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Johnny Picatoste
ANTOLOGIA DEL SARRO
Abrid los armarios y freídle unos chorizos a esta
gente.
Dijo mi abuela, María, la de la Posá
Índice
Prólogo 6
Tarde de mimbre y sábanas 8
Princesas y Sapos 16
Un solar vacío 26
Ángela y David en la playa 28
PCZ 29
morao 32
PIN PAN PUM 33
Cuento corto 33
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Antología del sarro nace de la necesidad de transmitir
lo que en sus páginas se expone de una manera más o
menos decorativa, instintiva o caótica y está compuesto
por dos relatos y algunos poemas cuyo hilo conductor
podría ser la metamorfosis, metamorfosis que tiene su
origen a veces en la abstracción, la personificación o en el
sueño, ya lo dice Miguel Contento yo soy un sapo que
respira por la piel.
Antología del sarro esta enjalbegado a base de
pinceladas, de brochazos en los que la forma, en
ocasiones, prevalece sobre el contenido, esto no es un
bodegón aquí no hay fruta ni jarrón. Ya quedas advertido
querido lector.
Antología del sarro destripa las pasiones más
primitivas de un mundo que está más cercano al día a día
que a la ficción. El autor rechaza las grandilocuencias
intelectualoides y aboga por el romanticismo frente a la
ilustración, por la calle frente al academicismo ¡arriba el
romanticismo!¡abajo la ilustración!
Johnny Picatoste no es un autor atormentado, tuvo
una infancia feliz y obrera. Johnny Picatoste comparte
similitudes con Miguel Contento, el personaje principal de
7
Princesas y sapos, al igual que él es también un
happypollas y no se sonroja por admirar la belleza cuando
se manifiesta en cualquiera de sus representaciones.
Ramón
(el peluquero de Johnny Picatoste)
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TARDE DE MIMBRE Y SABANAS
La mañana había salido a su paso y le sorprendió en la
cama. Bastó que abriera los ojos para tomar la iniciativa y
anticiparse al encuentro con el nuevo día. Apenas hubo
atusado su cabello, cubrió su piel con una camisa de
áspera y rugosa gasa, cuando sus pasos ya resonaban
entre los peldaños de aquella discreta escalera camino de
la ciudad.
A menudo sentía deseos de desechar el orden, la
clasificación, las secuencias de acción y reacción, sentía
deseos de conjurarse con el azar, de dejar fluir la vida, de
dejarse sorprender por el devenir, jugar a no ser nadie y
ser lo que se es. Quizá estos pensamientos asaltaban su
cabeza porque los ciclos de la vida le insinuaban que el
tiempo no es ilimitado, o quizá porque esa noche había
dejado en su mesita de noche El jardín de los senderos
que se bifurcan.
De camino al kiosco de prensa atravesó el paso de
cebra mientras la luz reflejada en las bandas blancas
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difuminaba las formas a su alrededor como una fotografía
velada.
Tras una breve y muda transacción con el señor del
kiosco tomó el periódico en sus manos y ojeó las letras de
tinta presa en planos de papel preciso para luego plegarlo
en formas de cuerpos poligonales y posponer su lectura.
Ese día, con mayor juicio que nunca, asumió la
maleabilidad de su destino. Con cierto despecho se
abandonaba a los envites de la providencia sin poder
evitar por ello que inciertas emociones turbara su pulso.
Pacientemente disfrutaba de la firmeza de sus pasos
en aquel luminoso día. Se dirigió a la plaza, en la que
como todos los domingos ociosamente saboreaba las
horas previas al almuerzo en compañía de café y tabaco.
Atravesó la galería que precede a la plaza bajo el dintel de
piedra afirmado con columnas hieráticas, como testigos
mudos de las historia de la ciudad. Alegre e indiferente el
público que allí acudía se despachaba del sol de aquella
mañana entre terraza y terraza.
Como de costumbre tomó asiento en una de esas sillas
metálicas, ligeras y brillantes que parece que solo existen
en los días soleados, como las sillas del bar del estanque,
y se acomodó escrupulosamente a la dirección de la luz
para que le permitiera disfrutar del sol sin que le
importunara la lectura.
Oscuro el café giraba como vórtice sin destino, como
gira la galaxia. No parar de girar nunca, nunca llegar al
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infinito. La voluptuosidad de la línea curva frente a la
frialdad de la línea recta que separa, que divide.
Cogió en sus manos el paquete de tabaco mientras
concentraba su atención en los titulares del periódico y lo
balanceó aleatoriamente hasta que terminó de leer y
buscó la cinta para desenvolver el paquete al tiempo que
hacía un eléctrico movimiento de cuello para quitarse el
pelo de los ojos. Tiró de la cinta, que sonó de manera casi
imperceptible, y rasgó con un movimiento inconsciente el
papel dorado tras el cual apareció el filtro de los
cigarrillos. Ojeando de nuevo el periódico tomó un
cigarrillo entre los dedos y lo aproximó sin prisa a sus
labios todavía pendiente del papel.
Mientras buscaba el encendedor entre sus bolsillos
atrajo su atención el chillido de risa histérica de un niño
que corría detrás de una paloma. Colocó el filtro entre sus
labios, y sujetándolo ahora de la punta, lo giró para que
se humedeciera toda la superficie y evitar así que
quedara doloridamente pegado a sus labios resecos.
Extendió la mirada y chasqueó el encendedor hasta
conseguir que fluyera la llama. La acercó sin prestarle
atención y absorbió intensamente una bocanada de
humo que invadió sus pulmones. Humo que embalsama y
acartona la voz. Humo que surgía de su boca como
sueños fosilizados por el terror de las noches de espera,
afrontadas con la debilidad infantil que nos conmueve y
no nos consuela, esperando una llamada o mirando un
buzón. Humo que se ramifica en busca de esperanzas, sin
forma, que alienten el corazón, un aliento que sea
11
suficiente para anclarse a la vida, un sueño que merezca
la pena vivir, que merezca la pena esperar.
Buscó un cenicero para apagar el cigarro y no lo
encontró a la vista, así que giró sobre sí y vio uno en la
mesa de atrás sin percatarse de la joven que allí se
encontraba. Aspiró por última vez y extendió el brazo
hasta llegar al cenicero, y cuando estaba acabando con
los últimos hilos de humo de aquellas islas de cartón
industrial notó el leve roce de su dedo con la mano de la
joven, la cual se sobresaltó.
Respondió con una sonrisa de disculpa por aquel
encuentro fortuito, y ella se disculpó a su vez con un
gesto de complicidad y un fugaz y airoso movimiento de
mano.
Creyó que hacía tiempo que un encuentro tan
ocasional no le hacía pensar tan indiscriminadamente en
alguien. No pudo explicarse por qué aquella leve
casualidad hizo recordar tantas sensaciones olvidadas.
¿Cómo podía engrandecer tan deliberadamente aquel
momento? ¿Cómo tan irracionalmente se imaginó
besando los labios de la joven? Aquel lirio surgido de
quien sabe dónde. ¿Dónde se ocultó? ¿A qué estuvo
esperando para cruzar ahora de ese modo su vida? Creyó
que aquel cabello era más fresco que un patio andaluz.
Creyó que era más bella que la propia Helena de Troya.
Creyó que no la podría olvidar nunca si continuaba con
ese frenético razonamiento. Se acababa de producir una
inflexión en su vida y tendría que ser capaz de
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reconocerlo, de tomar el valor suficiente para enfrentarse
a ello.
Estos dos seres no fueron culpables de desearse al
instante. Quizá se estuvieron esperando una vida entera,
o quizá durante épocas sus almas se buscaron y sus
cuerpos lo ignoraban. Lo imperfecto lleva consigo un halo
de perfección, todo aquello que existe debe su existencia
a lo absoluto perfecto e inmóvil principio y fin de todas
las cosas que despierta las fuerzas latentes de la
naturaleza.
Solo por eso estaban seguros de amarse, de dar
sentido al la palabra amar en el acto destinado a
engendrar, crear, persistir, perpetuo, permanente, de
adorar el fruto de su vientre.
Traspasaron la puerta, la estancia era luminosa y
diáfana. Cobraba vida la luz atravesando las cortinas de
los ventanales que hacía bailar las motitas de polvo como
si de plancton se tratase. La ambiente era cálido y se
mezclaba con el olor a muebles de mimbre y los visillos
blancos.
Como animales que delante de su presa perdonan para
dar sentido a la piedad, para sentirse más fuertes aún ,
como dioses. Concentran más tensión en la espera que en
el desenlace. Más gozosa es la opresión de las pasiones
que su liberación.
Se encontraron entre las cortinas como por casualidad,
se enfrentaron detrás de los ventanales.
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Su mano rozó suavemente la de ella apenas queriendo
y ella respondió evitando la mirada. Con la mano ya en su
poder, asiéndola con decisión puso los labios en su cuello,
ese perfume quedaría desde entonces grabado en su
memoria y haría revivir ese instante tan vivamente como
ahora que podía notar en sus labios el calor corporal.
Recorrió sin prisa la superficie de su piel entre el vello y el
cuello de la camisa cerrando los ojos, exhalando suspiros
que mellaron aquel muro levantado para resistir los
envites de la pasión. Ella suspiró también. Se estrecharon
entre sus brazos, sus muslos se encajaron y se apoyaron
contra los cristales mientras se besaban. El beso era
lento, dejando pasar el tiempo, con la dulzura con que se
besan unos labios nuevos. Las manos recorrían a veces la
cintura entre el pantalón y la camisa y otras veces el
cuello para dar más intensidad al beso. Mientras los
labios todavía se empeñaban en descubrir nuevos
delirios, las manos inevitablemente descendieron por el
cuello y comenzaron a abrir la camisa todavía sin
desabrocharla para dejar entrever una especie de senda
que todavía no era preciso descubrir. El gozo de la piel
mientras las manos comenzaron a deslizarse por los
senos cubiertos por la camisa de color marfil que
tibiamente ocultaba el fino sujetador de encaje.
Ya no había marcha atrás.
Los muslos se rozaban con fruición y se contorsionaron
deliberadamente para ajustar sus sexos.
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Los senos no podían disimular la erección que surgía
en ellos y las manos, primero con la palma y luego con el
exterior, jugaban a buscar nuevas sensaciones sobre la
superficie de la camisa hasta el momento en que se
dirigieron suavemente a desabrochar los botones. No fue
suficiente para sus aspiraciones acabar con los botones
de la camisa y se dirigió seguidamente a la hebilla del
cinturón, la cual desabrochó mientras atraía la atención
de su presa hacia un extenso mordisco en el labio inferior.
Ella, sabiamente, hizo un movimiento de contrariedad
con sus caderas por la incursión realizada. El deseo es un
ejercicio frontal, que se realiza perdiendo la perspectiva
de uno mismo, que nos vuelve frágiles porque con la
esperanza de lograr ilusiones nuevas el vigor nos conduce
a áridos paraísos de los que es fatigoso el regreso.
Sus manos pudieron sentir livianamente el roce de la
piel cálida del vientre y las comisuras elásticas de la
prenda que cubría vaporosamente el vello, pero
enseguida se deslizaron hasta las axilas para colocar los
brazos de ella alrededor de su cuello y evitar que se
resistiera al abordar con su boca el pecho y saborear los
brotes de un jardín de olivos. Bálsamo de horizontes
perdidos.
Luego ascendió por el cuello y la abrazó fuertemente
hasta que se estremeció. Hábilmente se deshizo de la
camisa y desabrochó el sujetador, recorrió con sus labios
la senda que conduce al olvido mientras arrastraba las
manos desde el pelo a los senos. Aumentó
concienzudamente la tensión al hacer sentir el calor de su
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aliento sobre la piel, rozando levemente con sus labios
para que ella deseara con firmeza algo más determinante,
haciendo sentir sin pudor su aliento sobre aquella
delicada superficie.
Fijando la atención sobre el encaje de elástico blanco,
bajó lentamente las manos alrededor de sus caderas
hasta colocar las manos a la altura de la pelvis y unió sus
dedos al juego que infringía su boca. Antes de que bajara
con sutileza el elástico blanco y observara las rosadas
marcas que este había dejado en la piel ya había notado
el olor de su vientre, y continuó bajando al tiempo que
buscaba el límite entre la mariposa de sombra y la piel
para hundirse allí.
Una vez en la albura de la alcoba se deshicieron de la
ropa sobre la cama. Allí le entregaría la vela de sus
sueños, le confiaría su inconsciencia, su descanso.
Se prometió no volver a cometer los mismos errores.
Se estaban entregando cuando se supieron
embaucados acaso por un demiurgo majadero que les
privó del fruto que anhelaban.
‒¡Es que acaso todos necesitamos una corona de
espinas! ‒exclamó ella con lágrimas en los ojos, sentada
sobre la cama. No pudieron creer lo ocurrido.
‒No llores más, amor mío ‒le dijo poniendo la mano
en su hombro desnudo. Esto no habría ocurrido si yo no
me llamara Rosario y tú Dolores.
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PRINCESAS Y SAPOS
Sentados en la cama, desnudos, abrazados, ella sobre él, encendieron un cigarrillo. Él succionó e inhaló el humo, ella se recogió el pelo para atrás con las manos, se acercó a unos centímetros de su boca, inclinó la cabeza hacia un lado y comenzó a aspirar el humo de la boca de Miguel Contento. Ella era un alma encantadora, tenía un corazón dórico y un coño corintio. Después de todo, pensó él, qué hay de malo en tener simpatía por el diablo, cada poli es un criminal, cada pecador un santo, la cara es la cruz. Así que demuéstrame tus modales, le dijo, simpatía y buen gusto.
Se levantó con energía de la cama y le espetó señalándole con el dedo:
‒¡Tú eres mi puta y yo soy un sapo que respira por la piel! ¡Estoy harto de ser tierno, tengo un amor platónico y sexual y la última vez que la vi no tuve huevos para decirle que la deseaba!
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Miguel Contento poseía una innata capacidad para ofender sin pretenderlo. Los esfuerzos que hacía por ser diferente eran bastante espontáneos y naturales. Todavía confiaba en aquella vieja creencia de actuar de acuerdo con lo que el corazón te dicta y creía que no podría ser capaz de ofender a nadie sin pretenderlo. De la misma manera, creía, que actuando de acuerdo con lo que el corazón te dicta, la gente, los demás, no encontrarían motivos para agraviarlo.
Aquella mañana hacía calor y una intensa luz azotaba las persianas de la habitación del hotel. Miguel Contento se apoyaba con pereza en el lavabo mientras bostezaba delante del espejo. Niebla, su prometida, todavía estaba en la cama. Tomó la parafernalia del afeitado y recordó las palabras de Niebla de la noche anterior. Le dijo que era un inmaduro y un irresponsable. Niebla quería ser tratada como una princesita y se permitía decirle que él no era su hombre ideal, que en diez años que llevaban juntos solamente dos o tres noches se había acostado feliz y que de los novios que había tenido él era el peor.
Las palabras no sirven de nada, los sentidos no tienen sentido.
Miguel, optimista y cortés también tiene su gracia y su arte y cocino luego existo. Quizá Niebla sería más feliz con un sosito responsable y predecible que no sepa ni encender una lumbre.
Y si uno tiene algún defecto me pregunto qué es peor: la inmadurez o la soberbia.
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O qué es peor: la soberbia o la codicia
O qué es peor: la codicia o la obsesión
O qué es peor: la obsesión o el deliro
O qué es peor: el delirio o el temor
O qué es peor: el temor o la infidelidad
O qué es peor: la infidelidad o la negligencia
O qué es peor: la negligencia o la indecisión
O qué es peor: la indecisión o la rutina
O qué es peor: la rutina o la incertidumbre
O qué es peor: la incertidumbre o el agravio
O qué es peor: el agravio o inadaptarse
Inadaptarse o la locura
La locura o la ignorancia
La ignorancia o el abuso
El abuso o estar podrido
Estar podrido o el vicio
El vicio o demasiado
Demasiado o estar ebrio
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Estar ebrio o el ridículo
El ridículo o huir
Huir o el rechazo
El rechazo o ser diferente
Ser diferente o la indiferencia
La indiferencia o el abandono.
Miguel Contento era un optimista por naturaleza, lo que se llama un happypollas, una persona alegre, optimista, que no interpreta. Miguel Contento era incapaz de tomar las decisiones adecuadas para beneficiar sus propios intereses. Incapaz de adoptar otro criterio para tomar decisiones que no fuera el estrictamente intuitivo o visceral. Algunas personas lo llamarían ser simple, él prefería llamarlo ser sencillo. A pesar de todo, dadas las circunstancias Miguel Contento es consciente de sí mismo y de lo que le rodea y cuando hacer las cosas lo mejor que puede no es suficiente se vindica y se reivindica, y cuando esto ya lo ha hecho, no sabe si reivindicarse más alto o más fuerte y se cuestiona y es cuestionado. De lo único que está seguro es de saber divertirse. La elección de ser feliz prevalece sobre todas las cosas. ¿O es que te crees que vamos a vivir para siempre? Parece un sombrero pero es la boa que se comió al elefante.
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Las palabras no sirven de nada, los sentidos no tienen sentido.
Después de la cena, ya en el hotel, Miguel Contento se tumbó en la cama, cerró los ojos y soñó.
Caminaba por las calles desiertas. La lluvia había castigado implacablemente la superficie inerte de la ciudad. Los suelos empedrados y los edificios de ladrillo industrial mostraban como cicatrices las huellas de humedad. El cielo era de color rojo coral y lo cruzaban nubes mono dimensionales azul nuclear. Por todas partes se hallaban restos de despojos y detritus arrojado por el mar y entre los edificios vio retirarse los tentáculos de una bestia gigante. La lluvia, el agua y onomatopeyas de la lluvia y el agua. Iones muertos suspensos, huachos somnolientos. La lluvia está compuesta del mismo elemento del que están compuestos los sueños y al caer comparte el mismo sonido con los guijarros que retira el mar en la playa, ambas naturalezas, cual sueños, poseen morfologías y geografías distintas.
Caminando como estaba por la ciudad, atrajo su atención la luz que salía de una claraboya de un edificio próximo. Después de examinar la luz, el tejado y el edificio decidió investigar más de cerca movido por la curiosidad. Se aproximó al edificio sorteando todo tipo de espuma y algas marinas. Caminando por la acera, se situó en la esquina y estudió ambas fachadas con atención. A su derecha, no muy lejos, había un desagüe de color blanco fijado a la pared con abrazaderas de metal. A
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pocos metros desde el suelo había una ventana enrejada. No sería descabellado trepar por el tubo apoyándose en las abrazaderas hasta llegar a la ventana. Desde la ventana tendría todavía que superar otras dos ventanas antes de llegar al tejado e investigar la claraboya.
Se amarró con firmeza a la cañería y colocó con esfuerzo un pie en la primera abrazadera desde donde se impulsó para apoyar el segundo pie. Las manos atenazaban con firmeza el metal blanco y Miguel Contento comenzó a sudar. Detrás la ciudad y la ausencia. Se afianzó en la ventana, desde donde pudo recuperar el aliento, miró hacia arriba y enseguida reinició su labor. Conforme se acercaba al tejado pudo contemplar la sinfonía de ventanas, ventanales, antenas y chimeneas que componían la bóveda de la ciudad. Alcanzó el tejado, primero se aferró con las dos manos, después ancló en él los pies y se impulsó hasta quedar tendido boca arriba sobre las tejas resbaladizas. Rodó hacia arriba sobre sí mismo, colocó ambas manos a la altura de los hombros, clavó la punta de los pies, se articuló y quedó dispuesto para gatear. Se orientó y se dirigió a la luz.
La claraboya tenía un ventanal de dos alas, una de las cuales se encontraba abierta hacia el exterior. Conforme se acercaba observó que la luz procedía de una habitación de techos altos, con paredes de papel amarillo austero con relieve floral. Vio una cama de armadura de metal sencilla y una cómoda, un armario, mesita de noche y silla, todo ello de aspecto viejo oscuro y pulcro.
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Sobre la cómoda había un estuche de flauta travesera de terciopelo negro abierto.
En el interior de la estancia había una joven, era Moira, la chica que toca la flauta en el único subterráneo de la ciudad. En ese momento Moira está de pie junto a la silla donde apoya su pie derecho. Con el pelo cubriéndole la cara se está subiendo la media a la altura del muslo, pero, se incorpora, mira hacia la ventana, se retira el pelo de la cara y se abre el pecho con las dos manos. De su interior sale proyectada una intensa luz y dentro se divisa al hombre Estable que conversa con el Vivo-muerto.
‒No persigo tanto la razón como la verdad, y la verdad reside bajo tu falda escocesa plisada, igual ahora bajo esta tempura de verduras y esta mesa que en 1999.
Coño feroz,
primavera,
verano,
vainilla y arándanos,
Cuenca y tus veinte años,
cosmógama
Liviana, sincera,
holograma ardiente
Yo no soy de este mundo.
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Tú eres La Gran Vía y yo soy un sándwich de mortadela.
La luz. La luz que se fija en el recuerdo, en la memoria. Otros recuerdos se extinguen pero la luz prevalece. Como la luz de las tardes de verano que salíamos con las bicicletas por la carretera hacia el río. La luz y el frescor de la huerta y el verano. Mi padre con su gorra de patrón escocés rojizo. Y los chicos. Recuerdo que yo llevaba a mi hermano en la parte de atrás de la bicicleta y nos divertíamos mucho. Hacíamos carreras y explorábamos. Algunas veces, yo sentado en el sillín me liberaba de los pedales y abría las piernas para que mi hermano sentado detrás los accionara. Era divertidísimo conducir la bicicleta sin tener que dar pedales. Otras veces yo accionaba un pedal y mi hermano accionaba el otro y pasábamos al lado de mi padre para que nos viera.
Miguel Contento era una persona cortés, siempre cedía el paso con una sonrisa, incluso algunas veces reprimía la sonrisa al cruzarse con alguna muchacha para no parecer molesto. Miguel Contento era físicamente apuesto y rural, de facciones sencillas y graves. Poseía dos pronunciadas cuencas en los ojos que le proporcionaban un aspecto amenazador. En ocasiones había pasado que las mamás cogían a sus hijos de la mano cuando se lo cruzaban por la calle, otras personas se cambiaban de acera y las adolescentes adoptaban al cruzársele ese
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gesto neutro e inexpresivo que confirmaba que habían notado su presencia y pretendían actuar con naturalidad.
Miguel Contento se encontraba en la biblioteca revisando unos papeles cuando vio a una joven que le recordaba con gran coincidencia a fantasmas del pasado. Miguel Contento continuó con sus papeles. Más tarde, sentado en las lápidas al lado de la catedral divisó a la joven, la cual se encontraba leyendo sentada apoyando la espalda en el muro. Miguel Contento decidió acercarse y se sentó a su lado.
Él le miró,
Ella le miró,
Él le sonrió,
Ella le sonrió,
La luz y el sudor y la lluvia y las nubes y los sueños y los guijarros y el aliento y un campo inmenso y la saliva y los recuerdos y el diablo y el bicho y el sapo y el río y todas ellas y todos los Miguel Contentos y los cuerpos y el sexo y onomatopeyas de los cuerpos y el sexo y el humo y las princesas, qué es lo peor que puede pasar. Las palabras y los sentidos. La linde que habita entre tu cuerpo y la nada, entre el infinito y mis manos.
Las palabras no sirven de nada y los sentidos horadan, laceran, profanan. Mientras afanados en esta vorágine, la
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cara de Miguel Contento comenzó a deslizarse, la piel se desprendía lentamente del hueso, pero no había hueso, solo material que se derrite. Él pone las manos con la idea de recoger y pegar el material de vuelta. Cayendo en oleadas en sus manos el aire se vuelve blanco con su propio grito. A Miguel Contento le cuesta respirar y el sudor se agolpa a borbotones en su piel ya mudada. Lo blanco es la luz, la almohada deslumbra sus ojos y la luz proyecta burbujas imperfectas desde la ventana a la sombra demacrada. Quiso huir, sus miembros de batracio sobresalían ya de la cama y no le respondieron. Giró sobre sí mismo y trató de ponerse en pie, pero resbaló con sus propias heces.
Miguel Contento era un tipo sincero.
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UN SOLAR VACÍO
La cabeza en la que habito
tiene ocho balcones
y tres dan a la iglesia,
así que, cuando llueve
no me mojo
como es natural.
La cabeza en la que habito
no es ninguna quimera,
es de madera
de olvido.
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Cuando anochece
la luna me ilumina el patio
y es cuando pienso en ti
y me canso de ser hombre.
Cuando sale el sol
solo queda escombro
y polvo en los cristales.
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ÁNGELA Y DAVID EN LA PLAYA
Ángela se va de paseo
y Yo la espero.
Ángela regresa,
han pasado dos años.
Y le miro.
Y le digo:
‒¿Dónde has estado?
Estás cambiada.
‒Regresé, me volví
me casé con David.
Y Yo me quedo solo.
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PCZ
Bajando por la carretera te veo
hondo, llano, profundo, quieto
luminoso.
Se me olvidó que te amaba
y te contemplo, latente.
Y me siento culpable de abandono.
Poco has cambiado,
fértil la huerta, fresco el río
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y polvo en el camino.
Riego tu jardín,
cuido tus flores
mientras contemplo el reloj del
campanario.
Liturgia del encuentro,
con los otros
tus hijos también
y la celebración del vino y de la carne
los cánticos y la honra de nuestros
muertos.
Tú me acoges y acomodas
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como siempre
vivo y majestuoso
atusas mi pelo con tu mano
como una madre.
Tú siempre acoges de vuelta
a tus hijos
como en su día acogiste a mi padre
para que descansara eternamente
en tu seno.
32
morao
nosesiestoyebriooestoydormidoseriodistrai
doduroycontrapiolossentidosnotienensenti
donomeimportaquenomequierasyotequier
oporlosdosaerolitosmiseriasycontradiccion
esacolitosyprostitutasestonoesunbodegon
aquinohayfrutanijarronestilosinestilosensib
ilidadmalentendidahayquepagaruntributoa
cambiofusilarealprimerinsolente.
33
PIN, PAN, PUM
Tú, ma, me, mi conmigo
Yo, ta, te, ti contigo
Mi morro
con tumorro
Cuento corto
Me dormí y estuve
conversando con John Lennon.
Desperté, y ahora tengo una larga
trompa con la que peino mis lindas alitas.