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LA CRUZADA DE LOS REYES EN 1189 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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LA CRUZADA DE LOS REYES EN 1189

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

TIEMPO DE CRUZADAS

La gente medieval de aquellos tiempos, cuando montaba una cruzada hacia los deno-

minados Santos Lugares o Tierra Santa, sabía que se trataba de una expedición mezcla

de peregrina y guerrera contra infieles, incrédulos o herejes a quienes había que imbuir

los ideales de la cristiandad.

Evidentemente, el movimiento de las cruzadas lo promovió y dirigió la Iglesia, po-

niendo de manifiesto, entre otras cosas, que el Papa había de mostrarse como el dueño o

principal cabeza rectora del mundo. Los ejércitos cruzados, aunque variados o diversos,

eran en cierto modo ejércitos de la Iglesia o al menos ejércitos de cristianos, de cru-

zados: hacían voto o promesa como tal (de no echarse atrás) y llevaban adosada, cosida

y ceremonialmente bendecida, una cruz de tela sobre la veste. Ir de cruzados significaba

también penitencia, indulgencia, remisión de los pecados.

La idea de cruzada implicaba también el convencimiento de enrolarse en una empresa

justa, en una guerra justa, más aún santa y piadosa. Las cruzadas formaron parte de la

espiritualidad cristiana occidental.

Formas previas o particularizadas de las cruzadas antes de universalizarse (europei-

zarse) fueron aquellas luchas libradas entre bizantinos contra árabes o musulmanes y las

luchas consideradas de reconquista hispana, en la Península Ibérica y en el llamado Al-

Ándalus desde el siglo VIII. Luego también fueron llamadas cruzadas aquellas luchas

contra paganos, herejes, cismáticos, infieles… por toda Europa.

Pero en las expediciones a Oriente o Tierra Santa fue donde más se puso de manifiesto

el influjo medieval que, en definitiva, traducía la doctrina de la Civitas Dei agustiniana,

doctrina combinada con el afán por organizarlo todo debidamente jerarquizado.

En las cruzadas confluyeron motivos de gran complejidad, sólo comprensibles en la

situación o contexto general del mundo, o de Occidente, principalmente durante los si-

glos XI-XIII, de modo que, si no se tiene esto en cuenta, toda descripción o análisis al

respecto aparecerá parcial, unilateral, no bien enfocado.

Según qué aspecto de las cruzadas se considere (o qué aspectos se consideren), habrán

de entenderse como una peculiar movilidad de la población (o de poblaciones), todo ello

como un fenómeno de colonización y como consecuencias de las transformaciones

sociales, económicas y por supuesto religiosas del momento. Las cruzadas muestran la

capacidad y el afán de aventuras de los caballeros (hay que entender la caballería como

institución medieval) para escalar al poder y a ser clase dirigente. Hubo también en las

cruzadas un estallido de las vivencias religiosas acumuladas y que se transformaban

según una conciencia más comunitaria, cívica, ciudadana, novedosa en el cristianismo

occidental.

Las cruzadas fueron también un muy interesante movimiento europeo de masas, no

menos que un despertar universalmente misionero de la Iglesia.

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Lo que tal vez nos resulta más problemático en las cruzadas es entender la relación

entre cristianismo y guerra, así como la política (y ética) al respecto que todo ello con-

lleva (implicó).

La concepción precursora de los Padres (San Agustín, San Gregorio Magno) sobre

el bellum iustum Deo auctore para el mantenimiento de la paz, así como respecto al

mandato de la misión universal de la Iglesia, se fusionó en las máximas germánicas de

la gloria guerrera, la lealtad y el derecho a la resistencia. En la época de la disputa de las

investiduras se condensó la idea del sanctum praetium contra los enemigos de la Iglesia,

aun cuando persistió la prohibición tradicional de las armas para los clérigos.

La reforma cluniacense contribuyó esencialmente a la cristianización de la nobleza

feudal y de la caballería, pues fomentó la extensión de la esfera de funciones ecle-

siásticas a las capas sociales laicas. La reforma cluniacense respaldó por igual el movi-

miento de Paz de Dios en los siglos X-XI, la lucha contra los musulmanes en la Penín-

sula Ibérica y el auge de las peregrinaciones, entre ellas la muy europeizante del Ca-

mino de Santiago. El hecho de que la reforma monástica desembocara en una reforma

universal de la Iglesia fortaleció la aspiración jerárquica de los Papas reformadores, lo

que se tradujo en la conciencia del primado romano como suprema potestad de juris-

dicción sobre toda la cristiandad; la idea de las cruzadas se insertaba así orgánicamente.

La tradición de las peregrinaciones a Palestina se remontaba a los días de la construc-

ción de la basílica constantiniana sobre el Santo Sepulcro, donde, según la leyenda, se

guardaba la reliquia de la Santa Vera Cruz que hallara Santa Elena, la emperatriz madre

de Constantino. El emperador Heraclio (de Oriente) la había devuelto al Gólgota, en el

año 630, tras una campaña victoriosa contra los persas, que habían penetrado hasta Je-

rusalén; fue aquella, en su sentido literal, la primera cruzada, la primera de todas las cru-

zadas que ahora, en plena Edad Media, habría que recuperar y potenciar, contra o frente

al Islam.

Ahora, entre los años 1189-1192, se emprende la tercera cruzada medieval europea, en

reacción a la caída de Jerusalén en manos de Saladino en 1187, en unos momentos ini-

ciales aún de la lucha mundial entre cristianismo e islamismo o entre occidente y

oriente, con sus líderes o jefes respectivos a la cabeza (muy destacadamente Saladino

por el Islam, Federico I Barbarroja por Alemania, Ricardo Corazón de León por In-

glaterra y Felipe II Augusto por Francia, éstos últimos actuando en nombre del Papa).

Habrá enfrentamiento con el genial Saladino, personaje ciertamente heroico y amable,

de mucho estilo y caballerosidad. Y en medio de todo ello, Bizancio…, y el comercio

mediterráneo…

La tercera cruzada, complicada por varias antítesis (Imperio-Papado, Inglaterra-Fran-

cia, Oriente-Occidente…), no acabará tanto en éxitos sino en episodios particulares,

desafortunados, en cierto modo anecdóticos…

Después de la muerte de Federico I Barbarroja, ahogado accidentalmente en el río

Salepo (año 1190), se dispersarán todas las fuerzas de esta tercera cruzada.

A partir de ahí, se llegó a un modus vivendi fijado por pacto entre cristianos y musul-

manes en Tierra Santa, un modus vivendi regulado en adelante por armisticios temporal-

mente renovados. Con las únicas conquistas, la toma de Chipre por Ricardo Corazón de

León, que permaneció como último baluarte insular (hasta 1561 no cayó en manos tur-

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cas), y con la reconquista de Acre, sede hasta 1291 del mutilado reino de Jerusalén, los

territorios occidentales en oriente siguieron existiendo como tronco sin corazón. El epí-

logo, la cautividad por maniobra del duque Leopoldo V de Austria y del emperador

Enrique VI, y el rescate de Ricardo Corazón de León, puso de manifiesto que la política

de cruzadas era un instrumento en el juego de intereses entre las potencias rivales dentro

de Europa.

La cruzada alemana de 1195-1198) estará bajo el signo de la agonía de la idea impe-

rial de la dinastía Hohenstaufen. En la concepción de Enrique VI, heredero de la política

imperial germana centroeuropea y normanda mediterránea, la cruzada debía formar un

anillo con la subordinación feudal de Chipre y de la Armenia Menor, en pro de un

imperio mundial y hereditario que se deshizo con la temprana muerte de Enrique en

1197.

Con este segundo fracaso del intento imperial de entrar en la política de Oriente, cayó

el proyecto de cruzada en una escisión entre la idea y la realización. El Papa Inocencio

III (1198-1216), el más enérgico sucesor de los Papas reformadores, trató de poner

dicho proyecto a servicio de la jerarquía eclesiástica y de organizarlo nuevamente, con

el fin de recuperar todos los territorios antaño cristianos de Tierra Santa, y con el de

restaurar la hegemonía papal incluso en las Iglesias Cismáticas de Oriente. Sin embargo,

todos los esfuerzos siguientes se quedarán en caricaturas del bellum iustum.

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Año 1189

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OCCIDENTE LATINO

EN MOVIMIENTO:

TERCERA CRUZADA

Recordemos aquel fracaso de la segunda cruzada a mediados de este siglo XII, con la

dinastía zengid controlando Siria, unida y comprometida en un conflicto con los gober-

nantes fatimíes de Egipto, que finalmente dio lugar a la unificación de las fuerzas egip-

cias y sirias bajo el mando de Saladino, de indiscutible liderazgo, para lograr la libera-

ción de Jerusalén del dominio cristiano o cruzado (año 1187).1

1 Tras el mencionado fracaso de la segunda cruzada, Nur al-Din controló Damasco y unificó Siria. Se

expandió por Egipto controlando también bajo su dominio a la dinastía fatimí. En 1163, Shirkuh, su ge-

neral y hombre de confianza, se acompañó de su joven sobrino Saladino en una expedición militar hacia

las riberas y tierras fértiles del Nilo.

Cuando las tropas de Shirkuh acamparon frente a El Cairo, Shawar, sultán o mandatario de hecho en

Egipto, pidió ayuda al rey Amalarico I de Jerusalén (podemos recordar el juego de pactos, alianzas y ne-

gociaciones al respecto en esos años sesenta). Amalarico I envió un ejército a Egipto y dirigió su ataque a

las tropas de Shirkuh en Bilbeis (año 1164).

En un intento de apartar de Egipto la atención de los cruzados, Nur al-Din atacó Antioquía, resultando

una masacre de soldados cristianos y la captura de varios dirigentes cruzados, entre ellos Reinaldo de

Châtillón, príncipe de Antioquía. Nur al-Din envió las cabelleras de los defensores cristianos a Egipto pa-

ra que Shirkuh las expusiera en Bilbeis a la vista de los hombres de Amalarico I de Jerusalén. Esto hizo

que tanto Amalarico como Shirkuh sacasen sus tropas de Egipto.

En 1167, Nur al-Din envió de nuevo a Shirkuh a subyugar a los fatimíes. Shawar volvió a pedir ayuda a

Amalarico para defender su territorio. Las fuerzas combinadas de egipcios y cristianos persiguieron a

Shirkuh hasta que éste se retiró a Alejandría.

Shawar fue ejecutado por sus traicioneras alianzas con los cristianos y fue sucedido por Shirkuh en ca-

lidad de visir de Egipto. En 1169, Shirkuh murió inesperadamente tras sólo unas semanas en el poder. El

sucesor de Shirkuh fue su sobrino, Salah ad-Din Yusuf, más conocido como Saladino. Nur al-Din murió

en 1174, dejando como sucesor a su hijo As-Salih, de tan sólo 11 años de edad. Se supo desde entonces

que únicamente sería Saladino el capaz de liderar y unir a los musulmanes en yihad contra los cruzados.

Así fue como Saladino se convirtió en sultán tanto de Egipto como de Siria, pasando la dinastía zengid a

la ayyubí, teniendo en cuenta que Saladino era kurdo (nació en Tikrit, Irak, igual que Sadam Husein).

Igualmente, Amalarico I de Jerusalén murió en 1174, siendo sucedido por su hijo Balduino IV, de 13

años de edad entonces y leproso.

En 1176, Reinaldo de Châtillon fue puesto en libertad y comenzó a atacar caravanas por toda la región.

Extendió su piratería hasta el mar Rojo, enviando galeras no sólo a abordar barcos, sino incluso a asaltar

la misma ciudad de La Meca. Sus actos irritaron profundamente a los musulmanes, convirtiendo a Rei-

naldo en el hombre más odiado del Oriente Próximo.

Balduino IV murió en 1185, sucediéndole su sobrino Balduino V, un niño, ocupándose de la regencia el

conde Raimundo III de Trípoli. Al año siguiente murió Balduino V, siendo coronada reina de Jerusalén

Sibila, hermana de Balduino IV y madre de Balduino V. Con Sibilia fue coronado también, con discutible

legitimidad, su esposo Guido (o Guy) de Lusignan.

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Ahora, en 1189, estamos en los comienzos o a las puertas de la que pasará a la historia

como tercera cruzada.2 La iremos contando, desde estos sus orígenes, cuando intentaron

los cristianos europeos arrebatarle de nuevo Jerusalén a Saladino.

Reinaldo de Châtillon, siempre un bandolero aunque tuviera el título de caballero, habiendo atacado por

entonces a una rica caravana y haciendo prisioneros de la misma, provocó que Saladino, y también el rey

Guido, exigiesen la liberación de los apresados, a lo que Reinaldo se negó.

De ahí se siguió luego el ataque de Saladino en Seforia, en Tiberíades y en la batalla de los Cuernos de

Hattin, preludios de la conquista de Jerusalén por el sultán en otoño de 1187, todo tal como podemos re-

cordar, incluida la muerte de Reinaldo. Guido fue mandado a Damasco y finalmente liberado, siendo uno

de los pocos cruzados cautivos que escaparon a la ejecución.

Saladino estaba plenamente en poder de Acre y Jerusalén, sin que regara la Ciudad Santa con sangre de

masacre alguna sino siendo purificada con agua de rosas. Cuando llegó la noticia a oídos del Papa Urbano

III, la impresión fue de muerte (falleció el 20 de octubre de aquel 1187). Como nuevo Papa fue elegido

Gregorio VIII, el convocante de la tercera cruzada, el 29 de octubre de 1187, mediante la bula Audita tre-

mendi.

2 Pasará a la Historia como Cruzada de los Reyes, encabezada por el emperador Federico I Barbarroja

(soberano del Sacro Imperio Romano Germánico), Ricardo I (que por esta cruzada recibirá el apodo o

título de Corazón de León, rey de Inglaterra, hijo y sucesor-heredero de Enrique II) y Felipe II Augusto

(rey de Francia).

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La tercera cruzada la dispuso o convocó el Papa Gregorio VIII, de breve pontificado

(del 21 de octubre al 17 de diciembre de 1187), mediante su bula Audita tremendi, de 29

de octubre de ese año. Su sucesor, el Papa Clemente III, secunda y organiza la cru-

zada.3 En efecto, el Papa Gregorio VIII, interpretó y proclamó que la pérdida de Jeru-

salén era un castigo divino por los pecados de los cristianos europeos y en general.

Surgió entonces el clamor reclamando la necesidad de emprender la nueva cruzada para

reconquistar los Santos Lugares. Enrique II de Inglaterra y Felipe II Augusto de Francia,

superando sus tensiones y diferencias, acordaron entre sí una tregua que les llevara a

centrar la atención en la guerra santa hacia Tierra Santa. Para financiar la cruzada

impusieron en sus reinos el “diezmo de Saladino”. Sin tardanza, empezó el arzobispo

de Canterbury, Balduino de Exeter, a convocar guerreros británicos (ingleses y galeses)

para que emprendieran la ruta por el conocido Itinerario que marcara Giraldus Cam-

brensis.4 Respondieron de entrada tres mil guerreros adosándose la cruz de tela a sus

túnicas para emprender el viaje.

En realidad, al narrar esta tercera cruzada habrá de procederse por partes, porque se

trata como de tres cruzadas a la vez,5 y habremos de empezar por cómo se emprende la

cruzada del ya anciano emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico I

Barbarroja, cuya respuesta, por cierto, fue inmediata, con sentido de apremio, tomando

la cruz en la catedral de Mainz (Maguncia) el 27 de marzo de 1188, siendo el primero

de los soberanos europeos en partir hacia Tierra Santa, desde Ratisbona, en mayo de

1189.

Federico había reunido un ejército tan numeroso6 que no se dispuso para ser trans-

portado a través del Mediterráneo sino en dirección a Bizancio y para atravesar a pie por

las tierras de Asia Menor. Allá se encaminan. Se unirá al ejército germano un consi-

3 Para ello se reconcilió con el emperador germano Federico I Barbarroja (ya con 67 años de edad) lo-

grando ponerle al frente de un poderoso cruzado con el que habrían de participar también el ejército cru-

zado inglés, con el rey Ricardo I al frente (sucesor de su padre Enrique II), y el ejército cruzado francés,

con el rey Felipe II Augusto, unidos en esta causa estos dos ejércitos y dejando de hacerse la guerra o

abandonando las enquistadas tensiones mutuas.

4 Archidiácono o arcediano de Brecon (Gales) y cronista cambro-normando, de gran valía política y de

gran influencia en todos los aspectos, Giraldus (Gerald) fue seleccionado o escogido para acompañar a

Balduino de Exeter, arzobispo de Canterbury, para realizar tan importante visita a Gales llamando a la ter-

cera cruzada, en 1188, respondiendo muchos voluntarios que se reclutaron y enrolaron. Al relato de Ge-

rald sobre ese viaje se le conoce como Itinerarium Cambriae (en un relato de 1191) y a él siguió otro re-

lato, el de la Descriptio Cambriae (de 1194). Sus dos trabajos sobre Gales constituyen documentos histó-

ricos realmente valiosos, significativos por sus descripciones (aunque poco fidedignos e ideológicamente

sesgados) de las culturas galesa y normanda. Como secretario real, Gerald fue testigo de excepción de im-

portantes eventos políticos.

5 La que parte de Alemania, la que parte de Inglaterra y la que parte de Francia.

6 10.000 guerreros según las crónicas medievales germanas.

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derable contingente de soldados húngaros7 al mando del príncipe Géza, hermano menor

del rey Bela III de Hungría.8

El 6 de julio de este año 1189, en Chinon (Francia), murió el rey Enrique II de In-

glaterra, derrotado por su hijo Ricardo y por el rey Felipe II Augusto de Francia. Pro-

cede, pues, antes de proseguir el relato sobre la tercera cruzada en curso, mostrar cuanto

se refiere al reinado del difunto monarca inglés (y a las circunstancias y consecuencias

de su muerte).9

7 Unos 2.000 soldados. Fue la primera participación activa del reino de Hungría en las cruzadas. Poste-

riormente será el rey Andrés II de Hungría (1205-1235), conduciendo la quinta cruzada, quien estará al

frente del mayor de los ejércitos cruzados que se registre.

8 Pero el emperador bizantino Isaac II Ángelo ya firmó en secreto una alianza con Saladino para impedir

el avance de Federico I y de sus aliados húngaros a cambio de la seguridad y la protección de Bizancio.

Pasará que, el 18 de mayo de 1190, el ejército alemán conquistará Konya (Iconio), capital selyúcida del

sultanato de Rüm. Sin embargo, el 10 de junio de ese mismo año, al atravesar el río Saleph, el emperador

Federico I sufrirá una caída de su caballo y perecerá ahogado bajo el peso de su armadura. Será entonces

su hijo y sucesor Federico VI quien llevará el ejército hasta Antioquía, siendo sepultado el emperador di-

funto (descarnado el cadáver –supuestamente– al ser introducido en vinagre hirviendo) en la iglesia de

San Pedro de Antioquía, ciudad en la que muchos de los supervivientes del ejército alemán murieron a

consecuencia de la desatada epidemia de peste.

También se cree que después de la muerte de Federico I Barbarroja, muchos soldados del ejército ale-

mán se suicidaron, e igualmente se cree (sin que sea muy probable) que muchos se convirtieron al Islam y

se pasaron a Saladino. Más bien ocurriría que Saladino los hiciera prisioneros. Ya veremos en qué queda

todo o qué resulta de todo, pero realmente cabe que supongamos qué habría pasado si hubieran luchado

de verdad Federico I Barbarroja y Saladino frente a frente. Tal vez la victoria habría correspondido a Oc-

cidente.

9 Dos películas pueden recomendarse sobre el rey Enrique II de Inglaterra: El león en invierno (The lion

in winter), mostrando las tensiones familiares y la crisis de sucesión al trono de Inglaterra durante este

reinado, y Becket, cuyo argumento es el enfrentamiento de Enrique II con (Santo) Tomás Becket.

El león en invierno es una película británica, de 1968, dirigida por Anthony Harvey, con el siguiente

argumento: el rey Enrique II (Peter O’Toole) celebra la Navidad de 1183 y ordena que su esposa Leonor

de Aquitania (Katharine Hepburn) salga del encierro donde la tiene desde hace diez años.

En el castillo de Chinon (Francia), donde Enrique vive con su amante Alais (Adela de Francia), reúnen

a sus tres hijos varones: el mayor y valiente Ricardo (Anthony Hopkins), futuro Ricardo I (Corazón de

León), el manipulador Geoffrey (John Castle), futuro Godofredo II de Bretaña, y el joven Juan (Nigel

Terry), futuro Juan I o Juan Sin Tierra, para decidir quién le sucederá en el trono.

Entre Enrique II y su esposa Leonor surgirá la disputa, saliendo a relucir que Juan es el preferido de

Enrique y Ricardo el preferido de Leonor.

El rey Felipe II Augusto de Francia (Timothy Dalton) visita a Enrique II para dilucidar el caso de su

hermana Alais (Adela de Francia), prometida en matrimonio a Ricardo pero convertida (retenidamente)

como amante de Enrique II.

Tras una serie de complots, el rey de Francia le descubre a Enrique las ambiciones de sus hijos, por lo

que éste reniega de ellos y de Alais, tras una discusión con Leonor.

El rey inglés obliga a irse al rey francés y a Leonor, prometiéndole (o permitiéndole) a ésta que en Pas-

cua podrá volver de nuevo junto a él.

Hay una conversación entre el rey Felipe de Francia y Ricardo en la que hacen alusión a haber sido

amantes.

Es una película basada en la obra teatral del mismo título, de James Goldman (1927-1998), y en la que

tuvo su primera aparición cinematográfica el actor Anthony Hopkins.

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Enrique II de Inglaterra tenía 56 años de edad y murió en el año trigésimo quinto de

su reinado (primero de la dinastía Plantagenet), siendo también duque de Normandía y

Aquitania y conde de Anjou. Fue el hijo primogénito del conde Godofredo V de An-

jou10

y de su esposa Matilde de Inglaterra.11

La otra película, Becket, también británica, es de 1964, dirigida por Peter Glenville, protagonizada por

Richard Burton y Peter O’Toole en los papeles principales. Es una adaptación de la obra de teatro Becket

oul’Honneur de Dieu (1959), de Jean Anouilh.

10

También de Touraine y de Maine, por herencia, y duque de Normandía por conquista desde 1129. Fue

el fundador o genearca de la dinastía Plantagenet, hijo mayor de Fulco de Jerusalén (rey consorte de Meli-

senda) y de Eremburge de La Flèche. Como podemos recordar, el apodo Plantagenet proviene del ramo

amarillo de retama en flor que Godofredo usaba a modo de insignia en su sombrero.

11

Era la segunda hija del rey Enrique I de Inglaterra (1100-1135) y de Edith de Escocia (hija del rey

Malcolm III de Escocia y de su segunda esposa, Santa Margarita de Atheling o de Escocia). Matilde de

Inglaterra era también conocida como Maud o emperatriz Matilde (muerta en 1167), había sido empera-

triz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico (entre los años 1114-1125) y reina de Inglaterra (en

los meses de abril a noviembre de 1141), la primera mujer que accedió al trono inglés.

Para asegurar la alianza inglesa con el Sacro Imperio Romano Germánico, Matilde se casó con el empe-

rador Enrique V (1111-1125). El matrimonio se celebró en Maguncia (7 de enero de 1114). Matilde tenía

entonces 11 años de edad y su esposo 39, diferencia de edad que podría haber evitado la consumación del

matrimonio hasta años más tarde. La emperatriz Matilde fue muy popular en Alemania, pero a la muerte

de Enrique V (23 de mayo de 1125), viuda y sin hijos, regresó a Inglaterra.

El 25 de noviembre de 1120, su hermano Guillermo, heredero del trono, había muerto ahogado en Bar-

fleur, cerca de Normandía (en el naufragio del Barco Blanco o White Ship), teniendo tan sólo 17 años de

edad. El rey Enrique I, que tenía alrededor de veinte hijos bastardos, desplegó todas sus energías para que

Matilde, su única hija legítima superviviente, fuese reconocida como heredera del trono inglés, aun a sa-

biendas de que nunca –hasta entonces– una mujer había reinado en Inglaterra por derecho propio. Viendo

que los nobles estaban divididos y presagiándose guerra civil, el rey decidió casar nuevamente a su hija,

esta vez con algún poderoso noble extranjero capaz de contener la calculada e interesada ambición de los

nobles. Por eso fue casada con Godofredo V de Anjou, que tenía entonces 14 años de edad (y ella 25). La

boda se celebró en la catedral de Le Mans (Francia), el 26 de agosto de 1127. De este matrimonio na-

cieron: Enrique (el ahora difunto Enrique II de Inglaterra), Godofredo, conde de Nantes, y Guillermo,

conde de Poitou (ambos ya difuntos, en 1158 y 1164 respectivamente).

Aunque, antes de su muerte (en 1135), el rey Enrique I hizo jurar a los nobles ingleses que apoyarían a

Matilde como reina de Inglaterra, luego no fue así. Proclamaron a Esteba de Blois, hijo de Adela de Nor-

mandía, sobrino de Enrique y primo de Matilde. Hubo guerra civil, anarquía y período convulso, acre-

centado todo ello porque Esteban concedió a los nobles su Carta de Libertades, a la que tanto aspiraron

para desprenderse de la férula feudal a la que estaban sometidos desde el reinado de Guillermo I el

Conquistador (1066-1087). La Iglesia tenía mucho que ver en todo ese lío, pues apoyaría al monarca que

menos se entrometiera en los asuntos eclesiásticos (era lo típico, a la manera inglesa, de la querella de las

investiduras y del dominium mundi), algo tan puesto de relieve en el conflicto entre el rey Enrique II y el

arzobispo (santo y mártir) Tomás Becket de Canterbury.

Matilde desembarcó entonces, desde Normandía, en Inglaterra para hacer valer sus derechos, pero no

pudo defenderlos al faltarle el apoyo militar de su esposo Godofredo, más preocupado en incorporar Nor-

mandía a sus propios dominios, basándose en los derechos de su esposa a dicho ducado. No obstante, en

abril de 1141, Matilde logró recuperar el trono, siendo elegida “Señora de los Ingleses” por un concilio o

asamblea eclesiástica en Winchester, entrando en la capital, Londres, en el mes de junio. Pero su falta de

tacto para gobernar y sus exigencias de dinero hicieron que Esteban de Blois lograra deponerla, con apo-

yo de los nobles, teniendo que huir a Oxford antes de poder ser coronada reina (noviembre de 1141). Ma-

tilde logró mantener la resistencia en el oeste del país, apoyada por un sector de la nobleza, leal a la di-

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Antes de ser entronizado en Inglaterra, Enrique controlaba bajo su total dominio el

ducado de Normandía y el condado de Anjou, amplios territorios en su poder por he-

rencia paterna, y además Aquitania, Guyena y Gascuña por su matrimonio con Leonor

de Aquitania en 1152, siendo con todo ello el monarca más poderoso de su tiempo, aun-

que tuviera que rendir vasallaje ducal al rey Luis VII de Francia (1137-1180), ex-marido

de Leonor. En realidad, Enrique II de Inglaterra ha sido el Emperador Plantagenet o

mandatario anglonormando del Imperio Angevino.12

Ya como rey de Inglaterra, incor-

poró Irlanda a sus dominios y mantuvo muchas relaciones con el Imperio Bizantino,

particularmente con Manuel I Comneno

El Imperio Angevino

Enrique II de Inglaterra, nacido el 5 de marzo de 1133 en la normanda Le Mans, se

crió y creció en Anjou, visitando Inglaterra por primera vez en 1149 para acompañar a

su madre cuando ésta reclamaba sus derechos al trono.

nastía normanda. Pero al fin, en 1148, Matilde abandonó su lucha y se retiró a Normandía, quedando viu-

da en 1151 (Godofredo V murió entonces, con 38 años de edad).

Finalmente, en 1154, accederá al trono inglés Enrique II, reconocido por Esteban como su sucesor en

1153. Esteban murió en Dover (condado de Kent) el 25 de octubre de 1154 (más o menos sexagenario) y

Matilde murió en Ruan el 10 de septiembre de 1167 (con 65 años de edad).

12

Angevino es un término moderno (no precisamente medieval) y se refiere como neologismo relativo a

la ciudad francesa de Angers, del condado (y posteriormente ducado) de Anjou.

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~ 14 ~

El noroeste de Francia hacia el año 1050

Enrique II (aún sin ser rey) se casó con Leonor de Aquitania el 18 de mayo de 1152,13

y ya por entonces hasta agosto de ese mismo año luchó contra Luis VII de Francia (ex-

marido de Leonor) y sus aliados. La separación de Leonor de su primer marido el rey de

Francia supuso que este reino y el de Inglaterra entraran en un largo período conflictivo,

duradero, de momento, hasta la participación conjunta, aunque no en común, en la ter-

cera cruzada. Y también pasó que el matrimonio entre Enrique II y Leonor de Aquitania

(cuando la boda él tenía 19 años y ella 30) no fue tan armonioso como se hubiera po-

dido esperar, dada la personalidad, con incompatibilidad de caracteres, de ambos cón-

yuges. De hecho, tras la boda, en mayo, hasta agosto, los recién casados prácticamente

no estuvieron juntos. De agosto a noviembre sí estuvieron juntos, pero a finales de no-

viembre volvieron a separarse, cuando Enrique pasó un tiempo con su madre y luego la

acompañó a Inglaterra. Volvió junto a Leonor el 6 de enero de 1153, año éste muy

significativo en la biografía de Enrique II, por el nacimiento14

de su hijo Guillermo,

conde de Poitiers,15

y por el Tratado de Wallingford, del que salió su confirmación co-

mo rey de Inglaterra.16

13

En la catedral de San Pedro, en Burdeos,

14

Probablemente en aquel año 1153.

15

Murió en abril de 1156, en el castillo inglés de Wallingford, cuando aún no tenía 3 años de edad, reci-

biendo sepultura en la abadía de Reading a los pies de su bisabuelo Enrique I. Ya había recibido el título

de conde de Poitiers.

La abadía cluniacense de Reading, en Surrey, fue fundada por Enrique I en 1121, siendo construida en-

tre los ríos Kennet y Támesis, en un lugar pensado para recibir con hospitalidad benedictina a todos los

que tuvieran la ocasión de viajar a las más populosas ciudades de Inglaterra.

La extensión de la abadía era de unas doce hectáreas (treinta acres) y estaba rodeada por tres de sus la-

dos por un gran muro con puertas reforzadas, una de las cuales, la occidental o puerta del contador, daba a

una prisión. Se entraba por un portillo interior y en su dependencia interior el abad celebraba sus juicios

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~ 15 ~

Durante el reinado de su antecesor Esteban I o Esteban de Blois, los barones o nobles

ingleses habían subvertido mucho el estado de cosas y realmente socavaron la autoridad

monárquica. De este modo, Enrique II vio como primera tarea suya la de revertir aquella

situación para obtener poder y recuperar la autoridad regia. Es lo que pasó cuando

mandó la demolición de los castillos que habían sido construidos sin que el rey lo hu-

biera autorizado, mandando también el escuage.17

señoriales e impartía justicia. La iglesia fue consagrada en 1164 por el santo arzobispo de Canterbury To-

más Becket. Sería de 137 metros de larga por 29 de ancha, con transeptos de 61 metros, una capilla de

Nuestra Señora de 23 por 15 metros, construida en 1314, y una torre central cuadrada rematada por un

chapitel. Los edificios monásticos mantenían la misma escala, y la sala capitular, una sala absidial con cú-

pula, de 24 por 13 metros se usaba frecuentemente como sala conciliar nacional, en la que se sentaba el

Parlamento y se celebraron muchos sínodos y concilios. Había una leprosería, cerrada en 1413 por falta

ya de enfermos.

El hospitium, tenía una sala para los huéspedes de 37 metros, un dormitorio de 61 metros y provisión

para 26 pensionistas pobres. Parte del edificio (el dormitorio) aún existe y se usó durante muchos años co-

mo escuela real de gramática del rey Enrique VII (1485-1509). El abad (en 1288) era mitrado, barón o se-

ñor feudal, con asiento en el Parlamento, acuñaba su propia moneda, tenía el rectorado de las tres parro-

quias de Reading y las rentas de algunas iglesias y granjas. Su principal centro en el campo era Bere

Court, Pangbourne. Tenía unos cuarenta sirvientes y funcionarios, en tiempos que se habían reducido por

razones económicas. Tres prioratos bajo su jurisdicción: Leominster (Herefordshire) en Inglaterra, Rin-

delgros y May en Escocia (más tarde entregados al obispo escocés de Aberdeen).

Cuando la abadía fue disuelta los ingresos estaban valorados en 2.116 libras. El último abad fue el beato

Hugh Cook, alias Faringdon. Sirvió como palacio real durante algunos reinados. Después fue vaciado y

sus piedras empleadas para reparar otros edificios, iglesias, puentes, etc. Y apenas quedaron partes de los

muros, grandes bultos de argamasas de silex para conservar la memoria de la gran abadía que Enrique I

quiso que fuera el monumento de su piedad y lugar elegido para su tumba y la de su hijo. Los principales

tesoros de la abadía fueron los relicarios de las manos de Santiago Apóstol (ahora en la sacristía de San

Pedro, Marlow-on-Thames), donada por Enrique I y la calavera de San Felipe, entregada por el rey Juan

(1199-1216).

16

Este Tratado, también conocido como de Winchester o de Westminster fue el de los acuerdos que aca-

baron finalmente con la guerra civil o anarquía de Inglaterra cuando se disputaron el trono los primos Ma-

tilde (o Maud) y Esteban de Blois. Por este tratado se obligó Esteban a reconocer a Enrique, hijo de Ma-

tilde como su heredero para que le sucediera al morir.

El rey Esteban había construido castillos alrededor de Wallingford para atacar al bando militar de Ma-

tilde, comandado en el castillo de Wallingford por Brien FitzCount. Enrique lanzó ataques sobre las posi-

ciones de Esteban y se esperaba una batalla entre ambas fuerzas. Sin embargo, Guillermo d’Aubigny abo-

gó exitosamente por la futilidad de un posterior enfrentamiento. Así, en Wallingford, a orillas del Táme-

sis, se alcanzó una tregua temporal, aunque Eustaquio, hijo de Esteban, se opuso a una solución de paz.

No obstante, tras la repentina muerte de Eustaquio, en agosto de 1153, se redactó un acuerdo más formal

en Winchester, en noviembre de 1153, siendo posteriormente firmado en Westminster. El acuerdo exigió

el desmantelamiento de los castillos de Esteban en los alrededores de Wallingford.

Posteriormente, Enrique II recompensó a Wallingford por su asistencia en la lucha, dándole al pueblo su

Carta Real (Royal Charter) en 1155.

17

El escuage o escudaje (scutage en inglés, scutagium en latín medieval), es una palabra que deriva del

término latino clásico scutum (escudo), referido con el tiempo a un derecho feudal derivado de la obliga-

ción de auxilium que tiene contraída el vasallo, concretamente para seguir a su señor en la guerra. Dado el

caso, el vasallo ha de correr por su cuenta con los gastos que ello suponga, habida cuenta de que el señor

le ha provisto previamente de una tenencia o feudo, de modo que la contribución militar que se le exige

estará en proporción con la importancia de tal tenencia. A partir del siglo XI comenzó a ser frecuente elu-

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~ 16 ~

Enrique II estableció cortes en varios lugares de Inglaterra, instituyendo18

la práctica

real de tener los magistrados autoridad en la toma de decisiones legales en nombre de la

Corona sobre un amplio conjunto de materias civiles.19

Poco después de su coronación, Enrique II envió una embajada, en 1154, al recién

elegido Papa (inglés) Adriano IV (1154-1159). El grupo eclesiástico bajo la guía del

obispo Arnoldo de Lisieux solicitó al Papa un privilegio por el que se autorizara a En-

rique II para que, pudiera invadir Irlanda, al objeto de cristianizarla. Esto es algo que

queda confuso y lioso.20

Al poco tiempo, los asuntos continentales obligaron cambiar la mirada del rey hacia

ellos y no atender tanto a nada de referencia irlandesa. No fue hasta el año 1166 cuando

el tema de Irlanda volvió a salir a la luz. Ese año, Dermot MacMurrough (muerto en

1171), habiendo sido despojado de su reino en Leinster, siguió a Enrique a Aquitania.

Le pidió al rey inglés que le ayudara a retomar el control, a lo cual Enrique II accedió,

permitiéndole reunir soldados de entre sus vasallos normandos. El más prominente de

éstos fue un normando galés, Ricardo de Clare,21

segundo conde de Pembroke (Gales).

Como prueba de su lealtad, Dermot ofreció al conde Ricardo a su hija Eva (o Aoife) en

matrimonio y lo hizo heredero del reino.

dir este compromiso a cambio de la entrega de una cantidad en metálico, considerada equivalente al es-

fuerzo militar exigido. Esto fue muy frecuente ya en plena Edad Media (siglos XI-XIII) en Inglaterra.

En los reinos hispanos o de la Península Ibérica de esos tiempos, el equivalente al escuage fue el deno-

minado impuesto de lanzas, siendo, en cualquier caso, un impuesto pagado por los vasallos en sustitución

del servicio militar, lo que se fue convirtiendo en una característica central del sistema militar real, obli-

gándose siempre los pobres al servicio militar obligatorio. Ya en la Edad Media –y concretamente desde

el reinado de Enrique II de Inglaterra– se mejoró el registro de este impuesto para hacerlo más eficiente,

respecto a los monarcas, a sus guerras, a las cruzadas...

18

El primero en la monarquía inglesa.

19

Durante su reinado, se produjo el primer texto legal escrito que sienta las bases de lo que hoy es la Ley

Común o Common Law.

Mediante la Corte Criminal de Clarendon (año 1166), el juicio con jurado se convirtió en norma. Desde

la conquista normanda de Inglaterra en el siglo XI, los juicios con jurado habían sido reemplazados por la

ordalía o Juicio de Dios y por combatir mediante “duelo judicial”, que no fue abolido de la ley inglesa

hasta el año 1819.

El aseguramiento de justicia y de los derechos territoriales fue reforzado posteriormente por la Corte

Criminal de Northampton en 1176, basada en los acuerdos tomados previamente en Clarendon. Esta re-

forma es una de las mayores contribuciones de Enrique II a la historia social y jurídica de Inglaterra.

20

La mayoría de los historiadores coincide en la respuesta del Papa mediante la bula Laudabiliter. El

medievalista inglés W. L. Warren (1929-1994) asegura que Enrique II actuó bajo la influencia de un

“Complot de Canterbury”. El arzobispo Teobaldo de Bec (predecesor de Santo Tomás Becket), Juan de

Salisbury y otros clérigos de relevancia deseaban imponer su supremacía jerárquica sobre la reciente-

mente creada estructura diocesana irlandesa. Otros historiadores han argumentado que Enrique II deseaba

asegurar el dominio de Irlanda para su hermano menor Guillermo.

21

Richard Fitz Gilbert de Clare, apodado Arcofuerte.

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~ 17 ~

Los normandos restauraron rápidamente el poder de sus dominios originales a Dermot

e incluso jugaron con la idea de desafiar el título de ArdRi o Gran Rey de Irlanda, de

legendarias y antiguas connotaciones. Sin embargo, en 1171, Enrique II llegó de Francia

para hacer valer sus derechos territoriales. Todos los normandos, junto con muchos

príncipes irlandeses, prestaron juramento de lealtad a Enrique II. A su hijo menor,

Juan,22

lo nombró Señor de Irlanda.

Como consecuencia de los cambios en el sistema legal introducidos por Enrique II, el

poder de la corte eclesiástica decreció notablemente, de modo que la Iglesia se opuso a

ello, haciéndose eco de tal oposición nada menos que el arzobispo Tomás Becket de

Canterbury, anteriormente amigo cercano del rey, su canciller y hombre de su total con-

fianza.

El conflicto entre Enrique y Tomás comenzó avivado con una disputa sobre si las cor-

tes seculares juzgarían a los clérigos que habían cometido ofensas seculares. Enrique II

intentó subyugar a Becket y a sus colegas o eclesiásticos, los prelados de la Iglesia, ha-

ciéndoles jurar obediencia a las “aduanas del reino”, ante lo cual surgió la correspon-

diente controversia acerca de cuáles eran estas aduanas y la Iglesia, en sus represen-

tantes, se negó a ceder. Luego de una acalorada discusión en la corte de Enrique II,

Becket dejó Inglaterra en 1164 y fue a Francia a solicitar personalmente el apoyo del

rey Luis VII de Francia y del Papa Alejandro III, quien se encontraba exiliado en Fran-

cia debido al desacuerdo en el colegio cardenalicio y a sus desavenencias con el empe-

rador Federico I Barbarroja. Debido a su propia posición políticamente precaria, Ale-

jandro III se mantuvo neutral, aunque Becket permaneció en el exilio bajo la protección

de Luis VII y del pontífice.23

Luego de la reconciliación entre Enrique II y Tomás Bec-

ket en Normandía (año 1170), éste volvió a Inglaterra. Nuevamente confrontó a Enrique

II, esta vez sobre la coronación del príncipe Enrique.24

La tensión que le producía To-

más Becket al rey Enrique produjo finalmente la muerte (martirial) del arzobispo.25

Tan sangriento hecho trajo consigo la excomunión de Enrique II, que obtuvo su reha-

bilitación gracias a los esfuerzos de Roberto de Torigny, abad de Mont-Saint-Michel.

Como parte de su penitencia por la muerte de Becket, Enrique II debió hacer una pe-

regrinación vestido con un saco a la tumba de Becket y acceder a enviar dinero a los

estados cruzados en Palestina, dinero que fue guardado por los caballeros hospitalarios 22

Futuro rey Juan I o Juan Sin Tierra de Inglaterra y Señor de Irlanda (1199-1216).

23

Más o menos hasta el año 1170.

24

Enrique el Joven (muerto en 1183), tenía 15 años de edad al ser asociado al trono de Inglaterra. Esta

coronación fue consentida o autorizada por los obispos ingleses, pero no por parte de Tomás Becket, pri-

mado de Inglaterra, que estaba en el exilio. Aunque de hecho no llegó a reinar, a este Enrique se le co-

noce como el Joven para no confundirlo con su sobrino, el que será Enrique III (1216-1272).

25

Las palabras más citadas o comentadas –probablemente apócrifas– de Enrique II desde entonces fue-

ron: “¿Nadie va a librarme de este cura entrometido?”. Aunque los violentos alegatos de Enrique II con-

tra Becket a través de los años fueron bien documentados, esta vez cuatro de sus caballeros tomaron las

palabras de su rey en forma literal y viajaron inmediatamente a Inglaterra, donde asesinaron a Becket en

la catedral de Canterbury, el 29 de diciembre (fecha que queda en el santoral) de 1170.

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~ 18 ~

y templarios a la espera de que llegara a Tierra Santa el mismo Enrique II para hacer

uso del mismo en la causa propiamente de las peregrinaciones y de las cruzadas. Pos-

teriormente, el 21 de mayo de 1172, el rey fue azotado en público, penitente y desnudo

de espalda, en la catedral de Avranches. Enrique II pospuso su cruzada varios años y

finalmente nunca la llevó a cabo, a pesar de una visita que le hizo el patriarca Heraclio

de Jerusalén, en 1184, ofreciéndole la corona del reino de Jerusalén o que se hiciera car-

go de ella. En relación a las cruzadas, en 1188, Enrique II impuso la contribución del

llamado “diezmo de Saladino”.

De la familia que deja el difunto rey Enrique II de Inglaterra cabe decir o resaltar que

nacieron 8 hijos legítimos: Guillermo,26

Enrique,27

Matilde,28

Ricardo (quien sucede

ahora a Enrique II como Ricardo I),29

Godofredo,30

Leonor (la reina consorte de Castilla

por su matrimonio con Alfonso VIII),31

Juana32

y Juan.33

En cuanto a Leonor de Aquitania, como reina de Inglaterra y ahora viuda,34

puede

decirse (lo repetimos) que no fue tan amada por el rey como hubiera cabido esperar.35

El rey Enrique II deja también descendencia ilegítima. El notorio romance del rey con

Rosamunda Clifford,36

comenzado en 1165, durante una de las campañas militares del

rey en Gales, fue continuo hasta que ella murió, en 1176. Sin embargo, no fue hasta

1174, año de la ruptura más en serio de Enrique con Leonor, cuando el rey la reconoció

26

Nacido en 1153 y muerto en 1156.

27

Conocido como Enrique el Joven, nacido en 1155, corregente con su padre desde 1170, murió en 1183.

28

Duquesa de Sajonia. Nacida en 1156, casada con el duque germano Enrique el León (duque de Ba-

viera, Sajonia y Brunswick), muerta precisamente el 28 de junio de este mismo año 1189, días antes que

su padre y en la alemana Brunswick.

29

Ricardo I Corazón de León. Nacido en 1157. Principal como partícipe en la tercera cruzada. Su muerte

será en 1199.

30

Nacido en 1158. Conde de Anjou y duque de Bretaña por su matrimonio con Constanza de Bretaña.

Muerto en 1186, aplastado por un caballo, en París, durante un torneo en el que participó.

31

Nacida en 1162 y muerta en 1214.

32

Nacida en 1165, casada primero con el rey Guillermo II el Bueno de Sicilia y luego con el conde

Raimundo IV de Toulouse. Su muerte será en 1199.

33

Nacido en 1166, sucederá en el trono a su hermano Ricardo Corazón de León, en 1199, y será conocido

como Juan Sin Tierra. Su muerte será en 1216. Le sucederá en el trono su hijo Enrique III (1216-1272).

34

Su muerte será en 1204.

35

Además, los esfuerzos de Enrique II por controlar las tierras o dominios de Leonor (y de su heredero

Ricardo, muy amparado por ella y en contra de él), también con cuanto fueron los choques de carácter,

llevaron a muy serias confrontaciones familiares entre Enrique, su mujer y sus hijos legítimos.

36

La bella Rosamunda legendaria.

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~ 19 ~

más públicamente como su amante. Casi simultáneamente, comenzó el rey a negociar la

anulación de su matrimonio para casarse con Adela de Francia, condesa de Vexin, hija

del rey Luis VII de Francia37

y ya comprometida con Ricardo, el hijo (y ahora sucesor)

de Enrique II. El romance con Adela continuó algunos años y, a diferencia de Rosa-

munda Clifford, Adela alegó haber dado a luz un hijo ilegítimo del rey.38

Ya comentábamos en su momento que Enrique II tuvo varios hijos ilegítimos con

otras mujeres; y la reina Leonor los vio criarse, jugar y educarse en la guardería real con

sus propios hijos.39

Los intentos de Enrique II de dividir sus títulos entre sus hijos, pero mantener el poder

asociado a ellos, provocó que trataran de tomar el control de las tierras que les habían

asignado y una verdadera crisis de sucesión. Hubo revueltas que el rey interpretaba en

clave de traición o deslealtad, revolviéndose de ira.40

Efectivamente, estando los hijos

legítimos de Enrique II contra él, contaron con el apoyo del rey Luis VII de Francia.

Cuando el segundo de sus hijos, Enrique,41

murió en 1183, hubo violenta o tensa lucha

por el poder entre los siguientes tres hijos varones (Ricardo, Godofredo y Juan). Enrique 37

Y de su segunda esposa Constanza de Castilla (hija de Alfonso VII el Emperador y de Berenguela de

Barcelona).

38

En 1169 la prometieron a Ricardo, hijo de Enrique II de Inglaterra. Éste hizo que se la llevasen para

hacerse cargo de su dote. Se sabe que el rey abusó de ella, la hizo su amante y retrasó su matrimonio con

su hijo.

Por la paz de Ivry (21 de septiembre de 1174) renovó Enrique II a Luis VII la promesa matrimonial en-

tre Adela (hija del segundo) y Ricardo (hijo del primero), siendo la dote el territorio francés de Berry. En

1177, el Papa Alejandro III intervino frente a Enrique II ordenándole, bajo pena de excomunión, que su

hijo Ricardo contrajera el convenido matrimonio. Enrique renovó su promesa en diciembre de 1183 y en

Cuaresma de 1186, pero la renovada promesa quedó por dos veces incumplida, mientras Adela, según

parece, habría tenido ya una hija de Enrique II, una niña que murió al poco tiempo de nacer.

Tras la muerte de Enrique II (6 de julio de 1189, como estamos contando), Ricardo Corazón de León, su

hijo y sucesor, llevó a Adela a Ruan (en febrero de 1190), donde (ya en 1191) advirtió al nuevo rey de

Francia, Felipe II Augusto, hermano de Adela, que no se casaría con ésta, pues estaba en deshonor y des-

honra.

Después de haber intentado casarla con Juan Sin Tierra, hermano (y sucesor) de Ricardo Corazón de

León, el rey francés Felipe II Augusto, acabó casándola, el 20 de agosto de 1195, con el conde Guillermo

II Talvas de Ponthieu (1178-1221), aportando ella los condados de Eu y Arques, además de un préstamo

de cinco mil marcos. Tuvieron tres hijos: Jean (que murió joven), María (condesa de Ponthieu) e Isabel

(que fue abadesa en España).

39

Algunos de aquellos hijos ilegítimos llegaron a ser plenamente miembros de la familia real cuando lle-

garon a adultos, encontrándose entre ellos Guillermo de Longespee (conde de Salisbury, cuya madre fue

la condesa Ida de Norfolk), el arzobispo Godofredo de York (de muy compleja personalidad y conducta,

cuya madre fue Ykenai y no probablemente Rosamunda), el obispo Morgan de Durham y la abadesa Ma-

tilda de Barking.

40

El cronista Geraldo de Gales (Giraldus Cambrensis) cuenta que al dar el rey el beso de paz a su hijo

Ricardo le dijo suave y rencorosamente: “Que el Señor nunca permita que yo muera hasta que me haya

vengado de ti”.

41

El antes mencionado como Enrique el Joven.

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~ 20 ~

II quiso siempre que le sucediera su hijo Juan, el pequeño (su preferido), mientras la

reina Leonor prefería y apoyaba a Ricardo. Godofredo intentó imponerse a sus her-

manos, pero no pudo lograr su deseo de reinar.42

Se impuso finalmente como heredero y sucesor de Enrique II en el trono de Inglaterra

su hijo Ricardo, quien con la ayuda del rey Felipe II Augusto de Francia, atacó y derrotó

a su padre, el 4 de julio de este año 1189. Ricardo tiene ahora 32 años de edad y co-

mienza su reinado como Ricardo I.43

Vencido, Enrique II de Inglaterra, murió en el

castillo de Chinon,44

el 6 de julio de este año 1189. Recibió sepultura en la abadía de

Fontevrault (o Fontevraud).45

El arzobispo Godofredo de York, hermanastro ilegítimo de Ricardo I por ser hijo

ilegítimo de Enrique II, estuvo con éste durante todo el tiempo previo a su muerte (el

único de sus hijos asistiéndole cercano en su lecho). Las últimas palabras del monarca46

fueron: “Ha caído la vergüenza sobre este rey derrotado”.47

Tenemos, pues, que de cara a Inglaterra y a la tercera cruzada que se proyecta y en-

camina a Tierra Santa,48

reina Ricardo I, prosiguiendo con la recaudación de fondos

para financiar dicha empresa.49

42

Falleció accidentalmente –como ya se dijo y se contó en su momento– participando en un torneo, en

París, donde se encontraba refugiado tras haberse rebelado contra su padre y por estar enfrentado a sus

hermanos. El óbito fue el 19 de agosto de 1186, con 27 años de edad. Recibió sepultura en la catedral de

Notre Dame.

43

Será por su participación, valor y arrojo o bravura, en la ya inminente tercera cruzada por lo que recibi-

rá el sobrenombre o apodo, casi un título, de Corazón de León.

44

Un castillo digno de reseñarse (y de visitarse), con mucha historia.

45

Igualmente una abadía digna de reseñarse (y de visitarse), con mucha historia, situada cerca de Chinon

y Saumur, en la región francesa de Anjou.

46

Según Geraldo de Gales.

47

Ricardo I de Inglaterra (Ricardo Corazón de León), se convirtió en el rey de Inglaterra, desafortuna-

damente para el difunto Enrique II que siempre había querido que su hijo mejor, Juan, le sucediera. Eso

ocurrirá a la muerte de Ricardo, en 1199, superándose entonces los reclamos de los hijos del duque Go-

dofredo II de Bretaña (el duque Arturo I y Leonor de Bretaña).

48

Donde Saladino ya tiene liberado al rey de Jerusalén (en adelante de Chipre, como iremos viendo) Guy

o Guido de Lusignan.

49

En julio de 1190 le veremos partir desde Marsella en dirección a Sicilia, compartiendo ruta con el rey

Felipe II Augusto de Francia, encaminado desde Génova… Ya lo iremos contando.

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El rey Enrique II de Inglaterra

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~ 22 ~

PLASENCIA

Plasencia,50

del reino de Castilla, fundada durante estos años atrás por el rey Alfonso

VIII, tal como hemos ido exponiendo, “ut placeat Deo et hominibus”, contando ya co-

mo sede episcopal mediante bula pontificia,51

goza en este año del nombramiento de su

primer obispo: Don Bricio, un burgalés que ocupaba hasta el momento plaza de canó-

nigo en Valladolid.52

50

Provincia de Cáceres.

51

Siendo su jurisdicción el territorio nordeste de Extremadura y extendiéndose por localidades como Bé-

jar (Salamanca), Trujillo (Cáceres), Medellín (Badajoz), etc.

Fue por bula del Papa Clemente III (1187-1191) como se erigió la diócesis de Plasencia, en este año

1189, a instancias del rey Alfonso VIII de Castilla, poco después de la fundación de la ciudad por el mis-

mo monarca. No se conserva la bula original, pero su texto íntegro (sin consignarse la fecha) se halla in-

serto en otra bula, del Papa Honorio III (1216-1227), confirmando la erección de la diócesis placentina,

siendo la fecha, con firma, la del 14 de noviembre de 1221, cuando ya era obispo el sucesor de Don Bri-

cio: Don Domingo (1212-1232).

Teniendo en cuenta los años de pontificado del Papa Clemente III, entre 1187 (diciembre) y 1191

(marzo), es evidente que la fundación o erección de la diócesis de Plasencia tuvo lugar entre medio de

esas fechas. Precisando un poco más, tenemos dos datos importantes:

Uno que en junio de 1188 el Papa Clemente III instó por escrito al arcediano de Plasencia, Don Pedro

Tajabor, y a todos los placentinos para que se sometieran a la autoridad del obispo de Ávila.

Y dos que, el 1 de junio de 1190, el rey Alfonso VIII hizo constar una donación a la Orden Hospitalaria

de San Juan de Jerusalén en la que aparece la firma de Don Bricio como obispo de Plasencia.

Es evidente, por lo tanto, que la bula pontificia de Clemente III debe ser posterior a junio de 1188 y

anterior al mismo mes de 1190.

En consecuencia, como el Privilegio fundacional de la ciudad es concedido por el rey Alfonso VIII en

fecha 8 de marzo de 1189 (año 1227 de la Era Hispánica) –y en dicho Privilegio no se habla de que la ciu-

dad fuera aún sede episcopal–, es lógico pensar que la bula pontificia debe ser muy poco posterior al do-

cumento fundacional (el Privilegio) del monarca Alfonso VIII. Así pues, se puede asegurar, casi con ab-

soluta certeza, que la diócesis de Plasencia comienza su andadura histórica en el año 1189. Sobre la Era

Hispánica, véase el Epílogo I.

De hecho, en 1989, conmemoró la diócesis de Plasencia el VIII Centenario de su creación, bajo el lema:

“Por una Iglesia diocesana fiel al Evangelio y a los hombres de hoy”.

Desde su creación, la diócesis de Plasencia perteneció como sufragánea a la sede metropolitana de San-

tiago de Compostela (sustituta de la de Mérida, al menos desde los tiempos del arzobispo Gelmírez, en

los comienzos del siglo XII, a causa de estar la zona emeritense en poder musulmán y despoblada de cris-

tianos). A partir del Concordato de 1851 entre España y la Santa Sede, y durante casi siglo y medio, la

diócesis placentina fue sufragánea de la archidiócesis metropolitana y primada de Toledo.

Finalmente, habiéndose creado la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz, el 28 de julio de 1994, du-

rante el pontificado del Papa San Juan Pablo II (1978-2005), dicha provincia queda integrada por la me-

tropolitana de Mérida-Badajoz, con las diócesis de Coria-Cáceres y de Plasencia.

52

Se hará cargo de la diócesis de Plasencia a partir del año 1190.

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~ 23 ~

Así pues, iremos contando en adelante todo lo concerniente a esta ciudad de Plasencia

también como obispado.53

53

Ver Epílogo II.

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~ 24 ~

REINO DE CASTILLA

Los castellanos y los leoneses como aliados, con sus reyes Alfonso VIII y Alfonso IX

al frente, penetraron por Al-Ándalus hasta rodear las inmediaciones de Sevilla54

e in-

cluso llegar en parte a la costa atlántica,55

pero resultando ser una campaña de recon-

quista muy relativa, de escaso éxito como empeño, más bien de derrota frente a los bien

fortalecidos almohades.56

De otra parte, en Cuenca, el 29 de noviembre le nació un niño al rey Alfonso VIII, de

su esposa Leonor Plantagenet. Le llamaron Fernando y es el infante heredero del trono

de Castilla,57

por ocurrir este hecho al año de que su hermana Berenguela y su prome-

tido, Conrado de Hohenstaufen, fueran reconocidos y proclamados herederos de Casti-

lla, como contábamos en su momento. Este reconocimiento ha quedado sin validez al

nacer este nuevo hijo varón del rey Alfonso VIII.58

54

No lejos de la actual Alcalá de Guadaíra.

55

Por ciertas zonas del Aljarafe sevillano.

56

Tuvieron los castellanos en su punto de mira castillos como el de Magacela (Badajoz) o el de Calaspa-

rra (Murcia), pero el más destacable fue el de Burgalimar, una fortaleza omeya, digna de toda considera-

ción, del siglo X, en Baños de la Encina (Jaén). Se estableció este castillo en una zona de gran importan-

cia estratégica, justo o propiamente en la entrada del valle del Guadalquivir, puerta por tanto de Andalu-

cía. Fue el califa Alhakén II (961-976), el artífice de la ampliación más suntuosa de la mezquita de Cór-

doba, quien decidió su construcción, iniciada en el año 962 (357 de la Hégira), como lo demuestra una

inscripción grabada en la puerta, cuyo original se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de Ma-

drid. Su construcción es contemporánea a la edificación de fortalezas similares en la región.

En el siglo XI, tras el hundimiento y la división del califato de Córdoba en múltiples reinos de taifas, el

castillo de Burgalimar atravesó tiempos difíciles. Se convirtió en objetivo de continuas, disputadas y fero-

ces luchas entre musulmanes y cristianos, considerándolo un sitio clave para acceder a Andalucía. Al-

fonso VII se lo arrebató a los musulmanes en 1147, pero después de su muerte, en 1157, volvió a dominio

musulmán. Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León lo recuperaron en este año 1189, pero tres días

después de la victoriosa victoria cristiana en Las Navas de Tolosa (Jaén), en 1212, el castillo de Burgali-

mar retornará de nuevo a manos musulmanas.

Hubo de esperarse al impulso decisivo de Fernando III en la reconquista del sur peninsular durante el si-

glo XIII para que el castillo de Burgalimar pase definitivamente al dominio castellano, en 1225. El rey lo

cederá al arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, siendo encomendada su guardia y defensa a la

Orden de Santiago, muy implicada en las operaciones militares del sur de la Península Ibérica. Poco tiem-

po después, Fernando III integra el pueblo de Baños de la Encina en la jurisdicción de la ciudad de Baeza,

de la que dependerá hasta 1626, fecha en la que Baños de la Encina obtendrá la condición de villa.

57

Por su muerte en 1211, no llegará a reinar.

58

Este infante será príncipe ensalzado por las crónicas de la época por sus virtudes, al tiempo que, como

heredero e hijo del rey de Castilla, su nombre, Fernando, habrá de figurar en los documentos oficiales

hasta el momento de su muerte. Se cuenta de él que era gustosamente aficionado a las armas y a la caza,

de personalidad generosa y prudente, siendo su mayor ambición o aspiración luchar contra los musulma-

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~ 25 ~

Recordemos que la llegada al poder del rey Alfonso IX de León, tras la muerte de

Fernando II, en el pasado año 1188, no significó un obstáculo insuperable para el man-

tenimiento de la paz entre los reinos de León y de Castilla; por el contrario, los sobe-

ranos de ambos reinos, parientes cercanos entre sí, intentaron afianzar sus buenas rela-

ciones. Sobre todo lo tuvo en cuenta el rey leonés para fortalecerse en el trono y en pre-

visión de que Alfonso VIII de Castilla colaborara con los partidarios del infante Sancho,

hermanastro de Alfonso IX de León por ser su madre Urraca López de Haro. Estando

así las cosas, el 19 de marzo de 1188 tuvo lugar aquella reunión entre ambos monarcas

en Carrión de los Condes, reunión en la que Alfonso IX de León se comprometió a ca-

sarse con una infanta castellana y resultó armado caballero por Alfonso VIII, lo cual

significaba que el rey de León reconocía la supremacía del rey de Castilla. Poco después

Alfonso VIII presidió el matrimonio de su hija primogénita, doña Berenguela, con el

germano Conrado II de Suabia, tras lo cual ambos fueron jurados como herederos de

Castilla, ya que en ese momento todavía no se había producido el nacimiento de ningún

infante.59

nes. Participó en el gobierno del reino de Castilla desde muy joven. Tanto sus padres como todos los cas-

tellanos estuvieron siempre muy ilusionados y esperanzados en que reinara cuando le llegar el momento.

Murió en Madrid, a la edad de 22 años, cuando volvía de una campaña por la que se rompió el cerco de

la fortaleza de Salvatierra (situada cerca de Calzada de Calatrava, provincia de Ciudad Real). Sintiéndose

repentinamente enfermo, murió el 14 de octubre de 1211, recayendo la línea sucesoria en su hermano me-

nor, el infante Enrique (Enrique I de Castilla), que no llegaba aún a los 8 años de edad. Ya lo iremos con-

tando.

59

Dichos acontecimientos no fueron del agrado de Alfonso IX, que acariciaba la idea de convertirse en el

heredero al trono castellano, en el caso de que Alfonso VIII no tuviera ningún hijo varón, motivo por el

cual firmó una alianza con el rey de Portugal, a la que se unió poco después el monarca aragonés Alfonso

II y el monarca de Navarra Sancho VI, con la intención de aislar prácticamente a Castilla y neutralizar del

todo su poder o sus aspiraciones de expansión, incluidas las de reconquista contra los musulmanes. De es-

te modo, en lo que se refiere a los reinos de León y de Castilla, la situación se fue haciendo cada vez más

tensa, hasta tanto que se hizo necesaria la intervención del Papa Celestino III (1191-1198) y el tratado de

Tordehumos (Valladolid), el 20 de abril de 1194. Lo contaremos en su momento.

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~ 26 ~

MONASTERIO DE

SEMPRINGHAM

(INGLATERRA)

En el monasterio de Sempringham, el 4 de febrero, murió santa y serenamente su abad

y fundador Gilberto, a la edad de 106 años, con natural deterioro físico y ceguera.60

Era

de ascendencia normanda, siendo su padre, Jocelyn, uno de los caballeros acompañantes

de Guillermo I el Conquistador cuando su llegada a Inglaterra en el siglo XI.

Hubiera querido su padre que siguiera la carrera militar, pero una deformación física

se lo impedía, por lo cual decidió que siguiera la carrera eclesiástica, siendo enviado a

Francia para que se formara filosófica y teológicamente, cosa que realizó en la abadía

benedictina de Mont Saint-Michel61

y en la Universidad de París, donde también ejerció

la docencia durante unos años.

Al volver a Inglaterra,62

dedicándose a la enseñanza, fundó una escuela para niños y

niñas. Entró al servicio del obispo de Lincoln y recibió las órdenes menores por parte de

Robert Bloet y la ordenación sacerdotal de su sucesor Alexander, que lo nombró peni-

tenciario de la diócesis.

En 1130, habiendo muerto su padre, Gilberto regresó a Sempringham, donde había

heredado las fincas familiares, utilizándolas para su proyecto de fundación de una orden

religiosa monacal y apostólica. Diversas comunidades (26 conventos, monasterios y

misiones) habían sido fundadas recientemente, con hombres y mujeres laicos viviendo

en comunidad. Hacia 1148, pidió la ayuda de los cistercienses para gestionar y asistir

espiritualmente a estas comunidades, pero los monjes de la abadía de Císter no quisie-

ron ir a Inglaterra para ayudarlo, ya que no querían que hubiera mujeres en el seno de la

comunidad. Así, Gilberto decidió fundar una orden doble, donde habría monasterios de

religiosas de clausura que seguirían la Regla de los cistercienses y comunidades mas-

60

San Gilberto de Sempringham, fundador de la Orden de los Gilbertinos y Gilbertinas (la única de ori-

gen británico y con similitud respecto a la Orden Premonstratense en 1120), canonizado en 1202, el 11 de

enero, por el Papa Inocencio III (1198-1216). Su fiesta es el 4 de febrero. San Gilberto fue muy generoso

en la distribución de sus rentas favoreciendo a los necesitados, siendo austero y sobrio consigo mismo,

ejerciendo la más ardiente y eficaz caridad. Ver Epílogo III.

61

Ver Epílogo IV.

62

Aproximadamente en 1120.

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~ 27 ~

culinas de canónigos regulares que seguirían la Regla de San Agustín,63

con el objetivo

de llevar la dirección espiritual de la comunidad femenina.64

Nuevamente en Francia (año 1147), Gilberto se encontró con el Papa (cisterciense)

Eugenio III (1145-1153) y con el abad Bernardo de Claraval,65

en el capítulo general de

Cîteaux.

Apoyó al santo y mártir Tomás Becket, arzobispo de Canterbury, asesinado en 1170

(29 de diciembre), en su conflicto con el rey Enrique II de Inglaterra. Gilberto fue de-

clarado inocente en todo aquel lamentable y trágico embrollo. Sin embargo, no quiso

luego, a pesar de resultar elegido, ser arcediano de la catedral de Lincoln ni arzobispo

de York, prefiriendo entrar como monje en la orden por él fundada, mostrando su jurada

obediencia al superior, Roger, que había sido discípulo suyo. En una ocasión, teniendo

lugar una revuelta de hermanos legos de su orden, Gilberto recibió el apoyo del Papa

Alejandro III. Las cosas problemáticas se resolvieron en la paciencia y la caridad.

A su muerte tiene su orden 13 monasterios, siendo 9 de ellos dúplices y 4 sólo mas-

culinos, teniendo entre todos 700 monjes o religiosos y 1.200 monjas o religiosas.66

Gilberto desempeñó por algún tiempo el cargo de superior general, pero renunció a él,

poco antes de su muerte, pues la pérdida de la vista le impedía cumplir perfectamente

sus obligaciones. Era tan abstinente y sobrio que quienes le conocieron se maravillaron

de lo poco que comía. En su mesa había siempre lo que él llamaba “el plato del Señor

Jesús”, en el que apartaba para los pobres lo mejor de la comida. Vestía una camisa de

cerdas, dormía sentado, y pasaba gran parte de la noche en oración.

63

La conocida como Regla de San Agustín es la que contiene aquellas normas originarias de San Agustín

de Hipona cuando, en los siglos IV-V, organizó la vida en comunidad a la que dio forma en la norteafri-

cana Tagaste.

Es la Regla religiosa más antigua que se conoce en Occidente, considerando las horas canónicas, las

obligaciones monásticas y todos los demás aspectos de la vida religiosamente consagrada (ver Epílogo

V). Con el tiempo, muchas órdenes religiosas fueron adoptando la Regla de San Agustín: Premonstraten-

ses, Gilbertinos, etc. (en el siglo XII), agustinos propiamente dichos, dominicos, mercedarios, servitas,

etc. (siglo XIII), etc.

64

Estas dos comunidades (o comunidad doble), fueron las que originaron y conformaron primitivamente

la Orden de los Gilbertinos, con Estatutos aprobados por el Papa Eugenio III (1145-1153) en 1148 y con-

firmados después por los Papas Adriano IV (1154-1159) y Alejandro III (1159-1181).

65

Muerto en 1153. Gilberto y Bernardo mantuvieron una muy buena amistad.

66

Cuando la supresión religiosa, en tiempos del rey Enrique VIII y por mandato suyo (año 1538), la Or-

den contaba con 26 monasterios.

Los últimos monjes gilbertinos, expulsados por Enrique VIII, marcharon a Roma, a donde se llevaron

las reliquias del fundador. El Papa Pablo IV (1555-1559) les concedió el monasterio de San Pancrazio di

Roccascalegna (en Abruzzo) y años después el último monje llevó los restos del Santo a Altino. Final-

mente recalaron dichos restos en Casoli, donde aún se veneran y, siendo el patrono del lugar, se les da el

correspondiente culto.

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~ 28 ~

San Gilberto de Sempringham

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~ 29 ~

REINO DE PORTUGAL

Durante el verano de este año 1189, con el circunstancial apoyo de los muy nume-

rosos ingleses que, de paso por las costas portuguesas y en calidad de cruzados se diri-

gen a Tierra Santa, el rey Sancho I de Portugal conquistó a los musulmanes Al-Qasr

Abi-Danis,67

convirtiéndola en sede de la Orden de Santiago en Portugal.68

También tuvo lugar la conquista de Silves, la capital del Al-Gharb,69

el 3 de septiem-

bre,70

así como Salir71

y Beja.72

Son pasos de reconquista que se van dando frente a los

almohades, que habrán de retroceder…, ser derrotados.

67

Actual Alcácer do Sal, una hermosa ciudad, de las más antiguas de Europa, de origen fenicio, al igual

que Lisboa y Setúbal; también fue lugar de gran importancia durante la dominación musulmana.

Después de los Epílogos:

file:///C:/Users/USUARIO/Downloads/ponencia%20fernando%20branco%20(1).pdf

68

Esto último ocurrió más bien en el reinado de Alfonso II de Portugal (1211-1223).

69

El Algarve, que significa El Occidente, considerado reino por mucho tiempo.

70

Pero entonces fue aún de efímero dominio portugués, hasta 1191. Silves tenía entonces unos 20.000 ha-

bitantes y en ella fue restaurado el obispado, hasta 1191, en la persona el obispo Nicolau.

71

Una aldea del Algarve.

72

En el Bajo Alentejo (Baixo Alemtejo).

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~ 30 ~

CASTILLO DE ALBA DE

ALISTE

El rey Alfonso IX de León entregó a su consejero Pedro Fernández el castillo de Alba

de Aliste.73

73

Castillo (en la provincia de Zamora) que construyó el rey Fernando II de León (muerto en 1188), padre

de Alfonso IX. Se levanta sobre un alto cerro que domina el río Aliste, afluente del Esla, río que, na-

ciendo en la cordillera cantábrica, es el afluente más caudaloso del Duero. Su construcción es de planta

irregular y hoy lo vemos todo en estado ruinoso. Perteneció a los templarios hasta que éstos fueron di-

sueltos, pasando luego a varios dueños de la nobleza. Desde 1445 se convirtió en cabeza de señorío

condal. De sus primeros tiempos (siglos XII-XIII) pueden datar las fábricas del soberbio torreón, de plan-

ta cuadrangular, que se utilizó luego como palomar y quedó finalmente al descubierto. De otra parte, la

construcción de la torre principal –que sería la del homenaje y de la que sólo se conserva un ángulo– per-

tenece a una época posterior (tal vez el siglo XV). Y llegó en su momento el declive y el abandono.

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~ 31 ~

JAPÓN

En Japón (15 de junio) se registra la muerte del samurái Minamoto no Yoshitsune, a

sus 30 años de edad. Fue clave en lo historia de ese para nosotros remoto lugar, al que,

sin embargo, ya nos hemos ido refiriendo…

Y murió también Saito Musashib Benkei, con 34 años de edad, conocido más sencilla

y popularmente como Benkei. Fue un sohei (monje guerrero) que estuvo a las órdenes

del samurái Minamoto no Yoshitsune. Se le conoció como un hombre de gran estatura,

muy fuerte y leal…

Minamoto no Yoshitsune

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~ 32 ~

ACRE

En Acre,74

atacada por Saladino, el 1 de octubre de este año 1189, murió Gérard de

Ridefort, Gran Maestre de la Orden del Temple (el décimo hasta el momento), a los 49

años de edad y 5 de maestrazgo, desde 1184, cuando sucedió a Arnaldo de Torroja.75

Los estados cruzados no están para más aventuras ni embestidas…, a no ser que so-

brevenga la siguiente cruzada, yendo ya por la tercera.76

Gérard fue hijo segundón de una familia noble de Flandes. Se enroló en la segunda

cruzada (año 1146), anhelando el logro de algún señorío feudal. Casi lo tuvo a su al-

cance cuando el conde Raimundo III de Trípoli le puso en la expectativa de un muy

ventajoso matrimonio, con Lucía de Botrun, una rica vasalla de Trípoli. Pero pasó que

luego Raimundo, por evidentes conveniencias propias, cambió de parecer y la oferta de

74

San Juan de Acre a partir de la tercera cruzada.

75

Podemos recordar que su etapa de gobierno estuvo marcada por las tensiones y querellas entre templa-

rios y hospitalarios, teniendo en cuenta el incremento de poder y la influencia política alcanzada por estos

últimos. Arnaldo de Torroja aceptó la mediación del Papa Lucio III y del rey Balduino IV de Jerusalén

para que resultaran zanjadas aquellas tensiones. Sin embargo, en 1184, la situación política degeneró ba-

stante en lo relativo a la influencia de los caballeros, sobre todo porque Reinaldo de Châtillon, con la ayu-

da de templarios y hospitalarios, asoló por su cuenta los territorios musulmanes de Transjordania. Ar-

naldo de Torroja dio pruebas de su gran sagacidad política al negociar una tregua con Saladino, cuando

éste estaba más que decidido a vengar las incursiones y los atropellos de Reinaldo de Châtillon. En aquel

mismo año 1184, Arnaldo de Torroja (gran maestre templario) y Roger de Moulins (gran maestre hospita-

lario) viajaron a Europa con el fin de obtener del Papa y de los reyes la puesta en marcha de una nueva

cruzada para reforzar los estados latinos orientales, peligrando ante el muy creciente poder de Saladino al

haber unificado en torno a sí a los musulmanes. Durante aquel viaje cayó enfermo Arnaldo de Torroja y

murió en Verona (el 30 de septiembre de 1184).

76

Según el historiador medievalista Steven Runciman (1903-2000), la muerte de Gérard de Ridefort en

Acre ocurrió cuando “Saladino cargó con todas sus fuerzas e hizo retroceder a los cruzados en desorden

hacia su campamento, que se hallaba al mismo tiempo atacado por una salida procedente de la guarni-

ción de Acre. Muchos caballeros francos cayeron en la batalla, entre ellos André de Brienne. Las tropas

alemanas [llegadas ya a Tierra Santa] fueron presa del pánico y sufrieron graves pérdidas, que fueron

también muy elevadas entre los templarios. El gran maestre del Temple, Gérard de Ridefort, espíritu ma-

ligno de Guido en los días que precedieron a Hattin, fue hecho prisionero y pagó con la vida sus insen-

sateces. Conrado [de Feutchwangen] sólo se libró de ser capturado por la intervención de su rival, el rey

Guido”.

Pasó, pues, en las afueras de Acre, que tuvo lugar una batalla o seria refriega entre fuerzas muy iguala-

das. Estando así las cosas, los cristianos decidieron la retirada, pero Gérard, como fuera de sí, permaneció

en la lucha, blandiendo él solo su espada frente a todo un ejército o grupo de tropas musulmanas. Ningún

cristiano hizo nada por ayudarle en su fanática resolución. Pasó lo que tenía que pasar: fue cogido por los

soldados de Saladino y ejecutado.

A Gérard de Ridefort, ya en 1190, le sucede como gran maestre templario Robert de Sablé, combatiente

templario junto a Ricardo Corazón de León en la tercera cruzada.

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aquel matrimonio fue a parar a un rico comerciante pisano. Desde entonces, Gérard de

Ridefort fue enemigo acérrimo y mortal de Raimundo.

Habiéndose aliado con el poderoso Guido de Lusignan, acabó ingresando en la Orden

del Temple, siendo senescal en 1183 y gran maestre en 1184. Tras la muerte de Bal-

duino IV en 1185 y de Balduino V poco después, en 1186, Gérard de Ridefort contri-

buyó a derivar la corona del reino de Jerusalén de la cabeza de Raimundo III a la de su

aliado Guido de Lusignan. Luego, las temerarias y provocativas campañas que impulsó

contra Saladino, además de ser un desastre causaron muchas muertes.

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~ 34 ~

Palermo

(REINO DE SICILIA)

El 11 de noviembre murió en Palermo el rey Guillermo II de Sicilia y Nápoles, en el

año vigésimo tercero de su reinado, desde 1166, a los 36 años de edad.77

Recibió se-

pultura en la catedral de Monreale.78

Tan sólo tenía 13 años de edad cuando murió su

padre, el rey Guillermo I de Sicilia (1154-1166). Por lo mismo, estuvo bajo la regencia

de su madre, Margarita de Navarra,79

hasta 1171, cuando el reino de Sicilia adolecía aún

de tristes carencias por su prolongado período de luchas y disputas internas (entre no-

bleza, clero y pueblo), todo ello acentuado por lo difícil del carácter personal de Gui-

llermo I.

Pues bien, justo en 1171, en cuanto llegó Guillermo II a su mayoría de edad, se pro-

cedió a su coronación como tal, rey de Sicilia con pleno derecho, corriendo la ceremo-

nia a cargo del arzobispo Gualtiero de Palermo (el preceptor y educador del nuevo rey),

acompañado de lo más florido del clero y de la nobleza, rodeada de los más distinguidos

invitados. El reino de Sicilia mejoró y progresó mucho con Guillermo II.

En 1177, el 13 de febrero, se casó con Juana, una Plantagenet, hija del rey Enrique II

de Inglaterra y de su esposa Leonor de Aquitania (él tenía 24 años de edad y ella sólo la

mitad, 12 años).80

Tuvieron un hijo en 1181, Bohemundo, el cual murió en su niñez.

77

Guillermo II de Sicilia pasó a la historia apodado como el Bueno, en contraposición a su padre, Gui-

llermo I, que fue apodado el Malo. Efectivamente, de Guillermo II, respecto a su padre, los cronistas de la

época acentuaban, además de la belleza, la corrección en el ejercicio de sus funciones y el respeto por las

leyes y por su gente, de modo que ese respeto y consideración para con su pueblo le valió el apelativo de

“el Bueno”. Hizo que se llegara a un período de relativa estabilidad y que cesaran los problemas internos,

como enseguida señalamos.

78

Una catedral que resulta ser uno de los mayores logros del arte normando en el mundo. Es notable su

fusión con el arte árabe que imperaba en Sicilia antes de la conquista normanda de la isla. La iglesia fue

fundada por el rey Guillermo II en 1172, y muy pronto, junto a ella se levantó un monasterio benedictino.

La catedral es famosa por los impresionantes mosaicos dorados que cubren todo su interior, en los que se

pueden contemplar escenas bíblicas muy completas.

El claustro, junto a la catedral, se apoya en 228 columnas, decoradas profusamente y rematadas en unos

capiteles muy bien trabajados, sobre los que se apoyan unos arcos de fuerte inspiración árabe.

79

Hermana del rey Sancho VI de Navarra. Muerta en 1183.

80

Juana de Inglaterra o Juana Plantagenet, quedó viuda al morir Guillermo II de Sicilia y no lo tuvo fácil

en adelante, hasta su muerte en 1199. Era hermana de los reyes de Inglaterra Ricardo Corazón de León y

Juan Sin Tierra.

El nuevo rey de Sicilia, Tancredo (1190-1194), la hará prisionera y ella sufrirá hasta que su hermano

Ricardo I de Inglaterra (Corazónde León) pase por Italia y por Sicilia camino de Tierra Santa en la terce-

ra cruzada. El rey inglés demandará la liberación de su hermana y la devolución de su dote, a lo cual se

opondrá el rey Tancredo. El rey Ricardo tomará entonces como embargo el monasterio y el castillo de La

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~ 35 ~

Sello representativo de la boda entre Guillermo II de Sicilia y Juana Plantagenet

Del reinado de Guillermo II de Sicilia podemos destacar, además de la estabilidad in-

terna, una dinámica y ambiciosa política externa, fruto, entre otras cosas, de una vigo-

rosa diplomacia y de un incentivado comercio. Teniendo a su favor al Papa (institucio-

nalmente la Santa Sede o los Estados Pontificios, que a su vez se benefician del reino de

Sicilia) y en secreta (tácita o implícita) alianza con las ciudades lombardas, Guillermo II

fue capaz de defenderse del enemigo común de toda Italia, el emperador germano Fe-

Bagnara (Calabria), disponiéndose a pasar allí el invierno, mientras atacaba y rendía para sí la importante

ciudad de Mesina. Viendo Tancredo el despliegue y la fuerza militar de Ricardo, accedió a negociar con

él, empezando por el asunto de la dote.

En marzo de 1191, Leonor de Aquitania, viuda de Enrique II de Inglaterra y madre tanto de Ricardo I

como de Juana, viuda de Guillermo II y prisionera de Tancredo, llegó a Mesina con Berenguela de Nava-

rra, hija de Sancho VI de Navarra y prometida de Ricardo, a la que dejó que cuidara de Juana. Leonor de

Aquitania se fue de Sicilia, mientras Ricardo, en razón de la cruzada, posponía su boda. Ricardo puso a su

novia y a su hermana en un barco de su flota cruzada. Se hicieron a la mar. Y a los dos días de navegación

hubo una tempestad que hundió varias embarcaciones y dejó la nave de las princesas alejada de su ruta y

encallada en Chipre, mientras Ricardo, a salvo, desembarcaba en Creta. Y hubo muchas más peripecias,

como tal vez iremos contando…

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derico I Barbarroja. Podemos recordar los acertados tratados que logró el rey Guillermo

II con Génova y Venecia en los años 1174 y 1175. Más aún, su matrimonio con Juana

Platagenet, le valió su relevante posición internacional y muy concretamente en la polí-

tica europea, tanto como en la mediterránea de su tiempo.

En julio de 1177, dado su apuro y no teniendo descendencia, mandó una delegación al

arzobispo Romualdo de Salerno y al conde Roger de Andria para que firmaran un tra-

tado de paz81

con el emperador Federico I. Para asegurar la paz, sancionó el matrimonio

de su tía Constanza, hija póstuma de Roger II (1105-1154), con Enrique,82

hijo de Fede-

rico I Barbarroja.

Podemos destacar también que el reinado de Guillermo II fue particularmente culto,

fecundo y prolífico en arte en Sicilia. Entre los proyectos realizados merecen nuestra

atención los siguientes: la catedral del monasterio benedictino de Monreale (con el aval

pontificio de Lucio III) y la abadía de Santa María de Maniace (en Siracusa, a petición

de su madre Margarita de Navarra). También ha de mencionarse por su importancia la

espléndida construcción del palacio de la Zisa (comenzado a construir por Guillermo I y

acabado en el reinado de Guillermo II).83

El problema que plantea este reinado en su momento final es el sucesorio. Al no

contar Guillermo II con descendencia directa, estando a punto de morir nombró el rey

como su heredera a su tía Constanza (Constanza I de Sicilia), obligando a los caballeros

y nobles sicilianos a que le jurasen lealtad, estando todos muy sorprendidos por tener

81

El Tratado de Venecia de 1177 entre el reino de Sicilia-Nápoles y el Sacro Imperio Romano Germáni-

co. ¿No consideró Guillermo II el peligro que suponía para el reino de Sicilia el Sacro Imperio Romano

Germánico?

82

Futuro emperador Enrique VI (1191-1197).

83

El Palacio de la Zisa, conocido como La Zisa, es originalmente un castillo que se halla en la parte occi-

dental de Palermo. Su construcción comenzó en el siglo XII, emprendida por artesanos árabes trabajando

para el rey Guillermo I, siendo completado dicho trabajo en el reinado de Guillermo II. El edificio se con-

cibió para residencia de verano de los reyes y como parte de la estación de caza.

La Zisa es un claro ejemplo de arquitectura morisca siciliana. Su nombre, Zisa, deriva del árabe Al-Aziz,

que significa “noble”, “glorioso”, “magnífico”. La palabra misma, en escritura caligráfica naskh, se

muestra grabada en la entrada, según la costumbre habitual de los principales edificios islámicos de la

época.

En el siglo XIV se añadieron las almenas, por la destrucción de parte de la inscripción árabe (en carac-

teres cúficos), que embellece la parte superior del edificio. Las modificaciones más sustanciales se intro-

dujeron luego en el siglo XVII, cuando la Zisa, reducida a muy malas condiciones, fue comprada por

quienes se lo pudieron permitir y se le hicieron modificaciones, por ejemplo en algunas de las habita-

ciones o dependencias interiores y en el techo, siéndole construida una gran escalera y nuevas ventanas

exteriores.

Durante los siglos XIX-XX fue residencia condal, hasta que fue adquirido el edificio por la Región de

Sicilia, restaurándose en la década de los años sesenta a ochenta inclusive, resolviendo derrumbes y dete-

rioros que se acumulaban, de modo que la Zisa está actualmente abierta al turismo. Algunas de las habita-

ciones albergan buenas piezas de arte islámico, herramientas y artefactos o enseres interesantes de la zona

mediterránea. La habitación más notable es la sala central que pudo tener una destacada fuente y ahora

muestra una decoración de mosaico.

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que aceptar en toda su trascendencia y en todo su peso político la boda de Constanza

con el hijo del emperador Federico I Barbarroja, Enrique, futuro emperador Enrique

VI. De este modo, lo que se sigue es que llega a Sicilia el poder de la dinastía Hohens-

taufen, lo cual es disfrute de dicha dinastía pero disgusto grande para el Papa, que en

estos momentos es Clemente III, el cual teme por los bienes de la Iglesia en Sicilia y

aún también en el resto de Italia. Por eso, el Papa se opone (o no se conforma de buen

grado) al matrimonio entre Constanza y Enrique. El Papa sospecha con total funda-

mento cómo habrá de perder el vasallaje de los territorios a sus dominios por el sur,

igual que no cuenta con dicho vasallaje por el norte.

El Papa pone en movimiento dar su apoyo a Tancredo de Sicilia, hijo bastardo de Ro-

ger II, para que acceda al trono.84

Tiene ahora 51 años de edad.

El rey Guillermo II de Sicilia (mosaico)

84

Contaremos su reinado entre los años 1190-1194, que son los años de vida que le quedan. Empezó en

1189, como queda dicho, apresando a Juana Plantagenet, la reina viuda del difunto rey Guillermo II, con

todo lo referente al paso del rey Ricardo I de Inglaterra por Italia y Sicilia rumbo a Tierra Santa en la ter-

cera cruzada. Además, Tancredo se negó a cumplir los compromisos financieros de apoyo a la tercera

cruzada, compromisos hechos por Guillermo II.

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Palacio de la Zisa

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El rey Tancredo de Sicilia

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COSENZA

(REINO DE SICILIA)

Uno de los cuatro caballeros85

asesinos de Santo Tomás Becket, William de Tracy,

murió durante este año, en Cosenza (reino de Sicilia). Lo contamos brevemente, remon-

tándonos a aquel día fatídico y martirial, 29 de diciembre de 1170.86

William de Tracy, poseyó señoríos cerca de Exeter (condado de Devon), al suroeste

de Inglaterra. No sólo participó en el asesinato del recordado arzobispo de Canterbury

sino que también saqueó del todo su palacio arzobispal.

Los caballeros asesinos demostraron con creces que eran religiosos en lo que se re-

fiere a construir iglesias o beneficiarlas económicamente, y eso fue lo que siguieron ha-

ciendo después de perpetrado su crimen, adoptando una incrementada conducta peni-

tencial que les exonerase del delito.

Pero ninguno de esos favores religiosos satisfizo o impresionó al Papa Alejandro III,

de modo que los asesinos, finalmente localizados, fueron excomulgados, ordenando el

Papa sin tardanza que habrían de peregrinar penitencialmente a Tierra Santa.87

Proseguían incrementadas, muy numerosas, las peregrinaciones al sepulcro de Santo

Tomás Becket, mientras su veneración y cultos seguían extendiéndose por todo el mun-

do.

85

Consejeros del rey Enrique II de Inglaterra.

86

Los otros caballeros asesinos fueron Reginald Fitzurse (muerto en 1173), Hugo de Morville (muerto,

según parece, hacia 1202, es el asesino que tal vez no golpeó al arzobispo) y Richard Brito (o Le Breton),

quien al parecer fue quien partió el cráneo de Tomás Becket con su espada, la cual quedó luego rota al

golpear el suelo, y no se sabe mucho más de este personaje.

Sí se sabe que Hugo de Morville, Ricardo Brito y Guillermo de Tracy habían construido una iglesia en

Alkborough, cerca de Scunthorpe, en el condado de Lincoln, donde una piedra inscrita en el coro, hasta

1690, indicaba la beneficencia.

Como quiera que sea, aparte de que supuestamente se escondieron y huyeron, como era de esperar, no

se sabe mucho acerca de qué fue lo que les ocurrió a los asesinos tras la muerte de Tomás Becket y sobre

cómo acabaron.

87

No hay certeza o noticias que informen acerca de si estos asesinos fueron juzgados, sentenciados, con-

denados… Según una tradición, se especula acerca de que William de Tracy no llegó a Tierra Santa sino

que murió (anteriormente a 1189) en 1174, muy enfermo de lepra, en Cosenza (Italia). Y otra tradición

señala que murió allí retirado en una ermita.

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EPÍLOGO I

EL CÓMPUTO DENOMINADO DE LA ERA HISPÁNICA

El cómputo denominado de la Era Hispánica es el que se utilizó en España (Hispania)

hasta bien entrado el siglo XIV. Dicho cómputo parte del año 38 a. de C., y según

parece se debe a que fue entonces cuando pudo constatarse la pacificación definitiva de

la Península Ibérica (Hispania) por parte de los romanos.

En efecto, el 1 de enero del año 38 a. de C., tras la pacificación oficial de toda His-

pania, el emperador Octavio Augusto, hizo constar y publicar por decreto la Aera His-

panica. Aparte de otras consideraciones (por ejemplo de índole monetaria, en las que

ahora no entramos), lo cierto fue que desde los tiempos hispano-visigodos y a lo largo

de toda la prolongada época denominada de la reconquista, todos o casi todos los docu-

mentos oficiales hispanos (de la Península Ibérica) emplean el 38 a. de C. como año de

referencia, es decir, teniendo en cuenta cómputos diversos, pero sobre todo dos, con

variantes, el de la era hispánica y el de la cristiana.

El año anterior al del comienzo de la Aera Hispanica, Octavio había concluido la par-

te más importante de su labor militar en Hispania, especialmente por el norte. De este

modo emulaba a su predecesor Julio César, el cual había exterminado a un millón de

galos y esclavizado a otros tantos, como punto destacado de su favorable cursus hono-

rum. A su vez, pasó que Octavio Augusto fue informado sobre la existencia de yaci-

mientos o minas de oro en Gallaecia.

La Era Hispánica se tuvo en cuenta por el sur de lo que actualmente es Francia y en la

Península Ibérica, sin que fuera su uso el mismo ni en la misma duración en los dife-

rentes reinos.

No se sabe con certeza cuándo empezó ese uso de datación, pero parece ser que fuera

hacia el siglo III. No se conoce un acontecimiento o registro histórico que pudiera jus-

tificar el principio de un cómputo relacionado con la cronología provincial romana, pu-

diendo ser considerada como una cronología augústea de tipo criptocristiano. Pudiera

ser que en un principio se estableciese como consecuencia de una afirmación de la iden-

tidad de los hispanorromanos ante los invasores godos. Luego o desde entonces (siglo

III) se usó la denominada Era Hispánica en inscripciones, crónicas y documentos hasta

el siglo XV.

En los Condados Catalanes dejó de utilizarse después del concilio celebrado en Ta-

rragona durante el año 1180.

En los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca se abandonó durante el reinado de Jai-

me I el Conquistador (1213-1276).

En la Corona de Castilla su uso fue suprimido reinando Juan I (1379-1390), en virtud

de un acuerdo de las cortes de Segovia de 1383, puesto en práctica desde el 25 de di-

ciembre del año siguiente.

En Portugal dejó de ser utilizada en el primer cuarto del siglo XV, el 22 de agosto de

1422, bajo el reinado de Juan I (1385-1433).

En el reino de Navarra fue donde más perduró, durante el siglo XV.

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Así pues, históricamente ha habido muchas maneras de presentar las datas o fechas,

incluidas las de la común Era Cristiana. En algunas zonas de Europa se consideraba que

el año comenzaba con la primavera, continuando así con el uso romano, aunque cristia-

nizándolo con la celebración de la Encarnación de Jesús en María (25 de marzo), o pro-

piamente con la (variable) Pascua de Resurrección. En otras partes se estableció la na-

videña fecha del 25 de diciembre. Y estaban también los que celebraban el día de Año

Nuevo el 1 de enero (celebrando la circuncisión de Jesús). Estos tres usos suponían que

el mismo año, visto desde nuestra perspectiva, podía ser un año anterior dependiendo

del sitio, por lo que es un dato que hay que tener en cuenta a la hora de datar los docu-

mentos o los eventos medievales.

Pero las dificultades a la hora de datar no se limitan a este aspecto sobre el momento

exacto en que comienza el año. Otra diferencia según el área geográfica es –tal como

aquí exponemos– el año exacto a partir del cual se empezaban a contar los años. Hoy

estamos acostumbrados al sistema común de la Era Cristiana, que supuestamente se ini-

cia con el año del nacimiento de Jesús, aunque aquí también influye el problema ante-

rior, ya que en otras épocas y zonas se pensaba que el año 1 d. de C. empezaba con la

Encarnación, o con la Natividad… Sin embargo, hasta el siglo IV d. de C., la manera

más extendida de contar los años en Europa era partiendo del famoso AUC, “Ad Urbe

Condita”, esto es, del año de la supuesta fundación de la ciudad de Roma (753 a. de C.,

o, dicho en ese estilo, el año 1 AUC). En cualquier caso, las dos eras comienzan en el

año 1, y no en el 0 (cero), ya que el mismo concepto del guarismo 0 (cero) parece que

no surgió hasta época árabe islámica, si bien como idea o concepto recabado de contex-

tos orientales o asiáticos, desde el hinduismo, etc.

En cuanto a la Península Ibérica, hay que decir que aquí se usó un sistema propio, el

de la Era Hispánica, diferente al del resto de Europa, siendo el año 1 el 38 a. de C., tal

como estamos exponiendo, suponiendo que ese año fue el de la completa pacificación

romana de la Península en tiempos del emperador Augusto.

En todo caso, para conversión o traducción a Era Cristiana, a las fechas que aparecen

en documentos con las expresiones era o sub era, que denota referencia a la Era His-

pánica, anteriores al siglo XIV, deben sustraerse 38 años para obtener las fechas corres-

pondientes.88

Esto tiene su gran importancia, porque no es infrecuente que algún historiador se

equivoque al hacer las cuentas en fechas y dataciones, o que lea mal el número romano

escrito en la data debido a la mala conservación del documento, o a la poca pericia del

escriba a la hora de escribirlo. Hay a veces alguna ignorancia en cuanto a lectura me-

dieval (o anterior) de la numeración romana de letras.

Con todo, un ejemplo de lo más sencillamente expuesto puede verse en la leyenda que

aparece inscrita en la conocida espada Tizona, la que presuntamente perteneció al Cid

Campeador, leyenda que dice: “IO SOI TIZONA Q[ue] FUE FECHA [=‘fui hecha’] EN

88

Cf. Capelli, A. (1988): Cronologia, cronografia e calendario perpetuo. Dal principio dell’era cristiana

ai nostri giorni, Milano, Editore Ulrico Hoepli.

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LA ERA DE MIL E QVARENTA [=año 1002]”, por una de las caras, y por la otra “AVE

MARIA GRATIA PLENA DO-MINUS MECUM [sic]”.

Inscripción de Córdoba atribuida al rey visigodo Suintila

(reinante entre los años 621-631)

con la fecha 665 ERA y la típica cruz de la Reconquista,

habitual en el siglo XII

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EPÍLOGO II

PLASENCIA (CÁCERES) Y SUS COMIENZOS COMO DIÓCESIS

Siguiendo, desde internet (17 de julio de 2015), el blog histórico de Alfonso Naharro

(22 de octubre de 2008), que dice recurrir a la Crónica General de la Orden de Alcánta-

ra, “en la era de 1226 (año 1188) fue don Gómez a besar la mano del rey Don Alonso

de Castilla y hacerle saber, cómo ya tenía en Truxillo fundado el convento de su Orden,

y suplicarle se sirviese de mandarle señalar renta o hacienda fixa con que poder sus-

tentarse; oyole con gusto por el grande que recibía de tener en su reyno Orden tan lus-

trosa, y caballeros de tanto valor y de quien esperaba le habían de servir con grande

lealtad, y luego les hizo merced de la villa de Ronda, término de Montalván, Reyno de

Toledo, como consta en el privilegio... Luego como el rey Don Alonso de Castilla man-

dó dar su privilegio de la donación de Ronda al maestre don Gómez y a su convento de

Truxillo, tomaron la posesión y trataron de poblar la villa: sobre la división de los tér-

minos parece que hubo alguna diferencia con los caballeros del Templo y convento de

Montalván... Suplicole se sirviese de confirmar a su convento de Truxillo la merced y

donación de Ronda...”. En ese mismo año se representó Trujillo en las cortes generales

del reino por un tal Ferranz Martínez de Turgello.

En cuanto al Privilegio concedido a Plasencia por el rey Alfonso VIII, a primeros días

de marzo (3 y 8) de 1188, he aquí sus palabras: “… [Os concedo] a vos, don Pedro,

arcediano de Plasencia y arcipreste de Ávila, porque os hallé doquier y constantemente

aficionado, solícito y fiel en mi servicio, una presa en Plasencia, en el río que se llama

Serit [Jerte], situada cerca de la puerta de Santa María, toda entera, con el molino y

aceñas allí construidas y por construir, con las entradas y salidas y todos sus límites y

pertenencias, para que la tengáis por juro de heredad y la disfrutéis incondicional-

mente.

También os doy el lugar de la antigua iglesia referida, que hallamos aún no arruí-

nada en la primera fundación de Plasencia, cuyas paredes lindan con el caserío del

arroyo Nieblas, con la heredad circundante, separada, en la forma luego dicha, de las

otras heredades y lugares por la señal de los siguientes linderos, esto es: según se va

del lugar de la iglesia a la torre situada por encima de dicha iglesia; Y desde la es-

quina de la torre que está más próxima a la iglesia, según se va en derecho a la parte

alta, a un alcornoque; y desde el alcornoque, al camino; y desde lo alto del camino, se-

gún se va por el mismo camino en derecho desde el alcornoque y desde el alcornoque

viene a la calleja por donde se baja al huerto del obispo; y desde esta calleja, según se

va a la cabezola [cerro], incluida la cabezola dentro de los límites; y desde allí se viene

junto a la calzada pública que va por la margen del arroyo que llaman de Nieblas y se

viene en dirección a la referida torre antigua y se pasa desde la puerta inferior del río

hasta la esquina de la torre dicha.

Y también os concedo que, de la presa citada anteriormente con sus aceñas y molinos

y pertenencias, y de la heredad referida, hagáis lo que quisiereis, dando, vendiendo,

cambiando, empeñando o disponiendo cualquier otra cosa.

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Más si alguno pretendiese inflingir o alterar esta escritura, reciba de lleno la ira de

Dios omnipotente y sufra las penas infernales con Judas, traidor del Señor, y pague

además al tesoro real mil áureos de multa y a vos indemnice duplicado el daño que os

hiciere.

Hecha la carta en Plasencia, era 1226, III idus martii. Yo el rey Alfonso...”

Del alfoz de Plasencia, según el Privilegio de Alfonso VIII (8 de marzo de 1189), re-

saltamos:

“En todas las partes que se hallan allende del Tiétar, posean los términos junto al Tajo,

según se le cruza por el valle de Alarza que hay en el Tajo, yendo derecho a la Cabeza-

Mayor de la Pedernalosa.

Y de la Pedernalosa en dirección a Piedrahita.

Y de Piedrahita en directo a Cabezas de Terrazas.

Y de Cabezas de terrazas en directo hasta el río Tiétar.

Y pasado el Tiétar hasta la garganta de Chiella.

Y de la garganta de Chiella por el camino recto que llega hasta lo último del valle

Vellido.

Y por el valle Vellido adelante según se va en directo a la Cabeza de don Pedrolo.

Y de la Cabeza de don Pedrolo adelante según entra el camino en el río Tormes.

Y el río Tormes adelante hasta el arroyo de la Mula, cuando entra en el Tormes.

Y el arroyo de la Mula arriba según se dirige a lo alto del Falgoso.

Y de Falgoso adelante según se va a la calzada de la Guinea.89

Y más allá del río Tajo, desde el supradicho valle de Alarza, según el camino sale del

vado y por él se llega hasta el puerto del Ibor, exceptuando el castillo de Albalat con su

término, que se halla según caen las aguas junto al castillo desde las tierras más allá

del Tajo.

Y desde el puerto del Ibor según se va derecho al río que llaman Almonte.

Y el Almonte adelante hasta donde el Geblanco vierte en el Almonte.

Y el Geblanco arriba según se va al Tamuja y en directo a Çafram de Montánchez90

y

al campo de Lucena91

y a la sierra de San Pedro.

89

Vía de la Plata.

90

Zarza de Montánchez (Cáceres). Como se cita en el primer deslinde de la diócesis de Plasencia, era la

linde con Montánchez y base militar o de campaña desde donde iniciar el asedio castellano a la fortaleza.

Del 30 de marzo de 1230, en Zarza de Montánchez, se cuenta que los moros de Montánchez se entre-

garon sin resistencia, por lo cual se instituyó la curiosa fiesta local del pan y el queso, que se celebra el 19

de enero, conmemorándose el recibimiento que hicieron los moros a los cristianos al entregarse, invitán-

doles a pan y queso en prueba de sumisión.

Es de gran belleza en Zarza de Montánchez su iglesia parroquia de San Miguel, una obra de estilo gó-

tico-renacentista, de los siglos XVI-XVII, con característico recubrimiento de azulejos en la torre. Tam-

bién puede destacarse el puente romano-medieval sobre el río Tamuja. Y es famosa la encina Terrona.

91

Probablemente Alcuéscar (Cáceres).

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Y siguiendo la línea de esta demarcación, todo lo que los placentinos puedan adqui-

rir.

Y dentro de los referidos linderos, os concedo Monfragüe por aldea, pero reservando-

me yo el castillo...

Hecha esta carta en Plasencia, era de 1227, 8 de los idus de marzo, segundo año

después que el serenísimo Alfonso, rey de Castilla y de Toledo, armó con el cíngulo de

la milicia a Alfonso, rey de León, y el mismo Alfonso, rey de León, besó la mano al di-

cho Alfonso, rey de Castilla y de Toledo, y el mismo ya repetido Alfonso, ilustre rey de

Castilla y de Toledo, armó nuevo caballero al hijo del emperador romano, de nombre

Conrado, y le dio a su hija Berenguela por esposa...”.

Poco después de que Alfonso VIII concediese al arcediano los molinos y Santa María

pidió al Papa Clemente III que convirtiera Plasencia en sede episcopal y lo hizo, docu-

mento que no se encuentra pero se refiere al hecho otra bula de confirmación que

Honorio III les da en 1221:

“Honorio obispo, siervo de los siervos de Dios, al venerable hermano obispo y a los

queridos hijos en el cabildo placentino, salud y bendición apostólica.

En estos hechos de feliz recordación del Papa Clemente, nuestro antecesor, hallamos

unas letras en la siguiente forma:

Clemente obispo, siervo de los siervos de Dios, al muy querido hijo en Cristo, ilustre

rey de Castilla, salud y bendición apostólica.

...De aquí el que, valorando en todos sus matices el regio deseo de ampliar los con-

fines de la religión cristiana, ya manifestada en la ciudad placentina que en tierra sa-

cada del poder de los ismaelitas hicisteis poblar con ayuda de la clemencia divina,

constituimos con autoridad apostólica una cátedra episcopal.

Mandamos que dicha iglesia catedral posea una diócesis de acuerdo con el manda-

miento real y, como villas, según en el presente escrito se consigna, que son suyas, con-

cedidas por su liberalidad, deben pertenecerla con derecho diocesano para siempre, es-

to es, Trujillo, Medellín, Monfragüe y Santa Cruz [de la Sierra] con todas sus pertenen-

cias.

...Dada en Letrán, el décimo octavo día de las kalendas de diciembre, año quinto de

nuestro pontificado”.92

Es de suponer que no con total agrado vivieran los abulenses la creación de la nueva

diócesis placentina que era un buen territorio que se les iba o se les arrancaba.

Algo de mafia debió haber y tal vez tenga razón quien dice que si al arcediano don

Pedro Tajabor le dieron la heredad aquella de los molinos y Santa María sería a cambio

de permitir que Ávila perdiera este trozo de su alfoz episcopal; por cierto que la famosa

heredad pasó a la muerte de Pedro para su hermano Juan Tajabor, confirmado el paso de

la heredad en la que ocurren algunos cambios:

92

14 de noviembre de 1221.

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“...Sepan, así, los presentes como los venideros, que yo, Alfonso, por la gracia de

Dios rey de Castilla y de Toledo, deseando respetar en lo sucesivo lo que establezco,

juntamente con mi esposa la reina Leonor y mi hijo Fernando, te doy y concedo a ti,

Juan Tajaborch, y a tu esposa doña María, y a tus hijos María, Ioto y doña Oria y a to-

da tu descendencia, aquella heredad, que en otro tiempo había otorgado a tu hermano

el arcediano, más allá del río y del lado acá del río, desde la roca que está bajo el pie

del puente hasta el lugar donde el arroyo Nieblas se junta con las aguas del río mayor.

Sin embargo, se excluye de esta donación la parte de los molinos que puedan cons-

truirse, la cual, Juan Tajaborch, aplicaste humanitariamente en remisión del alma de tu

hermano.

Y que hayas, tengas y poseas en sosiego la dicha heredad con todas sus aceñas y per-

tenencias, tú y tu progenie después de ti...

Hecha la carta en Toledo, XIII kalendas de marzo, era MCCXXXI”.

La heredad que rodeaba Santa María tampoco la tiene porque se ha convertido en ca-

tedral y será también donde se edificará en su momento todo el complejo diocesano,

también cuando sean echados del todo los almohades.

En el documento de deslinde placentino es curioso el final de sus límites indefinidos,

llegando hasta la Çafram de Montánchez, se incorpora Lucerna (¿Alcuéscar?) y la Sie-

rra de San Pedro por donde se les dice que lo que pillen para ellos; respeta Montánchez

que debe estar en manos de la Orden de Santiago, pero se pasa por la barba los terrenos

de su primo Alfonso IX de León. Por otro lado y en el mismo documento se quita la al-

dea de Monfragüe, sin que se sepa bien a quién. Debe ser a Pedro Fernández de Castro,

para dársela a los placentinos reservándose el castillo que tienen los freires de Monfrag

o Monfragüe (derivada de la de Monte Gaudio).

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EPÍLOGO III

LA ORDEN GILBERTINA

La conocida como Orden Gilbertina fue fundada por San Gilberto de Sempringham

allá por el año 1130, siendo una Orden compuesta por comunidades femeninas cister-

cienses (bajo la Regla de San Benito) y masculinas (bajo la Regla de San Agustín).

También había hermanas y hermanos legos. La Orden desapareció en el siglo XVI, raíz

de la supresión de la vida monástica perpetrada por el rey Enrique VIII de Inglaterra en

1538.

San Gilberto, fascinado por el ideal monástico que promovía el santo abad Bernardo

de Claraval, pensó en fundar una comunidad masculina de monjes en esa misma línea

cisterciense. En 1131, sin embargo, cambió de idea al fundar una comunidad con siete

mujeres jóvenes que él mismo había educado en la escuela parroquial de Sempringham.

Bajo el modo de vida cisterciense y siguiendo la Regla Benedictina se originó el germen

de la Orden Gilbertina.

Poco a poco fueron admitidas también hermanas legas que se encargaban de hacer las

tareas cotidianas de mantenimiento, y hermanos legos que labraban los campos, lo cual

permitía a las monjas dedicarse más a la plegaria y a la vida contemplativa. En 1139, la

Orden recibió del obispo de Lincoln, Alexander, unos terrenos en Haverholme, no lejos

de Sleaford, donde se asentó la primera fundación gilbertina. Años después, cuando ya

había fundado otros monasterios, y viendo que no podía garantizar la asistencia espiri-

tual a las monjas, Gilberto pidió ayuda a los cistercienses.

En 1147, en la misma abadía francesa de Císter, pidió al capítulo general y al mismo

San Bernardo la admisión de sus monasterios como cistercienses, recibiendo así la co-

rrespondiente ayuda propiamente cisterciense. Como no lo consiguió, por la reticencia

cisterciense a las ramas femeninas, fue el mismo Papa Eugenio III (cisterciense) quien

apoyó a San Gilberto en todo lo que hiciera falta para que atendiera y se hiciera cargo

de su obra fundacional.

Al volver a Sempringham, y posiblemente influido por el conocimiento que había

tenido en Franca de la singular Orden de Fontebraud, de vida monástica dúplice, fun-

dada por Roberto de Arbrissel (muerto, parece ser, en 1117), San Gilberto decidió fun-

dar, para complementar a las comunidades femeninas, una orden de canónigos regulares

que proveería de priores, capellanes y directores espirituales a las monjas. Los canó-

nigos serían siete para cada casa y seguirían –como queda dicho– la regla de San Agus-

tín. Así, cada comunidad contaba con cuatro tipos de religiosos: monjas, hermanas le-

gas, canónigos regulares y hermanos legos.

El hábito de los canónigos gilbertinos consistía en una túnica negra y una capa y ca-

pucha de lana blanca. Las monjas gilbertinas, a imitación cisterciense, vestían un hábito

blanco con velo negro.

Las abadías tenían la iglesia en su espacio central, donde un muro separaba a las reli-

giosas de los canónigos; en la parte norte estaba el monasterio de las monjas y en la

parte sur el de los canónigos. A pesar de la segregación o separación, no faltaron episo-

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dios escandalosos. Todas las comunidades estaban bajo la autoridad de un prior general

que residía en Sempringham, nombrado “Maestro de Sempringham” y que resultaba de

ser elegido por el capítulo general, compuesto por los priores, prioras y cilleros (ecóno-

mos) de cada casa. El capítulo se reunía una vez al año y podía deponer al prior general.

Los gilbertinos gozaron de una rápida difusión en Inglaterra e Irlanda, siendo nume-

rosos –como queda dicho– los monasterios y comunidades. Ingresaron muchos hijos de

familias nobles y de entre sus filas salieron obispos de sedes importantes. En 1282 y

cuando los ingleses conquistaron Gales fueron obligadas las grandes familias del país a

destinar algunos de sus hijos a la Orden Gilbertina. En el momento de máxima expan-

sión, hubo 26 monasterios importantes.

Y todavía a mediados del siglo XII se dio un escándalo, cuando una joven, obligada a

entrar en el priorato de Watton, habiendo tenido sus relaciones con un hermano lego,

quedó embarazada. Según las crónicas de la época, tras capturar al padre que obligó a la

chica, las otras monjas obligaron a la joven a castrar al hermano lego, tras lo cual la en-

cadenaron. Según Henry Murdac, cisterciense y arzobispo de York (1147-1153), la

monja perdió al niño gracias a dos mujeres angelicales. San Elredo de Rieval (1110-

1167)93

declaró que ocurrió un milagro, si bien criticó duramente a la comunidad

monástica y al mismo San Gilberto por faltar a la caridad.94

93

Monje cisterciense desde muy jovencito, destacó luego por su gran humanismo y amplitud de conoci-

mientos, profundo en espiritualidad, por todo lo cual alcanzó pronto cargos relevantes. Fue maestro de

novicios y abad. Influyó mucho en la acción política, siendo muy cercano al rey Enrique II de Inglaterra.

Por esta amistad fue invitado a la traslación de los restos del santo rey Eduardo el Confesor (1042-1066) y

compuso su escrito hagiográfico. Como Santo, Elredo de Rieval, se conmemora el 12 de enero. Además

de los numerosos sermones litúrgicos predicados a su comunidad de Rieval, y después editados por él

mismo, Elredo es conocido por su tratado teológico sobre el amor, De Speculo Caritatis (El Espejo de la

Caridad), y sobre todo por su tratado sobre la amistad espiritual, De spiritali amicitia, un texto que fue

leído y releído durante toda la Edad Media en los noviciados cistercienses, y del cual se conservan nume-

rosos manuscritos. Estas dos obras se complementan, en cuanto que la primera trata del amor como virtud

teologal, más referida a Dios, y la segunda en cuanto referida a la caridad concreta para con el prójimo.

San Elredo compuso además otras muchas obras históricas, biográficas, teológicas, espirituales, ascéticas,

etc. No está bien que se frivolice con San Elredo con devotas apreciaciones y consideraciones carentes de

genuina espiritualidad o referenciales desde el colectivo gay, lésbico, etc. de nuestros días.

94

En su Tratado sobre la amistad espiritual (De spiritali amicitia), escrito entre los años 1158-1163, San

Elredo presenta la amistad como un marco, ámbito o espacio capaz de estructurar y humanizar la vida

personal y comunitaria de los monjes con miras a su objetivo espiritual fundamental de búsqueda y unión

con Dios. Lo hace recuperando un filón precioso de la psicología y la antropología clásicas, releyéndolo y

actualizándolo en función del nuevo contexto. Este filón es el tema de la amistad, que había sido tratado

ya por Sócrates, Platón, Aristóteles (libros VIII-IX de la Ética a Nicómaco). Este filón de reflexión

antropológica y sapiencial encuentra una de sus máximas realizaciones en el tratado de Marco Tulio

Cicerón, el Laelius o De amicitia (año 44 a. de C.), texto que, de joven, había impresionado a Elredo y

reencontró luego en el noviciado de Rieval.

Elredo asumió sin reservas la definición ciceroniana de amistad: “La amistad es el consenso en las

cosas humanas y divinas, basado en la benevolencia y la caridad” (Cicerón). Esta definición nace de una

antropología abierta a lo trascendente, que entiende al hombre como un espíritu encarnado, en el cual la

dimensión espiritual y la humana se encuentran armónicamente integradas.

Según San Elredo, una amistad auténtica se caracteriza por: dilectio, affectio, securitas e iucunditas. Lo

explica así: “Hay cuatro elementos que me parecen especialmente propios de la amistad: la dilección, el

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San Gilberto hubo de hacer frente también a una revuelta de hermanos legos en su

contra cuando rondaba sus 90 años de edad. Se alzaron contra él en protesta por el

excesivo trabajo y la no tan excesiva, sino escasa, comida. Los rebeldes, liderados por

dos artesanos, recibieron dinero tanto de seglares como de religiosos para presentar el

caso como denuncia ante el Papa Alejandro III, el cual apoyó a Gilberto, pero también

cambiaron desde entonces las condiciones de los hermanos legos siendo mejoradas.

afecto, la confianza y la elegancia. La dilección se expresa con los favores dictados por la benevolencia;

el afecto, con aquel deleite que nace en lo más íntimo de nosotros mismos; la confianza, con la manifes-

tación, sin temor ni sospecha, de todos los secretos y pensamientos; la elegancia, con la compartición

delicada y amable de todos los acontecimientos de la vida –los dichosos y los tristes–, de todos nuestros

propósitos –los nocivos y los útiles–, y de todo lo que podemos enseñar o aprender”.

La teología elaborada en los claustros cistercienses, a diferencia de la que se hacía en las escuelas cate-

dralicias o de las universidades, más especulativa, no separa la reflexión intelectual de la vida, el conoci-

miento del amor. Es una teología encarnada en la propia existencia y en la experiencia, que brota del mis-

terio de la fe creído y vivido en la liturgia, y que se fundamenta en la lectura pausada y saboreada de la

Sagrada Escritura.

La doctrina teológica de San Elredo se sintetiza así: el alma humana, creada a imagen de Dios, herida

por el pecado, puede reencontrar su estado primigenio con la ayuda y la gracia de Cristo, viviendo en pro-

fundidad el amor en su doble vertiente: divina (amor teologal) y humana (amistad). El alma, es decir, el

hombre, la persona en camino, encuentra en el amor divino y humano la posibilidad de llegar a su ple-

nitud, a su sentido, a su felicidad.

En cuanto a su espiritualidad, San Elredo nos la presenta muy concreta y afectiva, en cuanto que pre-

tende llegar al corazón de cada persona y alentarla a configurarse más y más con Cristo, que es el ideal

del monje, como de la vida cristiana en general.

San Elredo de Rieval es valorado sobre todo por su capacidad de hacer entrar en diálogo la teología con

toda la cultura y con toda la amplitud del pensamiento humano. En el siglo XII no existía para el mundo

cristiano un pensamiento filosófico autónomo o al margen de la reflexión teológica, y este pensamiento

hizo falta buscarlo en el pasado. De amicitia, de Cicerón, que es la obra de referencia escogida por San

Elredo, tiene el valor añadido de concentrar sintéticamente el pensamiento de la antigüedad clásica sobre

la amistad desde Sócrates y Platón. Su aportación a la recuperación y la relectura de los textos de la anti-

güedad clásica prepara y explica el fenómeno cultural y espiritual del Humanismo que surgirá vigoroso en

los siglos XV y XVI.

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EPÍLOGO IV

LA ABADÍA DEL MONTE SAINT-MICHEL

La del Monte Saint-Michel es una antigua abadía benedictina situada en la Baja Nor-

mandía de Francia (departamento de La Mancha). Es Monumento Histórico y sitio que

figura declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Es lugar turístico

muy visitado.

La primera mención histórica de esta abadía se encuentra en un escrito en latín del

siglo IX: Revelatio ecclesiae sancti Michaelis in monte Tumba, redactado por un canó-

nigo del lugar o de la histórica catedral de Saint-André de Avranches.

En el año 710, este sitio llamado Mont Tombe fue renombrado como Mons Sancti

Michaelis en periculo maris, cuando el obispo San Auberto de Avranches construyó un

oratorio dedicado a San Miguel Arcángel un par de años antes. De acuerdo con la le-

yenda, San Miguel se le apareció en sueños hasta por tres veces a San Auberto mientras

dormía, con el encargo de erigir un oratorio en Mont Tombe. El arcángel habría dejado

las huellas de su dedo en el cráneo de San Auberto. Este cráneo se encuentra en la ba-

sílica de Saint-Gervais de Avranches mostrando las marcas como estigmas en el mismo.

La construcción debía ser una réplica del santuario italiano (piamontés) de San Michele

Arcangelo, de acuerdo con los requerimientos del Santo Arcángel. San Auberto utilizó

las piedras de una estructura de culto pagano que se encontraba en Mont Tombe y con

ellas construyó en el mismo emplazamiento un santuario circular. Alrededor del año

708, el obispo San Auberto envió dos monjes al santuario italiano del monte Gargano95

a por reliquias del Arcángel: una roca con la impronta de la huella de su pie y un trozo

del tejido del altar que había consagrado. Durante esta misión, en marzo del año 709,

ocurrió (supuestamente) un maremoto que inundó y anegó en la Baja Normandía el

bosque de Scissy, quedando convertido en una isla. Según cuenta la tradición, el 16 de

octubre de aquel mismo año, el obispo San Auberto consagró el santuario al culto de

San Miguel e instaló allí a doce canónigos.

Las pequeñas edificaciones primeras fueron pronto insuficientes y en la época caro-

lingia se levantaron edificios de mayores dimensiones, en torno a los cuales se distribu-

yeron las celdas monacales. Carlomagno escogió al Arcángel San Miguel como protec-

tor de su Imperio en el siglo IX.

Tras la muerte de Carlomagno, aprovechando la desunión existente entre sus hijos, se

sucedieron allí invasiones e incursiones de los expansivos vikingos. Llegados los nor-

mandos vikingos al lugar, en el año 847, los monjes se fueron de allí.

La construcción de la iglesia de la abadía benedictina de Saint-Michel se inició en el

siglo X. Alberga maravillas arquitectónicas construidas en estilos carolingio, románico

y gótico. En este sentido se considera como una “megaestructura” en la que se super-

ponen diferentes edificaciones necesarias para las actividades de un monasterio bene-

dictino, en un peculiar espacio reducido. 95

La “espuela” de la “bota” que se representa en al mapa de Italia.

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Plano del primer nivel, o piso, de la abadía y los edificios anexos

Plano del segundo nivel y los edificios anexos

Plano del tercer nivel y los edificios anexos

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La iglesia abacial original (Notre-Dame Sous-Terre) fue fundada en el año 966, pero

fue cubierta completamente por las múltiples ampliaciones de la abadía y cayó en el ol-

vido durante muchos siglos, hasta ser redescubierta durante una excavaciones a finales

del siglo XIX y principios del XX. Desde entonces ha sido restaurada y ofrece un mag-

nífico ejemplo de la arquitectura prerrománica.

Cuando se fue incrementando la llegada de peregrinos al Monte Saint-Michel, se deci-

dió ampliar la abadía con la construcción de una nueva iglesia emplazada en el lugar

que ocupaban las dependencias de los monjes, trasladándose éstas al norte de Notre-

Dame-Sous-Terre.

La nueva iglesia de la abadía tenía tres criptas: la capilla de Trente-Cierges (en la zona

norte del brazo del transepto), la cripta del coro (en la zona este) y la capilla de Saint-

Martin (en la zona sur del brazo del transepto). El abad Ranulfo inició la construcción

de la nave en el año 1060. En el 1080, se alzaron los edificios monásticos de tres pisos,

que se construyeron al norte de Notre-Dame-Sous-Terre, incluyendo la “salle de l’aqui-

lon” que realizaba las funciones de acogida a los peregrinos, lugar de encuentro de los

monjes y dormitorio comunitario. También se inició en esta época la construcción de la

bodega de vino.

En el año 1103, por defectos de construcción y consolidación, se derrumbaron tres

tramos del lado oeste de la nave; fueron luego reconstruidos por el abad Roger II, entre

los años 1115-1125. En 1421 se derrumbó el coro románico y fue reconstruido en estilo

gótico, ya entre los años 1446-1523 (con una interrupción entre 1450-1499). Tras un

incendio en 1776, se decidió la demolición de los tres tramos occidentales de la nave, y

en 1780 se construyó la fachada clásica actual; desafortunadamente, las estructuras en

los cimientos necesarios para edificarla dividieron en dos partes a Notre-Dame-Sous-

Terre.

La abadía del Mont-Saint-Michel se divide en dos partes: la iglesia abacial y la “Mer-

veille” o zona donde vivían los monjes. Vista desde el exterior, en su lado norte, se ob-

serva la fachada, que corresponde a la parte gótica. Tiene tres plantas y su construcción

se prolongó durante 25 años.

La “Merveille” se encuentra subdividida en dos partes: la oriental y la occidental. La

parte del lado este fue la primera en ser edificada, entre 1211 y 1218, e incluye tres sa-

las: la capellanía, la Sala des Hôtes y el refectorio. La zona oeste u occidental fue

construida siete años más tarde y también alberga tres salas: la bodega, la Sala de los

Caballeros y el claustro.

El abad Robert de Torigni mandó construir, en las zonas oeste y suroeste, un complejo

de edificios con una nueva casa para los abades, una sala para jueces eclesiásticos, un

nuevo albergue, una enfermería y la capilla de Saint-Étienne. También hizo reacondi-

cionar los caminos de acceso a Notre-Dame-Sous-Terre, para evitar demasiado contacto

entre los peregrinos y los monjes de la abadía.

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También acondicionó una grúa de rueda96

utilizando el cabrestante instalado a raíz de

la conversión del lugar en la cárcel, para suministrar avituallamiento a los condenados,

donde los propios presos caminaban dentro de la rueda para hacerla girar.

El edificio conocido como de la Merveille, situado al norte de la iglesia de la abadía,

integra el claustro, refectorio, sala de trabajo y sala del capellán, comunicados en un

96

Una grúa de madera y de tracción humana, principalmente de tiempos romanos y medievales y muy

usada en la construcción de fortalezas y catedrales. Las cargas a menudo pesadas eran elevadas mientras

un individuo caminaba dentro de una rueda de madera tipo jaula. La cuerda conectada a una polea se en-

rolla sobre un huso por la rotación de la rueda permitiendo así que el dispositivo levante o baje la plata-

forma con la carga a desplazar.

La grúa romana denominada polispastos, cuando era accionada por cuatro hombres en ambos lados del

torno, podía levantar 3 toneladas. En caso de que el cabrestante fuera sustituido por una rueda de jaula, la

carga máxima se duplicaba a 6 toneladas, requiriendo a la vez sólo la mitad de la tripulación, ya que la

rueda de jaula al tener un diámetro mayor es mecánicamente más eficiente (posee un torque o momento

de fuerza mayor). Esto significaba que, en comparación con la construcción de las pirámides de Egipto,

donde unos 50 hombres fueron necesarios para mover una piedra de 2,5 toneladas por una rampa (0,05 t

por persona), la capacidad de elevación de la grúa romana polispastos resulta ser 60 veces más eficiente

(3 t por persona).

Para pesos mayores de hasta 100 toneladas, los ingenieros romanos armaban una torre de elevación de

madera, un caballete rectangular que era construido de manera tal que la columna podía ser levantada en

posición vertical en el centro de la estructura por medio de cabestrantes accionados mediante tracción

humana y animal, que se colocaban en el suelo alrededor de la torre.

Durante la Alta Edad Media, la grúa de rueda fue reintroducida en gran escala después de que la tecno-

logía hubiera caído en desuso en Europa occidental, con la desaparición del Imperio Romano de Occi-

dente. La referencia más temprana a una grúa de rueda (magna rota) reaparece en la literatura archivística

en Francia alrededor de 1225, seguida de una representación iluminada en un manuscrito, probablemente,

también de origen francés que data de 1240. En navegación, los primeros usos de grúas de puerto se do-

cumentan para Utrecht en 1244, Amberes en 1263, Brujas en 1288 y Hamburgo en 1291, mientras que en

Inglaterra la grúa de rueda no se registra con anterioridad a 1331.

En general, el transporte vertical se puede hacer de forma más segura y económica por medio de grúas

que mediante métodos habituales. Las áreas típicas de aplicación son los puertos, las minas y, en parti-

cular, los sitios de construcción en los que la grúa de rueda ha jugado un papel fundamental en la cons-

trucción de las catedrales góticas.

Aparte de la grúa de rueda, representaciones medievales muestran también las grúas accionadas ma-

nualmente por los molinetes de cabrestantes, manivelas y hacia el siglo XV también por los molinetes en

forma de rueda de un barco. Para suavizar las irregularidades de impulso en el proceso de elevación exis-

ten registros que se remontan a 1123 sobre el uso de volantes (de inercia o motor).

No existen registros sobre el proceso exacto por el cual se reintrodujo la grúa de rueda, pero su retorno a

las obras de construcción, sin duda, se encuentra en estrecha relación con el aumento de la arquitectura

gótica. La reaparición de la grúa de rueda puede haber sido el resultado de un desarrollo tecnológico a

partir del cabrestante de donde la grúa de rueda evolucionó estructural y mecánicamente. Otra alternativa

es que la grúa de rueda medieval puede representar una reinvención deliberada de su equivalente romano

extraído de la obra de Vitrubio Tratado de arquitectura que estaba disponible en muchas bibliotecas mo-

násticas. O es posible que su reintroducción pueda haber sido inspirada, por la observación de las eficien-

cias de mano de obra de la noria con la cual las grúas de rueda primigenias tenían numerosas similitudes.

La grúa de rueda medieval fue una gran rueda de madera girando en torno a un eje central con una pa-

sarela lo suficientemente ancha para alojar dos trabajadores a pie al lado del otro. Mientras que la anterior

rueda brújula brazo tenía radios directamente enterrados en el eje central, el tipo más avanzado “gancho

del brazo” contó con las armas dispuestas como acordes a la llanta de la rueda.

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ejemplo perfecto de funcionalidad. El conjunto, apoyado en la pendiente de la roca, está

formado por dos grupos de tres edificios de una planta.

En la planta baja, la bodega refuerza la estructura a modo de contrafuerte. A medida

que se sube de planta, cada piso es más pequeño y ligero hasta llegar a la parte superior,

con contrafuertes en el exterior para mantener la estructura. Esta forma de construcción

vino dada debido a las características topográficas de la zona.

El claustro, por su parte, no se encuentra situado, como suele ser habitual, en el centro

del monasterio, ni se comunica con todo el resto de edificios. Su función es puramente

espiritual: para que mediten los monjes. Tres arcos dan al mar y al vacío, concebidos

originalmente como la entrada de la sala capitular que finalmente nunca fue construida.

Las columnas, dispuestas en quincunce,97

se construyeron con piedra caliza importada

de Inglaterra, aunque posteriormente fueron restauradas utilizando conglomerado de Lu-

cerna (Suiza).

En el centro hay un hortus o jardín medieval, recreado en 1966 por el monje bene-

dictino Bruno de Senneville, interesado en la botánica. En la zona central hay una serie

de bojs que forman un recuadro rodeado por 13 rosas de Damasco. Plantas medicinales,

hierbas aromáticas y flores, en parterres encuadrados por cinerarias marítimas, simboli-

zan las necesidades cotidianas de los monjes medievales.

97

Quincunce es una disposición geométrica de cinco piezas formada por cuatro elementos formando un

cuadrilátero, al que se añade un quinto elemento en el cruce de sus diagonales. La palabra deriva del latín

Quincunx: los romanos, cuyo sistema aritmético era en parte duodecimal, utilizaban quincunx para refe-

rirse una partición de cinco doceavos.

Los cinco puntos de un dado forman un quincunce.

El quincunce es un patrón comúnmente utilizado a la hora de plantar huertas.

En arquitectura, una planta en quincunce es una planta cuadrada con una torre central y cuatro torres

menores en cada una de las cuatro esquinas, unidas por corredores. Entre los ejemplos más famosos se

encuentran los templos camboyanos de Angkor (de entre los siglos IX-XII).

En heráldica, es común que las agrupaciones de cinco elementos se organicen en forma de quincunce:

por ejemplo, en la bandera de las islas Salomón.

En informática se utiliza el quincunce para trabajar con algunos problemas gráficos como el aliasing en

la computación gráfica.

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EPÍLOGO V

LA REGLA DE SAN AGUSTÍN

1.- Ante todas las cosas, queridísimos hermanos, amemos a Dios y después al próji-

mo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.

2.- He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en comunidad.

CAPITULO 1

FIN Y FUNDAMENTO DE LA VIDA COMÚN

3.- En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid

en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.

4.- Y no poseáis nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el superior dis-

tribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido, no igualmente a todos, porque no

todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare; conforme a lo

que leéis en los Hechos de los Apóstoles: “Tenían todas las cosas en común y se re-

partía a cada uno según lo necesitaba”.

5.- Los que tenían algo en el siglo, cuando entraron en la casa religiosa, pónganlo de

buen grado a disposición de la comunidad.

6.- Y los que nada tenían no busquen en la casa religiosa lo que fuera de ella no pu-

dieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, aunque su

pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitiera disponer ni aun de lo necesario.

Mas no por eso se consideren felices por haber encontrado el alimento y vestido que no

pudieron tener cuando estaban fuera.

7.- Ni se engrían por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más

bien eleven su corazón y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser

las comunidades útiles para los ricos y no para los pobres, si sucede que en ellas los

ricos se hacen humildes y los pobres altivos.

8.- Y quienes eran considerados algo en el mundo no osen menospreciar a sus her-

manos que vinieron a la santa sociedad siendo pobres. Más bien deben gloriarse más de

la comunidad de los hermanos pobres que de la condición de sus padres ricos. Ni se

vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más

de sus riquezas por haberlas compartido con la comunidad que si las disfrutaran en

el siglo. Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin

embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir

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las riquezas a los pobres y hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando

las riquezas que lo fuera poseyéndolas?

9.- Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a

Dios, de quien habéis sido hechos templos.

CAPITULO 2

DE LA ORACIÓN

10.- Perseverad en las oraciones fijadas para horas y tiempos de cada día.

11.- En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le

viene el nombre; para que si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar

fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.

12.- Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la

voz.

13.- Y no deseéis cantar sino aquello que está mandado que se cante; pero lo que no

está escrito para ser cantado, que no se cante.

CAPITULO 3

DE LA FRUGALIDAD Y MORTIFICACIÓN

14.- Someted vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, según

la medida en que os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no por

eso tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.

15.- Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni dis-

cusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sola la boca la que recibe

el alimento, sino que el oído sienta también hambre de la palabra de Dios.

16.- Si los débiles por su anterior régimen de vivir son tratados de manera diferente en

la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres

hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo

que a ellos no se les da, sino más bien deben alegrarse, porque pueden soportar lo que

aquéllos no pueden.

17.- Y si a quienes vinieron a la casa religiosa de una vida más delicada se les diese

algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros más fuertes y por

tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de

su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de

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los que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que

reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia, no vaya a ocurrir la

detestable perversidad de que en la casa religiosa, donde en cuanto pueden se hacen

mortificados los ricos, se conviertan en delicados los pobres.

18.- Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven,

así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablez-

can pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la

enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir.

Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más ade-

cuada a los siervos de Dios cuanto menos necesitan. Y que el placer no los retenga, es-

tando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues,

créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor

necesitar menos que tener mucho.

CAPITULO 4

DE LA GUARDA DE LA CASTIDAD Y DE LA CORRECCION FRATERNA

19.- Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino

con la conducta.

20.- Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced

juntos.

21.- Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no hagáis nada que

moleste a quienes os ven, sino lo que sea conforme con vuestra consagración.

22.- Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna.

Porque no se os prohíbe ver a las mujeres cuando salís de casa, lo que es pecado es

desearlas o querer ser deseados de ellas. Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino tam-

bién con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis que

tenéis el alma pura si son impuros vuestros ojos, pues la mirada impura es indicio de un

corazón impuro. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza

con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la

castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación

impura.

23.- Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser

mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por

quienes no piensa él que le ven. Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por na-

die, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar?

¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más

grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que

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no quiera agradar pecaminosamente a una mujer. Y para que no desee mirar con malicia

a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor,

según está escrito: “Abominable es ante el Señor el que fija la mirada”.

24.- Por lo tanto, cuando estéis en la iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mu-

jeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros, os guar-

dará también de este modo por medio de vosotros mismos.

25.- Y si observáis en alguno de vuestros hermanos este descaro en el mirar de que os

he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se co-

rrija cuanto antes.

26.- Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le viereis caer

en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que

necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un

tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la

severidad conveniente. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis

esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan

vuestros hermanos, a quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu her-

mano tuviese una herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no sería

cruel el silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes

delatarle para que no se corrompa más su corazón?

27.- Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de conven-

cerle, debe ser denunciado al superior, pensando que, corrigiéndole en secreto, pue-

de evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros

ante el que disimula, para que delante de todos pueda no ya ser argüido por un solo tes-

tigo, sino ser convencido por dos o tres. Una vez convicto, debe cumplir el correctivo

que juzgare oportuno el superior local o el superior mayor, a quien pertenece dirimir la

causa. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de

vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea

que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros.

28.- Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y fidelidad

en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo

siempre con amor a los hombres y odio para con los vicios.

29.- Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir

cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, perdónesele y órese

por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado con una mayor

severidad, según el juicio del superior mayor o del superior local.

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CAPITULO 5

DEL USO DE LAS COSAS NECESARIAS Y DE SU DILIGENTE CUIDADO

30.- Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de

cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os

alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de una misma ropería. Y, a ser posi-

ble, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada

tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por

otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite. Pero si de ahí surgiesen

entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo

peor de lo que había dejado, y se sintiese menospreciado por no recibir un vestido seme-

jante al de otro hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón,

cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra flaqueza

recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo

la custodia de los encargados.

31.- De tal manera que nadie tenga ninguna actividad puramente personal, sino que

todas vuestras obras las hagáis para el bien común con mayor esmero y más renovada

disponibilidad que si cada uno realizase las tareas propias para sí mismo. Pues lo que

dice la Escritura de la caridad, esto es, que no busca sus cosas, se entiende así: que an-

tepone los intereses comunes a los propios, no los propios a los comunes. A partir de

ahí, podréis conocer el alcance de vuestro progreso: será tanto mayor cuanto cuidéis me-

jor lo que es común que vuestras propias cosas. La consecuencia es que, en el uso de los

bienes exigidos por las necesidades de esta vida pasajera, ha de prevalecer la caridad

que no pasa.

32.- De donde se deduce que si alguien llevase algo –una prenda de vestir, o cualquier

otra cosa que se juzgue necesaria–, incluso si es a sus hijos o a otras personas vincula-

das a él por algún lazo íntimo residentes en el monasterio, éstos no lo reciban a escon-

didas; antes bien, quede en poder del prior para que, integrado en el fondo común, lo dé

a quien tuviera necesidad de ello. Si alguien oculta algo que le han llevado, sea conde-

nado como reo de hurto.

33.- El lavado de la ropa, realizado por vosotros mismos o por lavanderos, hágase

conforme al criterio del prior, para evitar que el afán excesivo de llevar la ropa limpia

arrastre consigo manchas interiores en el alma.

34.- No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero

hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el

enfermo no quiera, se haga por mandato del superior lo que conviene para la salud. Pero

si no conviene, no se atienda a la mera satisfacción, porque a veces, aunque perjudique,

se cree que es provechoso lo que agrada.

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35.- Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor latente en el cuerpo,

créasele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene

lo que le agrada, entonces consúltese al médico.

36.- No vayan a los baños o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir

menos de dos o tres. Y al que necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiere,

sino con quienes manda el superior.

37.- Del cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener

fiebre, padecen algún achaque, encárguese a un hermano para que pida de la despensa lo

que cada cual necesite.

38.- Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros sirvan a sus her-

manos sin murmuración.

39.- Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de

la hora señalada, no se le concedan.

40.- Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no difie-

ran en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.

CAPITULO 6

DE LA PRONTA DEMANDA DEL PERDÓN Y DEL GENEROSO OLVIDO DE

LAS OFENSAS

41.- No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para

que el enojo no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, convirtiéndose el

alma en homicida: pues así leéis: “El que odia a su hermano es homicida”.

42.- Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o echándole en cara alguna

falta, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó y el ofendido perdónele sin

discusión. Pero si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdo-

narse la deuda, por vuestras oraciones, que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor

sinceridad debéis hacerlas. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuen-

cia de la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado,

que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. El que,

en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón, en vano está en la casa

religiosa, aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras

duras con exceso y, si alguna vez se os deslizaren, no os avergoncéis de aplicar el reme-

dio salido de la misma boca que produjo la herida.

43.- Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras al

cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en el modo, no se os exi-

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ge que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad pa-

ra con quienes deben estaros obedientes, se debilite la autoridad del que gobierna. En

cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia

amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vo-

sotros no debe ser carnal, sino espiritual.

CAPITULO 7

CRITERIOS DE GOBIERNO Y OBEDIENCIA

44.- Obedézcase al superior local como a un padre, guardándole el debido respeto para

que Dios no sea ofendido en él, y obedézcase aún más al superior mayor, que tiene el

cuidado de todos vosotros.

45.- Corresponde principalmente al superior local hacer que se observen todas estas

cosas y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar

y corregir. Será su deber remitir al superior mayor, que tiene entre vosotros más autori-

dad, lo que exceda de su cometido o de su capacidad.

46.- Ahora bien, el que os preside, que no se sienta feliz por mandar con autoridad, si-

no por servir con caridad. Ante vosotros, que os proceda por honor; pero ante Dios, que

esté postrado a vuestros pies por temor. Muéstrese ante todos como ejemplo de buenas

obras, corrija a los inquietos, consuele a los tímidos, reciba a los débiles, sea paciente

con todos, Observe la disciplina con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas

sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que

ha de dar cuenta a Dios por vosotros.

47.- De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros

mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto

mayor peligro corre de caer.

CAPITULO VIII

DE LA ORSERVANCIA DE LA REGLA

48.- Que el Señor os conceda observar todo esto movidos por la caridad, como ena-

morados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo que emana de

vuestro buen trato; no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gra-

cia.

49.- Y para que podáis miraros en este librito como en un espejo y no descuidéis nada

por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito,

dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le

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falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdo-

ne la deuda y no caiga en la tentación.