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UD1- ARMAS BLANCAS Y ARMADURAS 1.1.- Introducción histórica y pológica a las armas blancas y armaduras. Curso de Conservación de Armas y Armaduras. IPCE 2014

Introducción Histórica y Tipológica

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“No amo a la brillante espada por su filo, ni a la flecha por su presteza, ni al guerrero por su gloria. Sólo amo aquello que defienden”

J.R.R. Tolkien

Prefacio

Las armas, como todo elemento de lo que se conoce como “cultura material”, son el producto de una necesidad y de una voluntad. En este caso concreto, la necesidad es defenderse y la voluntad es hacerlo mediante la construcción y uso de herramientas. El resto, como suele decirse, es historia. Y el resultado tangible de esta historia es una variedad casi infinita de objetos diseñados y construidos en función de la circunstancia en la que cada ser humano que haya usado o poseído alguna vez un arma se haya podido encontrar. Así, hay que entender que las características morfológicas de los objetos cuyo estudio vamos a abordar son el fruto de las influencias y condicionamientos que afectan a las personas que los crean y los emplean, y que por lo tanto son el resultado de un complejo entramado de intereses, prejuicios, deseos y limitaciones. De esta manera, un estudio serio del armamento debe partir, y terminar, en el estudio de los seres humanos que lo diseñaron, lo fabricaron y lo utilizaron. Entender estos objetos como un producto de la cultura en la que se enmarcan nos permitirá aproximarnos mejor a cualquier tipo de intervención que se quiera hacer sobre ellos, ya se trate de su estudio, su restauración o su conservación. En el caso del armamento, esto implica particularmente superar la simplista tendencia tradicional a ver los cambios que se suceden a lo largo del tiempo como una “evolución”, en realidad más lamarckiana que darwinista, que aproxima cada vez más estos objetos a medida que transcurren los siglos a una especie de ideal platónico, y que en consecuencia asume que “más moderno” es intrínsecamente “mejor”. Esta escuela de pensamiento, típica del s. XIX y ya ampliamente superada en otros ámbitos de los estudios de la cultura material a favor de una aproximación más contextual a los cambios tipológicos, todavía perdura en alguna literatura sobre este tema producida hoy en día, y debe tenerse en cuenta a la hora de extraer información de algunas fuentes. Es habitual encontrar también en este mismo ámbito la idea de “carrera armamentística” entre el armamento ofensivo y defensivo1 con el fin de simplificar exageradamente lo que en realidad no es sino un proceso de innovación conjunta en un elenco de herramientas para el combate cuya atribución a una categoría u otra se desdibuja a medida que profundizamos en el estudio de su uso.

Lo expuesto hasta aquí explica la imposibilidad de abordar en esta introducción un estudio tipológico en profundidad, máxime cuando tratamos unos marcos geográfico y cronológico tan amplios. Por ello, el objetivo de este texto es ofrecer una pincelada general de la transformación del armamento a lo largo del tiempo y de su variedad geo-gráfica. Dadas las características del curso nos centraremos territorialmente en un contexto europeo occidental y meridional, por ser el origen más habitual de las piezas que estudiamos en nuestro país. El conjunto principal de contenidos se presenta estructurado desde una perspectiva cronológica con el fin de ofrecer bloques temáticos maneja-bles, cubriendo desde la Prehistoria hasta el s. XVI d.C. Adicionalmente, también tocaremos el tema de las armas japonesas, como ejemplo paradigmático de la importancia de conocer el contexto cultural a la hora de aproximarnos a la conservación y restauración de estos objetos.

1 Sin querer entrar en discusiones al respecto de la idoneidad de esta clasificación, por razones prácticas consideraremos aquí como armamento ofensivo el que está principalmente diseñado para herir, y como defensivo el que está diseñado para cubrir partes del cuerpo y evitar que sean heridas.

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Prehistoria

La Prehistoria abarca, a efectos estrictos de este estudio, el periodo de la Edad de los Metales en Europa y el Mediterráneo.

Las primeras armas metálicas se fabricaron en cobre, elemento que se encuentra en estado nativo (es decir, directamente como metal) en la naturaleza. Al principio se trabajaba mediante forja, en frío, mode-lándolo a conveniencia. Sin embargo, pronto se encontró la manera de obtener cobre a partir de diversos minerales a fundirlo y a darle forma en moldes, proporcionando así acceso a una cantidad importante de este metal y a la posibilidad de darle múltiples usos. Estamos en el periodo Calcolítico, que en la Península Ibérica abarca aproximadamente desde 3000 hasta el 1700 a.C. Inicialmente, en términos de armamen-to, se fabricaban cuchillos y dagas2 , puntas de flecha y de jabalina y hachas planas. Esta parquedad es el resultado tanto de la materia prima utilizada como de la tecnología implicada. De hecho, para estas cronologías, es difícil distinguir las armas de las herramientas utilitarias y los instrumentos de caza (Fig.1).

Los cambios tecnológicos y sociales llegaron de la mano. Se aprende que al añadir otros materiales al co-bre (por ejemplo el arsénico, al principio) se modifican las propiedades del metal, y así aparecen las alea-ciones. Una de las más importantes es el bronce, constituida por cobre y estaño. El nuevo metal también se trabaja por fundición y usando moldes además de por forja, igual que el cobre, pero además posee un rango mayor de propiedades mecánicas y estéticas, y permite crear objetos que se adapten mejor a las nuevas necesidades sociales. En efecto, durante la Edad del Bronce veremos aparecer y consolidarse la figura del guerrero, y con ella las herramientas propias de su oficio.

Figura 1: Armamento de la Edad de Cobre (Calcolítico). De arriba abajo, puntas de flecha de tipo palmela, hoja de puñal con remaches y hacha plana enmangada (reproducción).

Figura 1: Armamento de la Edad de Cobre (Calcolítico). De arriba abajo, puntas de flecha de tipo palmela, hoja de puñal con rema-ches y hacha plana enmangada (reproducción).

2 De forma absolutamente simplificada, en el campo de las armas blancas de hoja corta vamos a llamar dagas a las de doble filo y cuchillos a las que presentan un solo filo. Es necesario mencionar que la terminología en el campo de las armas se convierte fácilmente en un terreno pantano-so. Con frecuencia, los términos y su campo exacto de aplicación dependen del contexto en que se emplean, existien-do a veces significativas diferencias entre campos como el militar, la museístico, el anticuarismo, el coleccionismo o la arqueología. A esto hay que añadir que históricamente el significado de los términos puede cambiar con el tiempo. A día de hoy, se echa de menos un estudio de síntesis actualizado y bien documentado en nuestra lengua.

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Empezamos a poder diferenciar las armas de los utensilios por su decoración: a su función como herramientas se les añade el peso simbólico asociado a la guerra, a la voluntad y la capacidad de tomar vidas humanas. Se mejoran las armas existentes, y se desarrollan nuevas. Es ahora cuando nacen los primeros instrumentos diseñados y fabricados exclusivamente para defenderse de otro ser humano y agredirlo. Estos instrumentos son la “alabarda” prehistórica, y la que será a partir de este momento la reina indiscutible de las armas en el imaginario colectivo: la espada (Fig. 2).

Figura 2: Armas de la Edad de Bronce (no a escala). a) Hoja de alabarda argárica de co-bre arsenicado, (1700-1000 a.C.; Setefilla, Lora del Río, Sevilla). b) Alabarda con su mango original, todo el conjunto de aleación de cobre (segunda mitad del segundo milenio a.C.; Trieplatz, Brandemburgo, Alemania). c) Hoja de espada de bronce, falta la empuñadura pero conserva los remaches (segunda mitad del segundo milenio a.C.; Bretaña, Francia). d) Espada de bronce de tipo lengua de carpa (s. X - IX a.C.; depósito de la Ría de Huelva, Huel-va). e) Espada con hoja y mango de bronce (1050-800 a.C.; Borgoña, Francia). f) Moharra de lanza de bronce (s. X - IX a.C.; depósito de la Ría de Huelva, Huelva).

Nota: El paréntesis contiene (fecha; lugar del hallazgo o de fabricación)

Las nuevas armas tienen un propósito muy específico: el combate. A pesar de su aspecto, la llamada “alabarda” no está derivada de un hacha, es un intento de optimizar las posibilidades de combate de una hoja corta de tipo daga (Figs. 2a y 2b). Por su lado, la espada empieza siendo una hoja metálica unida a un mango de material orgánico, madera o hueso, mediante remaches, como las antiguas da-gas calcolíticas (Fig. 2c). Con el tiempo y la mejora del control sobre la tecnología del bronce, la hoja adquiere mayor longitud y se extiende hacia la empuñadura, creando una espiga que proporciona mayor solidez al conjunto (Figs. 2d y 2e). Las diversas formas que adquiere la espada responden a diferentes maneras de resolver problemas estratégicos y mecánicos, integrándolos en cada tradición cul-tural.

Junto a espadas y alabardas, la lanza. Siempre la lanza (Fig. 2f). Pese a no ser un arma tan especializada ni tan simbólica (aunque esto depende de la cultura) es omnipresente en el campo de batalla, ya sea para pelear a pie o como proyectil. Su morfología presenta ligeras variaciones, sobre todo en cuestión de dimensio-nes y proporciones, denominándose genéricamente jabalinas las lanzas más li-gera y estrictamente arrojadizas. Pero es, en su concepción más fundamental, un instrumento relativamente sencillo que permite enzarzarse con el adversario a una cierta distancia y por tanto con mayor seguridad. Una espada, en cam-bio, es extremadamente versátil y eficiente, pero su máximo aprovechamiento requiere mucho conocimiento y entrenamiento. De ahí su simbólica asociación al guerrero: el especialista en combate. Las armas asociadas a la caza, como lanzas, jabalinas, cuchillos o flechas son más familiares, y capaces de ser manejadas con eficiencia por aquellos que no tienen la guerra como su profesión principal. Es de esperar que al final sean éstas las armas más abundantes en el momento del con-flicto, aunque no siempre sea así en el registro material, condicionado también por las prácticas de deposición y sus frecuentes cargas simbólicas.

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Otro instrumento de guerra especializado es el escudo (Fig. 3a). De diferentes tamaños y formas, definidos también por su función específica y entorno cultural, tienen en co-mún que se fabrican con materiales que deben poseer un equilibrio, no siempre fácil, entre la capacidad de protección y la manejabilidad. La elección recae casi siempre en materiales orgánicos, pieles y maderas en múltiples combinaciones, frecuentemente reforzados con finas láminas de metal.

Junto con el escudo, otros elementos del llamado armamento defensivo ocupan un lugar importante en la panoplia del guerrero. Son las protecciones o armaduras (Fig. 3).

La principal es el casco, que protege la cabeza (Fig. 3d). Esta es un blanco prioritario en combate, puesto que una herida allí tiene más posibilidades que en cualquier otro sitio de ser inhabilitante, y eso hace que también sea prioritario protegerla. Por lo ge-neral el casco se compone de un exterior rígido y duro que dificulte la penetración de un ataque y de un interior acolchado que absorba y disperse la energía aplicada por el golpe. El exterior se fabrica con una gran variedad de materiales, muchos orgáni-cos (cuero, hueso, dientes, madera…) pero el metal es especialmente eficiente en esta función. El interior siempre es orgánico (tela, cuero, fibras vegetales o animales para el acolchado…), y en general particularmente perecedero, y eso hace que sea el exterior lo que más fácilmente sobrevivía al paso del tiempo, pero no debe olvidarse que lo que realmente cumple la función protectora es el conjunto. El casco resguarda básicamente el cráneo, pero a veces presenta elementos que protegen otras partes como la nariz, la cara, las mejillas o la nuca.

En esta época se cubren también otras partes del cuerpo con equipamiento defensivo. Así, las corazas (que pueden componerse de peto o de peto y espaldar, protegiendo respectivamente el pecho y la espalda) defienden el torso, los brazales cubren muñecas y antebrazos, y las grebas protegen las espinillas. De nuevo, los materiales orgánicos que las componen raramente han sobrevivido al paso de los siglos, pero sus elementos menos perecederos, como el metal, nos permiten tener una idea de algunas soluciones aplicadas en este periodo a defender el cuerpo. Así, encontramos tanto pequeñas lámi-nas de bronce que con diversas configuraciones reforzaban soportes flexibles de cuero o tela (que podía fortalecerse encolando varias capas de tejido), como escamas super-puestas, o piezas rígidas de gran tamaño que podían unirse, componiendo conjuntos que ofrecían gran protección frente a las armas del momento (Fig. 3e).

Figura 3: Armamento defensivo de la Edad de Bronce. a) Escudo, íntegramente de bronce (s. XII – X a.C.; 54 cm. de diámetro; río Támesis, Londres, Reino Unido). b) Estela decorada con imágenes de guerreros con armas y escudos (1000 - 800 a.C.; El Viso, Los Pedroches, Córdoba). c) Grebas de bronce para la protección de la parte inferior de las piernas (1300 - 1200 a.C.; Enkomi, Famagusta, Chipre). d) Casco cónico de bronce (1200 - 800 a.C.; Biecz/Beitzsch, Lubuskie, Polonia). e) “Panoplia de Dendra”, conjunto micénico compuesto de armadura corporal de bronce de grandes láminas y casco fabricado con colmillos de jabalí (ca. 1400 a.C.; Dendra, Argólida, Grecia).

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Figura 3: Armamento defensivo de la Edad de Bronce. a) Escudo, íntegramente de bronce (s. XII – X a.C.; 54 cm. de diámetro; río Támesis, Londres, Reino Unido). b) Estela decorada con imágenes de guerreros con armas y escudos (1000 - 800 a.C.; El Viso, Los Pedroches, Córdoba). c) Grebas de bronce para la protección de la parte inferior de las piernas (1300 - 1200 a.C.; Enkomi, Fama-gusta, Chipre). d) Casco cónico de bronce (1200 - 800 a.C.; Biecz/Beitzsch, Lubuskie, Polonia). e) “Panoplia de Dendra”, conjunto micénico compuesto de armadura corporal de bronce de grandes láminas y casco fabricado con colmillos de jabalí (ca. 1400 a.C.; Dendra, Argólida, Grecia).

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Al principio las tipologías se mantienen, pero a medida que se va controlando cada vez mejor su tecnología de obtención y transformación, las posibilidades del nuevo metal permiten una mayor variabilidad formal y técnica, y los tipos se multiplican para adaptarse a las necesidades de comba-te y a los gustos culturales particulares de cada sociedad (Figs. 4d y 4e). Encontramos así amplias influencias de las culturas centroeuropeas que difunden la tecnología del hierro (principalmente Hallstatt, y su sucesora la cultura de La Tène), pero también de otras tradiciones mediterráneas que presentan sus propias particularidades, adaptadas a su manera de pelear (Fig. 4f y 4g). En el caso del armamento defensivo se mantiene el uso predominante del bronce, por su facilidad a la hora de crear figuras complejas mediante la fundición, así como placas de una sola pieza de tamaño considerable para escudos, cascos, petos, etc. (Figs. 4a – c). A finales de este periodo, sin embargo, en las proximidades del cambio de era, aparece un elemento defensivo corporal fabri-cado en hierro que permanecerá un uso hasta bien entrada la aparición de las armas de fuego: la cota de mallas. Compuesta por miles de pequeños anillos de alambre de hierro enlazados entre sí, cerrados mediante soldadura o remaches, y combinada con algún tipo de prenda acolchada, la clave del éxito de esta armadura es que reúne los elementos de protección y movilidad en un grado notable.A estas alturas de su desarrollo, la tecnología del hierro incluye también el uso del acero, una aleación de hierro y carbono que posee propiedades mecánicas más versátiles que las del metal puro. Es, por ejemplo, más difícil de romper y deformar, pero sobre todo es más duro, y puede endurecerse todavía más mediante un proceso de templado (calentamiento a alta temperatura seguido de un enfriamiento rápido). La explotación de estas propiedades y su uso en el armamen-to condicionarán la tecnología de las armas blancas durante toda su historia.

(a) (b)

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Figura 4: Armamento de la Edad de Hierro a) Escudo oval de bronce. Por lo general, estos escudos eran de madera y estaban reforzados con bronce en su cara exterior. Este raro ejemplar es todo de metal y nos per-mite hacernos una idea de cómo debían ser los originales (ca. 400 BC - 250 a.C.; 84 x 47 cm; Abbey Meads, Chertsey, Surrey, Reino Unido) b) Refuerzos frontales de bronce de un escudo de tipo caetra, que irían suje-tos a un armazón de material orgánico. Estos escudos pequeños no son aptos para cubrirse de proyectiles ni para el apoyo mutuo en formación, pero resultan muy prácticos en combates cuerpo a cuerpo. (500 – 375 a. C.; diámetro medio: 33.5 cm; Necrópolis de El Cuarto, La Muela de San Juan, Albarracín, Teruel). c) Casco de bronce Etrusco de tipo Itálico-Montefortino, con protecciones faciales o carrilleras. Esta tipología se ori-gina en Etruria, pero es común en toda Europa central y occidental. (300 – 100 a.C.; Etruria, Italia). d) Hoja de espada larga, cultura de La Tène (320 – 120 a.C.; Rio Támesis, Londres, Reino Unido). e) Espada corta, decorada, del tipo de antenas atrofiadas. Cultura vetona (400 – 200 a.C.; Necrópolis de la Osera, Chamartín, Ávila). f) Relieve de guerrero íbero portando casco, escudo y falcata (s. III – II a.C.; Osuna, Sevilla). g) Espada íbera de tipo falcata con hoja acanalada (500 – 300 a.C.; Necrópolis de Los Collados, Almedinilla, Córdoba). h) Moharra de lanza íbera, con fuerte nervio central (300 – 200 a.C.; Necrópolis de Los Collados, Almedinilla, Córdoba). i) Peto de bronce, decorado (s. VI – V a.C.; Les Ferreres, Calaceite, Matarraña, Teruel).

El bronce sigue siendo el metal de referencia en el campo del armamento durante mucho tiempo, pero alrededor de los s. IX-VIII a. C. un nuevo material irrumpe con fuerza en el panorama europeo y mediterráneo. Se trata del hierro, que rápidamente se convierte en el protagonista absoluto del mundo de las armas blancas (las armas blancas se llaman precisamente así por la apariencia del hierro / acero pulido, que refleja la luz y parece blanco) y las herramientas de corte, posición que, junto con sus aleaciones, mantendrá hasta nuestros días. El hierro substituye progresivamente al bronce en las armas allí donde sus propiedades mecánicas representan una mejora sustancial en la funcionalidad, especialmente en las hojas.

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Antigüedad

En esta división algo arbitraria1 que estamos haciendo de los periodos históricos, asocia-mos la antigüedad clásica al esplendor de Grecia y al ascenso, auge y caída del Imperio Romano.

1 Tradicionalmente los límites de los períodos históricos se asignan a eventos significativos, como la adopción de una tecnología en concreto o la aparición de un cambio social significativo. Con frecuencia estos eventos ocurren en épocas distintas en diferentes áreas geográficas, con lo que siempre es conveniente especificar el lugar al que nos estamos refiriendo o hacer referencia a la cronología concreta. Las divisiones que usamos en este capítulo están ahí por motivos estrictamen-te organizativos, y se basan de modo genérico en la cronología asociada a la Península Ibérica por los motivos ya mencionados anteriormente. Por ejemplo, las armas griegas aquí descritas corres-ponden en la Península Ibérica a periodos de la Edad del Hierro.

Figura 5: Armamento del hoplita griego a) Hoplita con la panoplia completa. Figura pintada en un enócoe o recipiente para vino (500 – 480 a. C.; Ática, Grecia). b) Casco de bronce de tipo corintio que cubre cabeza, nuca nariz y mejillas. Cultura griega occidental (ca. 510 a.C.; Apulia, Italia). c) Cara exterior de bronce de un escudo espartano redondo de tipo hoplón. El cuerpo de estos escu-dos era de de madera y cuero, con una lámina metálica de refuerzo como esta en su cara exterior, y se llevaban agarrados y sujetos al antebrazo mediante correas. Tomado como trofeo de guerra y marcado como tal por los atenienses (ca. 510 a.C.; Atenas, Grecia). d) Escudo de tipo Beocio. Figura pintada en un ánfora. (ca. 535 a.C.; Ática, Grecia). e) Escudo de infante ligero en forma de luna cre-ciente llamado pelta. Figura pintada en un fragmento de crátera (ca. 450 a.C.; Ática, Grecia). f) Peto de coraza de bronce, decorada imitando la musculatura del torso. Cultura griega occidental (s. IV a.C.; Apulia, Italia). g) Coraza de bronce de tipo “campana” de época griega arcaica, compuesta por peto y espaldar, decorada imitando esquemáticamente la musculatura y con animales fantásticos (700 – 500 a.C.; Grecia). h) Grebas de bronce decoradas con cabezas de gorgona para proteger la parte frontal de las piernas y las rodillas. Cultura griega occidental (ca. 550 – 500 a.C.; Ruvo, Bari, Apulia, Italia). i) Moharras de lanza de bronce. Independientemente de la época, la sustitución del bronce por el hierro se produce de manera particular en cada región y responde a condicionantes locales. (ca. s. V a.C.; Olimpia, Peloponeso, Grecia). j) El personaje (Acteón) de la imagen empuña un xifos, la espada corta de doble filo que a veces llevaban los hoplitas como arma de apoyo y que vemos representada extensamente en la iconografía. Figura pintada en un nestoris (ca. 390 – 380 a.C.; Basilicata, Italia). k) El personaje (Alejandro Magno) lleva un xifos colgado del costado, del que se distingue claramente la empuñadura. Figura compuesta en un mosaico (ca. 100 a.C,, posible co-pia de un fresco de ca. s. IV a.C.; Pompeya, Nápoles, Italia). l) El personaje empuña un kopis, espada curvada hacia el filo y con el peso adelantado, que favorece la acción de corte. Es característica de Macedonia y el norte de Grecia, y su tipología entronca con otras espadas mediterráneas de esta época y anteriores. Figura compuesta en un mosaico (s. IV-III a.C.; Pella, Macedonia).

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En el caso griego, recorremos la Edad de Bronce y entramos en la Edad del Hierro al pasar de las descripciones homéricas a los textos y representaciones clásicas, que han convertido las figuras de los guerreros de esa época en auténticos iconos heroicos para las culturas herederas del mundo heleno. La iconografía y los textos egipcios y del Próxi-mo Oriente ya nos dan a conocer multitudinarias batallas contemporáneas e incluso anteriores al conflicto troyano, con armas de bronce y carros de guerra. Pero en nuestro imaginario colectivo, es la impenetrable falange de hoplitas griegos lo que acude a la mente al evocar la guerra en el joven “mundo civilizado” de entre los siglos VII y III a. C. El hoplita (Fig. 5) es un infante acorazado que concentra su capacidad ofensiva en la lanza y el escudo, y es la acción conjunta, técnica y disciplinada de todos los miembros de la unidad lo que le da a la falange su potencia. Aquí la espada es un arma secundaria (Fig. 5j-l) a la que se recurre cuando el combate ya alcanza una distancia demasiado cercana, y la formación pierde su sentido táctico en la batalla para pasar a ser un recurso circunstancial de apoyo al combate individual.

El armamento defensivo, además del ya mencionado escudo redondo u hoplón, reforzado con metal (Fig. 5c-e), es fundamental para asegurar la integridad física del guerrero, que renuncia a una mayor movilidad en beneficio de una formación más sólida y que liga así su supervivencia individual a la de su unidad: si caen demasiados individuos, la falange se desmorona y la debacle está asegurada. Por eso se protegen los unos a los otros, y por eso también cargan con un completo armamento defensivo fabricado en bronce: cascos que además de la cabeza cubren mejillas y rostro (Fig. 5b), corazas con peto y espaldar sobre las que rebotan y resbalan flechas y lanzas (Fig. 5f y 5g), y grebas que defienden la parte inferior de las piernas que el escudo no llega a proteger (Fig. 5h). A veces las corazas no eran de bronce, sino de cuero o tela reforzada, ya que el escudo era la protección principal.

Durante siglos, este infante acorazado que pelea en formación será el eje sobre el que se articulen las batallas. Aun así, la falange no lucha sola, está apoyada por otras uni-dades, integradas por aquellos que no pueden acceder al equipo de hoplita o por extranjeros. Por lo general se trata de arqueros e infantes ligeros que pelean con jabalinas, hondas y escudos más pequeños de madera, mimbre y pieles (Fig. 5e). La caballería actúa sobre todo como infantería móvil o en tareas de hostigamiento y persecución, y está también compuesta de élites griegas o por extranjeros. Pero no encontramos armamento particularmente característico de la caballería en esa época.

La falange griega evolucionará y superará al hoplita, para finalmente acabar conquistando un trozo nada despreciable de mundo de la mano de Alejandro Magno (356-353 a.C.). Sin embargo, será la emergente Roma la que establecerá un extenso y duradero Imperio, apoyado en un poderoso ejército, que se prolongará durante siglos, expan-diéndose y, en gran parte, manteniéndose por la fuerza de las armas. Con frecuencia se cae en la tentación de ir más allá en esta afirmación y decir que, a su vez, el ejército romano se apoya en la habilidad individual de sus soldados y la calidad de sus armas, pero eso es no sólo una exageración sino una también una injustificable simplificación de los factores que determinan el resultado de un combate. En este sentido, hay que recordar que el éxito militar de Roma es atribuible sobre todo a cuestiones estratégicas y logísticas. Es su capacidad operativa, su manera de combatir y el poderío económico del imperio lo que alimentan y hace fuerte su maquinaria de guerra. Su armamento no es significativamente mejor, tecnológicamente hablando, que el de sus adversarios. Su forma de utilizarlo y su capacidad para producirlo, en cambio, sí.

Al principio de la expansión de Roma, su equipamiento militar no se distingue mucho de la de otros pueblos que le rodean. Pero los romanos irán adquiriendo equipo de otras culturas con las que entran en contacto, frecuentemente de manera violenta. Así adaptan su armamento a la combinación de técnicas de combate individual y estrategias colectivas que le irán permitiendo cosechar victoria tras victoria hasta dominar el Mediterráneo.

En este sentido, el ciudadano romano que servía a su comunidad en la guerra y que sufre a la dominación Etrusca y a los ataque de los galos del norte entre los s. VII y V a.C. tiene sobre todo influencias helenas y etruscas en su equipo y tácticas de infantería pesada. Pero entre los s. IV y II a.C. se enfrentan a una gran variedad de culturas (samni-tas, macedonios, celtas, íberos, cartagineses, etc.), y desarrollan un estilo propio de combatir, en pequeñas unidades sólidas pero dinámicas que acabará finalmente dándole la victoria sobre todos sus enemigos. Su equipamiento en esta época apenas se distingue del de un guerrero centroeuropeo del final de la Edad de Hierro, aunque adaptado ligeramente. Es cómo lo usa lo que en realidad marcará la diferencia. Y su capacidad de producirlo, que aumenta a medida que lo hacen sus territorios y sus recursos.

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Entre los s. I a.C. y I d.C., con la reforma de Mario primero y la de Augusto después, el ejército se estandariza alrededor de un núcleo de infantería pesada. Y, lo que resultará determinante en muchos aspectos, se profesionaliza.

El soldado romano es ahora un guerrero a pie, o peón, bien armado y que cumple un servicio al Estado que llegará a durar 25 años. Reforzando esta infantería se encuentran todo tipo de tropas auxiliares que ejecutan roles de apoyo en el campo de batalla (arqueros, caballería, etc.), pero el peso de la acción siempre recaerá en la legión. Esta se divide primero en manípulos y más tarde en cohortes, que a su vez se dividen en centurias y estas en unidades más pequeñas, pero que en todos los casos su despliegue y evolución en el campo de batalla exige de los hombres que las componen la máxima disciplina y el total aprovechamiento de sus recursos de combate. La profesionalización marca aquí una gran diferencia. Pero para explotar adecuadamente esta cohesión, a cada miembro de la unidad se le exigen una serie de armas y protecciones que se adapten adecuadamente a la manera de combatir colectiva. Así, por motivos estratégicos además de logísticos, al final es el ejército mismo el que acaba proporcionando este equipo, o al menos facilitando su adquisición, y esto llevará a una cierta estandarización del armamento, que se mantendrá hasta el s. III.

Como veíamos en el caso del hoplita griego, el infante pesado se caracteriza por una capacidad defensiva notable, representada por su escudo y su armadura corporal. Pero las tácticas romanas resultan muy diferentes de las de las falanges griegas, al ser más dinámicas y flexibles tanto a nivel colectivo como individual. El legionario (Fig. 6a) tiene que poder moverse y actuar, sólo y en conjunto. En este sentido, un blindaje personal eficaz incrementa notablemente la supervivencia del soldado en combate, y con la suya, la de su unidad. Además permite derivar recursos de la defensa al ataque, multiplicando su capacidad ofensiva. En el caso del legionario romano el escudo (Fig. 6i), siempre de gran tamaño como es habitual para acciones de formación, empieza siendo del mismo tipo que el de sus vecinos de Europa central y occidental, grande y ovalado, que evoluciona al tipo rectangular convexo, curvado a lo largo de su eje menor. En todos los casos se trata de escudos de madera reforzados con tela y cuero encolados, además de láminas metálicas en el centro y los bordes, que se manejan agarrándolos por un mango horizontal situado en el centro. Del mismo modo, el casco evoluciona de modelos montefortinos (Fig. 4c) en bronce a modelos más elaborados, de inspiración celta, con cubrenucas, carrilleras y refuerzos en la zona del cráneo, fabricados en hierro, bronce o latón (Figs. 6b y 6c). La armadura corporal más habitual es una camisa de malla (Fig. 6f), que cubre hasta debajo de la cintura y con manga corta. Más tarde también es frecuente encontrar armaduras compuestas por escamas (Fig. 6e) de diversos materiales cosidas a un soporte flexible de manera que se superponen. A estas protecciones de torso se añade, a partir de la época imperial, la armadura de láminas (Fig. 6d), que ofrecía muy buena defensa y cierta flexibilidad, pero que era más incómoda de llevar y con un mantenimiento más engorroso que la cota de mallas. Por otro lado, sobre todo entre la oficialidad, se seguían usando corazas por sus connotaciones de prestigio, por lo general hechas de bronce u otras aleaciones de cobre, pero a veces también de cuero, y decoradas imitando la musculatura del torso.

En el apartado ofensivo, las legiones fueron evolucionando desde las hileras de lanceros, con la falange griega como referencia, hacia formaciones de infantes armados con espada y escudo como combinación de choque, complementados con jabalinas (Fig. 6h), los famosos pila (plural de pilum). Éstas se arrojaban en masa en un ataque inicial cuando se alcanzaba la distancia adecuada con el enemigo, para después empuñar las espadas y avanzar en grupo y con fuerza contra el adversario. Esta espada, el también famoso gladius, es relativamente corta, adecuada para atacar de punta, pero también muy eficiente en el corte (Fig. 6g). La tipología de la hoja cambia a lo largo del tiempo, pero no mucho. Los primeros gladii (plural de gladius) se basan en tipologías de espadas de antenas atrofiadas de la Península Ibérica (Fig. 4e), y con los siglos los filos pasan de recurvados a paralelos, pero se mantiene una punta larga y aguda y una distribución de masa que permite que el peso del arma esté lo bastante adelantado como para apoyar la acción de corte. Las empuñaduras son de material orgánico (madera, hueso, etc.), con refuerzos metálicos. Esta es un arma ágil, versátil y contundente, que en combinación con el escudo grande y con apoyo de la formación, puede resultar muy eficiente en manos expertas. Y las de los legionarios romanos lo eran.

Estas armas y las tácticas a las cuales estaban adaptadas proporcionaron a las legiones grandes victorias. Pero con el tiempo las circunstancias cambiaron y el ejército romano, como todo lo demás, tuvo que cambiar también. Las turbulencias políticas y sociales que culminaron con la división del Imperio en Oriental y Occidental, y la posterior caída de Roma en el 476 d.C. tienen siempre al ejército en su eje. Una consecuencia es la incorporación de cada vez más extranjeros en sus filas, sobre todo germanos, que traerán sus propias influencias al armamento. Así, podemos ver por ejemplo como los cascos se refuerzan, las espadas se alargan y se vuelve al escudo ovalado, pero en esencia el equipamiento varía poco. El cambio mayor se producirá con la llegada de las llamadas Invasiones Bárbaras, protagonizadas por pueblos del centro, norte y este de Europa en diversas oleadas, y que, entre otras muchas novedades, traerán consigo una transformación en el paradigma del campo de batalla. Así, tras siglos de dominio de la infantería, un nuevo agente pasa a ser el eje sobre el que se articula la estrategia militar: llega la caballería.

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Figura 6: a) Imagen de un relieve de la columna de Trajano representando a legionarios romanos (113 d.C.; Roma, Italia). b) Casco de aleación de cobre de tipo Imperial Gálico G (o Weissenau), con refuerzo de cráneo, cubrenuca y carrilleras. También se hacían de hierro (mediados del s.I d.C.). c) Casco de aleación de cobre de tipo Coolus E, con refuerzo de cráneo, cubrenuca, carrillera y soporte para penacho (s. I d.C.; Río Támesis, Walbrook, Reino Unido). d) Esquema de armadura de láminas lorica segmentata tipo Corbridge A. Las lamas eran de hierro y los adornos, bisagras y cierres eran de latón o bronce. Este tipo de armadura se adopta a principios del s. I d.C. y se sigue usando hasta principios del s. III. e) Detalle de armadura de escamas lorica squamata. Las escamas son de bronce, con seis agujeros. Van cosidas en configuración superpuesta a una prenda de tela y al mismo tiempo están unidas entre sí mediante anillas metálicas. Empieza a usarse en época republicana y no deja de estar en uso hasta el fin del imperio, sobre todo en oriente. f) Imagen de un legionario vestido con cota de mallas lorica hamata. Detalle del relieve del llamado sarcófago “Grande Ludovisi””, que muestra una batalla entre romanos y germanos. (ca. 251 d.C.; Roma, Italia). g) Espada de hierro gla-dius tipo Fulham (esta es precisamente la pieza que le da nombre al tipo), con su vaina. La tipología de las espadas romanas varía con el tiempo, sobre todo en el perfil de la hoja, pero la funcionalidad cambia poco (principios del s. I d.C.; Río Támesis, Fulham, Londres, Reino Unido). h) Cabezas de ja-balina romana tipo pilum. Iban unidas a un asta de madera con un contrapeso para acabar midiendo unos 2m. Su configuración y la distribución de masas del conjunto les proporcionaba muy buena penetración, siendo capaces de atravesar escudos y alcanzar a su portador (s. I d.C.; Hod Hill, Dorset, Reino Unido). i) Reproducciones de escudos romanos rectangulares con agarre central, que permiten distinguir las partes metálicas. Imitan originales de los s. I - II d.C. como el que se puede apreciar en el relieve, incluso en la decoración.

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Edad Media

Las influencias de los pueblos que se recolocan por Europa en las Grande Migraciones que se producen aproximadamente entre los s. V y IX son demasiado numerosas y pro-fundas para tratarlas en una introducción histórica como esta. Pero en el campo del armamento, que es lo que nos interesa, el mayor cambio que percibimos es el progreso de la caballería como elemento dominante en el campo de batalla. Esto no significa en absoluto que la infantería desaparezca, sino simplemente que es desplazada en importan-cia. Pero lo cierto es que tras las diversas oleadas de invasiones, con Francia imponiéndose en Europa como el nuevo referente en temas militares (entre otros) y la Península Ibérica en su mayor parte bajo dominio musulmán, la manera de hacer la guerra tendrá a los jinetes como sus principales protagonistas hasta la llegada de la pólvora.

En los siglos precedentes al ocaso de Roma, las unidades de caballería en Europa meridional y occidental se habían usado predominantemente como exploradores, hostigado-res, arqueros a caballo o infantería móvil, que desmonta para pelear. Con el declive del Imperio y el devenir de las Invasiones Bárbaras estos roles van dejando paso a la apa-rición de la caballería pesada o de choque. Esta consiste en jinetes cubiertos por armaduras reforzadas, con escudos, que montan caballos grandes y fuertes, frecuentemente también protegidos, y que se lanzan contra el enemigo usando lanzas y espadas largas que les permiten atacar con comodidad a adversarios a pie. El objetivo es romper las formaciones enemigas y provocar la desorganización entre sus filas. Destruida la cohesión, el adversario es presa fácil. En el Imperio Bizantino, por influencia oriental, este tipo de unidades (los llamados catafractos) tendrán presencia desde época relativamente temprana. El resto de Europa seguirá un proceso paralelo, muy influenciado por las tribus germánicas y con los francos como sus grandes impulsores a partir del s. VIII, que le acabará llevando incluso más lejos en el dominio de este tipo de tácticas.

Obviamente, el ascenso del jinete pesado a la primera línea de batalla tiene mucho que ver con todo lo relacionado con el caballo: razas, tecnología de sillas de montar y de bocados para controlarlos, la introducción del estribo3, etc. Pero el armamento también se adapta al nuevo paradigma. El caballero es el guerrero con mayor cantidad de equipo militar ofensivo y defensivo, porque en esta época es, por lo general, el que tiene mayores recursos económicos. Dentro del sistema feudal, la concesión de tierras (la base de la riqueza) se otorga por servicios y lleva implícitas una serie de obligaciones entre las cuales está la de acudir a la llamada de las armas cuando tu superior en la escala feudal te lo reclama. Además, la prestación de este servicio de armas es proporcional a la capacidad de generar riqueza de tus posesiones, y está especificado por ley no solo la cantidad de hombres que deben aportarse sino también el equipo mínimo que estos deben llevar. Que además sepan usarlo, se da por supuesto. Esta estructura presenta sus variaciones en cada punto del continente, incluso a nivel local, y su cumplimiento estricto, en todos sus aspectos, es desigual, pero lo cierto es que determina un cierto arquetipo que permite establecer unos modelos generales de guerrero para la Europa de la Edad Media a los que se aproximan, en mayor o menor medida, en todas partes del continente.

Este guerrero-tipo de entre los s. IX y XIV es pues un caballero. No es en absoluto el grupo más abundante en el campo de batalla, por los ya mencionados costes económicos de adquisición y mantenimiento del equipo y por el tiempo necesario para al aprendizaje de su óptimo aprovechamiento, pero sí el tipo de combatiente que posee el equipo más completo (Fig. 7). El resto son unidades especializadas (como arqueros o ballesteros) o soldados de diversos rangos que poseen una versión reducida de este equipamiento, es decir, por lo general comparten los tipos, pero llevan menos elementos.

3 Muchos autores ligan la aparición de la caballería pesada, y con ella el feudalismo, a la introducción del estribo en Europa. Esta afirmación es actualmente cuestionada por una parte importante del mundo académico, argumentando entre otras cosas que en el territorio europeo ya se usaban técnicas de choque para caballería antes de la introducción de este elemento tecnológico. Lo cierto es que el auge de la caballería se debe a factores muy variados, sin embargo es innegable que el estribo fue un elemento esencial en su desarrollo y consolidación.

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Figura 7: Armamento del guerrero medieval temprano. a) Fragmento de una iluminación de la llama-da Biblia Maciejowski (manuscrito Morgan M.638, folio10r.), que representa la derrota de Josué a las puertas de Hai. Cómo era habitual en estos casos, las figuras aparecen equipadas y vestidas como en la época del autor de la ilustración (ca. 1240; París, Francia). b) Casco de tipo cónico de hierro y bronce, fabricado a partir de cuatro paneles triangulares remachados a una estructura central formada por dos tiras de metal cruzadas y una banda que rodea el cráneo. Originariamente presentaba un nasal y carri-lleras. Es de origen bizantino o germánico. (s. VI – VII; Río Saona, cerca de Trévoux, Francia). c) Casco con ala, del tipo que también se conoce como Chapel de Fer (s. XIII; Kodasoo, Estonia). d) “Armadura de San Wenceslao”. Protección corporal de malla de hierro, compuesta de camisón o loriga de manga larga y de protector de cuello o manto/camal. Por su longitud cubre hasta debajo de la rodilla (s. XII; Praga). e) Detalle de un fragmento de cota de malla medieval sin adscripción cronológica ni geográfica precisas. Escala = 1cm. Obsérvese el tamaño de los anillos y como van todos cerrados con un remache. f) Repre-sentación de dos soldados, en los laterales, protegidos con armadura de tela acolchada, en contraste con la figura central que lleva cota de malla. Relieve de un capitel del monasterio de Santa María la Real, representando la matanza de los inocentes (finales del s. XII; Aguilar de Campoo, Palencia). g) Espada de doble filo para usar a una mano. A pesar de tratarse de una pieza lujosa, con el pomo y la guarda de bronce dorado y adornados con esmaltes e inscripciones, ninguno de los elementos decorativos interfiere con la funcionalidad de la pieza (finales del s. XIII; Castilla). h) Representación de un escudo redondo, dónde puede apreciarse el sistema de correas que lo sujetan al brazo y permiten manejarlo. Relieve mural (s. XIII; España). i) Moharra de lanza, de hoja ancha y de perfil romboidal, de adscripción vikinga. Esta es una de las tipologías que, con pequeñas variaciones y en diferentes periodos, se encuen-tran en esta época por todo el continente (s. XI; probablemente Reino Unido).

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Así, el armamento defensivo está de nuevo constituido básicamente por casco, escudo y protección corporal. Ésta última es principalmente una armadura de tejido de malla de hierro o acero (Figs. 7d y 7e), que en función de la época puede comprender camisa, unos pantalones o brafoneras, y una protección para la cabeza o almófar. La camisa puede ser de tamaño variable, pudiendo llegar a alcanzar hasta por debajo de la rodilla en longitud, presentar mangas largas hasta la muñeca e incluso incorporar a estas protecciones para las manos en forma de manoplas. El almófar protege el cráneo y el cuello, y a veces incluso la parte inferior del rostro, mientras que las brafoneras solían ser usadas por la caballería para poder llevar camisas más cortas, y por tanto más cómodas para cabalgar sin perder protección en las piernas. Todos los elementos de malla se usan en combinación con prendas de tela acolchadas (crespinas para la cabeza, perpuntes y gambesones para el cuerpo, etc.) que multiplican su efectividad y que constituyen una protección considerable en sí mismas, hasta el punto que muchos soldados que no pueden permitirse la malla van equipados sólo con ellas (Fig. 7f).

El casco (Fig. 7b) es cónico o semiesférico y cubre el cráneo. A veces incorpora una protección para la nariz, o nasal, que en raras ocasiones, se extiende hasta formar unas anteojeras o incluso una protección facial. Se construye casi sin excepción con hierro o acero, primero juntando varias piezas en forma de paneles unidos a una cruz central, y más tarde, y en los casos de más calidad, a partir de una sola pieza forjada. Otro modelo muy habitual, sobre todo para la infantería, incorpora una amplia ala alrededor de todo el borde, a veces inclinada hacia abajo, que ofrece protección adicional frente a golpes descendentes (Fig. 7c). También se encuentran cascos que, fabricados de varias piezas remachadas entre sí, cubren toda la cabeza. Son los llamados yelmos, que entre finales del s. XII y finales del s. XIII ofrecen una protección superlativa.

El escudo (Fig. 7h) sigue siendo de madera, reforzada con tela, piel o cuero crudo y láminas de metal. A los escudos redondos que se mantienen desde la época de las Invasio-nes Bárbaras se añaden una gran variedad de perfiles más o menos triangulares, planos o convexos. Los tamaños también varían, tanto en función de la época, siendo mayores en la Alta Edad Media, como por su uso. Aunque los escudos más ligeros, sobre todo los redondos, todavía se llevan con un agarre central, en su mayoría se llevan colgados del antebrazo con un sistema de correas que con frecuencia permite agarrarlo de varias maneras, aumentando su versatilidad y capacidad ofensiva.

En cuanto a las armas ofensivas, la lanza es de nuevo la gran protagonista del campo de batalla (Fig. 7i), ya sea para la infantería o para la caballería. Esta la usa como su princi-pal arma de choque, puesto que gracias a las mejoras en la tecnología ecuestre ahora puede utilizarse, sujeta bajo el brazo, para transmitir todo el impulso de un jinete acora-zado al galope con devastadores resultados, sin riesgo a ser desmontado por el impacto. Entre las armas cortas sigue destacando la espada (Fig. 7g), cuya hoja, larga y ancha, es heredera de las que blandían los pueblos germánicos y escandinavos durante las Migraciones. Con una punta de perfil amplio, un canal central más o menos pronunciado en la hoja que sirve para aligerarla sin perder rigidez, un pomo de líneas curvas y una guarda que es esencialmente una barra horizontal, ambos de formas variables, la espada de este periodo es el paradigma del arma caballeresca en el imaginario occidental, y como tal aparece en todo tipo de representaciones simbólicas, cargada de significado social y religioso. Pero en su aspecto más funcional, sigue siendo un arma de apoyo en el campo de batalla, tanto a pie como a caballo, aunque su versatilidad la hace imprescindible en la guerra y en otras situaciones de combate individual como los duelos o la autodefensa. Tampoco faltan referencias a otro tipo de armas de mano, como dagas, mazas, hachas o los muy prevalentes cuchillos, de mayor o menor tamaño, que no por compartir tipología con herramientas de otros ámbitos dejan de estar diseñadas y fabricadas para una función distintivamente específica cuando se trata de instrumentos para la guerra.

Las armas personales de combate a distancia de este período son básicamente jabalinas, arcos y ballestas. Las dos primeras se usan tanto a pie como a caballo, en este segun-do caso sobre todo por parte de tropas de caballería ligera. Las ballestas se manejan predominantemente a pie, pero también se conocen unidades de ballesteros montados, aunque casi siempre descabalgan para pelear.

Cabe destacar que en la Península Ibérica existe una gran influencia mutua entre los reinos cristianos y musulmanes que comparten este territorio. El armamento en ambos campos es extremadamente parecido, distinguiéndose sobre todo por cuestiones decorativas y tipológicas menores. Principalmente, los musulmanes adoptan el equipo de-fensivo y ofensivo de raíz Francesa/Europea de los cristianos, que a su vez incorporan a sus ejércitos unidades de caballería ligera de raíz oriental. Estas llevan por lo general un blindaje menor que el de la caballería pesada, y van armadas con jabalinas espadas y lanzas, que en este caso no se usan para choque sino para hostigar y para tácticas de alta movilidad.

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Con el tiempo, las mejoras tecnológicas, sobre todo en el campo de la producción de hierro, y el aumento de la disponibilidad de metal gracias al establecimiento de redes comerciales sólidas y fiables a través de todo el continente, harán que el equipamiento de batalla vaya incorporando mejores protecciones. Así, sobre todo a partir del s. XIV encontramos que tanto infantes como jinetes empiezan a incorporar a sus cotas de malla elementos de hierro y acero forjados en forma de placas rígidas moldeadas de mane-ra que cubren sus miembros (Fig. 8a), y que al principio se sujetan a la malla o al tejido acolchado subyacente y más adelante se acoplan entre sí para ofrecer mayor protección a los puntos de articulación. Esta tendencia general se extiende al uso de las protecciones para el torso y la cabeza. Perviven los cascos con ala ancha como protección básica, sobre todo para la infantería, pero aparecen nuevos tipos (Fig. 8b), con la parte superior de tendencia cónica para desviar los golpes descendentes, mayor cobertura de la nuca y los laterales, y sobre todo con la posibilidad de incorporar un visor articulado que protege el rostro. Se completa con frecuencia con una cortina de malla, llamada alpartaz, que cuelga de su borde inferior y que protege el cuello.

Para la defensa del torso (Fig. 8c y 8d) encontramos tanto corazas, piezas rígidas que cubren gran parte del pecho (peto) y a veces la espalda (espaldar), o atuendos compuestos por placas metálicas sujetas a una prenda de tela fuerte o cuero. Estas evolucionan desde las fabricadas con placas grandes, que ofrecen una limitada capacidad de movimiento pero que resultan una alternativa barata a las cotas de malla, hasta prendas más elaboradas, construidas con placas cada vez más pequeñas y con superposiciones cada vez más complejas, que dan flexibilidad y permiten un buen ajuste al cuerpo.

Durante todo este proceso la protección de malla no se abandona, sino que se adapta para incorporar los nuevos elementos. Resulta especialmente útil para defender las articulaciones y los puntos que las placas no pueden cubrir sin comprometer la movilidad del usuario. En cambio, se abandona progresivamente el escudo, que irá quedando relegado a tareas o situaciones específicas, ya que las placas rígidas garantizan una gran protección frente a proyectiles y armas ligeras. De esta manera, la mano del escudo puede destinarse a incrementar el potencial ofensivo.

Las armas se adaptan así a la posibilidad de usar las dos manos. Las espadas (Fig. 8e) conservan las características de sus antecesoras altomedievales, pero en muchos casos agudizan el perfil y aumentan la rigidez de su hoja para aumentar su eficiencia en ataques de punta, que son los más adecuados para enfrentarse a adversarios blindados. Para su uso a dos manos, se popularizan las espadas largas, aumentando su capacidad de impacto y su versatilidad (Fig. 8f).

De manera natural, surgen también armas especializadas en superar blindajes. Estas se basan en el principio físico básico de aplicar sobre un punto lo más pequeño posible la mayor cantidad de fuerza que se pueda. Para ello, se crean armas con un brazo de palanca largo, el peso adelantado y puntas sólidas que toman la forma de hachas, mazas y martillos de guerra (Fig. 8h). Las dagas conservan su popularidad como armas de apoyo, aunque algunas también se transforman en herramientas especializadas en atravesar blindajes, con hojas reforzadas, muy puntiagudas y muy rígidas.

Aunque las lanzas mantienen su uso como arma básica en la batalla, sobre todo para la caballería, en este periodo empiezan a incorporarse de manera habitual a la panoplia otros tipos de armas largas. La más frecuente a partir del s. XIV es la alabarda (Fig. 8g), con múltiples variaciones del modelo de hoja de lanza rígida en el extremo superior de un astil con una cabeza de hacha inmediatamente debajo, que con frecuencia presenta además en el lado opuesto algún elemento en forma de gancho o martillo. Su intro-ducción resulta decisiva para permitir a la infantería empezar a enfrentarse de manera eficiente, no solo a otros peones acorazados, sino también a la hasta ahora claramente dominante caballería. Las formaciones de infantes armados con este tipo de armamento resultan particularmente peligrosas para los guerreros montados, y presagian el inicio del declive del jinete pesado como elemento decisivo en las batallas.

De nuevo hay que recordar que la variedad de protecciones sobre el terreno es muy amplia. No todos los participantes en la batalla poseen los medios para equiparse con ar-maduras que incorporen todos los elementos protectores posibles, o a veces su función en el combate no se lo permite, como en el caso de los arqueros. Por eso armas como arcos y ballestas, que no pueden penetrar los blindajes más completos, siguen, sin embargo, causando estragos entre los soldados peor equipados, conservando su utilidad directa y estratégica en este periodo.

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Figura 8: Armamento del hombre de armas medieval tardío. a) Armadura corporal de alrededor de 1400. Este conjunto en concreto está compuesto de piezas de varias armaduras distintas y restau-rado para dar una impresión de unidad con fines ilustrativos. Es representativo de lo que se podía encontrar en el campo de batalla durante la transición del s. XIV al s. XV. (s. XIV-XV; varias proce-dencias, Europa).b) Bacinete con visor desmontable. La pieza que cubre la cara se podía levantar o quitar completamente con facilidad. La hilera de pequeños pernos perforados que recorren el borde inferior del casco es donde se colgaba el alpartaz de malla que protegía la parte inferior del rostro, cuello y hombros (ca. 1375-1400; Europa Occidental). c) Detalle del interior de un peto de armadura del tipo que en España se conoce como jaco lorigado, coracina o brigantina. Consiste en placas de hierro o acero estañado unidas mediante remaches a un soporte de tela, superpuestas y distribuidas de manera que ofrezcan protección y flexibilidad (ca. 1470; Italia). d) Partes metáli-cas de una armadura de placas que irían unidas a un soporte de tela o cuero. Este es un modelo más primitivo que c), pudiendo observarse que las placas son mayores y su distribución ofrece menos flexibilidad (ca. 1361; Wisby, Suecia). e) Espada para usar a una mano. La hoja tiene un perfil marcadamente triangular y la punta está reforzada. Esto indica una preferencia por el ataque de estocada, ya que para enfrentarse a un adversario con armadura es más efectiva que el corte (ca.1400; Europa Occidental). f) Espada larga, de mano y media o bastarda, para uso a dos manos. La hoja también presenta un perfil marcadamente triangular. Al abandonar el escudo por la mejora del blindaje corporal, se pueden utilizar las dos manos para manejar la espada, dando lugar a una mayor versatilidad en el combate y potencia en los ataques (ca. 1400–1430; probablemente Ale-mania). g) Alabarda (ca. 1430; Suiza). h) Imagen de un martillo de guerra en pleno uso. La cabeza es pequeña para que sea manejable, pero es lo suficientemente pesada como para que el pico reforzado que posee penetre la armadura sin dificultad. (1435-1460; Italia)

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Edad Moderna

Mientras tanto, a partir del s. XIV, y especialmente durante el S. XV, en Europa central, y con los mercenarios suizos como sus principales valedores, se detecta un resurgimiento de las formaciones cerradas de infantes armados con unas lanzas extremadamente largas llamadas picas que, como un recordatorio de que a veces la historia se mueve en ciclos, evoca a las falanges griegas y macedónicas. Estas unidades poseen una capacidad pasiva de defensa extremadamente eficiente contra la caballería en virtud del largo alcance de sus armas, su gran número, su cohesión y su disciplina. Pero su función principal es ofensiva, y evolucionan por el terreno de operaciones buscando al enemigo para enfrentarse a él o retarle a que intente romper el cuadro que forman. Entre sus rangos hay destacamentos de alabarderos y soldados especializados armados con grandes espadas a dos manos, que le proporcionan al conjunto versatilidad y potencia de choque. Con su aparición y consolidación en el campo de batalla la caballería empieza su lento pero inexorable declive como espina dorsal de los ejércitos.

Pero además, un nuevo agente decisivo comienza a apoderarse del campo de batalla: se trata de la pólvora. Ya en el s. XIV su uso se había ido extendiendo paulatinamente entre los ejércitos europeos, pero es en el s. XV cuando las armas de fuego empiezan a reclamar ruidosamente, nunca mejor dicho, su lugar. Las de mano, como los arcabu-ces primitivos, se usan como apoyo de la infantería, mientras que la artillería empieza a revolucionar la guerra de sitio y a hacerse un hueco en el combate a campo abierto. A finales de este siglo, el uso de la pólvora estará generalizado y se integrará, arraigando con fuerza, en las tácticas de a pie. El s. XVI conocerá el resurgimiento espectacular del infante como el señor del campo de batalla. Poco a poco, la proporción de arcabuceros y piqueros en los cuadros irá decantándose hacia los primeros, adaptándose a las nuevas tácticas. La potencia, precisión, manejabilidad y capacidad de producción y despliegue de las nuevas armas no hará sino aumentar con el tiempo, acaparando cada vez más el protagonismo bélico. Es cierto que ni las armaduras ni, sobre todo, las armas blancas abandonarán el campo de batalla en mucho tiempo, pero ahora un nuevo agente ha reclamado el control del teatro de operaciones, y ya nada será igual.

Irónicamente, es en los s. XV y XVI cuando las armaduras alcanzan su mayor perfección técnica. Con una capacidad de producción de materias primas capaz de satisfacer la enorme demanda, con el Renacimiento a pleno impulso, con la consolidación de las ciudades como centro de poder, con sólidas vías de intercambio comercial y con las gran-des revoluciones sociales, políticas, culturales y religiosas en marcha o a punto de empezar, esta época también es testigo de la perfección en el arte del blindaje corporal con hierro. Incluso la armadura de un simple soldado de a pie resulta enormemente eficaz, y las que pueden permitirse aquellos que poseen los mayores recursos económicos proporcionan a su portador protección efectiva contra la mayoría de armas que se pueda encontrar en un campo de batalla. En esta época todo el cuerpo puede ir cubierto de metal de la cabeza a los pies, por el llamado arnés blanco (de nuevo, el color hace referencia a la apariencia del hierro o acero pulidos.) (Fig. 9a). Las articulaciones están defendidas por sistemas de placas ingeniosamente unidos que permiten un amplio rango de movimientos al mismo tiempo que garantizan la protección, y en los puntos que eso no es posible se sigue usando malla, que ahora está cosida a una prenda interior de tela reforzada, la camisa o cuera de armar, en la que también se aseguran partes de la armadura. Las armas blancas son prácticamente las mismas que en el siglo anterior, con variaciones menores, en muchos casos estéticas. En el caso de las espadas las hojas se pueden hacer más ligeras gracias a las mejoras en la obtención del acero. Eso también favorece la aparición de espadas para poder llevarse con el traje de diario, una ten-dencia que tiene mucho que ver con los cambios sociales y el creciente carácter urbano de la vida. Son las llamadas espadas roperas (Fig. 9b), cuyo nombre deriva del hecho que se llevan como parte del atuendo.

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Figura 9: Armamento del hombre de armas de principios de la Edad Moderna. a) Armadura completa o arnés blanco. Cubre todo el cuerpo pero ofrece un rango de movimientos considerable. Pesa 26.15 Kg, que repartidos por todo el cuerpo permiten a un profesional entrenado ejecutar todo tipo de maniobras físicas: correr, saltar, tirarse al suelo, rodar, levantarse, etc., y, desde luego, pelear. Esta armadura es de estilo alemán, el otro también habitual en la época era el Italiano / Milanés. La de-coración en forma de estrías permite aumentar la rigidez de las placas sin incrementar su peso. (ca. 1520 y posterior; Nuremberg, Alemania). b) Espada ropera. Se llevaban con el atuendo habitual, para defensa personal, duelo y como símbolo de estatus. La empuñadura presenta arcos metálicos y pro-yecciones que ayudan a mantener la mano defendida en combate. La hoja es más estrecha y ligera que una hoja de guerra porque no debe enfrentarse a un adversario con armadura (segundo cuarto del s. XVI; España).

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Figura 10: Armamento del infante de principios de la Edad Moderna. a) Imagen xilográfica que repre-senta una batalla entre dos cuadros de piqueros alemanes a principios del s. XVI. La lámina pertenece a la obra “Der Weisskuing” (“El rey sabio”) y se titula “La batalla cerca de Nápoles” (ca. 1514-1516; Alemania). b), c) y d) Tipos de casco habituales en los campos de batalla europeos en el s. XVI. b) Casco de tipo borgoñota, caracterizada por la visera, el cubrenuca y por su perfil, que sigue la línea de la parte de atrás del cráneo. Esta tipología, con multitud de variaciones que frecuentemente incluían carrilleras, es usada tanto por la infantería como por la caballería en el s. XVI y parte del XVII, (ca. 1515; Italia). c) Casco de tipo morrión, caracterizado por la cresta y por el ala apuntada hacia arriba en su parte anterior y posterior. Ambas, la cresta y el ala, se hacen más pronunciadas a medida que avanza el siglo. A veces también incorporaba carrilleras (ca. 1535-1545; probablemente Innsbruck, Austria). d) Casco tipo capacete, caracterizado por la forma almendrada de su parte superior y su ala plana. Esta tipología se hace muy popular entre la infantería y conserva su presencia hasta bien entrado el s. XVII. (ca. 1585, Italia). e) Armadura corporal compuesta de coraza con peto y espaldar, gola para proteger el cuello y escarcela para la defensa de las caderas y la parte superior de los muslos. La infantería solía llevar conjuntos de blindaje como este, menos completos, para poder manejar sus armas con soltura (ca. 1510-1520; Augsburgo, Alemania). f) Alabarda (1500-1525; Suiza o Alemania). g) Moharra y ex-tremo superior de una pica. Estas medían entre 4.5 y 5.5 metros de longitud. Las moharras solían ser cortas, con la hoja bastante sencilla e incorporaban unas lengüetas laterales de hierro que se exten-dían por los laterales del asta, reforzándola y mejorando la sujeción. Esta es de principios del s. XVII, pero su morfología básica varía poco a lo largo del s. XVI. (ca. 1600; Austria o Alemania). h) Espada a dos manos. En España se conocen como montantes, aunque suele referirse a una tipología algo más pequeña. Estas eran armas usadas por especialistas, y son especialmente efectivas contra múltiples enemigos. En el cuadro tenían asignadas labores dinámicas de apoyo a los piqueros, flanqueo y defen-sa de puntos estratégicos (ca. 1600; Alemania). i) Espada del tipo denominado Katzbalger. Corta y de hoja ancha, era muy popular entre las tropas de piqueros suizos y alemanes para usarla en el combate cuerpo a cuerpo cuando se alcanzaba al enemigo. Esta tipología es muy icónica, pero se usaban toda clase de espadas de hoja fuerte y ancha para este menester (fin. s. XV – ppio. s. XVI; probablemente alemana).

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En el ámbito militar, a lo largo del s. XVI, el caballero lleva armadura completa, y aunque los jinetes siguen jugando un papel importante en la batalla, sobre todo por su movili-dad, las formaciones cerradas de piqueros y la arcabucería limitan la eficacia de las cargas con lanza, que se convierten en más situacionales y menos directas. Las protecciones ya no son tan eficientes contra las armas de fuego, aunque tendrán que pasar siglos antes de que se abandonen por completo, pues siguen ofreciendo una buena defensa contra las armas blancas e incluso una limitada seguridad contra los proyectiles, especialmente las de mejor calidad.

La infantería, a su vez, también va disminuyendo sus defensas individuales para ganar movilidad y para poder usar adecuadamente sus armas. Así, los infantes más acorazados suelen ocupar las primeras filas de la formación, que sufren el acoso de las picas contrarias cuando los cuadros chocan unos contra otros (Fig. 10). Estos llevan petos, a veces con espaldar, y a veces armadura en los brazos. Las protecciones de la cabeza (Figs. 10b-10d) están, como siempre, más generalizadas y por lo general son de forma apuntada con alas (capacetes y morriones), o redondas con cubrenucas y, ocasionalmente, carrilleras (borgoñotas). Los escudos casi han desaparecido del teatro de operaciones euro-peo, salvo en el caso de las rodelas, redondas y metálicas, pensadas para proteger de las balas. Se usan mucho en asedios, pero también en campo abierto, en manos de infan-tes (rodeleros) que, una vez ceden las picas en el cuadro, se introducen entre las filas enemigas buscando el cuerpo a cuerpo. Por eso los soldados llevan también espadas (Fig. 10i), con hojas de anchura variable, ahora que la disponibilidad de acero permite más variaciones en su construcción. Suelen presentar empuñaduras elaboradas, un reflejo de las espadas roperas que se imponen en la sociedad civil para duelo y para autodefensa, pero también como símbolo de status, y que necesitan una cierta protección de la mano ya que se usan en contextos donde ésta no lleva blindaje. Sin embargo, son picas y alabardas (Figs. 10f y 10g) las que perduran como las armas de filo más abundantes y las que acarrean el mayor peso del aspecto ofensivo en los grandes teatros de operaciones.

De nuevo, hay que recordar que las armas blancas seguirán siendo herramientas importantes en los conflictos, a gran y pequeña escala, durante siglos. Sin embargo, como vemos, la pólvora es ya la gran protagonista del campo de batalla, y este papel no hará sino reforzarse con el tiempo. Es por ello que este resulta un buen momento histórico para concluir este recorrido, breve y general, por el desarrollo de las armas y armaduras.

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Japón

A lo largo de este capítulo introductorio, más allá del aspecto descriptivo, se ha querido poner énfasis en exponer algunos de los factores que tienen influencia sobre las características del armamento y su transformación a lo largo del tiempo. Como comentábamos al principio, estos factores son producto de un contexto social y cultural de-terminado, y su conocimiento nos proporciona información fundamental del objeto. Esto resulta de gran importancia a la hora de tomar decisiones sobre cualquier tipo de intervención sobre él. Más allá de lo que el objeto es, este conocimiento nos ayuda a entender como debió ser y porqué, y nos da pistas, que a primera vista pueden ser poco aparentes, sobre los aspectos que resulta importante preservar. Se ha elegido el caso de las armas japonesas, en concreto de las espadas, como ejemplo paradigmático de la influencia del contexto sociocultural sobre el diseño, la producción y el uso del armamento, y para ilustrar como estos factores pueden condicionar las actuaciones que se realizan sobre ellas.

Cuando hablamos de espadas japonesas (nihon-to) la imagen arquetípica es la de una hoja larga y curvada, de un solo filo, con una guarda redonda y una empuñadura que permite asirla con las dos manos. Desde un punto de vista histórico, se trata de un arma derivada de los modelos de inspiración china y coreana con hoja recta y un solo filo que se usan en Japón hasta el periodo Heian (794-1185 d.C.), a mediados del cual se empiezan a encontrar ya evidencias del uso de espadas curvadas, que aparecen bien con-solidadas a finales de esta etapa. En sus inicios son espadas de caballería, usadas por las élites montadas como arma de apoyo a las principales que eran el arco y la lanza. La forma curva de la espada, que en esta época se lleva colgando del costado con el filo hacia abajo (tachi), se adapta mejor al desenvaine encima del caballo y favorece el ataque de corte, que es el más usado por la caballería ligera, de la que existe una gran tradición en Asia. Hasta mediados del s. XIV no empiezan realmente a cambiar las tácticas de combate para dar mayor peso específico a grandes cantidades de infantería en el campo de batalla. Una de las consecuencias de este cambio estratégico es la transformación de las espadas, que para los que luchan a pie se hacen más cortas y se llevan sujetas en el fajín con el filo hacia arriba, por comodidad en el transporte y el desenvaine. Esta espada para llevar a pie (katana) se seguirá usando hasta el fin del aislamiento japonés en 1868, cuando el país pasara de un régimen feudal protomedieval a la vanguardia tecnológica de los estados modernos en un tiempo récord.

Este singular desarrollo histórico tiene muchas consecuencias. Entre ellas destaca, para el caso que nos ocupa, que las tradiciones más antiguas se preservan con pocas va-riaciones hasta hace relativamente poco, lo cual les confiere un peso singular en la sociedad japonesa actual. Así, la fuerte carga simbólica de la espada japonesa se puede explicar por su asociación con la que fue la clase dirigente del Japón en el último milenio, los llamados samurai, una clase que de hecho configuró la cultura el país alrededor de valores fuertemente militares, tanto colectivos como individuales. Para esta clase la espada encarna de manera física todos estos valores y enlaza con una tradición todavía más antigua, de raíces budistas, que presenta la espada como uno de los símbolos originales de la nación en su formación, como concepto unificador, así como de la justifi-cación última de la autoridad que emana de la persona del Emperador, vehículo y encarnación de la esencia de la Divinidad. Todo esto ayuda a explicar los motivos por los cuales la espada se convierte en un objeto de reverencia y en el sujeto de toda una serie de actuaciones destinadas a reforzar su valor como elemento de naturaleza artística. En ningún momento hay que olvidar que, a pesar de todo, se trata de un objeto eminentemente práctico, una herramienta de guerra que debe poder utilizarse. Sin embargo, a lo largo de la historia del Japón podemos observar como éste objeto va adquiriendo diferentes cargas simbólicas, sociales, históricas y religiosas, que refuerzan los motivos por los cuales se decide aplicar toda una serie de criterios netamente artísticos a su elaboración, criterios que deben convivir con aquellos eminentemente prácticos que yacen en el corazón de la naturaleza del objeto. Y es precisamente esta convivencia de criterios uno de los factores que más contribuyen a otorgar su singularidad al nihon-to como objeto de interés cultural universal.

El aparente conflicto entre la aplicación de criterios prácticos y estéticos combinados en un mismo objeto se resuelve en este caso trasladando el mérito artístico a la correcta adecuación del objeto a su función, buscando hacer bello lo práctico. En el caso del nihon-to, tenemos que atributos en principio esencialmente funcionales como pueden ser el grado de curvatura de la hoja, el tamaño de la punta, el proceso de forjado o la naturaleza del temple, se convierten además en elementos estéticos. Los rasgos individua-les y su armonización conjunta constituyen así un objeto que, más allá de su utilidad, puede considerarse desde el momento de su fabricación, y gracias a la intencionalidad involucrada en el proceso, como una obra de arte. Esta consideración del artesano como artista viene también acompañada de toda una serie de consecuencias: existencia de tradiciones reconocibles, identificación de autoría de las piezas mediante firma y fecha, influencias, copia de estilos, falsificación de firmas, etc.

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Es todo esto precisamente lo que añade una nueva dimensión a la restauración de estas piezas. Cualquier intervención que altere la superficie de la hoja no solo tiene conse-cuencias desde el punto de vista arqueológico y de conservación, sino que también transforma irremediablemente la huella del artista plasmada en la geometría y la apariencia del metal. Hay que tener en cuenta que la calidad del objeto queda reflejada tanto en los elementos geométricos primarios (perfil, sección, rectitud de líneas, etc.), como en los rasgos estrictamente metalúrgicos, que para un ojo entrenado constituyen una clara indicación de la habilidad del artista en la elección de materiales y el control de los procesos, considerados como instrumentos a la hora de plasmar su arte en el objeto. Estos rasgos son a menudo muy sutiles y para hacerlos visibles, a fin de conocer los de-talles de la estructura interna del metal en la que está concretada la singularidad de la obra, es necesario someter la hoja a un proceso de pulido extremadamente minucioso y específico en cuanto a técnicas y materiales. Éste tipo de pulido constituye una parte integral del proceso de que convierte a la hoja en una obra de arte. Es laborioso y de-licado, y exige un conocimiento muy profundo de la naturaleza de la pieza con el fin de ajustarse a su propósito, es decir, sacar a la luz lo que el artista introdujo en el objeto. El pulidor debe trabajar siguiendo estrictos criterios que combinan el arte con la conservación, y su objetivo es alterar la pieza lo mínimo necesario en todos los aspectos. Por ello, como ocurre con todo objeto artístico sometido a intervención, cualquier actuación que implique la más mínima eliminación de material superficial por parte de personal que no esté muy familiarizado con el contexto específico de la pieza, puede tener consecuencias catastróficas para la naturaleza de la hoja como obra de arte.

Otro factor importante desde el punto de vista de las intervenciones, es la necesidad de no alterar el estado de la espiga (nakago) de la hoja, incluyendo la corrosión que pueda presentar. La espiga, la parte de la hoja que se encuentra dentro de la empuñadura, es el lugar donde se hallan la firma del artesano y otras inscripciones significativas. Su análi-sis cuidadoso constituye una de las herramientas principales de los expertos para evaluar y valorar la pieza. Cualquier manipulación altera automáticamente la información que puede extraerse de ella, reduciéndola, y se interpreta como un indicador de intento de falsificación, con las consiguientes consecuencias para el valor artístico y monetario del objeto. Detener la corrosión y estabilizarla para que no prosiga se considera una práctica aceptable, pero cualquier intervención de limpieza profunda o eliminación de óxido o pátina debe ser abordada exclusivamente por especialistas. De hecho, tanto la mera limpieza regular de la hoja como la conservación de ésta y de la espiga están sometidas a criterios específicos, en la que se usan materiales y procesos tradicionales.

La importancia cultural de estos objetos sigue siendo considerable hoy en día. La valoración artística de la espada japonesa se llama kantei, y es un conocimiento especializado difícil de encontrar fuera de Japón. No se diferencia de otro tipo de valoraciones artísticas en el sentido que recurre a una serie más o menos establecida y consensuada de criterios estéticos que se utilizan para determinar el nivel de calidad de una pieza concreta. Pero tiene una larga y arraigada tradición, así como instituciones propias 4 en Japón, avaladas por el Ministerio de Cultura, que se ocupan no sólo de identificar y autentificar hojas antiguas de espada y otros elementos históricos asociados a ellas, sino que sir-ven de vehículo para mantener vivo el arte tradicional de la fabricación del nihon-to. Así el gobierno japonés, a través del ministerio correspondiente, vela por la preservación de esta tradición. Por ejemplo organiza anualmente una competición de artesanos en la que un tribunal juzga el mérito artístico de piezas de nueva producción enviadas para ser sometidas al escrutinio de los profesionales del kantei. La puntuación obtenida a lo largo del tiempo en estos tribunales es un indicador fiable de la calidad del trabajo del artista, y, en consecuencia, de su cotización en un mercado que, entre piezas nuevas y antiguas, mueve una cantidad considerable de dinero. Para poder participar hay que ser un artesano reconocido oficialmente y es necesario que la fabricación de las piezas se lleve a cabo utilizando los materiales, herramientas y procesos tradicionales, con poco margen de maniobra para variaciones al respecto. La NBTHK, por ejemplo, opera un horno tradicional de obtención de hierro (tatara) que usa un proceso esencialmente medieval para proporcionar el material base para la forja de espadas a los artesanos, que no pueden usar otro.

El peso de la tradición está presente en cada aspecto que rodea la espada japonesa. Así, para dedicarse a las actividades asociadas a la fabricación y conservación de nihon-to (tanto en el caso de los forjadores como, por ejemplo, el de los pulidores o togishi) el oficio se adquiere mediante un sistema de aprendices. Para las restauraciones tradiciona-les de espadas antiguas, que pasan necesariamente por un pulido (porque es, precisamente, lo tradicional), sólo los profesionales más reconocidos son elegidos para la tarea. Como ya se ha comentado, el proceso de pulido debe hacerse ajustándose estrictamente a las características individuales de la pieza, no solo en relación a los factores artísticos si no también atendiendo al estado de conservación del objeto particular. Para ello es necesario no solo una adecuada competencia en el oficio de pulidor sino también una elevada aptitud en el kantei para ser capaz de identificar los elementos críticos sobre la marcha y juzgar en consecuencia cual debe ser la intervención más adecuada en cada caso.

4 Una de las más importantes es la Sociedad Estatal para la Apreciación de la Espada Japonesa (en japonés, Nihonto Bijutsu Token Hozon Kyokai) o NBTHK, pero hay otras.  

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Y los matices se siguen multiplicando a medida que profundizamos en el tema, ilustrando de forma clara como resulta complicado aproximarse a una intervención sobre una hoja de espada japonesa sin ser al menos mínimamente consciente de cuál es su papel en su contex-to cultural. Es cierto que el caso del nihon-to es bastante extremo, pero en mayor o menor grado ocurre con todos los demás.

Figura 11: Hoja de espada japonesa (katana), firmada Etchu no kami Fujiwara Takahira, y fechada Gen'na hachi nen rokugatsu hi (June 1622).

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Créditos de las imágenes

Figura 1: De arriba abajo: Museo Arqueológico de Valladolid. Imagen: © José Manuel Benito Álvarez / Museum für Vor- und Frühgeschichte, Berlin. Imagen: Ein-samer Schütze / © South Tyrol Museum of Archaeology.

Figura 2: a) CER.es, Museo Arqueológico de Sevilla. Imagen: Isabel Mª Villanueva Romero. b), c), e) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum. d), f) CER.es, Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Imagen: Verónica Schulmeister Guillén.

Figura 3: a), c), d) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum. b) CER.es, Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. e) Museo Arqueológico de Nau-plia. Imagen: Dan Diffendale.

Figura 4: a), d) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum. b), g) CER.es, Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Imagen: Arantxa Boyero Lirón. c), e), f) CER.es, Museo Arqueológico Nacional, Madrid. h) CER.es, Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba. Imagen: Valme Rodríguez Escudero. i) CER.es, Museo de Teruel. Imagen: Jorge Escudero.

Figura 5: a), b), d), e), h), i) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum. c) Museo del Ágora de Atenas. © Imagen: Giovanni Dall’Orto. f) Museo Metropoli-tano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. g) CER.es, Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Imagen: Alberto Rivas Rodríguez. j) Museo Británico, Londres.

Imagen: Marie-Lan Nguye. k) Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. © Imagen: Autor Desconocido. l) Museo Arqueológico de Pella, Macedonia. © Imagen: Autor Desconocido.

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Figura 6: a) © Imagen: Conrad Chicorius, Lámina LXXXVI de "Die Reliefs der Traianssäule", Segundo volumen de láminas: "Die Reliefs des Zweiten Dakischen Krieges", láminas 58-113, Verlag von Georg Reimer, Berlin, 1900. b) Museo Carnuntum, Bad Deutsch-Altenburg, Austria. Imagen: Matthias Kabel. c), g), h) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum. d) Imagen extraída de ROBINSON, H.R., (1975). “The Armour of Imperial Rome”. Arms & Armour Press, London. Ilustración: Peter Con-nolly. e) Museo del Condado de Somerset, Taunton, Reino Unido. © Imagen: Autor Desconocido. f) Museo Nacional Romano – Palacio Altemps, Roma. © Imagen: Marie-Lan Nguyen. i) Legio XV, Pram, Austria. Imagen: Matthias Kabel.

Figura 7: a) © The Morgan Library & Museum. b), h) Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. c) Museo de Historia de Estonia, Tallin. Imagen extraída de MÄLL, J. (2011). “A 13th-century kettlehat from Kodasoo, Estonia”, GLADIUS, XXXI, pp. 83-92. Foto: V. Lohmus. d) © Prague Castle Administration. Ima-gen extraída de BRAVERMANOVA, M. (2012). “The so-called armour of St. Wenceslaus - a historical introduction”, Acta Militaria Medievalia, VIII, pp. 213-220. Foto: J. Gloc. e) Imagen: Marc Gener. f) Museo Arqueológico Nacional, Madrid. Imagen: Marc Gener. g) © Instituto Valencia de Don Juan, Madrid. Imagen: Marc Gener. i) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum.

Figura 8: a), b), e), f), g) Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. c) Museo de las Royal Armouries, Leeds, Reino Unido. Imagen: Marc Gener. d) Imagen extraída de THORDEMAN, Bengt (1940). “Armor from the Battle of Wisby 1361, Vol II. Plates”, Almqvist & Wiskells Boktryckeri –A. B., Uppsala. Lam. 93. h) The National Gallery, Londres. Fragmento de “La batalla de San Romano”, de Paolo Uccello. © Imagen:The Yorck Project.

Figura 9: a) Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. b) © Instituto Valencia de Don Juan, Madrid. Imagen: Marc Gener.

Figura 10: a) Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. Ilustrador: Hans Burgkmair (Augsburgo 1473–1531). Grabador: Jost de Negker (1480–1546). b), c) Museo Británico, Londres. © The Trustees of the British Museum. d), f) Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. e) Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art. Atribuída a Kolman Helmschmid (Augsburgo, 1471–1532). g), h), i) Museo Armería Higgins, Worcester, Massachussets. © Higgins Armory Museum.

Figura 11: Museo Metropolitano de Arte, Nueva York. © The Metropolitan Museum of Art.

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