una identi-dad, véase Tilley, 1994: 18-19.

4 Por ejemplo, las dataciones radiocarbónicas de unatumba excavada en roca en la basílica de El Tolmo deMinateda nos sitúan en el s. VII. Pero se trata de un ente-rramiento ad sanctos que no tiene nada que ver con lospatrones que nos encontramos en el centro-oeste peninsu-lar (Gutiérrez Lloret y Cánovas Guillén, 2009: 100).

2. La construcción de una tipología de losespacios funerarios

Dentro de este marco interpretativo, un pri-mer paso es definir someramente una tipología delos espacios funerarios, con el objetivo de crearuna herramienta que pueda servir para realizaranálisis de mayor profundidad. Las tumbas exca-vadas en roca constituyen un fenómeno demasia-do extendido geográfica –casi toda la PenínsulaIbérica y áreas del Sur de Francia– y temporal-mente –con una horquilla que va desde el s. VIal XI– como para poder ser comprendido deforma unilateral. Este es uno de los grandes pro-blemas que tiene la investigación, pues se tiende auniformizar bajo un modelo general lo que debie-ron ser experiencias muy distintas, solo unificadaspor una forma de enterrar. Debe aceptarse quehubo modos muy diversos de organizar y percibirel territorio, con cronologías y tipologías distintas,que usaron las tumbas excavadas en roca comouna herramienta. Es ahí donde encaja la necesi-dad de crear una tipología regional que permitagenerar comparaciones con otros casos, y quetome como punto de partida la configuración delos espacios funerarios, a fin de comprender sucapacidad para crear paisaje.

J. Bolós y M. Pagés (1982) fueron conscientesde esta diversidad y propusieron una tipologíabasada en el caso catalán. En ella, se diferenciabaentre tumbas aisladas, o de pequeños núcleos dedos o tres sepulturas, que corresponderían a unaépoca preparroquial; grupos más numerosos detumbas, pero sin relación aparente con una igle-sia; y finalmente tumbas asociadas a una iglesia.Esta tipología destacaba cómo la vinculación conun centro eclesiástico era únicamente una posibi-lidad, pero no se atenía a los criterios específicosdel espacio funerario, sino más bien a su relacióncon un determinado punto del paisaje –las igle-sias–, sin tomar en consideración otros posiblesfactores, ni la propia ordenación de las tumbas.Por otro lado, J. I. Padilla y K. Álvaro (2010:279-282) han planteado, a partir del análisis delalto Arlanza, la existencia de tres categorías. Porun lado, las grandes necrópolis, con más de 100enterramientos y dispuestas en torno a una iglesia ocentro de culto, donde la disposición de las tumbassugiere un orden comunitario; un segundo tipo

que serían los conjuntos menores, entre 10 y 100enterramientos, que suelen tener un centro deculto, aunque no es posible determinar que verte-bre el espacio funerario; y, por último, lo quedenominan manifestaciones singulares, con menosde 10 sepulturas y asociadas o no a un centro deculto. Esta subdivisión se correspondería con lapresencia de núcleos aldeanos, con asentamientosde menor tamaño y con comunidades dotadas deun bajo nivel de cohesión. Este esfuerzo por dife-renciar y relacionar los distintos tipos de espaciosfunerarios es muy sugerente, pero presenta variosproblemas: la definición de los espacios exclusiva-mente por el número de tumbas y no por suorganización interna, la insistencia casi obsesivaen el aspecto relacional con los centros de culto, laexcesiva regionalización de la muestra –nuestra basede datos, con más de 600 yacimientos, no recogeninguno que alcance ni de lejos la cifra de 100enterramientos– y la relación excesivamente auto-mática entre necrópolis y centros aldeanos, muyprobable, pero que implica que la dispersión detumbas –y hablamos de casos entre 10 y 100 sepul-turas– responde necesariamente a una dispersióndel poblamiento. Por otro lado, los datos arqueoló-gicos sobre esos poblados son muy pobres y no seobservan diferencias en ese nivel entre los vestigiosrelacionados con los núcleos supuestamente aldea-nos y los asociados a un poblamiento disperso.

Nuestra propuesta se basa en la recopilaciónde datos sobre una amplia zona, que incluye lasprovincias españolas de Salamanca y Zamora, asícomo el territorio de la Beira Alta portuguesa(Fig. 3). Contamos con 639 sitios –si bien se tratade una muestra que no es todavía completa–en los que se han documentado tumbas excavadasen roca, aunque la información es muy desigual.Desde luego se trata de una muestra parcial y dealcance regional, aunque de una suficiente densi-dad como para permitir ofrecer una serie de plan-teamientos destinados a la comparación con otraszonas.

A partir de esas coordenadas, pueden diferen-ciarse tres tipos de espacios funerarios. El primerode ellos y el más frecuente es el compuesto portumbas aisladas o formando pequeños grupos,inferiores a 10 tumbas. Se trata de la tipologíamás frecuente (92% del total), como ya han seña-lado otros investigadores (Fabián et al., 1986;

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Marques, 2000: 186-187; Vieira,2004: 74; Tente, 2007: 93; Louren-ço, 2007: 33 y 61)5. Ahora bien, estemodelo admite una enorme variabili-dad, por lo que podría subdividirseen dos tipos. Por un lado, aquellossitios formados por una tumba o porun pequeño núcleo de 2-5 tumbascomo máximo (Fig. 4). Aquí puedehablarse con bastante certeza de lapresencia de inhumaciones aisladas ydiferenciadas, que deben probable-mente asociarse con enterramientosde carácter familiar que se perpetúanen el tiempo, dada la conocida ten-dencia a la reutilización de estastumbas (Amaral, 2001). Por tanto,crean una memoria vinculadas a esasfamilias y a individuos concretos,que se inscriben en el paisaje (Mar-tín Viso, 2011: 234-235). Por otro lado, los sitiosque disponen de 6 a 10 tumbas suelen incluirvarios pequeños núcleos o dispersarse por áreasmás extensas que los formados por 1-5 tumbas.Podría tratarse de una situación semejante a laanteriormente enunciada, pero quizá sean el reflejode áreas de inhumación más extensas; las profun-das transformaciones en el paisaje rural desde suabandono habrían ocultado o destruido parte deesos espacios funerarios (Martín Viso, 2007: 28).

Ese subtipo podría ser, por tanto, una imagendistorsionada del segundo tipo que proponemos:las necrópolis desordenadas. Se trata de espaciosfunerarios con más de 10 enterramientos; es evi-dente que hablar de necrópolis con 11 tumbaspuede resultar exagerado, pero ese número seríaun mínimo regional, que puede modificarse enotros casos. Estas necrópolis estarían formadaspor espacios destinados específicamente a lainhumación, áreas en las que se distribuyen demanera aleatoria las tumbas, aisladas y/o for-mando pequeños núcleos6. El aparente desorden

probablemente provenga del hecho de que laelección concreta de cada lugar de enterramientose llevase a cabo por las familias o individuos,pero dentro de un ámbito geográfico específicoreconocido por un conjunto más amplio. Parecefactible pensar que se trataría de un tipo de esce-nario en el que hay comunidades que han segre-gado este espacio para la inhumación, aunqueno hay estructuras de poder que organicen direc-tamente la gestión de la necrópolis. Por tanto,

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5 Se trata de un modelo bastante generalizado enotras regiones (Bohigas Roldán, 1986; González Cordero,1998; Martín Viso, 2000: 142; López Quiroga, 2004;Barroca, 2010-2011: 139-140).

6 Este modelo aparece bien documentado en Soria,con ejemplos notorios como Tiermes (De la Casa Martí-nez, 1992; Gutiérrez Dohijo, 2001).

FIG. 3. El centro-oeste de la Península Ibérica.

FIG. 4. Un ejemplo de tumbas aisladas: la Ribeira deAguiar (Riba Côa, Portugal).

estaríamos ante inicia tivas comunitarias que respe-tan, sin embargo, cierta autonomía para la me -moria familiar, gracias a la elección de núcleosdiferenciados (Fig. 5). Este modelopuede observarse en el sitio de S. Gens(Forno Telheiro, Celorico da Beira),donde las excavaciones emprendidaspor Catarina Tente han permitidoconocer el poblado asociado que se data entre los siglos IX-X (Tente,2009: 148-149; 2010: 203-264).Pero hay otros casos semejantes comoNegrelhos (Manigoto, Pinhel), Forca-das (Matança, Fornos de Algodres) oSan Simones (Sanchicorto, Ávila),entre otros (Díaz de la Torre et al.,2005; Larrén, 1985: 116; Marques,2000: 56-60; Martín Viso, 2009:125-126). Es posible que en algúncaso, el poblado altomedieval quedio lugar a la necrópolis haya sidoamortizado por la población actual,como sucede en Tapada do Anjó(Tente, 2007: 59).

El último tipo sería el de las necrópolis detumbas agrupadas y alineadas. Poniendo de nuevocomo límite inferior las 10 tumbas, se trataría deaquellos sitios en los que se detecta una fuerteagrupación de las tumbas, sin que haya núcleosaislados bien definidos. Además las sepulturas seencuentran alineadas, con una clara tendenciahacia la orientación común. Este modelo esmucho más infrecuente. Un ejemplo sería Tranco-so, donde las tumbas situadas frente al actual tri-bunal de justicia son una muestra de un conjuntoposiblemente más amplio (Fig. 6); se trata de 18tumbas, todas ellas agrupadas y con una orienta-ción común (Ferreira, 2000: 368). En mi opi-nión, este tipo de inhumaciones responde a unacomunidad en la que hay algún tipo de poder quegestiona y organiza el espacio funerario. Se trata-ría de un paisaje jerarquizado, en el que hay unamemoria de la comunidad controlada y gestiona-da por una instancia de poder, que ha restringidoo eliminado la capacidad de gestión de la memo-ria familiar.

Estos tres grandes tipos responderían a iniciati-vas cualitativamente diferentes y darían comoresultado modelos de construcción de la memoriay del paisaje distintos, aunque no necesariamenteopuestos: uno basado en las tradiciones familiares,otro asociado a una identidad probablemente

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FIG. 5. Núcleo de tumbas en una necrópolis desordena-da: Forcadas (c. Fornos de Algodres).

FIG. 6. Un fragmento de una necrópolis de tumbas agrupadas y alineadas:Tribunal-Santo Tomé (Trancoso).

comunitaria, aunque con claras pervivencias fami-liares, y un tercero con una gestión más centraliza-da, sin que haya una clara percepción de estrategiasfamiliares. Cabe resaltar la ausencia de grandesnecrópolis que dispongan de un centenar o másde enterramientos, que, en cambio, sí se docu-mentan en otras zonas, como sucede en algunosyacimientos situados en el alto Ebro (Castillo,1972; Palomino Lázaro y Negredo García, 2011),por lo que debe entenderse como una variableregional. Esa ausencia no significa que las comu-nidades de la zona centro-oeste peninsular fuerannecesariamente más reducidas, pues hay que valo-rar la intensa reutilización de las tumbas, asícomo la presencia de varios núcleos asociados aun mismo lugar.

3. Las tumbas y sus conexiones con el territorio

La delimitación de una serie de tipologías debecomplementarse con un estudio de las relacionesde los sitios con tumbas excavadas en roca conotras realidades del territorio, con el objetivo decomprender mejor cómo se articulan los espaciosfunerarios dentro de la estructuración de un pai-saje (Williams, 2006: 181). Con esta finalidad,puede establecerse una serie de elementos quedeben estudiarse, un elenco que exponemos sim-plemente como una propuesta de análisis.

En primer lugar, las tumbas deben relacionarsecon los núcleos residenciales, a partir del hecho deque quienes escogieron enterrar a sus deudos enlos espacios funerarios debían habitar en las cerca-nías. Es cierto que el poblamiento rural altome-dieval sigue siendo en buena medida elusivo, perolos avances que se han dado en zonas como Álavao Madrid (Vigil-Escalera, 2009; Quirós Castillo,2011) invitan a repensar nuestras estrategias y amatizar la idea de una dispersión generalizada(Martín Viso, 2009). En tal sentido, las tumbasexcavadas en la roca pueden ser un indicio par-cialmente visibilizador del poblamiento. Por esarazón, debe plantearse el análisis de las posibleshuellas de ese elusivo poblamiento en un radiocercano (1 km alrededor del espacio funerario), loque proporcionará además evidencias para unamás correcta cronología. En un alto porcentaje decasos estudiados en el centro-oeste peninsular, se

documenta en las inmediaciones de los sitios contumbas excavadas en roca la presencia de tégulasu otros materiales de construcción (Fabián et al.,1986; Marques, 2000: 210; Perestrelo, 2003).Esta posible asociación plantea, sin embargo,serios problemas, ya que normalmente el númerode fragmentos es muy bajo, lo que dificulta sucapacidad informativa, a lo que se añade el hechode que no hay una clara evidencia de sincroníaentre esos materiales y las sepulturas (Tente yLourenço, 1998).

Otro aspecto importante, y muy ligado alanterior, es la relación con los núcleos jerarquiza-dores del territorio. Tales puntos jerarquizadoresserían principalmente sitios de altura y civitates.Habría que preguntarse si hay o no conexión conestos núcleos, cuando puedan ser identificados, y,en caso positivo, qué tipo de organización tienenesos espacios funerarios. Ya se ha planteado cómolas áreas de inhumación con tumbas excavadas enroca de esos centros de poder parecen situarseextramuros, en puntos posiblemente bien conec-tados con entradas, lo que quizá tenga mucho quever con la organización de una memoria colectivadel núcleo de poder y la sociedad que allí habita(Martín Viso, 2011: 230-232).

Un tercer factor que debe valorarse es la aso-ciación entre sepulturas y centros de culto. Setrata de una relación a la que se ha concedido unaenorme importancia en los trabajos. Desde luegoalgunas evidencias abogan por la relación entretumbas excavadas en roca y centros eclesiásticos,como sucede en Cataluña con dataciones del s. X(Roig Buxó, 2009: 244), si bien en la propiaCataluña se ha indicado que la mayoría de lossitios con tumbas no presentan esa correlacióncon iglesias (Bolós y Pagés, 1982). En cualquiercaso, es interesante comprobar las conexionesentre ambos elementos, en la medida en que esarelación expresaría un control de los ritos deinhumación por parte de entes eclesiásticos. Sinembargo, los datos de los que disponemos para elcentro-oeste peninsular hablan de una bajísimarelación entre tumbas y centros eclesiásticos(13,15%)7. Esa asociación es en muchas ocasionesaparente, pues se trata de microhagiotopónimos

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7 Véanse los datos de Lourenço, 2007: 47, 50-51, 77;también Tente, 2007.

–poco relevantes– o simplemente amortizacionesde necrópolis previas (Martín Viso, 2007: 32-33).Por consiguiente, parece que hay una gestión delos espacios funerarios y de la memoria que res-ponde a iniciativas familiares y comunitarias, conuna escasa intervención eclesiástica, lo que coinci-de con los procesos que se detectan en la Europaoccidental altomedieval (Lauwers, 1996; Devlin,2007).

También resulta de interés la vinculación conyacimientos de épocas previas. Los análisis realiza-dos en otras zonas europeas han desvelado laimportancia que en algunos casos supone la cer -canía de las necrópolis altomedievales con mo -numentos prehistóricos o importantes restosromanos, llegándose en ocasiones al reaprovecha-miento (Williams, 1998; Effros, 2001; Lucy yReynolds, 2002; Thäte, 2009). Esta situaciónestaría en relación con la permanencia de algúntipo de simbolismo en el paisaje, normalmente decarácter prestigioso, que se centraría en tales pun-tos. Así sucedería con determinados yacimientospróximos a lugares con evidencias de ocupaciónromana en forma de materiales de calidad, comosucede en Casa da Fonte Arcada (Vale de Azares,Celorico da Beira) (Lobão, Marques y Neves,2006: 32) o Verdugal (Malhada Sorda, Almeida)(Perestrelo, 2003: 90), lo que no necesariamenteimplicaría una continuidad desde el poblamientoromano al altomedieval, o con la aparición detumbas dentro de centros que posiblemente handejado de estar habitados, pero mantienen un sig-nificado relevante, como ocurriría en Penedo dosMouros (Tente, 2009:146).

Un aspecto esencial es observar qué relación seestablece entre las áreas funerarias y las posibleszonas de explotación económica, fundamental-mente de carácter agroganadero. Es probable queexista una estrecha conexión entre la elección dedeterminados yacimientos con tumbas excavadasen roca –especialmente tumbas aisladas y necró-polis desordenadas–, con criterios vinculados a laafirmación de derechos de propiedad, familiaresy/o comunitarios sobre determinadas áreas agro-ganaderas (Härke, 2000; Williams, 2006: 197).Quizá se utilizase la memoria de los antepasadoscomo un mecanismo que garantizaría el controlde determinadas tierras (Laliena y Ortega, 2005;Martín Viso, 2007; Rubio Díez, 2011), una

memoria que podría alterarse en el caso de que seprodujese una transferencia de dichos bienes.

Otro aspecto es el estudio de la posición de lastumbas dentro del ámbito geomorfológico, quepermite comprender los patrones a la hora de ele-gir un emplazamiento. En tal sentido, habría queestudiar la selección de determinadas zonas porsus condiciones geomorfológicas, tales como lapresencia de bolos graníticos destacados (Bolós,1987), la posición del sitio en ladera, muy fre-cuente en la Beira (Lobão, Marques y Neves,2006; Lourenço, 2007: 43, 73), o en llano –mucho más habitual en las necrópolis agrupadasy alineadas– y la relación con cursos fluviales. Unanálisis de este tipo debe sobre todo incidir en lavisibilidad de las tumbas, tanto en su capacidadde ver como de ser vistas.

En estrecha relación con lo anterior, las vías decomunicación locales y los límites serían otro ele-mento dentro del territorio que debe conectarsecon los espacios funerarios (Gutiérrez Dohijo,2001; Thäte, 2009), algo que también se detectaen la región de estudio (Lourenço, 2007: 43).Aunque es muy difícil reconstruir los patrones yestatus de caminos y senderos, la idea es que tum-bas y monumentos funerarios se encontrabancerca de esos caminos (Williams, 2006: 182). Estasituación puede ser especialmente interesante enel caso de las tumbas aisladas, pues las necrópolisparecen disponer de una comunicación más evi-dente. Esta relación con las vías de comunicaciónlocales se explica porque eran puntos por dondepasaban las gentes que componían el público alque se destinaba ese mensaje y que conocíanquién o quiénes estaban allí enterrados. Dentro deeste factor, también cabría destacar la posibilidadde que los sitios con tumbas excavadas en roca seencuentren asociados a límites locales, de peque-ños territorios o de propiedades, un aspecto quehan destacado los análisis en la Inglaterra anglo-sajona (Lucy, 2002). Sin embargo, no se ha podi-do de momento demostrar esa posibilidad en elcentro-oeste peninsular, aunque convendría ahon-dar en ese aspecto.

Una última variante sería la presencia de otrosespacios funerarios cercanos, que podría vincular-se con fases cronológicamente diferenciadas quepermitirían observar las transformaciones del pai-saje y de la memoria asociada a las inhumaciones.

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De especial importancia son las posi-bles necrópolis asociadas a las iglesiasparroquiales, en el caso de que pue-dan ser detectadas. Pero debe tam-bién tenerse en cuenta que losespacios funerarios pueden alojardistintos tipos de enterramiento y seconocen casos de convivencia detumbas excavadas en la roca, sarcófa-gos y tumbas de lajas (Ollich, 1982;Yáñez et al., 1994; Palomino Lázaroy Negredo García, 2011). Esta pluralidad, quepodemos ver en sitios de la provincia de Ávilacomo Fuente de la Zorra (Cabezas del Villar) oLa Coba (San Juan del Olmo), podría deberse aun mantenimiento en el tiempo del espacio o a laexistencia de memorias diferenciadas, que utilizanmecanismos diversos para llevar a cabo el enterra-miento (Fig. 7).

4. El caso de la región de Ciudad Rodrigo

Todas estas reflexiones de alcance teórico ymetodológico deben comprobarse con los datosempíricos de los que disponemos. Se ha definidoun amplio espacio regional, el centro-oeste penin-sular, que posee unas características históricas ygeográficas propias a lo largo del periodo altome-dieval. A pesar de la existencia de una serie de ras-gos semejantes –débil jerarquización territorial,influencia cultural andalusí, ausencia de fuertesestructuras de poder–, derivados de una evoluciónhistórica muy parecida, hay considerables diferen-cias internas. Mientras buena parte de estas áreaspermanecieron en un estadio de fuerte ruralizacióny con una débil conexión con los poderes centra-les, algunos puntos (Viseu, Salamanca) destacaronpronto como centros políticos de relativa impor-tancia, estrechamente asociados al poder central.Esta misma variabilidad se observa en el caso delas tumbas excavadas en la roca, muy frecuentes entodas las comarcas –aunque su número desciendeen las comarcas más meridionales de la parte espa-ñola, debido a los suelos de origen terciario– y conunas tendencias más o menos generales.

Para llevar a cabo un análisis más específico, seha elegido la región de Ciudad Rodrigo. Se tratade una zona para la que se dispone de un denso

material informativo acerca de las tumbas excava-das en roca y representa un área en la que parecehaber predominado una lógica social campesinaen la Alta Edad Media (Rubio Díez, 2011), por loque es representativa de las tendencias generalesque se observan en el centro-oeste peninsular. Loslímites de este amplio sector serían el río Águeday la actual frontera portuguesa por el oeste, hastala desembocadura del Águeda en el Duero, quemarcaría el punto más septentrional; por el sur, lasierra de Gata marcaría un hito delimitador,mientras que por el este llegaría hasta una serie depequeñas serranías (Carazo, Torralba) que culmi-narían en la sierra de Camaces. Por tanto, seincluyen las comarcas de El Rebollar y de El Aba-dengo. Se trata de una región de 1300 km2,donde se conocen 60 yacimientos (Fig. 8) contumbas excavadas en roca8.

Los parámetros que se detectan en la región deCiudad Rodrigo son similares a los de otras zonasdel centro-oeste peninsular, con un claro predo-minio de las tumbas aisladas, con un máximo de5 sepulturas, que definen a 48 de los sitios (80%).Del subgrupo compuesto por los sitios de entre 6y 10 tumbas, aparentemente aisladas, pero quepodrían corresponder a necrópolis desordenadas,nos encontramos con 4 ejemplos (6,7%). Por últi-mo, disponemos de 7 necrópolis desordenadas(11,6%), mientras solo existe una necrópolisordenada (1,7%). Sin embargo, cabe hacer algu-nas apreciaciones, ya que algunas de las necrópolisdesordenadas podrían ser de tipo agrupado. Asísucede en La Colmenera, lugar situado en unpequeño altozano en la localidad de Sobradillo de

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8 Partimos de los datos recogidos en el inventarioarqueológico de la provincia de Salamanca y las informa-ciones recogidas in situ.

FIG. 7. Tipologías y factores de análisis de relación con el territorio.

los Aires, en cuya necrópolis, que parece externa aun posible sitio de altura, conviven tumbas exca-vadas en roca y de lajas; estas últimas aparecenperfectamente ordenadas, por lo que podría tra-tarse de un modelo alineado quizá sincrónico a lastumbas excavadas en roca. Tampoco se conocenadecuadamente las características internas de lanecrópolis situada en la finca privada de El Gar-dón, un lugar que presenta un amurallamientomal conocido y donde habría al menos 12 tumbas,aunque otras informaciones hablan de una cincuen-tena (Maluquer, 1956).

Se conoce mal la relación entre losyacimientos con tumbas excavadas enroca y los espacios residenciales, debi-do a que no se han desarrollado pro-yectos destinados a sacar a la luz elpoblamiento altomedieval, pero tam-bién al hecho de que debieron cons-truirse con materiales perecederos y aque las condiciones de visibilidad sue-len ser deficientes, pues son tierrasdedicadas al pastizal o áreas agrariasabandonadas hace decenios. Se hadetectado en algunas ocasiones la pre-sencia de materiales constructivos ocerámicas comunes en las inmediacio-nes de algunos de estos sitios, aunquela relación con los espacios funerariosy la cronología de tales restos son dis-cutibles. Llama la atención que losposibles centros de poder tardoanti-guos y postromanos, como los castrade Las Merchanas, Irueña y Lerilla,no dispongan de ese tipo de necrópo-lis, aunque sí aparecen en Saucelle,donde se han documentado cuatrotumbas. De hecho, las sepulturas quese encuentran en Irueña –tres y otradesplazada en el molino del Sobrao(Rubio Díez, 2011: 205-208)– res-ponden a un patrón distinto al que seobserva en otros sitios semejantes, yaque se encuentran dentro del espacioamurallado, y no fuera. Una posibleexplicación reside en la elección deciertos elementos del paisaje recor -dados como relevantes, aunque nonecesariamente operativos, como

puntos de un enterramiento de prestigio. En cam-bio, sí que hay una relación con nuevos ejes territo-riales, como puede ser Ciudad Rodrigo (ViñéEscartín y Larrén Izquierdo, 1993-1994). Es pro-bable que el lugar de El Gardón responda a unmodelo de eje territorial microcomarcal, debido asu amurallamiento que podría ser un indicio, aun-que de cronología mal definida, de esa condición.

En cuanto a la relación efectiva entre las tum-bas excavadas en roca y la presencia de centroseclesiásticos es nula. En algún caso, como sucedeen Robleda, la tumba ha sido desplazada de su

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FIG. 8. La región de Ciudad Rodrigo (Salamanca): localización y princi-pales yacimientos citados en texto.

lugar original, para trasladarse a la parroquiaactual. En Ciudad Rodrigo, la iglesia románico-mudéjar reconocida en 1992 se asocia a unanecrópolis (Viñé Escartín y Larrén Izquierdo,1993-1994), pero los datos parecen avalar unaamortización del espacio funerario por la referidaiglesia. Por otra parte, hay algunos pocos ejemplosde cercanía a lugares con una ocupación previa,como es el caso ya señalado de Irueña. En cuantoa la localización geomorfológica de estos lugares,tanto algunos análisis específicos (Martín Viso,2009) como otros que abarcan áreas subcomarca-les (Rubio Díez, 2011) destacan la preferencia poráreas cercanas a las riveras o pequeños cursos flu-viales, en puntos desde los que se dominan lasnavas, es decir, los espacios más fértiles de estesector de la penillanura.

Interesa ahora aportar casos específicos quepermitan analizar los sitios con tumbas excavadasen roca desde los parámetros que hemos indicadopreviamente. Para ello utilizaremos una serie deyacimientos que han podido ser comprobados insitu gracias a una prospección extensiva de lacomarca. Un primer ejemplo sería el de Campa-nario, en el término municipal de Fuenteliante(Martín Viso, 2011: 233-234)9. Este lugar se sitúaen un paisaje suavemente alomado, próximo a larivera de Campos Carniceros. Las tumbas seemplazan en una pequeña ladera orientada hacia eleste, en cuya parte más baja hay numerosas char-cas. Además observamos –en la visita realizada allugar se detectaron 10 sepulturas– que se distribu-yen de forma aislada o en núcleos, uno de ellos de 4tumbas. Se trata, por tanto, de un patrón del tipode tumbas aisladas, pero del subgrupo formado poraquellos sitios que posiblemente indiquen la presen-cia de necrópolis desordenadas. No muy lejos deallí, a unos 20 m al suroeste de una edificaciónactual, en un espacio donde se cultiva el cereal, seemplazaría, según datos del inventario arqueológi-co de la provincia de Salamanca, un pequeñoasentamiento del Bronce Antiguo, reconocido por

la existencia de fragmentos de cerámica elaboradaa mano, de tamaño medio, rodada, con cocciónoxidante y desgrasantes de tamaño medio de cuar-cita, granito y mica, así como un galbo carenado.Sin embargo, esta escueta descripción –pues nohemos tenido acceso a tales materiales– no es suficientemente diagnóstica y podría tratarse decerámicas propias de un momento altomedieval.Podría tratarse de los vestigios de un espacio resi-dencial, aunque los restos son excesivamente esca-sos para constituir una evidencia. La posición delas tumbas parece indicar una intencionalidad de integrarse en un área de nava, al mismo tiempoque son visibles desde el punto más bajo de lazona, ocupado por las charcas señaladas. Parecebuscarse una relación con los espacios de mayorescapacidades ganaderas, sobre los que estas tumbasse sitúan o directamente se encuentran. Por otrolado, este lugar está perfectamente comunicadopor una vía local que conecta todo este pequeñosector, la dehesa de Centenares, situada a más de 7 km de la localidad de Fuenteliante. A unos500 m al sur, en las inmediaciones de la rivera deCampos Carniceros, y siguiendo el camino yaseñalado, se halla el lugar de Santa Marina, dondese conserva la memoria oral de una posible ermi-ta, emplazada en una pequeña loma. En esepunto se ha encontrado numerosa mamposteríade granito en superficie, pero no hay evidenciasclaras de la existencia de un centro eclesiástico,que, de haber existido, no remitiría necesariamen-te a la época altomedieval. En tal sentido, no debeinterpretarse automáticamente la presencia de unmicrohagiotopónimo con la existencia de un cen-tro de culto, ya que resulta habitual que la memo-ria paisajística local designe de esa forma acualquier pago que ha perdido sus funciones, seanéstas las que fueran. Por otro lado, las fuentesmodernas (Sánchez Cabañas, 2001; respuestasgenerales del Catastro de Ensenada) no citan lapresencia de ermita alguna. Otra posibilidad, queresulta más factible, es que fuese un pequeñonúcleo residencial, incluso de época moderna10.En la parte más baja, justo por encima de la vegaque forma la rivera de Campos Carniceros, se

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9 El microtopónimo podría esconder la presencia dealgún tipo de centro eclesiástico, pero no hay evidenciasmateriales de ello. Debe recordarse que es una prácticafrecuente asociar los lugares desfuncionalizados dentro delpaisaje local con iglesias y ermitas, independientementede que existieran o no, o que fueran coetáneas a los restosdocumentables.

10 Hay que señalar cómo esta zona sufrió una intensareordenación en el s. XVIII, producto de la despoblaciónrelacionada con los conflictos con Portugal y la refunda-ción en 1784 de la localidad de Fuenteliante.

localizan 5 tumbas, todas ellas aisladas que, sinembargo, eluden la estrecha franja aluvial, mar-cando un espacio de uso funerario que no seintroduce en la zona de mayores posibilidadesagroganaderas.

Hay varios aspectos que conviene destacar.Uno de ellos es la hipotética existencia de unnúcleo residencial asociado al lugar de Campana-rio, que es mucho menos evidente en el caso deSanta Marina (Fig. 9). Por otro lado, en amboscasos la localización se asocia estrechamente a lavisibilidad desde los espacios productivos, por loque esta función parece esencial dentro del signi-ficado de las tumbas. No puede hablarse de unarelación con un centro eclesiástico, por lo queestaríamos ante una organización efectuada a par-tir de iniciativas familiares o quizá comunitariasen el caso de Campanario. Por último, se observala convivencia entre dos tipologías, que puedenhaber sido coetáneas –una iniciativa comunitariano elimina la posibilidad de iniciativas familiares–o responder a fases cronológicamente diferencia-das. Por tanto, se trataría de la creación de hitosreferenciales en el paisaje vinculados a los aprove-chamientos agroganaderos.

Se pueden observar elementos semejantes en elcaso de los sitios arqueológicos con tumbas exca-vadas en roca localizados en Villar de Ciervo.

Parte de este término municipal esatravesado por la rivera del Lugar odel Lagar, un pequeño curso de aguaque desagua en la rivera de DosCasas (Martín Viso, 2009: 130-131).Al norte de la localidad actual, ysiguiendo el camino de Monteguar-dado, se encuentra el lugar de CallejaLagar o Álamo Blanco, donde seconservan cuatro tumbas en unaladera sobre la margen izquierda dela rivera, a pocos metros del caminoseñalado. Estos enterramientos seemplazan en un punto que controlael área más fértil de este pequeño sec-tor de la penillanura, cerca de unavía de comunicación local, aunquelas tapias de división de las propie-dades, posteriores a las tumbas, hanmodificado las condiciones de visibi-lidad. Por otro lado, en la margen

derecha y a unos 400 m al sur del anterior, en unlugar actualmente de difícil acceso por el abando-no de las tierras de cultivo, aunque posiblementeconectado en su momento por el camino de Val-devante, se encuentra el lugar de Valdeviña. Aquíse conocen dos tumbas bastante deterioradas en ladenominada Peña de los Enamorados y otras dossepulturas a unos 120 m de las anteriores. Aligual que en el caso de Calleja Lagar-Álamo Blan-co, se emplazan sobre una ladera orientada haciala rivera, pero alejándose de los espacios más fera-ces (Fig. 10). En ninguno de los dos casos seconoce una relación con un centro de culto, perose detecta en cambio una clara intención deemplazar las tumbas en lugares con buenas condi-ciones de visibilidad, que dominan el espacio deribera, el más feraz, aunque la abundancia actualde matorrales y el abandono de las áreas de culti-vo distorsionan ese paisaje. Por tanto, hay unarelación con los espacios de producción y con unafácil conexión a través de caminos locales. Encuanto a la asociación con espacios residenciales, aunos 100 m de un paso de la rivera, sobre unaladera emplazada en la margen derecha y equidis-tante de los núcleos de tumbas, hay algunas oque-dades en la roca. Se trata de un indicio muyendeble de una posible zona residencial, con unacronología además indefinida.

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FIG. 9. Plano de los yacimientos de El Campanario y Santa Marina(Fuenteliante, Salamanca).

Este modelo es diferente al delyacimiento de Camporredondo (Mar -tín Viso, 2011: 233), situado en elmismo término municipal de Villarde Ciervo, pero a unos 7 km al nor-oeste, a pocos metros de la actualfrontera con Portugal, delimitada eneste punto por el río Turones-Turões.A este lugar se accede actualmentecon alguna dificultad desde la alque-ría de Camporredondo, pero el mapatopográfico 1:50000 del año 1945presenta un camino que llegaba di -rectamente hasta ese lugar. En esepunto, se conoce una pequeña edifi-cación de tipo religioso y estilo góti-co, emplazada en un lugar aislado,que conserva elementos constructivosy decorativos de cierta calidad, identi-ficada con el microtopónimo Sacris-tía. Al lado, hay otro edificio más moderno, juntoal cual se observan restos de material pétreo disper-sos por la superficie, que debe corresponder a antiguas edificaciones. También se documenta lapresencia de ciertos taludes soterrados en las inme-diaciones. En superficie no se aprecian restos cerá-micos, pero sí algunas tejas, por lo que puedeconjeturarse que este espacio correspondería a unárea residencial. Por otra parte, a unos 200 m alnordeste, y una vez atravesado un cauce estacionalde agua, se encuentra la necrópolis, situada a medialadera de un pequeño promontorio, desde el que sedomina el torrente señalado. Aquí se han podidodocumentar 11 tumbas, distribuidas de manera ais-lada o en agrupaciones de 2 tumbas, por lo queestaríamos ante una necrópolis desordenada (Figs.11 y 12). Esta necrópolis podría relacionarse hipo-téticamente con un espacio residencial que seencontraría en el sector que actualmente ocupa ellugar llamado Sacristía. Las tumbas se encuentransituadas en un espacio que domina el pequeñoterreno circundante, una nava bien irrigada, sus-ceptible de usos agroganaderos. La asociación conel centro de culto es dudosa, ya que la datación deeste, a tenor de las soluciones estilísticas utilizadas,parece ser bajomedieval. Quizá pueda identificarsecon la granja de Turones, perteneciente a SantaMaría de Aguiar en 1194, uno de cuyos límites erael torrente de Campo Rotundo (González, 1944:

doc. 78). En tal caso, pudo crearse un pequeñocentro de culto en época pleno o bajomedievalque utilizó el solar de un asentamiento quizá yaabandonado.

De los casos de Villar de Ciervo se infiere quela conexión con áreas residenciales es mucho másfácil de detectar en los casos de necrópolis desor-denadas, mientras que las tumbas aisladas no tie-nen una conexión tan aparente. Una hipótesis esque las tumbas aisladas funcionasen sobre todocomo hitos paisajísticos, relacionados con dere-chos de propiedad o delimitaciones, por lo que sesituaban cerca de áreas de cultivo, pero algo másalejadas de un núcleo habitacional, fuese deltamaño que fuese. Más que hablar de un elusivopoblamiento disperso, cabría pensar en una elec-ción motivada por las funciones y los significadosde las tumbas como marcadores de un paisaje enel que las familias disfrutaban de una gran capaci-dad de actuación. No obstante, la posible cone-xión con hallazgos de tégulas y de cerámicascomunes, que en muchas ocasiones se datan en elperiodo romano, podrían ser indicios de algúntipo de asentamiento asociado a las tumbas. Sinembargo, los datos son insuficientes, pues ni tene-mos certeza con las cronologías ni tampoco es evi-dente la relación entre ambos elementos. Encambio, las necrópolis desordenadas formaríanparte de una articulación del paisaje en la que el

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FIG. 10. El área de la rivera del Lagar o Lugar (Villar de Ciervo, Salamanca).

peso de la identidad comunitaria era más fuerte,por lo que la cercanía al asentamiento resultabauna elección adecuada: un espacio de representa-ción dentro de un pequeño territorio local, querecordaba a los ancestros de esa comunidad.

Pero ¿sucede siempre así? Otrocaso de necrópolis desordenada seríael de Dehesa de Medinilla. Este sitiose encuentra en el término munici-pal de Bañobárez, a unos 3 km dedicha localidad. Se accede a estepunto a través de un camino llama-do precisamente de Medinilla. Ellugar se encuentra sobre una suaveladera, en un espacio de penillanura.Aquí se han encontrado 16 tumbas,que se distribuyen en pequeñosnúcleos, alguno de los cuales tienehasta 4 sepulturas, y en tumbas ais-ladas, todas ellas localizadas en unespacio de alrededor de media hectá-rea al oeste de las casas de la dehesa,aunque también hay algunas hacia el este (Fig. 13). Es probable quehubiera más y se aprecian posiblesrestos de algunas de ellas, pero debeseñalarse la fuerte antropización dellugar, actualmente una dehesa deganado porcino, por lo que ha habidoprofundas alteraciones. En cualquiercaso, se observa la típica distribuciónde las necrópolis desordenadas, muycerca del regato de las Medinillas, porlo que podría estar marcando undominio visual sobre ese pequeñocauce fluvial. No hay ninguna asocia-ción a un centro de culto, pero tam-poco parece clara la relación con unespacio residencial. Maluquer (1956:100) mencionaba restos de mosaicoy de tejas romanas en el lugar llama-do Las Pizarras, en la parte orientalde la dehesa, pero las prospeccionesllevadas a cabo con motivo de la ela-boración del inventario arqueológicoprovincial no han encontrado vesti-gio alguno11. Por tanto, no siemprese puede observar la relación entrenecrópolis desordenadas y un área

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11 Un documento de 1434 cita el lugar de Medinilla ala hora de delimitar los términos de San Felices y CiudadRodrigo (Barrios García et al., 1988: doc. 255). Sinembargo, esa referencia no puede ponerse en relación conlas tumbas excavadas en roca.

FIG. 11. Núcleo de tumbas de la necrópolis de Camporredondo (Villar deCiervo, Salamanca).

FIG. 12. Plano del yacimiento de Sacristía-Camporredondo (Villar de Cier-vo, Salamanca).

residencial cercana, aunque no debendesdeñarse la dificultad de detectaruna edilicia construida en materialesperecederos y la fuerte antropizaciónque ha sufrido el lugar, que habríaafectado especialmente a ese tipo deestructuras.

Por último, cabe señalar el casode Ciudad Rodrigo. En 1992 se rea-lizó una intervención arqueológicaen un punto situado entre la puertay el cuerpo de guardia de San Pela-yo, al este de la ciudad (Viñé Escar-tín y Larrén Izquierdo, 1993-1994).Este punto se encontraba extramurosdel recinto amurallado primitivo, delos siglos XII-XIII (Larrén Izquierdo yGutiérrez González, 1999), del quedistaba tan solo unos 50 m, en unemplazamiento que quizá se vinculea una vía de entrada y salida. En estelugar se ha encontrado una edifica-ción religiosa de pequeñas dimensiones, que debecorresponder a la antigua parroquia de San Pela-yo, sobre la cual Sánchez Cabañas (2001: 123,157) informaba de su estado ruinoso en torno a1627. Las características formales y constructivasdel edificio lo sitúan en el horizonte de las deno-minadas iglesias romano-mudéjares, con una cro-nología de los siglos XII-XIV. Algunos escasosrestos cerámicos hallados en la excavación –unaolla con incisión en el hombro, dos cuencos, unode ellos decorado con líneas paralelas bruñidasen el interior, y una jarra y un cántaro con elfondo marcado con un aspa inserta en un círculo,todo ello realizado en arcilla sedimentaria y coc-ción oxidante, según recoge la publicación citada–coincidirían con las dataciones más antiguas parael edificio (siglos XI-XII). Al mismo tiempo, sepudo documentar una importante necrópolis (Fig.14), que se distribuía tanto hacia el interior comohacia el exterior del edificio. La información publi-cada habla de 44 tumbas, 19 en el exterior, conuna gran variedad de tipologías. Sin embargo, solose documentan después 22 tumbas, de las cuales18 estaban excavadas en el nivel natural, de tipoantropomórfico y de bañera, junto a dos tumbasde ladrillo, una de lajas y un sarcófago monolítico,una pieza reutilizada, ya que formaba parte de la

fábrica de la iglesia, en el muro adosado al exteriorde la cabecera.

Los datos ofrecen algunas dudas, más allá delos problemas sobre la cuantificación de la necró-polis, que, en cualquier caso, parece ser bastantemayor de lo que se pudo exhumar en su momen-to. Una de ellas se refiere a si los distintos tipos de sepulturas pertenecen a una misma fase o no; deser coetáneas, nos encontraríamos con un ejemplode convivencia de distintos modelos de inhuma-ción. Sin embargo, los trabajos efectuados en laiglesia de Santa Elena de Ledesma (Salamanca)apuntan a una primera fase caracterizada por lastumbas excavadas en la roca, seguida de otra en laque serían más frecuentes las de lajas (Alacet,2006). Por otro lado, tampoco se plantea con cla-ridad la relación entre la iglesia y las tumbas, aun-que se pueden rastrear algunos datos de interés. Elplano que acompaña a la publicación parece mos-trar una necrópolis con tumbas agrupadas y conuna clara tendencia a la alineación, aunque no seha podido identificar todo el espacio debido alconsiderable arrasamiento de las estructuras. Portanto, es posible afirmar que estaríamos ante unanecrópolis de tumbas agrupadas y alineadas.Llama la atención que se hallase una estela discoi-dea in situ, lo que implicaría la utilización de una

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FIG. 13. Núcleo de tumbas de la necrópolis de dehesa de Medinilla (Baño-bárez, Salamanca).

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FIG. 14. Plano de la necrópolis e iglesia de San Pelayo (Ciudad Rodrigo) (de Viñé Escartín y Larrén Izquierdo, 1993-94: 176).

herramienta para la memoria; a pesar de ser ane-pigráfica, dicha estela tendría como función iden-tificar de algún modo a los enterrados. Resultacurioso advertir cómo es el único caso existenteentre los sitios de estudio de la región mirobrigen-se, lo que probablemente sea un síntoma de queeste tipo de necrópolis precisaban una simbologíaespecífica, utilizada para el mantenimiento de lamemoria, así como implicaba el acceso a materia-les elaborados por artesanos.

Esta necrópolis sería anterior a la iglesia, atenor de un par de indicios. El primero de ellossería la propia disposición de las tumbas: seencuentran tanto dentro como fuera del edificio,con una orientación que no casa con la de la pro-pia edificación. El segundo se refiere al ya mencio-nado sarcófago monolítico, que sería un elementoprocedente de la necrópolis, y que se encontrócomo material reaprovechado en un muro adosadoal exterior sur de la cabecera de la iglesia. Precisa-mente la existencia de este sarcófago –que en lasimágenes parece de cierta calidad– podría relacio-narse con individuos de cierto estatus (Barroca,1987: 178). Este lugar es amortizado por una igle-sia erigida en época de la repoblación, que utilizaen su beneficio la existencia de un espacio de altovalor simbólico. Este proceso puede tambiénobservarse en otros puntos del centro peninsular,como Sepúlveda, Fuentidueña, Ledesma, Numãoy Moreira de Rei. En todos estos casos, se repiteuna localización idéntica a la del yacimiento miro-brigense: un espacio de inhumación con tumbasagrupadas y alineadas situado extramuros, perocercano a las murallas, en posiciones de fácil acce-so, junto a posibles vías de entrada y salida. Luga-res que en muchas ocasiones son amortizados porla construcción de iglesias desde finales del XI. Uncaso cercano es la necrópolis encontrada en elpatio de la Universidad Pontificia en Salamanca(González Echegaray, 2000), asociada a una de lasparroquias de la ciudad documentada en el s. XIII,pero que en realidad debió ser amortizada por esta(Martín Viso, 2011: 230).

Una interpretación de estos datos es que lasnecrópolis de tumbas agrupadas y alineadas son unfenómeno característico de determinados puntosjerárquicos. En el caso que nos ocupa, CiudadRodrigo parece haber sido el único centro relevantede la zona, lo que explicaría su elección como cen-tro de la repoblación leonesa a mediados del s. XII y

la extensión de su tierra, donde no había otrosnúcleos semejantes (Barrios García, 1998; MartínViso, 2005). Esta capacidad jerárquica, probable-mente con una escasa formalización, quizá tuvieraun origen en los procesos de repoblación llevados acabo en la Extremadura durante el s. X, que habrí-an facilitado la eclosión de centros neurálgicos enla zona, una suerte de “islas de autoridad”. En talsentido, la mención a Agata en la versión ad Sebas-tianum de la Crónica de Alfonso III entre las civita-tes despobladas por la acción de Alfonso I y suhermano Fruela a mediados del s. VII –que en rea-lidad es una fotografía de cómo era la geografíapolítica de la cuenca del Duero, vista desde la pers-pectiva asturiana, a finales del s. IX– podría ser unindicio del reconocimiento de una cierta preemi-nencia política (Gil Fernández, Moralejo y Ruiz dela Peña, 1985: 133, §13, 8). Es en ese momento ya lo largo del s. XI cuando posiblemente debadatarse la creación y mantenimiento de las necró-polis agrupadas y alineadas. Estaríamos ante instru-mentos de una memoria social relacionada con elnúcleo de poder local, con una comunidad de cier-to prestigio, por lo que se emplazan en sus inme-diaciones. Aquí lo determinante es la visibilidad delcentro de poder. Y es precisamente en esos lugaresdonde se documenta uno de los cambios másmanifiestos: la implantación de nuevas memoriassociales ligadas estrechamente a la Iglesia.

5. Las tumbas excavadas en roca y laconstrucción de los paisajes altomedievales

El análisis de la región de Ciudad Rodrigosirve para ofrecer algunas conclusiones provisiona-les, que deben leerse en una clave regional y nocomo pautas de obligado cumplimiento en todoslos casos. Una de ellas es que las necrópolis desor-denadas parecen relacionarse de manera más estre-cha con la presencia de núcleos residencialesvecinos y la articulación de territorios locales. Setrata de una ordenación de iniciativa comunitaria,aunque no elimina la capacidad de actuación delos grupos familiares. Genera una memoria inte-grada en el paisaje que remite a una conciencia decomunidad. El problema estriba en poder visibili-zar ese elusivo poblamiento altomedieval. En cam-bio, las tumbas aisladas no tienen una relación

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necesaria con la existencia de núcleos poblacionalesen su inmediata vecindad, aunque es evidente queno se encontrarían demasiado lejos. Son lugaresque configuran una memoria asociada a las fami-lias, con criterios de elección condicionados por suspropias necesidades. Por último, las necrópolis ali-neadas y ordenadas son muy escasas en la zona de estudio y estarían relacionadas con centros depoder: situadas en lugares extramuros, podrían serobjeto de una posterior amortización por la cons-trucción de centros de culto que capitalizan en subeneficio esos espacios de la memoria colectiva.

Por otra parte, no parece que iglesias o cual-quier otro centro de culto hayan sido los núcleospolarizadores de estas inhumaciones: se trata deelecciones basadas en criterios extraeclesiásticos.En cuanto a su posición con respecto a los espa-cios productivos, hay una clara intencionalidad enel caso de las tumbas aisladas y en las necrópolisdesordenadas. Tratan de localizarse en puntosdesde los cuales hay un efectivo dominio visual delas áreas más feraces, al mismo tiempo que debíanser fácilmente visibles desde estas, creando así unadinámica tendente a reafirmar el control de lasáreas de producción; probablemente esa era laprincipal función de la memoria asociada a estastumbas. En cambio, las necrópolis agrupadas yalineadas no buscan esos emplazamientos, sinoque establecen su posición en relación con uncentro de poder, extramuros pero en lugares muyaccesibles. Es probable que la memoria tuvierauna función de vincularse con el centro de poder,de mostrar la relación de las familias e incluso delos muertos con ese lugar. Por otro lado, en todoslos casos parece que hay una clara tendencia asituarse cerca de vías locales que facilitan la cone-xión con las áreas de inhumación, incluso en elcaso de las tumbas aisladas, a pesar de que el fuer-te abandono de estas áreas rurales hace ahoramucho más difícil el acceso.

Las tumbas excavadas en la roca se inscriben,por tanto, en la construcción de un variopintoconjunto de paisajes altomedievales, territoriosdotados de un significado. En este espacio carga-do de referencias, reconocibles por los habitantesde la zona, las tumbas ejercían un papel relevantecomo creadoras de memoria. Este modelo se vioprofundamente afectado por la implantación de lared parroquial y de los cementerios que estaban

relacionados a las iglesias parroquiales, lo quesupuso una centralización de la inhumación y uncontrol eclesiástico. La memoria de los difuntosindividuales se diluyó en beneficio de una muerteanónima que representaba a toda la comunidadde parroquianos (Lauwers, 1996).

No obstante, quedan por resolver innumera-bles problemas, como la relación efectiva con losasentamientos. Siguiendo con el argumento quehemos presentado, las tumbas funcionan máscomo hitos visibilizadores de un paisaje antropiza-do que como puntos directamente ligados a losasentamientos, aunque sin duda se encontrabangeneralmente en las inmediaciones de estos.Quizá el mayor problema sea la cronología, queno ha sido el objetivo de este estudio. Únicamen-te a través de un trabajo riguroso, que tome enconsideración el conjunto territorial en el que seenclavan las tumbas, podrá darnos más informa-ción, ya que, al menos en el centro-oeste de laPenínsula Ibérica es infrecuente el hallazgo detumbas de este tipo con restos óseos, dada la aci-dez de los suelos. Hay que preguntarse si las tipo-logías que hemos definido corresponden a fasescronológicas diferenciadas o pueden ser coetáneas.De momento, nada podemos decir salvo que lahabitual vinculación de las necrópolis agrupadas yalineadas con centros de poder documentados enel s. X, así como su frecuente amortización poriglesias construidas en época plenomedieval, incli-na a pensar que esa tipología responde a una cro-nología X-XI y a la afirmación de poderes localesradicados en dichos lugares. Pero sobre estos yotros temas queda mucho por investigar.

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© Universidad de Salamanca Zephyrus, LXIX, enero-junio 2012, 165-187