Israel, Nicolas - Tiempo y política en la obra de Spinoza

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  • 8/7/2019 Israel, Nicolas - Tiempo y poltica en la obra de Spinoza

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    TIEMPOYPOLTICAENLAOBRADE SPINOZA

    :.Nicolas Isral

    En la lectura de Spinoza se pone de manifiesto que, ciertas formas que pasan por laexpresin de la estructura de la existencia, o por las condiciones de toda conscienciaestn, en realidad, forjadas por la imaginacin. La distincin entre la duracin y eltiempo confiere, as, una nueva clarificacin a la oposicin clsica entre un tiempofsico y un tiempo psicolgico, ya que el tiempo formado por la consciencia imaginativa

    produce efectos en el mundo, hasta ser confundido con la duracin real de las cosas.Encontramos ah un rasgo caracterstico del anlisis del tiempo: este ser de imaginacinno existe fuera de nuestro pensamiento, no obstante aparentar ser el objeto de una

    percepcin sensible.

    La duracin es una afeccin de la existencia, su continuacin indefinida(1), cuyanaturaleza es ocultada por la potencia de temporalizacin de la imaginacin. Nosotrosvivimos en el modo de la confusin entre la duracin y el tiempo, lo que explica lainfluencia de formas temporales en nuestra vida afectiva o poltica. La tentativaspinoziana de prevenir esta confusin y cercar la verdadera esencia de la duracinvuelve de nuevo a poner simultneamente al desnudo la dominacin subrepticia que laimaginacin del tiempo ejerce sobre el campo tico y poltico. Pero cuando en laignorancia del tiempo de existencia de las cosas nosotros lo aprehendemos a partir de lasucesin de ideas imaginativas, esto ltimo no est inmediatamente dejado al azar de lasafecciones temporales, sino que primero es estimado en atencin a la regularidad de unorden de encuentros. Puesto que el tiempo no se cuenta racionalmente a partir de unmovimiento invariable, encuentra la fuente de su imaginacin en la memoria. Es a partirdel recuerdo de una serie de experiencias como se construye la representacin del

    pasado, as como la del presente y la del futuro(2). Los auxiliares temporalesengendrados por la imaginacin no sabran librarse de modificar la configuracin delcampo poltico.En el Tratado teolgico-poltico, al igual que en el Tratado poltico, as como en laCarta L, Spinoza no deja de afirmar que el poder de soberana es absoluto, por tantotiempo como conserve la potencia de imponer el respeto de lo que edicte. Los dirigentesdetentan el poder soberano mientras poseen el arte de determinar el deseo de cada unode comenzar de nuevo en el instante siguiente.

    La sociedad poltica no reposa sobre un pacto original, sino sobre la continuacinindefinida, la reproduccin incesante del deseo de comprometerse. El origen de lasoberana coincide, as, con la duracin de la multitud. El derecho del soberano dependede la reproduccin incesante del deseo de someterse que afecta a la multitud. En cadauno de esos momentos, el deseo de obediencia de la multitud es portador de lasoberana, cada instante est indisociablemente ligado a una accin, al poder supremo.En todo momento, la duracin de la multitud puede pasar de un rgimen a otro. Cadargimen se reduce entonces a un simple status, a un estado establecido del cuerpo

    poltico(3). Al igual que el derecho divino parte del momento (ab eo tempore) en quelos hombres han prometido pacto expreso de obedecer a Dios en todo, a partir delmomento (ab eo tempore) en que los hebreos transfieren su derecho al rey de

    Babilonia, el derecho divino deja de existir: deben obediencia en todo a este nuevosoberano(4). Como la duracin de la multitud es la causa de la soberana, cada uno de

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    sus momentos aparece como una ocasin de ejercer el poder soberano, para cualquieraque sepa cogerlo.La duracin de la multitud no puede ser representada como una sucesin de momentosamputados a las acciones a las que dan nacimiento, sino como una serie de ocasiones dedetentar la soberana. Tener la ocasin de detentar el poder, de subyugar el deseo de

    transferencia de los sujetos, equivale a tener la capacidad de atrapar la ocasin que es el propio poder soberano. La soberana se reduce a la sucesin de ocasiones de suejercicio. La ocasin es la fuente de ejercicio del poder soberano. Toda la cuestinconsiste entonces en saber de qu modo los gobernantes van a forjar un tiempo socialque establezca la ligazn entre promesas que superen el compromiso del instante.En el espacio social, la distincin ente la duracin y el tiempo toma la forma de unconflicto entre la fuente de la soberana, la duracin de la multitud y las formastemporales engendradas por los legisladores. El Estado intenta encauzar las variacionesdel deseo de obediencia que afecta a la potencia de la multitud, siempre tan perfectas encada uno de los instantes en los que se circunscribe. Segn Spinoza, la transicincontinua del deseo al origen de transferencia de derecho es la verdad incuestionable de

    la vida poltica, la causa siguiente de la que se deducen todas las propiedades. Lainconstancia de las masas no sabra ser fustigada como un vicio congnito a la multitud:sta simplemente traduce la accin de causas exteriores sobre la duracin que le afecta.Los hombres polticos se esfuerzan, as, en mantener la confusin entre esta duracindel espritu de la multitud y los auxiliares temporales que estructuran su imaginacin.Se trata de encubrir el hecho de que la soberana es una ocasin que se reduce a lasucesin de momentos propicios para su ejercicio.El tiempo poltico mide la duracin de la multitud, en el doble sentido de que enlaza losdiferentes estados que le afectan, delimita intervalos de obediencia y le somete a unmomento puntual del alma comn, o a un orden repetido de experiencias, elaborado porexpertos de la multitud. As como la duracin se encuentra numerada por la alternanciadel da y la noche, quiz pueda ser medida por la alternancia de recompensas y castigos(cf. el problema de los finales de mes difciles, en donde la delimitacin social sesuperpone a la delimitacin del calendario). En este sentido, el tiempo tiene unaexistencia esencialmente intersubjetiva, presupone los hombres pensantes.(5) No esuna afeccin de las cosas creadas, sino que existe fuera del entendimiento de cada uno.Por la definicin de su estatuto ontolgico, el tiempo toma inmediatamente unasignificacin poltica: supone que cada uno se conforma con la duracin que le es

    propia, en una unidad de medida comn, en un orden repetido de experiencias,generador de afectos comunes. Cada duracin es comparada, trada nuevamente delexterior, por afectos uniformizados. La duracin de la multitud, que es, sin embargo, la

    fuente de la soberana, parece velada por el tiempo poltico que la mide. Dado que elnacimiento de la sociedad coincide con la formacin de un espritu comn que traducela interdependencia imaginativa de la ciudadana, los sujetos estn llamados a percibir eltiempo tal y como se forja por los afectos que los une.Los afectos de temor y de esperanza que forman el nudo pasional, aseguran laefectividad de la transparencia de derecho al soberano, revelando que la constitucin delEstado supone la sumisin de los sujetos a un auxiliar temporal. El tiempo ser, as, poruna parte construido: los sujetos manifiestan el deseo presente de seguir lasexhortaciones del soberano a partir de la representacin de la salida futura, que lamemoria de una serie de experiencias pasadas confiere a esta obediencia. La conducta

    presente resulta entonces de la idea imaginativa del futuro, forjada por la memoria del

    pasado.

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    Toda la dificultad para los gobernantes estriba en construir un orden repetido deexperiencias que deje prever una salida futura capaz de producir afectos que se opongana la fuerza del presente en la va pasional. Moiss se benefici, as, del hecho de que loshebreos no han dejado de reconocer los favores pasados de Dios (es decir, la libertadque sucedi a la esclavitud de Egipto, etc).(6) La previsin de la seguridad futura a

    partir de estas experiencias pasadas bastara para renovar la obediencia.La conservacin del Estado depende entonces de una simple relacin de fuerza entrediferentes afectos(7). El Tratado teolgico-poltico anuncia los anlisis de la cuarta partede la tica, ya que Spinoza ha fundamentado ah el estudio de la conservacin delEstado, sobre la experiencia comn segn la cual las pasiones del alma no tienenninguna consideracin con el futuro (temporis futuri), y no tienen en cuenta nada que nosea ellas mismas.(8) La idea imaginativa constitutiva del afecto pasivo afirma la

    presencia del objeto que representa con tanta ms fuerza que la que existe en acto, yaque ninguna imagen de las cosas oculta su presencia(9). El Tratado poltico se apoya enuna anlisis idntico: ... en los momentos de mayor peligro para el Estado, cuandotodos, tal y como ocurre, son presos de un terror pnico, entonces todos aprueban lo que

    el temor presente les persuade, sin tomar en cuenta ni el futuro ni las leyes.(10) ElEstado debe convertirse en una potencia de temporalizacin para oponerse a la fuerzadel presente en la va pasional.Los ciudadanos deben ser conducidos a la obediencia por los afectos de temor y deesperanza que el Estado consiga movilizar. Ahora bien, estos afectos son portadores deuna forma temporal, y se definen como la alegra o la tristeza inconstantes, que brotade la idea de una cosa futura o pretrita, de cuya efectividad dudamos de algnmodo.(11)El nico modo de liberar a los ciudadanos de la fuerza pasional del presente, para mejorservirlos, es asociar a sus actos consecuencias imaginarias dotadas de una fuerzaafectiva superior a la de la situacin presente(12), cuando las consecuencias reales deestos actos comportan una carga efectiva bastante menor, incapaz de triunfar de undeseo presente . Si, siendo, por otra parte, todas las cosas iguales, la imaginacin del

    presente produce afectos ms intensos que la del futuro, la nica manera de volver a daruna fuerza pasional al futuro es relacionarlo con las ventajas que por ellas mismasocupan ms el espritu que los bienes presentes. Para asegurar la renuncia a un bien

    presente, es necesario dar a ese sacrificio consecuencias imaginarias que, al dependerenteramente de una salida futura, poseen una fuerza afectiva ms intensa, unida a larepresentacin de un beneficio superior. La previsin de la simple conservacin delEstado no bastara para producir siempre un afecto suficientemente intenso como parareducir el apetito de un beneficio inmediato y renovar el deseo de sumisin. El tiempo

    forjado por los hombres polticos, a partir de la imaginacin de un orden repetido deexperiencias, resulta de la asociacin, en el seno de la imaginacin de los sujetos, deciertas acciones con las previsiones imaginarias de sus consecuencias futuras. Estetiempo es humillante, ya que se constituye como un marco exterior que separa de formaimaginaria las acciones de la multitud de sus consecuencias reales. Segn Spinoza,sabemos que es a los esclavos, y no a los hombres libres, a quienes se otorgan premios

    por su virtud.(13)Esta servidumbre se debe al hecho de que el fin de la accin no es concebido a partir desus consecuencias naturales, sino por la representacin de un beneficio relacionado conel exterior, es decir, legalmente, en esta acin(14). Esto no es ya fortuna, sino el Estadoque se convierte en el principio de unin de los momentos temporales.

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    A diferencia de las leyes, que dependen de una necesidad de naturaleza, la ley,concebida como un mandato, se refiere necesariamente a un fin: es una regla de vida(ratio vivendi) que el hombre se impone a s mismo o impone a otros por algn fin.(15)Ahora bien, el mejor medio de contener al vulgo es el de instituir otro fin bien distintode aquel que se sigue de la naturaleza de las leyes.(16) El verdadero fin de las leyes

    polticas, entrevisto por un pequeo nmero, y que resulta necesariamente de lanaturaleza de aquellas, consiste en garantizar la paz y la seguridad ente los ciudadanos.(17) Dado que este fin verdadero no alcanza a generar afectos lo suficientementegrandes como para desbaratar las pasiones que atan a las quimeras del presente, loslegisladores deben saber asociar al respecto leyes con otros fines, capaces de engendrarafectos que vuelvan a dar fuerza pasional al futuro. Para asegurar la renovacin deobediencia al Estado, los legisladores prometieron, pues, a los cumplidores de lasleyes, lo que ms ama el vulgo, mientras que a sus infractores les amenazaron con loque ms teme.(18) Es por medio de promesas como los gobernantes dan nuevos fines alas leyes, que no son las consecuencias naturales, partiendo del principio de que slo laobediencia hace al sujeto, y no la razn por la cual obedece(19). Un ciudadano que

    obedece a las leyes, aun siendo totalmente engaado acerca de sus verdaderos fines, noes menos sujeto: transfiere el uso de su potencia por el deseo que l tiene de someterse.Este seuelo facilita incluso la transferencia de potencia(20).Los legisladores deben, por el estudio de la constitucin de cada nacin(21),encontrar la naturaleza de los afectos capaces de asegurar la mistificacin que conduzcaa respetar las leyes. Los afectos asociados podrn, entonces, variar segn la categorasocial a someter. Pero el Estado no puede asegurar permanentemente su conservacinreducindose nicamente a los afectos de temor y de esperanza que, por la tristeza queno cesan de generar, conduciran a los ciudadanos a querer destruir la causa de suimpotencia. Todo Estado debe garantizar la seguridad a sus ciudadanos. El afecto deseguridad, la alegra que surge de la idea de una cosa futura o pretrita, acerca de lacual no hay ya causa de duda (tica, III, def. XIV de los afectos) aparece en el corazndel dispositivo puesto en prctica para dominar la duracin de la multitud.De qu naturaleza es la seguridad que el Estado se esfuerza en imponer? Vivir enseguridad es conservar lo mejor posible sin perjuicio propio ni ajeno, el derechonatural de existir y de actuar, poder desarrollar con seguridad todas las funciones delalma y del cuerpo(22). Slo la institucin de reglas de derecho permite a cada unoconservar su derecho natural sin atentar contra el otro. La seguridad coincide, as, con laausencia de transgresin de las leyes, con la perpetuacin del orden legal(23). En efecto,en la mayora de los Estados, las sediciones son ms temidas que las guerras, laseguridad del Estado est ms amenazada por los enemigos interiores que por los

    exteriores(24). Como hemos visto, las leyes polticas instauran un orden asociando, conrespecto de la legalidad, recompensas incitadoras y, a su violacin, castigos disuasivos.El orden legal objetivo es el resultado de este equilibrio pasional por el cual losciudadanos obedecen las leyes para esperar sacar de ellas provecho, y se abstienen deviolarlas por miedo a represalias. En este sentido, el verdadero fin de las leyes polticas- a diferencia de los fines que le son incorporados artificialmente- es la seguridad delEstado: por ley humana entiendo aquella forma de vida que slo sirve para mantenersegura la vida y el Estado.(25)La seguridad es la situacin objetiva que resulta del acatamiento, tanto por parte de losciudadanos como de los dirigentes, del orden pblico construido por leyes. La seguridadno es el resultado de una virtud privada, ya que no tiene en cuenta el motivo por el

    cual los hombres gobiernan u obedecen(26), sino que ms bien da cuenta de una virtudde Estado, de la potencia de imponer a todos los sujetos el respeto de las leyes(27). Sin

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    embargo, la seguridad que reina en el Estado no debe reducir la paz, de la que ella no esms que la condicin, a una simple ausencia de guerra.El cuerpo poltico no tiende mecnica y naturalmente a asegurar su propia conservacinms que en funcin del fin a partir del cual ha sido instituido. La seguridad que losdirigentes instauran en un Estado del que han recibido la soberana por derecho de

    conquista, puede reducirse a una simple ausencia de guerra, puesto que el fin que seincorpora a un Estado vencido no es ningn otro que la dominacin(28).Por el contrario, el Estado establecido por una multitud libre debe instituir una formade seguridad que no dependa de la inercia de los sujetos, del terror que les paraliza y lesdisuade de recurrir a las armas para rebelarse(29). Es refirindose a los fundamentos deuna repblica de institucin como se deduce que su ltimo fin no es ladominacin(31), sino la seguridad, en la medida en que slo ella conduce a la paz, lacual implica la unin de los corazones (animorum unione), es decir, la concordia(31).Ahora bien, la instauracin de la concordia entre los ciudadanos depende,necesariamente, de un motivo interior, de una accin interna del alma por la cual seconvierte as en la condicin de la conducta de la multitud, como por un nico espritu,

    de la conservacin de un alma comn. Cul es la naturaleza de la accin interna delalma que empuja a los sujetos a reconocerse y a renovar esta unin?En la prolongacin de la tica, ciertos textos del Tratado poltico indican que losciudadanos no pueden ponerse de acuerdo ms que si son gobernados por decretosracionales enfocados a la utilidad comn(32). Eso no supone, por ello, que la condicinde la unin de los sujetos por un nico espritu consista en su esfuerzo por vivirconforme a los mandamientos de la razn. Si la multitud acuerda, de manera natural, yacepta ser conducida como por un nico espritu, no lo hace bajo la conducta de larazn, sino bajo la fuerza de una pasin comn.(33)Del mismo modo que los ciudadanos pueden estar determinados por motivos racionalesa obedecer decretos injustos(34), es posible conducirles por motivos pasionales aconformarse con leyes elaboradas en funcin de prescripciones de la razn. Pero si el

    principio de la unin de las almas reside en los afectos pasivos, el Estado posee el poderde establecer la concordia sin tener necesariamente a la vista la utilidad comn. Untemor comn tiene, as, la fuerza de asegurar la concordia incluso si el acuerdo que ellaestablece se hace sin buena fe(35), y si, a la menor ocasin favorable, la multitudtratara de destruir la causa de este afecto.La seguridad no es pues el fin de la sociedad establecida por una multitud libre ms quesi no se reduce a una situacin objetiva(36), a la ausencia de violacin de las leyes, sinoque se confunde con un afecto por el que los ciudadanos consideran la obtencin de

    beneficios futuros como si se tratara del presente. Spinoza indica, en efecto, que le

    cuerpo poltico tiene precisamente como fin liberar a los individuos del temor comnque les esclaviza: la sociedad civil, por su propia naturaleza, se instaura para quitar elmiedo general y para alejar comunes miserias(37). El verdadero fin del Estado esentonces el de transformar el temor o la esperanza padecidas en comn por los sujetosen seguridad.En qu medida el afecto de seguridad asegura la unin de las almas, la conducta de lamultitud por un nico espritu? No debe haber ah, en el estado civil, ms que unanica causa de seguridad para todos los ciudadanos(38). Esta fuente nica coincidecon un orden imaginario forjado legalmente por los dirigentes. El orden que cadaEstado debe saber instaurar y que asegura la conservacin de ste, cualesquiera que seanlos deseos singulares que afecten a los ciudadanos o a los dirigentes, no es solamente un

    orden fsico, de proteccin de los bienes y los cuerpos, sino un orden imaginario,interior al espritu comn de la multitud, que obtiene su objetividad del hecho de

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    imponerse a todos los individuos del exterior. El motivo, la causa interna de laobediencia de cada uno, deriva de un orden afectivo comn a todos.Si el derecho del Estado debe ser protegido por las pasiones que tienen comnmente lafuerza ms grande en el estado civil(39), el orden pblico no obtiene su potencia msque del orden imaginario que l produce. Los dos rdenes se engendran y se refuerzan,

    en cierta medida, por accin recproca. El orden imaginario, como todo fin, es el objetode un deseo, los hombres prefieren el orden a la confusin, ya que las cosasordenadas se imaginan ms claramente y son, as, el objeto de una rememoracin msfcil(40). Le experiencia de la repeticin de un orden de sucesin de acontecimientos

    permite contemplar la salida futura de esta serie como si ella estuviera presente, deconsiderarla con seguridad si el acontecimiento que anuncia es beneficioso(41). Elcuerpo poltico detenta, as, el poder de reducir progresivamente la ilusin de lacontingencia de los futuros, incluso si no le sustituye ms que la imaginacin de la

    presencia de su salida, y no su conocimiento racional. El Estado aparece como unapotencia de presentificacin que modifica la representacin del futuro que poseen losciudadanos afectados por sus nicos afectos de esperanza y de temor, incluso si han sido

    profundamente uniformados y estabilizados. El Estado trata de sustituir la dudallevando hacia la salida de las cosas futuras la imaginacin de su presencia, que nace dela memoria de un orden constante. Si el orden imaginario puede fundarse sobre el hechoobjetivo que la recompensa y el castigo han perseguido siempre en el pasado, el respetoo la violacin de las leyes no se reduce a la imaginacin del orden legal, a la percepcinde la presencia de los afectos de la ley. La regla de derecho no puede dejar de serconsiderada como un simple posible(42).Cules son los elementos de los que la relacin imaginativa va a dar nacimiento a unorden tal, que su recuerdo bastar para forjar el afecto de seguridad? La seguridad no

    puede nacer ms que de la esperanza y del temor; ella supone, as, una tristezaantecedente(43). Si las reglas de derecho relacionan la espera de recompensas y etemor de castigos con el deseo de obediencia, el resultado del orden legal debe permitirla asociacin de la seguridad, incluso de la desesperacin -aun si el soberano desea queno afecte ms que a los criminales- a los afectos uniformados de temor y de esperanza.El mejor medio del que dispone el Estado para reducir la representacin de lacontingencia de los futuros es todava el de producirla artificialmente. El cuerpo polticono dominar esta incertidumbre ms que a condicin de ser su propagador. El afecto deseguridad se produce tanto ms fcilmente cuanto que los afectos de temor y deesperanza han sido profundamente estimulados. La potencia esttica de presentificacinse funda siempre sobre un poder anterior de posibilitacin. La introduccin de la ilusindel posible en le espacio social no es siempre el resultado de una voluntad deliberada:

    esta representacin crece siempre proporcionalmente a la naturaleza contradictoria delas instituciones del rgimen.Basta acordarse de temores que tenan por objeto los afectos esperados de las reglas dederecho, que han sido realizadas desde entonces, para provocar un acto de seguridad ode esperanza, imaginar la presencia de la recompensa o del castigo futuro. El recuerdode un peligro, si se considera su imagen por s misma, afirma su existencia, es decir, queesta rememoracin nos proyecta en una situacin en la que los efectos de ese peligroson de nuevo como todava futuro (veluti adhuc futurum).(44) Este recuerdo, por smismo no hace aparecer un simple futuro anterior, si no que nos proyecta en unverdadero futuro, en tanto que la imagen que lo reaviva no remite al recuerdo de cosasque se opone a la presencia del peligro sin, por lo tanto, suprimirlo(45). La movilizacin

    del recuerdo de un peligro del que nos habamos librado permite, as, revivir laexperiencia de la reduccin de una salida equvoca, y producir un nuevo afecto de

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    seguridad, ligado a una situacin presente. El orden imaginario del que la rememoracingarantiza la formacin del afecto de seguridad es el resultado de la asociacin de laimagen de salida de un peligro a las imgenes de las cosas que se oponen a ese peligro.Basta entonces con esgrimir, por ejemplo, la amenaza e un retorno al estado denaturaleza, de la disolucin de estado civil, para que la situacin presente, cualquiera

    que sea la violencia de la que el gobierno de muestras, permita a cada ciudadanorepresentarse el futuro con seguridad(46).Es porque la imagen de los peligros inminentes consecutivos a un retorno al estado denaturaleza es contrariado por la percepcin de la perpetuacin del estado civil, que se

    podr producir un nuevo afecto de seguridad cada vez que los peligros del estado denaturaleza sean evocados. El hecho de que la sociedad no deje de triunfar de este estadoasegura, sobre el fondo de la rememoracin constante de esta resistencia a la disolucin,la renovacin de la idea de la salvaguardia futura del rgimen. Es as como la memoriade un orden de acontecimientos pasados permite la representacin de la presencia de susalida futura. El Estado no opera la presentificacin del futuro en la imaginacin de lossujetos ms que a partir de un recuerdo que les proteja de un futuro incierto. Si la

    imagen de ese futuro incierto ha sido ya relacionada, en la memoria de los ciudadanos,con los acontecimientos que niegan su existencia, no dudarn ms de la presencia de lascausas que en el futuro se opondrn a su produccin.El afecto de seguridad engendrado al estimular el temor del estado de naturaleza o de laviolacin de las leyes, no alcanza ms que aquello que una asociacin de recuerdos

    permite prever. la concordia que el soberano es capaz de establecer a partir del afecto deseguridad depende, as, del orden imaginario que habr podido imponer a sus sujetos.En qu medida este afecto de seguridad, que dirige la multitud como por un nicoespritu, asegura la reproduccin del deseo de obedecer al soberano? A condicin de quelas ventajas futuras, de las que los ciudadanos consideran su presencia, les caiga comoun beneficio descontado de la violacin de las leyes. Ahora bien, la reduccin del temoral estado de naturaleza, de la violacin de las leyes, consecutivo al afecto de seguridad,es suficiente para triunfar del deseo de los beneficios que implican la disolucin delestado civil. La multitud desea mantener la causa del afecto que la hace contemplar elfuturo con una alegra constante(47). El cuerpo poltico engendra una forma temporalque relaciona el deseo de obedecer en el presente con la percepcin no perturbada de lasalida favorable en el futuro. La potencia soberana modifica la representacin del futuroque se hacen los ciudadanos: ya no es un posible indeterminado que se cree o espera,sino que aparece como la consecuencia directa de la accin de la colectividad. Pero elsoberano es vctima del orden imaginario al que da forma: el afecto de seguridad no

    podr llevarle contra los deseos que no traigan en germen la destruccin del cuerpo

    poltico. El deseo de conservacin del cuerpo poltico engendrado por el afecto deseguridad pierde su fuerza, puesto que debe asegurar la obediencia a leyes inicuas, cuyaabolicin no entraara la ruina del Estado. El deseo de seguridad se hace, as,compatible con todos los deseos que no reaviven el temor al estado de naturaleza, o elmiedo de peligros, sabiamente mantenido por el soberano. Bajo el impulso de las

    pasiones, el deseo de asegurar la conservacin del Estado no parece oponerse a laviolacin puntual de ciertas leyes: slo la razn indica que la generalizacin de estaactitud provocara la cada del Estado(48).

    No mantener sus compromisos parece, para la multitud, como un modo de liberarse deformas temporales serviles, que relacionan la persistencia del abandono de tal bien

    presente con la constante intensidad del temor de algn mal futuro, o con la seguridad

    de alegrarse de beneficios, tambin futuros. Pero la accin poltica de la multitud noconsiste solamente en aprovechar la ocasin de una debilidad de la esclavitud temporal,

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    impuesta por los dirigentes, para reencontrar el ejercicio de la soberana. Esta accinsupone la conversin de la potencia soberana en una sucesin de ocasiones en las queestablecer, abolir o reformar las instituciones del rgimen, lo que no sabra denegarle el

    poder de estabilizar su duracin cuando deseara conservar las instituciones de las que seha dotado. As, no es solamente la inestabilidad de la duracin de la multitud lo que

    conserva la soberana en una sucesin de ocasiones, sino ms bien al contrario: lacapacidad de la masa de ejercer su vigilancia(49).

    -----------------------------------------------------------------------------------------------1. Eth. II, def. V. (tica, trad. de Vidal Pea, Madrid, Alianza)2. Eth. II, prop. XLIV, esc.3. TP V, I y II. [Tratado poltico, trad. de Atilano Domnguez, Madrid, Alianza]4. Hemos modificado la traduccin de Appuhn en la primera cita, para acordarla con lasegunda, en donde la expresin ab eo tempore remite a un momento determinado (TTPXVI, pp. 346-347, Gebhardt III, p. 198; TTP XIX, p. 396, G. III, p. 231) [Tratadoteolgico-poltico, trad. de Atilano Domnguez, Madrid, Alianza)

    5. PM 10, p. 271. [Pensamientos metafsicos, trad. de Atilano Domnguez, Madrid,Alianza. En el mismo volumen Tratado de la reforma del entendimiento y Principios defilosofa de Descartes.]6. TTP II, pp. 110-1117. Eth. IV, prop. XXXVII, esc. II; TP X, 10.8. TTP V, p. 157, G. III, p. 73; Eth IV, prop. IX-XIII y XVI-XVII.9. Eth. III, prop. XVIII, esc. I10. TP X, 10. Tanto en el Tratado teolgico-poltico (TTP) como en el Tratado poltico(TP) se trata de tomar en consideracin (habent rationen; habita ratione) el futuro.11. Eth. III, def. XII y XIII de los afectos.12. Eth. IV, prop. XVI13. TP, X, 8. Spinoza critica, as, a quien se abstiene de las malas acciones y cumplelos preceptos divinos como esclavo (servus),... y por ese servicio espera ser agasajado

    por Dios. (Carta XLIII a Jacob Ostens, G. IV, p. 221 [trad. de Atilano Domnguez,Madrid, Alianza]; cf. Eth. II, prop. XLIX, esc. y IV, prop. LXIII, esc.) Es, pues, posible,manipular esta servidumbre voluntaria (TP, VII, 6).14. TTP, IV, p. 141, G. III, p. 6315. Ibid., p. 137, G. III, p. 5816. Idib., p. 137, G. III, p. 5917. TP, V, 218. TTP, IV, p. 137, G. III, p. 59

    19. TTP, XVII, 351, G. III, p. 20220. TP, II; ... Moiss, que haba ganado totalmente, no con engaos, sino con la virtuddivina, el juicio de su pueblo, porque se crea que era divino y que todo lo deca y haca

    por inspiracin divina[...] (TTP, XX, p. 409, G. III, p. 239)21. TTP, V, p. 153, G. III, p. 70. Sobre la nocin de ingenium nacional, cf. P-F Moreau,op. Cit., pp 427-44022. TTP, XX, p. 411, G. III, p. 24123. TP, V, 224. TTP, XVII, p. 354, G. III, p. 203; TP VI, 625. ... ad tutandam vitam et republican (TTP, IV, p. 138, G. III, p. 59).26. TP, I, 6; TTP, XVII, p. 353

    27. TP, V, 3 y X, 1

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    28. TP, V, 6. Como precisa Spinoza al tratar de la monarqua (VII, 26), las institucionesdeducidas en el Tratado poltico son adaptadas a los diferentes regmenes, puesto que sesupone que han sido establecidas por una multitud libre, es decir, que no es sumisa aotro pueblo.29. TP, V, 4.

    30. TTP, XX, p. 410, G. III, p. 24031. TP, VI, 4. La seguridad no es un fin, entre otros, del Estado: la sociedad essumamente til e igualmente necesaria, no slo para vivir en seguridad frente a losenemigos, sino para tener abundancia de cosas (TTP, V, p. 157, G. III, p. 73).32. TP, II, 21 y III, 7. Eth. IV, prop. XXXV y XL.33. TP, VI, 1 y III, 934. TTP, XX, p. 412, G. III, p. 241; TP III, 5 y 6, VI, 3935. Eth. IV, Apndice, cap. XVI36. La seguridad objetiva se califica, con frecuencia, con el trmino tutus (cf. TP, VII,16).37. TP, III, 6

    38. TP, III, 339. TP, X, 940. Eth. I, apnd., p. 10241. Eth. III, def. XIVde los afectos, explic.42. TTP, IV, p. 13643. Eth. IV, prop. XLVII, esc.44. Eth. III, prop. XLVII, esc. Citamos la traduccin de Pautrat.45. Ibid.46. cf. Hobbes, Leviatn XVIII, p. 150 (trad. de M. Snchez Marto, Mxico, Fondo deCultura Econmica)47. Eth. III, prop. XII48. Actuar contra el decreto del soberano es siempre una cto de rebelin, puesto que, sitodo el mundo obrara del mismo modo, se seguira de ello la ruina del Estado (TTPXX, p. 412, G. II, p. 241); ... si la razn aconsejara eso, se lo aconsejara a todos loshombres (Eth IV, LXXII, esc.)TP, VIII, 4

    -----------------------------------Publicado en el nmero 2 de Multitudes.

    Traduccin de Beat Baltza